foto Dominio público en Wikimedia Commons
la sección de Obras raras de la Biblioteca Nacional de Brasil guarda celosamente un extraño documento de diez páginas bautizado con el sugestivo nombre de
Manuscrito 512.
Todo empezó en 1839,
cuando un naturalista llamado Manuel Ferreira Lagos encontró
por casualidad aquella insólita pieza carente de autoría
explícita y titulada, al estilo de la época, Relação histórica de
huma oculta, e grande Povoação, antiguissima sem moradores, que se
descubrio no anno de 1753.
Con este mote se conocía al descendiente de un náufrago acogido por los indios llamado Diogo Álvares Correia (una especie de Gonzalo Guerrero en versión lusa), y que se negaba a confesar la localización exacta de dichos yacimientos (aunque otras versiones adjudican una identidad diferente a Muribeca, como Belchior Dias o su hijo Roberto).
Imagen:
dominio público en Wikimedia Commons
Por esa razón el Manuscrito 512, como se había bautizado aquel extraño documento, fue dado por bueno.
El hecho de que por
entonces se empezaran a descubrir antiguas ciudades pre-hispanas
olvidadas animaba a encontrar algo parecido en territorio brasileño
que diera al estado recién nacido fuste como cultura previa, en vez
de las simples y primitivas tribus amazónicas.
Con ese objetivo habían partido unas cuantas misiones siglos atrás pero nunca encontraron nada excepto algunas piedras preciosas que no hicieron sino excitar aún más la imaginación:
El caso es que buscando esa versión brasilera de El Dorado, los expedicionarios se toparon con una vieja ciudad comida por la maleza que rompía con todo lo conocido por esas latitudes:
Incluso avistaron una canoa con dos hombres de tez blanca y ataviados a la europea que huyeron precipitadamente.
El enigmático texto del manuscrito se completa con algunos detalles curiosos, como la reseña de haber encontrado una bolsa con monedas de oro que llevaban inscrita la silueta de un arquero y una corona, o la reproducción de unos jeroglíficos copiados de varios rincones de la ciudad a los que algunos ven cierto parecido con letras griegas y fenicias.
foto
Dominio público en Wikimedia Commons
La más importante fue la
que salió en 1840 al mando del canónigo Benigno José de Carvalho
e Cunha quien tras reunir un montón de testimonios de gente que
había viajado por la región, y empleando seis años de esfuerzo, no
encontró absolutamente nada más que habladurías que hacían aún más
fantasioso el asunto, caso de las referencias a un dragón que
vigilaba el lugar.
La ilusión que había
desatado aquella historia empezaba a desmoronarse.
Richard Francis Burton
Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Speke creyó hallarlas en
el lago Victoria y Burton creía que no era así. Esa controversia, que terminó con la muerte de Speke, supuso el ostracismo para Burton, quien a partir de entonces sólo pudo desempeñar unos penosos cargos secundarios de cónsul británico, primero en Fernando Poo (la Guinea española) y ahora en Santos (estado de Sao Paulo).
En uno y otro destino empleó más tiempo en explorar que en su labor administrativa y, como cabía esperar, su estancia en Brasil se la pasó viajando por el interior.
Por supuesto, supo del Manuscrito 512 y probablemente aprovechó alguno de aquellos periplos para ver si descubría algo.
No lo hizo pero, a cambio, su esposa tradujo el documento al inglés (The First True Account of the "Lost City of Z", Translated from Portuguese by Lady Isabel Burton) y él incluyó dicha traducción en un libro que publicó narrando su paso por Brasil: Explorations of the highlands of Brazil.
No obstante, aún quedaba otro británico dispuesto a dejarse llevar por las ensoñaciones del Manuscrito 512:
En realidad, Fawcett no buscaba exactamente la ciudad descrita en el manuscrito - de hecho, su ruta no era por esa región nordeste sino por el Mato Grosso - a la que denominaba Ciudad de Raposo, sino otra que él había bautizado como Z, aunque no descartaba la posibilidad de que se tratara de la misma.
No se sabe qué fuente utilizaba este peculiar aventurero para buscar Z, pero sí que también llevaba el Manuscrito 512 porque otro excónsul británico aseguraba haber visto una ciudad que respondía a la descripción del documento.
De la expedición, en la que también iban el hijo de Fawcett y un amigo de éste, nunca más se supo y sólo hace poco que se encontraron algunos objetos que llevaban consigo, especulándose que probablemente murieron a manos de los indios.
En cualquier caso, desde entonces su misteriosa desaparición desplazó en interés a la ciudad del manuscrito.
Para ésta se han buscado múltiples explicaciones:
De la historia al mito; o viceversa...
Fuentes
|