por Alberto Medina Méndez
28 Enero 2015
del Sitio Web
ON24
Es muy frecuente escuchar esta arrogante frase en estos tiempos.
Casi todos los ciudadanos, de uno u otro modo, tienen
la tentación de convertirse en ese consejero universal capaz de
señalar las líneas de acción sobre las que la sociedad toda debería
trabajar para su progreso.
No es que esa posición en sí misma sea incorrecta. Es saludable que
la gente se interese en lo que pasa, le preocupe genuinamente lo que
ocurre a su alrededor e impacta en sus vidas. Es útil tener un
diagnóstico propio respecto de lo que sucede y animarse a sugerir
diferentes caminos posibles.
Todo se complica, y mucho, cuando esa postura es escoltada por una
conducta individual ambigua. No es que la gente no pueda, o no deba
opinar. Es muy bueno que así sea. El dilema comienza cuando ese
análisis agudo no está en sintonía con la labor cotidiana.
No sirve demasiado decir "lo que se debe hacer" si
eso no viene de la mano de un compromiso personal intransferible que
conduzca a la concreción de esa anhelada visión.
Los problemas que se enfrentan a diario no precisan solo de un
acertado diagnóstico y una elaborada orientación sobre los pasos a
seguir. Es imprescindible también, que esa misma gente, esté
dispuesta a pasar a la fase de implementación y pueda protagonizar
esa etapa.
Sin embargo, en los últimos tiempos, la apatía imperante y cierta
inocultable abulia ciudadana, han dado nacimiento a una perversa
postura, que demuestra elevados niveles de contaminación cívica y
poco ayudan.
Se trata de la aparición de una generación de opinadores
seriales que se quedan siempre a mitad de camino. No solo no pasan a
la acción, sino que aspiran a instruir al resto sobre lo que
deberían hacer por el bien de todos, aunque no están dispuestos a
mover un dedo para que ello suceda.
No solo pretenden dar las órdenes, sino que además esperan que la
multitud los siga como rebaño, y si no lo hacen a su manera, se
ofenden como si fuera un deber que todos comprendieran y acataran
sus mandatos.
Este gesto social crece permanentemente.
Se visualiza fácilmente cierto nivel de autoritarismo
no asumido que preocupa. Muchos de estos personajes que opinan,
esperan un apoyo irrestricto. Se incomodan porque no obtienen los
recursos suficientes para emprender su mesiánica causa, porque los
dirigentes políticos no toman nota de tan brillantes ideas, ni los
ciudadanos se entusiasman frente a ese apasionante sendero
propuesto.
Tal vez, la tarea pasa por entender que si se desea fervientemente
que algo suceda, se debe poder tomar las riendas del asunto y hacer
algo concreto al respecto. Y no es que no se pueda opinar si no se
hace algo.
Es que no es razonable decidir que no se tiene
tiempo, ganas o habilidad para un objetivo, y esperar que el
resto asuma ese deber moral de hacerlo.
Se debe reflexionar profundamente sobre esta cuestión con absoluta
honestidad intelectual.
Todos tienen derecho a pensar y a decir lo que sea.
También a emprender los proyectos en los que creen férreamente. A lo
que no se tiene derecho es a pretender que los demás tomen las
causas propias como eje de sus vidas y las ejecuten del modo que
otro ha diseñado.
Como en la vida misma, si alguien cree en algo, tiene la
responsabilidad de intentar que se haga realidad, pero no puede
esperar que los demás lo conviertan en su meta vital.
Si esta premisa se comprendiera, probablemente la sociedad
dispondría de más proyectos interesantes, de mayor cantidad de
personas con ganas de gestar el cambio. Por ahora, solo existe mucha
gente opinando, muy pocos haciendo lo correcto, y una inmensa
cantidad de individuos frustrados, porque el mundo no hace, a su
manera, lo que ellos sueñan para los demás.
Es bueno saber "lo que hay que hacer". Es positivo tener infinitas
ideas disponibles. Algunas serán contrapuestas y otras
complementarias. Lo que se debe poder abandonar, es la despótica e
insolente actitud de pretender que el resto haga lo que
individualmente no se está dispuesto a encarar.
Si se aspira a contar con apoyo masivo y el acompañamiento de miles
de ciudadanos y que esas ideas personales se plasmen en la realidad,
pues habrá que tener la determinación suficiente para liderar ese
proceso, y tener las agallas para invertir tiempo, trabajo y dinero
en ese sueño propio.
Si semejante pasión no es suficiente, si la convicción no alcanza,
pues habrá que asumir que no es demasiado importante y entonces
apelar a la humildad necesaria para dejar vía libre a los que tengan
esa decisión.
Es una enorme virtud proyectar. Es muy conveniente y provechoso
opinar.
Muchos insisten en que saben "lo que hay que hacer".
Pues entonces, tendrán que tomar la determinación
de hacer lo necesario, de alinear discurso y acción, o de
sumarse a los que están en el itinerario más cercano.
Pero lo más trascendente es aprovechar esta excelente
oportunidad de abandonar la mezquina actitud de imponer al
resto una agenda, a la que no se está dispuesto a invertir
esfuerzo personal. No es moralmente correcto pedir a los demás que
hagan lo que uno no tiene el coraje de llevar adelante.
Es indispensable sincerarse.
Y sobre todo asumir las propias debilidades con gran
hidalguía...
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