IV -
EL DESCENSO AL CUERPO
Nuestro verdadero problema es la muerte. Mientras el hecho físico de
ese ataúd o de esa hoguera no cambié, ni cambiará nada, y nosotros
seguiremos la “ley” que asedia a la vida desde los animales
unicelulares; aunque durante un rato seamos capaces de irnos a esa
otra vida “ondulada”.
“Es como si fuera el problema que se me ha
encomendado resolver”, decía Madre. Madre es en primer lugar la
lucha contra la muerte: porque Sri Aurobindo había muerto en 1950.
Como Orfeo y Eurídice. Y durante veintitrés años iba a batirse con
ese “problema” como una leona.
Pero, de hecho, o se puede pasar a la
ondulación y a la vida ubicua sin que algo haya cambiado ya en el
régimen de la muerte, porque lo que crea la barrera crea también la
muerte.
¿Y qué es lo que crea la barrera, cuál es el mecanismo
celular de la muerte? Los biólogos observan las coordenadas del
fenómeno y dicen: si se da esto + esto + aquello, se produce la
muerte.
¿Pero por qué se da todo eso? No lo saben. El próximo reino
es, ante todo, el que tendrá una posición diferente respecto a la
muerte, ya no estará dentro de ella. Si el modo de vida debe
cambiar, el modo de muerte también debe cambiar, si no seguiremos
dando vueltas en la misma vieja historia sin fin, con algunas
ilusiones ubicuas y celestes de vez en cuando.
¿Y dónde atraparemos ese nido de la muerte?
Para eso, hay que descender al cuerpo.
Es el “camino del descenso”, del que hablaba Madre en 1959.
Y quizá también sea eso el “descenso a los infiernos”.
El hábito mortal
¿Y cómo se hace para descender al cuerpo…? Nuestro cuerpo nos parece
totalmente natural, con él caminamos, lo alimentamos, y luego lo
rodeamos con un cierto número más o menos espeso de pensamientos y
de ingeniosidades diversas. Y a tirar.
Pues bien, es preciso que
deje de ser absolutamente natural antes de empezar a entender la más
mínima cosa del cuerpo. Mientras la cobaya se comporte normalmente
en su jaula, sólo habrá otra cobaya que a su vez seguirá haciendo
otra cobaya… Podemos modificar la alimentación, podemos modificar el
sueño, podemos modificar la calidad del aire respirado, y los hathayoguis no se han privado de jugar con todos esos mecanismos
–podemos incluso parar los latidos de nuestro corazón.
¿Y luego
qué?
No es un circo de la vieja especie lo que buscamos, ni siquiera
una vieja especie “mejorada”, sino otra cosa. Podemos manipular
todos los mecanismos del cuerpo, pero de eso no saldrá nada
diferente, por que esos mecanismos no tocan más que la superficie; y
es por lo que ni los biólogos ni los hathayoguis han encontrado la
clave, ni siquiera han comprendido el asunto. Ya lo hemos dicho:
desde la musaraña arborícola no estamos haciendo más que triturar
mecanismos. Es otra cosa lo que hay que encontrar, otro resorte más
hondo en los cuerpos.
¿Y cuál es el camino?
De hecho, el experimento es muy simple –en todo caso simple de
describir-, pero no tiene ninguna utilidad si uno mismo no lo vive
porque no es en las páginas de un libro donde cambiaremos el
funcionamiento del cuerpo. No es una teoría más lo que buscamos,
sino una fabricación nueva.
Bien pudiéramos creer, en una mezcla de superbiología y yoga, que
vamos a encontrar en ese descenso un zumbante trenzado de nervios y
de venillas, escuchar cómo respiran, palpitar con los nucleolos y
las dendritas…; en una palabra, ponernos a vivir microscópicamente
nuestro cuerpo con una especie de lupa yoguico-electrónica para
descubrir el “truco”, pero el truco no está en ninguna de esas
cosas.
