PALABRAS DEL AUTOR
Sé que muchos pensarán que miento, y me expongo al más acerbo
ridículo ante el concepto adocenado de aquellos que, siguiendo la
corriente del pensamiento común de las gentes "serlas", no se
atreven a hablar en público de asuntos que, todavía, no han sido
comprobados científicamente por ese conjunto muy respetable de
sabios de la Tierra que —igual a sus colegas de antaño—, sólo
aceptan los fenómenos producidos por ellos mismos en sus propios
laboratorios y dentro de sus propios métodos o sistemas de
investigación.
Pero al escribir estas líneas, por extrañas que resulten a todos
ellos, me limito a cumplir la promesa empeñada a un hombre al que me
unió la más estrecha y fraterna amistad; un hombre cuya sinceridad y
corrección de conducta pude apreciar desde los día.. lejanos del
colegio, quien me narró los hechos a que voy a referirme, dándome
pruebas irrefutables de su veracidad, antes de abandonar este
planeta para ir a vivir en otro lejano astro de nuestro sistema
solar.
Ya no me Importa la risa burlona de muchos, ni la piadosa Idea de
quienes piensen que he perdido la razón.
Cumplo la palabra dada al hombre que fue
para mí un hermano, y declaro, con Iodo valor ante el escarnio, que
los hechos extraordinarios motivo de esta narración no han sido
fruto de una mente alucinada, ni producto de una fantasía de
escritor, sino la realidad cruda y tangible, asombrosa es cierto,
pero vivida conscientemente por un hombre de esto Tierra que hoy se
encuentra, muy lejos, en el Cosmos...
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PRIMERA PARTE
CAPITULO I
La Visita del OVNI
Fui amigo de Pepe desde niño (permítaseme guardar respetuoso
silencio sobre su verdadero nombre). Crecimos juntos, y juntos
pasamos, también, las etapas de la adolescencia, la juventud fogosa
y alegre, y (a madurez reposada de hombres comunes y amantes de la
vida hogareña, de esa vida modesta y sencilla que hacen en este
mundo millones de seres de !a clase media.
Ambos, igualmente, pudimos disfrutar de
una educación esmerada para asegurar una vida cómoda y respetable
que, sin estar exenta de las luchas y problemas comunes a la
generalidad, nos permitió formar hogares dignos, Pepe y yo tuvimos
la suerte de encontrar esposas buenas, comprensivas, hacendosas, y
aunque no llegó a tener hijos, como yo, había disfrutado de
treinta años de vida conyugal verdaderamente feliz.
Con laboriosidad y honradez logró reunir
lo preciso para rodear a su esposa de los elementos suficientes para
una vida tranquila, y en los últimos años de su matrimonio gozaron
de la comodidad de una casa propia, rodeada por amplio y hermoso
jardín.
Así llegó el momento en que el destino dispuso la separación de los
dos cónyuges: una noche» de manera intempestiva, dejó de latir el
corazón de su dulce compañera, y desde ese instante cambió la vida
de mi amigo por completo. Siempre había sido aficionado al estudio
de lemas profundos. Conocía a fondo la Psicología, la Filosofía y la
Metafísica; las más de las veces, dedicaba largas horas a la
investigación del pasado de la humanidad y en la resolución de
problemas relacionados con la Vida y con el Cosmos.
A la muerta de su esposa, después de los
primeros días del fatal impacto. se había encerrado en su casa, en
medio de sus recuerdos y sus libros, siendo para mi tarea tremenda
el lograr sacarlo, de rato en rato, para procurarle alguna
distracción.
Transcurrieron varios meses desde el sepelio de su señora, y nuestra
amistad, cada vez más estrecha y más íntima, hizo que nos viéramos y
pasáramos juntos largas horas todos los días. Llegó a ser cuotidiano
compañero de mesa de los míos, y mis hijos se acostumbraron a
tratarlo como "el tío Pepe", y a esperar su llegada con gran
interés, porque siempre tenia alguna historia amena y divertida que
contar.
Así las cosas —hace de esto apenas dos
meses— nos sorprendió no recibir su acostumbrada visita. Esperamos
hasta tarde para almorzar, y como no llegara, llamé repetidas veces
por teléfono a su casa, sin obtener respuesta. Sabíamos que desde la
muerte de su esposa, tenía sólo a su servicio un antiguo mayordomo;
pero se había habituado a cerrar con llave todas las puertas de la
residencia cada vez que salía, y aún en la noche, permanecía
encerrado en la casa, pues el criado tenía un departamento aparte,
en el jardín, sin comunicación alguna con el resto del edificio, ni
con el teléfono.
Como el resto del día no lograra comunicarme con él, esa noche
insistí en mis llamadas, con idéntico resultado. Nos extrañaba aquel
silencio, tan desusado, y sabíamos por experiencia que no
acostumbraba pernoctar fuera. Por tales razones, al no lograr
comunicación a la mañana siguiente, fui en su busca.
Encontré al mayordomo nervioso y
profundamente extrañado.
—No sé nada del señor —me dijo—.
Anteanoche llegó a la hora de costumbre, cerró las puertas como
siempre... y no lo he visto en todo el día.
—¿Ni a la hora del desayuno?
—Tampoco; no ha abierto las puertas en ningún momento...
Guardé silencio. Una sospecha cruzó por
mi mente. Busqué en mi llavero las llaves que Pepe me diera a poco
de morir su esposa. En esa ocasión me había dicho:
"Tómalas para que puedas entrar
cuando gustes. Si alguna vez no abriese las puertas como todos
los días, hazlo tú por mi... Y si me encontraras muerto, cumple
las indicaciones de un sobre lacrado que hay en el cajón central
de mi escritorio".
Con tales pensamientos ingresé a la casa
acompañado por el criado.
Todo estaba en perfecto orden. Incluso
la cama no había sido descubierta; pero el cobertor arrugado
denotaba que el cuerpo de una persona había reposado sobre ella sin
destapar las ropas. Junto al sillón, el cenicero del velador estaba
lleno de colillas. Se comprendía que esa noche estuvo fumando mucho.
Pero ningún indicio de su paradero.
Cada vez más intrigado, luego de buscar por todas partes en la
esperanza de hallar algún papel, alguna nota que hubiese podido
arrojar luz sobre su extraño proceder, tan fuera de su diaria
conducta, llamó por teléfono a las personas con quienes hubiera
posibilidad de saber algo. Nadie lo había visto desde días anees. En
cuanto al mayordomo, aseguraba haber hablado con él aquella noche.
sin haber notado nada extraño en sus palabras o actitudes.
Yo no sabía qué pensar. Conociendo íntimamente el carácter y los
hábitos de mi amigo, no podía aceptar la idea de una aventura
romántica o sexual, especialmente en aquellas circunstancias, pues
el mayordomo aseguraba haber visto prendida la luz de su dormitorio
hasta media noche, hora en que se quedó dormido. Por otra parte, la
casa dista mucho de la ciudad y el único medio de comunicación con
ella es por la Carretera Central, y la pista a Monterrico en
automóvil. Y Pepe no había sacado, tampoco, su carro del garaje.
Discurríamos por el jardín, tratando de encontrar soluciones a tan
extraña desaparición, cuando reparé en ciertos detalles que, al
principio, no llamaran mi atención.
En la parte central de aquella
superficie cubierta de grass, sobre una extensión de unos quince a
veinte metros de diámetro, aparecía la yerba quemada en un amplio
círculo en cuyo centro se apreciaba, también, las huellas de
aplastamiento dejadas por algún artefacto grande y suficientemente
pesado como para imprimir sobre el suelo cuatro grandes agujeros.
—¿Quien ha hecho esto?— le pregunté
al mayordomo
—No sé señor...
—¿Desde cuándo están estos huecos acá?
—No sé señor... es la primera vez que los veo.
