
por Harrison Koehli
08 Septiembre 2025
del Sitio Web
PoliticalPonerology
traducción de SOTT
08 Septiembre 2025
del Sitio Web
SOTT
Versión original en ingles
Harrison Koehli
oriundo de
Edmonton, Alberta. Un graduado de estudios en música e
interpretación, Harrison es un editor de Red Pill Press
y la revista Dot Connector y ha sido entrevistado en
varios programas de radio de Norteamérica, en
reconocimiento por sus contribuciones para avanzar en el
estudio de
la ponerología. |

La Patología Política Original
Ha pasado mucho tiempo desde mi última publicación sobre César.
Demasiado tiempo...
Pero cuando miro a mi alrededor, todo lo que veo son vibraciones de
Catón, y eso significa que es el momento.
Todos adquirimos al menos algunas de nuestras interpretaciones de
los acontecimientos actuales y nuestros juicios personales sobre las
figuras públicas contemporáneas a través de algún tipo de ósmosis
ideológica automática.
Muchas personas adquieren todas sus opiniones de
esta manera. La idea aparece completamente formada en sus mentes y
simplemente la aceptan, asumiendo que es el producto de su propio
discernimiento excepcional y de una lectura atenta de la realidad.
De hecho, se ha formado a lo largo de años de
repetición propagandística nada sutil de personas en su mayoría
anónimas, de carácter y juicio aún menos notables. 1
La propaganda es tan omnipresente, y las opiniones alternativas son
tan vociferantemente rechazadas y desterradas del ámbito del
discurso público aceptable, que todo el mundo "sabe" que la
interpretación x es cierta y que el contemporáneo y es un mal tipo.
Si tienes la más mínima sospecha de que x podría
no ser cierto, o de que y podría no ser tan malo como todo el mundo
cree, sigues estando atrapado.
En un debate político, te encontrarás diciendo
sin pensarlo:
"No digo que x sea un buen tipo, es un matón,
pero...".
Porque atreverse a decir que y es bastante bueno,
considerando todas las circunstancias, probablemente provocará una
reacción histérica y exagerada por parte de tu interlocutor.
A fin de cuentas, tal avalancha propagandística convierte a hombres
que, en otras circunstancias, serían razonables, en defensores
emocionalmente incontinentes de las opiniones "correctas".
Si se cuestionan tales creencias, se provocará un
ataque de disonancia cognitiva, que mutilará sus preciados
sentimientos y les llevará a arremeter con una indignación moral
superficial y manipulaciones emocionales mezquinas.
Esto es lo que la imposición social de las
creencias adecuadas (y la falta de voluntad individual) le hace a un
hombre.
Esto es algo perdonable cuando se trata de acontecimientos actuales.
No es que la mayoría de la gente tenga tiempo o ganas de comprobar
si sus opiniones están justificadas.
La oferta de tales creencias es alta y el acceso
es fácil.
Y para la mayoría, no vale la pena perder
relaciones por ello, porque eso es lo que sucederá. Pero cuando se
trata de acontecimientos y personalidades históricas más lejanas, me
temo que no hay excusa.
En este caso, hay que esforzarse para
equivocarse.
Para comentar asuntos que no son de actualidad,
como la guerra civil de César, por ejemplo,
no se puede confiar simplemente en la ósmosis
cultural para formarse una opinión, porque muy pocos discuten
estos temas en profundidad como para proporcionar la materia
prima necesaria para formarse automáticamente una opinión.
Si se quiere hacer algo más que recurrir a algún
recuerdo cultural común, por ejemplo, refiriéndose a alguien que
"cruza el Rubicón", hay que leer y pensar de verdad.
Y a menos que quieras ser el equivalente histórico de un
comentarista político moderno (una profesión que está solo un
peldaño por encima de la de actor, con creencias preformadas y
justificadas por la lectura exhaustiva de personas que se limitan a
repetir esas mismas creencias), tendrás que ampliar tus horizontes,
leer las fuentes originales y excomulgar mentalmente a los
académicos de mente estrecha que aceptan sin crítica alguna lo que
básicamente eran las noticias falsas de la época.
