8º - TIEMPOS MODERNOS

“Nunca me di cuenta de lo sedantes que son los árboles: muchos árboles y claros por donde penetra la luz del Sol, y la serenidad de los árboles. Es casi como estar en otro mundo.”

D.H. Lawrence

Selected Letters

Este capítulo trata del período de la historia de la Tierra en que organismos vivos suficientemente grandes para ser observados a simple vista crecieron y se movieron en los continentes y en el mar.

 

Los microorganismos todavía florecían y todavía eran responsables de una parte importante de la regulación de la Tierra. Sin embargo, la llegada de grandes comunidades de células de cuerpo blando alteró la superficie de la Tierra y el ritmo de la vida en ella: plantas que podían permanecer de pie sostenidas por estructuras de raíces profundas en el suelo, consumidores que podían trasladarse por el suelo y también por el aire o el mar.

 

Todos estos seres dejaron restos fósiles. Su presencia marca el período denominado Fanerozoico, que abarca desde el Cámbrico, hace unos 600 millones de años, hasta la época actual. Debido a que vivimos en él, y debido a que los registros históricos recientes son mucho más detallados que los del pasado antiguo, parece que se trata de un período familiar y bien conocido. Esto es una ilusión. Sabemos poco de la historia de la Tierra, incluso de la de nuestra propia época. Desde el Cámbrico sólo disponemos de catálogos de especies y rocas. Dan alguna información acerca de la vida en la Tierra pero sólo de manera sucinta, así como una guía de teléfonos informa acerca de las vidas privadas y la economía de una ciudad.

Si consideramos que Gaia es un organismo vivo, el Fanerozoico se puede considerar como el estado más reciente de su vida, en el que todavía se encuentra. Ello puede ser más' fácil que considerar de manera independiente las vidas de los miles de millones de organismos de la que está formada. Conocer un amigo generalmente no requiere un conocimiento detallado de su estructura celular.

 

De manera semejante, la geofisiología, que está interesada en la Tierra en su conjunto, no necesita abrumarse con masas de detalles, como capas gruesas de hojas caídas, entre las ramas del árbol de la ciencia. Echemos un vistazo por tanto a la fisiología de Gaia durante este período. En una historia ideal se debería describir el sistema al completo, pero el hábito de la reducción cala hondo. En el presente estado de ignorancia es mejor dividir el capítulo en secciones, cada una de ellas dedicada principalmente a la regulación de un elemento químico importante y del clima.

Los geólogos indican que la transición del Proterozoico al Fanerozoico ocurrió hace unos 570 millones de años. Los primeros organismos que reconoceríamos como animales con esqueletos aparecieron en la Tierra un poco antes. Como geofisiólogo prefiero contemplar esta transición como marcada también por un cambio en la abundancia de oxígeno, un suceso no muy diferente del que ocurrió entre el Arcaico y el Proterozoico.

Mis colegas me han dejado muy claro que lo que viene a continuación acerca del oxígeno es pura especulación, a menudo, contraria a los criterios convencionales. Lo he incluido aquí a pesar de sus reticencias porque ilustra una hipótesis sobre la evolución del oxígeno libre a la luz de la teoría de Gaia. Si es cierta o errónea no me parece tan importante como su valor para la estimulación de nuevos experimentos y medidas.

Consideremos el oxígeno. Este gas proviene de la utilización de la energía solar por los cloroplastos verdes dentro de las células para convertir dióxido de carbono y agua en oxígeno libre y productos químicos. La mayor parte del oxígeno es usada de nuevo por los consumidores, que comen las plantas y las algas, oxidan el alimento y devuelven el dióxido de carbono al aire y al mar. Desde sus orígenes como productores, los fotosintetizadores han tenido una relación de amor y odio con los consumidores. A los productores no les gusta ser comidos, pero la presencia de los consumidores es esencial para su salud y la de los organismos mayores de los que forman parte.

Cuando aparecieron los animales y plantas se pusieron de manifiesto los detalles precisos de esta agresión constructiva. Se observa que las plantas poseen venenos y espinas y pinchos, y los animales se ven obligados a desarrollar técnicas nuevas para pastar. Es necesario un equilibrio porque la supervivencia de plantas y algas se vería amenazada sin los consumidores.

 

En la atmósfera sólo hay reserva de dióxido de carbono para unos pocos años. La desaparición de los consumidores de la escena sería desastrosa para las plantas, y en un intervalo de tiempo muy pequeño. No sólo se acabaría el dióxido de carbono para la fotosíntesis, sino que habría cambios climáticos muy importantes a medida que los gases de la atmósfera y el albedo respondiesen a la muerte de las plantas. No menos importante, el intrincado reciclado de nutrientes y la regeneración del suelo desaparecerían. A escala humana, la coexistencia de consumidores y productores se puede comparar con el largo período de paz que ha reinado entre las superpotencias, hostiles pero mutuamente interdependientes.