—¿Y esa yerba quemada?
—Yo no la he quemado señor...
—¿Y Don Pepe?
—No lo creo porque hace mucho que no baja al jardín.
Miré largamente al hombre en silencio.
Estaba nervioso, pero hablaba con franqueza.
Lo conozco de años, y siempre fue serio
y honrado. Dábamos vueltas en torno de aquellas misteriosas marcas y
cada vez nos resultaba más confuso y enigmático todo ello. Habían
pasado dos horas desde mi llegada. Tenía asuntos urgentes que
atender en la capital y opté por regresar a Lima. Esta vez, antes de
abandonar la casa, cerré con llave todos los compartimientos
interiores, dejando abierta la comunicación con el teléfono, y le di
instrucciones al mayordomo de comunicarse diariamente conmigo en
caso de que Pepe tardase en regresar.
Por el trayecto, durante la media hora que se emplea desde
Monterrico hasta Urna, trataba de hilvanar mis pensamientos y
encontrar una respuesta lógica a lo que estaba sucediendo. Mi
intimidad con Pepe, que no tenía secretos para mi, hacíame presumir
que si hubiera mediado en él algún plan preconcebido, algo de ello
me habría dejado entender. Sin embargo, nada hubo en su actitud
diaria que pudiese relacionar con lo que estaba sucediendo. Y si esa
noche hubiera salido en forma normal de su casa, habría necesitado
el carro, que permanecía guardado en el garaje.
Cabía suponer, en todo caso, que otra
persona o personas lo hubiesen recogido; pero eso no podía haber
sido sino después de las doce de la noche, porque el mayordomo
aseguraba haber estado despierto, escuchando la radio hasta esa
hora, y que antes de dormirse había visto prendidas las luces del
dormitorio de Pepe. Si alguien lo hubiese buscado pasada esa hora,
habría tenido que hacer sonar el timbre de la puerta exterior del
jardín, y ese timbre se comunica directamente con el departamento
del mayordomo.
Cabía pensar, aún, que mi amigo hubiera
estado de acuerdo con alguien para que fuera por él; pero en tal
caso habían convenido en no hacer ningún ruido perceptible por el
criado. Esta deducción tomó cuerpo en mí al recordar que no se había
acostado y que el cenicero del velador estuviera lleno de puchos.
Ello sugería un plan premeditado por él, De ser cierto, los hechos
debían relacionarse con alguna faceta de la vida intima de mi amigo
que yo desconocería. Esto no era lógico para mí; al menos así lo
quería entender, por la profunda y amplísima confianza existente
entre ambos.
Cuando llegué a mi casa a la hora del almuerzo, la situación no
había cambiado. Ninguna noticia de Pepe, Y en mi fuero interno iba
cobrando fuerza la sospecha de que existiera en su vida algún
secreto, guardado tan celosamente, que ni yo, su confidente, lo
conocía...
Corrieron los días y transcurrió una semana sin tener el menor
indicio de él. Mi esposa y su empleado me pedían avisar a la
policía. A mis hijos, de común acuerdo con mi mujer, les habíamos
dicho que estaba de viaje. Yo deseaba ganar tiempo en espera de que
Pepe apareciera de un momento a otro, y no quería llegar a medidas
precipitadas, por la sospecha de que en todo ello hubiera algún
designio privado, voluntario de mi amigo. Varias veces estuve
tentado por abrir el sobre lacrado que dejara en el cajón de su
escritorio.
Pero otras tantas me contuve,
obedeciendo el tenor de lo que aparecía escrito en ese sobre:
"Para el Sr. Yosip Ibrahim"
"Mi querido Yosip:
"Si yo muriese repentinamente, ruégote abrir este sobre y
realizar al pie de la letra todas las indicaciones en él
contenidas, antes de proceder a mi sepelio. Pero no la abras por
ningún otro motivo".
"Pepe".
Estas enigmáticas palabras iban
afirmando en mi fuero interno la convicción de que existía un acto
voluntario, un determinado propósito sólo conocido por él y por
quienes, forzosamente, tuvieron que participar en su sigilosa
salida. Por tales razones volví a oponerme a que se tomara medidas
policiales o de otro orden, Pero ¿quiénes podían ser la persona o
personas participantes en tan misterioso proceder?... Con toda
prudencia, y sin dar a conocer los verdaderos motivos, indagué entre
todas las comunes amistades, relaciones comerciales y de todo orden,
siendo negativas cuantas investigaciones hiciera. Nadie sabía nada
de Pepe.
Nuestra intranquilidad aumentaba con el correr de los días, y llegué
a temer que hubiese sido objeto de algún atentado por motivos que no
alcanzaba a presumir. Al acercarse el fin de la segunda semana sin
noticias, nuestra tensión nerviosa estaba a punto de hacer crisis.
—No podemos continuar así! —me
repetía, a cada instante mí mujer— Debes hacer algo» y de
inmediato-- ¿no te das cuenta que pueden complicarte gravemente
por tu inercia, si le ha sucedido alguna desgracia? ¿Cómo
explicarías tu silencio... tu calma para denunciar su
desaparición--.?
Eso mismo pensaba yo también. Ya habían
transcurrido más de dos semanas. Mi estado de ánimo era tal que no
podía trabajar ni dormir tranquilo. Aquella noche —dieciocho días
exactos desde la de su desaparición— ni mi esposa ni yo pudimos
conciliar el sueño. Toda la madrugada la pasamos discutiendo sobre
la conveniencia de dar parte a la policía. Al amanecer, estábamos de
acuerdo en hacerlo esa misma mañana. Como no habíamos cerrado los
párpados en toda la noche, el cansancio nos venció y ambos nos
quedarnos dormidos.
Pero no duró mucho nuestro descanso.
A las ocho de la mañana, el timbre del
teléfono, sonando insistentemente nos despertó.
—¡Aló! ¿Eres tú. hermano? —preguntó
Ja voz de Pepe al otro extremo de la línea.
—¡Qué te ha sucedido!.— ¿dónde has estado?,., ¿de dónde llamas?
—Hablo de mi casa. Estoy bien; pero no puedo explicarte nada por
teléfono. Necesito hablar urgentemente contigo, a solas. No le
digas nada a nadie. ¿Puedes venir hoy mismo?
—¡Claro! .. Voy a verte en cuanto me vista... Pero ¿qué es lo
que pasa?
—Te repito que no puedo decirte nada por teléfono. Perdona las
molestias que seguramente les he ocasionado, según lo que me
cuenta Moisés. No ha estado en mis manos el evitarlo. Abraza a
Rosita y a los chicos y ten la bondad de venir lo antes posible,
pues el tiempo apremia. No me preguntes nada ahora. Cuando estés
acá te lo explicaré todo...
Dos horas más tarde al llegar a su casa,
salió a abrir Moisés el mayordomo. El hombre era presa de fuerte
excitación, y sin darme tiempo a preguntar nada, me dijo
apresuradamente:
—¡Señor! ¡Anoche lo trajeron... en
un "platillo"... con estos ojos lo he visto!... ¡Era una máquina
enorme... de esas que dicen que vienen de otros mundos...!
Hablaba mientras nos dirigíamos a la
casa atravesando el jardín; y antes de entrar me señaló el centro de
la explanada de grass.
—¡Allá están de nuevo, las marcas
que vimos la otra vez...! ¿Se acuerda, señor de la yerba quemada
y de los huecos que nos llamaron la atención?... ¡Los ha hecho
el "platillo"...!
Pepe salió a recibirme y me condujo
directamente a su escritorio. Yo me había quedado mudo, Las palabras
del criado eran algo inexplicable para mí. Y mi amigo no me dio
tiempo a salir del asombro. Actuaba con rapidez pero con sereno
aplomo. Como viera, en mis ojos, la emoción que me embargaba,
sonrió.
