
por Celia Pérez León
05 Agosto 2025
del Sitio Web
CuerpoMente

Lo que Sócrates nos enseñó
es que
fallar es inevitable.
Lo importante
es
lo que aprendes
con ello.
shutterstock
Solemos pensar que los errores
son una
señal de debilidad,
pero
Sócrates enseñaba todo lo contrario.
Lo
verdaderamente importante
no es no
caer jamás,
es saber
cómo levantarse...
¿Alguna vez te has castigado a ti mismo/a por equivocarte?
Te llamaste tonto/a por creer en alguien que te
decepcionó, te enfadaste por derramar una taza de café, o te
desesperaste por no haber adivinado que iba a haber más tráfico de
lo que esperabas y llegar tarde al trabajo.
Quizá tu frustración vino de algo de peor. De un
fallo real y tan catastrófico que te ha dejado tirado/a en el suelo.
Que ha acabado con todo lo que has construido.
Deja de castigarte, porque caer es normal. Todo el mundo lo hace.
Todos nos equivocamos.
"El que tiene boca, se equivoca", solía
decirme mi madre cuando caía en este mal hábito del autocastigo.
Y es que, como dijo Sócrates,
"caerse no es un fracaso, el fracaso es
cuando te quedas donde has caído".
Dos veces con la misma piedra
Hay un dicho que me encanta.
"El ser humano es el único animal
que tropieza dos veces con la misma piedra".
George Santayana tiene una cita similar,
aunque quizá más ilustrativa:
"Quien no conoce su historia, está condenado
a repetirla".
¡Qué cierto es...!
Quizá esté en nuestra naturaleza humana, quizá sea culpa del
sistema. Pero una cosa está clara. Todos, sin excepción, nos
hemos sentido alguna vez fracasados por equivocarnos.
Sea en la ejecución o en la planificación,
equivocarte puede llegar a sentirse como un auténtico e
irremediable fracaso.
Pero,
¿qué es el fracaso?
Si, al estilo de Sócrates, nos hiciéramos esta
pregunta, deberíamos preguntarnos también,
¿qué es el éxito?
Y entonces Sócrates nos diría que,
el problema de estas dos ideas es que son
infinitas en la mente humana.
¿Dónde acaba el éxito, dónde
empieza el fracaso?
Alcibíades, nos cuenta Agnes
Callard, a la que tuvimos la suerte de entrevistar, en su libro
Sócrates al Descubierto, era un
joven que deseaba gobernar a todos.
Su idea de éxito era, por tanto, gobernar.
La de fracaso, no gobernar...
¿Lo vemos claro?
Sócrates, con su intelecto afilado, le preguntó al joven:
"Alcibíades, ¿prefieres seguir viviendo con
lo que ahora tienes o morir al punto si no puedes conseguir nada
más?".
No hizo falta que respondiera, porque el filósofo
continúo,
"estoy seguro de que preferirías la muerte.
Pues bien, voy a explicarte con qué esperanza vives".
En esta esperanza de Alcibíades se esconde la
respuesta.
El filósofo se lo explica.
Si consiguiera gobernar toda Atenas, se
creería merecedor de gobernar Grecia.
Y tras Grecia, pensaría que su deber es
gobernar Europa.
Si se le negase, entonces, gobernar también
sobre Asia, se echaría las manos a la cabeza.
"Creo que no estarías dispuesto a vivir
en estas condiciones sin poder saturar, por así decirlo, a
toda la humanidad con tu nombre y tu poder", expone
Sócrates.
Sin duda pensarás que lo que el filósofo buscaba
castigar era la arrogancia de Alcibíades.
Nada más lejos de la realidad. Al acabar su
discurso, el filósofo lanzó otra pregunta:
"¿Te das cuenta, Alcibíades, de tu actual
situación?
¿Es realmente de la de un hombre libre o
no?".
El joven no pudo más que responder:
"Creo que me doy perfecta cuenta de ello".
La libertad
Este relato nos ilustra una verdad poderosa.
El fracaso o el éxito obedecen a una rueda, a
un apetito insaciable.
A una rueda de insatisfacción infinita de la
que todos somos esclavos, de una forma u otra.
Es por eso que por lo que Sócrates decía:
"Caerse no es un fracaso, el fracaso llega
cuando te quedas donde has caído".
En esa misma rueda que te hace pensar que hasta
que no consigas exactamente lo que quieres, no habrás ganado.
Lo cierto es que tras una victoria, siempre viene un "¿y ahora
qué?". Y tras cada fracaso, inevitablemente, otro más.
La vida es así, continúa pese a todo.
No hay un gran objetivo que cumplir, ni un
gran fracaso que nos hunda para siempre.
Naces, luego mueres.
Ya está.
Lo que sucede en medio, es tuyo, pero solo si
te atreves a vivirlo con libertad.
¿Y cómo alcanzar esa ansiada libertad?
Deshaciéndote de las cadenas de la ambición
desmedida.
Todos queremos, a un nivel práctico, cierta
seguridad en la vida.
Pero pensar que solo en ella hallaremos la
felicidad nos hace irremediablemente infelices. Porque nos hace
esclavos de esa rueda que tan bien ejemplificaba Sócrates en su
discurso.
Y solo siendo libres podemos ser felices.
¿Hacia dónde deberíamos, entonces, orientar
nuestra inquietud y nuestros esfuerzos?
Sócrates lo tiene claro.
Hacia el conocimiento, hacia el
autoconocimiento, que es la única fuente real de sabiduría
y, por tanto, de felicidad...
|