por Jorge Carbajal Posada del Sitio Web ViaVida
En
asuntos de dieta no sólo importan las recetas o los textos, también
hay contextos que establecen cuánta energía ahorramos o consumimos,
que alimentos encienden programas de desgaste y envejecimiento y qué
formas de preparación y combinaciones pueden tener un efecto
regenerativo.
La nutrición no es así sólo un asunto de balance de carbohidratos, grasas, proteínas, minerales y vitaminas.
Hambre o saciedad, consumo calórico, dieta y ejercicio, estados anímicos y hasta la composición del microbioma, se enmarcan en un contexto tan cultural como individual, tan científico como subjetivo.
El cómo, el cuándo, el
ritmo, las pausas, los ayunos, también determinan el tipo de
programación
metabólica, de si entramos en modo de absorción o de eliminación, de
si nos colocamos en modo de desgaste o de regeneración.
El carbón es
carbono amorfo que aún no se ha ordenado. En el grafito y el grafeno
hay otros modos de ordenamiento de la misma sustancia, y con cada
nuevo tipo de relaciones espaciales entre los átomos de carbono
aparecen también otras propiedades. Un alimento es sustancia y en cierto modo, como ocurre con la molécula de glucosa, es luz condensada.
Un buen nutriente es sustancia-luz ordenada. La diferencia con la comida basura es el orden, la cualidad, su patrón de ordenamiento interno. Es lo mismo que hace de una gema una piedra preciosa y de la simple piedra, solo piedra.
Un buen joyero lo sabe y distingue, por su comportamiento frente a la luz o su índice de refracción, el verde de la esmeralda del desorden verde de un simple vidrio.
Un buen nutriente no sólo es
cantidad de algo, representa también una cualidad energética de la
luz almacenada por medio de enlaces químicos con propiedades
metabólicas diferentes.
Es cierto que hemos logrado mejores rendimientos explotando
la naturaleza, pero no parece un buen resultado conseguir más
cantidades, sacrificando la diversidad y la calidad de nuestros
nutrientes.
La calidad de
la energía obtenida de los nutrientes, se relaciona con el tipo de
combustión, pues las calorías no son simplemente calorías, pueden
ser producidas por distintas vías metabólicas según el alimento del
que provengan y generar energías contaminantes o limpias.
Un régimen
alimenticio alto en carbohidratos y alimentos procesados, impide que
el organismo utilice las grasas como combustible principal.
Tanto las células como el medio ambiente del tejido circundante, la matriz celular, deben estar cargados eléctricamente para mantener los procesos fisiológicos de reparación, regeneración y recambio.
Una de las claves mayores de la enfermedad crónica es la depleción energética, por lo que la correcta suplementación dietética debe garantizar el restablecimiento del voltaje o diferencia de potencial, la circulación adecuada de electrones y la eliminación del ruido, representado por toxinas densas o sutiles.
Esto es posible a través
de la activación de los sistemas anti-radicales libres propios del
organismo.
Además de los sistemas orgánicos de almacenamiento y suministro de energía en forma de electrones, podemos considerar la tierra misma, por su condición electronegativa, como la principal fuente de electrones de la biología.
La pérdida de electrones oxida, esclerosa y desvitaliza, razón por la cual la pérdida de naturaleza está en la fuente profunda de muchas enfermedades de nuestra civilización.
Earthing o Grounding son propuestas para
restaurar la conexión a tierra, permitiendo el drenaje de iones
positivos tóxicos y recargar nuestras baterías directamente con la
tierra, una fuente inagotable de electrones.
Podemos considerar dos tipos básicos de energía,
La energía de los alimentos tiene una mezcla de estos tipos de prana, generando una ubicación en una parte de ese espectro tierra-sol que los chinos denominan yin-yang:
En el reino animal tendremos un predominio de la combinación
de energías aportada por el reino vegetal, y en el caso de los
animales carnívoros y omnívoros, se incluye ya la combinación más
compleja de energías que caracteriza el prana animal.
A nivel humano podemos decir que
también nos nutrimos de la imagen que tenemos de nosotros.
Nutrirse es una cosa muy diferente:
Algunos nutrientes considerados buenos por su composición cuantitativa pueden convertirse por un proceso de refinación en auténticos venenos que aceleran los procesos de envejecimiento y facilitan la aparición de enfermedades crónicas.
Pero al margen de su composición química y la calidad de la energía producida por los alimentos, es importante considerar otros aspectos no menos importantes en la nutrición.
Al igual que los alimentos, el agua, la luz, el
aire, el sonido, las emociones y los pensamientos pueden ser
nutrientes o venenos según su calidad.
Es determinante en la síntesis de vitamina D y el metabolismo del calcio, la melanina, la melatonina y algunos neurotransmisores. La luz detectada en la retina genera la activación de esa brújula interior del neurovegetativo y el metabolismo que es el hipotálamo.
La malnutrición lumínica es una enfermedad cada vez más común, aún en el trópico, pues nuestros estilos de vida se han alejado del efecto biológico ordenante del espectro completo de la luz solar.
También la luz nos nutre a través de alimentos cuya energía en última instancia carga las baterías orgánicas, cuya expresión más universal es el ATP.
En la asimilación de la luz ocupan un lugar privilegiado los pigmentos.
Una adecuada alimentación ha de recolectar todas las
vibraciones del espectro solar, pues la radiación solar es la clave
mayor de la vida en la tierra.
Es un superalimento compuesto de la
propia esencia, pues más aún que de todos los otros nutrientes, nos
nutrimos de lo que creemos de nosotros, de cómo nos sentimos y nos
concebimos.