El oxígeno también se gasta en reacciones con gases como los sulfurosos emitidos por los volcanes, o las especies químicas reductoras de las rocas ígneas que solidifican a partir del magma que emerge a través de la corteza oceánica. El oxígeno se mantiene a un nivel constante debido a la sedimentación de una pequeña proporción de carbono fotosintético, cerca del 0,1 por ciento, justo lo necesario para equilibrar las pérdidas. Sabemos que el nivel de oxígeno debe de haber cambiado al final del Proterozoico debido a las nuevas formas de vida que aparecieron.

Cuando los organismos vivían principalmente en el agua, o en la superficie terrestre en forma de tapices microbianos, el límite máximo de concentración de oxígeno estaría determinado por su toxicidad. En semejantes ecosistemas los incendios eran un problema menor. Dichos ecosistemas podrían haber tolerado una atmósfera que contuviera hasta el 40 por ciento de oxígeno, siempre que la presión atmosférica suplementaria no acelerase el efecto invernadero para dar lugar a un clima intolerablemente caliente.

Sin embargo, los eucariotas nadadores que aparecieron en el Proterozoico temprano no necesitarían mucho oxígeno, ya que el gas podría difundirse fácilmente a través del pequeño espesor de las paredes de sus microscópicas células; una cantidad tan pequeña como el 0,1 por ciento habría sido suficiente. Los organismos más grandes que aparecieron en el Fanerozoico, tales como los dinosaurios, que estaban formados por volúmenes masivos de células en yuxtaposición, sólo podrían haber existido en un ambiente más rico en oxígeno.

 

Ello es especialmente cierto durante la natación, en que se necesita una gran cantidad de energía. Todavía hoy, con un 21 por ciento de oxígeno en la atmósfera, nuestros músculos no pueden ser alimentados con suficiente oxígeno en condiciones de máximo esfuerzo. Una fuente de energía de reserva, denominada glicolisis, opera cuando corremos lo más rápidamente que podemos.

 

Peter Hochachka, en un curioso libro llamado “Living Without Oxygen” [Vivir sin oxígeno], describe los mecanismos intrincados mediante los que los animales afrontan la producción de energía en un mundo en que para ellos ésta se encuentra limitada por el suministro de oxígeno. Un ejemplo del efecto del tamaño se encuentra en relación con el monóxido de carbono. Para los animales tan grandes como nosotros es fatal. Mata impidiendo que los glóbulos rojos de la sangre puedan transportar oxígeno a nuestros tejidos.

 

Un animal pequeño, el ratón, puede sobrevivir a la saturación completa de su sangre con monóxido de carbono. Sobrevive porque una cantidad suficiente de oxígeno puede difundirse a través de su piel y la superficie de sus pulmones.

Tiene que haber un límite superior para la concentración de oxígeno a la que estos animales pueden vivir debido a los efectos tóxicos de este gas. Estamos tan acostumbrados a pensar en el oxígeno como elemento esencial para la vida que nos olvidamos de sus efectos tóxicos. El metabolismo oxidativo, la extracción de energía del alimento mediante su reacción con el oxígeno, se encuentra inevitablemente acompañado de la fuga de intermediarios altamente venenosos dentro de la célula.

 

Una sustancia como el radical hidroxilo es un oxidante tan superpotente que si se encontrase en la atmósfera en la misma concentración que el oxígeno cualquier cosa inflamable se quemaría instantáneamente. Reacciona con el metano a temperatura ambiente, mientras que el oxígeno no reacciona más que cerca de los 600 °C. Otros productos indeseables derivados del oxígeno son el peróxido de hidrógeno, el ión superóxido, y los átomos aislados de oxígeno. Las células vivas han desarrollado mecanismos para desintoxicarse de todos estos productos: enzimas, como la catalasa, que descompone el peróxido de hidrógeno en oxígeno y agua, y la superóxido dismutasa, que convierte el maligno ión superóxido en productos inofensivos.

 

Asimismo, antioxidantes, como el tocoferol, eliminan los radicales hidroxilo. Nosotros y los demás animales vivientes de hoy en día, desde el más grande al más pequeño, debemos nuestra supervivencia a este sistema de protección química desarrollado por nuestros antecesores bacterianos. Si no hay un gran exceso de oxígeno se puede contener la toxicidad de estos productos.

¿Por qué aumentó el nivel de oxígeno?

 

Al final del Arcaico, el aporte de especies químicas reductoras --sulfuros e ión ferroso- de la Tierra primitiva fue insuficiente para compensar el flujo de oxígeno proveniente de la deposición de carbono, y el oxígeno aumentó. En el Proterozoico temprano se llegó a un estado estacionario a baja concentración, mucho menor que la de la atmósfera presente. Este nivel provenía de un balance entre las necesidades de los consumidores y la toxicidad del oxígeno para los fotosintetizadores primitivos. No existe una transición tan claramente definida en el Proterozoico como la que corresponde a la aparición del oxígeno hacia el final del Arcaico (ver tabla 6.1).

 

No sabemos por qué empezó a subir de nuevo el nivel de oxígeno, aunque Robert Garrels propone que ello se encuentra asociado con el desarrollo de bacterias que reducen el sulfato. Ello hubiera dado lugar a la deposición de una parte mayor de los materiales producidos por los fotosintetizadores en forma de azufre o sulfuros, dejando detrás un exceso de oxígeno en el aire.

