18 Febrero 2015
del Sitio Web
GazzettaDelApocalipsis
Todos sabemos que vivimos en una sociedad competitiva.
Un entorno que glorifica a los ganadores, a aquellos que se imponen
a los demás para alcanzar sus objetivos. La sociedad los llama
"triunfadores" y los considera como los "mejores" o los "más
fuertes".
Pero esa es una visión completamente distorsionada de la realidad.
Las propias estructuras psicológicas del Sistema, que nos han
llevado a crear esta sociedad tan competitiva, deforman también
nuestra visión del mundo y retuercen nuestros propios conceptos.
Podríamos decir que concebimos las cosas al revés de como son en
realidad, hasta el punto de que aquello que la sociedad considera
signos de debilidad y cobardía, muchas veces son el reflejo de una
enorme fortaleza y valor.
Un ejemplo de esta visión invertida de la realidad, la podemos
encontrar, por ejemplo, en el mundo de la ficción.
Estas últimas décadas, tanto la televisión como el cine
(especialmente de Hollywood), nos han bombardeado con la imagen del
típico héroe de acción, hasta convertirlo en el arquetipo del
"hombre fuerte y duro".
Hombres violentos y musculosos, hinchados de esteroides, cuya única
función en la vida parece ser repartir golpes, disparar a diestro y
siniestro y sobretodo, matar a sangre fría sin mostrar el mínimo
atisbo de remordimiento o conciencia.
Un arquetipo masculino que ahora también ha sido trasladado a las
heroínas femeninas, convertidas directamente en machos con tetas.
El problema central de esta concepción de "hombre fuerte" no está en
el uso indiscriminado de la violencia, como muchos querrán ver.
Lo que convierte a estos arquetipos sociales en especialmente
nocivos, es su actitud respecto al resto de seres humanos.
El héroe de acción actual, utilizado como modelo de "fortaleza y
valor", es un ser impávido, impertérrito, frío e insensible, capaz
de golpear, matar o planificar la muerte de los demás sin inmutarse;
su gran "virtud" es que está dotado del más absoluto desprecio por
la vida de las otras personas.
A base de bombardearnos con esta imagen continuadamente, todos hemos
acabado creyendo que ser fuerte, duro y valiente coincide con la
actitud de estos personajes.
LA GLORIFICACIÓN DE LA FRIALDAD Y
LA INSENSIBILIDAD
Con esta imagen impuesta en nuestras mentes, ha nacido la
glorificación de la frialdad, como símbolo de fortaleza y
superioridad.
Y eso ha llevado a que, en contraposición, las personas sensibles,
generosas, aquellas que sufren por los demás y que están dotadas de
una gran empatía, sean vistas como personas débiles.
Cuando es justamente al contrario.
Una persona que fácilmente establece vínculos emocionales con los
demás, una persona que confía en los otros, que ama con facilidad y
que sufre por el mal ajeno, por naturaleza, es una persona mucho más
fuerte, dura y valiente que una persona insensible.
Siempre ha sido así y siempre será así, por pura lógica.
Cuando una persona, de forma natural, siente amor, confianza y
empatía hacia los demás y no trata
de castrar estas tendencias naturales ocultándolas bajo un velo de
indiferencia o frialdad, está mostrando un enorme coraje.
Porque amar, en cualquiera de sus múltiples representaciones,
implica aceptar el dolor de una posible pérdida, de un posible
engaño, de una posible decepción o de una posible traición…y aceptar
la posibilidad de todos estos males y no obstante seguir amando,
exige una gran fortaleza psicológica.
Amar incondicionalmente es la máxima muestra de valor que se puede
tener en la vida. Es un acto de auténtico heroísmo. El mayor riesgo
que se puede tomar.
Sin embargo, una persona fría, distante y con escasa capacidad para
sentir nada hacia la gente que le rodea, no toma ningún riesgo, ni
muestra el más mínimo atisbo de valor.