Y hubo muchas noticias falsas sobre Cayo Julio
César.
Juzgar erróneamente a este hombre es un pecado imperdonable, que
solo puede mitigarse mediante un estudio diligente y la renuncia
pública perpetua a los errores del pasado.
Y hay un
lugar especial en el infierno reservado
para esos,
"regurgitadores de opiniones con títulos universitarios",
...y
sus loros comentaristas políticos, que agravan su pecado original
resucitando antiguas invectivas y corrompiendo las mentes de los
inocentes modernos.
Y una vez hecho este necesario preámbulo, es hora de examinar más de
cerca la Guerra Civil, los personajes que participaron en ella y
cómo una valoración más precisa de estos hechos puede servir quizás
como fortaleza mental contra la recurrencia moderna de la patología
política de aquellos tiempos, y hay muchos casos de este tipo.
En mi última publicación sobre César, hice referencia al libro de
Robert Morstein-Marx de 2021, Julio César y el Pueblo Romano
(Julius
Caesar and the Roman People).
Todas las citas de este artículo proceden de ese
libro, que recomiendo encarecidamente. Morstein-Marx entiende a
César mejor que la mayoría de los clasicistas.
Así es como caracteriza al personaje en la
conclusión del libro:
Cuando entró en la más alta esfera política
en el año 63, era conocido como un popularis de un tipo
particular:
excepcionalmente hábil para cultivar el apoyo del
pueblo romano, pero no un demagogo, ni un luchador callejero, ni
siquiera un actor importante en las propuestas clásicas de los
popularis para la redistribución de la tierra, el alivio de la
deuda o similares.
(Desde luego, no era un "demócrata", como a
veces se le ha llamado:
en la vida pública romana no existían
"criaturas tan exóticas"...).
Como él mismo señala,
"es habitual comparar a los presidentes
estadounidenses con César, con la intención de condenarlos, no
de alabarlos".
Pero, contrariamente a esta concepción popular de
César ,
"un aspirante a autócrata que pasó su
vida tramando para alcanzar ese objetivo", "en los años previos
a la Guerra Civil [es decir, hasta que tenía más de 40 años],
César nunca se comportó como un ideólogo, activista o gran
reformador"
Era completamente romano en sus valores,
ideología, expectativas y,
"patrones tradicionales de ambición
aristocrática".
El sistema republicano romano se basaba en "la
asignación adecuada del honor por parte de la comunidad", que era un
derecho exclusivo del pueblo romano, y constituía la base de la
meritocracia republicana.
Y el pueblo romano otorgó a César honores sin
precedentes.
Morstein-Marx demuestra:
...que Cayo Julio César se veía a sí
mismo, y era visto por muchos, si no por todos sus
contemporáneos, como un gran líder republicano, una poderosa
combinación... de pedigrí patricio, política "popular" y logros
militares impresionantes, con valores y objetivos coherentes con
los antiguos cánones republicanos de virtus, dignitas y
gloria, que se medía a sí mismo y era medido por sus
contemporáneos en función de los modelos de liderazgo del
pasado, en lugar de las formas aún desconocidas de autocracia
que se avecinaban en el futuro...
Era un general excepcional, un orador
excepcional, incluso un escritor excepcional y, según todos los
indicios, una personalidad excepcionalmente atractiva, un amigo,
quizás incluso un amante...
Quienes hoy difaman al hombre tildándolo de
tirano sediento de poder tienen una excusa, aunque sea pobre.
Como dice Morstein-Marx, solo están,
"siguiendo una fuente contemporánea de primer
orden: Cicerón".
Pero Cicerón era un hombre profundamente
hipócrita y oportunista, y sus últimos intentos por justificar el
asesinato de César como "tiranicidio" se ven traicionados por sus
elogios anteriores hacia el hombre.
"Es imposible escapar por completo de la
sombra que Cicerón proyecta sobre la historia de este periodo.
Sin embargo, debemos intentarlo".

© Colorized_Foretime/r/AncientWorldCicerón.
¿No es esta una cara
digna de un puñetazo?
Cicerón era un elitista y egocéntrico
empedernido.
