V - LA MENTE FÍSICA

Esta mente física es un descubrimiento extraordinario.

 

Y, sin embargo, es algo que va y viene ante nuestros propios ojos, nos zumba en los oídos y rige el más mínimo de nuestros gestos, sólo que no lo percibimos, o, si lo percibimos, lo mandamos a paseo de tan ridículo que es, o lo ahogamos bajo el barullo de nuestros nobles pensamientos, de nuestros nobles sentimientos y de nuestras noblezas superiores que acaban todas hundiéndose por no haber tenido en cuenta a esta microscópico energúmeno.

 

El mayor descubrimiento es descubrir el impedimento.

 

Si cada especie hubiera sabido lo que impedía la próxima especie, en seguida hubiera logrado trastocar todos sus valores y encontrar el paso. Sólo que, para eso, hay que sentirse incómodo en la propia especie, hay que empezar a sofocarse un poco, tal es nuestro privilegio entre todos los animalillos que con tanto agrado dan vueltas y más vueltas en su pecera.

 

Si unos pocos peces no hubieran inventado la respiración pulmonar ni transformando sus aletas natatorias en patas para hacerse anfibios. Esta mente física es precisamente lo que nos sofoca, insidiosamente, innumerablemente y de lo más implacablemente. Es nuestra jaula. Es la pared misma de nuestra pecera humana. No tenemos ninguna necesidad de mutaciones extraordinarias para salir de nuestra pecera: necesitamos sofocarnos lo suficiente como para encontrar el medio.

 

Quizá nuestra especie está llegando precisamente al tiempo del sofoco.


Por lo menos la parte superior, por así decirlo, de esta mente física sí la conocemos: es la que repite hasta la saciedad microscópicos pensamientos materiales, como una vieja que habla sola.

 

Y que si no le pusieran una pinza en la boca seguiría repitiendo durante horas sin parar:

“No has cerrado la puerta, vete a ver…”, como un disco rayado, cuando uno sabe perfectamente que ha cerrado la puerta.

Y lo repite todo: el menor gesto, el menor trozo de una frase, el más mínimo tropezón en el peldaño de una escalera, y se acuerda de ello veinte años después, con toda exactitud. Es una memoria implacable.

 

Es infinitesimal, como una punta de alfiler, se introduce en cualquier rincón de materia, y traza luego su surco, repitiéndolo a perpetuidad. Estamos surcados de arriba abajo y hasta en el más mínimo nervio por esa mecánica, y hasta en nuestras células. En efecto, estamos tejidos y cubiertos por esta mete física. Es la que todo lo fija, sin ella nos olvidaríamos quizá de que somos unos hombres uncidos para siempre a esta forma material y a la muerte, pues ese es precisamente su trabajo: uncirnos a la materia.


Su segunda “cualidad”, que conocemos también un poco en sus partes superiores y visibles, es el miedo.

 

Le tiene miedo a todo:

“Cuidado, no te has puesto la bufanda, te vas a resfriar… Cuidado, vas demasiado rápido, te vas a romper una pierna…; Cuidado, no puedes hacer eso, vas a fatigarte el corazón…”

No-puedes, no-puedes, no-puedes, es una mente llena de no-puedes. Incluso si pudierais no s dejaría poder; y es por eso por lo que no podemos.

Resumiendo, es ella quien vigila cuidadosamente los límites de la pecera.

 

Es la guardiana de la prisión,

“Y además ha dicho el médico… y además ha dicho el profesor… y además el Diccionario, la policía, el señor cura y el biólogo, por tanto…”

Lo ha dicho todo el mundo, re-por-lo-tanto… Es el mayor policía de todas las especies:

“Veamos, no se puede salir del estanque, al otro lado ya no hay agua material, sólo la muerte y el espíritu puro de los peces, y eso es algo que ni existe: no se puede nadar, ni ver, ni tocar, por tanto…”

Pero su lógica nos lleva derechos al nido deseado: la muerte.

 

Todo tiende ahí, no a la conservación de la especie, sino a la conservación de la muerte. Basta con seguirla un poco en un microscópico cuchicheo, en cuanto nos hacemos un rasguño:

“¡Oh! ¿No se infectará?”, en cuanto alguien estornuda en Moscú : “¡Oh! ¿Será eso la guerra?”

Prevé todas las catástrofes posibles, todas las enfermedades posibles, todos los accidentes, y sobre todo la muerte, le prevé desde el principio.