—Te voy a servir un whisky.
Comprendo lo que te pasa —me dijo— y necesitas estar tranquilo,
para que puedas poner toda tu atención en lo que debo
explicarte.
—¡Pero.,.! ¿qué significa eso del "platillo"?
—Veo que ya Moisés te lo ha dicho—
Hizo una pausa mientras me servía el
licor, y haciéndome tomar asiento, continuó:
—Comprendo tu estado de ánimo y
deseo enterarte de todo, comenzando desde el principio.
—Pero... ¿dónde has estado? ¿por qué no nos avisaste nada?
—No podía... Todo fue vertiginoso, imprevisto hasta cierto
límite. No me fue posible comunicarme con nadie, pues me
llevaron fuera de este mundo... Escúchame tranquilo y no pienses
que me he vuelto loco. Lo que te acaba de decir Moisés es
cierto: He viajado en un OVNI, en uno de esos aparatos a los que
el vulgo ha bautizado con el nombre de "platillos voladores"...
He conocido un mundo maravilloso... ¡un verdadero paraíso!... y
voy a regresar a él...
—¿Que?
—Si. Yosip... Comprendo tu asombro y tengo que enterarte
minuciosamente de todo lo sucedido; y, además, pedirte que me
ayudes a arreglar mis asuntos personales, porque dentro de
quince días volverán por mí...
—¿Quiénes...? ¡De qué estás hablando...!
Pepe guardó silencio. Me miró
profundamente. En sus ojos creí advertir un brillo extraño, una
expresión desusada en él. Su mirada parecía penetrar hasta lo más
recóndito de m¡ conciencia, y sentí la rara impresión de que, a
través de esa mirada, una voz me hablara con palabras inaudibles
pero que podía entender en lo más hondo de mi ser y que me decía:
"¡Espera y escúchame con toda
atención!"
Abrió el cajón de su escritorio y
extrajo el sobre lacrado.
—¿Te acuerdas de esto?
Asentí con la cabeza. El abrió el sobre
y, extrayendo un voluminoso paquete de documentos continuó:
—Vas a conocer, ahora, lo que te
pedía hacer en caso de mi muerte. Las circunstancias han
cambiado en forma tan imprevista; los hechos a que voy a
referirme han modificado de tal manera mi vida, que voy a poner
en práctica todo lo que en este sobre te indicara. con la única
excepción de aquellos detalles que se referían a mis
instrucciones post morten, que ya no van a ser
necesarias. Pero antes, prométeme guardar el más estricto
secreto, mientras yo permanezca acá. sobre todo lo que ahora vas
a conocer, secreto que mantendrás hasta que yo me haya ido de
este mundo.
—¿Estás hablando en serio?
—Enteramente... Y por eso te pido que guardes el más absoluto
silencio sobre todo lo que vas a conocer y sobre los pasos que
ambos hemos de dar en estos días-.- ¡No me interrumpas! Voy a
revelarte un detalle íntimo de mi vida que nadie conoce en este
país. Lee esto...
Me alcanzó un documento que había
extraído del sobre. Era algo así como un diploma, escrito en
lenguaje que yo no conocía, y adornado con extraños símbolos y
figuras orientales.
—Está escrito en sánscrito —me
dijo—, y es el título de admisión en una antiquísima orden
esotérica secreta, a la que pertenezco desde hace más de treinta
años. Ya tu sabías de mis estudios filosóficos y metafísicos;
pero nunca pude revelarte que esos estudios estaban tan
avanzados que había llegado al dominio de conocimientos y
desarrollo de facultades que muy pocos poseen en este mundo.
Desde la muerte de Marita me propuse investigar, en ese terreno,
el enigma apasionante de los OVNIS.
Tenía referencias especiales acerca
de ellos y, al amparo de los poderes adquiridos en mi largo
adiestramiento esotérico, inicié la labor de hallar la forma de
comunicarme con los seres que los dirigen. Después de largos
meses de esfuerzos logré una primera comunicación mental, que
luego se repitió, telepáticamente, de manera más convincente y
positiva. Pude llegar a captar un mensaje inteligible y, al
cabo, una conversación concreta y plenamente satisfactoria. De
tal suerte, la noche aquella, en el más profundo secreto, me
había preparado para recibir un nuevo mensaje.-- pero en vez del
mensaje llegaron ellos, en persona...
Había establecido, horas entes, la
comunicación acostumbrada, y por toda respuesta recibí esta
orden: "¡Espéranos!"
—Pero ¡hablan nuestro idioma!
—No es exactamente eso... El lenguaje hablado o escrito necesita
de la emisión de sonidos, de estructuración de palabras y
frases. El lenguaje telepático, por medio de la transmisión del
pensamiento, no tiene esas limitaciones. El pensamiento se
manifiesta a través de ondas electromagnéticas parecidas a las
que emplean la radio y la televisión, y que, en verdad, se
encuentran muy cerca de éstas en lo que podemos llamar la
"escala cósmica de frecuencias".
Nuestro cerebro, y todo el sistema
nervioso, pueden ser comparados con un sistema
transmisor-receptor, de una sutileza y ciudad muy superiores a
todas las máquinas creadas por el hombre. De tal manera es
posible comprender cómo se producen los fenómenos de ideación, o
formación de imágenes internas dentro del circuito cerrado que
constituye nuestro cuerpo, en otras palabras, cómo pensamos; y
también la posibilidad de emitir esas ondas y de recibirlas,
según sea la potencia y la habilidad que se tenga para efectuar
ese trabajo. ¿Me comprendes?... Así nos entendimos...
Dos horas más tarde, en la
madrugada, una luz poderosa iluminó el jardín y vi descender,
suavemente, la máquina...
—¿Cómo son...?
—Muy parecidos a nosotros, aunque poseen características
especiales, diferencias propias a un desarrollo evolutivo con un
millón de años, aproximadamente, más adelantado que el
nuestro... Pero permíteme continuar, que en su momento,
conocerás todos esos detalles. Debo confesarte que, pese al
fuerte dominio propio a que estoy acostumbrado, como fruto de la
férrea disciplina que seguimos en la Orden. la presencia de
aquella nave extra terrestre en mi jardín me produjo una viva
emoción.
Salí a la puerta y esperé.
Lentamente se descorrió un paño de la
cúpula metálica del "platillo", dejando al descubierto el marco de
una entrada. En ella aparecieron dos personas vistiendo algo así
como las escafandras que utilizan nuestros astronautas.
Se detuvieron en esa puerta y, mientras
de la máquina se proyectaba una escalera mecánica, mi cerebro captó
claramente la invitación que me hacían para acercarme y subir al
aparato. Venciendo el temor que la parte material de mi naturaleza
humana imprimía en mi conciencia, obedecí.
Me recibieron con demostraciones
inequívocas de satisfacción, y en el silencioso lenguaje telepático
que nos comunicaba se me hizo saber que era bienvenido, y tenían la
misión de conducirme ante sus superiores para mostrarme cosas que
los hombres de este mundo debían conocer. Fui guiado amablemente al
interior. Era un recinto circular rodeado de tableros de control.
Algo así como la sala de comando de un submarino o una cabina de
controles electrónicos. Ahí nos esperaban otros tres tripulantes/y
el que parecía ser el jefe me ofreció una vestimenta parecida.
Me dijeron que íbamos a viajar fuera de
la tierra. Que no temiera nada, porque su misión era de paz y de
enseñanza. Que cumplían órdenes sabias que sólo buscaban el
mejoramiento de todos los habitantes de nuestro sistema solar, y que
las preguntas que leían en mi pensamiento serían satisfechas,
únicamente por sus superiores.