Curiosamente, Morstein-Marx bromea:
[...] los lectores atentos de las cartas de
Cicerón estarán familiarizados con la notable coincidencia entre
las declaraciones de Cicerón sobre los "altibajos" de la
República (en su mayoría bajones) y las vicisitudes de su propia
fortuna personal...
Los estudiosos educados en las doctrinas de
Cicerón sobre la hegemonía senatorial, la deferencia del pueblo
llano hacia sus superiores y la necesidad de que, de vez en
cuando, los "defensores" del Estado eliminaran a los demagogos
problemáticos mediante violencia extralegal si fuera necesario,
pueden pensar que es bastante natural equiparar "la República"
con "el dominio del Senado", pero ¿qué porcentaje de los
ciudadanos romanos políticamente activos... habría estado de
acuerdo con ellos?
Eliminar a los rivales con violencia extralegal
es precisamente lo que hizo Cicerón en respuesta al "6 de enero" del
Senado romano:
la llamada conspiración de Catilina
del año 63 a. C., que culminó con un grupo de "insurrectos"
liderados por el político romano Lucio Sergio Catilina
que intentó "derrocar" al gobierno romano.
Para Cicerón, que era cónsul en ese momento, esta
era su oportunidad de "salvar la República", e hizo todo lo posible
por plantearlo en esos términos.
Antes del intento de insurrección, Cicerón se
había embarcado en una campaña de difamación contra Catilina - el
popular oponente de Cicerón en las elecciones consulares del año
anterior y, hay que reconocerlo, un elemento incontrolable - que
rivalizaba con el Russiagate por su uso de una
histeria exagerada y fuentes de inteligencia cuestionables.

Sátira de Cicerón
Histrionismo
fotográfico contemporáneo.
'Cicerón', vestido de
rojo,
poco antes de
contratar un pequeño ejército
para protegerse
de las graves amenazas contra su vida
proferidas por
'Catilina en el año 63 a. C.' (coloreado).
© Copyright
En sus discursos durante este tiempo, Cicerón arremetió contra el
supuesto objetivo de Catilina de matar a todos los nobles, así como
contra aquellos que apoyaban tácitamente a Catilina simplemente por
no creer en la conspiración tal y como la presentaba Cicerón.
(¿Niega usted que Catilina interfirió en nuestras
elecciones? ¿Cómo se atreve?).
Cicerón era un maestro de la retórica y la
invectiva, y fue implacable en su campaña para incitar a Catilina a
una revuelta real, que luego podría sofocar.
Es un asunto largo y complejo, pero Cicerón
salió victorioso y finalmente pidió el asesinato extrajudicial
de los conspiradores.
César se opuso a ello por considerarlo un
precedente peligroso e ilegal...
Morstein-Marx interpreta su razonamiento
de la siguiente manera:
Su objetivo aparente... [era] evitar el tipo
de reacción popular que era inevitable si se violaban los
derechos romanos tradicionales y apreciados... y así asegurar y
fortalecer el liderazgo paternalista del Senado en la República.
Sin embargo, Catón, Cicerón y otros tenían
una idea diferente de cómo tratar a los conspiradores y de la
mejor manera de fortalecer la autoridad del Senado.
Cicerón pensaba que las ejecuciones de los
partidarios de Catilina la restauraban en lugar de socavarla,
una conclusión cuestionable en vista de la reacción que se
produjo en el año 58 [cuando Cicerón fue exiliado por su papel
en las ejecuciones], que César pudo haber anticipado.
La mención de Catón nos lleva a nuestro
segundo villano y al hombre que más merece el crédito, o la
ignominia, por destruir la República.
El discurso de Marco Catón en el Senado, en
palabras de Morstein-Marx,
"parece haber evitado por completo la
justificación legalista en favor de la indignación moralista,
los ataques despectivos a los partidarios de la moción de César
por su indecisión o, peor aún, su complicidad en la
conspiración, junto con una amplificación altamente emocional
del peligro inmediato que aún representaba la conspiración a
pesar de su aparente decapitación" (todo paramoralismos).
El marco de Catón era "uno de guerra y peligro
existencial inminente", rivalizando con el gusto de Cicerón por lo
histriónico.
