PROLOGO

Este libro contiene la CLAVE interpretativa de una gran Obra. La Obra que inició a principios de siglo la imponente y enigmática figura de SRI AUROBINDO.
 

Sri Aurobindo, revolucionario, poeta y yogui, es alguien al que muchos citan y admiran, pero que muy poco conocen. Quizá sea debido, en parte, a la extensión de sus obras: más de 30 volúmenes: pero, sobre todo, es a causa de la amplitud, abarcabilidad, densidad y profundidad de todas ellas, creadas siempre en un estado psicológico paranormal, de superconsciencia o híper vigilia, donde su experiencia mística se reviste de filosofía y de escritura automática.


Bien pudiéramos decir que es el creador de un evolucionismo místico y experimental a la vez.

 

Sri Aurobindo anunció una Nueva Era evolutiva:

“Una Evolución Nueva “, en el sentido biológico de la evolución de las especies, es decir, otra forma de vida sobre la tierra después del hombre.


“El Hombre es un ser de transición - escribió. El paso del hombre al superhombre es la próxima realización de inminente de la evolución terrestre. Este paso es inevitable porque es a la vez la intención del espíritu interior y la lógica del proceso natural.”

Pero Sri Aurobindo nunca fue un teórico ni un visionario: fue siempre un hombre de acción, una ACCIÓN viva. En 1920 dejó de escribir: allí quedaban, en más de 6 000 páginas, su objetivo y su metodología: originar una mutación humana por medios psíquicos.


A partir de esas fechas se consagró a hacer en si mismo este experimento, junto con la que será su compañera y colaboradora inseparable: MADRE (Mirra Alfassa). Silenciosamente. Las mayores revoluciones son las más silenciosas.


¿Qué HIZO durante esos 30 años, hasta 1950? ¿Hasta dónde llegó su experimento? ¿Qué logró para nosotros y para la tierra? Sri Aurobindo calló, “se ha ido sin decirnos su secreto” - comentó Madre, salvo algunas notas dispersas en su amplia correspondencia, y ese inmenso poema épico, Savitri, de 24000 versos, en el que trabajó cincuenta años ¿En qué clave están escritos esos versos?


Desde 1950, Madre continúo el experimento, la mutación, también en silencio. Pero esta vez iba a haber un testigo.

 

De entre todos sus discípulos, encontró solo uno que pudiera entenderla: SATPREM.

“Sólo a ti puedo contarte todo esto”

Hizo de el su confidente personal.

 

Durante veinte años fue contándole día a día su búsqueda, sus experiencias, sus descubrimientos. Y Satprem fue grabándolo todo a lo largo de 200 cintas, y transcribiéndolo fielmente en 13 volúmenes, más de 6000 paginas.

 

Así nació el documento de evolución experimental llamado LA AGENDA DE MADRE.

“Agenda de la Acción Supramental sobre la Tierra.”

También, durante aquellos años, Satprem había iniciado junto a ella su andadura de escritor, de “escriba”, como a él le gusta decir. Escribió dos ensayos: Sri Aurobindo o la aventura de la consciencia en 1963, y la génesis del superhombre, en 1970; y dos novelas autobiográficas: El buscador de oro y Por el cuerpo de la Tierra.


Pero de pronto, a partir de 1973, la vida iba a cambiar mucho para el, y quizá también para nosotros sin saberlo. Hay giros radicales de la historia cuyos hilos secretos no conocemos.


Se encontró solo con aquel inmenso documento. Aquellos veinte años de investigación evolutiva en pos de una mutación humana no podían quedar en silencio, para él sólo, La Agenda era la vida misma de Madre. Vio que era el momento de entregarla íntegramente a todos cuantos quisieran aventurarse con ella y colaborar en esta transición evolutiva: un cambio de Era biológica, “Esta Agenda es mi regalo para los que me aman”, le había dicho ella. Y con ese fin fundó en varios países un Instituto de Investigaciones Evolutivas.


Sin embargo, La Agenda es como una inmensa selva de experimentos, verdaderamente un ecosistema totalmente nuevo, desconocido, otra geografía, sin puntos de referencia.

 

Pero él estaba acostumbrado a la selva, y había acompañado a Madre muchos años en su insólita exploración,

“Me creerán muerta porque ya no podré moverme ni podré hablarles… Pero tú que sabes, tu les dirás…”

Así que Satprem puso de nuevo a la escucha su mano de escriba para diseñar esta vez, a modo de cartógrafo de aquella selva de Madre, el mapa orientador del nuevo ecosistema supramental.