“Y además, es una ENFERMEDAD, no hay salida. HAY que tomar tantos comprimidos, hay que hacer… y no hay que…”.

Estamos maniatados, de arriba abajo, invisiblemente, subrepticiamente e inexorablemente.

 

Una especie de miedo-a-todo engranado en la materia y que es como un recuerdo o una añoranza de la feliz inercia de la piedra: la vida es la catástrofe, la amenaza, el peligro. Y la muerte es el descanso final.

 

Teje y segrega su pequeña muerte cada minuto, hasta que logra sus fines:

“Ya te lo había dicho”

¿Y qué haría toda la jerarquía eclesiástica si no existiera la muerte?, ¿qué haría el biólogo, el filósofo y toda la santa tribu? Basta reflexionar un poco en ello: todos viven de la muerte.

 

De la A a la Z, si, es el evangelio de la muerte.

 

El supremo ejemplo del funcionamiento de este individuo, lo encontramos en el atáxico parkinsoniano dominado por su temblor incontenible y que intenta desesperadamente dar un paso adelante, y tropieza y lo intenta de nuevo:

“No puedes, ¿ves?, no puedes andar”, hasta que la “enfermedad” de Parkinson quede fijada de una vez para siempre.

Fijar, esa es su misión.

 

Y se comprende entonces el formidable poder hipnótico de esta mente física: hace falta verdaderamente todo nuestro barullo superior para no darnos cuenta de la omnipotencia de este infinitesimal cuchicheo. Y, en efecto, es ahí donde trabajan los curanderos e hipnotizadores que os impiden perfectamente sentir el dolor cuando os pondrías normalmente a chillar, o que os hacen realizar cosas “imposibles” y contrarias a todos los “no-puedes”: logran abolir un instante la mente física - algunas veces para curar y lo más frecuente para fiar la enfermedad.

 

En nuestra consciencia superior nos mofamos y reímos de esa caricatura timorata y machacona, y la mandamos a paseo, pero ella continúa debajo tejiendo sus pequeñas muertes y sus pequeñas enfermedades y sus pequeños accidentes que causarán al final la gran muerte, tranquila y fija, de una vez para siempre. A fin de cuentas siempre acaba atrapándonos. Hay algo en la materia viva que aspira a la paz del mineral.

 

Hay una memoria implacable que nos hace regresar al comienzo de las eras… quizá a aquella condición primera de la materia donde se encuentra escondido el supremo poder en lo que parece ser la suprema impotencia, y la suprema inmovilidad en el supremo movimiento de los átomos. Si la muerte de las especies es el obstáculo, es que es la clave de otra cosa. Siempre que hay un muro, existe también el otro lado del muro. El único obstáculo es no darse cuenta del muro.


Brevemente daremos algunos puntos de la travesía de Madre por esta última capa que nos envuelve estrechamente y herméticamente, y nos “sella”, por así decirlo, en nuestra forma humana y mortal. Es lo que Madre llamaba “la horrible cosa”.

 

En efecto, estamos envueltos en una cuádruple trama superpuesta: la primera, cuyas mallas son relativamente flojas, es la mente intelectual; la segunda, cuyas mallas son ya más cerradas y pegajosas, es la mente emotiva, luego la trama compacta de la mente sensorial, y por fin las mallas microscópicas de la mente física. Y debajo está el cuerpo, es decir, un desconocido cuya realidad se nos escapa por completo por que todo cuanto viene de lo que llamamos “cuerpo” está ya desnaturalizado, falsificado y fabricado por las cuatro tramas sucesivas.

 

¿Qué habrá debajo? Los biólogos pueden hablar de enzimas y de moléculas de ADN, pero es como si hablaran de la naturaleza del hombre desde el fondo de un perpetuo torreón.

 

Sacadles del torreón y hacedles galopar bajo el sol, y veremos si sus pequeñas moléculas se comportan igual, y si todas sus “leyes” no eran otra cosa que la ley del torreón.

54.103 –Preferirán morir, y conservar sus hábitos, antes que vivir de forma inmortal y perderlos.
 

57.155 –Os desafío a transformar vuestro cuerpo si vuestro ser mental no lo está. ¡Intentadlo a ver! No podréis ni mover un dedo, ni decir una palabra, ni dar un paso sin que intervenga la mente; entonces, ¿con qué instrumento queréis transformar vuestro cuerpo si vuestra mente no está ya transformada?
 

