por Paul H. Koch 17 Mayo 2008 del Sitio Web ElPasoDeLasTermopilas
Tal vez haya escuchado usted la historia de la Auténtica Iglesia Ortodoxa Rusa, que es como se llamaba la secta a la que pertenecen varias decenas de personas que llevaban bastante tiempo encerrados bajo tierra a la espera de que llegara el Apocalipsis.
Esta semana se vieron obligados a salir de la gruta donde se habían atrincherado provistos de agua, víveres y combustible, porque dos de sus miembros habían fallecido semanas atrás y la corrupción de sus cuerpos amenazaba con matarlos a todos envenenados.
Como todas las historias
de fanáticos, ésta es incomprensible: no sólo se habían encerrado
seis meses antes - ¿para qué tanto tiempo? ¿no hubiera sido
preferible disfrutar del aire libre hasta, digamos, una semana
antes? ¿o un par de días antes? - sino que habían anunciado que
volverían a la superficie el 27 de abril, cuando se celebró la
Pascua Ortodoxa Rusa - ¿acaso era ésa la fecha concreta en la que
esperaban el Fin del Mundo? - pero luego lo retrasaron hasta mediados
de junio, para la fiesta de la Trinidad - ¿por qué se retrasó el
Apocalipsis? - y por último acabaron regresando con "los vivos" hace
un par de días.
Y no sólo por los fanáticos de algunas iglesias cristianas, empeñadas en que llegue la Parusía y que Jesucristo se aparezca montado en su caballo blanco para separar a los buenos de los malos e impartir Justicia.
Hay algunas que han pronosticado sucesivos años como el momento decisivo presuntamente elegido por Dios para resolver de una vez por todas las andanzas de esta criatura suya tan particular que es el ser humano. Pero ya digo que no son sólo ellos. Recuerdo por ejemplo los años previos a 1983 cuando se hizo muy popular en todo el mundo el best seller de un tipo profundamente alarmista que citaba para ese año un gran cataclismo que pondría punto y final a nuestro mundo.
En lo
particular, he de admitir que justo en ese año para mí acabaron
muchas cosas..., y empezaron otras, pues me sucedieron algunos
acontecimientos decisivos, pero nada que ver con el Apocalipsis, por
supuesto, sino más bien al contrario: fue una renovación vital en
toda regla.
Se pronosticaron grandes barbaridades para el 1 de enero de 2000, empezando por el colapso informático mundial que, como es lógico, nunca llegó (pero qué gran negocio hicieron los vendedores de ordenadores y otros artilugios de este estilo). Los mismos ignorantes que azuzaban la inquietud de la gente se empeñaban en comparar el miedo al año 2000 con el supuesto miedo al año 1000 que se supone hubo en aquellos lejanos tiempos, cuando lo cierto es que no existió.
Los campesinos, curas, nobles..., que vivían en torno al año 1000 jamás tuvieron miedo a la llegada del año redondo entre otras cosas porque la inmensa mayoría de ellos ni siquiera sabían en que año vivían, ni les interesaba en lo más mínimo. Las gentes de entonces subrayaban su calendario de acuerdo con los ciclos naturales y el monarca que tuvieran.
No pensaban: "estoy en el año
978 d.C." como nosotros, obsesionados con medir todo científicamente
y al milímetro, sino: "estoy en el año 12 del reinado de mi señor Gunderico" por ejemplo.
Resulta curioso que hayamos sido
incapaces de traducir e interpretar los sobrecogedores y coloridos
jeroglíficos de los Códices Mayas (los pocos que han logrado
sobrevivir hasta nuestros días) en los que se acumulaban sus
conocimientos y sin embargo nos permitamos el lujo de "saber" con
toda exactitud lo que se suponía que ellos pensaban y auguraban para
el futuro.
Aunque fuera especialista en
supervivencia, ¿merecería la pena sobrevivir a un holocausto nuclear
general o a una Tierra abrasada por un supuesto planeta errante?
Imagínese a los miembros de la secta rusa: destruido el mundo, salen
a la superficie ¿y para qué? ¿Qué podrían hacer en medio de la nada,
estéril y derruida?
Muchos de los fanáticos que esperan/desean la llegada del Fin del Mundo son perezosos mentales y sobre todo espirituales.
Gente que no
está dispuesta a trabajar para salvarse a sí misma, para comprender
el mundo ni para mejorarlo, ni por supuesto para ayudar a los demás,
sino más bien todo lo contrario: se creen tan importantes, tan
imprescindibles dentro del orden natural, que están deseando que
llegue un Mesías de los Cielos para reconocer su labor, alabarles
ante todo el planeta y salvarles transportándoles a un Paraíso de
algodón que sólo existe en la imaginación de los niños más pequeños
(lo que en el fondo son ellos durante toda su vida).
Atención a ésta, que me fue confiada por un
verdadero
Maestro: el Cielo hay que conquistarlo en vida.
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