Es como si viviera en un cuerpo sin terminaciones nerviosas en la
piel. No sentiría dolor ante los golpes o los arañazos y a ojos de
los demás, parecería más duro, más resistente y más fuerte, cuando
simplemente, lo que le sucedería es que sufre de una grave carencia.
En realidad, una persona dura es aquella que siente dolor y lo
soporta, superando los malos momentos.
De la misma forma, ser valiente es saber que corres
el peligro de sufrir un gran dolor y no obstante, arriesgarte a
enfrentar las situaciones que pueden llevarte a sentirlo.
Por si fuera poco, muchas veces, en nuestra sociedad, se identifica
erróneamente la frialdad con el autocontrol, como si carecer de
emociones y sentimientos fuera el reflejo de una capacidad
superior.
Cuando de hecho, es el reflejo de una incapacidad.
Una persona que no siente, tiene muchos menos elementos emocionales
que controlar dentro de su psique y por lo tanto, por lógica,
adquiere menos capacidad de control que alguien que está dotado de
una gran capacidad para sentir emociones.
Es tan absurdo como ver a un tipo que monta tranquilamente en
bicicleta y comparar sus habilidades con las de un piloto de
helicóptero que vuela dando tumbos; por más que el ciclista controle
mejor la bicicleta que el piloto su helicóptero, es ridículo afirmar
que tiene una "mayor capacidad de control", porque controlar un
helicóptero, aunque sea de forma precaria, es mucho más complejo que
controlar una bicicleta.
Pues bien, en nuestra sociedad se cae precisamente en esta
confusión: al "que viaja en bicicleta" se le considera más
eficiente, más fuerte psicológicamente e incluso más valeroso que al
"que pilota un helicóptero".
Así es como al que no ama, al que no siente ni padece por las
personas que le rodean, al que ignora el dolor ajeno y actúa con
completo desprecio por los demás, se le considera "el hombre fuerte,
frío y eficiente" y se acaba convirtiendo en un dirigente y un
referente social, a pesar de ser peligroso y potencialmente nocivo
para la gente que le rodea.
Sin embargo, a aquel que es capaz de cargar con el enorme peso de
sus propias emociones y de las emociones que le genera el
sufrimiento ajeno, se le considera débil, demasiado sensible y
potencialmente inefectivo para ejercer puestos de poder.
Como vemos, es el propio funcionamiento del Sistema, el que
tiende a premiar al primero.
Aquellos que no dudan en dañar a los demás en propio beneficio,
aquellos a los que no les importa robar las ideas ajenas o pisotear
los derechos ajenos para alcanzar sus objetivos, aquellos que son
incapaces de verse afectados por el dolor que ellos mismos provocan
en sus semejantes, son elevados a los más altos puestos, ayudados
por las lógicas de funcionamiento internas del sistema competitivo.
De esta manera, en nuestro mundo, acaban gobernando los menos
fuertes, los menos valientes y los más incapacitados emocionalmente
de entre todos nosotros. Es decir, los peores.
Sí, el mundo está gobernado por seres inferiores, aunque nos hayan
hecho creer todo lo contrario. Así pues, replanteemos de una vez por
todas quién es fuerte y quién es débil.
Quién es "superior" y quien es "inferior".
LOS SUPERIORES Y LOS INFERIORES
Por que aunque suene muy mal, lo cierto es que no todos somos
iguales: hay personas superiores a las demás.
Hay determinadas personas, que ante cualquier situación o
oportunidad, piensan,
"¿Qué beneficio obtendré yo de esto? ¿Qué
beneficio obtendrán las demás personas? ¿De qué manera podemos
salir beneficiados todos, de forma justa y equitativa?"
Son individuos que podrían haberse quedado anclados
en la primera cuestión y solo pensar en ellos mismos. Pero su
tendencia natural no solo incluye sus propios beneficios, sino los
de todo el conjunto.