 

Ocurriera lo que ocurriera, las reacciones de este oxígeno libre con otros elementos tales como el carbono y el azufre liberarían ácidos a la atmósfera, lo que aumentaría la erosión de las rocas de la corteza y, consiguientemente, liberaría más nutrientes, lo que daría lugar a una mayor abundancia de organismos vivientes. Esta retroalimentación positiva sobre el aumento de oxígeno continuaría hasta que las desventajas de su presencia superasen a los efectos beneficiosos.

 

De manera semejante la población de coches en algunas ciudades crece hasta que el movimiento resulta restringido por su presencia.

Nota: Las abundancias de oxígeno se expresan como “porcentajes de mezcla”. Es decir, proporciones en la atmósfera total. Las fuentes y sumideros son las cantidades de oxígeno, en giga toneladas por año, emitidas hacia o consumidas desde la atmósfera. El flujo fotosintético actual es aproximadamente cien cuando se expresa en estas unidades.

En algún momento de este período los organismos empezaron a sintetizar a gran escala los precursores de esas sustancias misteriosas llamadas ligninas y ácidos húmicos. Estas pueden provenir de la invención de algunos antioxidantes nuevos. Los precursores de las ligninas son los fenoles, que son bien conocidos por su rápida reacción con los radicales hidroxilo.

 

Un ejemplo típico de este tipo de sustancias es el coniferol, que cuando reacciona con hidroxilo produce lignina, un polímero carbonoso que tiene una gran estabilidad química y resistencia a la biodegradación. Debido a estas propiedades la lignina daría lugar a un incremento de la tasa de acumulación de carbono si se sintetiza en grandes cantidades, y con ello también aumentaría la tasa de producción de oxígeno.

Desde un punto de vista geofisiológico, la lignina representa un material tan importante para las plantas como lo son los fosfatos y carbonatos para los huesos y conchas de los animales. Del mismo modo que la deposición de la calcita en las células inicialmente puede haber sido un sistema para disminuir la concentración de este elemento tóxico en sus fluidos, la producción de lignina inicialmente puede haber consistido en un método de eliminar la toxicidad del oxígeno.

 

Ambos materiales permiten la construcción de grandes comunidades celulares de una nueva clase. A1 principio en los océanos, y ahora en todos los organismos vivientes, las identificamos como plantas y animales. El modelo de la evolución del oxígeno y la regulación del dióxido de carbono representado en la figura 5.4 puede extrapolarse hasta el período actual. Sin embargo este modelo, tal como ha sido descrito, no permite explicar de manera detallada la regulación precisa de la concentración de oxígeno observada durante los últimos centenares de millones de años.

El oxígeno ha permanecido en una concentración constante del 21 por ciento en volumen durante todo el Fanerozoico. La manifestación de la constancia de esta alta concentración se encuentra en las capas sedimentarias que contienen carbón vegetal. Estas se pueden observar en épocas tan remotas como hace 200 millones de años. La presencia de carbón vegetal implica fuego, probablemente incendios forestales.

 

Estos indican límites muy definidos para la cantidad de oxígeno atmosférico. Mi colega Andrew Watson mostró que los incendios no pueden empezar, ni siquiera en zonas secas, cuando el oxígeno se encuentra por debajo del 15 por ciento. Por encima del 25 por ciento los incendios son tan intensos que incluso la madera húmeda de las selvas tropicales se quemaría en una conflagración espantosa. Por debajo del 15 por ciento no podría haber carbón vegetal, por encima del 25 por ciento no podría haber bosques.

 

El oxígeno se encuentra en una concentración del 21 por ciento, cerca del punto medio entre estos límites.

Podría ser que los mismos incendios regulasen el oxígeno. No hay escasez de rayos para dar lugar a su ignición. Si los incendios son los reguladores no puede tratarse de una relación simple. El oxígeno del aire proviene de la acumulación del carbono. Los consumidores son eficientes y sólo el 2 por ciento del carbono fotosintetizado alcanza los sedimentos, de donde un 95 por ciento se devuelve al ambiente oxidante en forma de metano. Así, sólo una parte de cada mil del carbono fijado por las plantas queda enterrado en las profundidades.

 

Por otra parte, la combustión es ineficaz. Cualquier fabricante de carbón vegetal nos dirá que el 70 por ciento del carbón de la madera puede quedar preservado en una combustión controlada. Por tanto, los incendios pueden dar lugar a la acumulación de mucho más carbono porque el carbón vegetal es totalmente resistente a la degradación microbiana.

 

Paradójicamente, pues, los incendios pueden dar lugar a una mayor acumulación de carbono a largo plazo. Esta hipótesis preliminar podría dar lugar a que existiera un efecto de retroalimentación positivo para la acumulación de oxígeno, pero éste pronto daría lugar a tal devastación de las selvas que la producción de carbono caería hasta el punto en que el oxígeno se encontraría cerca o por debajo del nivel actual. Entonces se repetiría el ciclo. Ciertamente las capas de carbón vegetal que se encuentran en los sedimentos sugieren la existencia de incendios recurrentes, pero la proporción de carbono acumulado que existe en forma de carbón vegetal es demasiado pequeña como para justificar la existencia de este ciclo.