Nuestro cuerpo es un cuerpo excelente, tan bueno como el de
una pequeña serpiente y el de un martín pescador, con pequeñas
diferencias mecánicas. Entonces, ¿qué le impide a algo tan excelente
ser así de excelente? ¡Cuál es la causa de que tome la forma de un
hombre y no la de un coleóptero, aunque ambos sean igual de
mortales?
Los biólogos, siempre a la búsqueda de mecanismos porque
es lo único que pueden captar, nos dirán que resulta un hombre y no
otra cosa porque ciertos aminoácidos –los mismos desde el virus
primitivo hasta Einstein –se enrollan de cierta forma, en cierto
orden, que produce proteínas de hombre y no de otra cosa. Y no se
puede salir de ahí, es implacable y científico desde la primera nube
de hidrógeno, y continuará enrollándose así, o un poco diferente, a
perpetuidad.
Es por lo que Madre decía, haciendo un asombroso
resumen:
“El materialismo es el evangelio e la muerte” (y puesto que
el espiritualismo es el evangelio del cielo, necesitamos encontrar
verdaderamente otra cosa que se asiente un poco mejor o viva un poco
mejor entre esas dos posiciones).
Pero ¡por qué se enrolla de esa
forma y no de otra? ¿Cuál es el mecanismo o el dinamismo o la fuerza
subyacente que hace, o quiere, que eso se enrolle de una forma en el
lagarto y de otra en el Homo Sapiens, sin diferencia apreciable,
pues lo esencial es que se enrolla o quiere enrollarse así?
Aunque no es la diferencia entre el lagarto y el hombre lo que nos
interesa, sino el hecho de ese enrollamiento o ensamblaje típico. ¿A
qué obedece? Eso, lo sabios tampoco lo saben. Pero Madre si lo sabe.
Es ese “truco” lo que nos interesa.
Porque si tuviéramos el secreto…
no es que nos pondríamos a enrollar las proteínas en otro orden para
hacer otra problemática especie, sino que tendríamos la palanca de
la vida misma: lo que la hace moverse en un sentido o en otro, de
pez o de hombre, o más bien lo que la fosiliza en un hábito típico,
y la hace morir quizá. Entre una especie y otra, sólo hay un hábito
diferente de enrollar los mismos materiales. ¿Qué es lo que regula
ese hábito de la materia? Ahí está todo.
Si lo encontramos, entonces
encontraremos quizá lo que nos hace morir y perdernos el hábito de
morir.
Sólo un hábito.
Las capas mentales
Ese descenso al cuerpo no se opera, pues, por medio de ninguna
técnica yóguica, sino que es lo más simple del mundo; se trata de ir
a lo que ya está ahí.
Y no nos vamos a hundir en ningún trenzado de
venillas y dendritas, sino en otra cosa muy distinta, que forma
también una extraña selva amazónica. Para llegar a percibir la
célula o a experimentar la célula, hay que atravesar primero todo lo
que la recubre: capas y capas opacas y zumbonas. La primera de todas
las capas es nuestra capa intelectual –es en la que normalmente
vivimos.
Es la parte alta de la pecera.
Es evidente que todas las
ideas, las filosofías, las religiones y todo lo demás, no tienen
nada que ver con el cuerpo. Esa capa, aparentemente no es nada, es
como el aire que respiramos, pero es un enorme barullo. Es necesario
que todo eso se calle. Si queremos ver claro en un líquido, hay que
decantarlo. Primera operación: el silencio mental. Cuando esa capa
esté ya un poco clarificada, veremos surgir una segunda capa que
empieza a hacerse patente cuando no está ya embellecida por el
alboroto superior de las ideas y de las noblezas filosóficas o
humanitarias: es la capa de la mente emotiva. Es algo ya más
pegajoso.
Pero esas emociones, por muy bellas que sean, tampoco
tienen nada que ver con el cuerpo. Segunda operación la pacificación
de la mente emotiva. Es ya una operación más complicada y que parece
una guerrilla en el desierto. Cuando esa capa esté ya un poco
clarificada y apaciguada, veremos surgir una tercera capa que hasta
entonces estaba totalmente mezclada con las dos capas superiores: la
mente sensorial, la que gobierna nuestras reacciones. Ahí, la cosa
se convierte francamente en una selva virgen con toda clase de
serpientes y de pantanos.
