4º - ¿QUE ES GAIA?

“No debes [...] ser demasiado preciso o determinista cuando se trata de pájaros, árboles y flores.”
Walt Whitman

(Specimen Days)

Viaja atrás en tu memoria, al instante en que despertaste por primera vez, aquel momento exquisito de tu infancia en que conociste la vida. El ímpetu inmediato de la luz y el sonido, como si se hubiese encendido un televisor que fuera a traer noticias de gran importancia. A mí me parece recordar la luz del sol y el aire fresco y suave; entonces, de pronto comprendí quién era y lo bueno que era estar vivo.


Rememorar el primer recuerdo de mi vida personal puede parecer irrelevante en nuestra búsqueda de Gaia, pero no lo es. Como científico observo, mido, analizo y describo fenómenos. Antes de que pueda hacer estas cosas necesito saber qué es lo que estoy observando. En un sentido amplio puede parecer innecesario reconocer un fenómeno cuando se observa, pero los científicos casi siempre tienen nociones preconcebidas acerca del objeto de estudio.

 

Como niño yo reconocí la vida de manera intuitiva. Como adulto que se pregunta acerca de la extraña atmósfera de la Tierra una mezcla de gases incompatibles, tales como el oxígeno y el metano coexistiendo como zorros y conejos en la misma madriguera-, me sentía obligado a reconocer la existencia de Gaia, a intuir su existencia, mucho antes de que pudiera describirla en términos científicos adecuados.

El concepto de Gaia está enteramente relacionado con el concepto de vida. Por tanto, para comprender lo que es Gaia primero necesito explorar este concepto difícil, la vida. Detestan admitirlo, pero los estudiosos de la vida, sean los naturalistas del siglo XIX o los biólogos del siglo XX, no pueden explicar lo que es la vida en términos científicos.

 

Todos saben lo que es, tal como todos lo sabemos desde la infancia, pero desde mi punto de vista no ha habido ninguno capaz de definir lo que es la vida. La idea de vida, el sentido de estar vivo, es uno de los concentos más familiares y más difíciles de entender que podemos encontrar. Durante mucho tiempo he llegado a pensar que la respuesta a la pregunta «¿qué es la vida?» se juzgó tan importante para nuestra supervivencia que fue clasificada top secret y encerrada, en forma de instinto, en los niveles inconscientes de la mente.

 

A lo largo de la evolución existía una gran presión evolutiva para la acción inmediata: el aspecto crucial de nuestra supervivencia consistía en la distinción instantánea entre un predador y una presa, un familiar y un enemigo, y el reconocimiento de una pareja potencial. No podíamos permitirnos retraso en el pensamiento consciente o debates en los comités de la mente. Debíamos computar los imperativos del reconocimiento a la velocidad más rápida y, por tanto, en los rincones primariamente evolucionados y más inconscientes de la mente.

 

Esta es la razón por la que conocemos de manera intuitiva lo que es la vida. Es comestible, simpática y mortal.

Considerar la vida como un objeto científico que requiere una definición precisa es mucho más difícil. Incluso los científicos, que son personas conocidas por su descarada curiosidad, se esconden cuando tienen que definir lo que es la vida. Todas las ramas de las ciencias biológicas clásicas parecen eludir la cuestión.

 

En el Dictionary of Biology elaborado por M. Abercrombie, C. Hickman y M.L. Johnson, estos tres distinguidos biólogos definen de manera sucinta todo tipo de palabras, como ontogenia (desarrollo), pteridofita (helechos) y ecdisis (una etapa en el desarrollo de los insectos).

 

Bajo la letra L se encuentra leptoteno (el primer signo del acoplamiento de cromosomas en la meiosis) y limnología (el estudio de los lagos), pero no se menciona la vida (life) en ningún sitio. Cuando aparece la palabra vida en biología se define por negación, tal como publicó en 1937 el biólogo amante de la filosofía N.W. Pirie; en un artículo titulado «The Meaninglessness of the Terms "Life" and "Living"» [La falta de sentido de los términos «vida» y «vivo»].

Los diccionarios Webster y Oxford no ofrecen mayor ayuda. Ambos recuerdan el origen anglosajón de la palabra life a partir de lif. Ello puede explicar el disgusto de los biólogos académicos para abordar un concepto tan elemental como el de la vida. Las guerras tribales entre normandos y sajones duraron mucho tiempo; los maestros medievales, conociendo cuál era el legado más potente y de mayor preferencia, decidieron apoyar la victoriosa clase dirigente normanda y elegir el latín como lengua. La vida era otro de esos conceptos rudos e incivilizados de las palabras anglosajonas, que era mejor evitar cuando uno se encuentra en buena compañía.


La palabra latina equivalente a lif, anima, ofrecía incluso una ayuda menor. Era parecida a otra palabra gótica de cuatro letras (soul), alma.

Volviendo al diccionario Webster, éste define la vida como:

“Aquella propiedad de las plantas y animales (que acaba con la muerte y les distingue de la materia inorgánica) que les permite comer, obtener energía de los alimentos, crecer, etcétera”

El diccionario Oxford dice algo parecido:

“La propiedad que diferencia un animal o planta vivos, o una parte viva de un tejido orgánico, de la muerte o de la materia no viva; el conjunto de actividades funcionales mediante las cuales se manifiesta dicha propiedad”.

Si estas definiciones claramente inadecuadas del concepto vida son todo lo que disponemos para trabajar, ¿podré hacerlo mejor para definir el organismo vivo Gaia? Me ha resultado muy dificultoso, pero si tengo que hablar de ello debo intentarlo.

 

Puedo empezar por algunas definiciones y clasificaciones simples. Los seres vivos, como los árboles y los caballos e incluso las bacterias, pueden ser identificados fácilmente porque están ligados por paredes, membranas, piel o cubiertas céricas. Utilizando energía, directamente del Sol e indirectamente de los alimentos, los sistemas vivos actúan incesantemente para mantener su identidad, su integridad. Incluso cuando crecen y cambian y se reproducen, no dejamos de reconocerlos como entidades visibles y reconocibles.

 

Aunque existen incontables millones de organismos individuales, todos viviendo y cambiando, sus rasgos comunes nos permiten agruparlos y reconocer que pertenecen a especies tales como pavos reales, perros o trigo. Se estima que existen unos diez millones de especies. Cuando cualquier individuo falla en obtener energía y alimento, falla en mantener su identidad, nos damos cuenta que está agonizando o muerto.

Un paso importante en nuestro conocimiento consiste en darse cuenta de la importancia de los conjuntos de cosas vivas. Tú y yo estamos compuestos de una colección de órganos y tejidos. Los abundantes beneficiarios de los transplantes de corazón, hígado y riñones son un testimonio elocuente de que cada uno de estos órganos puede existir independientemente del cuerpo cuando se les mantiene calientes y se les proporcionan nutrientes.

 

Los mismos órganos están constituidos por miles de millones de células vivas, cada una de las cuales también puede vivir de forma independiente. Incluso las mismas células, como demostró Lynn Margulis, son comunidades de microorganismos que una vez vivieron libremente. Las entidades de transformación de energía de las células animales (las mitocondrias) y de las plantas (las mitocondrias y los cloroptastos) una vez fueron bacterias que vivían independientemente.

La vida es social. Existe en comunidades y colectivos. Existe una palabra útil en física para describir las propiedades de los conjuntos: coligativo. Es necesaria porque no hay manera de medir o expresar la temperatura o la presión de una molécula individual. Los físicos dicen que temperatura y presión son propiedades coligativas de un número suficiente de moléculas.