Los deplorables partidarios de Catilina eran
verdaderamente una amenaza existencial para "nuestra República", y
cualquiera que lo cuestionara era, por asociación e implicación, un
traidor a la República.
Catón neutralizó así cualquier apoyo a la
moción de César mediante el miedo a verse personalmente
implicado en la conspiración. Era más fácil dejar que mataran a los
conspiradores y seguir con la vida sin convertirse en blanco de las
críticas virulentas de Catón.
Este es el hombre venerado hoy como un sabio estoico, el más
virtuoso de los romanos, el conservador de principios y firme
defensor de los ideales republicanos.
De hecho,
era un radical y reaccionario, "abiertamente
oligárquico" en su política, un ideólogo fanático y un ególatra
supremo.
Catón fue quien separó a Pompeyo y César y
saboteó cualquier reconciliación que pudiera haber evitado la guerra
civil.
Era un violador frecuente de las leyes y normas
romanas para sus propios fines y un obstinado obstruccionista de la
legislación popular y los derechos de César.
Era un hombre incapaz de llegar a compromisos
políticos, lo que sus adoradores interpretan como constancia basada
en principios.
Sus tácticas obstruccionistas incluían el uso de
la violencia política cuando era necesario (es decir, cuando no se
salía con la suya y no conseguía el apoyo popular o senatorial) y un
filibusterismo sin fin contra la voluntad del pueblo y del Senado,
por ejemplo, cuando bloqueó el triunfo militar de César en el año 60
a. C.
Catón, probablemente con César muy presente en su mente, se
había comprometido en los últimos años con una campaña en solitario
para minimizar o eliminar los honores tradicionales otorgados a los
comandantes victoriosos por sus logros militares... y sustituirlos,
de forma extraña, dada la larga tradición de la República, por
honores y elogios a la administración moralmente recta.
Como dice Morstein-Marx:
[...] los estudiosos se han dejado
impresionar demasiado por las tácticas obstruccionistas de
Bíbulo y Catón y se han apresurado a admitir que eran
"correctas" desde una perspectiva republicana tradicional.
Lejos de representar una tradición
constitucional republicana establecida, Bíbulo, Catón y quienes
siguieron su ejemplo llevaron los mecanismos de obstrucción a su
alcance mucho más allá de sus límites habituales e intentaron
utilizarlos para suprimir el derecho soberano del pueblo a
expresar su voluntad a través de las asambleas de votación, sin
siquiera articular una posición alternativa ante el pueblo o, al
parecer, ante el Senado.
Lo hicieron simplemente declarando que no
permitirían que se aprobara un proyecto de ley y luego cumpliendo su
amenaza.
"Esto era absurdo en cualquier república
digna de ese nombre".
Cuando Catón y su pequeña camarilla de radicales
no lograron bloquear una ley, recurrieron a anularla,
"por motivos técnicos y religiosos
cuestionables".
[...] el principio de soberanía popular no significaba nada para
Catón y Bíbulo. Picados por la derrota total, se esforzaron aún
más para ajustar cuentas con el hombre que, a sus ojos, había
demostrado ser "más fuerte que toda la República".
Repitámoslo con suavidad:
Esta explotación radical de las normas del
Senado por parte de un hombre al que se sigue describiendo como
"conservador" o "tradicionalista" no parece ser suficientemente
apreciada.
Lo anterior demuestra el egocentrismo desmesurado
de Catón.
Intentó imponer su propia voluntad a la
República, en contra de toda tradición, redoblando y triplicando
posiciones muy impopulares. Si alguien tenía la personalidad de un
tirano, ese era Catón.
De hecho, una de sus herramientas favoritas de
subversión, el veto minoritario, solo demuestra este punto. Catón
solía ser una minoría de uno, como en su oposición a la campaña de
César para un segundo consulado mientras aún estaba en la Galia.
Este segundo consulado representaba el "mayor
temor" de su camarilla, según Cicerón.
¿Te suena familiar?