Aún no estamos totalmente en el cuerpo,
pero ya nos acercamos. Todas esas sensaciones de fatiga y de sueño,
de atracción y de agresión, de contracción y de relajación, todo
hormiguea. Y nos damos cuenta de hasta qué punto todo eso está
dictado por los hábitos, el medio, la educación, todo un barullo que
no tiene nada que ver con el cuerpo y que está como adherido a él.
Tercera operación la transparencia de la mente sensorial o la
neutralidad perfecta. Si uno se contrae o rechaza, es como si
levantara un muro al instante. Es decir, que la travesía se para y
uno queda bloqueado en medio de la selva amazónica.
Hay que
desprender del cuerpo toda esa trama activa y reactiva. Entonces, el
cuerpo empieza a volverse un poco flotante, como si no sintiera ya
muy bien sus amarras y su peso; de hecho, ha sido extrañamente
aligerado, empieza ya a volverse un poco “el cuerpo”. Y por fin,
llegamos a la barrera; la cuarta capa, la de la mente física.
Pero el que no sabe que esa es la barrera, no sabe en absoluto dónde
está ni lo que está fabricando en esa especie de jungla: es después,
tras haberla atravesado, cuando se da cuenta de que era la barrera y
de lo que eso significa exactamente.
Por el momento –y ese momento
duró años para Madre-, es solo un microscópico hormigueo pegajoso e
interminable del que no se sabe muy bien si conduce al “otro lado” o
a la desintegración del cuerpo, ni siquiera si existe otro lado en
ese microscópico infierno tan estrechamente pegado al cuerpo que
parece que, de querer despegar esa capa, se despegaría todo el
cuerpo por completo.
Cuando Francisco de Orellana, recién llegado de
los Andes, descendió por vez primera el curso del Amazonas, que no
se llamaba todavía Amazonas sino “cualquier cosa” con caimanes y
lianas, no sabía en absoluto si iba a desembocar en el Atlántico o
en la muerte; ni qué era lo que estaba atravesando. Es muy fácil ser
cartógrafo después.
Vamos a dar aquí algunas etapas o pistas de esa travesía hasta
llegar a la barrera de la mente física.
65.247 –Cuando uno se pone a observar, se da cuenta de que lo que
más tiempo lleva es hacerse consciente de lo que hay que cambiar,
tener el contacto consciente que permita que eso cambie. ¿Y cuánto tiempo necesitaron los grandes primates para percibir que
lo que contaba no era dar volantines en los árboles, sino sentarse
pensativo en un rincón del claro contemplado… nada?
66.303 –SI queremos tener la experiencia del cuerpo, ¡hay que vivir
en el cuerpo! Por eso los antiguos sabios y los santos no sabían qué
hacer con su cuerpo: se salían de él y meditaban. Así que el cuerpo
no tenía luego nada que ver con todo eso.
63.108 –Una batalla formidable contra hábitos milenarios.
59.195 –Cuando uno llega al cuerpo, cuando quiere hacerle avanzar un
solo paso -¡oh! Ni siquiera un paso: un pasito de nada-, todo se te
pega, es como si metieras el pie en un hormiguero.
56.276 –Desde el momento en que queréis progresar, inmediatamente
encontráis la resistencia de todo lo que no quiere progresar en
vosotros y a vuestro alrededor.
58.256 –El camino a recorrer entre el estado habitual del cuerpo,
esta inconsistencia casi total a la que estamos habituados porque
somos “así”, y el despertar perfecto de la consciencia, la respuesta
de todas las células, de todos los órganos, de todas las funciones…,
entre ambas cosas, parece que hubiera siglos de trabajo.