 

Todos los conjuntos de cosas vivas presentan propiedades no esperadas desde el punto de vista de un solo elemento vivo. Nosotros, y algunos otros animales, mantenemos una temperatura constante cualquiera que sea la temperatura de nuestro alrededor. Este hecho nunca hubiera podido ser observado a partir de la consideración de una sola célula de un cuerpo humano. La tendencia a la constancia fue observada por primera vez por el fisiólogo francés Claude Bernard en el siglo XIX. Su sucesor americano de este siglo, Walter Cannon, la llamó homeostasis, o sabiduría del cuerpo.

 

La homeostasis es una propiedad coligativa de la vida.

No tenemos problemas con la idea de que las entidades nobles como los seres humanos están formadas por una serie de comunidades celulares interconectadas de forma intrincada. No encontramos muy difícil considerar una nación o una tribu como una entidad formada por su gente y el territorio que ocupan. ¿Pero qué podemos decir acerca de las grandes entidades como los ecosistemas y Gaia? Fue necesario ver la Tierra desde el espacio, directamente a través de los ojos de los astronautas o indirectamente mediante los medios de comunicación, para que nos diera la sensación personal de un planeta realmente vivo en el que las cosas vivas, el aire, el océano y las rocas se combinan en una sola entidad como Gaia.

El nombre del planeta vivo, Gaia, no es un sinónimo de biosfera. La biosfera se define como la parte de la Tierra en que normalmente existen los seres vivos. Tampoco Gaia es mismo que biota, que simplemente se refiere al conjunto de todos los organismos vivos. El biota y la biosfera tomados conjuntamente forman parte de Gaia, pero no la constituyen en su totalidad.

 

Así como el caparazón es parte del caracol, las rocas, el aire y los océanos son parte de Gaia. Tal como veremos, Gaia tiene una continuidad que se remonta en el pasado hasta los orígenes de la vida y que se extiende en el futuro en la medida en que la vida persista. Gaia, como ser planetario total, tiene propiedades que no son necesariamente discernibles a partir del único conocimiento de las especies individuales o de las poblaciones de organismos que viven juntos.


La hipótesis de Gaia, cuando la expusimos en los años setenta, suponía que la atmósfera, los océanos, el clima y la corteza de la Tierra se encuentran ajustados a un estado adecuado para la vida por el comportamiento de los mismos organismos vivos.


Concretamente, la hipótesis de Gaia dice que la temperatura, el estado de oxidación, de acidez y algunos aspectos de las rocas y las aguas se mantienen constantes en cualquier época, y que esta homeostasis se obtiene por procesos cibernéticos llevados a cabo de manera automática e inconsciente por el biota. La energía solar sustenta estas condiciones favorables para la vida. Estas condiciones son sólo constantes a corto plazo y evolucionan en sincronía con los cambios requeridos por el biota a lo largo de su evolución. La vida y su entorno están tan íntimamente asociados que la evolución afecta a Gaia, no a los organismos o al medio ambiente por separado.


La mayor parte de mi vida de trabajo ha estado dedicada a los límites de las ciencias de la vida, pero no me considero a mí mismo como un biólogo, ni creo que los biólogos me acepten como uno de ellos. Vista desde fuera, una gran parte de la biología parece como un edificio de bases de datos - en el que se encuentra un catálogo completo de la vida. A veces, a modo de fábula, me imagino que para los biólogos el mundo vivo es una amplia serie de colecciones de libros guardada en bibliotecas interconectadas.

 

En este sueño, los biólogos son como competentes bibliotecarios que establecen la clasificación más intrincada de cada nueva biblioteca que descubren, pero que nunca leen los libros. Sienten que les falta algo en sus vidas, y este sentimiento se intensifica en la medida que es más difícil encontrar nuevas colecciones de libros. Entiendo a los biólogos expresando un palpable sentimiento de alivio cuando junto a los biólogos moleculares se atreven incluso a clasificar las palabras que contienen los libros. Eso significa que la búsqueda de la respuesta para la terrible pregunta de cuál es el contenido de los libros puede ser pospuesta hasta que la nueva e infinitamente detallada clasificación molecular sea completada.


Mi mundo imaginario, poblado de biólogos coleccionistas de libros, de ninguna manera pretende ser una mofa de las ciencias de la vida. Si en semejante mundo no hubiera encontrado más medios que los míos propios todavía habría sido menos productivo.


Impaciente por obtener una respuesta, acerca de «¿cuál es el sentido de los libros?», hubiera intentado abordar alguno a partir de pruebas experimentales -

por ejemplo quemándolos en un calorímetro y midiendo de manera precisa el calor desprendido. Mi sentimiento de frustración no habría disminuido cuando hubiera descubierto que las páginas densamente empaquetadas de una enciclopedia no dan más calor que la misma masa de papel en blanco. Al igual que la clasificación de los biólogos, este experimento físico hubiera sido profundamente insatisfactorio porque hubiera planteado la pregunta equivocada a la naturaleza.
¿Pueden los científicos, cualesquiera que sean, hacerlo mejor en estas pesquisas para comprender la vida?

 

Existen tres puntos de vista igualmente consistentes: la biología molecular, el estudio de las moléculas químicas que contienen la información correspondiente a la genética básica de toda la vida de la Tierra; la fisiología, la ciencia que trata de los sistemas vivos contemplados desde una perspectiva holística; y la termodinámica, la rama de la física que trata del tiempo y de la energía, y que conecta los procesos vitales con las leyes fundamentales del universo.

 

Uno de estos puntos de vista, el último, es el que permite ir más lejos en las investigaciones para 'definir la vida, .aunque de momento los progresos realizados han sido mínimos. La termodinámica creció desde unos orígenes básicos, a partir del esfuerzo de los ingenieros por fabricar máquinas de vapor más eficientes, y floreció durante el último siglo, poniendo a prueba y ocupando las mentes de los mejores científicos.


La primera ley de la termodinámica se refiere a la energía o, en otras palabras, a la capacidad de realizar trabajo. Este principio dice que la energía se conserva. La energía que en forma de luz solar cae sobre las hojas de un árbol se utiliza de diferentes maneras. Una parte es reflejada, y de ese modo podemos ver las hojas verdes, una parte es absorbida y las calienta, y otra parte es transformada en alimento y oxígeno. En última instancia nosotros comemos el alimento, lo consumimos con el oxígeno que respiramos, y por tanto utilizamos la energía solar para movernos, pensar y mantenernos calientes.

La primera ley dice que esta energía siempre se conserva y que, independientemente de lo lejos que se disperse, la suma total siempre permanece constante.

La segunda ley habla de la asimetría de la naturaleza. Cuando el calor se transforma en trabajo siempre se desperdicia algo La redistribución de la cantidad total de energía en el universo tiene una dirección, según la segunda ley: siempre se mueve pendiente abajo. Los objetos calientes se enfrían, pero los objetos fríos nunca se calientan espontáneamente.

 

Puede parecer que se rompe la ley cuando se golpea alguna forma de energía metaestable almacenada, como cuando se enciende una cerilla, o un trozo de plutonio sufre una fisión. Sin embargo, la energía ya no puede recuperarse una vez usada. La ley no ha sido rota, sólo se ha redistribuido la energía y se ha mantenido el camino cuesta abajo. El agua no fluye río arriba desde el mar a las montañas. Los procesos naturales siempre se mueven hacia un incremento del desorden que se mide por la entropía, cantidad que siempre e inexorablemente aumenta.

La entropía es real, no es una noción difusa inventada por catedráticos para poner a prueba a los estudiantes con preguntas de examen difíciles. De manera semejante a la longitud de un trozo de cuerda o a la temperatura de un vaso de vino, es una cantidad física mensurable. De hecho, como la temperatura, la entropía de una sustancia tiene un valor prácticamente nulo en el cero absoluto a -273 °C. Cuando se añade calor a un cuerpo material no sólo aumenta la temperatura sino también la entropía.


Pero por desgracia existe una complicación: si se puede medir la temperatura con un termómetro, no se puede medir directamente la entropía con un «entropómetro». La entropía, medida en unidades de calorías por gramo y por grado, es el calor total añadido dividido por la temperatura.