 

Escribió en 1975 una trilogía: Madre, el materialismo divino; Madre, la especie nueva, y Madre, la mutación de la muerte. Es la introducción natural a La Agenda. Y luego, en 1976, Cuaderno de laboratorio, un instrumento de trabajo o de navegación. En 1979 creó Gringo, la leyenda de la Anciana de la Evolución, llena de encanto, símbolo y misterio.


Finalmente, en 1980 nos entregó LA MENTE DE LAS CÉLULAS, que es una “condensación ultrarracional” de su trilogía; una introducción a La Agenda, de una brevedad llena de fuerza. Contiene la esencia destilada y la clave interpretativa de la obra evolutiva de Sri Aurobindo y Madre.


Y es también la invitación a participar conscientemente en una fabulosa aventura: la actual mutación de nuestra especie y la inminente aparición de una especie nueva sobre la Tierra.

 

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¿PASAPORTE…  PARA DONDE?

A los quince días exactamente de haber cumplido mis veinte años, en una ciudad de Francia, al doblar una esquina, mi vida cambió brutalmente cuando en medio de un chirriar de neumáticos furiosos y el golpear de las puertas, dos hombres, pistola en, mano, saltaron de un Citroen de la Kriminal Polizei, me agarraron y me llevaron –fue cosa de treinta segundos.

 

Ya no iba a ser jamás un ser de la especie humana ordinaria. La Gestapo, los interrogatorios bajo los focos eléctricos, perdida toda noción del día y de la noche, los pasos de los SS al amanecer -¿me fusilarán hoy?, ¿mañana…?-. Los patios helados de Buchenwald, las filas de a dos sobre las inmaculadas baldosas de las duchas -¿será para darnos un baño o para limpiarnos con gas?

 

Y luego… Luego… La muerte de una hombre no es muy grave. ¿Pero la muerte del Hombre…? L a muerte de una criatura humana con todos sus sueños, sus esperanzas, su fe en la belleza, su fe en el amor, su fe en la inmensidad de la vida como un tesoro a conquistar, como un continente a explorar, un secreto a descubrir. Y luego… Luego NADA. La muerte, todavía es algo. ¿Pero la nada…?


Aquel quince de noviembre del año treinta mil después de la aparición del Homo sapiens, me encontré desnudo, desvastado, como al comienzo de los tiempos, o al final.

 

¿El Hombre, ha muerto? ¡Viva el Hombre! ¿Y qué puede significar un corazón latiendo…, si su ciencia, sin sus evangelios, sin sus libros, sin país, sin ley? Entonces, todo ha muerto, o no ha nacido aún. Un corazón latiendo, como antes del Diluvio, o después. Una pequeña criatura de una especie terrestre, contemplando, como al comienzo del mundo, sobre una gran playa desnuda en la que alza el vuelo una gaviota.


¿Y qué significa ese corazón, sin ciencia, sin conocimiento, porque todos los conocimientos se han hundido ya, o no han nacido aún?


Un corazón late de esperanza, de fe, de llegar a ser. Contempla el mundo como una gran aventura por vivir. ¿Pero qué queda por descubrir cuando todo el viejo llegar a ser ha muerto, cuando toda la ciencia humana ha muerto, cuando todos los dioses han muerto, o no han nacido aún?


Es terrorífico. Y es maravilloso.


Ya no hay más esperanzas. Solo queda la Esperanza desconocida.


Y me pregunto si aquella criatura humana que tenia veinte años y quince días, si aquel corazón desnudo y vacío, no anunciaba ya, de forma temprana, a tantos y tantos otros corazones jóvenes que iban a contemplar sobre la gran playa desnuda del mundo la nulidad de su ciencia, la nulidad de sus bombas, la nulidad de su mecánica, la nulidad horrible, y maravillosa, de todos los dioses de Occidente y de Oriente. Porque…


No estamos al final de una civilización.


Estamos en el Tiempo del Hombre que va a nacer.


Ya hemos jugado bastante al tren eléctrico, a la penicilina, al cromosoma electrónico… ¿y si hubiera llegado ya el momento de otro juego, de otro descubrimiento en un latido puro, de un hombre desconocido bajo su abrigo gastado?


