La vida empezó hace mucho tiempo. La fecha de este acontecimiento no se conoce, por lo menos ocurrió tres mil seiscientos millones de años antes de que naciéramos. Los números tan grandes como estos son anestesiantes y paralizan la imaginación.
Es necesaria una escala diferente de tiempo para llegar a las bacterias, nuestros primeros abuelos. En ciencia, la manera usual de domesticar números tan monstruosos consiste en expresarlos en potencias de diez. Hacer cada paso diez veces mayor o menor que el anterior. Nigel Calder describe la historia de la Tierra de esta manera en su libro Timescale: An Atlas of the Fourt Dimension [Escala de tiempo: Un atlas de la cuarta dimensión].
Nos recuerda qué fácil es que esta transformación logarítmica nos impida darnos cuenta del tiempo tan largo en que la vida ha ocupado la Tierra. Decir que la vida empezó hace 3,6 x 109 no nos sirve. En una escala lineal de medida, el origen de la vida es mil veces más remoto que el origen del hombre. En este libro utilizaré una escala de eones, que representa miles de millones de años. La vida empezó por lo menos hace 3,6 eones, durante un período que los geólogos llaman el Arcaico.
El período que comprende desde la formación de la Tierra, hace 4,5 eones, hasta el período en que el oxígeno empezó a dominar la química de la atmósfera, hace 2,5 eones.
Por tanto lo que debemos hacer es la mejor
estimación posible de las condiciones de la Tierra antes de la vida,
y luego considerar los cambios que habría habido cuando la vida se
estableció. Preguntándonos cómo era la Tierra antes de que empezase
la vida, de alguna manera estamos colgando un trozo de tela neutra y
negra antes de que los cambios llenos de colorido provocados por la
vida puedan ser claramente observados.
Probablemente tienen
razón, pero la única certeza de la que disponemos acerca de tiempos
y lugares tan remotos proviene de la segunda ley de la
termodinámica. De forma enigmática ésta dice que el principio y el
final del universo no pueden ser conocidos. A medida que el tiempo y
la distancia aumentan, la cara del conocimiento, bien definida a su
inicio, crece marcada por una cantidad creciente de cráteres de
ignorancia. Al final ya no pueden reconocerse los rasgos.
Los sucesos de la Tierra de hace sólo 5.000 años están lejos de ser conocidos con certeza. Imaginemos cuán grande debe haber sido una señal para transmitir información acerca del principio del universo hace 15 eones. Esta puede ser la razón que explica por qué la teoría del Big Bang según la cual el universo empezó con una explosión de una partícula inicial es inevitable. Nada excepto la explosión del universo hubiera podido enviar una señal desde hace tanto tiempo.
Todo lo que ahora queda es el débil rumor de las microondas cósmicas
de la radiación de fondo. Todas las demás teorías acerca del origen
se encuentran faltas de evidencia.
De este modo el mensaje puede viajar sin dificultad hasta los confines de la Tierra. De manera semejante, los organismos vivos pasan los programas de las células de una generación a la siguiente. Podemos pensar que con toda probabilidad compartimos una química común con la bacteria primitiva más antigua. Las restricciones naturales a la existencia de aquellas bacterias antiguas nos dicen cómo era el medio ambiente de aquella Tierra primitiva. Mediante la transmisión de mensajes codificados en el material genético de las células vivas la vida actúa como un repetidor. En cada generación se recupera y renueva el mensaje de las especificaciones de la química de la Tierra primitiva.
Es un canal de información mucho mejor que el registro de las rocas. Es preciso, aunque desgraciadamente inexacto en la medida que un mensaje que pasa de boca en boca cambia inevitablemente.
Existe un chiste sobre la guerra que esconde una
verdad: el mensaje que pasó de boca en boca «Envía refuerzos, vamos
a avanzar» (Send reinforcements, we are going to advance) se
transformó en «Envía tres o cuatro peniques, vamos a un baile» (Send
three and four pence, we are going to a dance). Si queremos conocer
los orígenes de la vida a partir de la información genética debemos
estar preparados para reconstruir la verdad a partir de errores de
este tipo.
Las centrales de energía, las estrellas, han
funcionado durante miles de millones de años con una fiabilidad
máxima. Sin embargo, del mismo modo que los sistemas más fiables
pueden tener un accidente ocasional, algunas estrellas explotan
ocasionalmente. Por suerte para nosotros una de ellas lo hizo, y dio
lugar a la estrella que ahora tenemos. También por fortuna nuestro
Sol no es del tipo explosivo, no es ni suficientemente grande ni
suficientemente viejo.
Estamos seguros porque incluso hoy en día la Tierra es radioactiva y también porque la Tierra está constituida de elementos como el hierro, el silicio y el oxígeno que no pueden ser fabricados en el proceso normal de la evolución estelar. En el Sol y en estrellas similares se fusiona hidrógeno para generar helio, y la reacción genera un gran flujo de calor que nos mantiene en un clima templado incluso a 160 millones de kilómetros de distancia. Sin embargo, ningún proceso de fusión ordinario puede dar lugar a elementos como el hierro, y mucho menos como el uranio, que todavía es más pesado. Hace falta mucha energía para fabricar estos elementos.
