por
Brad Hunter
Esta ley nos
permite entender que si queremos cambiar o revertir alguna situación
desfavorable debemos aplicar el viejo lema "Al mal tiempo, buena cara".
El sentido de la vida es lograr materializar nuestros deseos interiores mediante la fuerza del sentimiento y el pensamiento.
No obstante, despertar dicho poder de materialización requiere de un cambio en la forma de todo aquello que creemos de nosotros mismos y de las dinámicas de creación de la realidad. Así como el sonido se propaga por el aire, nuestros pensamientos, sentimientos y creencias atraviesan el entramado cuántico para convertirse en una manifestación de optimismo o pesimismo, de salud o enfermedad, de amor o de odio, de paz o de violencia.
Somos los directores de orquesta de nuestra propia sinfonía.
De la misma manera que un músico afina su instrumento para mejorar el sonido de su melodía, nosotros podemos refinar nuestras propias formas de pensamiento y emociones para mejorar la frecuencia que propagamos por el éter y que determinarán el tenor de lo manifestado como realidad.
Cada vez que pensamos o
sentimos, es un pedido que consciente o inconscientemente hacemos
para preservar o destruir algo que conforma la existencia, incluso
las cosas que establecen los parámetros de nuestra propia realidad y
la de nuestros semejantes.
Todo, desde una célula de nuestro cuerpo hasta el logro de nuestros esfuerzos, depende de nuestra manera de pensar con respecto a nosotros mismos y nuestra propia creencia en lo que somos o no somos capaces de hacer.
Una vez escuché decir a un físico cuántico:
La ciencia, con el advenimiento de la nueva era del conocimiento cuántico, ha descubierto que las leyes de lo físico colapsan frente al potencial incomprendido de la mente y la fuerza del espíritu.
El hombre, desde que nació la ciencia, se dedicó a estudiar por separado lo que siempre estuvo unido dentro de un sistema holotrópico, aquello que permite a la parte ser una pieza constitutiva de un conjunto que es en sí mismo el movimiento hacia la totalidad y la unidad.
La
disociación entre la ciencia y la espiritualidad comienza a fundirse
en un punto en el cual se espiritualiza la ciencia y la
espiritualidad se científica.
Bajo esta ley universal,
¿No son el frío y el calor los extremos de la temperatura? ¿No son el amor y el odio los extremos de la emoción?
Esta ley nos permite entender que si queremos cambiar o revertir alguna situación que no nos es favorable debemos aplicar el viejo lema,
Entonces, no podremos lograr un resultado favorable en el cambio de una realidad que nos es desfavorable si no nos polarizamos en el opuesto de aquello que deseamos revertir.
Los más variados experimentos realizados en los laboratorios científicos demuestran que enfocar nuestra atención (sentimiento, emoción, pensamiento y creencia en algo) cambia el resultado de un experimento del cual se conocía previamente su resultado.
Es decir que el experimentador influye con sus creencias en el resultado del experimento.
En este estadio de la investigación podemos asegurar,
sin temor a equivocarnos, que somos los arquitectos de nuestra
realidad. Nuestra "buena cara" cambia los patrones del "mal tiempo".
Esta idea equivocada ha logrado disociar la espiritualidad de la ciencia y a nosotros de nuestro mundo.
Hemos crecido creyéndonos víctimas de los acontecimientos y
de
creencias que nos hacen seres "pasivos" que observan cómo las
cosas y los acontecimientos "suceden" simplemente sin razón aparente.
En un mundo donde la
mayor crisis de la historia de la humanidad se materializa
amenazando nuestra supervivencia, es tiempo de tomar el timón del
barco.
Nuestras creencias son el conjunto que conforman las proyecciones mentales y emocionales de lo que enviamos al espacio cuántico, como un paquete de instrucciones, que termina siendo el plano constructivo del diseño de la realidad.
La construcción de la realidad no es otra cosa que la conjunción del tiempo, el espacio, la intensión y la energía constructiva que ordena las infinitas opciones latentes que existen como realidades potenciales. La experiencia que llamamos creencia tiene un efecto que se expande y proyecta mucho más allá de nosotros mismos hacia una matriz que es el espacio intangible en el cual el crear es posible.
Cuando nos aceptamos a nosotros mismos como creadores y aprendemos a sintonizarnos con la fuerza que nos permite crear, comenzamos a cambiar enfermedad por salud, odio por amor y nos abrimos a la posibilidad de ser coparticipadores del proceso de creación.
Probablemente no sea una coincidencia que durante el mismo lapso en que se nos ha alentado a adoptar creencias limitantes la humanidad haya sufrido las mayores calamidades producidas por guerras, plagas y persecuciones, además de haber causado los mayores daños al ecosistema jamás realizados.
Son precisamente estas creencias las que a menudo nos hacen sentirnos insignificantes, impotentes y temerosos de los acontecimientos y del propio futuro, cuando en verdad poseemos el potencial para hacer frente al desafío y para revertirlo.
Un cambio de paradigma semejante sería como un cambio radical de timón sobre lo que creemos que es posible y lo que no. Mientras nos sintamos seres separados e impotentes frente a lo creado, el conflicto, la separación y el sufrimiento tendrán sentido.
También si la ciencia revela que somos seres con un potencial enorme de transformación y creación, el conflicto, la separación y el sufrimiento dejarán de tener sentido.
Las puertas hacia el nuevo entendimiento están
abiertas: la creación necesita creadores.
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