Se había cerrado la compuerta del exterior y vi cerrarse,
igualmente, otro mamparo de separación interior. Mientras los dos
que me recibieran fuera me ayudaban a vestir esa extraña escafandra,
los otros ocuparon sus puestos junto a sendos aparatos con múltiples
botones. Se escuchó un ligero silbido y la vibración de todo el
conjunto me dio a entender que partíamos. Uno de mis asistentes mi
invitó a mirar por un amplio ventanal, y mi sorpresa fue grande al
ver que nos elevábamos con tal rapidez que la Tierra empezaba a
verse en toda su redondez y, segundo a segundo, más pequeña.
Al preguntarles a qué velocidad íbamos,
sonrieron.
—Estamos empleando marcha lenta
hasta salir de la atmósfera de este mundo —fue la respuesta—-
Más adelante utilizaremos velocidad de crucero.
Pasaban los minutos. Desde el ventanal
contemplaba absorto, cómo se alejaba la Tierra que ya no era sino
una simple bola, cual una pelota de fútbol. De pronto un nuevo
silbido y una trepidación más fuerte mi hicieron notar que la
velocidad aumentaba.
El espació que nos rodeaba, fuera de la
máquina, era negro, tachonado de diminutos puntos luminosos. En un
corto lapso nuestro planeta se estaba convirtiendo en uno de esos
lejanos puntos, y no pude menos que sentir un escalofrío en todo mi
ser. Mis dos acompañantes me observaban, y uno de ellos me puso una
mano en el pecho. Experimenté la sensación de que por mis venas
circulara una fuera extraña, algo así como el efecto de un
estimulante cardiaco en los casos de shock. El conato de
desvanecimiento desapareció y minutos después me sentía reconfortado
y sin ningún temor.
Me invitaron asiento en uno de los raros pero muy cómodos sillones
que habla en el recinto. Todo el conjunto tenía aspecto metálico;
pero en los sitios de contacto con el cuerpo era de suavidad y
plasticidad superiores a cualquier otro material que yo conociera.
Consulté mi reloj y vi que había transcurrido una hora desde la
partida. Mientras descansaba, traté de calcular la distancia que nos
separaba de la Tierra, que sólo era como un gran lucero en el
espacio, y mi asombro no tuvo límites al darme cuenta que debíamos
encontramos a muchos cientos de miles de millas...
Los tripulantes estaban dedicados a observar los mecanismos de
control, y pocos minutos más tarde me llamaron al ventanal.
Frente a nosotros, muy lejana aún, se
distinguía una luz celeste que se agrandaba rápidamente.
—Esa es nuestra base —me dijeron—.
Al mismo tiempo noté que la máquina
disminuía su velocidad. El foco luminoso acercábase
vertiginosamente. Dos minutos y pude ver ya, claramente, algo como
una enorme bola brillante que, a medida que nos fuimos acercando
mostraba los contornos de una gigantesca estructura metálica
esferoidal. Nuestra nave fue disminuyendo la rapidez de su vuelo, y
pocos segundos más tarde girábamos en torno de aquella mole
suspendida en el espacio.
Podía apreciarse una serie de extrañas
construcciones, posiblemente edificios, y otros aparatos iguales al
que ocupábamos, ordenadamente alineados en lo que supuse sería una
pista circular de estacionamiento. Nuestra máquina se detuvo
exactamente sobre el centro de aquella pista, o lo que fuera,
manteniéndose inmóvil a una altura como de trescientos metros.
A poco, ante las señales emitidas por una de las pantallas de
control, comenzamos a descender suavemente hasta posarnos, sin la
menor trepidación, en esa gran plazoleta de metal. Los que me habían
asistido durante el viaje me dijeron que bajara con ellos. Me
regularon unas llaves del casco de la escafandra, y las puertas
corredizas se abrieron. Abajo esperaban otros seres con iguales
vestiduras, quienes me guiaron hasta una construcción semiesférica a
uno de los extremos del lugar en que quedó la astronave.
No pude ver, por ninguna parte, focos de luz, reflectores, o algo
por el estilo. Sin embargo, todo aquel sitio estaba profusamente
iluminado, como si estuviéramos de día. Era como si de las mismas
estructuras emanara la luz en todo el conjunto. Fui introducido en
ese raro edificio, y mientras atravesábamos varios pasillos y salas,
en que aprecié mobiliario y artefactos enteramente distintos a los
que yo conocía, me dí cuenta que también en el interior reinaba la
misma luz de fuera, sin distinguir ventanas ni lámparas de ninguna
clase. Nos detuvimos ante un arco cerrado por un mamparo de bruñido
metal que, al levantar una mano mi acompañante, se abrió lentamente.
Mi guía me invitó a entrar. Al hacerlo, vi que se quedaba atrás y la
mampara metálica volvía a cerrarse. Inquieto miré en tomo mío.
Estaba en una amplia sala circular, decorada sobriamente con escasos
muebles, todos de aspecto metálico. En el centro había una gran mesa
del mismo material y ante ella, sentado en un sillón parecido a los
que viera en el OVNI, me esperaba un hombre de figura imponente que
no vestía escafandra sino una especie de mameluco de textura
brillante como los muebles.
Su estatura era mayor que la de los
otros y que la mía siendo su cabeza, proporcionalmente al resto del
cuerpo, ligeramente más grande que lo común en la tierra.
Por lo demás, el rostro no acusaba
diferencias que pudieran ser desagradables a nuestro gusto estético,
y pude notar en sus ojos, de brillo inusitado, una aparente
expresión de dulzura.
—No temas —me transmitió en el
poderoso lenguaje telepático, lenguaje que yo sentía cada vez
más nítido y claro en mi interior—. Estás entre seres que sirven
a todas las humanidades de este sistema planetario, como ustedes
lo llaman. Vivimos para la Paz, el Amor y la Lux. Hemos recibido
tus mensajes y analizado tus pensamientos. Sabemos que conoces
muchas cosas que la mayoría de los seres de tu astro ignoran, y
por eso te hemos traído.
Ahora te voy a enseñar cómo
despojarte del yelmo de tu ropaje protector, pues en esta
estancia hemos reproducido, exactamente, las condiciones de la
atmósfera y presión de tu mundo, lo que a nosotros no nos afecta
mayormente. No te extrañe que ya no use la vestimenta que has
visto fuera. Más adelante comprenderás todo esto, porque te
vamos a enseñar muchas materias y formas de vida y de trabajo
que desconocen por completo en el astro al que vosotros llamáis
"Tierra".
Se levantó, y con ademán paternal me
ayudó a quitarme el casco de la escafandra. En efecto, la atmósfera
y la temperatura en aquel recinto no dejaban pensar que estuviéramos
a tan enorme distancia de nuestro planeta. Aún más, noté que mis
pulmones se ensanchaban y que todo mi cuerpo recibía como un baño
balsámico y reconfortante.
Iba a formular algunas preguntas, pero
mi interlocutor se adelantó, respondiendo a mi pensamiento:
—Somos una raza muy antigua, que
llegó al grado de evolución que hoy alcanza tu humanidad cuando
tu mundo todavía no era habitado por seres inteligentes. Y
nuestro Reino se encuentra en los confines de este sistema de
astros que ustedes denominan "Sistema Solar". Tu vas a visitarlo
y verás que ya en él se hallan otros hombres de tu mundo.
Descansa acá —y me mostró un artefacto parecido a una mesa baja
y plana— porque dentro de una hora del tiempo que tú conoces,
emprenderás el viaje a nuestro Reino...
Sonrió levemente y salió. Al reclinarme
en tan extraña cama sentí como aquella superficie amoldábase a la
perfección a mi cuerpo, adaptándose, mullida, a las diferentes
posturas que tomara, y, al mismo tiempo, me sentía envuelto por una
tenue corriente de aire, o lo que fuera, de sutil perfume, que
gradualmente me llevó a un profundo sueño.