Consideremos la perfección de un copo de nieve, un cristal ordenado de manera tan exquisita en su distribución fractal que constituye uno de los objetos inertes más intrincados. La cantidad de calor necesaria para fundir un copo de nieve es 80 veces superior que la cantidad necesaria para calentar una gota de agua un solo grado de temperatura. El incremento en entropía cuando los copos de nieve se funden es 80 veces superior que cuando se calientan de -1 °C al punto de fusión. Por otra parte, la formación de hielo muestra que el orden perfecto de un copo de nieve representa una disminución de entropía del mismo orden. La entropía está conectada desde un punto de vista cuantitativo con el desorden de las cosas. A mayor orden más baja es la entropía.


Me gusta pensar que la entropía muestra la propiedad más auténtica de nuestro universo: su tendencia a declinar, a consumirse. Otros la ven como la dirección de la flecha del tiempo, una progresión inevitable desde el nacimiento a la muerte. Lejos de ser algo trágico o causa de dolor, esta tendencia natural hacia la decadencia nos beneficia. Sin el declive general del universo no podría haber existido el Sol y, sin el consumo superabundante de su reserva de energía, el Sol nunca hubiera proporcionado la luz que nos permite existir.


La segunda ley es la más fundamental y no cuestionada del universo; como era de esperar, todo intento de comprender lo que es la vida debe tenerla en cuenta. El primer libro que leí sobre la cuestión de la vida era de un físico austriaco, Erwin Schródinger. Tenía curiosidad por la biología y se preguntó si el comportamiento de las moléculas fundamentales de la vida se podría explicar mediante la física y la biología. Su famoso librito titulado ¿Qué es la vida? es una recopilación de conferencias públicas sobre este tema que pronunció en Dublín durante su exilio en la segunda guerra mundial.

 

El describe su objetivo en la primera página:

«El problema vasto, importante y muy discutido, es éste: ¿Cómo pueden la física y la química dar cuenta de los fenómenos espacio-temporales que tienen lugar dentro de los limites espaciales de un ser vivo?».

Continúa escribiendo:

«La evidente incapacidad de la física y química actuales para tratar tales fenómenos no significa en absoluto que ello sea imposible». (*)

 

(*) Citamos por la traducción española de Ricardo Guerrero en Tusquets Editores, Barcelona, 1983, pág. 18. (N. del T.)

En aquellos tiempos los físicos estaban acostumbrados a estudiar lo inerte, el mundo cercano al equilibrio de los «cristales periódicos» (cristales de regularidad predecible, un átomo de un tipo siguiendo siempre a otro de tipo diferente en un modelo recurrente). Incluso estas estructuras comparativamente simples eran suficientemente complejas como para llevar hasta el límite las capacidades de la instrumentación entonces disponible.

 

Los químicos orgánicos estaban descubriendo las estructuras intrincadas de los «cristales aperiódicos» de la materia viva, tales como las proteínas, polisacáridos y ácidos nucleicos. Todavía se encontraban lejos del nivel de conocimiento actual de la naturaleza química del material genético. Schródinger concluyó que, de forma metafórica, la propiedad más sorprendente de la vida es su capacidad de desplazarse hacia arriba contra el flujo del tiempo. La vida es una contradicción paradójica a la segunda ley, que establece que todo está, ha estado y estará moviéndose hacia abajo, hacia el equilibrio y la muerte. Sin embargo, la vida evoluciona hacia una mayor complejidad y se caracteriza por una improbabilidad omnipresente que, por comparación, hace que parezca trivial ganar la lotería año tras año.

 

Todavía resulta más sorprendente el hecho de que este estado aparentemente inestable e ilegal ha persistido en la Tierra durante una fracción notoria de la edad del Universo. La vida no tiene manera de violar la segunda ley, ha evolucionado con la Tierra como un sistema estrechamente acoplado para asegurarse la supervivencia. Es como un contribuyente experto, nunca evade el pago de un impuesto, pero tampoco pierde nunca una desgravación. Una parte importante del libro de Schródinger es una predicción optimista de cómo se puede llegar a comprender la vida.

 

El eminente biólogo molecular Max Perutz ha comentado recientemente que pocas cosas son originales en el libro de Schródinger, y que lo que es original a menudo está equivocado. Puede ser verdad, pero yo, como muchos de mis colegas, todavía agradecemos a Schródinger el habernos hecho pensar de un modo productivo.

El gran fisico Ludwig Boltzmann expresó el sentido de la segunda ley en una ecuación de gran elegancia y simplicidad:

S = k(lnP)

donde S es esta magnitud extraña que es la entropía, k es una constante llamada acertadamente constante de Boltzmann, y InP es el logaritmo natural de la probabilidad.

Quiere decir lo que dice: cuanto menos probable es una cosa menor es su entropía.

 

Por tanto, la cosa más improbable de todas, la vida, tiene asociada la entropía más baja. Schrddinger no estaba contento con la asociación de algo tan importante como la vida con una magnitud disminuida, la entropía. En lugar de ello propuso el término “negentropía”, el recíproco de la entropía, es decir, 1 dividido por la entropía o 1/S. Por supuesto, la negentropía es grande para las cosas improbables tales como los organismos vivos. Describir la activa vida de nuestro planeta como algo improbable puede parecer raro.


Sin embargo, imaginemos que algún chef cósmico toma todos los ingredientes de la Tierra actual en forma de átomos, los combina y los deja estar. La probabilidad de que estos átomos se combinen en las moléculas que constituyen nuestra Tierra viva es cero. La mezcla siempre reaccionaría químicamente para formar un planeta muerto como Marte o Venus.


En el pensamiento científico a menudo se concibe la misma idea en diferentes contextos y en distintas partes del mundo: No hay nada esotérico al respecto. Las ideas, como las divisas, se encuentran en uso continuo en los intercambios entre científicos y, como el dinero, se pueden usar para comprar cosas muy diversas. Cuando Schródinger estaba enseñando en Dublín, Claude Shannon estaba investigando una magnitud similar en Estados Unidos, pero desde un punto de vista radicalmente diferente.

 

Shannon, en los laboratorios Bell Telephone, estaba desarrollando la teoría de la información. Empezó como una simple investigación de un ingeniero acerca de los factores físicos que determinan que un mensaje enviado por cable pierda información cuando viaja del remitente al destinatario. Shannon pronto descubrió una cantidad que tiende a aumentar siempre; la magnitud del incremento era una medida de la pérdida de información. En ningún experimento se observó que el tamaño de esta cantidad disminuyese.

 

Siguiendo los consejos de John von Neumann, un físico matemático, Shannon nombró a esta cantidad entropía, porque se parecía extraordinariamente al concepto de entropía de los ingenieros. El recíproco de la entropía de Shannon es la cantidad llamada información. Si asumimos que la entropía que descubrió Shannon es la misma que la entropía de los ingenieros, entonces la magnitud elusiva que Schródinger asoció con la improbabilidad de la vida -la negentropía- es comparable con la información de Shannon.

 

En términos matemáticos, si S es la entropía, tanto la negentropía como la información son 1/S.

La recompensa que se obtiene al perseverar en consideraciones sobre conceptos tan difíciles es un avance en el esclarecimiento de nuestra investigación por comprender la vida y Gaia. La contribución de la teoría de Shannon indica que la información no sólo es conocimiento. En términos termodinámicos información es una medida de la ausencia de ignorancia. Es mejor conocerlo todo acerca de un sistema sencillo que únicamente una gran cantidad de cosas acerca de un sistema complejo. A menor ignorancia menor es la entropía. Se explica así por qué es tan difícil abordar el concepto de Gaia desde el conocimiento voluminoso pero aislado de una sola disciplina científica.

