El ciudadano puede
parecer una cosa y ser otra. Por eso el sistema es garantista y
salvaguarda su inocencia. Aunque parezca culpable es inocente si no
se puede demostrar su culpabilidad.
No podría ser de otra forma si queremos evitar la arbitrariedad jurídica propia de las tiranías.
Cuenta Plutarco que César admitió públicamente que no consideraba responsable de adulterio a su esposa Pompeya. Y, sin embargo, la repudió.
Acto seguido añadió la famosa frase:
La anécdota fue elevada a
categoría por la pensadora
Hannah Arendt cuando afirmó que
en política no hay diferencia entre el ser y el parecer.
en política no hay diferencia
entre el ser y
el parecer...
De este modo unos vigilarían y limitarían los posibles excesos de los otros. El filósofo era consciente de la perversa inercia del poder y la presunta culpabilidad de los que lo ejercen.
Siguiendo la máxima de Hannah Arendt y la sugerencia de Montesquieu,
Se invierte entonces la carga de la prueba.
Prima de nuevo el bien general y la tranquilidad de la ciudadanía:
La función pública es interina y debe estar motivada por un imperativo de servicio
que se debe
asumir sin interés personal...
La función pública es interina y debe estar motivada por un imperativo de servicio que se debe asumir sin interés personal. No debe ser objeto de condescendencia ciudadana ni conllevar privilegio alguno.
La representación política es un honor; la honradez, su básica condición; y además parecerlo, ineludible exigencia.
Si César fuese un
ciudadano más no repudiaría a Pompeya. Pero lo hace precisamente
porque es César. En innumerables debates y discursos públicos este
concepto que he intentado bosquejar aquí se suele expresar con dos
palabras: responsabilidad política.
No obstante, no dimite y
sus jefes no lo cesan...
no se debe a ningún carácter nacional
sino a nuestro
sistema político...
¿Somos los españoles diferentes? No lo creo.
En un mundo cada vez más globalizado acabamos por ser todos muy parecidos. La peculiaridad de España no se debe a ningún carácter nacional o una maldición divina, sino a nuestro sistema político.
¿Qué significa esto? Que el partido se convierte en una empresa del Estado donde el líder es el jefe y sus antiguos amigos son los empleados.
¿Y qué quiere una
empresa? Tener muchos clientes para conseguir beneficios.
Los que aprenden a
ponerse de perfil o a mirar para otro lado en el momento oportuno,
medrarán y mejorarán su posición.
en una empresa del Estado donde el líder es el jefe y sus antiguos amigos
son los
empleados...
El resto de pequeños poderes se reparten ocasionalmente a través de pactos u oscuras complicidades:
El entramado político descrito produce consecuencias del todo previsible:
Si los comparamos entre sí los políticos parecen muy diferentes; pero si comparamos a todos ellos con el resto de ciudadanos, son muy parecidos.
El sistema de partidos combinado con el desprecio a Montesquieu, malformación política presente desde la Transición, actúa como un filtro inverso que deja fuera del poder a los mejores.
Los políticos se
convierten en una clase privilegiada desligada de una sociedad civil
cada vez más alienada, explotada y desorientada.
o la fatal inmoralidad congénita del partido el motor de la perversión,
sino el sistema
mismo...
Desde un inmerecido ostracismo mediático Antonio García Trevijano, inagotable pensador de la política, lleva clamando durante décadas esta elemental verdad:
Ante este estado de cosas muchos ciudadanos siguen votando a su partido pensando que la corrupción es cosa de cuatro garbanzos negros.
Otros piensan que los corruptos son siempre los del otro partido y esperan, como se espera a Godot, a las siguientes elecciones.
Mientras tanto, lámpara
en mano como Diógenes, algunos seguimos buscando al
verdadero hombre… político...
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