A mis veintidós años, recién salido del infierno, lleno de rabia, cogí a la Vida, esa garza engañosa, por las solapas, y le dije: Ahora, cara a cara, vas a revelarme tu secreto, y déjate de historias, tu secreto, que no son los libros, ni la ciencia, ni la mecánica, ni el Este, ni el Oeste, ni ningún país, salvo el País de la tierra verdadera. Tu secreto que late en mi corazón desnudo.


Removí el cielo y la tierra. Lo intenté todo. ¡Ah!, quise que gritara su secreto esta carne de hombre devastado, esta Tierra nula y maldita, y maravillosa. Recorrí los continentes, escuché tañir el fantasma de los gongs de Tebas y de Luksor, me zambullí por los rojos senderos de Afganistán y desterré cabezas greco-búdicas, pero su sonrisa no estaba siempre en mis labios.

 

Escalé las paredes del Himalaya, cavé en los nidos de águila buscando el tesoro de los príncipes rajputs, fumé opio hasta la saciedad, martillé en todas las puertas de este cuerpo… Pero nunca estaba allí el secreto. Me sumergí en la selva virgen de la Guayana, escuché la noche, el grito de los monos rojos como un coro bestial al comienzo de los mundos. Atravesé Brasil, África, buscando siempre la mina de oro, de mica o de cualquier cosa, pero esa mina en el fondo de mi piel no me entregaba nunca su secreto.

 

Volví de nuevo a golpearme en la India, empuñé el secreto de los yoguis, medité con ellos, me perdí con ellos sobre las cumbres rarificadas del espíritu: pero la Tierra, esta Tierra, no me contaba su maravilla. Y me hice mendigo por los caminos, desgasté este cuerpo hasta dejarlo en los huesos, recé en los templos, llamé a todas las puertas, pero no se abría la única puerta que colmara por fin este corazón.


Y seguía tan desnudo como antes, ¿no había, pues, más esperanza que acumular electrónica, bombas, falsa sabidurías, o sabidurías verdaderas que os llevan hasta el cielo pero que dejan a esta Tierra pudrirse a dos patas?


Tenía entonces treinta años.


Seguía transcurriendo el año treinta mil después de la eclosión del hombre. ¿Y para qué? ¡Todo aquello, todos aquellos miles de años! ¿Para que andar con corbata y en la mano una pequeña maleta y un pasaporte visado? ¿Un pasaporte para DONDE? ¿Un visado para QUE? ¿Dónde había quedado el Hombre como una gran aventura, como un secreto a descubrir, como un tesoro desconocido?


Nací en París. Hubiera podido nacer en Tokio, en Nueva York, pero, ¡nacer al mundo…? ¿Nacer por fin a algo que no fuera mi abuelo, ni mi bisabuelo, ni el bachillerato de rigor, ni libros amontonados en bibliotecas muertas, ni la eterna historieta que se repite y se repite en francés, en inglés, en chino y en hombre que muere y sigue muriendo sin haber encontrado lo que hace latir este corazón, ni por qué una gaviota alzando el vuelo en una playita le llena de pronto de un aire ligero, como si pudiera volar?


Mi pasaporte dice que no puedo volar, excepto en Boeing 747.


Pero mi corazón dice otra cosa.


Y todo el corazón de la Tierra comienza a decir otra cosa.


Un día a mis treinta años, encontré a Aquella que decía también otra cosa. Tenía 80 años, era joven y risueña como una niña. La llamaban “Madre”. Fue en Pondichéry, en la costa del golfo de Bengala.


Madre es la más maravillosa aventura que ha conocido jamás. Es la última puerta que se abre cuando todas las demás se han cerrado sobre nada. Durante quince años me condujo por caminos desconocidos que llevaban al futuro del hombre, o quizá a su comienzo verdadero. Mi corazón latió como si latiera por vez primera en el mundo, Madre es el secreto de la Tierra. No, no es una santa, ni una mística, ni una yogui; no es del

 

Este ni del Oeste; no es una taumaturga tampoco, ni un gurú, ni la fundadora de una religión. Madre es el descubrimiento del secreto del Hombre cuando ha perdido ya su mecánica y sus religiones, sus espiritualismos y sus materialismos, sus ideologías del Este y del Oeste, cuando es él mismo, simplemente: un corazón que late y que clama por la Tierra-de-Verdad, un cuerpo simplemente que clama por la Verdad del cuerpo, como el grito de la gaviota clama por el espacio y el viento.