53.1410 –La muerte no es algo inevitable, es un accidente que se ha
producido siempre hasta ahora (o que en todo caso parece haberse
producido siempre hasta ahora), y nosotros nos hemos metido en la
cabeza vencer ese accidente y superarlo. Pero eso es una batalla tan
terrible, tan formidable, contra todas las leyes de la Naturaleza,
todas las sugestiones colectivas, todos los hábitos terrestres que,
si no se es un guerrero de primera al que nada aterroriza, más vale
no empezar la batalla. Hay que ser un héroe absolutamente intrépido
porque a cada paso y cada segundo hay que liberar una batalla contra
todo lo establecido. Y eso no es muy cómodo. E incluso
individualmente es una batalla contra sí mismo porque si queréis que
vuestra consciencia física esté en un estado que permita la
inmortalidad física, es necesario que estéis tan libres que todo lo
que ahora representa la consciencia física, que cada segundo es una
batalla: todos los sentimientos, todas las sensaciones, todas las
repulsas, todo lo que existe, todo lo que forma el tejido de nuestra
vida física debe ser superado, transformado y liberado de todos sus
hábitos. Por eso, cada segundo es una batalla contra miles y
millones de adversarios.
64.3010 –El cuerpo está aprendiendo una cosa: que TODO cuanto sucede
es para su progreso. Todo cuanto sucede es para alcanzar el estado
verdadero, el que se espera de las células para que la realización
pueda efectuarse; incluso los golpes, incluso los dolores, incluso
las aparentes desorganizaciones, todo eso es adrede. Y es sólo
cuando el cuerpo lo toma de mala manera, como un imbécil, cuando la
cosa se agrava.
60.281 –Las dificultades vienen de cosas pequeñísimas que
aparentemente son absolutamente vulgares, y que obstruyen el camino.
Suceden por cualquier cosa, un detalle, una palabra, una enfermedad
en el ambiente, y bruscamente algo se contrae; entonces hay que
empezar de nuevo todo el trabajo como si no se hubiera hecho nada.
Quizá crean algunos que la forma del cuerpo es un punto de
concentración, y que sin esa concentración, sin esa dureza, la vida
física no sería posible. ¡Pero no es verdad!, el cuerpo es
verdaderamente un instrumento maravilloso, es capaz de ensancharse,
de hacerse vasto. Entonces, todo se realiza en una armonía
maravillosa, con una plasticidad admirable: los gestos más pequeños,
el más mínimo trabajo: y luego, de pronto, por una tontería, una
corriente de aire, una nimiedad, lo olvida, se repliega sobre si
mismo, siente miedo a desaparecer, miedo a no existir… Y hay que
empezarlo todo de nuevo desde el principio.
61.157 –Ser un santo o un sabio no es muy difícil, después de todo,
pero la transformación supramental es ya un asunto muy distinto. ¡Oh!...
Este camino no ha sido recorrido por nadie. Sri Aurobindo fue el
primero y se fue antes de decirnos lo que estaba haciendo. Estoy
absolutamente abriendo un camino en la selva virgen –peor que una
selva virgen-. Y por eso tengo el sentimiento de no saber
absolutamente nada. Desde el punto de vista puramente material,
químicamente, biológicamente, médicamente, terapéuticamente, no creo
que haya mucha gente que sepa (¿la hay quizá?, de todas formas, yo
no sé), y yóguicamente es muy fácil, ya sabemos todo lo que hay que
hacer y se hace con la misma facilidad con que se sabe, eso no es
nada. ¡Pero esta transformación de la materia! ¡Qué hay que hacer?
¿Cómo hay que hacer? ¿Cuál es el camino? ¿Y acaso hay un camino?
¿Acaso hay un proceso? Probablemente no. La consciencia de la
enormidad de la cosa me ha sido dada gota a gota… para que no
aplaste. Hasta el punto de que toda, toda la vida espiritual, toda
esa gente y todas esas razas que han hecho tantos intentos desde el
comienzo de la Tierra, todo eso, me parece que no es absolutamente
nada, un juego de niños. Y además este es un trabajo sin ninguna
gloria: no se obtienen resultados ni experiencias que os llenen de
éxtasis o de alegría –nada de todo eso, es una labor horrible-. Es
verdaderamente un caminar por nada, sin nada, por un desierto
plagado de toda clase de trampas y toda clase de obstáculos
posibles. Y uno lleva los ojos vendados, no sabe nada.
