De entre todos los privilegios que se le otorgan a uno cuando
sobrevive más de cincuenta años, el mejor es el de la libertad de
ser excéntrico. Poder explorar los límites físicos y mentales de la
existencia de forma confortable y segura, sin molestarse en
considerar si uno parece o suena tonto, da una alegría inmensa. Los
jóvenes a menudo se encuentran con que las convenciones son
demasiado pesadas para escapar de ellas, excepto cuando forman parte
de un culto. Las personas maduras no tienen tiempo para el ocio
fuera del que dedican a ganarse la vida. Sólo los viejos pueden
tontear alegremente.
Recibir una invitación oficial para unirse a la primera exploración de la Luna era una legitimización y un reconocimiento a mi mundo privado de fantasía. Las lecturas de mi infancia siguieron un camino bien determinado con un inicio en Los cuentos de hadas de los Grimm, el paso a través de Alicia en el país de las maravillas y la llegada a Julio Verne y H.G. Wells. A menudo había dicho en tono de broma que la tarea de los científicos era llevar la ciencia ficción a la práctica.
Alguien lo había oído y se
acordó de mi farol.
Esperaba encontrar biólogos ocupados en el diseño de experimentos e
instrumentos tan maravillosos como la misma nave espacial. La
realidad supuso una decepción que marcó el fin de mi euforia. Tuve
la impresión de que los experimentos tenían pocas posibilidades de
encontrar vida en Marte, incluso en el caso de que en el planeta se
encontrase un enjambre de ella.
Estos especialistas tendían a ser biólogos
familiarizados con el limitado grupo de seres vivos con los que
trabajan en sus laboratorios terrestres. No había ninguna razón para
suponer que semejantes formas de vida existieran en Marte, incluso
en el caso de que la vida estuviese allí muy desarrollada.
Y cuando pregunté cómo podía estar seguro de que habría moscas en Marte su respuesta fue:
Creo que los demás científicos del
Jet Propulsion
Laboratory me toleraban como abogado del diablo. Se encontraban bajo
una gran presión para cumplir con el trabajo y por tanto tenían poco
tiempo para pensar de qué se trataba el trabajo. Contemplaban mis
preguntas acerca de las moscas marcianas con divertido escepticismo.
En aquella época, Dian
Hitchcock, una filósofa, visitó el Jet Propulsion Laboratory, donde
había sido contratada por la NASA para asesorar sobre la coherencia
lógica de los experimentos. Juntos decidimos que la manera más
segura de detectar vida en otros planetas sería el análisis de su
atmósfera. Publicamos dos trabajos sugiriendo que la vida de un
planeta se vería obligada a utilizar la atmósfera y los océanos para
el transporte de materias primas y la deposición de los productos de
su metabolismo. Ello modificaría la composición química de la
atmósfera hasta convertirla en algo claramente diferente de la
atmósfera de un planeta sin vida.
De cualquier modo tenían que encontrar argumentos que apoyasen el coste de la expedición a Marte y ¿qué objetivo podía ser más interesante que el descubrimiento de vida allí?
Un tal senador Proxmire, firme guardián de la hacienda pública, había aguzado los
oídos al saber que la NASA estaba insistiendo en un aterrizaje en
Marte, con grandes gastos, incluso cuando algunos científicos dentro
de la organización habían dicho que no se podía encontrar ninguna
vida. Dicho senador se podría haber sentido muy molesto si hubiera
descubierto que en nuestra investigación, pagada con los fondos de
la NASA, Hitchcock y yo habíamos orientado nuestro telescopio hacia
nuestro propio planeta para mostrar que la Tierra contenía vida en
abundancia.
Recuerdo la amable discusión con
Carl Sagan, quien pensaba que todavía era posible que existiese vida
en algunos oasis en los que las condiciones locales fuesen más
favorables. Mucho antes de que el Viking partiese de la Tierra yo
intuía que la vida en un planeta no podía existir de modo disperso.