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CAPITULO II
La Visita a Ganímedes
Pepe había hecho una pausa para servirse una taza de café. Me
ofreció otra, y después de saborear la aromática infusión, volvió
a acomodarse en su butaca para reanudar el relato.
Observé que ya no fumaba.
—Así es—me respondió—. Desde
entonces no he vuelto a usar tabaco. En realidad sólo es una
droga estimulante del sistema nervioso. Nos entretiene, pero
puede ocasionar efectos dañinos que es mejor evitar. Además, en
este viaje he visto muchas cosas nuevas y he recibido corrientes
vivificantes desconocidas en este mundo, que reemplazan con
creces todos los tónicos y substancias químicas empleadas en la
Tierra para activar nuestra energía... En el curso de esta
exposición, y en lo que hablemos los días próximos, vas a
conocer detalles verdaderamente maravillosos de cómo es la vida
en ese reino de superhombres...
—Pero ¿son hombres como nosotros?
—Hasta cierto punto, si. Ya te dije, no obstante, que poseen
algunas características diferentes, debidas al gran adelanto
evolutivo que tienen respecto a nosotros. No olvides que su
civilización es un millón de años más antigua que la nuestra, y
en ese largo lapso han llegado a poseer dos sentidos más que el
hombre de este mundo: el sexto, que en la tierra sólo está en
embrión en algunos, muy pocos seres, es común a todos ellos a
través de órganos perfectamente desarrollados.
La glándula pineal en su cerebro es
casi el doble que la nuestra, y en el de ellos se encuentra
conectada por un filete nervioso con la pituitaria, a diferencia
de la nuestra, lo cual les permite poseer la clarividencia —ese
"tercer ojo" al que se refieren los orientales— como sexto
sentido, común y natural. Además, en su cerebro, más grande y
con mayor desarrollo que el nuestro, existe un pequeño bulbo,
desconocido por nosotros, ubicado entre el bulbo raquídeo y la
pituitaria, bulbo que en algunos de ellos, los más adelantados,
es el asiento de un séptimo sentido o sea el de la "Palabra
Creadora" o Verbo, poder para actuar sobre la materia por el
sonido, utilizando las vibraciones sonoras como fuerza
transmutante y reguladora. Por eso aquellos superhombres ya no
usan el lenguaje hablado.
No lo necesitan, pues su sexto
sentido y su gran potencia cerebral y mental les permiten
comunicarse con la lectura, o captación directa, del pensamiento
y el uso de la telepatía. Su órgano de la voz únicamente lo
utilizan para determinados efectos.
Para producir o destruir fenómenos
materiales, para influir a voluntad sobre los elementos, y para
construir objetos, dirigiendo, alterando o regulando, con el
concurso de otras fuerzas cósmicas, el proceso atómico y
molecular de las substancias.
Su conocimiento y poder sobre la
Naturaleza y el Cosmos son tan avanzados, que muchos de los
fenómenos considerados entre nosotros como milagros, son hechos
naturales y corrientes en su mundo. Tu recordarás haberme oído
explicar, otras veces, que la materia es única: una sola en su
esencia, y que todas las formas conocidas por nosotros no son más
que transmutaciones, cambios, modificaciones del funcionamiento
atómico y molecular y de sus sistemas, en cada cuerpo o en cada
elemento.
De ahí el hecho, ya comprobado en la
Tierra, de la posibilidad de transformar una substancia en otra,
modificando su constitución atómica. Por Tanto, quien conozca las
leyes que rigen las relaciones entre la energía y la materia; y
posea los medios, o poder, de hacerlas funcionar a voluntad, está en
condiciones de operar toda clase de fenómenos, en relación directa
con los alcances de su poder y de su ciencia.
Pepe hizo otra pausa.
Bebió algunos sorbos de café, y
continuó:
—Todo esto y mucho más te explicaré
en el curso de estos días en que tendremos que estar juntos la
mayor parte del tiempo. Debo preparar todos mis asuntos para no
dejar nada pendiente acá... Entérate de este otro documento...
Al decir esto me alargó unos papeles
extraídos del sobre lacrado. Eran su testamento. En él me donaba el
íntegro de sus bienes, exceptuando los fondos que poseía en un
banco, los que me pedía emplear en la cancelación de una serie de
obligaciones.
—Todo esto lo preparé presumiendo un
caso de muerte repentina. Ahora tenemos que hacer algunas
pequeñas modificaciones. Yo pagaré, personalmente, mis deudas y
atenderé todas las obligaciones que aún me quedan. Y al mismo
tiempo, haremos la transferencia de esta casa, del auto y de
todas mis pertenencias en muebles y enseres, a ti y a los tuyos.
—Lo encuentro absurdo, Pepe. ¿Qué razón hay para que insistas en
un propósito de tal naturaleza?
—Ya te he dicho que, dentro de quince días, regresarán por mí...
—Pero.., ¿qué locura es esta?
—No es locura. Yosip. Voy a dejar la Tierra voluntariamente.., y
no soy el primero ni el único... Ya viven allá varios hombres de
los nuestros. Algunas de esas desapariciones de científicos y
otros, de quienes no se supo más, tienen esa explicación: Se
encuentran en Ganímedes...
—¡Ganímedes! ¿Qué es eso?
—Es el nombre que nuestros astrónomos dan a ese mundo: la
segunda en tamaño de las más grandes "lunas", o satélites
naturales, del planeta Júpiter...
—Pero Júpiter está a una distancia enorme...
—Sí, a un promedio de setecientos sesenta millones de kilómetros
de nosotros. Ganímedes es un astro de tamaño mayor que el
planeta Mercurio. Más o menos de la mitad del tamaño de la
tierra, siendo su constitución física y química bastante similar
a la nuestra; pero la civilización que he encontrado allá es tan
diferente. hay una distancia tan grande entre ambas, que bien
podríamos decir que es un verdadero paraíso.
—¡No atino a comprenderte! ¿Cómo puedes haber ido y vuelto a un
astro que está a tantos millones de kilómetros, en sólo dos
semanas y media, si para ir y regresar a la Luna que está como
si dijéramos pegada a nosotros, demoran una semana...?
Pepe sonrió. Me miró con expresión en la
que sentí mucho de paternal condescendencia, y en forma lenta,
sentenciosa y grave, continuó:
—Nuestros sabios, nuestros físicos y
técnicos, nuestros médicos y químicos, nuestros políticos,
juristas, hombres de letras, de leyes o de religión, que hasta
ayer se creyeran los únicos seres inteligentes en todo el
Universo, y que, ingenuamente, pensaban que la Tierra —una
simple gota de agua en el ilimitado océano de la Vida y del
Cosmos— era el único mundo habitado, tendrán que convencerse,
muy pronto, de que sólo son como estudiantes de primaria si los
comparamos con los habitantes de Ganímedes... Ellos han llegado
a construir máquinas capaces de alcanzar velocidades
incomprensibles para nosotros: velocidades cercanas a la de la
luz... Debes saber que el viaje, desde la base en el espacio a
que me referí antes y su mundo, sólo duró tres días y cuatro
horas...
Mi asombro no me permitió articular
palabra. Pepe sirvió más café, y continuó.
Cuando llegamos, encontré un país de
rara belleza.
Un mundo con marcados contrastes en su físico, pero
con una vida que es expresión de la paz y la armonía, en grados
imposibles de comparar a nada de lo nuestro. Durante el viaje había
sido sometido a un tratamiento de adaptación que me permitiría,
después, poder respirar y moverme en ese ambiente sin la escafandra.
De la máquina que nos condujo a través
del espacio, fui trasladado, por una especie de corredor
herméticamente aislado del exterior, a un recinto bastante parecido
al que conociera en la base espacial. Allí permanecí otros tres días
(según mis cálculos de tiempo, conforme a mi reloj) durante los
cuales se me esterilizó de todos los gérmenes terrestres,
completándose el tratamiento para mi adaptación a la atmósfera
externa. Mientras estuve en aquel lugar, recibí la visita de un
grupo de hombres y mujeres de nuestro planeta.