Su mente se abre y se amplia de forma natural hacia
todo el entorno.
Son ese tipo de personas que se sienten incómodas o incluso
culpables si su bienestar implica perjudicar a los demás, o que
incluso se sienten mal si tienen un golpe de suerte y en cambio ven
a otras personas sufriendo a su alrededor.
Estas personas existen, no son un mito. Están entre nosotros. Su
mente está en un estado superior.
Y sin embargo, la sociedad tiende a castigarlos o a ignorarlos, como
si fueran un cuerpo extraño, como si fueran bichos raros.
En contraposición a ellos, hay personas que ante cualquier situación
o oportunidad, solo piensan,
"¿qué puedo ganar yo con ello? ¿cuál será el
beneficio para mi?"
A estas personas, la sociedad los considera,
"los preparados, los listos, los competitivos,
los que se adaptan, los supervivientes".
Y en el fondo es cierto. Tienen un fuerte instinto de
adaptación y supervivencia, como todos los animales.
Como lo tienen nuestros gatos o nuestros perros. Animales que sí,
pueden ser muy cariñosos y muy simpáticos, pero que no dudan en
comerse nuestro bistec a la mínima que nos distraemos. Porque por
más que nos quieran, cuando ven el bistec ante sí, en su cerebro
todo razonamiento queda reducido al binomio "Yo-Comida".
De repente, ya no piensan en si nos perjudican o en
si esa comida nos iba a alimentar a nosotros.
Llegado el momento, solo piensan en sí mismos y la
única forma de impedir que vuelvan a robarnos la comida en el futuro
es regañándolos y castigándolos por haberlo hecho.
Es decir, imponiéndoles una autoridad y normas de conducta que deben
obedecer bajo amenaza de sanción. No es extraño pues, que el Sistema
quiera, promocione y proteja tanto a este tipo de personas.
Porque este tipo de personas tan netamente inferiores a las del
primer ejemplo, son las que justifican la existencia del Sistema.
LOS PROTEGIDOS Y LOS
CASTIGADOS POR EL SISTEMA
Las personas más competitivas, las que no dudan en actuar en
beneficio propio sin pensar en las consecuencias que tendrá para el
resto de individuos, las que son menos capaces de
sentir empatía hacia los demás o de
ampliar su mente para incluir a los otros en sus logros, ganancias y
deseos, esas personas, son las que mantienen el Sistema en pie.
Ellos justifican la existencia de policía, leyes, jueces y
autoridad; el dolor que provocan en los demás y la injusticia
derivada de sus incapacidades sientan las bases para que existan las
reglas morales y los códigos de conducta, las religiones y las
doctrinas infectadas de instrucciones de obligatorio cumplimiento.
Tanto da qué posición ocupen en el escalafón social: sean altos
mandatarios o chorizos callejeros, su incapacidad para ponerse en la
piel de los demás, es la misma.
Ellos son los que le roban la pensión a la pobre anciana que sale
del banco; y los que se gastan 6000 euros en un bolso, sabiendo que
hay gente que con ese dinero podría alimentarse o dejar de vivir en
la calle.
Son la miseria de la especie humana, la
inferioridad encarnada, la rata que espera la oportunidad para
robarle la comida al hambriento.
Sin ellos, no solo el Sistema no podría sostenerse en pie, sino que
sería completamente innecesario.
Pero como decíamos, entre nosotros hay individuos diferentes. Seres
sensibles, generosos y empáticos y por lo tanto, valientes y
extremadamente fuertes.
Individuos cuya presencia pone en duda toda la estructura del
Sistema. Uno solo de sus actos espontáneos de amor o generosidad,
son como un dedo acusador, un incómodo reflejo que pone de relieve
toda la bajeza del Sistema al completo.
Si todos fuéramos como ellos, no necesitaríamos leyes, autoridad,
policías, religiones, ni normas morales… porque todas esas
estructuras solo sirven para regular los aspectos más bajos de
nuestra naturaleza; son como
las setas que crecen en el
estiércol… sin la porquería no podrían proliferar.
