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LaBrujulaVerde
Pero si exceptuamos a Vlad, seguramente
el segundo de la lista sería el Conde de Saint Germain, aún
cuando los datos que tenemos sobre su biografía son tan escasos e
inconcretos que en torno a su figura se ha tejido una densa red de
leyendas que no hacen sino complicar la cosa… y hacerla más
sugestiva, hay que admitirlo.
Tampoco hay noticias de que fundara una familia o tuviera descendencia.
De hecho, aunque se especula con que
nació en 1694, documentalmente no aparece en la Historia hasta 1740,
cuando ya era un adulto cuarentón y se movía en los círculos de la
alta sociedad vienesa.
El conde de Saint
Germain
Una más, ya que a este personaje se le suele confundir y mezclar con Robert-François Quesnay de Saint Germain, un célebre ocultista del siglo XVIII; al fin y al cabo, el propio conde practicó esas artes, como veremos.
Lo que sí es cierto es que su educación era excelente, pues componía y tocaba el violín, hablaba una docena de idiomas, probablemente fruto de una intensa afición viajera por Europa y países exóticos africanos y asiáticos, y tenía conocimientos enciclopédicos, defendiéndose casi en cualquier tema.
Ello, junto con una elegancia y modales exquisitos, le supuso cierto prestigio en los salones del momento, algo que se acrecentó cuando, haciendo gala de lo que había aprendido de medicina, consiguió sanar a un mariscal francés gravemente enfermo.
Éste, agradecido, se lo llevó a París y
puso a su disposición un laboratorio de alquimia, actividad
que por entonces se consideraba científica y se practicaba en la
mayor parte de las cortes bajo la protección de nobles y monarcas.
Retrato de Giacomo Casanova,
adversario del conde
Saint Germain
No es de extrañar que incluso el crápula
del momento, el famoso Giacomo Casanova, le describiera como
"rey de los impostores".
Los estudiosos de su vida opinan que había viajado a Gran Bretaña por encargo de Luis XV para apoyar a Bonnie Prince Charlie (Carlos Estuardo) en la rebelión jacobita desatada a finales del año anterior y que terminó en fracaso.
Curiosamente, al conde se le dejó en libertad.
De hecho, a su regreso a París se incorporó a la corte de Versalles y en 1760 fue designado para otra misión, ésta de carácter diplomático, en Holanda, más concretamente en La Haya, donde bajo el nombre de Conde de Surmont debía conseguir apoyo económico para financiar la guerra con Inglaterra.
La batalla de Culloden, uno de los episodios clave del levantamiento jacobita.
Óleo de David Morier.
Saint Germain aprovechó su estancia para enriquecer tanto su bolsillo como su fama, comercializando los fármacos que inventaba y con los que se podía curar prácticamente toda enfermedad.
Y así, aunque tuvo problemas con varios personajes como el citado Casanova o el canciller francés (quien le hizo caer en desgracia ante el Rey), el aura legendaria del conde continuó creciendo:
También era un rumor común que había conseguido el secreto de la inmortalidad, existiendo desde hacia milenios, conociendo a Jesucristo e identificándosele con diversos personajes de la historia, desde San José a Colón.
Los hechos desmienten tan insólito bulo porque el conde de Saint Germain falleció en febrero de 1784 en Eckernförde (Schleswig), donde se estableció en la última etapa de su vida tras ir saltando rocambolescamente de país en país, a menudo escapando de algún chanchullo.
Pero, siendo cierto que él mismo daba pábulo a las leyendas asegurando que había estado presente en las Bodas de Caná o en el Concilio de Nicea, por citar sólo algunos ejemplos estrambóticos.
También lo es que estos disparates fueron recogidos y relanzados muy posteriormente a su época, entre el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del XX, cuando algunas sociedades esotéricas estadounidenses se declararon albaceas y continuadoras de su legado teórico.
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