Una regulación más sutil en relación con el fuego consistiría en la utilización del fuego por algunas especies de árboles como arma para mantener su posesión del territorio. Las coníferas y los eucaliptos han evolucionado independientemente para generar un detritus altamente inflamable en el suelo: montañas de residuos vegetales con resina y terpenos que se incendian y queman ferozmente cuando son encendidos por un rayo. Esta forma de fuego contenido no daña los árboles más altos, pero representa la muerte para algunas especies como los robles.

 

Además estos fuegos dejan poco carbón, la combustión es casi completa. La ecología del fuego es tan evolucionada que algunas especies de coníferas requieren el calor del fuego para liberar las semillas de las cápsulas que las contienen. La precisa regulación del fuego para dar lugar a un nivel de oxígeno tan conveniente como el 21 por ciento sugiere que en ello juegan un papel crucial partes importantes de las plantas, inflamables o no inflamables, que son las víctimas y los beneficiarios del proceso.

 

No es adecuado plantearse si estos árboles que utilizan la ecología del fuego también producen menos lignina que el resto de la vegetación. Si fuera así representarían una fuente menor de carbono sedimentario y así servirían para regular el oxígeno a un nivel en que se producirían incendios pero no tan intensos como para producir más mal que bien.

Esta discusión independiente sobre el oxígeno está justificada por su importancia histórica; es como si el oxígeno hubiese sido el director que guió a los músicos en su orquesta evolutiva. No obstante debemos recordar que en Gaia la evolución de los organismos y su ambiente es un proceso único e inseparable. Además, los ciclos de todos los elementos que constituyen Gaia están estrechamente acoplados entre sí, y con las especies de organismos.

 

Los intentos dé descripción del papel de cada una de estas partes del sistema están limitados por la inevitable utilización de la expresión escrita pero son necesarios. Con esta idea en mente, y recordando que la geofisiología del carbono y del oxígeno no pueden separarse, contemplemos ahora el dióxido de carbono.

En los tiempos modernos, el dióxido de carbono es un simple gas traza en la atmósfera que contrasta con su abundancia en los demás planetas terrestres, o con los gases abundantes de la Tierra, oxígeno y nitrógeno. El dióxido de carbono se encuentra ahora a sólo 340 partes por millón en volumen. La Tierra primitiva en que empezó la vida tenía probablemente 1.000 veces más dióxido de carbono.

 

Venus tiene ahora 300.000 veces más e incluso Marte, cuyo dióxido de carbono se encuentra en gran liarte congelado en la superficie, tiene 20 veces más. James Walker y sus colegas intentaron explicar el bajo contenido de dióxidos de carbono en la Tierra mediante simples argumentos geoquímicos.

Su modelo se basaba en el hecho de que la única fuente de este gas es la emisión volcánica y que el único sumidero es su reacción con las rocas de silicato cálcico. En su mundo la vida no jugaba un papel en la regulación del dióxido de carbono. A medida que el Sol se calentaba ocurrían dos procesos. El primero era el incremento en la tasa de evaporación de agua de mar y, por tanto, de lluvia.

 

El segundo, un incremento de la tasa de reacción del dióxido de carbono con las rocas. Estos dos procesos actuando de manera conjunta incrementarían la tasa de erosión de las rocas y así disminuiría el dióxido de carbono. El efecto neto consistiría en una retroalimentación negativa en el aumento de la temperatura en la medida que aumentase el calor procedente del Sol. Por desgracia este modelo plausible e imaginativo no podía explicar los hechos. El dióxido de carbono predecido para la época presente sería 100 veces superior al que en realidad es.

El modelo de James Walker puede ser factible si se incluyen en él los organismos vivientes. En cualquier punto de la Tierra en que se examine el suelo de una región bien cubierta por la vegetación, el contenido en dióxido de carbono es del orden de 10 a 40 veces superior al que se encuentra en la atmósfera. Lo que ocurre es que los organismos vivientes actúan como una bomba gigante.

 

Continuamente apartan el dióxido de carbono del aire y lo conducen a las partes profundas del suelo donde puede reaccionar con las partículas de las rocas y ser eliminado. Consideremos un árbol. Durante su vida deposita en sus raíces toneladas de carbono que recoge del aire; una parte del dióxido de carbono escapa de nuevo a la atmósfera debido a la respiración de las raíces, y cuando el árbol muere el carbono de las raíces es oxidado por los consumidores, devolviendo a la atmósfera el dióxido de carbono que se encontraba en las profundidades del suelo.

De un modo u otro los organismos del suelo se encuentran insertos en el proceso de bombeo de dióxido de carbono desde el aire al suelo. En éste entra en contacto con las rocas de silicato cálcico y reacciona con las mismas para formar carbonato cálcico y ácido silícico. Estos productos a su vez se disuelven en el agua subterránea y entran a formar parte de las corrientes y los ríos, incorporándose al mar.

En el mar, los organismos marinos continúan el proceso de incorporación a los sedimentos secuestrando el ácido silícico y el bicarbonato cálcico para formar sus conchas. Como consecuencia de la continua lluvia de conchas microscópicas marinas, los productos de la erosión de las rocas -caliza sedimentaria y sílice- son enterrados en el fondo del mar y eventualmente incorporados al magma por el movimiento tectónico de placas.