Quizás esto ayude a establecer el paralelismo:
En pocas palabras, César exigió un regreso
honorífico de sus (en última instancia) victoriosas campañas
contra el enemigo más antiguo de Roma, de acuerdo con las
tradiciones romanas, mientras que sus enemigos acérrimos, a los
que ahora se unía Pompeyo con creciente inquietud, rechazaron
sus demandas por temor a que, si no lo hacían y no lograban
obligarlo a pagar un alto precio por su negativa a ceder a su
obstruccionismo radical en el 59, no solo sobreviviría y sería
más fuerte que nunca, sino que la lección se transmitiría al
futuro y un pilar fundamental de su visión de una República
dominada por el Senado podría derrumbarse para siempre.
Catón y sus partidarios estaban dispuestos a
ignorar la ley, las elecciones y las instituciones, todo ello en un
esfuerzo por,
"destruir al hombre al que el pueblo romano
sin duda habría elegido cónsul por segunda vez si se le hubiera
dado la oportunidad de hacerlo".
Catón era más anancástico que principista, más
rígido que complaciente, dispuesto a destruirlo todo (Roma, a sí
mismo) antes que transigir, incluso con un hombre tan razonable
como César.
Cuando se quedó sin opciones y se enfrentó a la
derrota, se destripó a sí mismo.
Si hay que creer el relato de Apiano,
se abrió el vientre "como una bestia salvaje".
Morstein-Marx especula sobre las
motivaciones de Catón:
En lugar de hacerse pasar por un "mártir de
la libertad", como sin duda se convertiría en la tradición
retrospectiva de resistencia a los emperadores "tiránicos",
puede ser, por ejemplo, que Catón se sintiera obligado por honor
a llevar hasta su fin lógico la política hostil que había
adoptado hacia César durante al menos una década, que no
estuviera dispuesto a sobrevivir a la derrota en una guerra de
la que era en gran parte responsable, o simplemente que no
pudiera reconocer como vencedor cara a cara a un hombre al que
había demonizado durante tanto tiempo.
Si hubiera vivido, podría haberse visto obligado
a ser objeto de la famosa clemencia de César (se dice que el propio
César lamentó que el suicidio de Catón le impidiera
perdonarlo) y, aunque no hay muchas pruebas textuales de que alguien
se sintiera realmente insultado por recibirla, a Catón probablemente
le habría molestado sobremanera.
Pero antes de llegar a eso, Catón y su minoría de seguidores eran
los que "buscaban un enfrentamiento violento" con César.
Hicieron todo lo posible para precipitarlo,
mientras pintaban a César como el beligerante y la amenaza
"existencial". Ni siquiera Pompeyo quería la guerra.
Como dice Morstein-Marx:
[...] la Guerra Civil del 49 al 45 fue una
guerra que ninguno de los dos líderes [ni César ni Pompeyo]
quería, aunque no se puede decir lo mismo de los enemigos más
acérrimos de César, agrupados en torno a Catón, que tienen una
gran responsabilidad tanto por empujar imprudentemente el
enfrentamiento hacia la guerra como por estropear las
negociaciones finales cuando Roma se precipitaba al abismo.
Pompeyo cedió a las maquinaciones maliciosas del
entonces cónsul Léntulo y Catón, que reprendió a Pompeyo por
"dejarse engañar 'otra vez'".
No puedo evitar ver la actual guerra de Ucrania
como una repetición de esta dinámica.
Para explicar los paralelismos:
En nuestros tiempos, el papel que desempeñó Catón
se dispersa entre muchos actores, pero todos comparten su
naturaleza:
una persistencia irracional, un sentido
obstinado de su propia rectitud y la creencia aparentemente
delirante de que sus acciones no tendrán consecuencias tan
obvias.
Ante tal obstinación despreocupada y tal derecho
miope,
¿qué esperaban los "genios de Occidente"...?
Morstein-Marx dice sobre la Guerra Civil:
[...] su decisión de arriesgarse a los
horrores de la guerra civil para evitar esa
posibilidad [un segundo consulado de César] "por cualquier medio
necesario" resultó ser muy perjudicial para la República.
En esas circunstancias, ninguna persona
razonable podía esperar que César se rindiera sin más.