Si la segunda ley nos dice que la entropía del universo aumenta, ¿cómo se las arregla la vida para evitar la tendencia general a la degeneración? Un físico británico, J.D. Bernal, intentó establecer un balance.

 

En 1951 escribió con una terminología críptica:

«La vida forma parte del tipo de fenómenos que son sistemas abiertos o en reacción continua y son capaces de disminuir su entropía interna a expensas de la energía libre tomada del medio ambiente y subsiguientemente devuelta al mismo en forma degradada».

Muchos otros científicos han expresado estas palabras en forma de ecuación matemática. Entre las más claras y fáciles de entender están las expresiones de un libro pequeño, The Thermodynamics of the Stedy State [La termodinámica del estado estacionario], escrito por el físico-químico K.G. Denbigh.

 

Estas pueden ser reescritas de una manera rigurosa pero más comprensible tal como sigue. Por el hecho de vivir, un organismo genera entropía continuamente, y provoca un flujo de entropía hacia fuera a través de sus límites. Tú mismo, lector, en el momento en que lees estas palabras, estás creando entropía al consumir oxígeno, además de las grasas y los azúcares almacenados en tu cuerpo. Cuando respiras, excretas desechos con alto contenido en entropía al aire, tales como el dióxido de carbono, y tu cuerpo cálido emite radiación infrarroja rica en entropía a tu alrededor.

 

Si tu disipación de entropía es igual o superior a tu generación interna de entropía, continuarás viviendo y serás capaz de evitar de manera milagrosa e improbable, pero lícita, la segunda ley del universo. «Disipación de entropía» fundamentalmente es una forma elegante de expresar palabras sucias tales como excremento y polución. A pesar del riesgo de que me retiren mi carné de afiliado a la Asociación de Amigos de la Tierra, tengo que decir que sólo sobrevivimos gracias a la polución.

 

Nosotros, los animales, contaminamos el aire con dióxido de carbono, y la vegetación contamina con oxígeno. La contaminación de uno es el alimento del otro. Gaia es más sutil y, por lo menos hasta que aparecieron los seres humanos, sólo contaminó esta región del sistema solar con un suave calentamiento consistente en radiación infrarroja.


Recientemente se han producido algunos descubrimientos interesantes relacionados con el trabajo de Ilya Prigogine y sus colaboradores acerca de la termodinámica de las turbulencias, vórtices y otros muchos sistemas transitorios bajos en entropía. Las turbulencias y remolinos se desarrollan espontáneamente cuando hay un flujo suficiente de energía libre. Fue en el siglo XIX cuando un físico británico, Osborne Reynolds, intrigado por las condiciones que daban lugar a la turbulencia en el flujo de los fluidos, descubrió que el inicio de estas turbulencias en una corriente de agua o en el flujo de un gas sólo ocurría cuando el flujo excedía un valor crítico.


Una analogía útil a este respecto consiste en el hecho de que si soplamos una flauta demasiado suavemente no se produce ningún sonido. Pero si se sopla con fuerza suficiente se forman turbulencias de viento que entran en la parte del sistema que produce el sonido. Mediante la extensión de las fórmulas anteriores del físico-químico americano Lars Onsager, Prigogine y sus colaboradores aplicaron la termodinámica de los estados estacionarios al desarrollo de lo que se puede denominar como termodinámica de los «estados lejos del equilibrio». Clasificaron estos fenómenos con el término «estructuras disipativas».

 

Tienen la estructura, pero no la estabilidad de los sólidos. Se disipan cuando el suministro de energía se acaba. Entre estas estructuras figuran muchos artefactos, como los refrigeradores, y fenómenos naturales como las llamas, torbellinos, huracanes y algunas reacciones químicas peculiares. Los organismos vivos incluyen estructuras disipativas en su interior, de tipo muy diverso.

 

Sin embargo, las cosas vivas son tan infinitamente complejas en comparación con las estructuras disipativas fluidas que muchos creen que la termodinámica actual, aunque se encuentra en el buen camino, todavía tiene mucho camino que recorrer para poder definir la vida.


Físicos, químicos y biólogos, aunque no rechazan estas nociones, no las tienen en cuenta como punto de partida de sus trabajos. Su respuesta se parece a la que puede dar una congregación de gente adinerada ante las exhortaciones de su sacerdote sobre las virtudes de la pobreza. Se considera algo bueno, pero no una norma de vida válida para la semana que viene.


Una aportación crucial de las generalizaciones de Schródinger sobre la vida fue que los sistemas vivos tienen límites. Los organismos vivos son sistemas abiertos en el sentido de que toman y excretan energía y materia. En teoría son tan abiertos como los límites del universo. Sin embargo, también están encerrados en una jerarquía de límites internos.

 

Cuando nos dirigimos hacia la Tierra desde el espacio, lo primero que apreciamos es el límite atmosférico que engloba a Gaia, luego los límites de un ecosistema, como por ejemplo los bosques, después la piel o la corteza de los animales vivos y plantas, más allá están las membranas celulares y, finalmente, los núcleos de las células y su ADN. Si se define la vida como un sistema autoorganizado que mantiene activamente una entropía baja, entonces, visto desde el exterior de cada uno de estos límites, lo que hay dentro está vivo.


El concepto de que algo tan grande y aparentemente inanimado como la Tierra está vivo puede resultar difícil de admitir. Se puede afirmar que la Tierra es casi roca pura, y la mayor parte de ella incandescente, debido al calor interno. Estoy en deuda con Jerome Rothstein, un físico, por su clarividencia en éste y otros aspectos.


En un elaborado trabajo acerca del concepto de la Tierra viviente (presentado en un simposio celebrado durante el verano de 1985 por la Audubon Society) observó que se puede paliar esta dificultad recordando la imagen de un secoya gigante. Indudablemente el árbol está vivo, pero el 99 % del mismo está muerto. El gran árbol es una lanza antigua de madera muerta, hecha de lignina y celulosa por los ancestros de la fina capa de células vivas que constituyen su corteza. Como en la Tierra, especialmente si nos fijamos en que muchos de los átomos que se encuentran en las rocas del magma fueron una vez parte de las formas de vida ancestral de las que provenimos.

Cuando se contempló la Tierra por primera vez desde el exterior y se comparó, como planeta en su conjunto, con sus socios sin vida, Marte y Venus, fue imposible evitar la sensación de que la Tierra era una anomalía extraña. Incluso a este planeta no convencional hubiera permanecido probablemente en la trastienda, como la Cenicienta, si la NASA, en su papel de Príncipe, no hubiera venido a rescatarlo por medio del programa espacial de exploración planetaria.

 

Tal como vimos en el capítulo primero, las cuestiones que originaron el programa espacial estuvieron centradas al principio en una cuestión práctica:

¿Cómo se puede identificar la vida en otro planeta? Puesto que esta cuestión no pudo ser explicada únicamente mediante la biología o la geología convencional, empecé a preocuparme por otra pregunta: la diferencia entre la composición atmosférica de la Tierra y la de sus vecinos Marte y Venus ¿es una consecuencia del hecho de que sólo la Tierra contiene vida?

La parte menos compleja y más fácilmente accesible de un planeta es su atmósfera. Antes de que la nave espacial Viking aterrizase en Marte, o la rusa Venera aterrizase en Venus, ya sabíamos la composición de sus atmósferas. A mediados de los años sesenta, se utilizaron telescopios para captar la luz infrarroja reflejada por los gases atmosféricos de Marte y Venus.

 

Estas observaciones revelaron la identidad y proporción de los gases con bastante exactitud. Marte y Venus tienen atmósferas dominadas por el dióxido de carbono, con sólo proporciones pequeñas de oxígeno y nitrógeno. Más importante todavía, ambos poseen atmósferas que se encuentran cercanas al estado de equilibrio químico. Si tomáramos un volumen de aire de alguno de estos planetas y lo calentáramos hasta la incandescencia en presencia de una muestra representativa de las rocas de la superficie para luego dejarlo enfriar suavemente, prácticamente no se produciría ningún cambio después del experimento. Por el contrario, la Tierra tiene una atmósfera dominada por nitrógeno y oxígeno.