 

Si la vida no estuviera presente el dióxido de carbono de la atmósfera tendría que interaccionar con el silicato cálcico de las rocas mediante procesos inorgánicos lentos como la difusión. En estas condiciones, para mantener en el suelo la cantidad de dióxido de carbono que ahora se observa, la concentración de este gas tendría que ser mucho mayor, quizá del orden del 3 por ciento. Esta es la razón por la cual el modelo de Walker no funciona.

Si se considera desde este punto de vista, ya tenemos una explicación de la baja concentración de dióxido de carbono en la atmósfera actual de la Tierra. Este gran mecanismo geofisiológico ha funcionado desde que empezó la vida como una parte de la regulación climática. Sin embargo, a medida que el Sol se torna más caliente, este mecanismo tiene pocas posibilidades de mantener el planeta frío.

 

Hay una relación inversa entre la abundancia de dióxido de carbono y la abundancia de vegetación. Si asumimos que la salud de Gaia se mide por la abundancia de vida, los períodos de salud serán los de bajo nivel de dióxido de carbono. Durante el estado de salud habitual de Gaia, en el frío confortable de la glaciación, el dióxido de carbono se encuentra a sólo 180 partes por millón en volumen -peligrosamente cercano al límite inferior necesario para el crecimiento de las plantas.


No es sorprendente que en el Mioceno, hace unos 10 millones de años, se desarrollase un tipo nuevo de planta capaz de crecer a concentraciones de dióxido de carbono más bajas. Estas plantas tienen una bioquímica diferente y se llaman plantas C4 para distinguirlas de las plantas predominantes C3. Los nombres C3 y C4 se refieren a una diferencia en el metabolismo de los compuestos de carbono en estos dos tipos de plantas: las plantas C4 son capaces de fotosintetizar a niveles de dióxido de carbono mucho más bajos que las antiguas plantas C3.

 

Las modernas plantas C4 comprenden fundamentalmente las hierbas, aunque no todas, mientras que los árboles y las plantas de hoja grande usualmente utilizan el ciclo C3. Eventualmente, y probablemente pronto, estas plantas nuevas sustituirán a las anteriores y serán capaces de desarrollarse incluso a concentraciones más bajas de dióxido de carbono para compensar el calor creciente del Sol.

 

Sin embargo, ello será una solución temporal, porque si asumimos que la situación actual se mantendrá en el futuro, en un tiempo tan corto como dentro de 100 millones de años, el Sol se habrá calentado lo suficiente como para que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera tenga que ser nula para mantener la temperatura media actual. En breve se explicará que hay otros mecanismos de enfriamiento que pueden intervenir. También podría suceder que evolucionara un ecosistema que se encontrase cómodo a una temperatura media de hasta 40 °C.

La crisis del dióxido de carbono es importante pero no necesariamente tiene que amenazar la vida de Gaia.


Si estoy en lo cierto en cuanto a que la época glacial es el estado preferido de Gaia, entonces los períodos interglaciares como el presente representan un fallo temporal de regulación, un estado de febrícula planetario del ecosistema reciente. ¿Cómo se ha llegado a él?

Es conocido que los sistemas activos de regulación o control exhiben inestabilidades cuando llegan al límite de su rango operacional. Ello se puede ver claramente en el modelo del mundo de las margaritas de la figura 3.6. Cuando la estrella que calienta el planeta imaginario se vuelve más caliente, los efectos de la plaga cíclica que afecta a las plantas aparecen en una forma amplificada, en forma de fluctuaciones cíclicas de temperatura, hasta que el sistema fracasa por sobrecalentamiento.


Todavía no conocemos la causa de las glaciaciones, aunque sabemos que se trata de un fenómeno periódico que ocurre sincronizadamente con pequeñas oscilaciones en la cantidad de radiación solar que llega a la Tierra y con las variaciones a largo plazo de la inclinación y la órbita de la Tierra. Esta relación astrofísica entre glaciación y órbita e inclinación de la Tierra fue propuesta por un yugoslavo, Milutin Milankovich. El incremento del calor recibido por el Sol no es en sí mismo suficiente para explicar el intervalo de temperatura entre períodos glaciares e interglaciares, pero podría constituir el inductor que sincronizase el cambio de un estado al otro.

 

De acuerdo con el físico japonés Shigeru Moriyama, el análisis matemático de la periodicidad de la temperatura media en la Tierra en el último millón de años es más coherente con una oscilación inducida externamente que con una oscilación autónoma, o una respuesta simple a los cambios de energía radiante del Sol.

La geofisiología sugiere que, para regular el clima frente a un incremento creciente en el calor del Sol, los glaciares son el estado normal y los interglaciares, como el presente, los patológicos. Si pensamos de esta manera, la baja cantidad de dióxido de carbono en las épocas glaciares puede corresponder a un biota más eficiente. Tienen que haber existido más organismos en la Tierra. En caso contrario, ¿cómo es posible que la cantidad de dióxido de carbono haya sido tan baja? Si había más organismos bombeando ¿dónde están?

