del Sitio Web PijamaSurf
Ilustración: Luisa Rivera (de su trabajo para la edición conmemorativa de Cien años de soledad publicada por Penguin Random House en España)
pueden considerarse ideas parecidas que, sobre todo, provocan efectos poco deseables para la existencia.
Es decir, es más o menos sencillo darnos cuenta de,
...y, si comenzamos a poner atención, también advertiremos que en nuestras conversaciones cotidianas e incluso en nuestros pensamientos usamos casi siempre sólo unas cuantas palabras, dispuestas en estructuras sintácticas y gramaticales también de uso frecuente.
La mayoría de nosotros no tiene ningún problema en aceptar que hace más o menos las mismas cosas todos los días (con las variantes propias de la existencia), pero el siguiente paso, preguntarse de dónde viene esa "costumbre" o esa "voluntad" de repetir ciertos actos, ciertas palabras, ciertos pensamientos, suele ser menos transparente para el sujeto.
De hecho, es justamente
porque las razones y orígenes de la compulsión a la repetición
permanecen en una zona desconocida que el sujeto persiste en repetir
ciertas conductas.
En la medida en que nuestra visión del mundo se comienza a formar en una edad en que no somos del todo conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, o no lo comprendemos a cabalidad sino con los recursos limitados o diferentes de la niñez, sin darnos cuenta vamos adquiriendo representaciones de conceptos muy específicos.
Social o
convencionalmente todos tenemos una idea vaga o general sobre el
significado de la felicidad, por ejemplo, del amor, del placer, una
idea que podría compararse a la definición que podemos encontrar en
un diccionario y que, entre otros fines, sirve para que al decir
"felicidad" hagamos posible el fingimiento mutuo de que "nos
entendemos", que el otro sabe a qué me refiero al decir "felicidad"
y que yo sé a qué se refiere el otro cuando igualmente dice
"felicidad".
Y no sólo eso:
Habrá quien haya conocido la felicidad,
Las opciones son innumerables, tanto como las circunstancias que se combinan a lo largo de la vida de una persona.
Pero en muchos de estos
casos se cumple la tendencia a, por así decirlo, buscar el paraíso
perdido, a restituirlo, a intentar reencontrar la felicidad alguna
vez experimentada (o el amor, el consuelo, el alivio de la soledad,
etc.) por la razón que podría entenderse como apego hacia lo
conocido y lo familiar y, por consecuencia, miedo a lo desconocido
(aunque el fenómeno va más allá de dicha dicotomía, como veremos a
continuación).
Ilustración: Luisa Rivera (de su trabajo para la edición conmemorativa de Cien años de soledad publicada por Penguin Random House en España)
Es posible, en efecto, conceder crédito y razón a la idea del desapego.
La doctrina budista y otras filosofías afines dicen la verdad cuando afirman que resistirse a los cambios propios de la existencia - su fugacidad, la transformación permanente de sus circunstancias, la dialéctica del tener y el perder, del comienzo y el fin - sólo engendra dolor y sufrimiento.
Querer que todo sea igual
ahí donde todo cambia tiene, ya desde la enunciación, algo de
absurdo.
Y quizá es en este punto donde vale la pena detener dicha fiebre de desapego contemporánea para plantear una reflexión muy sencilla:
En este sentido, no es que la repetición inconsciente o el apego a ciertos patrones elementales sean "buenos" o "malos" por sí mismos.
Es posible que alguien haya pasado toda su vida repitiendo la misma escena primigenia que identificó con el concepto de amor, de felicidad o pareja, y que, pese a todos los libros y todos los coloquios que han abordado estos temas, a su manera sea feliz.
Los ejemplos abundan en la historia, eso es claro, y culturalmente ha persistido un importantísimo espíritu crítico que, desde distintas disciplinas, nos insta a pensar de otra manera, a actuar de otra manera, a mirar y vivir el mundo de una manera distinta.