No podría mantenerse en unos pocos oasis, excepto al principio y al
final de su existencia. A medida que desarrollaba la teoría de Gaia
esta intuición crecía y ahora la contemplo como un hecho.
En cualquier
caso, sintiendo como sentía que Marte estaba muerto, no se podía
establecer una analogía entre esta siembra y una violación, tal como
a veces se planteaba. Como mucho, el acto hubiera consistido sólo en
la lúgubre y solitaria aberración de la necrofilia. Bromas aparte,
como diseñador de instrumentos sabía que el acto de esterilización
complicaba sobremanera la tarea ya excesiva de construir el Viking y
amenazaba la integridad de su homeostasis interna finamente
diseñada.
El aterrizaje suave en Marte en 1975 de estos dos robots intricados y casi humanamente inteligentes fue un éxito. Su misión era encontrar vida en Marte, pero los mensajes que enviaron en forma de señales de radio sólo consistían en las frías noticias de su ausencia. Marte, excepto en los días de verano, era un sitio de implacable frigidez, e implacablemente hostil a la cálida y húmeda vida de la Tierra. Los Vikings ahora están allí meditando silenciosamente, sin poder ya transmitir información desde el planeta, impelidos hacia su destrucción final por el viento con su carga abrasiva de polvo y ácido corrosivo. Hemos aceptado que el Sistema Solar es yermo.
La
búsqueda de vida en el espacio exterior ya no es un objetivo
científico urgente, pero la confirmación por el Viking de la extrema
esterilidad de Marte ha establecido un negro telón de fondo que
contrasta con los nuevos modelos e imágenes de la Tierra. Ahora nos
damos cuenta de que nuestro planeta es muy diferente de sus dos
homónimos muertos, Marte y Venus.
Mirábamos hacia la Tierra desde nuestra imaginación y por tanto con ojos inexpertos, y encontramos muchas cosas, incluyendo la radiación emitida desde la Tierra de una señal infrarroja característica de la anómala composición química de su atmósfera. Esta canción incesante de vida es audible para cualquiera que tenga un receptor, incluso fuera del Sistema Solar. En los capítulos sucesivos intentaré mostrar que, excepto cuando la vida se hace cargo de su planeta y lo ocupa de manera extensiva, no se cumplen las condiciones necesarias para su persistencia. La vida planetaria tiene que ser capaz de regular su clima y estado químico.
Períodos parciales, ocupación incompleta o visitas ocasionales no son suficientes para vencer las fuerzas ineludibles que gobiernan la química y física de un planeta. El ejercicio imaginario de sembrar Marte con vida, o incluso de llevar vida a Marte, se describe en el capítulo 8. Este trata acerca del esfuerzo necesario para llevar Marte a un estado adecuado para la vida y mantenerlo en tal estado hasta que la vida se haga cargo.
Lo
que permite ilustrar hasta qué asombroso punto la mayor parte de
nuestro media ambiente en la Tierra se mantiene siempre en un estado
perfecto y confortable para la vida. La energía del Sol está tan
bien distribuida que la regulación no representa efectivamente
ningún gasto.
Era un escrito breve, que sólo ocupaba una página de la revista Atmospheric Environment. Los datos que la apoyaban se habían obtenido principalmente a partir de la composición atmosférica de la Tierra y su estado de desequilibrio químico. Estos se resumen en la tabla 1.1 donde se comparan con la composición actual de las atmósferas de Marte y Venus, y con la hipótesis de cuál sería ahora la atmósfera de la Tierra si nunca hubiera tenido vida. Después de largas e intensas discusiones, Lynn Margulis y yo publicamos unos argumentos más detallados y concisos en las revistas Tellus e Icarus.