 

Sólo se encuentran algunas trazas de dióxido de carbono, muy por debajo de las expectativas de la química planetaria. También hay gases inestables, como el óxido nitroso, y gases como el metano que reaccionan rápidamente con el abundante oxígeno. Si se intentara el mismo experimento de calentamiento y enfriamiento con una muestra del aire que ahora respiramos, ésta cambiaría.

 

Se convertiría en algo semejante a las atmósferas de Marte y Venus: predominio de dióxido de carbono, disminución de oxígeno y nitrógeno y ausencia de gases como el óxido nitroso y metano. No es demasiado inverosímil considerar el aire como una mezcla de gases que entra en el interior de una máquina de combustión interna: contiene una mezcla de gases combustibles, hidrocarburos y oxígeno. Las atmósferas de Marte y Venus son como los gases de un tubo de escape; toda la energía ya ha sido agotada.

La sorprendente improbabilidad de la atmósfera de la Tierra revela la presencia de negentropía y de la invisible mano de la vida.


Tomemos por ejemplo el oxígeno y el metano. Ambos se encuentran en nuestra atmósfera en proporciones constantes; sin embargo, en presencia de la luz solar reaccionan químicamente para producir dióxido de carbono y vapor de agua. La concentración de metano es de alrededor de 1,5 partes por millón en cualquier parte de la Tierra.

 

Ello implica que cerca de 1.000 millones de toneladas de metano se introducen anualmente en la atmósfera para mantenerlo a un nivel constante. Además, el oxígeno utilizado en la oxidación del metano debe ser reemplazado - eso significa, por lo menos, 2.000 millones de toneladas anuales. La única explicación posible para la persistencia de esta atmósfera inestable, pero de composición constante, durante períodos mucho más extensos que el tiempo de reacción de sus gases es la influencia de un sistema de control, Gaia.

A menudo se hace difícil reconocer la gran entidad de la que formamos parte; como se suele decir, los árboles no nos dejan ver el bosque. Así ocurría con la misma Tierra hasta que compartimos indirectamente con los astronautas aquella versión tan sorprendente y espectacular. Aquella impecable esfera que marca la división entre las ideas del pasado y del presente. Este regalo, la capacidad de ver la Tierra desde el exterior, fue tan revelador que forzó a desarrollar un nuevo planteamiento de la biología, de arriba abajo.

 

Los conocimientos convencionales de la biología siempre se habían visto obligados a seguir un planteamiento de abajo arriba debido al simple tamaño de la Tierra en comparación con nosotros o con cualquier cosa viva que conozcamos. Los dos planteamientos son complementarios. Cuando se estudia un microbio, un animal o una planta, el punto de vista fisiológico de arriba abajo muestra la vida como un sistema armónico que se funde con el punto de vista de abajo arriba proveniente de la biología molecular: que la vida es una colectividad constituida por un vasto conjunto de partes ultramicroscópicas.

Desde los tiempos de James Hutton ha habido una «leal oposición» de los científicos que dudaban del criterio tradicional según el cual la evolución del .medio ambiente estaba determinada únicamente por fuerzas físicas y químicas. Vernadsky recogió el concepto de biosfera de Suess para definir los límites del sistema en que se encuentra el biota. Desde Vernadsky, ha existido una tradición continuada (la denominada biogeoquímica) en la Unión Soviética -y en menor medida en todas partes- que ha ido mostrando la interacción entre los suelos, océanos, lagos, ríos y la vida que conllevan.

 

Tal como dejó bien sentado un ruso, M.M. Yermolaev, en An Introduction to Physical Geography [Una introducción a la geografía física]:

“La biosfera se entiende como una parte de la cubierta geográfica de la Tierra, dentro de los límites de las condiciones físico-geográficas que aseguran el trabajo normal de los enzimas”.

Los miembros más recientes de esta oposición científica son, entre otros:

  • Alfred Lotka, de la Universidad John Hopkins, y Eugene Odum, el único ecólogo que ha abordado los ecosistemas desde un punto de vista fisiológico

  • dos americanos de origen europeo, el limnólogo G. Evelyn Hutchinson y el paleontólogo Heinz A. Lowenstam

  • un oceanógrafo británico, A. Redfield

  • un geoquímico sueco, L.G. Sillén

Todos destacan la importancia de la vida en la evolución del medio ambiente. Sin embargo, muchos geólogos han ignorado la presencia de organismos vivos, como participantes activos, en sus teorías de la evolución de la Tierra.

La contrapartida de esta discriminación geológica es la incapacidad de muchos biólogos para darse cuenta de que la evolución de muchas especies está estrechamente asociada a la evolución de su medio ambiente.

 

Por ejemplo, en 1982 apareció un libro, Evolution Now: A Century after Darwin [Evolución ahora: un siglo después de Darwin], editado por John Maynard Smith, que consistió en un conjunto de ensayos de biólogos ilustres acerca de los aspectos más controvertidos de la biología evolutiva.

 

En este conjunto, la única (y enigmática) referencia al medio ambiente está en un ensayo de Stephen Jay Gould:

«Los organismos no son bolas de billar golpeados de manera determinista por el taco de la selección natural y rodando por la mesa de la vida hasta las posiciones óptimas. Ellos también influyen en su propio destino a través de formas complejas y amplias.»

Debemos reintroducir este concepto en la biología evolutiva.

Aparte de Lynn Margulis, el único otro biólogo que conozco que haya tenido en cuenta el medio ambiente cuando considera el fenómeno de la vida es J.Z. Young. En 1971, este ilustre fisiólogo escribió, de forma independiente a otros estudios, un capítulo sobre homeostasis en su libro, An Introduction to the Study of Man [Una introducción al estudio del hombre]

 

Según sus propias palabras,

«la entidad que se mantiene intacta, y de la que todos formamos parte, no es la vida de uno de nosotros, sino en última instancia el conjunto de la vida en el planeta».

El punto de vista de J.Z. Young sirve de enlace entre la teoría de Gaia y el consenso científico. A través de la teoría de Gaia entiendo la Tierra y la vida en ella como un sistema, un sistema que tiene la capacidad de regular la temperatura y la composición de la superficie de la Tierra, y de mantenerla idónea para los organismos vivos.

 

La autorregulacíón del sistema es un proceso activo impulsado por la energía libre proporcionada por el Sol. La primera reacción observada después de la presentación de la teoría de Gaia a principios de los años setenta fue de ignorancia en el sentido más literal. La mayor parte de la hipótesis de Gaia fue ignorada por los científicos profesionales. Y sólo a finales de los setenta empezó a ser criticada.

La crítica certera es como un baño de agua helada. La repentina desazón de la inmersión en lo que parece un medio hostil remueve inmediatamente la sangre y aguza los sentidos. Mi primera reacción al leer las críticas de W. Ford Doolittle a la hipótesis de Gaia en CoEvolution Quarterly de 1979 fue de estupor e incredulidad.

 

El artículo estaba espléndidamente estructurado y muy bien escrito, lo que no disminuyó su frigidez. Las aguas heladas pueden ser hermosas, pero esto no las hace más cálidas. Sin embargo, después de una inmersión en aguas heladas viene la relajación cuando se toma el sol en la playa. Después de un rato me di cuenta de que las críticas de Ford Doolittle debían ser tomadas no tanto como un ataque a Gaia sino a la manera inadecuada de su presentación.
Gaia había sido vista por primera vez desde el espacio y se utilizaron argumentos termodinámicos. Para mí era evidente que la Tierra estaba viva en el sentido de que era un sistema autoorganizado y autorregulado.