Me explicaron que habían sido
transportados en diferentes épocas. Que se les estaba educando y
tratando científicamente para estar en condiciones de volver a la
Tierra en el próximo siglo, cuando las circunstancias actuales hayan
cambiado y sea el momento de formar una nueva raza, superior, en
nuestro mundo.
Recordarás, Yosip, que alguna vez te
dije que nuestra civilización está llegando a su fin. Que estamos
viviendo las profecías de los libros sagrados de Oriente y
Occidente. Ya la humanidad terrestre está pasando por todo lo que,
en el lenguaje simbólico y alegórico de la Biblia, se predice en el
Apocalipsis de San Juan. Los "tiempos han llegado" y nuestra
civilización agoniza. Tres de los caballos alegóricos y funestos de
aquella profecía, han desatado su furia sobre nuestro mundo.
Por eso es que se está viviendo un caos
tan horrible; toda la humanidad está conmovida por la más absurda
explosión de los bajos instintos, de las pasiones desbordadas, de la
más cínica y desvergonzada exposición de sus vicios y de sus
brutales apetitos. Nunca, hasta hoy, habíamos asistido a una
quiebra, tan completa, de los más altos valores del espíritu. Las
normas elevadas de moral, de belleza y de armonía, se han olvidado,
producen risa y escarnio... todo marcha hacia su propia
destrucción, en un bestial alarde de materialismo egoísta, sádico y
repugnante; en una eclosión nefasta de barbarie y de lujuria, que
olvida la belleza y el amor y sólo busca la embrutecedora sensación
efímera del orgasmo y de la orgía, en un ambiente invadido por las
drogas, la violencia y el crimen... Y así marchan todos, como un
rebaño furioso que se lanza hacia el abismo...
El cuarto jinete apocalíptico asolará la Tierra cuando estalle la
tercera y última guerra mundial, y los cataclismos y calamidades de
todo orden arrasen íntegramente el planeta; porque los hombres de
nuestra raza no han logrado avanzar moral ni intelectualmente hasta
un nivel en que su egoísmo, su avaricia, su odio y su lujuria les
dejarán paso a concepciones superiores, a realizaciones más
perfectas y depuradas, a instituciones más sabias y altruistas, a
una convivencia más fraterna y pacífica... Sólo han desarrollado la
ciencia y la técnica por afán de lucro, de dominio de egoísta
competencia y no de útil cooperación. Y el resultado es la constante
división, el enfrentamiento del hombre contra el hombre, y por
tanto, la guerra...
Debes saber, que en ese mundo al que fui llevado, y al que voy a
regresar, ya no se conocen las guerras ni la menor forma de lucha o
antagonismo entre sus habitantes. Han desarrollado instituciones que
permiten la mutua y recíproca convivencia en un sistema de
cooperación mundial perfecto, bajo la sabia dirección de un estado y
un gobierno que abarca todo ese mundo.
Hace muchos siglos, muchos miles de
años, que esa raza alcanzó tal grado de adelanto, que les permitió
visitar la Tierra en otras oportunidades. Todas las referencias que
en los escritos más antiguos conocidos por nosotros se hace sobre
visitas a este planeta de "dioses en carros de fuego" como en las
mitologías de Grecia, de los papiros del Egipto, de Persia. de la
India y el Tibet; las leyendas fabulosas de los Mayas, los Aztecas y
los Incas; el "Hombre de la Máscara de Jade" hallado en una
desconcertante sepultura bajo la Pirámide de Palenque, en México, el
año de 1952, cuyo sarcófago de piedra, de diez mil años de
antigüedad, estaba cubierto por una enorme losa con bellos
altorrelieves representando a un hombre sentado a los mandos de una
nave espacial...
Todo eso ha sido motivado, en los
albores de nuestra civilización, por las visitas que, de tiempo en
tiempo, hacen los hombres de esa raza a nuestro mundo. No se trata
de visitas de estudio ni de mera curiosidad científica. Desde hace
miles, muchos miles de años, pues cuando el Egipto de los Faraones
sólo era un conjunto de tribus salvajes, en Ganímedes ya existía una
civilización tan sabia y tan poderosa que les permitió ser los
intérpretes y ejecutores del Plan Cósmico de nuestro sistema solar.
Y en cumplimiento de ese Plan vinieron a la Tierra cuando su
presencia fue necesaria para ayudar a adelantar a los seres de este
mundo.
El mítico y portentoso
Hermes Trismegisto, piedra fundamental de
toda la sabiduría egipcia de ese entonces, y de muchas escuelas
esotéricas, fue uno de ellos..., Y la subida al "cielo" del profeta
Elías, en "un carro de fuego", que nos narra la Biblia, no fue sino
una de las tantas misiones de ese Plan Cósmico, ejecutadas por los
seres de esa raza de superhombres...
Mi amigo volvió a callar. Sirvió más
café y mientras lo tomaba, me miró serena pero insistentemente. Yo
estaba absorto, sin saber qué decir. Experimenté una extraña
sensación. Me parecía que de sus ojos partiera una luz que invadía y
llenaba mi cerebro. Me sentí confuso y me levanté bruscamente del
asiento. El sonrió.
Dejó el pocillo y, abriendo un cajón del
escritorio, me mostró un pequeño objeto de metal, parecido en tamaño
y formas a una máquina fotográfica de las más chicas.
—He traído esto y, cuando me vaya,
te lo dejaré. Es un aparato transmisor y receptor con el que se
puede uno comunicar directamente con ellos. No debe usarse sin
necesidad, pues no tendría ningún resultado positivo y útil
hacerlo por mera curiosidad. Te enseñaré su manejo y cuando
tenga que entrar en contacto, estarás presente y así no dudarás
más de mis palabras.
—Pero ¿de qué me servirá cuando te vayas?
—Podremos seguir comunicándonos. Será un privilegio que
guardarás en el más estricto secreto, exclusivamente para bien
tuyo y de los suyos. Tal vez más adelante, puedan ustedes,
también reunirse con nosotros...
—¿Y cuando se le acabe la fuerza?
—Su potencia es permanente, inalterable. Actúa con energía
cósmica, y lo único que se requiere es que pueda recibir, por lo
menos, una hora de luz solar cada semana. Me servirá para
instruirte a través de la distancia que separa ambos mundos, y
tú y los tuyos resolverán su porvenir... No olvides lo que te he
dicho antes: Los tiempos han llegado, el Apocalipsis se cumple y
esta civilización será extinguida, como lo indican, en símbolos
y alegorías, la Gran Pirámide de Keops en el Egipto y las
profecías de San Juan, y ello tendrá lugar en los últimos
decenios de este siglo...
La promesa de Cristo se
realizará: La famosa "Jerusalén de Oro", símbolo de la nueva
raza, que "baja desde los cielos a la Tierra" para establecer en
ella Su Reino, serán hechos tangibles y reales en el próximo
milenio. Pero todos los males de este mundo tienen que
desaparecer. La humanidad de este planeta deberá ser regenerada,
para que una nueva civilización, sobre los moldes de la de
Ganímedes, pueda reemplazar a las carcomidas y pútridas
estructuras sobre las que descansan todas las creencias y todas
las instituciones actuales.
Como el Ave Fénix, esta raza y esta
civilización morirán para ser purificadas, redimidas, superadas,
renaciendo de sus cenizas en los albores de un mundo y una raza
nuevos, cuyos primeros padres serán aquellos, —hombres y
mujeres— escogidos por su grado de adelanto, que son,
efectivamente, "los de las blancas vestiduras del Reino" de que
nos habla el Apocalipsis y el Juicio Final, que van a ser
llevados, poco a poco, a Ganímedes, para regresar, debidamente
preparados, cuando llegue el tiempo de repoblar la Tierra bajo
la dirección, amorosa y sabia, de sus maestros de ese mundo...