Alimentar una estrella fusionando hierro para generar uranio es como intentar utilizar hielo en un horno como combustible. No es éste el lugar para exponer detalles concretos sobre la síntesis de elementos en estrellas en explosión; únicamente cabe decir que en un tipo de explosión la parte crucial del suceso es el colapso gravitatorio de la estrella. Las regiones internas soportan la presión fantástica de toda la masa estelar que tiende a caer hacia adentro. En su vida activa, el calor generado por las reacciones nucleares en el centro de la estrella mantiene una presión suficiente para compensar la fuerza gravitatoria hacia adentro.
Es como un cohete espacial en el momento de despegar; el
peso del vehículo se aguanta gracias a la ráfaga de la llama. Pero
las capas exteriores de la estrella no pueden escapar al tirón
gravitatorio y el sistema se hunde cuando se acaba el combustible.
Es entonces cuando se produce la síntesis de los elementos pesados.
Una parte de ellos es expulsada violentamente cuando explotan las
capas exteriores de la estrella que todavía no se han consumido.
En cada uno de nosotros se desintegran radiactivamente unos cuantos millones de átomos de potasio por minuto. La energía que impulsa estos pequeños sucesos atómicos explosivos se ha mantenido encerrada en los átomos de potasio desde aquella explosión estelar tan antigua. El elemento potasio es radiactivo pero también es esencial para la vida. Si fuera eliminado y reemplazado por un elemento muy semejante, el sodio, moriríamos instantáneamente. El potasio, como el uranio, el torio y el radio, es un residuo radiactivo de larga vida de la supernova. Cuando los átomos de potasio se desintegran se transforman en átomos de calcio y del gas noble argón.
El uno por ciento de argón que ha contribuido a la formación de la atmósfera, a lo largo de la historia de la Tierra, proviene en su mayor parte de potasio por este mecanismo. En las rocas, los elementos radiactivos uranio y torio están presentes en la concentración de algunas partes por millón. Su velocidad de desintegración es tan lenta que la mayor parte de la cantidad que había originalmente todavía se encuentra en la actualidad, excepto en lo que respecta al uranio 235, que se ha desintegrado en su mayor parte.
El calor generado por la desintegración de los elementos
radiactivos es lo que mantiene el interior de la Tierra caliente e
impulsa el movimiento de la corteza.
Estos átomos de pesos diferentes se denominan isótopos.
La proporción de los isótopos de 12 y 13 unidades atómicas en el carbono de las rocas formadas en ausencia de vida se puede distinguir claramente de la proporción correspondiente al carbono de las rocas acumuladas en presencia de vida..Ello se debe al hecho de que la química de la materia viva segrega los isótopos. Midiendo la composición isotópica de las rocas antiguas es posible distinguir aquéllas que se formaron cuando la vida ya existía de aquellas que se formaron antes. Las rocas que con mayor certeza corresponden a una situación de ausencia de vida no provienen de la Tierra, sino de la Luna y los meteoritos. Su antigüedad es 4.55 eones.
La
composición isotópica de estas rocas de materia muerta es fácilmente
distinguible de aquéllas sedimentadas en la Tierra hace 3,6 eones.
Las rocas sedimentarias más antiguas de la Tierra que se conocen
hasta el momento tienen una edad de 3,8 eones, y proceden de un
lugar llamado Isua en Groenlandia. Recuerdo al geoquímico alemán
Manfred Schidlowski describiendo estas rocas antiguas en una
conferencia en 1973, y especulando sobre los átomos de carbono
encontrados en su interior, cuya distribución isotópica sugería la
presencia de vida.
Este
lapso de tiempo dejó una Tierra tan llena de cráteres como la Luna.
Fue el período llamado, de forma acertada, Hadiano es decir
infernal.
Dian Hitchcock y yo utilizamos
la ausencia de tales alteraciones en la atmósfera de Marte y Venus
como evidencia de su carencia de vida mucho antes de que las naves
exploradoras Viking y Venera la buscasen y no la encontrasen. Estos
planetas muertos son química y visiblemente como un fondo neutro en
contraste con el cual la Tierra, planeta vivo, brilla como un zafiro
moteado.
No se podría sacar la misma conclusión a partir de aire aislado en una cueva subterránea. Es la luz del Sol la que constantemente mantiene encendidas todas las combustiones químicas posibles. Por otra parte, la atmósfera tiene la menor masa de todos los compartimientos ambientales con los que la vida se encuentra.
Excepto en lo que se refiere a las pequeñas concentraciones de gases raros, como el argón y el helio, todos los demás gases del aire han existido recientemente como una parte de los sólidos y los líquidos de las células vivas. La atmósfera también tiene un efecto inmediato tanto sobre el clima como sobre el estado químico de la Tierra, aspectos de crucial importancia para la vida. Un intercambio similar se produce también entre la vida y los océanos y las rocas.
Sin embargo, es mucho más lento y los ciclos de la vida resultan retardados por la existencia de materiales utilizados hace mucho tiempo y ahora desechados.
Es importante notar que estas sustancias químicas que
consideramos características de la vida, también son producto del
estado estacionario abiológico. La mera presencia de estos
compuestos en un planeta libre de oxígeno no es por sí misma
indicadora de vida. Sólo indica la posibilidad de su formación.