 

A primera vista parecería que las capas de hielo dejarían menos sitio para la vida ya que cubrirían una buena parte de lo que es ahora, o lo era antes de que aparecieran los seres humanos, tierra forestal. Sin embargo, a medida que el agua entraba a formar parte de los glaciares terrestres, el nivel del mar habría bajado unos 100 metros, dejando expuestas al aire vastas áreas de suelo rico y fértil de las plataformas continentales.

 

Un vistazo al mapa de las plataformas continentales muestra que una gran parte de la nueva tierra se encontraría en los trópicos húmedos, como las zonas actuales del sudeste de Asia. Ello habría representado un área equivalente á la superficie del África actual, y habría podido mantener selvas tropicales.

Un mundo semejante es inherentemente inestable. Si una tendencia al calentamiento, como el efecto Milankovich, diera lugar a una disminución de zonas terrestres, él efecto combinado del incremento del dióxido de carbono junto con el efecto geofísico retroactivo de una disminución en el área de reflexión constituida por la cubierta de hielo y de nieve daría lugar a un incremento acelerado de la temperatura y del dióxido de carbono.

 

El sistema también sería inestable desde un punto de vista biológico. En una situación cercana al límite inferior del dióxido de carbono necesario para el mantenimiento de la fotosíntesis habría una intensa presión selectiva sobre las plantas emergentes para que pudieran vivir con menos dióxido de carbono aún.

También hay otros factores críticos que podrían precipitar un aumento de dióxido de carbono y temperatura. Uno de los que se me ocurren consiste en algún efecto relacionado con el incremento de sal en el océano a medida que el agua se congelase para formar hielo.

 

La lluvia ácida emitida por las algas marinas como resultado del exceso de salinidad, o bien un fallo en la producción de sulfuros volátiles por el biota marino, que podría dar lugar a una disminución de plantas terrestres privándolas de un elemento esencial, podría ser otro. Una disminución de la cubierta de nubes y del albedo planetario es otro. Los ciclos de las edades de los hielos son conocidos. En la figura 6.1 se muestra la historia de la temperatura durante el último millón de años.

También debemos tener en cuenta los procesos regionales que se pueden oponer a la tendencia general hacia el enfriamiento. En las zonas templadas del norte, los grandes bosques de coníferas son de color oscuro y se sacuden fácilmente la nieve blanca que cae encima de ellos durante el invierno. La duración de la estación de invierno debe encontrarse reducida de manera considerable gracias a su presencia.

 

El último sol de invierno en latitudes continentales más allá de los 50 ° no es suficientemente potente para fundir nieve fresca, cuya blancura refleja la energía radiante hacia el cielo. Los pinos negros absorben la luz del Sol, calentándose no sólo los árboles sino también la zona. Una vez que la nieve se ha fundido incluso el suelo desnudo puede absorber luz solar, haciéndose suficientemente templado como para que germinen las semillas y permitiendo que comience la primavera.


La circularidad de las descripciones de los sistemas de control fisiológico dificultan la elección de un punto de partida.

Evolución de la temperatura durante las series recientes de glaciaciones. (A partir de S. W. Matthews.)

¿Qué fue primero, el nivel bajo de dióxido de carbono y la cubierta de nubes densa o la baja temperatura?

 

Esta pregunta, como la de la prioridad del huevo o la gallina, carece seguramente de sentido. Pensemos en el caso de un desarrollo evolutivo reciente, la aparición de plantas C4 que son capaces de crecer a concentraciones más bajas de dióxido de carbono que las antiguas plantas C3.

 

Estas plantas C4 podrían representar el resultado de las glaciaciones y la inducción de más períodos glaciales. Ahora hay suficiente dióxido de carbono para todas las plantas por lo que no hay mucha competencia entre plantas C3 y C4 para ocupar los hábitats, excepto por lo que respecta a la intervención humana que, con finalidades agrícolas, elimina las plantas C3 primitivas y las reemplaza por trigo, arroz, bambú, caña de azúcar, etcétera, muchas de las cuales son plantas C4.

 

Durante una glaciación, cuando el dióxido de carbono está cerca del límite tolerable para las plantas C3, las ventajas del metabolismo C4 empiezan a desplazar la balanza a su favor.

La afición humana por la interferencia me llevó a incluir una trágica historia ficticia en mi primer libro de Gaia. El personaje principal era un biólogo agrícola juicioso y bien intencionado, el doctor Intensli Eeger. Tuvo éxito en donde otros acontecimientos fortuitos han fallado: en eliminar todo ser viviente mediante un proceso autoinducido. Desarrolló, por medio de la ingeniería genética, un microorganismo fijador de nitrógeno y fósforo. La idea era intentar la mejora del rendimiento del arroz en los trópicos húmedos, de manera que al final se venciera el hambre en el Tercer Mundo.

 

Por desgracia su organismo encontró un alga unicelular planctónica mucho más de su agrado que las plantas arroceras. Dicha combinación tuvo tanto éxito que conquistó el mundo. Fue una victoria pírrica porque el mundo binario de la combinación alga-bacteria no pudo mantener la homeostasis planetaria por sí mismo.