Si queremos que los ojos del cuerpo se abran, es necesario que los
ojos de la mente se cierren.
60.165 –Allá en las alturas se está muy bien; pero aquí abajo es un
hormiguero. D hecho, es una batalla contra cosas pequeñas, muy
pequeñas: hábitos, formas de ser, formas de sentir, de reaccionar…
69.2712 –Cuando se trata de las cosas materiales, la gente tiene
instintivamente la impresión de que todo eso es algo conocido,
sabido, que se fundamenta en experiencias establecidas, y es ahí
donde somos vulnerables. Es precisamente eso lo que se le está
enseñando al cuerpo: la inanidad de esta forma actual de ver y de
comprender las cosas, basada en lo bueno, lo malo, el bien , el mal,
lo luminoso, lo obscuro… todas esas contradicciones; y todos los
juicios, toda la concepción de la vida material se basa en eso. Es
necesario que incluso la parte física que pensaba que había
aprendido a vivir y a saber lo que hay que hacer y cómo hay que
hacer, es necesario que eso también comprenda que ése no es el
verdadero saber y que no es la verdadera manera de utilizar las
cosas exteriores. Por ejemplo, la consciencia que está ahora
trabajando, está todo el tiempo como “pinchándole” al cuerpo: “¿Ves,
tienes esa sensación, pues bien, en qué se basa? Crees que sabes,
¿pero sabes verdaderamente lo que hay detrás?...”, y así con todas
las pequeñas cosas de la vida de cada minuto. Es una demostración
con hechos, a través de la experiencia de cada minuto, de que cuando
se hacen las cosas con esa especie de sensación de una sabiduría
adquirida, o de una comprensión adquirida, de una experiencia
vivida, hasta qué punto todo eso es… engañoso por así decirlo, y que
hay alguna OTRA cosa detrás.
58.105 –Uno es tratado a puñetazos y a martillazos hasta que
comprenda, hasta que esté e4n ese estado en el que todos los cuerpos
son tu cuerpo. En cuanto hay una reacción de “yo” en el cuerpo, se levanta la pared
al instante: ésa ha sido toda la historia evolutiva desde que un
primer ser unicelular tejió su membrana protectora.
60.1211 –Un consentimiento cada vez más total, cada vez más integral
y más abandonado… Es ahí donde se tiene la impresión de que hay que
ser totalmente como un niño. Si empieza uno a pensar: “¡Oh! Querría
ser así, ¡oh! Tendría que ser asá”, está perdiendo el tiempo. ¿Y cómo iba uno a saber lo que hay que ser para ser la próxima
especie?
60.1712 –A veces, da la impresión de que “¡Ya está!, ya lo tengo” Y
después, otra vez todo se viene abajo, esa es la tarea. Otras veces
tengo la impresión de caer en un agujero, verdaderamente un agujero,
y no sé cómo salir de ahí. Y así dura semanas y semanas. Y, sobre
todo, este sentido de lo “importante” y de lo “no importante” es
algo que se desvanece. Me quedo así, con… nada. ¡Ya no hay escala de
importancia! Todo eso es absolutamente nuestra imbecilidad mental: o
nada es importante o TODO es igualmente importante. Esta partícula
de polvo que uno limpia, o la contemplación extática, todo es igual.
Basta con reflexionar ¿qué es lo mas ”importante” para la próxima
especie? Lo sabremos cuando lleguemos. Las vértebras del cóccix son
un residuo sin importancia de un órgano que era muy importante para
los monos.
62.610 –Es fácil de comprender: si se trata de parar algo y de
empezar otra cosa distinta, podría hacerse bastante rápido. Pero
mantener vivo un cuerpo, que continúe funcionando, y luego que al
mismo tiempo haya un funcionamiento nuevo y una transformación… es
una combinación muy difícil de realizar. Sobre todo, ¿no?, en lo que
se refiere al corazón: el corazón reemplazado por el centro de la
Potencia, ¡una potencia dinámica formidable! ¿En qué MOMENTO
suprimir la circulación e introducir la Fuerza?... Es difícil. En la
vida ordinaria, primero se piensan las cosas y luego se hacen, ¡pero
aquí es precisamente al revés! En esta vida hay que hacerlas
primero, y se comprenden después, mucho tiempo después. Hay que
actuar primero sin pensar. Si se piensa, no se hace nada que merezca
la pena; es decir, que se vuelve otra vez a la vieja fórmula.