Estimaron los valores de la cantidad aproximada de dióxido de carbono gaseoso que había escapado (o emanado) del interior de la Tierra. A partir de aquí fueron capaces de calcular que la temperatura media de la superficie de la Tierra era de 23 °C, que es la característica de los trópicos actuales. Sus cálculos requerían la presencia de una cantidad de dióxido de carbono 200 a 1.000 veces superior a la de ahora.
Un factor importante era la cantidad presente de nitrógeno. Si entonces, como ahora, el nitrógeno era el gas atmosférico principal, la presión de dióxido de carbono más baja sería suficiente. Otro aspecto importante, según mi amiga, la climatóloga Ann Henderson-Sellers, debía de haber sido la distribución de agua en los océanos, nieve, hielo, nubes y vapor de agua. No es sorprendente que el clima existente en el origen de la vida todavía sea objeto de debate.
Los cálculos realizados por el
climatólogo R.J. Dickinson en 1987 sugieren que el planeta podría
haber sido unos grados más frío; en otras palabras, tal como es
ahora.
Estos mismos gases son opacos a la luz infrarroja de longitud de
onda larga, que es irradiada por la superficie de la Tierra a la
atmósfera inferior. La acumulación del calor, que de otra manera
escaparía al espacio, produce el «efecto invernadero», llamado así
porque viene a ser lo mismo que el efecto de calentamiento de las
paredes de cristal de un invernadero. La primera sugerencia de que
un invernadero gaseoso calentó la Tierra fue hecha por el
distinguido químico sueco, Svante Arrhenius, en el siglo pasado.
Los océanos estaban cargados con hierro y otros elementos; y con compuestos que sólo en ausencia de oxígeno pueden existir en solución. Entre éstos podrían encontrarse especies reducidas de azufre y nitrógeno. La presencia de estos gases y sustancias es importante porque son agentes reductores -fácilmente reaccionan con oxígeno y por tanto lo eliminan-. Esta Tierra habría tenido una amplia capacidad de absorber oxígeno y evitar su aparición en forma libre.
Esta proposición parece tan razonable que
la consideraré un hecho y la utilizaré como clave para la
comprensión de la evolución del período Arcaico de la historia de la
Tierra.
El efecto principal de una mayor producción de energía interna sería un vulcanismo más vigoroso, una emanación mayor de gases al aire, y una reactividad mayor de las rocas volcánicas con las aguas del océano. Una de estas reacciones, la que se desata entre el hierro ferroso de las rocas basálticas y el agua, puede producir hidrógeno. La producción continua de hidrógeno tendría dos consecuencias importantes. La primera, el mantenimiento de una atmósfera libre de oxígeno y una superficie favorable para la acumulación de los compuestos químicos de la vida.
La segunda, la pérdida de hidrógeno hacia el espacio. El campo gravitatorio de la Tierra no es suficientemente fuerte para retener los átomos ligeros de hidrógeno. Si la fuga de hidrógeno hubiera continuado, podríamos haber perdido una gran parte de los océanos e incluso llegado al estado árido de Marte y Venus.
Esta fuga no puede
ocurrir ahora porque el hidrógeno reacciona bioquímicamente en los
océanos y con el abundante oxígeno atmosférico para formar agua. El
agua, aunque lleva dos átomos de hidrógeno, es demasiado pesada para
escapar directamente al espacio. Otra propiedad que limita la
pérdida directa de agua al espacio desde la Tierra es su tendencia a
congelarse y caer cuando se forman cristales de hielo en las capas
de aire más frías.
La evolución escalonada de la protovida a la primera célula viva mediante un proceso de selección natural no me parece una píldora intelectual muy difícil de tragar. Sería interesante conocer si la protovida estaba fuertemente asociada a su medio ambiente y tenía capacidad de regulación.
Alternativamente, dos geoquímicos, A.G. Cairns-Smith y Leila Coyne, han sugerido que los sólidos del medio ambiente tuvieron un papel crucial en el origen de la vida.
Sus ideas me han ayudado a definir la importancia de las soluciones supersaturadas, aunque los detalles sean objeto de controversia. El problema de las estructuras disipativas fluidas es que se disipan demasiado pronto. Si tienen que evolucionar hacia estructuras más permanentes se necesita algo sólido a modo de anclaje o algún lugar donde acogerse. De nuevo, la imagen mental de un instrumento de viento como una flauta es útil en este tema confuso. Soplar en él produce un siseo de turbulencias disipativas incoherentes.
Sin embargo, cuando el flautista sopla a través del
agujero principal, las turbulencias quedan atrapadas y domesticadas
dentro de los límites sólidos de los tubos huecos resonantes y
emergen como notas musicales coherentes.
Se cree
que los primeros fotosintetizadores utilizaron la disociación
fotoquímica del sulfuro de hidrógeno, que demanda menos energía. Sin
embargo, pronto se desarrolló la mejor solución, consistente en el
uso de la energía luminosa para romper los fuertes enlaces que
combinan el oxígeno con el hidrógeno y el carbono. Lo consiguieron
las bacterias ahora llamadas cianobacterias debido a su color
azul-verdoso, y ellas son los predecesores de todas las plantas
verdes que existen en la actualidad.
