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por
Jacques de Mahieu del Sitio Web Editorial-Streicher
Las Aventuras Americanas de Ullman y de
Heimlap
La
palabra "tradición" no debe llamarnos a engaño. Los relatos que
indígenas cultos hicieron a los cronistas españoles inmediatamente
después de la Conquista y los textos que redactaron entonces, en
castellano o en idiomas locales, indios en cierta medida
hispanizados no se referían a meras leyendas oralmente trasmitidas
generación tras generación, pues los pueblos de Mesoamérica tenían
libros de Historia escritos con caracteres ideográficos y los del
Perú, quipus, conjuntos de piolines con nudos, que constituían para
los amautas, especializados en su composición e interpretación, una
base mnemónica segura.
Ahora bien; sabemos por los cronistas y por los Conquistadores mismos que los indígenas no se asombraron de la llegada de los españoles ni intentaron seriamente ofrecerles resistencia.
Cortés entró en Tenochtitlán (la actual ciudad de
México) con 400 hombres y Pizarro emprendió la conquista del Perú
con 177 oficiales y soldados. En todas partes, los recién llegados,
blancos y barbudos, fueron considerados como "Hijos del Sol" y se
les rindió pleitesía como a dioses.
Tampoco se sorprendió el emperador inca Huayna Kapak cuando, en 1523, ocho años antes de la llegada de Pizarro, recibió la noticia de que "gente extraña y nunca vista en aquella tierra" - era la expedición de Vasco Núñez de Balboa - andaba en un navío por la costa Norte del Perú.
Moribundo, reunió a sus hijos, sus capitanes y los jefes indígenas que lo acompañaban y les dijo:
Este testimonio no es tan preciso como el anterior, tal vez por la
trasmisión oral que lo hizo llegar a oídos del cronista; pero no
deja de ser significativo, pues Huayna Kapak no habría podido
esperar a la "gente nueva" de no haber tenido anteriormente su
pueblo o su linaje algún contacto con ella.
¿De dónde habían venido los antepasados de Moctezuma y de los quichés?
Las tradiciones azteca y maya dan la respuesta a través de las versiones complementarias de casi todos los cronistas. Éstos se refieren al lejano país de origen de los toltecas, el pueblo civilizador por excelencia del Anáhuac, cuya acción se proyectó hasta el país maya.
El príncipe azteca hispanizado Ixtlilxóchitl nos habla de la grande y opulenta ciudad de Tula, antiquísima capital de los toltecas antes de su llegada a México. Nos describe sus templos y sus pirámides dedicadas al Sol y a la Luna.
Menciona su religión,
exenta de todo culto sangriento, y su elevado nivel cultural. Un
canto fúnebre tolteca agrega un detalle altamente significativo,
como veremos: había en Tula un templo de madera, material éste que
ningún pueblo náhuatl ni maya empleó jamás para la construcción de
sus edificios religiosos.
Según ésas, la ciudad sagrada se encontraba en un verdadero paraíso terrenal. Sus ricos palacios de jade y de concha blanca y rosa estaban rodeados de campos donde las espigas de maíz y las calabazas alcanzaban el tamaño de un hombre y donde el algodón crecía de todos los colores.
Era el "país de Olman". Había en él caucho y cacao en
abundancia y sus habitantes llevaban joyas incomparables y lujosa
vestimenta, inclusive sandalias de goma.
Pues no hay duda alguna de
que éstos llegaron al Yucatán desde el Anáhuac, como habían llegado
anteriormente a los valles mejicanos desde el Norte. Se trataba,
pues, de una tradición ajena, y no es de extrañar que se haya
modificado profundamente con el tiempo.
En vano se ha tratado de identificarla con Teotihuacán o Xicotitlán, pero estas ciudades que los toltecas ocuparon a su llegada al Anáhuac se hallaban, respectivamente, a 50 y 100 kms. de Tenochtitlán y difícilmente pueden ser consideradas como capital de un país lejano. El problema queda planteado, pues, y sólo por deducción podemos llegar a una hipótesis al respecto.
El ya mencionado detalle del templo de madera nos suministra una indicación preciosa. La única región donde existía, en la Edad Media, este tipo de edificio religioso era, en efecto, Escandinavia. Si consideramos que la ciudad donde se encontraba el templo en cuestión se llama Tula, palabra ésta extrañamente parecida a Thule, nombre primitivo de las tierras del Gran Norte europeo, los hechos relatados por los cronistas empiezan a tomar cierto sentido.
Hay más todavía: el nombre del "país de Olman" - a veces, "Oliman" u "Oloman" - de donde, para los mayas, venían los toltecas.
Se quiso hacer
derivar Olman de ulli u olli - la u y la o se confunden en los
idiomas americanos - palabra maya que significa "caucho" y que el
castellano incorporó con la forma hule y, por lo menos en México,
con el mismo sentido.
Lo lógico sería que Olman - o Ulman - en la expresión empleada por Sahagún, se refiriera al nombre del país de donde procedían los recién llegados o al nombre del jefe de estos últimos.
Ahora bien: Ull o Ullr es, en la mitología nórdica, el dios de los cazadores.
Ullman significa, pues, en cualquiera de los idiomas germánicos, "el
hombre de Ull", nombre o apodo adecuado para un guerrero escandinavo.
Se trata evidentemente de la misma palabra, escrita con una u o una v, pero esta variación ortográfica nos impide saber cuál era su pronunciación. De cualquier modo, el nombre no es náhuatl ni maya. Encontramos, por el contrario, posibles raíces en el antiguo escandinavo: sol, sol, y huitr - o hvitr - blanco. El "sol blanco" es el del alba, que aparece en el Oriente.
Tal vez no sea
por casualidad, pues, que
Quetzalcóatl, el Dios Blanco de los nahuas,
tenga entre sus apodos mas comunes, el de "Señor de la Aurora" y que Manko Kapak, el Hijo del Sol fundador del imperio incaico, haya
salido, al comienzo de su empresa, de un lugar llamado Pakkari Tampu,
vale decir Albergue de la Aurora.
Pero vamos a ver que no hacen sino confirmar pruebas
de naturaleza muy distinta.
Se inició en 856 de nuestra era, cuando los recién llegados al Anáhuac empezaron a construir, al Norte de la actual ciudad de México, un gran centro urbano. Diez reyes se sucedieron hasta 1174, año en que los chichimecas tomaron e incendiaron la ciudad. El quinto soberano, que reinó en la segunda mitad del siglo X, nos interesa particularmente: era blanco y barbudo y venía de un país lejano.
Los toltecas, que lo
llamaban Quetzalcóatl, lo consideraban un dios, hijo del Sol. A él
debían su alta cultura, su religión, sus leyes, su calendario, y
también las técnicas de la agricultura y las artes de la metalurgia.
Unos veinte años más tarde, emprendió, con un grupo de los suyos, una expedición al Yucatán, donde sólo permaneció unos años.
De regreso al Anáhuac, se encontró con que los guerreros blancos que había dejado al mando de un lugarteniente - que los nahuas llamarán Tezcatlipoca y del que harán el dios solar de la descomposición (el Sol putrefactor) se habían casado con mujeres indígenas.
Quetzalcóatl trató vanamente de imponer su autoridad. Sus hombres se dividieron en dos grupos. Con los que le quedaron fieles, el rey bajó hasta la costa del Atlántico, en la desembocadura del río Coatzacoalcos. Aquí, las tradiciones divergen. Una dice que desapareció sin que nadie se diera cuenta de cómo lo hizo. Otra, que murió y que su cuerpo fue quemado.
Una tercera, que construyó un "barco
de serpiente", se reembarcó con los suyos y desapareció por el mar.
Sin embargo, casi todos los relatos coinciden en un punto: Quetzalcóatl anunció que, un día, hombres blancos y barbudos como él
llegarían del Oriente para vengarlo y dominarían el país.
El motivo de su partida fue de orden racial: no pudo soportar la mestización, de parte de sus compañeros y los abandonó a su suerte para salvar la pureza de sangre de los que permanecían leales a su estirpe. La impresión que dejó en los indígenas su breve reinado fue tal que éstos lo incorporaron a su mitología, como veremos en el próximo capítulo.
El
había establecido el culto del Sol: ellos lo consideraron
encarnación de su nuevo dios.
Es éste un nombre extraño para un rey como para un dios, aun teniendo en cuenta la fértil imaginación de los indios. Y tanto más cuanto que la expresión parece haberse aplicado no solamente al jefe blanco sino, en cierta medida, a todos los forasteros e inclusive, posteriormente, a los descendientes de los que permanecieron en el Anáhuac.