Me he sentido un poco culpable por adscribir, incluso a un personaje ficticio, un castigo tan terrible por entrometido y parece justo darle una segunda oportunidad. Esta vez dicho personaje utiliza su ingenio impresionante para desarrollar una nueva forma de árbol a partir de avenas salvajes, uno que funcionaría mediante el ciclo C4 y crecería vigorosamente en las selvas tropicales. Produciría un fruto delicioso lleno de vitaminas y nutrientes, y tendría una gran habilidad para creer bien en áreas áridas. Sus plantaciones podrían invertir los procesos de desertización.

La sustitución de una gran cantidad de selvas tropicales por Avena eegeriensis dio al principio la impresión de que los días malos de la degradación ambiental ya habían pasado. Por todas partes se desarrollaban plantaciones lustrosas, reverdeciendo el Sahel y devolviendo la lluvia a regiones que habían permanecido desérticas durante miles de años.

 

Bajo la sombra de los nuevos árboles volvió a desarrollarse el complejo ecosistema tropical. Pronto se vio que el problema del efecto invernadero asociado al dióxido de carbono desaparecería; el crecimiento lustroso de los árboles había incrementado tanto la tasa de absorción de dióxido de carbono por el suelo que el sumidero era ahora más grande que la fuente. Sin embargo, algunos científicos comentaron que la cubierta de nubes y por tanto el albedo habían aumentado.

 

Existía un debate científico muy vivo: En línea con el pensamiento de moda, y animados por el aporte generoso de fondos de investigación, los científicos atribuían el incremento de la nubosidad a las actividades de la industria química y nuclear.

Pronto empezó el alargamiento del período de nieve invernal en Moscú, Boston, Chicago, Bonn y Pekín hasta mayo. Más al norte había nieve perpetua. Se cerraron las plantas de energía nuclear y las industrias de clorofluorohidrocarburos. Sin embargo, mucho antes de que las grandes poblaciones humanas del hemisferio norte pudieran darse cuenta, el mundo se introdujo en la próxima y más grande glaciación.

 

Gaia volvió a respirar de nuevo, fría y acomodada a un contenido total de dióxido de carbono de 100 partes por millón. No mucho más tarde, en términos gaianos, los océanos comenzaron a retroceder en las vastas áreas de la plataforma continental: Australia, Papúa y Nueva Guinea estuvieron otra vez juntas de nuevo por tierra cubierta de una selva lujuriosa.

 

Las tierras y las ciudades de las potencias de antaño fueron enterradas casi completamente por los glaciares. Las plantas C4, con la ayuda de la humanidad, se convirtieron en dominantes, y liberaron Gaia para el inicio de otro largo período de homeostasis -una edad de hielo que duraría millones de años, no únicamente centenares de miles.

Esta es una historia improbable, pero que sirve para ilustrar el mecanismo mediante el que puede acaecer un cambio ambiental como resultado de un cambio en especies dominantes. Nosotros podemos ser la forma superior de vida animal, pero no hay duda de que los árboles son la forma superior de vida vegetal. Un árbol C4 plenamente desarrollado puede constituir una competencia formidable para las selvas tropicales que ahora conocemos. El doctor Eeger se habría redimido a si mismo y habría dejado al hombre de nuevo en una existencia coherente con Gaia.

En un organismo vivo se utiliza ampliamente el azufre tanto de forma estructural como funcional. Por tanto, a continuación me gustaría explicar de qué manera la información recogida en la década de los setenta ha aumentado nuestra comprensión del papel fisiológico del azufre en Gaia.

En el verano de 1971 participé en la Gordon Conference que tuvo lugar en New Hampton School, en la ciudad del mismo nombre del estado de New Hampshire. El tema de la reunión era «Ciencia Ambiental: Aire», y el presidente James Lodge, un químico atmosférico amigo mío. Puede decirse que gracias a su capacidad de organización esta reunión marcó el inicio de un nuevo y profundo interés en la atmósfera que ha continuado hasta el momento presente.

Fue allí donde presenté por primera vez las medidas de halohidrocarburos y gases sulfurosos en el aire. También fue allí donde aprendí que el punto de vista convencional acerca del ciclo natural del azufre requería la emisión desde los océanos de grandes cantidades de sulfuro de hidrógeno para compensar las pérdidas de azufre, en forma de ión sulfato, generadas por el lavado de los ríos.

 

Sin ningún tipo de retorno de azufre, los organismos terrestres pronto habrían agotado este elemento esencial. Allí conocí el trabajo realizado por el profesor Frederick Challenger de la Universidad de Leeds en los años cincuenta, mostrando que muchos organismos marinos emiten azufre en forma de un compuesto gaseoso, el sulfuro de dimetilo. También sabía, como químico, que el sulfuro de hidrógeno se oxida rápidamente en agua que contenga oxígeno disuelto, y que huele mal.

 

Con estos antecedentes me pareció que no podía haber otra forma química más importante que el sulfuro de dimetilo para el transporte de azufre del océano a la tierra. Por otra parte, este olor elusivo del mar es muy parecido a una forma diluida de sulfuro de dimetilo. Ciertamente, una vez que alguien ha olido este gas, de olor agradable en concentraciones diluidas, se puede reconocer incluso como un componente importante del aroma del pescado fresco recién extraído del mar. Por el contrario no forma parte del olor del pescado fresco de agua dulce.