—Te he oído decir que esos hombres y
mujeres van a venir otra vez, en el siglo próximo,.- ¿cómo van a
poder vivir tantos años y llegar a ser los padres de la nueva
raza a que te refieres...?
—No te extrañen mis palabras: en Ganímedes, uno de los
conocimientos comunes es el de la conservación de los cuerpos.
La regeneración celular, y por tanto el mantenimiento orgánico
sin la esclerosis que produce la vejez, son conocidos y
utilizados por todos. El secreto de los patriarcas bíblicos, que
vivieron varios siglos, es común en ese mundo...
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CAPITULO III
El Viaje
Las pruebas que Pepe me diera, en el curso de esos quince días,
acabaron por convencerme. Las maravillas de que me hablaba,
diariamente, me hicieron sentir, poco a poco, el anhelo de conocer
también aquel verdadero paraíso...
Pero el escollo más grande estaba
en mi familia y en nuestra falta de preparación. Si yo me había
convencido, no por eso me encontraba a la altura de los
conocimientos y del desarrollo moral, mental, y científico logrado
por él y los míos, tan distantes como yo, a tal punto, que tuvimos
que ocultar nuestros pasos de los primeros días y hacer creer que se
preparaba para un viaje a otro lugar de la Tierra, de donde no
regresaría.
Ya todos sus preparativos estaban ultimados. Mi familia feliz por la
sorpresiva herencia. Las amistades en la idea de su partida a un
lamasterio de la India. Y sin embargo, yo cada vez más inquieto;
preocupado minuto a minuto, hora tras hora, por el extraño secreto
de ese mundo al que Pepe había ido enseñándome a imaginar, a
comprender y, al fin, a desear...
De sus explicaciones, de sus numerosas anécdotas vividas en los
pocos días que pasara allá, se desprendía una luz que invadió
totalmente mi alma. Es un mundo en que no existe el mal en forma
alguna. Una especie de colmena gigantesca en donde todos trabajan
felices, con la alegría y el amor de verdaderos hermanos. Un mundo
en que la sabiduría milenaria, y la ciencia y la técnica en niveles
tan elevados, han logrado eliminar, desde tiempos remotísimos, todas
las enfermedades, todas las pasiones comunes a nuestra humanidad,
todos los elementos de discordia o división.
Un mundo en donde no existen ni
fronteras, ni credos divergentes, ni mezquinos intereses económicos
susceptibles de enfrentar y enemistar a sus habitantes.
Una religión superior, sin dogmas
absurdos o caprichosos; una religión nacida del conocimiento
profundo del Cosmos, de la Vida y de la Eternidad, no impuesta con
palabras y amenazas, sino demostrada con el conocimiento científico
de las grandes verdades espirituales y cósmicas, y obediente no a
seres mortales e imperfectos, muchas veces falsos e hipócritas, sino
al mandato directo de entidades superiores, gobernantes sabias y
amorosas de aquel Reino al que Cristo se refiriera, muchas
veces, cuando decía: "Mi Reino no es de este Mundo".
Un mundo guiado, políticamente, por un conjunto de sabios y
poderosos Maestros, preparados a través de una larga evolución para
su papel de conductores y de padres de la masa. Un país en que sus
gentes, dotadas del sexto y del séptimo sentidos, jamás podrían
engañarse ni ocultar su pensamiento y por tanto, en la necesidad
—hecha ya facultad consciente y nata— de obrar el bien y no caer en
ningún error susceptible de hacer daño...
Un lugar donde a nadie le hace falta
nada para ser feliz, en que todo se produce para la satisfacción de
todos, a través de sistemas en que cada cual desempeña su misión con
el más completo conocimiento y dentro del más depurado concepto de
la mutua ayuda y de la reciproca correspondencia. Esa imagen
paradisíaca de las realizaciones más avanzadas y más nobles en todos
los campos de la vida.
Y, al mismo tiempo, el dominio sabio y
absoluto de las fuerzas naturales y de la naturaleza toda de ese
mundo, para un aprovechamiento integral en beneficio colectivo de
sus habitantes... ¡qué diferente es de nuestra mezquina Tierra!
gobernada, en muchos casos, por tiranos ejecutores de particulares y
encubiertos intereses; por avaros comerciantes, ávidos por llenar
sus arcas a costa del sufrimiento, de la explotación y del engaño de
otros; por falsos apóstoles ambiciosos, hipócritas y muchas veces
crueles; por ignorantes infatuados por un leve barniz de infantiles
conocimientos, que, en alardes de orgullo y vanidad, se pavonean
como los únicos definidores de la Verdad y la Vida...
Comparaba, a cada instante, los alcances
de nuestra ciencia y de nuestra técnica, las que a pesar de los
progresos tan notables de este último siglo, distan tanto de lo
demostrado por esas máquinas dominadoras del espacio y de todas las
limitaciones de la energía y la materia conocidas por nosotros.
Contemplaba el panorama de este mundo, habitado en su mayor parte
por seres en la más triste condición de vida, material y moral,
explotados Inicuamente, muchas veces, para acumular riquezas en
beneficio de pequeños grupos de pulpos humanos,.. y poblado
igualmente, por una heterogénea multitud en que los bajos instintos,
desbocándose continuamente, los llevan a cometer las acciones más abyectas, los más viles engaños, las traiciones más ruines, los
abusos más crueles y los más abominables crímenes...
En tal estado de ánimo, vi llegar, con el ansia y la sed que tendría
el perdido en un desierto, el momento en que Pepe iba a comunicarse
con Ganímedes. Cinco días antes de su partida, nos encerramos en su
casa por la tarde. Se sentó junto a mí. Extrajo el aparatito que me
habla mostrado la vez anterior; accionó una llavecita, y esperamos
en profundo silencio. El mecanismo comenzó a emitir un ligerísimo
zumbido, y en la pantalla del transmisor, parecida a una lente
fotográfica nuestra, apareció un punto luminoso que se agrandó,
segundo a segundo, hasta llenar todo ese espacio.
Entonces, Pepe colocó sus dedos sobre un
botoncito, y vimos formarse una imagen, al principio borrosa, pero
cada vez más nítida: era el panorama de una región que podía ser
algún lugar de la Tierra. La imagen se acercaba, y pude percibir
vegetación, que una vez cerca, era diferente de cuanto yo conocía,
Al mismo tiempo escuchaba algo así como una música suave, armoniosa,
de efecto balsámico. La proyección era como si estuviésemos volando
sobre aquel paraje, y vimos que nos aproximábamos a un extraño
edificio, semiesférico, de un brillo inusitado.
La visión pasó a través de los muros y
nos encontramos en un recinto rodeado por numerosos tableros de
control y pantallas rutilantes, con diversas imágenes en movimiento.
En el centro, ante una rara mesa de metal con numerosos botones y
llaves, estaba un hombre de cabeza algo abultada. Su rostro ocupó
todo nuestro lente hasta que sólo vimos los ojos. Ojos raros,
profundos y con intenso brillo.
Vi que mi amigo concentraba fijamente su
vista en esos ojos, y al cabo de unos segundos me habló, sin apartar
la mirada del aparato:
—Me dice que te salude y que trates
de concentrar tu atención en sus ojos.
Me esforcé en hacerlo. Aquellas pupilas
parecía que emitieran ondas que iban penetrando en mi cerebro.
Pensaba en ese momento si podría llegar, algún día, a conocer tan
maravilloso mundo, y sentí clara, positivamente, en mi interior,
como una voz que respondía:
—Déjate guiar por tu amigo. El te
enseñará lo necesario, y cuando tú y los tuyos estén preparados,
podrán venir con nosotros.