Por lo tanto, todas estas personas que aman incondicionalmente, que
piensan espontáneamente en el bien común, son, en su esencia más
profunda, personas anti-sistema, por más que en muchos casos
consigan estar integradas en él.
Su forma de pensar, actuar y sentir no se puede aprender en una
escuela, ni se puede transmitir o inculcar mediante una doctrina
moral o religiosa.
Tanto da que uno lea mil veces la Biblia, vaya a misa
cada día, tome todos los sacramentos, rece como un loco o siga al
dedillo todas las enseñanzas de Jesucristo.
Es algo que debe brotar del interior de uno mismo, de forma natural.
Simplemente, llega un día en que se ES así…
Las personas que alcanzan este estado mental permanente, acostumbran
a ser seres anónimos y sacrificados. No reciben medallas, ni
premios, los municipios no les dedican costosos monumentos ni hay
una sola línea en los libros de historia que hable de ellos.
Curiosamente, en los libros de historia, solo encontraremos párrafos
dedicados a los peores criminales de masas, a los especímenes más
bajos de nuestra especie, a los menos fuertes y valerosos,
encarnados en forma de reyes, papas, emperadores, militares o
conquistadores.
A sus actos egoístas y enloquecidos, se los llama
pomposamente "gestas históricas", cuando en realidad no son más que
manifestaciones de una conciencia inferior y de una marcada
incapacidad para sentir empatía o amor hacia los demás.
Los libros de historia son en realidad la nutrida
recopilación de las muestras de bajeza de estos seres inferiores
aupados al poder por el Sistema.
La auténtica historia de la humanidad, la que valdría realmente la
pena escribir y leer, debería ser aquella que reuniera todos esos
pequeños gestos de generosidad y amor incondicional hacia los demás
individuos, realizados por tantos héroes anónimos, ignorados a lo
largo de los tiempos.
Desgraciadamente, la gente lo consideraría una recopilación de
pequeñas anécdotas, porque no implicarían grandes movimientos de
tropas ni enormes dispendios destinados a provocar el dolor
indiscriminado.
Sin embargo, ese libro de historia estaría repleto de destellos
espontáneos de luz en medio de la oscuridad, una reunión de lo mejor
de nosotros mismos como especie, que sí merecería ser recordado para
siempre.
Llegados aquí, podríamos preguntarnos:
¿Quienes son estas personas especiales, capaces
de mostrar tanta generosidad, y amor espontáneo hacia aquellos
que les rodean?
¿Son una preciosa anomalía de la naturaleza?
¿Un elemento regulador del conjunto de la especie, como lo
puedan ser los seres intrínsecamente malvados?
¿Son ángeles? ¿Seres enviados por algún ser superior?
Quizás no tenemos que ir a buscar tan lejos…porque
por lo que parece, esos seres especiales, somos muchos de nosotros,
quizás la mayoría de nosotros.
Porque prácticamente todos hemos tenido impulsos de generosidad y
amor espontáneo en algún momento de nuestra vidas, sin esperar nada
a cambio. A todos nos ha llenado de alegría ver la felicidad de
personas desconocidas y a todos nos ha herido en los más profundo
del alma ver imágenes de dolor ajeno.
¿Cuantas veces hemos reído o llorado por personas
desconocidas, aunque sea en la intimidad de nuestros hogares? Así
pues, el potencial para alcanzar ese estado mental superior, lo
llevamos en nuestro interior.
Y ese es precisamente el gran drama que estamos viviendo.
LA DERROTA COTIDIANA
Como hemos dicho, la sociedad tiende a castigar las muestras de
empatía, confianza y amor incondicional hacia los demás, porque son
actos que ponen en tela de juicio al Sistema.