En tales circunstancias, como había escrito
Tucídides mucho tiempo antes, lo que antes era impensable
se convierte en "prudente" y "necesario".
Tomad nota, defensores de las elecciones y
propagandistas del régimen.
La ironía es que Pompeyo había pasado la primera parte de su
carrera en abierta oposición a Catón y otros,
"en quienes no tenía más motivos para confiar
a largo plazo que en César",
...un hecho que llevó a César a expresar
repetidamente su desconcierto y consternación.
De hecho, la mayoría de los romanos apoyaba a
César, ya fueran senadores consulares, jóvenes senadores,
funcionarios locales o ciudadanos de a pie:
"Si el pueblo debe considerarse el componente
central de la SPQR [Siglas en latín que se traduce como "El
Senado y el Pueblo Romano"], al igual que el Senado, entonces
parecería que 'la República' estaba en gran medida del lado de
César de enero a marzo del 49".
Para concluir este breve resumen sobre César,
Cicerón y Catón, y algunos de los conflictos en los que
participaron, he aquí lo que escribe Morstein-Marx en su
conclusión:
[...] nos vemos obligados a concluir que fue
César quien mejor representó la tradición republicana
histórica en esta lucha, y no aquellos que tan a menudo se
erigen en defensores acérrimos de la "constitución".
Más bien, son Catón y sus seguidores
quienes parecen empeñados, al menos desde la ejecución de los
conspiradores partidarios de Catilina en el año 63, en
romper con la larga tradición republicana y crear, mediante la
novedosa explotación de los tradicionales mecanismos
obstructivos [...], un nuevo tipo de república [...] en la que,
a pesar de la restauración del poder tribunicio, la soberanía
popular quedaría efectivamente suprimida y las instituciones del
pueblo subordinadas en la práctica a la autoridad senatorial.
Morstein-Marx procede a dar una explicación
racional y sociopolítica, basada en la teoría de juegos, de la
Guerra Civil y el fin de la República, y, en la medida en la que
llega, es bastante buena.
Para él:
La respuesta paradójica que propongo es que
lo que destrozó la República no fue que alguien intentara
derrocarla o socavarla [esto parece contradecir lo que dice más
arriba sobre lo que Catón estaba haciendo realmente], sino que
agentes importantes se convencieron a sí mismos de que la otra
parte tenía la intención de hacerlo, lo que llevó a una erosión
de la confianza mutua hasta el punto de que cada parte, actuando
en base a esta convicción, estaba decidida a evitar ese
resultado por cualquier medio necesario: la guerra civil...
Aplica la lógica de los profesores liberales de
Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro
How Democracies Die (Cómo
mueren las democracias), según la cual,
"las instituciones y constituciones
democráticas o republicanas no fracasan necesariamente porque
estén mal diseñadas o sean inadecuadas para sus funciones, sino
también, muy a menudo, por la erosión de las normas
democráticas, en ausencia de las cuales las instituciones pueden
ser cooptadas con notable rapidez y definitividad".
Estas normas se encuentran entre las reglas no
escritas o los códigos de conducta compartidos que acepta y aplica
una comunidad concreta, y Levitsky y Ziblatt identifican como las
más ,
la "tolerancia mutua" y la "paciencia
institucional".
Cuando estas normas se abandonan en favor de un
enfoque de "cualquier medio necesario", los antiguos compañeros se
convierten en enemigos.
La "incertidumbre radical" y los "resultados no
deseados y paradójicos" son consecuencia de este escenario; en el
caso de la Guerra Civil, estos resultados incluyeron el
desmantelamiento total de las normas que existían anteriormente.
Quizás resulte paradójico, pero de todos los actos perpetrados en
esas crueles guerras civiles, puede que haya sido el asesinato de
César el que, en un momento clave, más contribuyó a alimentar el
ciclo de destrucción que con el tiempo acabaría con la vida de la
República.
Sin embargo, esta explicación es incompleta.
Mientras que Morstein-Marx descarta las
causas estructurales y demográficas, Peter Turchin
probablemente no estaría de acuerdo, ya que considera que esos
factores son un motor subyacente de la erosión de las normas y el
aumento de la polarización política extrema.