También estaban presentes en los ecosistemas primitivos los metanógenos, que obtenían materia y un poco de energía a partir del reordenamiento de los compuestos moleculares de los productores. La presencia de estos organismos «carroñeros» probablemente aseguraba la recolección continua de los residuos y cadáveres de fotosintetizadores y el retorno a las zonas de fotosíntesis del carbono esencial en forma de metano y dióxido de carbono.
Los metanógenos no podían, como hacen los animales, comer las cianobacterias y utilizar el alimento que éstas habían sintetizado; para hacerlo hubieran necesitado del oxígeno.
Sospecho que la génesis de Gaia ocurrió separadamente al origen de la vida.
Gaia no se despertó realmente hasta que las bacterias ya habían colonizado la mayor parte del planeta. Una vez despierta, la vida planetaria resistiría asidua e incesantemente a los cambios que pudieran ser adversos y actuaría para mantener el planeta adecuado para la vida.
Formas de vida dispersas y agrupadas en oasis nunca
hubieran tenido el poder de regular u oponerse a los cambios
desfavorables que son inevitables en un planeta yermo. Probablemente
sólo encontraríamos vida dispersa en los períodos de nacimiento o
muerte de un sistema gaiano.
Estamos empezando a darnos cuenta de que los beneficios de quemar combustibles fósiles para obtener energía se ven contrarrestados por los peligros inherentes a la acumulación del dióxido de carbono, que podría dar lugar a un sobrecalentamiento. El peligro al que se enfrentaron los fotosintetizadores era el inverso. Las cianobacterias utilizan el dióxido de carbono como alimento.
Devoraban la capa que mantenía la Tierra caliente. Durante un tiempo los volcanes pudieron proporcionar una vigorosa cantidad de dióxido de carbono, pero la capacidad potencial del sumidero bacteriano habría sobrepasado ampliamente el aporte de este origen. Si sólo hubiera habido fotosintetizadores su florecimiento abundante en los océanos y en la superficie hubiera reducido el dióxido de carbono a niveles peligrosamente bajos en unos pocos millones de años.
Mucho antes de que las cianobacterias agotasen el dióxido de carbono para comer, la Tierra se habría enfriado hasta un estado de congelación y la vida sólo habría perdurado en los sitios en que el calor proveniente del subsuelo hubiera podido fundir el hielo, o bien el medio ambiente terrestre se hubiera desplazado a un ciclo de congelación y deshielo en la medida que el dióxido de carbono de los volcanes se acumulase y fuese eliminado de nuevo. Creo que ninguna de estas calamidades sucedió nunca.
La presencia persistente de
rocas sedimentarias desde hace 3,8 eones hasta ahora sugiere que el
agua líquida siempre ha estado presente y que la Tierra nunca se ha
congelado totalmente. Lo que me gustaría proponer es una interacción
dinámica entre los primeros fotosintetizadores, los organismos que
procesaban sus productos, y el medio ambiente planetario. A partir
de ésta se puede desarrollar un sistema estable auto-regulado, un
sistema que mantiene la temperatura de la Tierra constante y
adecuada para la vida.
El eminente geólogo Robert Garrels me recuerda a menudo que en su modelo de la Tierra primitiva el dióxido de carbono era abundante (alrededor de un 20 por ciento en volumen) y que la Tierra era caliente (40°C o más).
La idea de mi modelo no es discutir uno u otro de los ecosistemas
arcaicos globales sino de ilustrar cómo la teoría de Gaia
proporciona un conjunto diferente de reglas para los modelos
planetarios. Las climatologías y geologías posibles de un planeta
vivo son totalmente diferentes de las de un planeta muerto que
transporta la vida como un simple pasajero. Dicho esto continuemos
con el «supongamos».
El oxígeno habría sido absorbido inmediatamente por la materia oxidable del medio ambiente, el hierro y el azufre en los océanos. No había una población significativa de consumidores oxidativos paciendo sobre los fotosintetizadores y devolviendo carbono al medio ambiente en forma de dióxido de carbono. No había oxígeno para que los consumidores respirasen; sólo se encontraba el producido y eliminado en yuxtaposición con los fotosintetizadores.
En lugar de los consumidores oxidativos existían los metanógenos, carroñeros y descendientes de los descomponedores originales de los productos químicos. Estas bacterias primarias, sólo capaces de existir en ausencia de oxígeno, obtenían la energía para vivir a partir de la descomposición de la materia orgánica, convirtiendo el carbono en dióxido de carbono y metano que devolvían al aire.
En el Arcaico
éstas sirvieron, como los consumidores de hoy, para devolver al aire
casi todo el carbono que había sido eliminado por los fotosintetizadores.
El metano es un gas que produce efecto invernadero como el dióxido de carbono aunque es menos estable en la atmósfera. Se descompone bajo la luz solar ultravioleta y reacciona con radicales hidroxilo, pequeñas moléculas formadas por un átomo de hidrógeno y otro de oxígeno, que son sorprendentemente reactivas y que eliminan del aire casi todas las otras moléculas a excepción de las más estables.
