Sólo cuando por fin llegamos a ser el hombre, pudimos decir:
Y aún así, pudo decirse sólo después de muchas experiencias progresivas que nos hicieron concluir que, decididamente, no éramos ya unos monos delirantes ni, menos aún, unos primates débiles y decadentes, pues la primera evidencia de cualquier nueva especie es todo lo que pierde de la vieja: las cualidades del hombre son las debilidades del mono.
Antes de que el pequeño tarsio de Borneo adquiera su visión binocular, que preparaba la nuestra, hubo a través de las especies un cierto número de "visiones" extrañas o aberrantes que, sin embargo, fueron la "lógica" y la "matemática" y la evidencia del pez o del murciélago que las tuvo. ¿Y qué es, de todas formas, nuestra visión humana retiniana sino una estrecha banda de color, desde el ultravioleta al infrarrojo, vista de forma binocular?
¿Pero qué relación hay entre en "bien" del murciélago y el pleno sol del pájaro? El murciélago se siente simplemente "deslumbrado". Sin embargo, el "algo" que le deslumbra es real, aunque para él sea más bien un "paraíso" de murciélago místico.
Es lógico: no se puede andar con pies humanos por el "paraíso" de la próxima especie, ni con piel de reptil por las primeras escaramuzas del arqueópterix.
Tengamos en cuenta que es la debilidad de la vieja especie la que abre las puertas de la próxima. Pero hace falta que se abra una puerta. Y nosotros hemos abierto ya muchas puertas en nuestra cabeza o, con menos frecuencia, en nuestro corazón, a través de milenios; incluso hemos descendido más abajo aún en la escala fisiológica y hemos abierto las puertas del bajo vientre dejando entrar toda clase de infiernos y de pequeños seres crueles o fanáticos: tipos de subespecies descarriadas que todavía pueblan abundantemente la tierra.
Y ha habido otros que han salido resueltamente de nuestra especie por arriba, en un cohete nirvánico o extático, dejándonos a veces extraños balbuceos arrobados. La poesía es también una "traducción" de ese evasivo "otro estado" que tanto nos gustaría materializar, aunque no sepamos cómo. ¿Habrá alguna forma, algún sitio, por donde atrapar a esa próxima especie?
Es evidente. Mientras no sea en el cuerpo, a nivel fisiológico, celular, seguirá siendo una traducción en una lengua extraña, a través de capas de sueño o de éxtasis o de meditación, que nos permiten ver toda clase de pequeños rayos refractados y pequeñas historias más o menos fabulosas y evanescentes; pero que de todas formas son el reflejo de "algo", quizá como lo que en un ciprínido percibe de un hombre a través de las paredes de su pecera.
No sabemos si le pareceremos ángeles o diablos desde dentro del agua, pero somos "algo" muy material.
Era muy difícil, en un momento dado de la evolución, para un nódulo de manganeso, imaginarse un flagelado impertinente y ambulante.
Una próxima especie es lo más impertinente que hay para la vieja especie. Pero, de todos modos, tiene que haber un eslabón, un lazo de unión, algún sitio por donde agarrarla. Nuestra dificultad no es sólo una falta de imaginación del futuro, sino, sobre todo, una incapacidad de pensar algo que sea diferente a una simple mejora o a una prolongación del presente: nuestro próximo hombre seguiría siendo un hombre + estoy y + esto y + aquello.
¿Acaso el radiolario es una prolongación del manganeso? ¿Y un hombre, una prolongación del helecho arborescente?
Es, más bien, "otra cosa" totalmente diferente. Así que ¿cuál será el lazo de unión, el eslabón con ese algo que es "totalmente diferente"? No conocemos en absoluto lo que hace de puente, porque no sabemos dónde está el otro lado. Y, sin embargo, está en el cuerpo.
Decir que es la modificación de las células germinales lo que produce otra especie, es seguir dando vueltas y vueltas por las circunvoluciones de la vieja especie, incapaz de salir de su esquema animal para imaginar un esquema que no es ya animal, ni mineral, ni vegetal, y que sin embargo, es perfectamente material. Las musarañas quizá sean seres angélicos y sobrenaturales para nódulo de manganeso, pero no son menos materiales y evolutivas que él.