 

Para Ford Doolittle, desde sus conocimientos de la biología molecular, también era obvio que la evolución mediante la selección natural nunca hubiera podido dar lugar a un «altruismo» a escala global. Su idea estaba basada en los sólidos y efectivos textos de Richard Dawkins en su libro The Extended Phenotype [El fenotipo extendido] (1982).

 

A partir de su mundo de microscopios, ¿cómo era posible que los intereses «egoístas» de las células se manifestaran a escalas planetarias?

Para estos biólogos competentes y trabajadores plantear la regulación de la atmósfera por parte de la vida microbiana parecía tan absurdo como esperar que la legislación de algún gobierno humano pudiera afectar a la órbita de Júpiter. Estoy en deuda con ellos por haber mostrado de forma clara que dábamos demasiadas cosas por supuestas y que Gaia no tenía una base teórica firme.

No sólo los biólogos moleculares pusieron reparos a Gaia. Otros dos críticos ilustres fueron el climatólogo Stephen Schneider, de Colorado, y el geoquímico H.D. Holland, de Harvard. Estos, de acuerdo con la mayoría de sus colegas. preferían explicar los acontecimientos en la evolución de las rocas, el océano, el aire y el clima sólo mediante fuerzas físicas y químicas.

 

En su libro The Chemical Evolution of the Atmosphere and the Oceans [La evolución química de la atmósfera y de los océanos], Holland escribió:

«Encuentro la hipótesis interesante y bonita, pero en el fondo insatisfactoria. El registro sedimentario parece estar mucho más de acuerdo con el hecho de que los organismos que eran más capaces de competir han dominado, y que los procesos y el medio ambiente próximos a la superficie de la Tierra se han adaptado a los cambios forjados por la evolución biológica.

 

Muchos de estos cambios han tenido que ser fatales o casi fatales para gran parte de los seres vivos existentes en un momento dado. Vivimos en una Tierra que es el mejor de los mundos sólo para aquellos que se han adaptado a ella».

Los reparos de Stephen Schneider - expuestos en su libro escrito junto con Randi Londer, The Coevolution of Climate and Life [La coevolución del clima y la vida] - se refieren a los planteamientos de los primeros trabajos acerca de Gaia, donde se exponía que la homeostasis es la única forma de regulación climática.

 

Estoy en deuda con estos autores porque demostraron que dábamos por sentadas demasiadas cosas y que a Gaia le faltaba una base teórica firme. Mi gratitud es todavía mayor hacia Stephen Schneider, que se aseguró de que el tema de Gaia fuese debatido de forma adecuada por la comunidad internacional convocando una Chapman Conference de la Unión Americana de Geofísica en marzo de 1988.

Para muchos científicos, Gaia era un concepto teleológico que requería ser previsto y planificado por el biota. ¿Cómo es posible que las bacterias, los árboles y los animales tuvieran una reunión para decidir cuáles eran las condiciones óptimas? ¿Cómo podían mantener los organismos el oxígeno a un nivel del 21 por ciento y la temperatura media a 20 °C? Al no observar ningún mecanismo de control planetario denegaron su existencia como fenómeno y reclamaron la hipótesis de Gaia como teleológica. Esto era la condena final. En el mundo académico las explicaciones teleológicas son un pecado contra el espíritu santo de la racionalidad científica; niegan la objetividad de la naturaleza.


Pero con estas críticas rigurosas a Gaia los científicos parecen no haberse dado cuenta del alcance de sus propios errores. El uso inocente de otro concepto resbaladizo, el de «adaptación», es otro camino hacia la condenación. Realmente la Tierra es el mejor de todos los mundos para los que se han adaptado a ella. Pero la maravilla de nuestro planeta adquiere un significado diferente a la luz de los datos que los mismos geoquímicos han recogido. La evidencia muestra que la corteza de la Tierra, los océanos y el aire o son el producto directo de las cosas vivas o han sido modificados de forma masiva por su existencia.

 

Tengamos en cuenta que el oxígeno y el nitrógeno del aire provienen directamente de las plantas y microorganismos y que la creta y las calizas son las conchas de cosas vivas que una vez flotaron en el mar. La vida no se ha adaptado a un mundo inerte determinado por la mano muerta de la física y la química. Vivimos en un mundo que ha sido edificado por nuestros antecesores, antiguos y modernos, y que es mantenido cuidadosamente por todos los seres vivos que existen en la actualidad. Los organismos se adaptan a un mundo en que el estado material viene determinado por las actividades de sus vecinos; ello significa que la transformación del medio ambiente es parte del juego.

 

Pensar de otra manera implica creer que la evolución era un juego con reglas parecidas a las del cricket o el béisbol juegos en que las reglas prohíben el cambio ambiental. En el mundo real, si la actividad de un organismo cambia su medio ambiente material a un estado más favorable y, como consecuencia de ello, deja más progenie, entonces tanto la especie como el cambio aumentarán hasta que se llegue a un nuevo estado estacionario.

 

A escala local, la adaptación es un mecanismo mediante el que los organismos pueden superar ambientes desfavorables, pero a escala planetaria el acoplamiento entre la vida y su ambiente es tan estrecho que el concepto tautológico de «adaptación» se deriva de la misma existencia. La evolución de las rocas y del aire y la evolución del biota no pueden estar separados.


Que la mayoría de científicos dedicados al estudio de la Tierra admita hoy que los gases reactivos de la atmósfera son productos biológicos viene a ser un tributo al éxito de la biogeoquímica. Sin embargo, la mayoría no estaría de acuerdo con el planteamiento de que el biota controla de alguna manera la composición de la atmósfera o alguna de sus variables importantes, como la temperatura global o la concentración de oxígeno.

 

Existen dos reparos principales a Gaia; el primero es que se trata de un concepto teleológico y que para la regulación del clima y de la composición química a escala planetaria hace falta una especie de capacidad de predicción, de clarividencia. El segundo reparo, expresado de forma muy clara por Stephen Schneider, se refiere a que la regulación biológica sólo es parcial, y que el mundo real es el resultado de una «coevolución» de lo vivo y lo inorgánico. Este segundo reparo es más complicado, y en gran medida el propósito de este libro es un intento de rebatirlo. El primero, el reparo teleológico, creo que está equivocado y ahora voy a intentar demostrar por qué.

Sabía que sería de poca ayuda compilar más datos acerca de la capacidad ya reconocida de la Tierra para regular su clima y composición. La nueva evidencia por sí misma no convencería a la mayor parte de científicos de que la Tierra está regulada por la vida.


Los científicos generalmente quieren conocer cómo funciona, quieren un mecanismo. Lo que hacía falta era un modelo gaiano. En ciencias híbridas como la biogeoquímica o la biogeofísica, los modelos del cambio ambiental no permiten que el biota tenga un papel regulador. Los especialistas de estas ciencias asumen que los rasgos operativos del sistema están fijados por las propiedades físicas y químicas. Por ejemplo, la nieve se funde o se forma a 0 °C.
 

El reflejo de la luz solar por la capa de nieve proporciona un efecto poderoso de realimentación durante el enfriamiento, y un sistema de regulación del clima podría estar basado en la fusión o formación de nieve. Pero no es posible que el punto de fusión de la nieve, que es una característica del hielo como sustancia, pueda trasladarse a una temperatura más idónea de, digamos, 20 °C. Por el contrario, los rasgos operacionales de un organismo siempre se encuentran fijados a niveles favorables.


¿De qué manera los modelos gaianos convencionales difieren de los biogeoquímicos convencionales? El planteamiento de una estrecha colaboración entre la vida y el ambiente en que se produce ¿cambia la naturaleza de todo el sistema? ¿Es la homeostasis una predicción razonable de la teoría de Gaia?