En el Arcaico es razonable suponer que esta zona de reacción fotoquímica se encontraba en la alta atmósfera, pero en un nivel en que el aire todavía era suficientemente denso como para absorber radiación ultravioleta. Cuando la radiación ultravioleta rompe el metano, los productos se combinan y recombinan con otras moléculas para formar una serie de compuestos químicos orgánicos complejos. Suspendidos en la alta atmósfera estos productos podrían incluir pequeñas gotas y partículas, un smog en la alta atmósfera.
Esta capa podría haber modificado profundamente el medio ambiente arcaico. Las radiaciones ultravioleta y visible del Sol habrían sido absorbidas en su presencia, y la región en que se produjera la absorción se habría hecho más caliente. La presencia de esta capa caliente en la atmósfera habría actuado como capa de «inversión» en la baja atmósfera, y habría invertido la tendencia normal de un descenso de temperatura a medida que se asciende desde la superficie.
En otras
palabras, el smog de metano hubiera sido el equivalente arcaico de
la capa de ozono, y habría actuado, tal como lo hace el ozono, tanto
para estabilizar la estratosfera como para filtrar la radiación
ultravioleta.
De esta manera, la
concentración de metano podría haber aumentado lo suficiente como
para intervenir en el efecto invernadero.
La radiación solar intermedia descompone habitualmente el sulfuro de hidrógeno y otros gases similares, tanto de manera directa como mediante las reacciones fotoquímicas que generan los radicales hidroxilo. Puede suponerse que la atmósfera inferior, protegida por el smog de metano, contendría algo de oxígeno libre junto a un exceso de metano, de manera semejante a la existencia de metano libre en pequeñas cantidades junto al exceso de oxígeno en el aire que respiramos en la actualidad.
Ello todavía
sería más probable si los fotosintetizadores existiesen en la
superficie agrupados en comunidades autosuficientes. Entonces una
parte del oxígeno que producirían se difundiría en el aire y
persistiría durante un tiempo mucho más largo que en el caso de su
emisión dentro de las aguas hambrientas de oxígeno de los océanos.
En un modelo completamente detallado, deberíamos incluir gases tales
como el óxido nitroso, sulfuro de carbonilo y cloruro de metilo,
todos ellos componentes de nuestra atmósfera actual. Sin embargo, en
relación con este modelo es suficiente considerar esta posibilidad
junto con la sorprendente e intrincada serie de reacciones, así como
las consecuencias que podrían derivarse de su existencia.
Basé la
regulación climática fundamental en la capacidad del dióxido de
carbono y el metano de actuar como gases de efecto invernadero. Se
consideró además un pequeño efecto adicional -la colonización de
superficies terrestres tendería a incrementar la nubosidad y, por
tanto, tendería a incrementar la reflexión de la luz del Sol hacia
el espacio exterior.
Una vez que se establece el estado estacionario, este mecanismo cibernético simple regula la temperatura planetaria a lo largo del Arcaico.
La brusca caída de temperatura hace 2,3 eones marca el final del
Arcaico en el modelo y la aparición de un exceso de oxígeno libre en
el aire. Este acontecimiento habría dado lugar a una disminución del
metano hasta niveles cercanos a los de la atmósfera contemporánea,
haciendo imperceptible su papel en el efecto invernadero.
Es sensible a cambios en el rango o tipo de relación entre el crecimiento de las bacterias y la temperatura ambiente. El modelo está basado en la suposición de que el crecimiento del ecosistema bacteriano cesaba en el punto de congelación, era máximo a 25 °C, y cesaba de nuevo a temperaturas por encima de 50 °C.
Como en el mundo de las margaritas, hay un
abrupto cambio de temperatura cuando empieza la vida. Los organismos
vivos crecen rápidamente hasta que se llega a un estado estacionario
en que crecimiento y muerte se compensan. Esta tendencia rápida,
casi explosiva, a expandirse para ocupar un nicho ambiental actúa
como un amplificador. El sistema evoluciona rápidamente en
realimentación positiva hasta aproximarse a un equilibrio. Pronto se
alcanza la estabilidad y el planeta se mantiene en una homeostasis
adecuada.
El mar era
más ácido debido al exceso de dióxido de carbono y era rico en ión
ferroso. En estas circunstancias, el ión ferroso podría haber
secuestrado una proporción importante de amonio para formar un
complejo ferro-amónico estable, en cuya forma se encontraría una
parte importante del nitrógeno. Tanto la caída del dióxido de
carbono como la utilización del nitrógeno por la vida habrían
modificado el balance eh favor del nitrógeno gaseoso.
La razón de ello es un poco recóndita y está relacionada con un incremento en la absorción de radiación infrarroja por los gases del efecto invernadero cuando la presión atmosférica es más alta.
Es importante observar que hay otros modelos del Arcaico igualmente plausibles. Los conocimientos convencionales se expresan en el libro de Holland: considera que el medio ambiente anterior a la vida transcurría sin cambios. Robert Garrels prefiere caracterizar este período por altas temperaturas sostenidas por altas concentraciones de dióxido de carbono en el aire.
Probablemente pasará mucho tiempo
antes de que estemos seguros de la historia antigua de la Tierra.