62.3010 -¡Es algo tan nuevo que uno ni siquiera sabe si progresa!,
ni sabe adónde va, ni hay forma de saber qué camino está siguiendo.
Suceden cantidad de cosas, ¿pero están en el camino o no es ese el
camino? No sé nada. Sólo al final se sabrá.
63.226 –Verdaderamente un período de transición nada satisfactorio,
en el sentido de que no se siente ya la fuerza que se tenía antes,
la capacidad que se tenía antes, y no se sienten tampoco en absoluto
el poder y las capacidades que eran de preveer; se está a medio
camino, ni así ni de la otra manera. Con cosas para quedarse
absolutamente aturdido, cosas que, de vez en cuando, me hacen abrir
los ojos de par en par: ¡Aah!, ¡es así!” Y luego, al mismo tiempo,
limitaciones agotadoras, agotadoras.
71.2912 –Para mí, el camino más rápido ha sido… (¿Cómo diría yo?) El
sentido creciente de mi inanidad, de mi inexistencia. No poder nada,
no saber nada, no querer nada… Sólo que no hay que tener miedo, si
se tiene miedo, todo se vuelve terrible. ¡Menos mal que mi cuerpo no
tiene miedo!
65.1010 –Son todas las cosas que consideramos sin importancia, es
toda esa masa de cosas lo que impide la transformación física. Y
puesto que son cosa pequeñísimas se considera que no requieren un
especial cuidado, por eso son los peores obstáculos. Me estoy
refiriendo a personas esclarecidas, que viven en la verdad, que
tienen la aspiración, y que se preguntan por qué esa intensa
aspiración produce unos resultados tan pobres; ahora lo sé. Esos
pobres resultados son debido a que no se da suficiente importancia a
esas pequeñísimas cosas que pertenecen al mecanismo subconsciente y
que hacen que en el pensamiento seáis libres, que en el sentimiento
seáis libres, incluso también en el impulso, y que físicamente seáis
un esclavo. Hay que deshacer todo eso, deshacer y deshacer. No es
más que el mecanismo del hábito. Pero se agarra, se pega, ¡oh!...
67.267 –Podríamos llamar a nuestro mundo, el mundo de los malos
hábitos.
67.28 y 19 –Una lenta labor subterránea, casi imperceptible, un
campo de batalla sórdido.
65.257 –Esto es lo que yo llamo sinceridad: si uno puede evitar a
cada minuto el pertenecer a la vieja estupidez.
65.121 –Hace un tiempo se os decía: “¡Alejaos!, dejad que todo eso
chapotee tranquilamente.” ¡Pero no tenemos ningún derecho a
hacerlo!, es todo lo contrario de nuestro trabajo. Y tú ya lo sabes,
yo había llegado a una libertad casi absoluta respecto a mi cuerpo,
hasta el punto de que podía no sentir nada, absolutamente nada, pero
ahora ni siquiera tengo derecho de salirme de él, ¡figúrate! Incluso
cuando siento mucho dolor o cuando las cosas son un tanto difíciles
y me digo: “¡Oh! Si me escapara a mis beatitudes”…, no me está
permitido. Estoy atada aquí. Es aquí, AQUÍ donde hay que
realizarlas.
60.2611 –Y, además, las cosas no suceden en absoluto como suceden en
la vida ordinaria, sino que durante el lapso de tres o cuatro
minutos, a veces diez minutos, estoy a-bo-mi-na-blemente enferma,
con todos los síntomas de que mi vida se acabó. Y es justo para que
haga el experimento, para que encuentre la fuerza. Y resulta que es
sólo con “esos momentos”, ¿no?, en lo que lógicamente, según la
lógica física ordinaria, todo se acabó, como se encuentra la clave.