Luego, en
1979, Oxford University Press publicó mi libro: “Gaia: Una nueva
visión de la vida sobre la Tierra”, que recogió todas las ideas
desarrolladas por nosotros hasta aquel momento. Empecé a escribir
este libro en 1976, cuando las naves Viking de la NASA estaban a
punto de aterrizar en Marte. Utilicé su presencia allí como
exploradores planetarios para establecer el escenario para el
descubrimiento de Gaia, el organismo vivo más grande del Sistema
Solar.
Por ello, hace algunos años me gustaba leer acerca de otro hombre que gozaba de pasear por el campo y que también creía que la Tierra estaba viva.
Yevgraf Maksimovich Korolenko vivió hace 100 años en Kharkov, Ucrania.
Era un científico independiente y un filósofo. También se encontraba en los sesenta cuando empezó a expresar y discutir ideas que eran demasiado radicales para los que sólo eran hombres maduros.
Korolenko era un hombre instruido; aunque se había educado a sí mismo conocía los trabajos de los grandes naturalistas de su tiempo. No reconocía ninguna autoridad, filosófica, religiosa o científica sino que intentaba encontrar repuestas por sí mismo. Uno de aquellos con los que compartió sus paseos por el campo y sus ideas radicales era su joven primo, Vladimir Vernadsky.
Este, que se convertiría en un eminente científico soviético, estaba profundamente impresionado por la afirmación del anciano de que «la Tierra es un organismo vivo». Sin embargo, para el biógrafo de Vernadsky, .R.K. Balandin, éste,
La idea de que la Tierra está viva probablemente es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, la primera expresión de ello como un hecho científico fue impartida por el científico escocés James Hutton. En 1785 dijo, en una reunión de la Royal Society de Edimburgo, que la Tierra era un superorganismo y que su disciplina de estudio apropiada tendría que ser la fisiología. Continuó su discurso comparando los ciclos de los elementos nutrientes en el suelo y el movimiento del agua de los océanos hacia la tierra con la circulación de la sangre.
James Hutton es recordado con justicia
como el padre de la geología, pero su idea de que la Tierra estaba
viva cayó en el olvido. Dentro de la profunda corriente
reduccionista del siglo XIX esta idea fue incluso rechazada, excepto
en las mentes de filósofos aislados como Korolenko.
Vernadsky decía:
Cuando formulé la primera hipótesis de Gaia ignoraba completamente las ideas de estos científicos anteriores, especialmente Hutton, Korolenko y Vernadsky. También desconocía las ideas similares al respecto expresadas en los últimos años por muchos científicos tales como Alfred Lotka, el fundador de la biología de poblaciones, Arthur Redfield, un oceanógrafo químico, y J.Z. Young, un biólogo.
Sólo agradecía la inspiración de G.E. Hutchinson, un limnólogo distinguido de la Universidad de Yale, y de Lars Sillén, un geoquímico sueco. Sin embargo no me encontraba solo en mi ignorancia. Entre las vigorosas objeciones o apoyos a la idea de Gaia provenientes de mis colegas de todos los campos científicos, nadie observó que lo que se había dicho era una continuación natural de la visión del mundo de Vernadsky.
Incluso en fechas tan
posteriores como las de 1983, la obra monumental Earth's Earliest
Biosphere [La biosfera más antigua de la Tierra], editada por el
geólogo J.W. Schopf, que incluía contribuciones de veinte de los
especialistas en ciencias de la Tierra americanos y europeos más
importantes, no hizo mención de Hutton ni de Vernadsky.
¿Cuántos físicos se encuentran satisfechos de su ignorancia de lo que llaman las «ciencias blandas»? ¿Cuántos bioquímicos pueden nombrar las flores silvestres de su región?
En semejante clima de opinión no es extraño
que el biógrafo de Vernadsky encontrase la frase de Korolenko, «la
Tierra es un organismo vivo», como algo ingenuo. La mayoría de
científicos del mundo actual estarían de acuerdo con Baladin. Sin
embargo, pocos serían capaces de ofrecer una definición
satisfactoria de la vida como entidad o como proceso.
