13 Noviembre 2019
del Sitio Web
PijamaSurf
En la
actualidad, estar ocupado
parece un estilo
de vida deseable y obligatorio,
pero quizá sea
momento
de cuestionar
esa tendencia...
En una
sociedad capitalista como la nuestra,
estar siempre ocupado
parece tomarse como sinónimo de éxito.
Muchas personas en
general son ya incapaces de "quedarse quietas", por así decirlo,
evocando ese quietismo que se aconseja en ciertas tradiciones
filosóficas y espirituales como ejercicio de la tranquilidad de
mente.
"Sentado, sin hacer
nada, la hierba crece y la primavera llega por sí sola", dice el
conocido proverbio Zen que nos habla de la posibilidad del
no-hacer como postura paradójicamente activa frente a la
realidad y sus exigencias.
Con todo, en nuestras
sociedades, cuando alguien se encuentra sin nada que hacer o decide
pasar las tardes de manera relajada en el sofá, hay cierta sensación
de incomodidad, incluso de culpa, como si tácitamente no estuviera
permitido estar francamente inactivo.
La norma en la vida
actual es 'siempre estar ocupado', siempre tener cosas que hacer para
sobrevivir o demostrar el éxito rotundo.
En ocasiones, esto
empieza desde la infancia, con una cantidad excesiva de clases
extracurriculares para hacer un poco de tiempo antes de la cena
familiar (si es que la hay).
En la actualidad, estar ocupado es un estilo de vida 'deseable' y
'obligatorio'.
La enfermedad de estar
ocupado es la respuesta a un sistema de explotación no sólo de los
recursos de la naturaleza sino también de la fuerza obrera y la
capacidad creativa del ser humano.
En cualquier ámbito, la
explotación destruye todo sentido de bienestar, salud e incluso
espiritualidad.
Desde un punto de vista de salud mental, la enfermedad del
workaholism - la asociación de
los términos para "trabajo" y "adicción" en inglés - impide mantener
una conexión entre mente y cuerpo y por lo tanto, dificulta saber
estar en el presente en el marco de nuestras interacciones sociales.
En algunos casos puede
incluso sabotear la creación o la experiencia de un sentido de
comunidad, el cual resulta ser una de las necesidades básicas del
ser humano para garantizar su supervivencia.
La tecnología,
¿la cadena de la fuerza productiva explotada?
La constante oferta y demanda de la última tecnología móvil ha
permitido extender los horarios del trabajo, que ha pasado de durar,
un promedio de 40
horas a la semana (horas suficientes para provocar un
desequilibrio en la existencia) a una especie de tiempo sin
límites que se extiende incluso a esos instantes que antaño
estaban consagrados a la vida personal o subjetiva.
Esas horas extra que no
se ven reflejadas en una nómina y que, además, se espera que se
cumplan con compromiso y sin queja.
La tecnología y la
explotación laboral, un estilo de vida que acerca a las sociedades a
plagas del siglo XXI:
ansiedad, depresión,
incapacidad de vinculación afectiva, pobreza extrema.
En uno de sus libros más
lúcidos,
La sociedad del cansancio, el filósofo de origen coreano
Byung-Chul Han nos dice al respecto:
El cambio de
paradigma de una sociedad disciplinaria a una sociedad de
rendimiento denota una continuidad en un nivel determinado.
Según parece, al
inconsciente social le es inherente el afán de maximizar la
producción.
A partir de cierto
punto de productividad, la técnica disciplinaria, es decir, el
esquema negativo de la prohibición, alcanza de pronto su límite.
Con el fin de
aumentar la productividad se sustituye el paradigma
disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del
poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de
producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto
bloqueante e impide un crecimiento ulterior.
La positividad del
poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber.
De este modo, el
inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de
rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia.
Sin embargo, el poder
no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado.
Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel
de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es,
por el imperativo del deber.
En relación con el
incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el
deber y el poder, sino una continuidad.
Y más adelante:
El sujeto de
rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a
trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano
de sí mismo.
De esta manera, no está sometido a nadie, mejor
dicho, sólo a sí mismo. En este sentido, se diferencia del
sujeto de obediencia.
La supresión de un
dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que
libertad y coacción coincidan.
Así, el sujeto de
rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre
obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y
rendimiento se agudiza y se convierte en auto-explotación.
Esta es mucho más
eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un
sentimiento de libertad.
El explotador es al
mismo tiempo el explotado.
Víctima y verdugo ya no pueden
diferenciarse...
Esta auto-referencialidad genera una libertad
paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación
inmanentes a ella, se convierte en violencia.
Las enfermedades
psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen precisamente
las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica.
Si bien este sistema es
complejo de alterar ante la precariedad de un sustento económico que
mantenga a flote a una familia trabajadora, los expertos en salud
mental recomiendan por encima de todo no dejar de lado,
-
los vínculos
personales (esto es, estar con el otro sin la constante
interrupción de mensajes ni correos)
-
el cuidado de tomando en cuenta las necesidades del cuerpo y la psique
-
además de
detalles como un abrazo o la atención presente durante una
conversación
-
o dejar un
mensaje escrito en la habitación de los hijos antes de irse
a trabajar sin poder saludarlos porque están dormidos
todavía...
En pocas palabras, usar
la vinculación con el otro como el antídoto contra los males
subjetivos más comunes del siglo XXI...
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