del Sitio Web Taringa
de la 'corrección política' es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad,
de donde precisamente proviene.
Desgraciadamente para Coleman, uno de los aludidos resulta ser afro-americano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista.
Aunque no había ánimo ofensivo en sus palabras, puesto que jamás había visto al estudiante, Silk es acusado de racista, cesado como decano y despedido. Sin otra universidad dispuesta a contratarlo, su economía familiar se deteriora rápidamente.
Padece el rechazo de la comunidad, el
repudio de amigos y conocidos y, en el colmo de la desdicha, su
esposa sufre una apoplejía a causa del estrés y fallece.
Porque no se ajustaban a lo
políticamente correcto...
¿Universidades o
jardines de infancia?
Inmediatamente, otro grupo de alumnos, temeroso de que los intervinientes pudieran exponer ciertas ideas "negativas", protestó ante la dirección argumentando que la universidad debía ser un "espacio seguro" donde nada avivara los traumas de las víctimas.
Las autoridades académicas no cancelaron el acto, pero pusieron a disposición de los asistentes su propio "espacio seguro":
La estancia estaba equipada con cuadernos para colorear, juegos de plastilina, cojines, música relajante, mantas, galletas, chuches, incluso un video relajante en el que aparecían perritos jugando.
También contaba con personal cualificado para atender posibles traumas.
Cuando el evento finalizó, dos docenas de personas habían pasado por esta sala, una de las cuales explicó:
Inmediatamente, uno de sus estudiantes protestó airadamente, tachando su sugerencia de políticamente incorrecta porque podía herir la sensibilidad de los alumnos chinos.
Obviamente, la objeción era absurda:
Sin embargo, para el estudiante el tiempo transcurrido era irrelevante.
Siguiendo su lógica, el arte alemán
ofendería en Francia, el francés en España por la invasión
napoleónica, o el español en Flandes.
Automáticamente fue
acusado de machista y, tras una
durísima campaña en su contra, Summers se vio obligado a dimitir en
2006.
Lo peor, con todo, es que condena a la sociedad al oscurantismo, a la ignorancia.
Al fin y al cabo, Summers sólo podría haberse ahorrado el calvario falseando los resultados de su investigación, adaptándolos a la "realidad" de lo políticamente correcto o, sencillamente, renunciando a investigar.
Por su parte, el profesor de Columbia debería pensárselo dos veces antes de recomendar exposiciones de arte a sus alumnos puesto que todas, de alguna manera, herirán la sensibilidad de alguien.
En cuanto a los estudiantes de la
Universidad de Brown, para evitar sobresaltos tendrían que renunciar
a organizar debates abiertos.
Tanto despropósito llevó a Richard Dawkins, profesor de biología evolutiva de la Universidad de Cardiff a advertir a sus estudiantes, con indisimulada indignación:
Pero la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento.
Y, por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos.
En su esfuerzo por hacer sentir a todos los estudiantes cómodos y seguros, a salvo de cualquier potencial shock, las universidades están sacrificando la credibilidad y el rigor del discurso intelectual, remplazando la lógica por la emoción y la razón por la ignorancia.
En definitiva, están impidiendo que sus
alumnos maduren.
Y, si esto es válido para la universidad, ¿por qué no trasladarlo a la sociedad en su conjunto?
Así, la represión se extiende como
mancha de aceite, prohibiendo palabras, términos,
actitudes, estableciendo una siniestra policía del pensamiento.
Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto.
Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en el emisor sino en el receptor. Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no.
Y lo hace, naturalmente, a favor del
establishment y de los grupos
de presión mejor organizados.
Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver:
No es más que un recurso típico de
mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los
problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por
cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por
el lingüístico.
Tras ser recriminado por un joven exaltado por usar la palabra "negro", Du Bois respondió:
En efecto, ni la discriminación, ni el
racismo, ni cualquier otro problema, se resuelven por cambiar los
nombres. Como mucho, se logra tranquilizar la mala conciencia de
algunos.
Al poner los sentimientos por encima de los hechos, de las razones, cualquier opinión válida puede ser desactivada tachándola de racista, sexista, discriminatoria.
Puede que a estas personas la corrección política les haga sentirse más cómodos, pero a costa de instaurar la cultura del miedo en los demás.
Clint Eastwood declaró:
Debemos ser respetuosos con todo el mundo, por supuesto.
Pero también expresar con libertad nuestras ideas y argumentos. Si alguien se molesta y se rasga las vestiduras, es muy probable que esté mostrando su talante inmaduro, su carácter infantil e intolerante.
Lo advirtió George Orwell en su novela 1984:
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