No menos cierto, sin
embargo, es que mientras dicha actitud no nazca del interior del
sujeto, mientras una persona no se atreva a dudar de lo que hasta
ese momento de su vida ha dado como cierto e irrebatible, hasta que
el sujeto no comienza a reflexionar por sí mismo y hacerse ciertas
preguntas fundamentales sobre su propia existencia, ni siquiera
todos los filósofos del mundo podrán hacer que se atreva a moverse
un ápice de las ideas y creencias que cree verdaderas por la
sencilla razón de que las cree suyas.
Repetir no es siempre igual de placentero y, de hecho, Jacques Lacan concluyó que la repetición es justamente lo opuesto al placer.
Pero entonces, si repetir una escena, una conducta, un patrón mental, no nos causa placer,
Lacan opuso la noción del placer a la de goce y, a partir de esto, señaló que la satisfacción que se produce en la repetición ocurre sólo en el dominio del goce.
Esto es:
Si, por poner un ejemplo,
una persona tuvo una infancia tan protegida que lo hizo temeroso
frente a aquello ajeno al espacio familiar, al repetir ese patrón de
conducta de miedo satisfará la consigna familiar de mantenerse sólo
dentro de los límites de lo seguro y lo permitido, y simbólicamente
quizá piense incluso, en su inconsciente, que satisface así a sus
padres.
¿La repetición es "buena" o "mala"?
Mejor que esto, podemos
pensar que la repetición o el apego no son deseables cuando
mantienen al sujeto en ese estado de insatisfacción constante,
cuando le impiden "pasar a otra cosa" en su propia vida.
Ilustración: Luisa Rivera (de su trabajo para la edición conmemorativa de Cien años de soledad
publicada por Penguin Random House en España)
Pero esta descripción somera, propia de una reseña simple, puede distraernos de uno de los elementos fundamentales que circulan por la novela, que de hecho hacen de ésta una obra literaria indiscutible y del cual García Márquez fue sumamente explícito:
Esa soledad presente desde el título está, para los Buendía, relacionada estrechamente con el encierro:
En pocas palabras:
Al leer Cien Años de
Soledad y, en especial, al llegar a su última frase ("porque las
estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda
oportunidad sobre la tierra"), más de un lector se habrá quedado con
la sensación de que quizá los hechos podrían haber ocurrido de otra
forma, que quizá alguno de los Buendía pudo detener ese círculo
despiadado de la repetición y, entonces, conjurar esa falsa condena.
Esta es una afirmación peligrosa que, de entrada, no debe confundirse con una especie de declaración de omnipotencia, con la aseveración tan difundida (y tan equivocada) en nuestra época que nos asegura que el individuo lo puede todo, que su poder basta y sobra para tener la vida que desea.
Tampoco se trata de ese candor con que los libros y artículos de autoayuda afirman que es posible "reinventarse" y "comenzar de cero".
Ambos absolutos son falsos:
El lugar al que apunta ese condicional hipotético es el lugar preciso en el que detener la repetición significa pasar a otra cosa.
Dicho sencillamente,
James Joyce revolucionó cierto ámbito de los estudios literarios al proponer, en sus Dublineses, la idea de "epifanía" como una revelación súbita que ocurre en el sujeto cuando, de pronto, éste "se da cuenta", vive algo que no había vivido antes (o lo vive de otra forma) y dicha revelación transforma su vida.
En los estudios clásicos,
por otro lado, se tiene el concepto de "anagnórisis", el cual define
el momento de la tragedia en que el héroe entra en conocimiento de
un hecho pasado que tiene repercusiones claras y fatales en su
presente (puede ser de su propio pasado o del pasado de otros en
relación consigo; por ejemplo, Edipo al conocer su filiación).
Puede ser que un hecho de
su vida lo confronte de pronto con la repetición que necesita
detener para poder moverse, o puede ser que un examen un tanto más
detallado de la historia de la que proviene lo sitúe en ese punto
crítico de reconocimiento.
Porque a veces eso también pasa (porque ni es posible dejar de repetir todo ni desapegarse de todo):
Y a veces es necesario comenzar a hacer todo de nuevo.
Y la única forma de poder distinguir entre una y otra posibilidad es con el paso por la experiencia...
|