 

La dificultad de contestar a estas preguntas proviene de la mera complejidad del biota y del medio ambiente, porque ambos se encuentran interconectados de múltiples maneras. Difícilmente encontraremos un sólo aspecto de su interacción que pueda ser descrito de manera razonable por un ecuación matemática. Se necesitaba una simplificación drástica. Luché con el problema de reducir la complejidad de la vida y el medio ambiente a un esquema simple que pudiera iluminar sin distorsionar. El mundo de las margaritas era la respuesta.

 

Describí este mundo por primera vez en 1982, en una conferencia sobre biomineralización en Amsterdam, y publiqué un trabajo, «The Parable of Daisyworld» [La parábola del mundo de las margaritas] en Tellus, en 1983, junto con mi colega Andrew Watson. Estoy en deuda con Andrew por la manera clara y gráfica de expresarlo en este trabajo mediante términos matemáticos formales.


Dibujemos un planeta de aproximadamente el mismo tamaño que la Tierra, girando sobre su eje y orbitando, a una distancia semejante a la de la Tierra, alrededor de una estrella de la misma masa y luminosidad que el Sol. Este planeta se diferencia de la Tierra en que tiene más área continental y menos océano, pero está bien provisto de agua y las plantas crecerán en cualquier parte de la superficie continental donde el clima sea adecuado.

 

Este es el planeta del mundo de las margaritas de diferente tono de color: algunas oscuras, algunas claras y algunas de colores neutros. La estrella que calienta e ilumina el mundo de las margaritas comparte con nuestro Sol la propiedad de aumentar su emisión de energía a medida que envejece. Cuando empezó la vida en la Tierra hace unos 3.800 millones de años, el Sol era alrededor de un 30 por ciento menos luminoso que ahora. En unos cuantos miles de millones de años más, será tan terriblemente caliente que toda la vida que conocemos ahora morirá o deberá encontrar otro planeta que le sirva de hogar.

 

El aumento del brillo del Sol según envejece es una propiedad general no cuestionada de todas las estrellas. La combustión de hidrógeno (su combustible nuclear) da lugar a la acumulación de helio. El helio, en forma de ceniza gaseosa, es más opaco a la energía radiante que el hidrógeno, lo que dificulta la radiación de calor desde el horno nuclear en el centro de la estrella.


Entonces la temperatura central aumenta y ello conlleva un aumento de la velocidad de combustión del hidrógeno hasta que se establece un nuevo balance entre el calor producido en el centro y el calor perdido en la superficie solar. Contrariamente a los fuegos normales, los fuegos nucleares de tamaño estelar queman más vigorosamente cuanto más se acumula la ceniza y algunas veces incluso explotan.

El mundo de las margaritas está simplificado, reducido, por decirlo así, del siguiente modo. El ambiente se circunscribe a una sola variable, temperatura, y el biota a una sola especie, margaritas. Si es demasiado frío, por debajo de 5 °C, las margaritas no crecerán; su temperatura óptima se sitúa alrededor de 20 °C. Si la temperatura sobrepasa los 40 °C será demasiado caliente para las margaritas, y se marchitarán y morirán.

 

La temperatura media del planeta resulta del sencillo balance entre el calor recibido de la estrella y el calor perdido en las frías profundidades del espacio en forma de radiación infrarroja de onda larga. En la Tierra este balance de calor se complica por el efecto de las nubes y los gases como el dióxido de carbono. La luz solar puede ser reflejada hacia el espacio por las nubes antes de que pueda alcanzar y calentar la superficie.

 

Por otra parte, la cantidad de calor perdida por la superficie templada puede ser minimizada porque las nubes y las moléculas de dióxido de carbono lo reflejan de nuevo hacia ella misma. Asumimos que el mundo de las margaritas tiene una cantidad constante de dióxido de carbono, la suficiente para que las margaritas crezcan, pero no excesiva como para que interfiera en el clima. De manera semejante no hay nubes durante el día. Para no estropear la sencillez del modelo siempre llueve de noche.

Por tanto, la temperatura media del mundo de las margaritas viene determinada por el grado medio de oscurecimiento del color del planeta, o, tal como lo llaman los astrónomos, por el albedo. Si el planeta tiene una superficie oscura o albedo bajo, absorbe más calor de la luz solar y la superficie se calienta. Si el color es claro, como en la nieve recién caída, entonces el 70 o el 80 por ciento de la luz solar puede ser reflejada de nuevo hacia el espacio. Una superficie clara es fría cuando se la compara con una superficie oscura equivalente sometida a una cantidad equiparable de irradiación solar. Los albedos pueden tener valores entre 0 (totalmente negro) y 1 (totalmente blanco).

 

Consideramos que el suelo desnudo del mundo de las margaritas presenta habitualmente un albedo de 0,4 de manera que absorbe el 40 por ciento de la luz solar que recibe. Las margaritas comprenden un intervalo de colores desde el oscuro (con un albedo de 0,2) al claro (con un albedo de 0,7).


Imaginemos un momento en el pasado distante del mundo de las margaritas. La estrella que lo calienta era menos luminosa, de manera que sólo en la región ecuatorial la temperatura del suelo desnudo, 5 °C, era suficiente para el crecimiento. Aquí germinarían y florecerían lentamente las semillas de las margaritas.

Supongamos que en la primera cosecha se encontraban especies multicoloreadas, oscuras y claras, en proporciones semejantes. Las margaritas oscuras se verían favorecidas incluso antes de que la estación de crecimiento hubiera acabado. Su mayor absorción de la luz solar en los sitios donde crecían las hubiera calentado por encima de los 5 °C. Las margaritas con colores claros se hubieran encontrado en desventaja. Sus flores blancas hubieran palidecido y muerto porque al reflejar la luz solar se hubieran enfriado por debajo de la temperatura crítica de 5 °C.


En la estación siguiente hubiéramos apreciado un predominio de margaritas oscuras, ya que sus semillas serían más abundantes.


Pronto su presencia calentaría no sólo a las mismas plantas sino que, en la medida que crecieran y se dispersaran por la superficie desnuda, calentarían el suelo y el aire, primero localmente y luego regionalmente. Con este incremento de temperatura, la velocidad de crecimiento, el período de la estación templada, y la difusión de las margaritas oscuras, se produciría una realimentación positiva que daría lugar a una colonización de la mayor parte del planeta por margaritas oscuras. Eventualmente, la extensión de las margaritas oscuras se encontraría limitada por un incremento global de temperatura a niveles por encima del óptimo para el crecimiento.

Ahora, cualquier proliferación adicional de estas margaritas daría lugar a una caída en la producción de semillas. Además, cuando la temperatura global fuese alta, las margaritas claras crecerían y se extenderían en competencia con las oscuras. El crecimiento y extensión de las margaritas blancas estaría entonces favorecido por su capacidad natural para mantener el clima frío.

Cuando la estrella que brilla en el mundo de las margaritas envejece y se hace más caliente, la proporción de margaritas oscuras y claras cambia hasta que finalmente el flujo de calor es tan grande que incluso la cosecha de margaritas más blancas no puede mantener el planeta por debajo del límite superior de 40° para el crecimiento. En este momento el poder de las llores ya no es suficiente. El planeta vuelve a ser yermo de nuevo y tan caliente que ya no hay manera de que puedan florecer nuevas margaritas.


Es fácil construir un modelo numérico del mundo de las margaritas que sea suficientemente sencillo como para trabajar con él en un ordenador personal. Las poblaciones de margaritas son evaluadas mediante ecuaciones diferenciales tomadas de la ecología teórica (Carter y Prince, 1981). La temperatura media del planeta se calcula directamente a partir del balance de calor que recibe desde la estrella y el calor que pierde por radiación a las frías profundidades del espacio.

 

La figura 2.1 muestra, de acuerdo con los conocimientos convencionales de la física y la biología, además de la geofisiología, la evolución de la temperatura y el crecimiento de las margaritas durante el progresivo incremento del flujo de calor procedente de su estrella.

2.1.