Es su secreto, su descubrimiento, lo que voy a intentar contaros.


Pues Madre es un cuento de hadas en las células del cuerpo.


Una célula humana, ¿qué es?


Otro campo de concentración… biológico.


O un pasaporte para… ¿para dónde?


SATPREM
(8 de julio de 1980)

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INTRODUCCIÓN


Estamos antes un extraordinario misterio, que muy bien pudiera ser un cuento de hadas.


El cuento de hadas de la especie.


Vamos a partir del archipiélago de las Galápagos, allí donde Darwin, por vez primera, alrededor de 1835, concibió su teoría de la evolución: “Las iguanas no fueron siempre iguanas”…, ni el hombre, hombre para siempre. Desde entonces no se nos ha dicho nada más serio ni más cautivador, o mejor seria decir más liberador, pues verdaderamente se trata de salir del cautiverio.


¿Más por dónde salir, a parte de la explosión del planeta o de las salvaciones celestes, yóguicas y demás, de las que empezamos a ver ya claramente que dejan la Tierra igual que antes?

“La salvación es física”, decía aquella cuya aventura en la consciencia de las células vamos a contar.

La evolución es materialista, como debe ser, o en todo caso material.

 

Aunque queda por saber qué es la Materia. Si es cerrado o abierta. Darwin la abría, junto con su contemporáneo Julio Verne. Max Planck, Heisenberg, Einstein…, la abrían, junto con sus amigos impresionistas, fauvistas o puntillistas –la Materia estallaba por todas partes-. Es lo que han hecho también Sri Aurobindo y Madre, igual que algunos astrofísicos. ¿Y por qué iba a cerrarse con los biólogos?


Sri Aurobindo tenía diez años cuando murió Darwin (1882): -había dejado ya la India para aprender la lección del materialismo occidental en Londres: Madre, su futura compañera, tenía cuatro años en París, y Einstein tenía tres en Ulm.


Pero también se nos ha dicho algo muy serio después de Darwin, mas cuando lo “serio” comienza a tomar el aspecto de una prisión” empecemos ya a desconfiar, pues el prodigioso escenario evolutivo después de la explosión de los vertebrados, hace unos cuatrocientos millones de años, ha hecho saltar cada una de las sucesivas biológicas, y de paso algunas filosofías, de carramarro, de conejo y de orangután. ¿Cómo han saltado?... Eso es lo que nos interesa averiguar.


Ahora bien, en 1953 un equipo de biofísicos anglo-americanos descubría el mecanismo de duplicación de la molécula de ADN. Algo muy serio.

 

El orden de encadenamiento de los aminoácidos determina para siempre si seremos una rata o un hombre, y cierta molécula mágica y perfectamente científica, llamada ácido desoxirribonucleico o ADN, regula imperturbablemente ese ensamblaje de padres a hijos, a no ser que alguna colisión de rayos X o de rayos cósmicos (o una bomba atómica) venga a hacer descarrilar un eslabón de la cadena… y nos lleve más probablemente hacia una monstruosidad que hacia una próxima especie - y, además, todo eso durante miles o millones de años de mutaciones imperceptibles que acabarían, casualmente, por desencadenar algún resorte y precipitarnos por fin en otra especie…, si la guerra nuclear nos da tiempo y si los cinco mil millones de Homo Sapiens de este planeta no han engendrado, mientras tanto, otros tantos miles de millones de hombres-ratas y han devorado la Tierra.

 

Es algo que está por ver también, ya que, después de todo, hicieron falta miles de años para llegar a los mil millones de hombres –eso era en 1830-, mientras que han bastado cien años para llegar a los dos mil millones, luego treinta para los tres mil, y sólo catorce para los cuatro mil millones.1


El problema es urgente, Ya no disponemos de miles de años evolutivos para resolverlo, quizá ni siquiera de diez años. Entonces, ¿por dónde salir a pesar del equipo angloamericano y de sus células repetitivas?


¿Hay alguna solución en la célula y en la Materia, ya que la solución no está en el cielo ni en las liberaciones de lo yoghis? De todas formas, es indudable que el hombre no va a seguir siendo indefinidamente un hombre, ni siquiera un hombre “mejorado”, como tampoco el reptil permaneció reptil en los pantanos resecos del Secundario.