Tal vez nos ayude a comprenderlo la apariencia que podía
tener, para los indígenas, un barco vikingo, con su proa levantada y
afilada, su gran vela cuadrada y, en sus bordas, los escudos
relucientes en el Sol. No era sin razón que los escandinavos
llamaban snekkar, serpientes, a sus barcos de menor tamaño que sus
grandes drakkar.
Todas nos lo muestran como un hombre Blanco, de elevada estatura y larga barba. Pero la unanimidad se detiene en esta apariencia física. Los textos no se ponen de acuerdo en cuanto a su vestimenta. Según algunos, llevaba un largo vestido blanco y, encima, una manta sembrada de cruces coloradas, usaba sandalias, cubría su cabeza con una especie de mitra y tenía en la mano un báculo.
Otros lo pintan como vestido de una casaca de tela negra
grosera, con mangas cortas y anchas, y cubierto con un casco
ornamentado con serpientes.
Por otro lado, Quetzalcóatl era un temible guerrero que no reparaba en los medios para alcanzar la victoria.
Al comprobar esta antinomia, que la iconografía azteca confirma (ver Fig. 8), se tiene la impresión de estar frente a dos personajes distintos que se superpusieron a lo largo del tiempo y se confundieron en un nombre genérico que expresaba su origen común y dejaba a un lado sus respectivas características peculiares.
Lo cual
está confirmado por las tradiciones mayas que se refieren claramente
a dos dioses Blancos distintos.
La primera - la Gran Llegada - fue la de un grupo encabezado por un sacerdote, Itzamná, que vino por mar desde el Oriente. El jefe tenía todas las características físicas y morales del Quetzalcóatl ascético.
Dio a la población sus dogmas y sus ritos,
sus leyes y calendario, y también la escritura. Le enseñó las
virtudes medicinales de las plantas y le transmitió el arte de curar.
Así estableció la paz y la prosperidad. Pero una sublevación indígena lo obligó a reembarcarse.
Es de notar que el nombre de Kukulkán es la exacta traducción de Quetzalcóatl: Kukul es el pájaro quetzal y kan significa serpiente.
No nos extrañará pues, comprobar que en las tradiciones mayas, si bien Kukulkán siempre es distinto, como personaje histórico y como dios, de Itzamná, adquiere a veces las características de este último.
Quetzalcóatl y Kukulkán son la misma persona, pero el primero representaba, para los nahuas, a la vez el sacerdote y el guerrero, que los mayas seguían distinguiendo. De ahí que los relatos nos describan a Kukulkán como si se tratara de Itzamná: ascético, humanitario y con un largo vestido blanco flotante.
El proceso de unificación de los dos personajes estaba en
marcha, pero no tuvo tiempo de completarse.
Él y sus compañeros usaban largos vestidos blancos flotantes. Terminada su misión, el dios blanco dividió la región en cuatro distritos, cuyo gobierno encargó a subordinados suyos, y entró en una cueva, desapareciendo en las entrañas de la tierra.
El
nombre que los tzendales daban a Kukulkán no deja de llamar la
atención: Votan o Uotán, como el dios germano Wotan, Wuotan o Voden,
también conocido como Odín.
Condoy sale de una cueva entre los zoques de la costa, al pie de las sierras de Chiapas. En Guatemala, los quichés lo llaman Gucumatz - traducción de Kukulkán - e Ixbalanqué.
Las tradiciones de los cunas, de Panamá, lo mencionan, pero sin nombre. Tal vez se trate de una mera asimilación por contacto. Pues si es lógico que Itzamná o Quetzalcóatl haya, desde el Yucatán, recorrido Chiapas y hasta Guatemala, regiones de población maya, parece improbable que haya viajado más al Sur.
En cuanto a Quetzalcóatl,
sabemos que se quedó sólo pocos años en Centroamérica y pronto
volvió al Anáhuac.
Pues Bochica entró en la actual Colombia por Pasca, después de haber
cruzado los llanos de Venezuela, donde encontramos su recuerdo, como
en muchas tribus tupi-guaraníes, hasta el Paraguay, con los nombres
de Zumé, Tsuma, Temú y Turné; pero nada más que su recuerdo, lo cual
no deja, con todo, de plantear un problema, pues parece difícil que
se haya producido una difusión por simple contacto a través de la
selva amazónica.
Los agrupó
en pueblos y les dio leyes. Cerca de la aldea de Coto, los indios
veneraban una colina desde la cual el civilizador predicaba a las
muchedumbres reunidas en su base.
Tenemos motivos para suponer, sin embargo, que embarcó con su gente en el Pacífico, pues vemos a los blancos barbudos llegar, en canoas "de piel de lobo" (o sea en barcos semejantes a los grandes umiaks de los esquimales o a los curachs irlandeses), a la costa del actual Ecuador.
Como lo habían hecho al desembarcar en el Golfo de México y como lo harán en el Perú, y verosímilmente por las mismas razones climáticas, abandonan rápidamente la zona tórrida y se instalan en la meseta andina, donde fundan el reino de Kara - o de Quito - que más tarde los incas anexarán a su imperio. No sabemos nada de sus actividades.
Sólo nos queda el título que ostentaban sus reyes: se hacían llamar Sciri - o Scyri.
Esta palabra no tiene
sentido alguno en quechua - el idioma de la región - pero en antiguo
escandinavo skirr significa "puro" y skírri, "más puro". En la época
cristiana, skíra, "purificar", tomará el significado de "bautizar" y
se llamará a Juan el Bautista como Skíri-Jón.
La expedición había tocado tierra en la desembocadura del río Paquisllanga (Lambayeque). Naymlap se había adueñado del país y sus descendientes lo habían gobernado hasta la conquista de la región por el emperador inca Tupak Yupanki, al final del siglo XV.
No sabemos a ciencia cierta en qué época sucedió la llegada de la flota en cuestión, pero podemos deducir el dato de la historia misma de los chimúes, pues el imperio del Gran Chimú desapareció repentinamente y con un cambio de dinastía, alrededor del año 1000, lo que corresponde perfectamente, como veremos más adelante, con la cronología mesoamericana.
La tradición relatada por Balboa no nos dice quiénes eran Naylamp y sus compañeros.
Pero el nombre del jefe "venido del Norte", tiene, para aclarar este punto, un valor inestimable, pues se vincula indudablemente con algún pueblo germano. Heim - que se pronuncia casi como naym en español - significa en efecto, tanto en antiguo alemán como en antiguo escandinavo, "hogar" o "patria", mientras que lap se traduce por "pedazo".
Heimlap - Pedazo
de Patria - podría perfectamente haber sido el apodo dado al jefe de
una colonia nórdica establecida en el suelo americano, o el nombre
de esta misma colonia, confundido por la tradición indígena con el
de su fundador.
Pero su apodo más común es el de "dios blanco", lo cual explica suficientemente por qué, en tierras indias, un jarl vikingo haya podido usar su nombre. Notemos, en respaldo de esta segunda hipótesis, que la deformación de dallr en lap es insignificante si consideramos que la palabra, de difícil pronunciación, se trasmitió entre los indígenas, por vía oral, durante siglos y que sólo la conocemos a través de la trascripción fonética de un religioso que no tenía, por cierto, ningún conocimiento de filología.
Agreguemos que el dios de los chimúes se
llamaba Guatán, nombre éste que se parece mucho al de Votan o Uotán,
y era dios de la Tempestad, como el Votan mesoamericano y como el
Wotan u Odín germánico.
Los monumentos no eran obra de los pueblos indígenas sino de hombres Blancos que, primitivamente instalados en la Isla del Sol, en medio del lago, habían poco a poco civilizado la región.
La tradición los menciona con el nombre de atumuruna, acerca de cuyo sentido los estudiosos del idioma quechua no consiguen ponerse de acuerdo.
Brasseur de Bourbourg ve en esta
palabra una deformación de hatun runa, hombres grandes, mientras que
Vicente Fidel López traduce literalmente "pueblo de los adoradores
- o de los sacerdotes - de Ati", vale decir de la Luna decreciente.
Tratándose del nombre quechua de los hombres Blancos de Tiahuanacu, tenemos derecho a preguntarnos si atumuruna no debería leerse en realidad atumaruna, lo que significa "hombres de cabeza de luna", expresión equivalente al "cara pálida" de los indios norteamericanos.
Tenemos un ejemplo de confusión entre la "a" y la "u" en la misma palabra. Según Garcilaso, los españoles llamaban Vilaoma al Sumo Sacerdote del Sol, en lugar de Villak Umu. Y veremos más adelante que los cronistas dan indiferentemente a una de las fiestas incaicas los nombres de Umu Raymi o de Urna Raymi.
De
cualquier modo, la referencia a la Luna decreciente parece poco
aceptable, pues sabemos a ciencia cierta que los hombres Blancos del
Titicaca adoraban al Sol (Inti) y la Luna (Quilla) y que Ati no era
para ellos sino una divinidad secundaria.
