por
Alberto Medina Méndez
28 Agosto 2016
del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
Los políticos más experimentados ya lo saben, pero evidentemente los
más ingenuos, esos que se ufanan de venir desde afuera del sistema,
no han logrado comprender la relevancia de administrar con criterio
el complejo mundo de las expectativas cívicas.
En las entrañas de la naturaleza humana vive una tendencia inercial
que invita a idealizar, a construir ciertas imágenes en la mente,
que convierten a ciertos personajes de la política en seres que
jamás fueron, ni serán.
Se trata de una inclinación casi instintiva que mezcla lo que
se desea con la realidad.
Los defectos se disimulan y las virtudes
se multiplican, lo que engendra un enorme riesgo, no por esa
transición que inevitablemente concluye, sino por la inexorable
aparición de la frustración que asoma.
En el pasado se han vivido situaciones nefastas, indignas e
indeseables.
En ese instante no fueron percibidas con
suficiente claridad, pero hoy, con más serenidad y mayor cantidad de
información, se entiende que todo lo ocurrido fue una gigantesca
farsa con fatídicas consecuencias.
Esa funesta etapa quedó atrás, al menos por ahora. Pero tampoco lo
sucedido antes transforma automáticamente al presente en algo
maravilloso. De aquí en adelante no todo funcionará
extraordinariamente bien solo porque las ansiedades de la
mayoría así lo disponen.
Las comparaciones sirven solo para identificar puntos de referencia
y saber si se ha avanzado o, eventualmente, se ha retrocedido, pero
de ningún modo eso se traduce en que todos los objetivos se lograrán
mágicamente.
Las victorias se consiguen gracias a una secuencia de decisiones
acertadas y no solamente con algunas aisladas batallas
ganadas. Es allí donde el manejo inteligente de las posibilidades
concretas de alcanzar ciertas anheladas metas pasa a ocupar el
centro de la escena.
Mensurar adecuadamente la situación original, tener un diagnóstico
afinado de la realidad, establecer ciertos objetivos con la mayor
claridad posible y entender las etapas que se irán sucediendo en ese
recorrido, es vital para no cometer errores groseros y caer en
infantilismos inconducentes.
El ritmo lo deben proponer siempre los líderes pero existe un tiempo
óptimo para definirlo.
Si bien nunca es suficientemente tarde
para hacer lo correcto, no menos cierto es que en el inicio de una
gestión se debe aprovechar al máximo para poner los puntos sobre las
íes dándole un sentido a lo que se va a encarar, precisando
parámetros transparentes.
Eso no garantiza que la sociedad acepte esas formulaciones
mansamente. Siempre la gente aspirará a más.
Eso es muy razonable y hasta saludable.
Después de todo, los ciudadanos también ponen la agenda sobre la
mesa y exigen de acuerdo a sus percepciones y necesidades.
Es innegable que la política es la que tiene todas las herramientas
disponibles para poner "blanco sobre negro" y exteriorizar un plan
ambicioso pero posible, que prevea la consecución de determinados
logros concretos, que puedan ser discernidos por todos sin tantas
subjetividades.
Cuando los dirigentes abusan de su excesivo "buenismo" con tanta
candidez y suponen que pueden ignorar procesos tan elementales como
estos comenten una equivocación que tiene esperables consecuencias
políticas.
La comparación con el pasado es solo una herramienta que tiene fecha
de vencimiento.
En algún momento la sociedad consigue
procesar las barbaridades de esa era y las comprende en su justa
dimensión, pero también consigue separar los hechos y repartir
incumbencias con criterio.
Indudablemente los que estuvieron antes son los culpables de todas
las desgracias heredadas, pero los que están ahora son los
responsables de que, cada una de esas cuestiones puedan ser
definitivamente superadas.
Es allí cuando los que gobiernan el presente tienen que poner su
máximo empeño para establecer con total claridad las expectativas
brindando una importante cuota de racionalidad a su discurso
cotidiano.
No se debe prometer lo imposible. No es inteligente hacerlo desde lo
estratégico, pero tampoco es honesto plantearlo de ese modo y eso la
sociedad, más tarde o más temprano, lo advierte en toda su magnitud.
Es factible que durante la primera fase del idilio todo suene
como una melodía seductora, pero a poco de andar, la realidad hará
su parte, y si no se hacen los deberes, la sociedad pasará factura
con absoluta crueldad.
Algunos dirán que es un poco tarde para replantear escenarios tan
trascendentes.
Vale la pena recordar que no existe peor
error que el de insistir neciamente en transitar caminos
inadecuados solo porque no se ha hecho lo necesario
oportunamente.
Es imperioso establecer un nuevo contrato psicológico con la
sociedad que tenga como base de sustentación colocar las esperanzas
ciudadanas dentro de un marco de prudencia, seriedad y honestidad
intelectual.
Es tiempo de trabajar con un horizonte claro, con directrices más
específicas, blanqueando los costos que se deberán aceptar al
circular por esos senderos y explicando detalladamente porque es
indispensable hacerlo ahora, advirtiendo además sobre las secuelas
que se derivan de no hacerlo.
Aparecerán entonces las predecibles resistencias y surgirán muchas
críticas, pero si no se asume con hidalguía esa metodología,
invariablemente los ciudadanos se encontrarán nuevamente con el
fantasma de la desilusión.
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