Pero ambas teorías, a pesar de su utilidad, no
son explicaciones ponerológicas.
Catón tenía claramente un trastorno de personalidad - me
atrevería a llamarlo psicópata político, quizás del tipo anancástico
- y Cicerón, a pesar de tener algunas cosas de las que
carecía Catón (como un instinto político real y lo que a veces
podría considerarse sentido común), era un adulador, egocéntrico y
seductor.
César, por el contrario, fue el único que actuó
de acuerdo con las normas republicanas hasta que se vio obligado, en
contra de su propia naturaleza, a protegerse a sí mismo y a las
tradiciones que defendía y encarnaba.
Esto es lo que Morstein-Marx no entiende.
No fue "culpa de nadie" ni "culpa de todos".
César se enfrentaba a una minoría
patológicamente persistente que no se detendría ante nada para
destruirlo y reformar la República a su imagen y semejanza, que
es lo que, de hecho, llevaban haciendo durante años.
Tenía que elegir entre tomar la salida cobarde o
luchar.
Naturalmente, eligió luchar.
Desde el día en que César pronunció su discurso
en contra del asesinato extrajudicial de los conspiradores de
Catilina, Catón le guardó rencor a César.
Se podría decir que fue el paciente cero del
síndrome de trastorno por César.
No solo estaba dispuesto a destruir la República
para "salvarla" (en su mente), sino que su propia idea de la
República era anatema para César y para el pueblo romano.
Catón, con su egoísmo
patocrático, consideraba "correcto"
y "adecuado" negar al pueblo su derecho a elegir a sus líderes y
legislar su República, e imponerles su propia visión por la fuerza,
incluso en contra de la voluntad de sus compañeros senadores.
Ni siquiera era un supremacista senatorial.
En su mente, el Senado y el pueblo de Roma debían
ajustarse a su visión, al margen de las leyes.
Su "República" era solo eso,
una oligarquía en la que Catón desempeñaba el
papel de guía porque ansiaba ese poder y creía tener derecho a
él en virtud de su elevada "moralidad".
César, su superior en todos los aspectos,
simplemente se interponía en su camino.
Entonces,
¿cuál era la naturaleza de este síndrome de
trastorno por César?
Para Catón, tal vez fuera simplemente el odio
instintivo hacia alguien que era todo lo que él quería ser, pero no
era, porque carecía de los medios.
O tal vez fuera más que eso:
un producto del "conocimiento psicológico
especial" del psicópata.
Los patócratas sienten repulsión por los valores
y costumbres humanos normales y, a pesar de su pretensión de ser
conservador, Catón era un innovador radical. Y contagió su trastorno
a los demás.
La pequeña camarilla que lo rodeaba era un núcleo
ponerogénico que ponerizó al Senado.
Los Catones (neoconservadores/OTAN) del mundo quieren
el control absoluto en sus propios términos, y cualquiera que se
niegue a seguir el programa y se rebele, ya sea César,
Trump o Putin, debe ser destruido.
La oposición de César al poder sin control del
Senado, la influencia que ganó gracias a su encantadora personalidad
y su agudo intelecto, lo señalaron como una amenaza natural para la
facción oligárquica de Catón.
Los síndromes contemporáneos de trastorno por
Trump y Putin tienen el sello de Catón por todas partes,
el primero en un sentido doméstico
estadounidense, el segundo en un sentido geopolítico...
Mientras que Catón difundió su trastorno a través
de la retórica a una escala relativamente pequeña y solo obtuvo el
apoyo de una minoría de políticos y ciudadanos romanos, el potencial
actual para propagar este tipo de virus mental es exponencialmente
más potente.
Lo vemos en las noticias y en las conversaciones
todos los días.
Al escuchar al estadounidense o europeo medio hablar de Putin,
se podría pensar que es el peor dictador y asesino en masa
"desde Hitler" (como lo llamó recientemente el mediocre alemán
Jürgen Nauditt en X).
Para todos los posibles seguidores de
Trump entre mis lectores,
Putin es en realidad un
mejor análogo de César...
Yo diría que está aún más difamado a los ojos
del público, y de forma más injusta.