Más importante que el nombre quechua de los primeros pobladores de Tiahuanacu es el de su jefe, Huirakocha, que los españoles escribían Viracocha. Nos encontramos a su respecto con las interpretaciones más fantasistas. Algunos traducen "espuma (Huira) del mar (kocha)". El cronista Montesinos, llevado por su imaginación abusiva, no vacila ante una trasposición más bíblica: "espíritu del abismo".
Desgraciadamente para él, el inca Garcilaso, cuya lengua materna era el quichua, hace notar que, en ese idioma, el genitivo precede al sustantivo que complementa y, por otro lado, se muestra más prosaico: Huirakocha significaría "mar de sebo". ¡Es éste, admitámoslo, un extraño nombre para un dios!
Tal vez sea oportuno buscar una
etimología que corresponda al presumible idioma de los recién
llegados.
Es normal que, en este último idioma, se haya convertido en ch.
Sin embargo, las tradiciones peruanas no concuerdan más que las mesoamericanas en lo que atañe a la personalidad y apariencia del Hijo del Sol. Guerrero para algunos cronistas, Betanzos, que estaba casado con una indígena y estaba así en estrecho contacto con los quechuas, describe a Huirakocha como a un sacerdote tonsurado, blanco y con barba de un palmo, vestido con una sotana blanca que le caía hasta los pies y portador de un objeto parecido a un breviario.
Veremos más adelante que no se trataba del producto de su imaginación.
Notemos que en aymará, idioma de los
indios del Altiplano boliviano, sometidos por los incas, el nombre
de Huirakocha era Hyustus, según la transcripción española, y se
pronunciaba exactamente como el latín justus.
Vencidos en sucesivas batallas, éstos se replegaron en la Isla del Sol, donde tuvo lugar el último combate, que fue también para ellos una derrota. Los indios degollaron a la mayor parte de los varones. Sólo unos pocos consiguieron huir.
Emprendieron viaje hacia el Norte y llegaron al actual Puerto Viejo, en la provincia ecuatoriana de Manta, donde se encontraba la madera especial con la cual se construían las balsas. Y Huirakocha "se fue caminando sobre el mar". No pereció en el viaje.
Pues sabemos de su
llegada a
la Isla de Pascua y a los archipiélagos polinésicos, donde
sus descendientes se recuerdan con el nombre de arii. No hace falta
insistir sobre este punto, perfectamente demostrado por Thor Heyerdahl.
¿Pero el degollador de los atumuruna se llamaba realmente Cari, o se le dio el nombre conocido de algún genio maléfico?
Nos lo podemos
preguntar, pues Kari, en la mitología escandinava es el siniestro
gigante de la tempestad, de muy mala fama: se lo llamaba "él
devorador de cadáveres".
Huyendo de los invasores, la población se dispersó y no tardó, según el relato que Garcilaso pone en boca de un tío suyo, en volver al estado salvaje:
Sin embargo, no todos los Blancos habían desaparecido.
Un grupo de "hombres del Titicaca", cuatro varones y cuatro mujeres, todos hermanos - vale decir, sin lugar a duda, de la misma raza - se había refugiado en la montaña, detrás de la quebrada del Apurimac, al mando de diez tribus leales.
Reunidos en consejo, los cuatro jefes decidieron:
Saliendo de las cuevas de Tampu Toku - el Albergue-Refugio - y después de detenerse un tiempo en Pakkari Tampu - el Albergue de la Aurora - el ejército emprendió su marcha hacia el Cuzco, a unos 40 kilómetros.
Los Blancos y sus guerreros indígenas hicieron varias etapas de unos años, la última en Matahua, en la entrada del valle del Cuzco y, finalmente, reconquistaron la ciudad que había pertenecido a sus antepasados, edificando de inmediato el templo del Sol. Durante el largo viaje, uno de los Blancos, Manko Kapak, se había librado, por medios desconocidos, de sus tres "hermanos" y se había proclamado rey.
Otra versión sólo menciona a él y a su mujer y hermana, Mama Oclo, simplificando así el relato y, probablemente, tratando de echar el manto del olvido sobre las rivalidades internas del grupo. En las tradiciones indígenas, los cuatro varones blancos llevaban mismo título: ayar.
La palabra, nos dice Garcilaso,
Señalemos aquí, adelantándonos al capítulo V, que los señores escandinavos se llamaban jarl, término éste que se traduce habitualmente por "conde" y cuya pronunciación por un indio quichua sería idéntica, salvo en cuanto a la a aumentativa antepuesta, a la de ayar.
A esta similitud se agrega una duda muy seria acerca del significado de Kapak, título de Manko y de todos los emperadores incas, sus sucesores. Garcilaso nos da dos interpretaciones distintas, lo que demuestra su inseguridad al respecto. Por un lado nos dice que Capa Inca significa "Solo Señor" (capa = solo) y, por otro, que Capac tiene el sentido de "rico y poderoso en armas".
Ahora bien: capa y capac son dos formas de la misma palabra. Nos podemos preguntar, pues, si no correspondería buscar en la "lengua particular" de los incas una acepción más satisfactoria. La encontramos en el viejo escandinavo kappi, héroe, campeón, caballero.
El origen del nombre de Manko, que no tiene sentido en
quichua, no es menos evidente. Pues, en antiguo escandinavo, man
significa "hombre" y ko parece ser una abreviatura de
konr, "rey".
El fundador de la dinastía incaica se llamaba, pues, "hombre rey":
el hombre que se convirtió en rey.
Más aún, los miembros de la familia imperial lo hacían entre hermanos, para conservar pura su sangre de "Hijos del Sol". Ahora bien: ¿de dónde viene la palabra inca, que no es quichua ni aymará?
La respuesta es fácil: en el antiguo germano, la desinencia –ing servía para designar a los miembros de un mismo linaje, como en las palabras merovingio, carolingio y lotharingio, por ejemplo.
No es por casualidad ni por equivocación, pues, que la
mayor parte de los cronistas españoles escriben inga en lugar de
inca como lo hacemos hoy en día. Los incas eran, por lo tanto, los
Descendientes por excelencia: los descendientes de Manko y de sus "hermanos".
En la teoría, se trataba de un estrato social situado inmediatamente debajo de los incas de sangre real, con los cuales no se debían mezclar.
De hecho, sin duda alguna, se produjo cierto mestizaje. Los emperadores incas, tales como fueron retratados en los frescos de la iglesia Santa Ana del Cuzco, tenían la tez muchísimo más clara que sus súbditos. No eran blancos puros, sin embargo.
Entre las momias reales encontradas por los
españoles, se mencionan como excepciones la de Huirakocha, de pelo
rubio muy pálido, y la de su mujer, "blanca como huevo".
Es imposible dejar de comprobar su perfecto encadenamiento. El Dios-Sol y sus compañeros, blancos y barbudos como él, desembarcan en la costa atlántica de México. Con el apoyo de los toltecas, Quetzalcóatl se impone en el Anáhuac, a cuyas poblaciones aporta religión y cultura.
Organiza una expedición al Yucatán donde,
conocido como Kukulkán, emprende con la colaboración de los itzáes
una tarea semejante que termina en una sublevación indígena. De
vuelta al Anáhuac, indignado por el comportamiento de los Blancos
que había dejado allá, abandona el país embarcándose en el
Atlántico, lo que elimina toda interpretación mítica de sus hazañas.
Se hace de nuevo a la mar, esta vez en el Pacífico, en barcos de piel de lobo y alcanza el Ecuador donde funda el reino de Quito. Siguiendo para el Sur, llega a la región de Arica y, como Huirakocha, sube al Altiplano donde se establece en las islas y orillas del lago Titicaca e impone su mando a las poblaciones indias que civiliza.
Una sublevación indígena lo obliga a huir, y lo vemos reembarcarse en el Pacífico para un viaje que lo llevará a Polinesia.
Sólo queda en el Perú un reducido grupo
de blancos que, después de reorganizar sus fuerzas, marchan
victoriosamente sobre el Cuzco y fundan el Imperio de los incas, que
perdurará hasta la llegada de los españoles. Nada más coherente,
salvo en cuanto a la ya mencionada superposición de dos dioses
blancos, que sólo en el país maya las tradiciones distinguen hasta
cierto punto, problema éste sobre el cual volveremos en el capítulo IV
(mas abajo).
Ya vimos que el Dios-Sol bajó de la meseta mexicana unos veinte años después de su desembarco en Panuco y que sólo permaneció unos pocos años en el Yucatán. Ahora bien: conocemos la fecha de su llegada a Chichén Itzá: katún 4 Ahau del calendario maya, vale decir el año 987 de nuestra era.