Miré a Pepe, que sonreía. Me hizo seña
de que me apartara, y tornó a concentrarse en su silenciosa
conversación. Pasaron algunos minutos. Pepe se hizo atrás,
ligeramente, y esos ojos volvieron a clavarse en los míos:
"Ten fe, y hasta pronto" —pude
captar nítidamente que me decían.
Mi amigo retiró la mano del aparato. Se
apagó la imagen de la pantalla y entre los dos cerramos la
llavecita.
— Y ¿qué me dices ahora.. . ? —me
preguntó.
Ya no necesitaba responder. Me prometió
enseñarme cómo y por qué funcionaba el aparatito, recomendándome no
mostrarlo a nadie, fuera de mi mujer, cuando él se hubiese ido, y me
anunció que todo estaba listo para su viaje.
—Le he preguntado si la noche de mi
partida puedes venir con tu familia y me autoriza a hacerlo,
para que crean y puedas ayudarlos en la difícil tarea de
conseguir que te acompañen, cuando llegue el momento propicio de
alejarlos de este mundo. Lo he pedido con insistencia, porque el
amor que les tengo me impele a salvarlos de los terribles
tiempos que se avecinan. Vuestras almas han llegado a niveles de
moral que permiten adaptarlos a ese cambio de mundo.
Pero requieren la preparación
científica y los conocimientos técnicos indispensables a tan
formidable salto. Eso lo vamos a hacer, si ustedes cooperan. En
tal caso, nuestra separación será por corto lapso. Pero no debes
olvidar que ese aparatito que te dejaré, sólo lo usarás tú y
nadie más que tú... De lo contrario, se romperá toda nuestra
comunicación.
Cuando hayan aprendido lo suficiente para tener una base
ele-mental de conocimientos, especialmente metafísicos, que les
permita lograr una marcada transformación de su constitución
molecular, a fin de alcanzar una elevación de sus frecuencias
vibratorias en todo el organismo, podremos llevarlos, y gozarán
de ese reino bendito, en el que serán educados y tratados
adecuadamente para estar en condiciones de repoblar la Tierra,
como otros muchos, en los comienzos de la Nueva Era...
La noche de su partida, Pepe nos invitó
a comer en su casa, No me había atrevido a revelarle nada a mi mujer
y mis hijos, Preferí esperar que los hechos consumados me evitaran
la lucha y discusiones por convencerlos de que no estaba loco.
Solamente les dijimos que esa noche viajaría, y ellos pensaron que
sería por avión.
La comida transcurrió animadamente y tuvimos buen cuidado de
deslizar en los cócteles de mi esposa y mis hijos sendas dosis de
calmantes para los nervios.
Los muchachos preguntaban insistentemente por el país donde iba
Pepe, a qué hora salían para el aeropuerto, y toda esa serie de
preguntas comunes en un caso de viaje normal.
—Ya falta poco; esperen, que todavía
tenemos tiempo...
—¿Está muy lejos ese país?
—Si, muy lejos...
—Y ¿es muy bonito?
—¡Bellísimo! Todo lo que les pueda decir sería pálido en
comparación con la realidad.
—Y ¿podremos ir a visitarte?
—Así lo espero. Todo lo que tienen que hacer es portarse bien.
Obedecer y querer mucho a sus padres, y aprender todo lo que
papito les va a enseñar a partir de hoy...
El tiempo se deslizaba lentamente. La
conversación giraba en torno al supuesto viaje a la India. Pepe y yo
cambiábamos miradas de inteligencia, y según se acercaba la hora
convenida, mi nerviosidad aumentaba, pese a que había tomado, a
hurtadillas, mi buena dosis de calmante.
Eran las dos de la madrugada cuando, por las ventanas del comedor,
vimos que el jardín se iluminaba con un potente haz de luz que
bajaba de lo alto.
Todos, menos mi amigo, nos alanzamos
hacia las ventanas.
—¡Qué luz es esa! —exclamaron ellos
a coro.
Yo miré a Pepe, quien, impasible,
permanecía en su asiento.
—Tengan calma y no se asusten —dijo,
marcando las palabras, en las que, no obstante, se apreciaba
profunda emoción—. Ya vienen por mí...
—¡Cómo!... ¿En esa forma? —exclamó asombrada mi mujer.
—Sí; nada teman ni se asusten con lo que van a ver... Son
amigos, y ha llegado la hora de mi partida...
En aquel instante un grito salió de la
boca de quienes desconocían el secreto: Una máquina enorme, en forma
de gigantesca lenteja, descendía suavemente sobre el jardín,
proyectando un poderoso haz de luz celeste desde su centro.
—¡Un "platillo"! —gritaron los
muchachos—
Mi esposa se había abrazado a mí,
temblando,
—No te asustes —le dije. tratando do
calmarla— Yo también lo sabía.. . pero no podía decírtelo.
El OVNI acababa de posarse en el suelo.
Todos especiaban la escena con la boca abierta y temblorosos. El
mayordomo nos miraba de hito en hito, Pepe, con toda serenidad, se
levantó y lenta. mente nos llevó hacia la puerta,
—Ha llegado el momento dijo con voz
que la emoción, mal reprimida, hacia trémula. Repito que no
deben temer nada; son amigos, y fueron ellos con los que hite el
viaje anterior. No habríamos podido explicarles nada, pues no lo
hubieran creído y nos exponíamos al ridículo o algo peor...
Yosip ya lo sabe todo y él les narrará todo cuanto ha sucedido,
en verdad. Tenía que disfrazar la realidad de este hecho
prodigioso, porque estamos en un mundo atrasado en donde aún
priman la ignorancia y la incredulidad, como frutos del
desconocimiento de muchas grandes verdades del Cosmos... Mi
viaje no es a la India, como tuvimos que mentirles, ya que no
habrían aceptado, jamás, el que pudiese, en verdad, en.
caminarme a otro astro, muy distante del nuestro. Con lo que
están viendo, ahora lo creerán...
Querido hermano: no dejes de comunicarte conmigo. Ya sabes cómo
hacerlo. Instruye a estos seré. que tanto amamos los dos, sobre
todas las enseñanzas que te iré dando a través de la enorme
distancia que separa nuestros mundos. Sólo así, aprovechando con
firmeza y aplicación todas esas lecciones, podréis, un día no
lejano, imitarme y llegar a conocer ese mundo maravilloso al que
hoy me dirijo...
Ya tienes todas las instrucciones
que pude proporcionarte en estos quince días. Lo demás, sólo
podré dártelo si te comunicas permanentemente conmigo...
Y ahora, mis queridos hermanos —su
voz temblaba y dos lágrimas corrieron por sus mejillas—
¡hermanos de mi alma!... Que Dios os proteja, y que permita que
podamos unirnos nuevamente en ese mundo de Paz, de Lux y de Amor
al que hoy me llevan por mi propia voluntad...!
Nos besó a todos en la frente y con paso
firme se encaminó al jardín. En la pared metálica de la máquina se
había abierto una especie de puerta oval, y dos figuras humanas
vestidas de escafandra como las de nuestros astronautas, lo
esperaban en lo alto de una escalerilla mecánica.
Subió lentamente los escalones y se
volvió hacia nosotros, que nos habíamos detenido en la puerta del
jardín.
—Hasta pronto, queridos míos!.,, —le
escuchamos exclamar, en voz alta, mientras hacía ademán de
bendecirnos; y luego desapareció en el interior del "platillo",
seguido por los otros dos.
La escotilla se cerró, y un minuto
después, que nos pareció un siglo, aquella extraña nave espacial,
arrojando chorros de fuego por todos sus contornos, empezó a
subir...
Muy lentamente, al principio, hasta
alcanzar una altura bastante considerable, y luego, haciendo un
rápido giro, se remontó vertiginosamente, hasta que la perdimos de
vista en la oscuridad del cielo...
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