Cuando vivimos conscientemente, transformamos nuestro modo de vivir en nosotros y la calidad de nuestras relaciones con todo lo otro. Si alcanzamos el estado ordenado del ser que somos nos convertimos en el mejor alimento de la naturaleza, y nutrimos lo que vemos y tocamos.
Todo lo que acompañamos se nutre del orden que emanamos.
Nuestra
presencia consciente es también un alimento extraordinario para la
gran cadena de la vida.
Desde el centro, el corazón que ordena, podemos irradiar vía campo magnético cardíaco ese orden complejo de lo que somos. Así nutrimos a los hijos, al amigo, a la esposa, al hermano, al compañero. Ordenamos y sanamos.
Y sanando, proyectando
lo mejor de nosotros, nos sanamos. Así nutrimos la creación que nos
nutre y nos recrea.
Si esta energía lleva consigo un
sentimiento de amor, nutrimos con lo mejor de nosotros el mundo.
Cuando podamos vivir con gratitud y reverencia el ritual de nutrirnos como aquel de liberar la luz condensada en la sustancia, aprenderemos también que la conciencia es el ingrediente capaz revelar la vida latente en la materia.
Al saber que nutrirse es
también saciar el hambre y la sed de ser, descubrimos el sabor sutil
e incomparable de la vida.
La nutrición es un arte
mayor, arco iris condensado en las moléculas, para recrear el programa
de la vida.
Por abandono, por ignorancia, por autocastigo, no importan tanto las explicaciones, el resultado de no amarnos de verdad será sólo lo que el desamor puede cosechar.
Es un asunto de conciencia...
Y mil veces el cuerpo nos lo va a recordar hasta que aprendamos la gran lección:
En buena
parte, tal vez hasta en un 70% de los casos, depende de nosotros.
Y hasta compramos quitagrasas de todos los tipos para eliminar la mugre pegada a las superficies.
Sabemos que podemos acumular basura de años en nuestras arterias, en nuestras células, en los aposentos interiores donde tenemos la vida.
A veces, cuando ya los servicios internos de limpieza están
sobrecargados, la basura empieza brotar con el nombre de alergias,
eccemas o infecciones.
Consideraríamos
que el maltrato dietético puede crear soluciones de continuidad en
las paredes intestinales que permiten la absorción de moléculas y
toxinas que luego generarán inflamaciones, alergias y problemas
inmunológicos.
Cada quien cosecha en última
instancia lo que siembra. Todo es cuestión de valorarnos, de cuidar
de nuestro cuerpo del mismo modo en que un buen músico cuida de su
instrumento; es cuestión de aceptar y cuidar
Es cuestión de sentir que todos nuestros cuerpos son estados de
conciencia, instrumentos prestos a dar su nota en la sinfonía de los
días cuando el director de orquesta los afina y sincroniza.
Así escogeremos lo mejor de la vida
hacia el cauce de la realización y daremos gran valor a lo que puede
nutrir el cuerpo, las emociones, el pensamiento, el sentido de vivir
y la vida.
Un coche viejo puede funcionar muy bien si está bien cuidado.
Ocurre lo mismo con nosotros. No es la edad cronológica lo que más importa. Podríamos tener una mente joven a los 100 años, y alegría, y amor y vivir una vida llena de sentido.
Depende de nosotros. De los superalimentos que tenemos al alcance: la familia, los buenos amigos. Todos los que amamos. Amarnos y sentirnos queridos.
Compartir el café o el chocolate. La sazón del fuego lento del hogar. Sopa de chía, la maravillosa maca, una buena compañía. El sabor de los valores que uno encarna.
El vacío, la levedad, el silencio y el ayuno. La magia de la pausa en la que sembramos la semilla de la serenidad para nutrirnos con la cosecha de la calma.
El trabajo es también un
superalimento cuando laboramos con el alma.
Empezamos por fin a saber que no sabíamos
y que muchas de nuestras creencias sobre nutrición eran falsas,
aunque las hubiéramos sostenido en nombre de la ciencia.
Estamos cambiando nuestra visión sobre los carbohidratos y de las grasas como fuentes de energía y ni siquiera nos ponemos de acuerdo en un tema tan investigado como el del colesterol y las estatinas.
Unos cuantos comunes denominadores nos permiten acceder al fin hoy a una visión holística de la nutrición. Hoy nos queda reconocer con humildad que nos equivocamos en muchos asuntos relativos al ejercicio y la nutrición.
Podríamos ser selectivos hasta buscar el contenido de triptófano y tirosina, de serotonina y dopamina, para explicar la alquimia de la relajación, de la pasión y la alegría.
Podríamos incluso buscar los ingredientes para nutrir las conexiones del sistema límbico con los circuitos de la inteligencia cognitiva, pero puede ser más sencillo que convertirse en un erudito en nutrición.
La invitación es a saborear, a disfrutar la vida, pues no vinimos a no enfermarnos ni a luchar contra la muerte.
Vinimos a vivir y el sentido mayor de la vida es la felicidad. Que nuestra nutrición no sea un asunto de una mayor longevidad ni una estrategia de supervivencia.
Que sea dirigida a un cultivarse interiormente con la luz del sol, la semilla de nosotros mismos y la energía de todos los nutrientes.
De seguro la cosecha será la de la felicidad:
disfrutar de uno mismo, para disfrutar de todo.
Entonces podremos experimentar el gozo del ayuno como el del alimento. Entonces, además de los sabores y vibraciones de todos los alimentos, nos nutriríamos de soledades, compañías palabras y silencios.
En la sabiduría del saber aprender y disfrutar de lo aprendido está la clave de una nutrición llena de sentido. Una nutrición para la vida.
Que la felicidad sea también nuestro
alimento. Y nuestra mejor medicina...
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