Por lo tanto, Quetzalcóatl surgió del océano en 967,
aproximadamente.
Una generación equivalía, en aquel entonces, a unos veinte años. Así, en la misma época y en condiciones de vida bastante parecidas, para los once reyes de Francia que se sucedieron entre Felipe III, que ascendió al trono en 1270, y Carlos VIII, fallecido en 1498.
La
genealogía de los reyes aztecas entre 1375 y 1520 nos da nueve
soberanos, con un promedio de dieciséis años por reinado. Ahora bien:
Huayna Kapak, el emperador de la undécima generación, murió en 1525.
Luego, Manko Kapak fundó su imperio alrededor del año 1300.
Pero podemos presumir que tuvo lugar poco después de la partida de Quetzalcóatl de México y que el viaje entre la desembocadura del río Coatzacoalcos y el actual puerto de Arica fue relativamente breve. De ser de otro modo, encontraríamos a lo largo del itinerario del dios Blanco rastros de su estada, cuando sólo hallamos recuerdos de su paso.
Por el contrario, los edificios de Tiahuanacu, sobre los cuales volveremos en el capítulo VII, demuestran que los atumuruna se habían radicado definitivamente en la zona del Titicaca. Salido de México sobre el final del siglo X, el Dios-Sol pudo haberse desplazado hacia el Sur, en sucesivas etapas, durante medio siglo o un siglo.
Llegó a Tiahuanacu, pues,
entre 1050 y 1100 y le quedaron unos dos siglos para crear su
Imperio y construir su capital inconclusa: más de lo que hacía falta,
en cuanto a esta última tarea, si se piensa que en Europa, durante
el mismo lapso, se edificaban las catedrales góticas.
Nos muestran a un grupo de guerreros Blancos, de tipo nórdico, que desembarca en la costa mexicana y deja algo de su cultura en el Anáhuac, el Yucatán y zonas adyacentes.
Con el apodo,
...el jefe blanco, que verosímilmente se llamaba Ullman, se convierte en el recuerdo indígena, con el tiempo, en un dios civilizador, a pesar de las dificultades encontradas por él durante su estada en los distintos países.
¿Cuánto tiempo dura exactamente el viaje que lleva a los Blancos hasta la costa colombiana del Pacífico, y cuándo muere Ullman? No lo sabemos.
Pero sí la tradición
nos muestra a los nórdicos, ya al mando de un nuevo jefe, Heimlap o
Heimdallr, llegan en barcos de piel de lobo al Ecuador, donde fundan
el reino de Quito, y luego al Perú, donde se radican en la zona del
lago Titicaca y empiezan a construir una metrópoli:
Tiahuanacu.
Otros escapan del Altiplano y desaparecen en la selva amazónica, donde se encuentran, hasta hoy, sus descendientes.
Unos pocos, en fin, se refugian en la montaña desde donde, con la ayuda de indios leales, reconstruyen su Imperio. La tradición nos permite, gracias a los nombres y títulos que nos ha trasmitido, identificar a los blancos que capitaneaba el Dios-Sol.
En efecto,
Ullman y Heimlap o Heimdallr son nombres escandinavos, y encontramos
el mismo origen para los títulos sciri (de skirr, puro), ayar (de
jarl, conde) e inca o inga (de ing, descendiente), así como para el
apodo Huirakocha que viene del antiguo escandinavo hvitr, blanco, y
god, dios.
El Dios-Sol
17 Junio 2013
Conocemos a éstas, en efecto, casi únicamente a través de los relatos de los cronistas españoles o hispanizados que se limitaron a describirnos "las idolatrías" de los nahuas, mayas y quechuas tales como los indígenas se las contaron, y lo hicieron, con pocas excepciones entre las cuales se destaca la del padre Bernardino de Sahagún, con poco discernimiento y menos benevolencia.
Ignoramos todo, por lo tanto, de la teología americana prehispánica, que se nos presenta encubierta por mitos múltiples, a menudo contradictorios cuando no incoherentes.
De ahí una doble tentación: la de considerar las relaciones indígenas como sartas de supersticiones y ritos mágicos, y la de introducir en las imágenes que nos han llegado elementos teológicos, metafísicos y místicos que les son extraños.
Lo cual nos llevaría, por un lado, a rebajar a los
pueblos civilizados de la América precolombina al nivel de las
tribus animistas del África negra, o, por otro, a hacer
de Teotihuacán una segunda Alejandría.
El vedismo, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo se basan en textos inmutables de los cuales los teólogos deducen racionalmente los dogmas, al modo de un matemático que desarrolla un postulado, y los exponen mediante fórmulas más o menos sencillas, para ponerlos al alcance de todos los creyentes, cualquiera que sea su nivel mental.
Los pueblos paganos, por el contrario, recurrían a representaciones simbólicas que servían de simple marco para interpretaciones cuyo grado de profundidad variaba con la capacidad intelectual y mística de cada uno.
Nos encontramos, pues, ante la mitología germana o mejicana, por ejemplo, un poco en la situación de quien sólo dispusiera, para estudiar el catolicismo, de esculturas de catedrales, relatos populares sobre la vida de Jesús, extraídos de los evangelios canónicos y apócrifos, y libros de hagiografía barata.
Lo más probable es que tal estudioso llegara a la conclusión de que los cristianos adoraban a tres dioses principales y una diosa, madre de uno de ellos, y que figuraban en su panteón una multiplicidad de dioses secundarios, unos benéficos y los otros maléficos, que se peleaban entre sí.
Le resultaría, por
cierto, imposible reconstituir, sobre esta base, la Summa Theologica,
y ni siquiera un catecismo de nivel escolar.
De un dios se desprende en determinado momento una nueva individualidad que no es sino expresión simbólica de una calidad o potencia de su "padre", mientras que, por el contrario, dos dioses pueden llegar a "fusionarse" sin perder por ello las apariencias distintas con las cuales se los conocía anteriormente.
Este último fenómeno se nota especialmente en la mitología mesoamericana, por la superposición que se produjo, en el Anáhuac y el Yucatán, con la llegada tanto de los civilizadores Blancos como de tribus de cazadores nómades, que se mezclaron con pueblos de antigua cultura y, a menudo, los dominaron.
Todos traían a sus dioses, y éstos fueron incorporados al panteón preexistente que enriquecieron y modificaron sustancialmente, en el marco de lo que podríamos llamar un panteísmo sincretista.
También pudo haber sido al revés,
injertándose una religión "mansa y suave" en un mundo salvaje
- o
meramente cruel - preexistente. Y también pueden haberse producido
aportaciones sucesivas de sentido contrario, con el dios Blanco
ascético y el dios Blanco guerrero.
Es probable que éstos, que tanto horrorizaban a los españoles - como la tortura española horrorizaba a los indios - hayan pertenecido a costumbres primitivas de las tribus locales, puesto que la tradición nos dice que el Quetzalcóatl ascético los abolió.
Pero no podemos excluir su aceptación y regulación por el Quetzalcóatl vikingo. Pues los escandinavos efectuaban sacrificios humanos, aunque no de modo habitual y sistemático como lo hacían los nahuas.
Adán de Bremen, al describir el gran templo de Gamia Upsala en la época de su relato (alrededor de 1070), cuenta que,
Un texto del año 1000, el Tietman germano de Merseburg, relata que, cada nueve años, en el mes de Enero se sacrificaban en Lejre, Selandia (en Dinamarca), ante la vista de todos, noventa y nueve seres humanos.
También en las ciudades náhuatl la asistencia a los
sacrificios humanos era obligatoria, y esta coincidencia en un
aspecto secundario del rito refuerza poderosamente la hipótesis de
una regulación, por el Quetzalcóatl guerrero, de prácticas
anteriores.
¿Esta exposición, que hemos puesto entre comillas, corresponde a la mitología germana o a la mejicana? No lo hemos precisado, justamente para dejar subsistir la duda.
Pues el esquema que acabamos de
presentar vale tanto para la una como para la otra, y lo vamos a
demostrar.
En realidad, su autor, un indio cultísimo recientemente convertido al cristianismo, declara en la obra misma que quiso salvar, escribiéndola en su idioma pero con caracteres latinos, el patrimonio religioso e histórico del pueblo quiché-maya al que pertenecía,
Veremos,
en el capítulo siguiente, cuáles son el significado y el origen del
título de esta obra perdida.
No faltaron comentadores para señalar el parecido de este texto con el primer versículo del Génesis:
...y para sospechar que el autor del Popol Vuh - respetemos la costumbre de llamar así al Manuscrito de Chichicastenango - debe haber introducido en su obra, para conseguir el beneplácito de los españoles, elementos cristianos.