58.105 –Uno de los obstáculos más serios es la legitimación que la consciencia exterior, ignorante y mentirosa, la consciencia ordinaria, da a todas las pretendidas leyes físicas –causas, efectos y consecuencias- y a todo lo que la ciencia ha descubierto físicamente, materialmente. Todo eso es de una realidad indiscutible para esa consciencia, y es tan automático que es inconsciente. Cuando se trata de movimientos como la cólera, los deseos, etc., reconocemos que son erróneos y que deben desaparecer, pero cuando se trata de las leyes materiales- del cuerpo, por ejemplo, de sus necesidades, de su salud, de su alimentación y todas esas cosas-, las concedemos una realidad concreta tan sólida (si, el torreón), tan compacta, tan estable, que parece absolutamente indiscutibles.
 

61.173 –cada uno está encerrado en su pequeña formación hecha por la mente más ordinaria, la que construye la vida de cada día, como en una estrecha prisión.
 

67.2110 –Y luego están todas esas viejas cosas que provienen del atavismo humano: ser razonable, ser prudente, ser perspicaz…, tomar precauciones, ser previsor, ¡oh!... todo eso que constituye el tejido mismo del equilibrio humano ordinario. ¡Es algo tan sólido! Y toda la mentalización de las células…

Las células están “mentalizadas”, es decir, hipnotizadas y quizá totalmente aterrorizadas por el guardián de la prisión.

… Toda la mentalización de las células está así, llena de eso, y no sólo según la propia forma de ser, según la propia experiencia, sino también según la forma de ser de los padres, y de los abuelos y del ambiente y de… ¡oh!
 

68.2610 –Verdaderamente es un infierno. Sólo esa Posibilidad (el otro estado, fuera del torreón) hace que no sea un infierno, si no… Da la impresión de que las diversas capas del ser han sido como batidas todas juntas (como cuando se hace una mayonesa, ¿sabes?), todas las capas bien mezcladas en una gran confusión; entonces, naturalmente, “la horrible cosa” es soportable a causa de todo el resto que se mezcla con ella. Pero si la separamos del resto… Es totalmente evidente que si no fuera insoportable, no cambiaría jamás.

Madre vivía en esa última capa, “pura” nos atreveríamos a decir, separada del resto, en el linde del cuerpo, buscando el paso.

62.63 –Es una consciencia tan neutra, tan embrutecida: da la impresión de algo que no se mueve, que no cambia, que es incapaz de responder, la impresión de que podría uno estar esperando miles y millones de años, que nada se movería. Hacen falta catástrofes para qué empiece a moverse, ¡es curiosísimo! Y no sólo eso, sino que la única pequeña brizna de imaginación que posee es siempre catastrófica. Si prevé algo, prevé siempre lo peor. Y un peor que es de lo más pequeño, de lo más mezquino, de lo más vil. Verdaderamente es la condición más repugnante de la consciencia humana y de la materia. Pues bien, estoy ahí de lleno, desde hace meses, y mi forma de estar ahí es pasar por todas las enfermedades posibles.
 

65.247 –A esta mente material le gustan las catástrofes y las atrae, e incluso las crea, porque necesita el choque de la emoción para despertar su inconsciencia. Todo lo que es inconsciente, todo lo que es inerte tiene necesidad de emociones violentas para sacudirse y despertar. Y esa necesidad crea una especie de atracción o de imaginación morbosa de esas cosas. Se pasa todo el tiempo imaginando toda clase de catástrofes posibles o abriendo la puerta a las malas sugestiones. Uno tiene un dolorcito de nada y… ¡oh!, ¿será un cáncer?
 

68.910 –Son mundos creados por la sugestión. Se está en una determinada ola de sugestión y todo es terrible; se está en otra ola de sugestión y todo es encantador; se está en otra y todo es magnifico…
 