Un día nacieron. Y un día nacerá algo muy distinto a un hombre-animal, quizá está a punto de nacer. Quizá, incluso, esta naciendo ya.1
Einstein nos enseñó la relatividad: los parámetros de un acontecimiento físico están estrechamente ligados a la velocidad del sistema de referencia.
Para decir las cosas simplemente: la distancia es cuestión de velocidad; la velocidad es cuestión de seis patas de hormiga, de dos alas de gaviota o de dos piernas de hombre, o, incluso, de un turborreactor. Pero todo eso es el ser animal propagándose más o menos rápido con mecanismos más o menos ingeniosos para cubrir la distancia entre lo que está "lejos" o "fuera" de él y él mismo.
Sin embargo, muy bien pudiera suceder que el próximo "mecanismo" o el próximo "órgano" de la nueva especie fuese tal que el movimiento sea todavía más acelerado, por así decirlo, hasta tal punto que no haya ya "fuera" ni "lejos", y que la velocidad del flagelado o del turborreactor se vuelvan tan caduca como la inercia de la piedra para el ser vivo.
¿Cuál sería ese mecanismo o ese "órgano" que nos dotase de un movimiento tan rápido que uniera al instante los confines de las galaxias como si no existiera la distancia, como si todo se desarrollara dentro de nosotros, en un cuerpo de materia terrestre, celular? ¿Habrá, en el cuerpo, algún funcionamiento que nos permitirá estar simultáneamente entre ciertas membranas celulares que hacen que seamos un hombre y no un ratón, y estar al mismo tiempo en Nueva York, en Borneo o en donde nos dé la gana?
Si tal movimiento "sobrenatural" nos fuera otorgado fisiológicamente –geográficamente, podríamos decir-, se trataría ya, evidentemente, de otra especie y de otro reino. Lo "natural" del hombre es quizá lo "sobrenatural" del pez, pues no hay duda de que lo natural cambia de una especie a otra, y que "lo sobrenatural es lo natural pendiente de alcanzar" 2, como decía Sri Aurobindo.
Se trataría, evidentemente, de otro espacio y de otro tiempo: otro "sistema de referencia", otro determinismo, quizá algo tan asombroso como pasar de la tranquila inercia del mineral al bullicio de los vertebrados.
¿Y en qué quedaría la muerte en tal caso? ¿En qué se convertiría la Materia en ese nuevo "sistema"? ¿Cómo sería la Materia, sus electrones, sus células, sus galaxias, vistas por un órgano no-binocular que no necesitara ya microscopios ni telescopios que sólo con la prolongación de una misma visión retiniana caduca?
Si no está en las piruetas nirvánicas y extáticas, ni en las circunvoluciones mentales, ni en el sueño ni los ensueños de esta especie dolorosa, que fue quizá concebida para un verdadero paraíso terrestre en un verdadero cuerpo sin muerte y sin sus aprisionantes paredes, entonces ¿dónde está?
De una especie a otra, de un reino a otro, hemos ido pasando de una prisión estrecha a otra no mucho más espaciosa, ¿y si el próximo reino fuera el del hombre espacioso y sin prisión?
Ese "elemento nuevo" es la mente de las células, que está trastocando ya nuestra tierra humana como un día nuestra mente pensante trastocó la tierra de los monos.
1 N. del T: Los siguientes párrafos fueron añadidos al original en la edición inglesa, y son reproducidos aquí como nota marginal por lo que tienen de explicativos y esclarecedores.
La visión de la Biología de
cómo la suma de los cambios genéticos, es decir las modificaciones
del ADN, en las células germinales, es lo que crea nuevas especies
con el transcurso del tiempo, puede que sea correcta. Pero, ¿qué es
lo que pone en movimiento esos cambios genéticos? Decía Darwin en su
época: "En nuestra ignorancia, nos parece que las mutaciones surgen
espontáneamente". Y esa "ignorancia" no ha sido disipada por nuestro
reciente conocimiento del ADN, simplemente la hemos revestido con un
lenguaje científico. La Biología actual señala que las causas
"naturales" de las mutaciones son de dos tipos: 1) errores en el
proceso de copia del ADN cuando las células se dividen y 2) los
rayos cósmicos u otras radiaciones. En otras palabras: azar y azar.
|