La hipótesis no es de descartar totalmente, aunque el resto del libro no hace concesión alguna a la nueva fe. Pero la concepción del caos originario, en realidad muy poco cristiana puesto que contradice el dogma de la creación ex nihilo, no es privativa de la Biblia. La encontramos en los libros sagrados de todos los pueblos arios.
Así dice el Rig-Veda:
Y el Voluspá escandinavo, poema del siglo IX, anterior al cristianismo, que forma parte de las Edda, reza:
En formas apenas diferentes, la idea es la misma en los cuatro textos: la del caos, o sea de la materia desordenada, distinta a la vez del ser, que supone orden, y del no-ser - el nihil de la teología cristiana - que excluiría toda potencialidad.
Y, también en los cuatro textos, el Ser absoluto está presente por encima del caos:
Dejemos a un lado las cosmogonías hindú y hebraica para considerar exclusivamente las que nos interesan aquí: la mesoamericana y la escandinava.
En ambas, la creación del cosmos se da del mismo modo: mediante la introducción de Dios en la Materia. De Dios se desprenden los Dioses Creadores que dan forma al caos.
Tradiciones náhuatl de Michoacán y mayas de Chiapas nos presentan una interesante variante de este relato.
Según ellas, esos primeros
seres pseudo-humanos fueron gigantes. Siete de ellos consiguieron
salvarse del Diluvio y edificaron - en Cholula, precisa la tradición
náhuatl - una gran pirámide gracias a la cual pretendían escalar los
cielos. Pero Dios los destruyó con una lluvia de fuego.
Según el Popol Vuh, los Dioses hicieron cuatro varones con masa de maíz, les dieron vida, aunque limitando su sabiduría, y durante su sueño hicieron sus mujeres. Para los mixtecos del Anáhuac, el hombre salió de un árbol. En las Edda, los Creadores tomaron dos maderos arrojados por las olas, según una versión, o dos árboles, según otra, y los tallaron con forma humana, dándoles alma y vida.
Así completada la obra de creación,
¿cómo resultó la estructura del cosmos?
Cuatro genios - los bacab de la mitología maya: Kan, Muhuc, Ix y Canac - sostienen el mundo en sus cuatro puntos cardinales.
También para las Edda el cosmos es redondo y un árbol
constituye su eje: el fresno Yggdrasil, que también es símbolo
fálico, o sea vital, y en cuya cima anida un águila. Este último
detalle carecería de importancia si no encontráramos también, a
menudo, un águila, símbolo del Sol, en la cima del Árbol del Mundo
náhuatl y maya.
Instrumentos
del dios malo, el tigre y la serpiente, según las creencias
mesoamericanas, o el lobo Fénrir, en la mitología nórdica, devorarán
al Sol y a la Luna, y todo acabará hasta un nuevo renacer.
En realidad, adoraban al Padre del Cielo, directamente o a través de sus personificaciones diferenciadas - sus avatares, en buen lenguaje teológico - los dioses creados. Y sucedía exactamente lo mismo entre los escandinavos y, de modo general, en todos los pueblos "politeístas".
Por supuesto, no debían de faltar creyentes que aceptaran los mitos en su sentido literal, como hay cristianos de poca formación religiosa que no interpretan correctamente el misterio de la Trinidad o hasta toman a las diversas Madonnas por personas distintas.
¿No es el mito, precisamente, la
representación imaginaria de una idea compleja o de difícil
comprensión, que se pone así al alcance de todos?
No se rendía culto alguno a este Padre del Cielo, porque estaba más allá de los sacrificios, era inaccesible a las plegarias y no se podía representar físicamente.
Se lo honraba en la persona de los dioses creados, que no eran sino expresiones diversificadas de su poderío absoluto. Sólo entre los mayas parece haber tenido un nombre: Hunab-Ku, y ni eso es muy seguro.
Los nahuas sólo lo designaban por perífrasis:
Este dios no tenía estatuas porque nadie,
La necesidad de un dios supremo para pueblos panteístas la explica perfectamente Snorri Sturlusson, el autor islandés de la Edda en prosa (1189-1241) en el prefacio de su obra:
Un siglo más tarde, el Inca Tupak
Yupanki hará el mismo razonamiento casi con los mismos términos,
como veremos más adelante.
Pero este dios no era necesariamente el mismo en todas las épocas ni para todos los pueblos de una misma fe. No solamente cada grupo, cada estrato social y cada comunidad tenían un dios protector, sino que también elegían según su conveniencia al dios principal.
Así entre los escandinavos de nuestra era la máxima
personificación del Padre del Cielo era Tyr (o Tiu, o Ziu, del
sánscrito dyeva que dio origen al griego Zeus y Theos, al latín
Júpiter, y al germano antiguo Tiwaz), mientras que en la época
vikinga, Odín (Odinn o Voden, en Escandinavia, Wuotan o Wodan, en
Germania) lo había suplantado, no sin que Thor le disputara el rango,
por lo menos en las capas inferiores de la población.
El dios Creador está en el Abismo Abierto, vale decir, en la materia - su madre - como es normal en una religión panteísta. Pero no puede ordenar dicha materia ni dar así nacimiento a la Tierra - su hija - sin haberse unido a ella - su esposa.
Como Creador,
Odín es el enemigo de la oscuridad, y el Sol es uno de sus ojos. Ya
que su soplo anima la materia, es el dios del viento. Y se le
atribuye además la función de psicopompo, o sea, de guía de las
almas.
Su nombre maya, pues, no plantea problema alguno. Pero sí su nombre náhuatl.
Tonatiuh no tiene sentido en el idioma del Anáhuac, y tanto los cronistas como los autores modernos traducen la palabra por "Dios" o por "Sol", vale decir, por lo que expresa. Ollin (las dos "l" se pronuncian separadamente) significa movimiento, y también temblor, terremoto, lo que no tiene sino una relación muy lejana con la divinidad.
Lo extraño es que la palabra Tonatiuh parece compuesta de los nombres de dos dioses germanos: Thonar (Thor) y Tiu (Tyr).
Ante tal comprobación, uno empieza a preguntarse si Olin no es una deformación, por lo demás ligera teniendo en cuenta la imprecisión de las transcripciones españolas - Sahagún escribe Donadiu por Tonatiuh - del nombre de Odín.
Tendríamos así una tríada al modo escandinavo - Odín, Vili y Vé; Odín, Thor y Frey, etc. - como al modo mesoamericano: el Corazón del Cielo de los quichés-mayas es triple, compuesto por Caculhá-Hurakán, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá.
Se trataría, pues, de una Trinidad sui
generis que abarcaría a Odín, dios principal, dios del Sol y dios
del viento; Thor, dios del trueno, su hijo; y Tyr, dios de la guerra.
Notemos que el dios solar azteca, Uitzilopochii - el Mago Colibrí - unificado con Olin Tonatiuh cuando la conquista del Anáhuac por los
cazadores nómades, es dios de la guerra.
Pero, en realidad, tales
identificaciones no probarían gran cosa, pues toda religión que
personifique las fuerzas de la Naturaleza tiene, para definir a sus
dioses, un número reducido de posibilidades. Por lo demás, las
analogías que hemos señalado hasta ahora - dejando a un lado el
nombre de Olin Tonatiuh, que tiene una implicancia mucho mayor - se
hacen insignificantes cuando se enfoca a Quetzalcóatl.
Vimos cómo, disgustado con la actitud de sus compañeros, se había hecho a la mar en dirección a Sudamérica, donde pudimos seguir su rastro. Si bien desapareció físicamente del Anáhuac y del Yucatán, Quetzalcóatl no sólo perduró en las memorias, sino que se convirtió en un dios que llegó a dominar el panteón mesoamericano.
El dios Quetzalcóatl, blanco y barbudo como lo había sido el hombre,
pierde las características guerreras que habían pertenecido a una de
las dos personalidades de este último. Es el sacerdote y reformador
religioso el que se proyectó hasta el Cielo, y se le hace una
biografía mítica correspondiente a su nueva dignidad y, sobre todo,
a los valores que representa.
Pugna con Olin Tonatiuh para desplazarlo de su rango de dios principal y lo consigue, pero sin anular a su rival.
En ciertos aspectos, se confunde con él, ya que ambos aparecen como hijos de Coatlicue, la Madre Tierra, y su concepción tiene el mismo carácter muy peculiar, pues reproduce, virginidad aparte, el misterio cristiano de la Encarnación:
Dios principal, o sea máxima
expresión del Padre del Cielo, se convierte en el Creador, en el
dios de la vida y, como Odín, en el dios del viento a través de su
hipóstasis Ehecatl, o Hurakán, entre los mayas.
La vida mítica de Quetzalcóatl, calcada de su vida real pero totalmente transformada, es altamente ilustrativa al respecto.