Hay que pasar a través de todo eso sin flaquear. ¿Cuántos momentos
así harán falta aún? No sé nada, estoy fabricando el camino. Fueron necesarios, evidentemente, en un momento dado de la historia,
los últimos coletazos de un réptil para que se empezara a encontrar
la clave del pájaro.
69.35 –La muerte, el alimento y el dinero… esta nueva consciencia
tiene la impresión de que esas son las tres cosas más “formidables”
en la vida humana, que la vida humana gira alrededor de esas tres
cosas: comer, morir y tener dinero; y las tres, para ella, son…
inventos pasajeros, el resultado de un estado totalmente transitorio
y que no corresponden a algo muy profundo ni permanente. Y,
entonces, esta consciencia le enseña al cuerpo a existir de otra
manera.
61.125 –Incluso todos esos hermosos momentos que se pueden tener en
la vida cuando uno hace de pronto sus escapadas a una consciencia
inmortal, el contacto con una verdad, incluso eso, todas esas
experiencias, están muy bien, son muy agradables, pero no son ESO,
el verdadero SENTIDO de la vida. ¿A qué corresponde verdaderamente
todo esto? ¿Qué hay detrás? ¿Por qué lo ha hecho el Señor? ¿Hacía
qué quiere ir?... Hay evidentemente un secreto, y lo guarda. Pues
bien, yo quiero su secreto. ¿Por qué es así todo esto? No es
ciertamente así para seguir siendo así, es así para ser otra cosa. Y
es esa otra cosa lo que quiero.
62.2311 –Cada paso adelante obliga a dar un paso, no atrás, sino en
la sombra, y desde el punto de vista físico es terrible. Es como si
se tocara un subfondo de inconsciencia y de… si, materialidad
inerte.
63.218 –No sé si es la última lucha, pero ha aparecido algo muy
profundo… Es por así decirlo la primera substancia que fue empleada
por la Vida, con una especie de incapacidad de sentir, de
experimentar una razón para esa Vida. Tengo la impresión de que está
muy cerca del fondo del agujero. En un momento dado, sentí una
angustia tan horrible…, porque era una nada de la que no se podía
salir. No había forma de salir de esa nada, porque era “nada”. Y
hubo, por un momento, una tensión tan grande que… me pregunté: ¿iré
a estallar? Y esa es la base, el fundamento de todo el materialismo.
Después, súbitamente, la barrera se volvió clara:
61.157 –Todas las dificultades posibles, en el subconsciente del
cuerpo, se han levantado en masa. Así tenía que suceder, y así le
sucedió seguramente a Sri Aurobindo, ¡ahora lo entiendo!¡Y bien
sabes tú que no es ninguna broma! Solía preguntarme yo por qué todo
aquello se había encarnizado sobre él, y ahora lo entiendo, porque
sobre mi siento idénticamente el mismo encarnizamiento. No es
precisamente la consciencia del cuerpo, más bien pudiéramos decir
que es la substancia corporal tal y como está organizada por la
mente: el primer movimiento de la mente en la Vida. Lo que dio paso,
¿no?, del animal al hombre, la primera mentalización de la materia.
Pues bien, ahí hay algo que protesta, y que, al protestar,
naturalmente crea desórdenes.
Estamos, justo ya al borde de la vida humana, ante “algo” que no
existe en el animal y que ha causado toda la complicación de la vida
humana, todo su no-saber, su dolor, su separación, sus enfermedades,
toda esa “desgracia” que a fin de cuentas es nuestro verdadero poder
para salir de ahí, porque nos ha obligado a llegar hasta el fondo
para encontrar la clave.
Es la barrera.
Y es al mismo tiempo el paso
hacia un descubrimiento más radical todavía, una capa más profunda:
la mente celular, que contiene el poder de deshacer no sólo nuestros
viejos hábitos de desgracia, sino de deshacer también el hábito
típico de cada especie y finalmente el viejo hábito de morir.
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