por Alberto Medina Méndez
Periodista argentino
07 Agosto 2016
del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
Existen muchos temas políticamente incorrectos que jamás se
abordan.
Indudablemente, uno de los más
postergados por los dirigentes y la sociedad es el de la
imprescindible reforma a la legislación laboral vigente.
Los políticos recitan grandilocuentes discursos hablando de la
importancia de generar empleo genuino, incrementos reales en los
niveles de ingreso actuales de los trabajadores y mejores
oportunidades para todos.
La sociedad en su conjunto lo reclama
esperando que los gobiernos y las empresas implementen decisiones
inteligentes para lograr esos objetivos.
La comunidad siempre busca culpables pero inexorablemente selecciona
solo argumentos tan simples como incompletos, tan lineales como
falaces:
-
algunos creen que el problema de
fondo pasa por la incapacidad de los dirigentes políticos y
su inoperancia serial
-
otros prefieren apuntarle a la
avaricia, insensibilidad e inmoralidad del empresariado
Esa demanda social es una realidad pero
los resultados hasta la fecha son paupérrimos.
Tal vez sea este el momento de repensar
la cuestión y hurgar en nuevas visiones más comprometidas que
expliquen este fenómeno, para dedicar luego todos los esfuerzos a la
búsqueda de las verdades soluciones.
Si en estas latitudes no se genera más empleo, ni se dispone de una
mejor retribución al trabajo es justamente por como razona la
sociedad toda y, por ende, por como responde la
política a esos planteos.
La legislación laboral reinante explica buena parte de la
problemática. Las regulaciones en el ámbito del trabajo han
construido un absoluto engendro casi indestructible.
Su fortaleza reside en las creencias de
la gente que prefiere desvincular lo que ocurre a diario con su
visión del tema, solo porque se ha convencido de que ciertas
premisas son indiscutibles.
Los empresarios que emprenden la audaz aventura de crear empleo
registrado saben de las elevadas erogaciones de esa determinación.
El costo laboral no es solo el dinero
que el trabajador se lleva al bolsillo, sino la sumatoria de cargas
y contribuciones laterales que casi duplican esa cifra original
haciendo inviable el sistema y desestimulando estas decisiones.
Esa presunción de que los salarios mínimos aumentan la
calidad de vida ha hecho mucho daño. Si la sociedad quiere mejorar
su estándar de vida, precisa ser más eficiente, más productiva y
acumular suficiente capital como para que empiece a operar un
círculo virtuoso hasta hoy inexistente.
Suponer que se puede aumentar el salario con una normativa estatal
denota una gran ignorancia. Si eso fuera cierto el gobierno
podría fijar el salario en cualquier nivel y todos serían
millonarios.
No lo puede hacer porque sabe de las
consecuencias nefastas de promover esas medidas que solo
desestimulan la inversión y por lo tanto las posibilidades de
empleo.
La legislación laboral se ha convertido en una trampa letal que dio
paso a una creciente "industria del juicio".
En ese juego solo se benefician los
intermediarios que parasitan en el sistema. Esta intrincada
maraña normativa solo logró mayor conflictividad reduciendo la
creación de empleo.
Demasiada gente adhiere a esa mirada centrada en las épicas
conquistas de los trabajadores. Esas supuestas ventajas las
disfrutan solo unos pocos, dando nacimiento a una indeseada
diferenciación entre asalariados de primera y de segunda,
violando el esencial principio de igualdad ante la ley.
La historia se repite hasta el cansancio...
Los beneficios reales no se consiguen
por decreto, sino por un sistema articulado que permita tener
sustentabilidad en el tiempo, sin forzar nada, que derive
naturalmente hacia un sistema de estímulos correctamente alineado
que invite a crear trabajo.
El rol de los sindicatos en este desmadre ha sido despiadado. Han
construido y fortalecido sus propios negocios, saqueando a los
trabajadores, al quedarse compulsivamente con una parte de su
remuneración. Sus aportes positivos han sido exiguos y su
credibilidad sigue cuestionada.
Si se quiere más y mejores empleos, si se pretende tener salarios
más elevados, primero se debe comprender el funcionamiento de la
economía para entender luego que a mayor regulación peores
resultados.
El mundo no funciona imponiendo conductas por ley.
Si la felicidad se pudiera lograr por
decreto ya existiría una norma así y el planeta gozaría de ese gran
logro. No hay magia en esto. Cualquier objetivo en la vida se
consigue solo con esfuerzo, perseverancia y convicción.
Esta idea que sostiene que solo hay que
hacer buenas leyes ya ha fracasado en todas partes y abundan
evidencias empíricas de ese grosero error conceptual.
Si los países no revisan sus sistemas laborales integralmente
flexibilizando al máximo sus reglas, jamás existirá empleo genuino
abundante. En un ámbito de desocupación crónica los salarios reales
de la gente nunca mejorarán sustancialmente y nada bueno sucederá
entonces.
La política tiene el enorme desafío de instalar este debate sin
temores. No hacerlo es una actitud cruel y cobarde.
Sin estas reformas profundas nadie
invertirá sus dineros en proyectos productivos. Si el capital no
tiene incentivos específicos para apostar, nunca se dispondrá de
empleo suficiente, su calidad decaerá y los mejores buscarán nuevos
horizontes.
Es tiempo de dejar de lado la ingenua visión de que todo se logra
con leyes que obliguen a los demás a hacer lo que no quieren.
Cuando los emprendedores se sientan seguros, en un ambiente amigable
con los negocios, los países tendrán una chance concreta de mirar al
futuro con optimismo.
Si la sociedad sigue razonando como
hasta ahora, los regimenes laborales no se modificarán y seguirán
siendo un obstáculo para el progreso.
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