Sin embargo, el propósito de este capítulo no es hacer una
descripción firme de las condiciones reinantes durante el Arcaico,
sino mostrar cómo la teoría de Gaia se puede usar para construir un
cuadro diferente de aquellos tiempos.
En una segunda visita muy posterior, cuando la vida ya se hubiera desarrollado, un análisis semejante hubiera mostrado un grado de desequilibro imposible de mantener en un planeta sin vida. El dióxido de carbono, el metano, el sulfuro de hidrógeno y el oxígeno no pueden coexistir en las proporciones mostradas en la tabla 4.1 en presencia de la luz solar. Debido a los efectos destructivos de la radiación ultravioleta en el metano, oxígeno y sulfuro de hidrógeno, el extraterrestre se hubiera dado cuenta de que existía una fuente que regeneraba constantemente estos gases. Ninguna fuente volcánica concebible podría mantener una atmósfera semejante.
El extraterrestre hubiera llegado a la
conclusión de que la Tierra estaba ahora viva.
En la tierra más seca de las laderas de las colinas, un barniz de vida microbiana hubiera trabajado incesantemente en la meteorización de las rocas, aportando nutrientes y minerales a las corrientes de agua de lluvia y eliminando continuamente dióxido de carbono del aire. Este paisaje tranquilo habría durado a lo largo de la mayor parte del Arcaico.
Sin embargo, habría habido interrupciones violentas durante la caída
de asteroides desde el espacio. Por lo menos hubo diez catástrofes
de este tipo, cada una suficiente como para destruir más de la mitad
de toda la vida planetaria. Estas habrían alterado el medio ambiente
físico y químico lo bastante como para poner en peligro la
existencia de la vida durante cientos, o quizá miles, de años
después de cada episodio.
¿Adónde fue?
Lo más probable es que el hierro y el azufre de
las rocas superficiales secuestraran el oxígeno presente en las
moléculas de agua. Estas reacciones habrían liberado hidrógeno
gaseoso, que había escapado al espacio. La radiación ultravioleta en
los límites de la atmósfera podría también haber escindido una parte
del vapor de agua en hidrógeno y oxígeno. En cualquier caso, el
hidrógeno, y en consecuencia el agua, se perdieron para siempre y el
planeta evolucionó a un estado más oxidado. Ahora Venus, con su
calor de horno y su aire cargado de azufre, es un modelo del
infierno. En comparación, gracias a la vida que soporta, la Tierra
es el cielo.
Parece probable que la presencia de vida haya tenido algún papel. Robert Garrels me dijo que sus cálculos sugieren que en ausencia de vida la Tierra se hubiera desecado en aproximadamente 1,5 eones, la mitad del Arcaico. Hay varias maneras de retener el hidrógeno en un planeta. Una es introducir oxígeno en la atmósfera o el medio ambiente para que capture hidrógeno formando agua.
La vida, en la fotosíntesis, divide el dióxido de carbono en carbono y oxígeno. Si una parte del carbono queda sepultado en las rocas de la corteza resulta un incremento neto de oxígeno. Por cada átomo de carbono enterrado se obtienen dos átomos de oxígeno. Por tanto, cuatro átomos de hidrógeno o dos moléculas de agua.
También hay que considerar las reacciones que ocurren en el fondo del océano entre el agua y el ión ferroso de las rocas basálticas. El hidrógeno libre producido constituiría un alimento para aquellas especies bacterianas que pudiesen obtener energía transformándolo en metano, sulfuro de hidrógeno y otros compuestos menos volátiles que el hidrógeno.
El metano descompuesto
en la estratosfera por la radiación ultravioleta podría estratificar
la atmósfera y retardar así la difusión de los gases procedentes de
la atmósfera inferior, lo que también retardaría la fuga de
hidrógeno al espacio. De ésta y otras maneras más sutiles la
presencia de la vida arcaica habría salvado a nuestro planeta de una
muerte polvorienta.
Sin embargo, estos antiguos fósiles pertenecen
a lugares húmedos; todavía no sabemos si había vida en la tierra
seca. Encuentro difcil de creer que una forma de vida tan
emprendedora como las bacterias hubiera desaprovechado las
superficies terrestres. En este momento quiero dejar claro lo que
considero que es una hipótesis falsa acerca -de aquellos tiempos
primitivos. Ahora estamos aplicando una nueva teoría para describir
el paisaje que permite explicar coherentemente las pocas evidencias
genuinas de que disponemos.
Se sostenía, además, que la vida anterior al oxígeno tenía que estar obligada a existir en las profundidades del mar, donde no podía penetrar la radiación ultravioleta. Fue sólo después que apareciese el oxígeno en el aire que pudo formarse ozono y éste pudo actuar como un escudo protector contra los rayos ultravioleta impidiendo que alcanzasen la superficie. Después de esto, el camino quedaba abierto para que una vida abundante pudiera colonizar la tierra firme y posibilitar el aumento de la concentración de oxígeno hasta su nivel actual del 21 por ciento mediante un incremento de la fotosíntesis.