Tezcatlipoca se convierte en su hermano, dios del Sol de la Tierra - el Sol putrefactor - y, con sus cómplices Ihuimécatl y Toltécatl - este último nombre se refiere claramente a la participación de los toltecas en los acontecimientos que llevaron su jefe a irse - consiguió embriagar al Sacerdote y hacerlo dormir con la bella Quetzalpétatl.
Al despertar, Quetzalcóatl lloró por su pecado y se marchó hacia el mar. En la costa, lloró de nuevo y se prendió fuego.
El alma del hombre-dios bajó a los Infiernos donde
consiguió, no sin peligros ni terrores, arrancar al Señor del Reino
de los Muertos un fardo de huesos de condenados. Quetzalcóatl vertió
sobre ellos sangre sacada de su miembro viril y, con esta penitencia
que imitaron todos los dioses, salvó a la Humanidad.
Esta doble comparación no es de extrañar: a menudo, en la Edad Media europea, Jesús y Bálder se superponen y se fusionan.
Tal vez no sea por mera casualidad que el significado
originario de "Báldr" es señor y que Jesucristo es llamado "Nuestro
Señor". Y los nahuas decían habitualmente, al mencionar a su dios
redentor, "el Señor Quetzalcóatl".
Kukulkán, por el contrario,
conserva, como dios, la configuración del Quetzalcóatl guerrero que,
en el Anáhuac, tiende a confundirse con Olin Tonatiuh, el dios de la
guerra, y toma, en la iconografía, las apariencias de Odín.
Hubo autores, sin embargo, para afirmar que la suerte de las almas era, entre los nahuas y los mayas, puramente estamental: los guerreros muertos en combate, las mujeres fallecidas durante el parto y los sacrificados a los dioses iban a unirse con el Sol; los campesinos y los ahogados eran recibidos en los limbos del Tlalocán, y los demás caían en el Mictlán, el Infierno.
Después de Quetzalcóatl, evidentemente ya no fue así, pues la Redención no se puede concebir sin pecado ni castigo.
Pero la
sangre del dios no hizo sino generalizar la salvación que ya
aseguraba, individualmente, la sangre de los guerreros, de las
parturientas y, lo que prueba nuestra aserción, de las víctimas de
los sacrificios humanos.
Los campesinos, de vida vegetativa, sin grandes méritos ni grandes culpas, y también los que mataba el rayo, los ahogados, los leprosos y los sarnosos, iban a una especie de paraíso terrenal donde encontraban todas las satisfacciones que hubieran deseado tener en vida. Los réprobos eran echados en el Mictlán, un mundo subterráneo situado debajo de las heladas y sombrías estepas del Norte.
Era el reino de Mictlantecuhtli, el dios de los muertos. Ni siquiera era fácil llegar hasta él. Acompañado por un perro psicopompo, el condenado vagaba durante cuatro años en medio de vientos helados, perseguido por monstruos, y debía finalmente cruzar los Nueve Ríos, detrás de los cuales encontraba el descanso de la Nada.
El Popol Vuh nos da de los Infiernos, el reino de Xibalbá, una descripción más completa pero concordante.
Para los quichés-mayas, los condenados
pasaban por cinco moradas donde sufrían otros tantos castigos: la
Casa Oscura, la Casa Helada, la Casa de los Tigres, la Casa de los
Vampiros y la Casa de las Navajas. El Libro no nos dice cómo acababa
el viaje, ni si acababa alguna vez.
En Asgard, residencia de los dioses, situada en lo alto del Fresno Yggdrasil, está el Valholl, la "Morada de los Matados", adonde los guerreros muertos heroicamente en el combate - los Campeones - son conducidos por las walkirias,
Éstas tienen la doble misión de recorrer los campos de batalla y elegir a los héroes, y de asegurar el servicio doméstico del Walhala.
Los Campeones se pasan el tiempo
comiendo, bebiendo hidromiel y peleando. Cada día salen al campo de
maniobras y combaten, hiriéndose y matándose. Pero, al atardecer,
todos recobran integridad o vida.
Se llega a ella entrando por una
puerta que guarda el perro Gármr y se cruza un río de navajas y
afiladas espadas hasta llegar al reino de la diosa Hel, donde los
pecadores - perjuros, asesinos y adúlteros - llevan una vida
miserable, rodeados de serpientes. En el Hel está Loki, el dios malo,
el dios caído, que muchos autores emparentan con Lucifer.
Un día Loki se escapará del Hel, encabezándolos y, con la ayuda de los gigantes, descendientes de la familia que había sobrevivido al Diluvio, del lobo Fénrir y sus hijos y de la Serpiente del Mundo, que Thor había tratado vanamente de pescar y que Odín había echado al mar que rodea la tierra, se lanzará al asalto de Asgard.
Llegará el Ragnarok, el Ocaso de los Dioses, pues éstos serán vencidos.
El
lobo Fénrir y la Serpiente del Mundo, antes de morir en el combate,
devorarán al Sol y a la Luna. Las heladas se apoderarán del mundo y
todo habrá terminado. Pero Bálder, el Redentor, resucitará a los
dioses y un nuevo cosmos nacerá.
El Quinto Sol, o Sol de los Cuatro Movimientos, perecerá a su vez cuando los Monstruos del Crepúsculo surjan del fondo del Occidente, instigados por Tezcatlipoca, el dios malo, para destruir a los seres vivos, mientras el Monstruo de la Tierra quiebre el globo entre sus fauces.
Se acabará el género humano.
Pero nacerá un Sexto Sol: un nuevo
mundo en que los hombres estarán sustituidos por los planetas, vale
decir por los dioses.
Tal vez esta diferencia se deba en parte al hecho de que el Perú no tuvo a ningún cronista del nivel intelectual de Sahagún. Pero, de cualquier modo, el motivo fundamental está en la simplicidad y pureza de una religión que prácticamente carecía de mitología.
Tales características no
excluyen, sin embargo, una dualidad primitiva que se manifestaba aún,
de modo atenuado, en la época considerada.
Uno de esos dioses, sin embargo, gozaba de una situación privilegiada, y el mismo Emperador condescendía a veces a celebrar sacrificios rituales en su gran templo del Rimac. Era Pachakamak, el dios del fuego de los chimúes, cuyo nombre significa "Animador de la Tierra", el Creador inmanente cuya obra está personificada hasta hoy, entre los aymaráes de Bolivia, en Pachamama, la Madre Tierra.
Pachakamak es el espíritu
ordenador por el cual el caos se da forma y dura. Pues pacha es a la
vez la tierra y el tiempo. Desgraciadamente, no sabemos nada de la
cosmogonía peruana que, de existir en épocas lejanas, habrá sido
borrada de las mentes por el imperial e imperioso culto del Sol.
Hubo una solución de continuidad
en la civilización creada por ellos, y el Imperio incaico recogió
una herencia espiritual simplificada. Sabemos, sin embargo, que las
creencias de los Blancos que desembarcaron en la costa del Perú no
debían de ser muy distintas de las que dejaron en Mesoamérica: lo
prueba la teología incaica.
Por ello no se le rendía culto alguno ni se le elevaban templos. El templo que el Inca Huirakocha - a quien se le había aparecido en sueños y que, por este motivo, había adoptado su nombre - hizo construir, estaba dedicado al "fantasma" del dios.
El cronista García cuenta cómo, según las creencias indígenas, en el tiempo en que todo era noche y no había aún ni luz ni día, salió de un lago situado en la provincia de Collasuyu (el Titicaca) un Señor llamado Contice-Viracocha (Kon-Ticsi Huirakocha) que creó en un momento el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas.
Pero Pachakamak lo venció y lo obligó a huir.
Maldiciendo a los hombres que lo habían abandonado y se habían convertido en animales, Kon-Ticsi Huirakocha bajó a la costa hasta la provincia de Manta y,
Es ésta la exacta
transposición mítica de la historia de Huirakocha, tal como la
relatamos, según la tradición, en el capítulo III.
Como Quetzalcóatl, con el cual históricamente se confunde, si no como individuo, por lo menos como grupo racial, Huirakocha nos hace invenciblemente pensar en el dios del cristianismo, Creador y Redentor, Padre e Hijo de sí mismo, inmaterial y encarnado, todopoderoso y crucificado por los hijos del Diablo.
Ya vimos en el capítulo III cuál es el origen y sentido del
nombre de Huirakocha: "Dios Blanco", en antiguo escandinavo. No nos
extrañará, pues, comprobar que Kon, en nominativo Konr, significa
"Rey" en el mismo idioma. En cuanto a Ticsi, palabra que se traduce
por lo general, arbitrariamente, por Creador, tal vez no sea abusivo
encontrar en ella la raíz "Ti" del antiguo germano Tiwaz, nombre del
Padre del Cielo.