Modelos de evolución del mundo de las margaritas de acuerdo con los conocimientos convencionales (A) y con la geofisiología (B).

Los cuadros superiores ilustran las poblaciones de margaritas en unidades arbitrarias y los inferiores muestran las temperaturas en grados Celsius. De izquierda a derecha, a lo largo del eje horizontal, la luminosidad de la estrella crece desde un 60 a un 140 por ciento respecto a la luminosidad de nuestro Sol. (A) ilustra cómo los físicos y los biólogos en completo aislamiento calculan la evolución de nuestro planeta desde su perspectiva.

 

De acuerdo con estos conocimientos tradicionales, las margaritas sólo pueden responder adaptándose a los cambios de temperatura. Cuando el planeta esté demasiado caliente para un desarrollo idóneo, morirán. Pero en el universo gaiano (B), el ecosistema puede responder mediante el crecimiento competitivo de margaritas oscuras y claras, y regular la temperatura en un amplio margen de luminosidad. El trazo discontinuo en el cuadro inferior de B muestra cómo aumentaría la temperatura en ausencia de vida en el mundo de las margaritas.

Cuando probé por primera vez el modelo del mundo de las margaritas, quedé sorprendido y encantado de la fuerte regulación de temperatura planetaria que surgía del simple crecimiento competitivo de plantas de colores claros y oscuros. No inventé estos modelos porque pensase que las margaritas, o cualquier otro tipo de plantas coloreadas en tonos claros u oscuros pudieran regular la temperatura de la Tierra cambiando el balance entre el calor recibido por el Sol y el perdido en el espacio. Los diseñé para contestar a las críticas de Ford Doolittle y Richard Dawkins acerca de que Gaia era teleológica.

 

En el mundo de las margaritas se muestra que a propiedad del medio ambiente global, la temperatura, es regulada de manera efectiva en un intervalo amplio de luminosidad por un biota planetario imaginario, sin necesidad de suponer ninguna capacidad de predicción o planificación. Ello representa una refutación definitiva de la acusación de que 1a hipótesis de Gaia es teleológica, y dicha refutación es, hasta el momento presente, incontrovertible.

Entonces, ¿que es Gaia? Si el mundo real en el que vivimos se autorregula de manera semejante al mundo de las margaritas, y el clima y el ambiente de que disfrutamos y explotamos libremente es la consecuencia de un sistema automático, aunque no intencionado, de statu quo, entonces Gaia es la manifestación mayor de vida.

 

La estrecha interrelación entre la vida y su medio ambiente, Gaia, incluye:

  1. Organismos vivos que crecen vigorosamente, explotando cualquier oportunidad ambiental posible.
     

  2. Organismos que están sujetos a las reglas darwinianas de la selección natural: las especies de organismos que dejan más descendientes supervivientes.
     

  3. Organismos que afectan a su ambiente físico y químico. Así los animales modifican la atmósfera mientras respiran tomando oxígeno y exhalando dióxido de carbono: Plantas y algas realizan el proceso inverso. Hay muchos otros procesos mediante los cuales los organismos modifican incesantemente el ambiente físico y químico.
     

  4. La existencia de limitaciones o ataduras que establecen los límites de la vida. Puede hacer demasiado calor o demasiado frío; entre los dos extremos existe una temperatura adecuadamente templada, el estado óptimo. Puede haber demasiada acidez o demasiada alcalinidad; es preferible la neutralidad. Casi todos los productos químicos tienen un margen de concentración tolerable o necesario para la vida. Para muchos elementos, tales como el iodo, selenio y hierro, demasiado es un veneno, demasiado poco produce inanición. El agua pura no contaminada permitirá el desarrollo de pocas formas de vida, al igual que las salmueras saturadas del Mar Muerto.

Pocos científicos pondrían objeciones a alguna de estas cuatro condiciones, contempladas tanto individualmente como en grupo.


Sin embargo, cuando se toman en conjunto como un grupo de características estrechamente interrelacionadas, parecen proporcionar una receta de un sistema gaiano. El conjunto consiste en una fructífera descripción de modelos de sistemas autorregulados como el mundo de las margaritas. La cuarta condición, que establece los límites físicos y químicos de la vida, es la que encuentro más interesante, inesperada y llena de significado. Basta pensar en la analogía social de la familia o la comunidad que existe con limitaciones firmes, pero razonables, frente a la que tiene límites de comportamiento mal definidos.


Estabilidad y fronteras bien definidas parecen estar asociadas. Los médicos están de acuerdo con que la vida es un sistema abierto.


Sin embargo, como una de aquellas muñecas rusas que contiene una serie de muñecas más y más pequeñas, la vida existe dentro de una serie de límites. El límite exterior es el borde de la atmósfera terrestre con el espacio. Dentro de la frontera planetaria las entidades disminuyen, pero crecen incluso más intensamente cuando la progresión va desde Gaia a los ecosistemas, a las plantas y a los animales, a las células y al ADN.

 

Entonces la frontera planetaria circunscribe un organismo vivo, Gaia, un sistema constituido por todos los organismos vivos y el medio ambiente. No hay en ningún sitio de la Tierra una distinción clara entre materia viva y no viva. Sólo hay una jerarquía de intensidad desde el medio ambiente «material» de las rocas y de la atmósfera a las células vivas.

 

Sin embargo, a grandes profundidades debajo de la superficie, los efectos de la presencia de vida se desvanecen. Es posible que el centro de nuestro planeta no haya sido modificado como consecuencia de la vida, pero no sería juicioso darlo por sentado.


Investigando la pregunta «¿Qué es la vida?» hemos hecho algún progreso. Mirando la vida a través del telescopio gaiano la vemos como un fenómeno a escala planetaria durante un lapso de tiempo cosmológico: Gaia, como la manifestación mayor de vida, difiere de otros organismos de la Tierra como tú y yo diferimos de nuestra población de células vivas.

 

 En algún tiempo de la historia de la Tierra, antes de que existiera la vida, la Tierra sólida, la atmósfera y los océanos todavía estaban evolucionando únicamente con las leyes de la física y la química. Estaban corriendo pendiente abajo hacia el estado estacionario e inerte de un planeta casi en equilibrio. Por un tiempo breve, en su vuelo precipitado entre los intervalos de los estados químicos y físicos, entró en un estado favorable para la vida. En un momento determinado, las células vivas recientemente aparecidas crecieron y su presencia afectó al medio ambiente de la Tierra hasta el punto Se detener la inmersión precipitada hacia el equilibrio.

 

En este instante, las cosas vivas, las rocas, el aire y los océanos emergieron para formar una entidad nueva, Gaia. Del mismo modo que cuando el espermatozoide se funde con el óvulo se concibe una nueva vida.


La investigación para definir lo que es la vida se puede comparar con el ensamblado de un rompecabezas, un rompecabezas en el que una escena de un paisaje se corta en miles de pequeñas piezas interconectadas y las piezas se revuelven. Se necesita una clasificación para poner las cosas de nuevo juntas. El cielo azul es fácil de separar de la tierra marrón y los árboles verdes.

 

Las personas expertas en la resolución de rompecabezas saben que una etapa fundamental consiste en encontrar y conectar las piezas que tienen un lado recto correspondiente a los bordes, los límites de la escena. El descubrimiento de que los límites exteriores de la atmósfera son una parte de la vida planetaria ha definido de un modo parecido los bordes del rompecabezas de nuestro dibujo de la vida en la Tierra.

 

Una vez que el borde está totalmente ensamblado, por lo menos se conoce el tamaño del dibujo y es más fácil la colocación de los grupos interiores. Gaia no es un dibujo estático. Cambia permanentemente, así como la vida y la Tierra evolucionan conjuntamente.

 

Sin embargo en nuestro breve lapso de vida se mantiene estable el tiempo necesario para que empecemos a entenderla y ver lo hermosa que es.

 

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