Putin es básicamente para Rusia lo que César
fue para Roma.
El amigo de Cicerón, Ático, describió una
vez a César como alguien que se comportaba,
"con sinceridad, moderación y prudencia".
Esto se podría aplicar perfectamente a Putin.
Los psicópatas son muy buenos
demonizando a sus enemigos y haciendo creer a su público que esos
enemigos son tiranos.
Es la técnica del "bloqueo inverso", que se
hace poderosa gracias al uso experto del lenguaje
paramoralista, que secuestra nuestra tendencia a moralizar,
incluso cuando el objetivo no lo merece.
Muchos aceptarán acríticamente la inversión,
hasta el punto de ver a un hombre decente y notable como César
como el epítome del 'mal'...
Para otros tendrá un efecto igualmente
intencionado:
tratarán de encontrar el punto medio
"razonable" entre la verdad y la mentira.
"Bueno, no digo que César fuera un buen
tipo, era un matón, pero...".
Pero Trump, como estadounidense, es
naturalmente más relevante para el público nacional.
Y a pesar de que, en muchos aspectos, no es
César, los efectos del trastorno por Trump
son
palpables.
Detrás del brote moderno de este síndrome en todas sus variantes se
encuentra lo mismo:
una oligarquía patocrática con visiones de un
"nuevo mundo" en el que gobiernan sin oposición y controlan todo,
imponiendo su visión al pueblo con un egoísmo patológico.
Para ellos, violar los derechos de la ciudadanía
a elegir a sus propios líderes no significa nada, y si lo consideran
necesario, tomarán "cualquier medida necesaria" para impedirlo, ya
sea amañando o "fortaleciendo" las elecciones, intentando asesinar a
la persona elegida por el pueblo o lanzando operaciones psicológicas
para difamar y mancillar el prestigio de su enemigo.
Consideran que esto es su derecho y lo
presentarán como algo intrínsecamente bueno.
Se presentarán como los "buenos", insinuando
que esta caracterización es correcta a primera vista y que creer
lo contrario es impensable.
Si hacen bien su trabajo, te sentirás un poco mal
por pensar que, en realidad, no son los "buenos".
A diferencia de entonces, hoy en día es difícil atribuir el
trastorno a una persona o grupo concreto, como se puede hacer con
Catón.
En la situación actual, la naturaleza casi global
del síndrome de trastorno por Trump o
afecciones relacionadas sugiere que su propagación y adopción por
parte de muchos es en gran medida el resultado del "entendimiento
mutuo" entre individuos patológicos sobre el que advirtió
Lobaczewski.
Como él mismo dijo en la década de 1980, antes de
Internet:
Cuanto más poderoso es este núcleo y la
nación patocrática, mayor es el alcance de su canto de sirena
inductivo, que escuchan personas cuya naturaleza es igualmente
desviada, como si fueran receptores superheterodinos [de radio]
sintonizados naturalmente a la misma longitud de onda.
Por desgracia, lo que se utiliza hoy en día
son transmisores de radio reales de cientos de kilovatios, así
como agentes secretos leales que conectan nuestro planeta en
red.
Teniendo en cuenta la inversión absoluta de la
realidad que supone la visión histórica dominante sobre César,
Cicerón y Catón, creo que es una lente útil a través
de la cual ver lo que está sucediendo hoy en día:
que nuestras opiniones instintivas sobre
estos asuntos pueden estar tan completamente en desacuerdo con
la realidad.
Catón y Cicerón, a pesar de ser unos
sinvergüenzas y unos réprobos, obtuvieron toda la buena prensa.
Pero solo hace falta un pequeño esfuerzo para ver
lo que realmente estaba pasando.
Io, Caesar Victor! Imperator Gloriae...!
(¡Yo, César el Victorioso! ¡Emperador de la Gloria!)

Referencias
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Dabrowski denominó a esta influencia social
el "segundo factor", distinto del primer factor (biología) y del
tercer factor (autonomía autodirigida).
Lobaczewski denomina "egocentrismo de la
cosmovisión natural" a la certeza con la que las personas se
aferran a las opiniones generadas por el segundo factor.
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