 

Y si no encontramos nosotros el “truco”, la evolución lo encontrará por nosotros, a pesar de todos los biólogos.

 

Hace setenta millones de años, los grandes saurios desaparecieron bruscamente de aquella Tierra que ellos mismos ahogaban, para dejar retozar y brincar a los ratones ya las musarañas arborícolas.

57.412- ¿Podemos esperar que este cuerpo, que es ahora nuestro medio de manifestación terrestre, tenga la posibilidad de transformarse progresivamente en algo que pueda expresar una vida superior, o acaso habrá que abandonar esta forma totalmente para entrar en otra que no existe aún sobre la Tierra? (decía Madre, que precisamente iba a buscar el “truco” de las especies en las células del cuerpo). ¿Habrá una continuidad o habrá una brusca aparición de algo nuevo…? ¿Acaso será la especie humana como ciertas especies que han desaparecido de la Tierra?

Era en 1957.


Darwin empleó más de veinte años en atreverse a decir lo que ya había presentido en el archipiélago de las Galápagos: El origen de las especies, publicado por Edaf, 1983, data de 1859.

 

Y aun así, decía:

“Es casi como confesar un crimen.”

Y nosotros estamos ante la historia de Madre como Darwin ante sus iguanas:

“Pero, vamos a ver, ¿será posible? ¿Y qué va a decir el biólogo, y qué dirá la medicina, que dirá la gente? Sin embargo, no hay duda.”

Durante diecinueve años, escuchamos los experimentos de Madre, la continuadora de Sri Aurobindo, sin comprender muy bien qué podía significar todo aquello; luego ella se fue un día de 1973, a la edad de noventa y cinco años, dejándonos perplejos ante una montaña de documentos incomprensibles y llenos de sentido a la vez.

 

Durante siete años hemos estado empuñando esos documentos, nos hemos batido con ellos, hemos dado puñetazos contra el muro y hemos llamado a Madre al otro lado de “esta muerte imbécil”, como decía ella, para que nos revele su secreto –que sin embargo, está patente en esos miles de páginas de documentos, su Agenda.2

 

Pero ¿Qué sentido puede tener la experiencia de un mamífero para un dinosaurio?

 

Y, sin embargo, esa Agenda está llena de sentido, todo está ahí, mas hace falta una pequeña clave que ponga en su sitio todas las piezas del rompecabezas.


Hasta hicimos el intento de escribir tres volúmenes,3 para seguir el hilo, trazar el camino en ese incomprensible mañana del hombre. ¡Oh, de qué forma nos hemos batido! A veces, incluso cogimos, como el Sherlock Holmes de Conan Doyle, nuestra lupa y nuestro razonamiento mental para captar lo que ya no es mental, Madre, es una desconcertante novela policíaca, fascinante, en la historia de la próxima especie -¿Cómo se fabrica una próxima especie, de dónde sale, por qué sitio, por qué mecanismo?.

 

Sin embargo, un día todo fue evidente –porque no hay nada más invisible que la evidencia, porque está tan ante nuestros ojos que no la vemos-. ¿Acaso los ratones, o incluso un mono, ven lo que es un hombre? Les tiene que parecer que ya no trepamos igual de bien a los árboles, pero ¿qué importancia tiene eso…? También nosotros miramos y miramos, una vez y otra vez, la historia de Madre…

 

Hasta que abrimos los ojos de par en par, y si, fue como el “confesar un crimen” de Darwin, ahora si que comprendemos lo que quería decir. ¡Es un desafío tal a nuestra especie y a las leyes de nuestra especie, y, sin embargo, es lógico, es natural! ¡Más decidle a una musaraña de Borneo que el Homo Sapiens es lógico y natural!


No vemos más que una forma de llevar al lector por esta biología detectivesca de la próxima especie: enunciar brutalmente, sin florituras ni comentarios, las experiencias decisivas de Madre, enumerándolas como se hace con los experimentos de laboratorio, y, luego, alrededor de esos núcleos de experiencias, trazar las líneas allí conducentes y las que llevan de allí a un nuevo núcleo, hasta que el rompecabezas esté completo y la conclusión sea inevitable.
 

No vamos a acudir a ningún misticismo, a ninguna filosofía, aunque sea hindú, ni siquiera a ningún cientificismo, ¿pues qué puede significar la ciencia del reptil para un arqueópterix?