Más importante es notar que la religión incaica enseñaba la inmortalidad de las almas y hasta la resurrección de los cuerpos.
Los elegidos tenían su destino
en el Cielo, situado encima de la Tierra, donde llevarían una vida
de Paraíso Terrenal, mientras que el Infierno, dominio del demonio Kupay o Supay y situado debajo de la Tierra, recibiría a los
réprobos, que sufrirían en él los peores tormentos.
En Quito, se creía que el Diluvio había
sido la consecuencia de un combate con la Gran Serpiente, que
escupió tanta agua que anegó el mundo.
En el Perú, el Quetzalcóatl ascético, "manso y suave", ha superado su derrota y, gracias a Manko Kapak, se ha impuesto a los residuos "salvajes" de los cultos indígenas y ha borrado el recuerdo del Quetzalcóatl guerrero. También han desaparecido el dios malo y la lucha entre dioses.
Apenas subsiste un ligero resabio de maniqueísmo teológico en el combate del dios de la materia, Pachakamak, con el dios del espíritu, Kon-Ticsi, y esto sólo en un mito geográficamente muy localizado y en vías de desaparición. Tampoco hay dios de los infiernos ni dios de los muertos. Sólo queda un demonio al estilo de Satanás. Todo se ha simplificado, depurado y armonizado.
Un dios binario - Padre e Hijo - cuya expresión y símbolo visible es el Sol, gobierna las fuerzas cósmicas y salva a los hombres por la Encarnación.
Se trata todavía,
por cierto, de un paganismo panteísta al modo escandinavo, pero no
es difícil reconocer en él un aporte extraño que ya habíamos
encontrado, tan definido pero menos afirmado, en la religión de Mesoamérica.
No queremos, por cierto, caer en el error de esos cronistas españoles, ridiculizados por Garcilaso, que "han hecho trinidades... no habiéndolas imaginado los indios", con el objeto de asimilar "su idolatría a nuestra santa religión".
No fue, sin embargo, por un afán de sincretismo - la última cosa en que pudieran pensar - que dichos cronistas, y en especial los sacerdotes que había entre ellos, señalaron y hasta exageraron las similitudes que encontraban entre el cristianismo y las religiones amerindias. No fue por obra de su imaginación que llegaron a hablar de una predicación en América del apóstol Tomás, por analogía fonética con uno de los nombres - Pay Tomé - del dios Blanco.
Hasta les habrá costado mucho dar muestra de tal lealtad intelectual, por lo menos en cuanto atañía al culto náhuatl cuyas características sanguinarias los horrorizaban.
La evidencia fue, sin duda alguna, más fuerte que
sus prejuicios y su sensibilidad.
Si lo hacían, era porque los sacerdotes de Olin Tonatiuh y los de Quetzalcóatl se designaban a sí mismos con este nombre, Ahora bien, en idioma náhuatl, sacerdote se dice tlamacazqui y, por otro lado, papa no es vocablo náhuatl. Los indios utilizaban esta palabra para hacerse entender por los Blancos, y lo conseguían.
¿Pero cómo conocían el término, que los españoles no empleaban, por cierto, para designar a sus capellanes?; ¿dónde se llamaban "papas" los simples sacerdotes?
En Irlanda. Los papas (paba, del latín papa) eran los monjes anacoretas que poblaron las islas del Atlántico Norte, inclusive Islandia, antes de los escandinavos que los conocían muy bien y los llamaban papar.
Por otro lado, sabemos por las sagas que los irlandeses habían colonizado Huitramannaland, tierra situada al Sur de Vinlandia y sólo separada de México por Florida, y que entre sus pobladores había sacerdotes.
Lo inverosímil
para ellos son los aspectos a la vez profundos y secundarios de su
fe que guerreros analfabetos, o poco menos, no habrían sabido
exponer. Los elementos a que nos referimos son más tangibles y sólo
pueden haber sido aportados por cristianos.
En Michoacán, se decía que Tezpi y su mujer escaparon del Diluvio en un bote, llevando consigo aves y animales (sic). Después de un tiempo, el Noé náhuatl echó a volar un buitre, que se quedó devorando cadáveres de gigantes ahogados. Luego, soltó un colibrí, que volvió con un ramo en el pico.
En Chiapas (actual Guatemala), se contaba que Votan era nieto del ilustre anciano que se salvó con su familia, en una balsa, de la gran inundación en la cual pereció la mayor parte de los seres humanos. El dios-hombre cooperó en la construcción de un gran edificio gracias al cual se pretendía escalar los cielos. Teotl se enojó.
Destruyó por el fuego la pirámide sin terminar, dio a cada familia
un idioma distinto y mandó a Votan a poblar el país del Anáhuac.
Ya hemos relatado más arriba cómo Olin Tonatiuh y Quetzalcóatl tenían la misma madre, Coatlicue - también llamada Cihuacóatl, mujer serpiente - que concibió a sus hijos sin intervención masculina, al segundo al tragarse una piedra preciosa y al primero, al esconder en su seno una pluma blanca - algunos textos dicen una bola de plumas - recogida en un templo que estaba barriendo como castigo por haber arrancado la rosa prohibida.
Coatlicue, que
los nahuas llamaban Madre Tierra y Nuestra Señora y Madre, es así,
como la Eva bíblica, la responsable del pecado - y de los dolores del
parto, con los cuales el dios lo sanciona - y, como la Virgen María,
la madre del Redentor milagrosamente concebido.
Semejante escepticismo no cabría, de cualquier modo, ante la existencia, entre los nahuas, de cuatro de los siete sacramentos de la Iglesia Católica: el bautismo, la confesión, la comunión y el matrimonio. El orden debía de existir también, puesto que el sacerdocio estaba rígidamente organizado y reglamentado.
Sólo se
desconocían la confirmación, que tenía poca importancia litúrgica en
el catolicismo medieval, y la extremaunción, que no es sino una
forma particular de absolución de los pecados.
Su ministro era la partera que, después de cortar el cordón umbilical, dirigía esta plegaria a la diosa del agua, Chalchiuhtlicue:
Unos días después, se celebraba, en medio de grandes festejos familiares, el bautismo propiamente dicho.
Con sus dedos mojados, la partera depositaba algunas gotas de agua en la boca del recién nacido:
Luego, mojaba del mismo modo el pecho del niño:
Después, la partera le echaba unas gotas en la cabeza:
En fin lavaba todo el cuerpo del recién nacido:
El sacramento náhuatl de la penitencia se recibía, como el Consolamentum de los Cátaros, sólo una vez en la vida, y mediante confesión auricular.
El sacerdote decía al penitente:
El sacramento náhuatl de la comunión se daba, una vez por año, a los adolescentes, que sólo podían recibirlo después de un año de penitencia.
Con harina molida por ellos mismos, los sacerdotes preparaban la masa con la cual hacían el cuerpo de Uitzilopochii. Al día siguiente, un hombre que representaba a Quetzalcóatl - tal vez el Sumo Sacerdote de este dios - disparaba una flecha en el corazón de la hostia. Luego, se deshacía el cuerpo.
El corazón se repartía entre los jóvenes.
El casamiento se realizaba mediante dos ceremonias distintas.
En la primera, los novios se sentaban cerca del hogar y las casamenteras anudaban juntos el manto del joven y la blusa de la joven. Ya estaban casados, pero sólo podían consumar el matrimonio después de cuatro días de plegarias en la cámara nupcial.
El quinto día, un
sacerdote bendecía su unión echando sobre ellos un poco de agua
consagrada.
El sacerdote, con su sotana blanca y sus ornamentos, los purificaba con copal - el incienso de Mesoamérica - y los jóvenes confesaban públicamente sus pecados.
Luego, después de la debida amonestación, el oficiante aplicaba a cada uno "agua virgen". No sabemos si esta ceremonia reemplazaba el bautismo y la confesión o se agregaba a ellos.
El matrimonio maya era semejante al
náhuatl y, como éste, comportaba una bendición sacerdotal.
Es así cómo el matrimonio tenía un mero carácter civil, formalizado por el soberano para los miembros de la familia Real y por los curacas - los señores indígenas - para el pueblo, con la simple unión de las manos de los contrayentes.
No sabemos si existía en el Perú algo parecido al bautismo. Estamos muy bien informados, por el contrario, respecto de la comunión que formaba parte de las fiestas de Intip Raymi y de Uma Raymi.
En la primera, que Garcilaso asimila a las Pascuas cristianas y que tenía lugar, poco después de éstas, en el solsticio del verano europeo (o sea en el solsticio de invierno austral), las Vírgenes del Sol, para los incas, y "doncellas" para la gente común, como dice Garcilaso, preparaban una grandísima cantidad de una masa de maíz, que se llamaba zancu, y hacían con ella panecillos redondos del tamaño de una manzana, de los que se tomaban dos o tres bocados al principio de la comida.