Representan la semilla de un nuevo mundo, en el cual, el Sistema ya
no seria necesario y por esa razón, el propio Sistema los combate
con todas sus energías y todos sus recursos.
Las personas que muestran estas actitudes de forma espontánea, son
etiquetadas como débiles, poco competitivas e ineficientes; la
sociedad se burla de ellas para que pierdan la fe en si mismas y las
aplasta con sus engranajes, hasta que en el lugar preeminente que
deberían ocupar, el Sistema sitúa a sus fieles servidores, los seres
inferiores, aquellos que son incapaces de sentir nada por los demás,
para que escriban, con sus renglones torcidos y su mala letra, los
párrafos de la historia.
Todos nosotros somos víctimas de este proceso, en algún momento de
nuestras existencias.
Las injusticias recibidas y el ver que nuestros actos espontáneos de
generosidad o de confianza ciega hacia los que nos rodean reciben el
castigo de la traición, el dolor, la burla, el desengaño o el robo,
nos cambian para siempre.
Los golpes recibidos a lo largo de la vida, acaban
provocando que mucha gente acabe castrando sus mejores impulsos y
sentimientos, y que renuncie a confiar en la bondad de los demás, en
aras de un pragmatismo vital relacionado con la supervivencia y
la adaptación a las reglas implacables de la sociedad.
Así es como la mayoría de nosotros, que podríamos haber manifestado
en nuestras vidas los mejores sentimientos de amor, generosidad y
empatía, de forma espontánea y continuada, acabamos creándonos un
escudo alimentado por el escepticismo permanente hacia la naturaleza
humana.
Es cuando nos decimos a nosotros mismos aquellas frases tan típicas
de,
-
"dejaré de ser un tonto, estoy harto de
recibir hostias"
-
"dejaré de ser tan confiado, porque todo el
mundo te jode cuando puede"
-
"no se puede ser tan generoso, porque sino
todos se acaban aprovechando de ti"
-
"dejaré de amar ciegamente, porque solo
recibo desprecios y desengaños"…
A este terrible proceso, la sociedad lo llama,
Etiquetas que tratan de positivizar lo que en realidad es una
derrota en nuestras vidas, y una pérdida irreparable para toda la
humanidad.
No nos engañemos más. Esto no es endurecerse, no es avanzar, no es
madurar.
Es una pérdida, un retroceso, una retrospección a un
estado mental inferior.
Renunciamos a lo mejor de nosotros mismos, abandonamos lo que son
las mayores demostraciones de fuerza y valor que podemos tener en la
vida, que son las muestras de amor incondicional, confianza y
empatía hacia los demás y las cambiamos por una coraza herrumbrosa
con la que pretendemos protegernos del dolor y de la injusticia del
Sistema, que nos ataca a través de las personas que nos rodean y a
las que tratamos de ayudar.
Es difícil de aceptar, pero cuando hacemos esto, en realidad estamos
siendo unos cobardes.
Cada vez que alguien lleva a cabo esta terrible renuncia, se produce
una pérdida irreparable para la humanidad: esa semilla que todos
llevamos en nuestro interior y que podría echar raíces en la tierra
yerma para crear el vergel de un nuevo mundo, se seca para siempre.
Para tratar de paliar los efectos de esta gran pérdida, solo nos
queda una opción:
-
volver a ver la realidad tal y como es
-
tomar conciencia de lo que es el auténtico
valor y la auténtica fortaleza
-
y no olvidarlo nunca más...
Porque confiar y que te traicionen, ofrecer y que te
roben, amar y que te menosprecien y sin embargo, seguir confiando,
ofreciendo y amando, una y otra vez, sin desfallecer, es el mayor
acto de fe, heroísmo, valor y coraje que un ser humano puede tener
en la vida.
Algo que solo está al alcance de seres humanos superiores, aquellos
que llevan en su interior el germen de una nueva humanidad y
no pierden la esperanza de cambiar el mundo para siempre…
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