 

Vamos a acudir a los datos de la experiencia, por muy extraños que sean para nosotros, y, como Darwin en las Galápagos, partiremos de un dato muy simple que ningún evolucionista puede desmentir, el primer dato de Madre:

58.2811-A través de cada formación individual, la sustancia física progresa, y un día esa sustancia será capaz de establecer un puente entre la vida física tal y como la conocemos y la vida supra mental que se va a manifestar.

El cuerpo, ése es el puente.


Y el cuerpo, quiere decir células, ¿células comportándose según el esquema anglo-americano…, o de otra forma? ¿Imperceptibles mutaciones extendiéndose a través de miles de años…o un cambio brusco?

 

“El milagro de la Tierra”, decía ella, el cuento de hadas de la especie.


Pero un cuento absolutamente biológico y terrestre.

58.145-Al parecer, nunca se puede comprender de verdad más que cuando se comprende con el propio cuerpo.
 

54.214-Saber, para el cuerpo, es poder hacer. 4

Madre es la revolución más formidable que el hombre haya realizado jamás desde que, un día, en un claro de Neolítico, un primer humano se puso a contar las estrellas y sus penas.


De madre egipcia y de padre turco, Madre, o Mirra Alfassa, nació en París en 1878. Tenía un año más que Einstein y fue contemporánea de Anatole France, del que conservó su suave ironía.

 

Era el siglo del “positivismo”: su padre y su madre, “materialistas hasta la médula”,él, banquero y matemático de primer orden; ella, discípula de Carlos Marx hasta sus 88 años. Pero aquella niña tenía extrañas experiencias en el pasado de la historia, y también en el futuro: un día encontró a Sri Aurobindo “en sueños”, diez años antes de verle en Pondichery, y creyó que era “un dios hindú con el vestido que llevan en las visiones”.

 

Matemática, pintora y pianista, fue amiga íntima de Gustav Moreau, Rodin y Monet. Se casó con un pintor del que se divorció para casarse de nuevo con el filósofo que la iba a llevar hasta Japón y China en la época en que Mao Tse-Tung escribía La gran unión de las masas populares, y a Pondichery junto a Sri Aurobindo, al que yo no dejó jamás.

 

Vivirá treinta años al lado de aquel que, a comienzos de este siglo, anunciaba “La evolución Nueva”:

”El hombre es un ser de transición.”

Después de la muerte de Sri Aurobindo en 1950, y a la cabeza de un enorme Ashram que parecía representar todas las oposiciones de la Tierra, se sumergirá en el “yoga de las células” y descubrirá por fin “el gran paso” a otra especie.

 

Incomprendida, sola, rodeada de resistencias y de malas voluntades, dejará su cuerpo a la edad de 95 años, en 1973.

“Pienso que no ha habido nadie más materialista que yo, con todo el sentido común práctico y el positivismo que eso supone –nos decía en medio de sus peligrosos experimentos en la consciencia de las células-, ¡y ahora comprendo por qué ha sido así! Eso ha dado a mi cuerpo una base y un equilibrio maravillosos.

 

Las explicaciones que yo pedía eran siempre materialistas, me parecía evidente: no hay necesidad alguna de misterios ni de nada de eso, explicaos en términos materiales, me parecía evidente: no hay necesidad alguna de misterios ni de nada de eso, explicaos en términos materiales.

 

¡Por tanto, estoy segura de que en mi no hay ninguna tendencia al sueño místico! ¡En absoluto, este cuerpo no tiene nada de místico, gracias a Dios!”

 

1 CT. El New York Times del 16 de marzo de 1980.

2 La Agenda de Madre .1951 – 1973, 13 tomos. Editada íntegramente en su original francés por el Instituto de Investigaciones Evolutivas en Paris. 1978 – 1981, con traducciones al inglés y al italiano.
3 Madre o el Materialismo divino. Madre o la especie nueva. Madre o la mutación de la muerte. Edición francesa. Robert Laffont, Paris, 1977. Existe traducción inglesa e italiana.

4 Todas las citas numeradas lo son de La Agenda de Madre.
Las cifras de cada cita indican el año, día y mes del experimento en cuestión: aquí se trata del año 1954, 21 de abril. Y a esas fechas de La Agenda, que es un cuaderno o diario de laboratorio, remitimos al lector para su conocimiento en extenso y en contexto.

 

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