La
intensidad de la radiación ultravioleta sobre la superficie de la
Tierra en ausencia de ozono sería 30 veces mayor que la actual. Se
dice que semejante irradiación habría esterilizado la superficie
terrestre. Los creyentes más comprometidos en la energía de la
radiación ultravioleta mantienen que se necesitan de 10 a 30 metros
de agua oceánica para filtrar la radiación mortal. Sostienen que la
vida no hubiera podido existir en las aguas someras ni en la
superficie.
Nuestro objetivo práctico era la
prevención de infecciones recurrentes en salas de hospital y
quirófanos. Buscábamos una manera de matar las bacterias del aire y
prevenir de este modo la extensión de la infección. Algunas especies
de bacterias lavadas y desnudas eran destruidas fácilmente por
radiación ultravioleta cuando eran suspendidas en el aire, incluidas
en gotas finas. Sin embargo, era impresionante observar cómo una
pequeña película de materia orgánica podía proteger de forma casi
completa hasta las especies más sensibles.
Apenas se necesitan
prendas para parar la radiación ultravioleta.
(*)
En el océano hay incluso más posibilidades. Los abundantes iones de elementos de transición tales como hierro, manganeso y cobalto tienen una intensa capacidad de absorción de luz ultravioleta, así como las sales del ácido nitroso y diversos ácidos orgánicos. Pero aún en el caso de que luz solar ultravioleta sin filtrar de ningún modo hubiera brillado en la superficie, la vida no se hubiera resentido demasiado. Los organismos son esencialmente oportunistas.
Probablemente habrían transformado la energía
ultravioleta dura para su uso en forma de fuente de energía de alto
rendimiento. Es un insulto a la versatilidad de los sistemas
biológicos suponer que una débil penetración de radiación como la
luz solar ultravioleta podía constituir un obstáculo insuperable
para la vida en la superficie. Incluso los seres humanos de piel
negra son casi inmunes a sus efectos, y esta radiación es empleada
en la piel de todos nosotros para la producción fotobioquímica
ocasional de vitamina D.
No podía ayudarles
planteando cómo era posible que pensasen que había vida en la
superficie intensamente irradiada de Marte y al mismo tiempo
creyeran que la Tierra, detrás de la espesa y turbia atmósfera
arcaica, era estéril. ¿Cómo podían encajar en sus mentes dos ideas
tan contradictorias?
Sin embargo, a pesar de su tamaño, las bacterias tienen sus
tácticas para producir lluvia. Recientemente se ha encontrado que
bacterias del género pseudomonas sintetizan una macromolécula que
puede inducir la congelación de gotas de agua superenfriadas por
debajo de 0 °C.
El agua pura es reacia a congelarse. Lo hace
en nuestras neveras porque en las masas de agua siempre hay alguna
partícula que permite iniciar el proceso de agregación. Algunos
compuestos químicos, como el ioduro de plata, tienen formas
cristalinas similares al hielo. Si se esparcen estos cristales en
una nube superenfriada desencadenarán el proceso de congelación y
eventualmente la caída de agua.
Sin
embargo, algunos ecologistas piensan que el robo de lluvia es
socialmente indeseable, pues ésta podría haber caído sobre los que
quizá la necesitan más.
En este
momento los microbiólogos serios se ponen nerviosos y temen la
proximidad de otra herejía teleológica. Afortunadamente, podemos
construir fácilmente un modelo plausible de la evolución, en donde
se acopla un efecto ambiental de gran escala y la actividad local de
los microorganismos -además un modelo libre de toda mancha de
previsión.
Como consecuencia de ello se
obtendría una distribución ubicua del mejor nucleador posible. Por
razones puramente locales, estas bacterias continuarían su actividad
congeladora en cualquier sitio donde esto les reportase alguna
ventaja. Por otra parte, no es difícil comprender que los
ecosistemas superficiales que transportasen generadores de hielo
estarían en ventaja con respecto a los incapaces de producir agentes
nucleadores. El polvo del suelo agitado por el viento o levantado
por torbellinos podría inducir la congelación de gotas en las nubes
y luego la lluvia.
Ello da lugar a que más vapor de agua se condense y congele, de manera que el hielo y la nieve añadidos dan lugar a que la nube gane agua y peso, y se produzca la precipitación. Por tanto, cualquier producto de un organismo vivo que nuclee gotas superenfriadas de una nube favorecerá la lluvia.
El climatólogo Robert Charlson ha indicado que las emisiones de compuestos de azufre por el biota han tenido un papel importante en la provisión de núcleos de condensación de nubes tanto en la actualidad como en el pasado reciente. Sin embargo se requiere la presencia de oxígeno atmosférico para la oxidación del azufre a ácidos sulfúrico y metanosulfónico, los agentes nucleantes.
Ello no
podría haber ocurrido en el Arcaico, pero otras especies moleculares
pueden haber cumplido esta función. El aerosol de sal marina formado
al romperse las olas tiene alguna capacidad de nucleación, pero es
pequeña en comparación con las microgotas de ácido sulfúrico.
En la actualidad, los ríos transportan al océano elementos que son utilizados o requeridos por la vida marina -como por ejemplo nitrógeno, fósforo, calcio y silicio-. Sin embargo, los ríos también llevan al mar otros elementos más raros -azufre, selenio y iodo-, y la tierra se empobrece.
