La conciencia y sus
contenidos son todo lo que existe.
El espacio-tiempo, la
materia y sus campos nunca han sido ciudadanos fundamentales del
universo sino que han sido, desde el principio, entre los
contenidos más humildes de la conciencia, dependientes de ella
para su propio comienzo.
El mundo de nuestra experiencia diaria - el mundo de las mesas,
sillas, estrellas y personas, con sus formas auxiliares, olores,
sensaciones y sonidos - es una interfaz, específica a la
especie, de un reino mucho más complejo, cuya característica
esencial es consciente.
Es improbable que los
contenidos de nuestra interfaz en alguna forma semejen ese
reino.
De hecho, la utilidad
de una interfaz requiere, en general, que no lo hagan. Ya que el
sentido de una interfaz, como la interfaz Windows en una
computadora, es una simplificación y facilidad de uso.
Hacemos clic en
iconos, ya que esto es más rápido y menos propenso al error que
editar megabytes de software o alternar voltajes en circuitos.
Las presiones
evolutivas dictan que nuestra interfaz específica a la especie,
este mundo de nuestra experiencia diaria, debe de ser una
radical simplificación, seleccionada no por su representación
exhaustiva de
la realidad sino por su mutable
pragmatismo de supervivencia.
Si esto es correcto, y la conciencia es fundamental, entonces no
nos debería sorprender que, pese a siglos del esfuerzo de las
mentes más brillantes, no tenemos una teoría física de la
conciencia, ninguna teoría que explique cómo la materia
no-mental o campos o energías son o pueden causar la experiencia
consciente.
Existen,
evidentemente, muchas propuestas sobre dónde encontrar dicha
teoría - tal vez en la información, en la complejidad, en la
neurobiología, en el darwinismo neural, en mecanismos
discriminativos, en efectos cuánticos o en organización
funcional...
Pero ninguna
propuesta se aproxima remotamente a los estándares de una teoría
científica: precisión cuantitativa y predicción novedosa.
Si la materia es uno
de los productos más humildes de la conciencia, entonces debemos
de esperar que la conciencia no pueda ser derivada teóricamente
de la materia.
El problema
cuerpo-mente será a la ontología física (o fisicalista) lo que
la radiación de cuerpos negros fue a la mecánica clásica:
primero una
provocación para su defensa heroica, luego el origen de su
sustitución final.
Esta defensa heroica,
sospecho, no será abandonada prontamente.
Puesto que los
defensores dudan que un reemplazo basado en la conciencia pueda
lograr la precisión matemática o el impresionante alcance de la
ciencia física.
Queda por ver hasta
qué punto y con qué efectividad las matemáticas pueden modelar
la conciencia.
Pero tenemos
fascinantes atisbos:
según algunas de
sus interpretaciones, la matemática de la teoría cuántica es
en sí misma un avance en este sentido.
Y quizás mucho del
progreso matemático en las ciencias de la percepción y la
cognición puede ser interpretado así.
Veremos...
Versión original en ingles