El primer libro sobre Gaia era hipotético y estaba escrito rápidamente: un tosco esbozo a lápiz que intentaba proporcionar una visión de la Tierra desde una perspectiva diferente. Las críticas más clarividentes a este libro dieron lugar a intuiciones nuevas y más profundas sobre Gaia. Desde un punto de vista fisiológico la Tierra estaba viva. Se han acumulado nuevas evidencias y he realizado nuevos modelos teóricos. Ahora pueden describirse algunos de los detalles más concretos, aunque por fortuna parece que no es muy necesario borrar las líneas originales.
Como consecuencia, este segundo libro es un manifiesto de la teoría de Gaia, la base de un punto de vista nuevo y unificado de las ciencias de la Tierra y de la vida. Debido a que Gaia se ve desde fuera como un sistema fisiológico he llamado geofisiología a la ciencia de Gaia.
Los geólogos han tratado de convencernos de que la Tierra sólo es una bola de roca mojada por los océanos; que nada, excepto una tenue capa de aire, la aísla del duro vacío del espacio, y que la vida simplemente es un accidente, un pasajero tranquilo que ha subido en autostop para realizar un trayecto en la bola de roca a lo largo de su viaje a través del espacio y del tiempo.
Han afirmado
que los organismos vivos son tan adaptables que se han ajustado a
todos los cambios materiales que han ocurrido durante la historia de
la Tierra. Sin embargo, supongamos que la Tierra está viva. Entonces
no hace falta contemplar la evolución de las rocas y de las cosas
vivas como ciencias separadas para su estudio en edificios separados
de la universidad. En su lugar, una ciencia evolutiva describe la
historia del planeta entero. La evolución de las especies y la
evolución del medio ambiente están fuertemente acopladas en un
proceso singular e inseparable.
Para algunas ciencias las ideas gaianas son adecuadas, incluso cuando no son bienvenidas, porque la visión del mundo a través de viejas teorías ya no es definida y clara. Ello es especialmente cierto para la ecología teórica, la biología evolutiva y, en general, las ciencias de la Tierra.
Plantean que el granjero que rota sus cultivos y que mantiene sus setos y zonas arboladas no sólo es menos eficiente sino menos estable, desde un punto de vista ecológico, que el granjero que explota un monocultivo.
La evolución, ¿fue gradual o transcurrió, como proponen Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, mediante períodos largos de estabilidad interrumpidos por cambios catastróficos?
Estos se siguen cronológicamente; en lugar de pasar de un modo caótico de una disciplina científica a otra. La secuencia empieza con el comienzo de la vida, el Arcaico, cuando los únicos organismos de la Tierra eran las bacterias, y cuando la atmósfera estaba dominada por metano y el oxígeno sólo era un gas traza. Después sigue la edad intermedia, que los geólogos llaman Proterozoico, desde la aparición por primera vez del oxígeno como gas atmosférico dominante hasta el tiempo en que las comunidades celulares se agruparon para formar colectivos nuevos, cada uno con su identidad propia.
Luego sigue un capítulo acerca del Fanerozoico, el tiempo de las plantas y los animales. en cada uno de ellos se interpreta el registro geológico a través de la teoría de Gaia y se comparan las nuevas interpretaciones con el criterio convencional de las ciencias de la Tierra y de la vida. Los capítulos finales se refieren al presente y futuro de Gaia, haciendo énfasis en la presencia humana tanto en la Tierra como quizá puede existir algún día en Marte.
¿Qué representaría llevar vida a Marte?
Era un pasatiempo esotérico. Mucha ciencia se hace de esta manera; puede ser divertido descubrir compuestos nuevos o antiguos, o conceptos matemáticos, en sitios extraños. Sin embargo, estos descubrimientos generalmente requieren una preparación mental y física y, a menudo, el aprendizaje de un lenguaje nuevo.
Se escribió como parte de un estilo de vida que reserva su tiempo para ir de paseo por el campo y para hablar con los amigos, como hizo Korolenko, acerca de que la Tierra está viva.
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