Ello nos conduce a otro mecanismo geofisiológico de gran
escala: la transferencia de elementos esenciales o nutrientes desde
el océano, donde son abundantes, a la tierra, donde son escasos. El
proceso requiere que la vida marina sintetice compuestos químicos
específicos que actúen como transportadores de elementos a través
del aire. El azufre, por ejemplo, es transportado del océano a la
tierra mediante el sulfuro de dimetilo, un producto de las algas
marinas.
Los organismos anaerobios que convierten los elementos, potencialmente tóxicos, mercurio y plomo en sus metil derivados volátiles proliferaron con éxito y proporcionaron al ecosistema un mecanismo para eliminar residuos tóxicos. Las zonas anóxicas son atravesadas continuamente por un flujo de gas metano que serviría para llevarse lejos estos materiales volátiles.
Una
parte de esta actividad metilante es beneficiosa a escala regional o
incluso global. La producción de selenuro de dimetilo, descubierta
por primera vez por el químico atmosférico F.S. Rowland, es útil
para compensar de una manera sutil la toxicidad del dimetil
mercurio. También sirve para el reciclado del selenio, elemento
esencial, a escala mundial (o planetaria).
Son como los yacimientos de carbón almacenados a partir de los bosques del período Carbonífero, eones después. Estos depósitos de carbono constituyen todo lo que queda de los cuerpos muertos de los microorganismos que una vez vivieron en el Arcaico. Tanto en este período como en la actualidad, los volcanes descargaron dióxido de carbono.
Las bacterias
fotosintéticas utilizaron este dióxido de carbono para elaborar los
compuestos orgánicos de sus células; dichos organismos también
pueden haber facilitado la reacción del dióxido de carbono con el
calcio y otros iones divalentes disueltos en el mar y en las
superficies terrestres.
Sin embargo, éste habría sido utilizado en la oxidación de los compuestos reducidos de los ambientes oceánicos y de la superficie, y de los emitidos por los volcanes. Algo parecido a uno de estos experimentos de los estudios de bachillerato, en que se añade de forma progresiva una solución oxidante a una solución reductora hasta que un indicador cambia de pronto de color para señalar el cambio repentino de reductor a oxidante al final de la valoración.
La deposición de una proporción pequeña de carbono y azufre, procesados por bacterias que existieron en algún momento, dio lugar a la valoración del material oxidable del medio ambiente hasta que se agotó el excedente. Se continuó añadiendo material reductor al océano y la atmósfera, pero la velocidad de adición era menor que la de deposición de carbono.
El oxígeno libre empezó a encontrarse en el
aire a niveles más que suficientes para vencer la tendencia
reductora del metano, y marcó el final de la época.
Estos podrían haberse encontrado principalmente en la superficie, donde los fototróficos expuestos al Sol habrían producido localmente suficiente oxígeno para mantenerlos. Consistirían en un ecosistema separado y encapsulado sobreviviendo en un sistema letal, de manera semejante a la supervivencia de los anaerobios en el mundo venenoso y rico en oxígeno de la actualidad.
En este ecosistema oxidante
habría consumidores que vivirían de los productos orgánicos de las
cianobacterias, y también organismos capaces de explotar un medio
ligeramente oxidante y llevar a cabo habilidades como la
desnitrificación (usando iones nitrato y nitrito en lugar de oxígeno
de manera que el nitrógeno escaparía al aire como nitrógeno gaseoso
y óxido nitroso).
Extraños escenarios son
incluso probables si las comunidades de la superficie hubiesen
generado óxido nitroso antes de que el mismo oxígeno apareciese.
Este gas es estable en la troposfera y pudiera haber permitido
persistir al metano durante más tiempo. También es en cierta medida
un gas de efecto invernadero y pudiera haber compensado la
disminución de metano. Ahora es sintetizado por bacterias y es
probable que entonces hubiera bacterias que lo fabricasen.
Ellas medran en cualquier ambiente que esté libre de oxígeno. Ellas son el motor de los vigorosos y extensos ecosistemas de las zonas anóxicas del fondo marino, de las zonas húmedas y marismas, y de los intestinos de casi todos los consumidores, incluyendo a nosotros mismos. En un sentido geológico estricto, el período finalizó hace 2,5 eones y el oxígeno puede haber venido después. La aparición del oxígeno en el aire y en la superficie de los océanos no eliminó los ecosistemas anóxicos, sólo los segregó a las aguas estancadas y los sedimentos.
Como consecuencia, las rocas que se formaron a partir de
estos sedimentos pueden no haber registrado la presencia de oxígeno
libre en el aire.
Las bacterias son móviles y mótiles y se podrían haber desplazado por todo el mundo arrastradas por los vientos y las corrientes oceánicas. También pueden intercambiar fácilmente información en forma de mensajes codificados en las cadenas de ácidos nucleicos de bajo peso molecular llamadas plásmidos. Toda la vida en la Tierra estaba por tanto ligada por una red de comunicación lenta, pero precisa.
La visión de Marshall McLuhan de la «aldea global», con seres humanos ligados en una red parlante de telecomunicaciones, es una reedición de este mecanismo arcaico.
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