63.38 –La sustancia física, esa consciencia elementalísima que está en la sustancia física, ha sido tan maltratada que le es muy difícil creer que las cosas puedan ser de otra manera. Es una experiencia que estoy teniendo: la intervención concreta y totalmente tangible del Poder supremo, de la Luz suprema. Es esta misma sustancia la que tiene la experiencia y cada vez siente una admiración nueva: pero también estoy viviendo, en esa admiración, algo así como: “Y verdaderamente, ¿será posible?...” Me causa el efecto, ¿sabes?, de un perro que ha sido golpeado de tal forma que ya sólo espera recibir golpes. Es triste. Y esta sustancia física siente una especie de ansiedad ante la fuerza mental: en cuanto se manifiesta una fuerza mental, grita “¡Oh! No, basta de eso, basta!”, como si ésa fuera la causa de todo su tormento. Siente la fuerza mental como algo tan duro, seco, rígido, implacable –sobre todo seco, vacío, vacío de la verdadera vibración-. Parece que la considera como su Enemigo. Y esta mañana he tenido una especie de visión, de sensación de la curva trazada del animal al hombre, y luego del retorno al estado superior al hombre, en el que la vida, la acción, el movimiento, no son el producto de la mente, sino de una fuerza que es sentida como una fuerza de luz sin sombra, una luz que no da sombra, y que es absolutamente apacible; y entonces, en esa paz tan armoniosa y tan dulce… ¡Oh! Es el reposo supremo.

No ya el regreso nostálgico a la paz del mineral, sino el reposo celular en la gran extensión sin paredes.


La “liberación” está en el cuerpo.

64.710 –La mayor dificultad que hay en la materia es que la consciencia material, es decir, la mente en la materia, se formó bajo la presión de las dificultades –dificultades, obstáculos, sufrimientos, luchas-. Fue, por así decirlo, “elaborada” por esas cosas, y eso le ha dejado una huella de pesimismo y de derrotismo que es ciertamente el mayor obstáculo. Y uno se ve obligado todo el tiempo a detener, a apartar, a convertir ese pesimismo, las dudas o una imagen totalmente derrotista. Cuántas veces, en el momento de un sufrimiento agudo, cuando tiene uno la impresión de que se va a volver intolerable, hay un pequeño movimiento interior en las células; las células envían su S.O.S… y todo se para, el sufrimiento desaparece. El sufrimiento es reemplazado por un sentimiento de bienestar beatifico. Pero esa consciencia material imbécil, su primera reacción es “¡Si, ya veremos lo que dura!” Y entonces, naturalmente, por culpa de ese movimiento, todo queda demolido. Y hay que empezarlo todo de nuevo.
 

58.105 –En cuanto el cuerpo es consciente ¡es consciente de su propia mentira! Es consciente de esta ley, de esa otra ley, de una tercera ley, de una cuarta ley, de una décima ley. Todo son “leyes”, “Estamos sometidos a las leyes físicas: eso producirá tal resultado, si hacéis eso se producirá esto, y…” ¡No! ¡Es algo que rezuma por todos los poros de la piel! ¡Hay que llegar a comprender que eso NO ES VERDAD, que no es verdad, que no es más que una mentira, NO ES VERDAD! Si tuvierais la experiencia que he tenido hace unos días…

Pues a veces, las mallas de la trama se abren y dejan pasar otro estado que tiene un aspecto milagroso, como pueden tenerlo las verdades paraderas para el hombre escapado de torreón.

…Esa experiencia es el supremo conocimiento en acción, con la supresión total de todas las consecuencias, pasadas y futuras…
Y es entonces cuando abrimos los ojos de par en par:
 

… Cada segundo tiene su eternidad y su propia ley que es una ley de absoluta verdad.

Luego, de nuevo, las mallas se vuelven a cerrar.

65.107 y 48 –Puedo decirte que las deformaciones mentales de los médicos son terribles: se pegan a vuestro cerebro, se quedan ahí y luego salen diez años después. Los médicos tienen, ¡oh!, tienen un poder hipnótico sobre la consciencia material… que es un tanto inquietante. El médico cristaliza la enfermedad, la vuelve concreta, dura; y luego se arroga el mérito de curarla… cuando se puede.
 

60.2510 –Lo vengo observando, y he visto el poder del pensamiento sobre el cuerpo, ¡es formidable! Ni nos imaginamos hasta qué punto es formidable. Incluso un pensamiento subconsciente y a veces hasta inconsciente, actúa, provoca unos resultados fantásticos. Desde hace dos años estoy estudiado detalladamente. ¡Es increíble! Pequeñísimas reacciones mentales y vitales, pequeñísimas, que en nuestra consciencia ordinaria parecen no tener NINGUNA clase de importancia, actúan sobre las células del cuerpo y pueden crear un desorden. Pero sé también de forma certera que si uno logra dominar toda esa masa de la mente física, se tiene PODER, se es dueño. No es una Fatalidad, no es algo que escapa completamente a nuestro control, no es una especie de “ley de la Naturaleza” sobre la que no tenemos ningún poder. Desde hace dos años estoy acumulando experiencias en los más mínimos detalles, en las cosas que pudieran parecer más fútiles. Y no hay más remedio que admitirlo: no se debe tener manías de grandeza, sábete que es en el más mínimo esfuerzo para crear en algunas células una actitud verdadera, donde e puede encontrar, la clave.
 

