del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
Esta falacia se ha instalado, no solo en
la política sino también en buena parte de la sociedad que las
demanda. Parece que jamás se ha comprendido, con claridad, la
naturaleza y la esencia de las normas.
Ninguna jurisdicción logra escaparse de
este molde general y caen, irremediablemente, en este eterno juego.
Esta actitud obsesiva de los legisladores no distingue partidos.
Todos creen en la omnipotencia del Estado, que impone reglas
haciendo que la gente se someta a ellas sin más.
En estas comunidades, los legisladores
suponen que pueden establecer reglas importadas, incompatibles con
la idiosincrasia local y así producir genuinos cambios de hábitos,
que permitan vivir en una sociedad desarrollada, gracias a su
gigante creatividad e interesantes normas.
Cuando la legislación interfiere, altera
no solo los precios relativos, sino que genera múltiples daños y
consecuencias inimaginables para ese legislador. Sus claras
limitaciones intelectuales y morales le impiden comprender que la
interacción voluntaria entre los hombres no es objeto de su tarea
cotidiana.
Razonar de ese modo es desconocer a la humanidad.
Las personas toman decisiones en función
de otros paradigmas diferentes.
Si la idea es infundir temor,
miedo, pánico y terror, esas no parecen ser las
mejores alternativas para construir una comunidad pacífica y
civilizada.
La mayoría comprende el concepto de la
propiedad privada, aunque últimamente haya relativizado esa
creencia. La gente entiende que apropiarse del fruto del trabajo
ajeno no es ético y por eso aprueba que cualquiera que transgreda
ese principio sea sancionado.
Muchos actores de la política
contemporánea pretenden contener la subida de precios, evitar
despidos, extender la expectativa de vida, erradicar enfermedades y
eliminar adicciones apelando a las leyes. Si realmente esas
herramientas fueran efectivas y sus teorías tuvieran algún correlato
empírico con la realidad, la humanidad seria rica, joven y feliz por
decreto.
Una parte importante del "negocio" de la
política se sustenta sobre la idea de que la sociedad esté
convencida de que la legislación salva vidas, enriquece a las
personas y las hace mejores. Si esa tesis no tuviera adeptos,
probablemente, muchos de los burócratas no tendrían salarios, y no
podrían vivir entonces a expensas del trabajo de los demás.
Una sociedad irresponsable que delira
con soluciones facilistas en complicidad con una clase
política manipuladora que aprovecha esa candidez para atraer votos
con estos disparates.
Las normas no solo no aportan soluciones
eficientes, sino que además desenfocan y postergan el abordaje
correcto de las problemáticas actuales.
Pero, evidentemente, es funcional a una
sociedad profundamente desorientada y a un sistema político procaz
que promueve este espejismo de la mano de esta perversa manía de
legislar.
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