Al día siguiente, cuando salía el Sol, el Emperador iba a la plaza mayor del Cuzco y tomaba dos grandes vasos de oro, llenos de su brebaje. El vaso que tenía en la mano derecha, lo volcaba en un tinajón de oro, que se comunicaba por un caño con la Casa del Sol.
Del vaso de
la mano izquierda, el Inca tomaba un trago y, luego, repartía el
resto entre los demás incas, dando un poco a cada uno en un pequeño
vaso de oro o plata. Los curacas, que estaban en otra plaza,
recibían la misma bebida, preparada por las Vírgenes del Sol, pero
no tocada por el Emperador. Nada más parecido que este rito a la
Santa Cena de algunas iglesias protestantes.
Uno, amasado normalmente, se comía con el desayuno,
después de la salida del Sol. El otro, preparado con sangre de niños
de cinco a diez años, a quienes se lo extraía de la juntura de las
cejas, hombres y mujeres se lo pasaban por el cuerpo y luego lo
pegaban a los umbrales de la puerta de su casa. Notemos que las dos
fiestas en cuestión eran los únicos días en que los incas y sus
súbditos usaban pan.
Pero hay ciertas dudas acerca de su significación.
Mientras los españoles de la Conquista le atribuían un carácter
religioso, algunos autores de hoy piensan que se trataba más bien de
una autocrítica hecha ante las autoridades civiles, lo cual
confirmaría lo que hemos dicho más arriba acerca de la
secularización de la vida religiosa en tiempos del imperio incaico.
No así los nahuas que lo habían echado. Para ellos, el autosacrificio debía ser sangriento.
Quetzalcóatl,
Pero los fieles de Uitzilopochli, en vísperas de las fiestas o, de modo mucho más riguroso, como penitencia posterior a la confesión, iban mucho más lejos: se sangraban las orejas y se traspasaban la lengua con espinas de maguey, pasando por el agujero "muchos mimbres delgados".
Peor aún entre los mayas, que se
agujereaban el miembro viril.
Para la fiesta de Intip Raymi, los incas
y sus súbditos se preparaban con tres días de ayuno riguroso, en los
que sólo comían un poco de maíz blanco crudo y no dormían con sus
mujeres. No son éstos sino ejemplos, pues este tipo de penitencia se
practicaba en innumerables oportunidades, tanto en Mesoamérica como
- a diferencia de las mortificaciones sangrientas - en Perú.
Pero es en el Perú donde encontramos la institución más parecida a nuestras órdenes religiosas, no sólo por el modo de vida, sino también y sobre todo por los votos perpetuos. Nos referimos a las Vírgenes del Sol, verdaderas monjas que vivían en clausura absoluta en las Casas de Escogidas. Las del Cuzco, todas de sangre Real, eran las esposas del Sol, como las religiosas católicas son las esposas de Cristo.
En los conventos esparcidos por todas las provincias, jóvenes de sangre mezclada y hasta, por favor especial, indias puras eran las esposas del Emperador, Hijo del Sol, quien tomaba a las más hermosas por concubinas. Sólo en este último caso las monjas podían quebrar su clausura y su voto de castidad perpetua.
En los conventos, las escogidas se dedicaban, al margen de sus obligaciones religiosas, a hilar, tejer y coser las vestimentas que el Emperador empleaba o regalaba.
También preparaban la bebida y el pan que el Inca
utilizaba para la "Santa Cena" del Intip Raymi y del Uma Raymi. Pero
su misión principal consistía en conservar, como las Vestales de
Roma, el Fuego Nuevo que, en el día del Intip Raymi, los sacerdotes
prendían con un espejo o, de estar el cielo nublado, con dos
palillos "barrenando uno con otro".
Más difícil resultaría explicar del mismo modo las coincidencias de significado que se notan.
Ya hemos visto que la fiesta incaica del Intip Raymi, que Garcilaso identifica con la Pascua cristiana, tenía lugar, poco después de estas últimas, en el mes de Junio. Pero la ceremonia del Fuego Nuevo, que se celebraba en esa fecha, no tenía sentido alguno en el solsticio austral de invierno.
La iglesia sudamericana comete hoy el mismo error al
bendecir el Fuego Nuevo, símbolo del Sol Nuevo, en la misa pascual
de medianoche, vale decir, a principios del invierno austral, pues
festejar la Resurrección del Dios-Hombre, como la del Dios-Sol,
tiene sentido en la primavera, cuando la Naturaleza se despierta e
inicia un nuevo ciclo vital, o a principios del verano, pero no en
el otoño ni a principios del invierno, cuando la noche va
desplazando el día y la tierra se adormece.
La familia Real visitaba las huakas donde descansaban las momias de sus antepasados y, en cada hogar, había ritos en homenaje al Kanopa (Penate) de la casa. Pero el Inca Yupanki trasladó estas recordaciones al mes de Noviembre-Diciembre, haciéndolas coincidir, por lo tanto, con el calendario litúrgico cristiano, y también con el Día de los Muertos de los nahuas.
Estos últimos, por otro lado celebraban a su manera,
en Mayo, la Pascua de Resurrección: se sacrificaba en el altar de
Tezcatlipoca a un joven hermoso y educado que personificaba al Sol.
Luego se colocaba en la cima de una pirámide una estatua de Uitzilopochli. ¡Muerte y resurrección del dios!.
En una ruina de Palenque, que por esto se llama hoy en día Templo de la Cruz, figura, esculpido en bajorrelieve, el símbolo cristiano de la Redención, con a su pie un niño orando.
En Cozumel se veneraba una gran cruz de
diez palmos de largo. Y podríamos citar muchos casos más. Entre
otros, el que cuenta el cronista Zamora: según las tradiciones
indígenas, Sua-Kon, también llamado Hukk-Kon, enviado por Kon Ticsi
Huirakocha para civilizar los pueblos del Norte peruano, les enseñó
a pintar cruces en sus mantos para vivir santificados en su dios.
No es éste el caso, sin embargo, de cruces
netamente cristianas como la llamada cruz de Malta, ya conocida por
los escandinavos en la Edad Media, y es ella la que adorna buena
parte de las representaciones de Quetzalcóatl. La encontramos
igualmente en Tiahuanacu.
Es muy probable, sin embargo, que no tengan ningún origen
cristiano y representen meramente algunas de las tríadas conocidas,
por ejemplo la del Relámpago, el Trueno y el Rayo.
Cuando, cerca del Cuzco, los soldados españoles penetraron por primera vez en el único templo dedicado a Huirakocha, llegaron a la capilla central y hallaron en ella, en lugar del oro que buscaban, la estatua de un anciano barbudo y erguido, que tenía en la mano una cadena atada al cuello de un animal fabuloso tendido a sus pies.
No tuvieron vacilación alguna: era la venerada y bien
conocida imagen de San Bartolomé.
Quetzalcóatl, Itzamná y Huirakocha, personajes históricos, aparecen ahora como divinidades, más o menos confundidos con los dioses que habían traído consigo de Europa.
En Mesoamérica, la dualidad que ya notamos entre el Quetzalcóatl guerrero (Kukulkán entre los mayas) y el Quetzalcóatl ascético (Itzamná) se precisa mediante la superposición de dos teologías difícilmente conciliables:
El origen de la primera es indudablemente germano: lo prueba el nombre de su Dios-Sol - Olin Tonatiuh - en el cual se unifican los dioses de la tríada nórdica:
Lo que llama aquí la atención es que los dos
últimos dioses mencionados figuran con sus nombres alemanes, y no
escandinavos. Lo cual nos permite precisar, como veremos en el
capítulo X, la procedencia danesa de Ullman y sus compañeros.
A la teología se agrega, como aporte cristiano, la práctica de sacramentos:
No olvidemos las fiestas religiosas, en especial la del Intip Raymi que, con su ceremonia del Fuego Nuevo, se celebraba, como sigue haciéndose para las Pascuas cristianas actuales, cerca del solsticio de invierno austral y no en el de verano, como sería lógico.
Contrasentido éste que sólo puede explicar un cambio de
hemisferio sin modificación de la fecha anteriormente establecida
conforme a las estaciones europeas.
Ignoramos si el paganismo cristianizado del Perú
incaico provino de la fusión de los grupos Blancos cuando la partida
de Quetzalcóatl hacia Sudamérica, o de una evangelización posterior,
ya en el Altiplano, de los atumuruna, cuyas nuevas creencias sólo
habrían sobrevivido parcialmente al degüello o huída de la mayor
parte de ellos después de su derrota de la Isla del Sol.
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