60.511 –He descendido a un lugar de la consciencia, a algo, a una parte de la consciencia, que vive en una aprensión, un pavor, un temor, una ansiedad…, es verdaderamente, verdaderamente terrorífico. ¡Y uno lo lleva en sí mismo! Sin darse cuenta, peor está ahí, es cobarde, y es eso lo que puede enfermarnos en un minuto. Está en el subconsciente de las células, ahí tiene su raíz. Y hay que descender ahí dentro para cambiarlo. Pero eso, ya sabes, hace pasar muy malos ratos.
 

63.196 –Es como si el problema se volviera cada vez más próximo, denso, aplastante. Es un trabajo en la mente física, en la mente material. Así que estoy buscando mi camino yendo hacia abajo –para encontrar una salida por abajo-, y no la encuentro. El camino que busco es siempre descendente, descendente. ¡Ah! Cuándo acabará… no lo sé.
 

60.1312 –Es hormigueante, a ras de suelo. ¿Y cómo impedir que ese automatismo imbécil, vulgar, y sobre todo derrotista, se esté manifestando todo el tiempo? Porque verdaderamente es un automatismo, no responde a ninguna voluntad consciente, para nada. Y está en una relación estrechísima con las enfermedades del cuerpo. Estoy de lleno en el problema.

Y luego el “problema” se desenmascara, es decir que el muro se hace patente, se define con claridad, y a partir del momento en el que sabemos que eso es el muro, empezamos a tener la clave.

 

Es extraño, pero Madre tocó el muro gracias a una de las personas que vivía a su alrededor y que tenía la enfermedad de Parkinson:

65.1812 y 63.1811 –Esa mentalidad material, cuando es poseída por una idea, está verdaderamente poseída por esa idea y le es casi imposible liberarse de ella. Y eso son las enfermedades. Es lo mismo que con la enfermedad de Parkinson: ese temblor es una posesión causada por una idea, una hipnosis acompañada de un temor en la materia. Las dos cosas juntas: posesión y miedo. En las antiguas Escrituras, lo comparaban con la col retorcida de un perro. Y verdaderamente es así, una especie de PLIEGUE que uno intenta enderezar y que se forma otra vez automáticamente, tontamente; lo enderezamos y se vuelve a retorcer, lo rechazamos y empieza otra vez. Es extremadamente interesante, pero es lamentable. Y TODAS las enfermedades son así, todas, todas cualquiera que sea su forma exterior; la forma exterior es sólo una forma de ser de la MISMA COSA, porque eso adopta toda clase de formas posibles, y entonces, cuando sigue unos pliegues análogos, los médicos lo llaman “tal enfermedad”… Y LAS CÉLULAS DEL CUERPO OBEDECEN A ESA MENTE MATERIAL.

Madre había llegado al fondo del agujero.


Pero este descubrimiento, que aparentemente no es nada, es absolutamente formidable. Es como si estuviéramos buscando claves a la derecha, claves a la izquierda, en los cromosomas, en la penicilina, en las moléculas y en todo el dichoso trémolo de nuestra ciencia que codifica los muros de la prisión - y luego resulta que no era más que un código de nuestra propia hipnosis amurallada:

“Como ustedes saben; los muros están formados por diez mil millones de átomos por cada molécula de ADN, y hay millones de millones de millones de átomos por cada centímetro cúbico de materia –tantos como granos de arena en todos los océanos de la Tierra -, y 20 clases diferentes de aminoácidos y otras cinco de nucleótidos… ¿Cómo vamos a salir de ahí?”

Y luego… luego resulta que todo eso no era más que el tejido fantasmagórico de nuestra propia mente material; el obstáculo no esta ahí, y ni siquiera es eso el muro.

 

El muro es todo lo que pensamos sobre ello. La enfermedad es lo que pensamos de ella. La muerte es también lo que pensamos de ella. Y todas las “leyes” de la especie son sólo lo que la especie piensa de ella. Una mentalización de la materia.


Entonces se comprende que es posible salir.

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