Cuando volví a casa, en Inglaterra, pensé que podía ser una buena idea ir en barco desde el hemisferio norte al hemisferio sur midiendo los gases sulfurosos en el aire y en el mar con la intención de descubrir si el sulfuro de dimetilo era realmente el compuesto responsable del transporte de azufre en el mundo real. También quería aprovechar la oportunidad para medir los gases halocarbonados, como los que se utilizan en los aerosoles, con la esperanza de que éstos «marcasen» de forma efectiva el aire y nos permitieran observar su movimiento sobre los océanos.

 

Esta fue la última ocasión en que solicité fondos de investigación a través del sistema regular de escritura de un proyecto y remisión a una agencia de subvención científica. Solicité una cantidad pequeña, no más de unos pocos cientos de libras, para fabricar un aparato y llevarlo en el barco desde el hemisferio norte al sur, midiendo los gases cada día de navegación.

 

Lo tendría que haber sabido de antemano. Ambos proyectos fueron rechazados. A los supervisores les pareció sin sentido buscar sulfuro de dimetilo cuando era conocido que el flujo de azufre perdido correspondía al transporte de sulfuro de hidrógeno. El segundo proyecto, la búsqueda de halohidrocarburos, fue rechazado por frívolo, porque era «obvio» que no existía ningún aparato suficientemente sensible para medir las pocas partes por trillón de clorofluorohidrocarburo que yo proponía buscar.

Fui afortunado en ser independiente. Todo lo que me hizo falta para la aprobación del viaje fue un acuerdo con mi esposa Helen, cuyos fondos para el mantenimiento de la casa se verían disminuidos por el coste de la investigación. Ella no compartía las opiniones de mis supervisores. Fabriqué un cromatógrafo de gases simple (que se muestra en la figura 6.2) cuyo coste total no podía ser más que de unos centenares de libras.

 

Algunos funcionarios amables del Consejo de Investigación para el Medio Ambiente Natural (Natural Environment Research Council), que discrepaban de la opinión del cuadro de asesores científicos, me pagaron los gastos de viaje y subsistencia a partir de un fondo discrecional. Viajé con un barco de investigación, el RV Schackleton, en su trayecto desde Gales a la Antártida y viceversa. Volví desde Montevideo, después de permanecer tres semanas en el barco - por desgracia éste era todo el tiempo que pude pagar - pero un colega científico, Roger Wade, continuó amablemente las medidas cuando el barco se encontraba en la Antártida.

 

Mi colega Robert Maggs voló a Montevideo en la primavera de 1972 para completar el viaje a casa a través del Ecuador hasta las islas Británicas. Las medidas realizadas en este viaje fueron dadas a conocer en tres pequeños trabajos publicados en la revista Nature. El primero describió las medidas de halohidrocarburos, mostrando que los clorofluorohidrocarburos erari compuestos persistentes y de larga vida en la atmósfera terrestre, y que otros dos gases halocarbonados, el tetracloruro de carbono y el ioduro de metilo, se encontraban por todas partes.

 

Estos descubrimientos dieron lugar, entre otras cosas, a la «guerra del ozono», y al desembolso de un océano de fondos de investigación, por recomendación de los mismos comités que habían rechazado las primeras solicitudes.

 

Las especulaciones acerca de la “amenaza al frágil escudo de la Tierra”, la capa de ozono, fueron más plausibles que la idea de un viaje de investigación estimulado por la mera curiosidad de un científico individual.

6.2.

Aparato hecho en casa para la medida de gases en el mar y en el aire, a bordo del RY Shackleton, en su viaje desde las Islas Británicas a la Antártida y viceversa entre 1971 y 1972.

Los trabajos segundo y tercero sobre los gases sulfurosos mostraron la presencia ubicua de sulfuro de dimetilo y de sulfuro de carbono en los océanos.

 

Excepto en lo que respecta a los primeros cálculos de los flujos de Peter Liss, de la Universidad de East Anglia, estos resultados fueron ignorados durante mucho tiempo hasta que M.O. Andreae mostró, mediante sus medidas cuidadosas y extensivas de los gases sulfurados oceánicos a principios de los ochenta, que las emisiones de sulfuro de dimetilo desde el océano eran ciertamente suficientes como para justificar su papel como el mayor agente transportador de azufre del mar a tierra.

El sulfuro de dimetilo no hubiera sido investigado como posible candidato a transportador químico si no hubiera sido por el estímulo de la teoría de Gaia, que requiere la existencia de mecanismos geofisiológicos para semejantes transferencias.

 

Así, uno puede preguntarse,

  • ¿De qué tipo de mecanismo se trataría?

  • ¿Por qué las algas marinas que se encuentran en medio del océano se deberían preocupar lo más mínimo por la salud y el bienestar de los árboles, jirafas y seres humanos de las superficies terrestres?

  • ¿Cómo se puede desarrollar un altruismo tan sorprendente mediante la selección natural?

No se conoce todavía la respuesta con detalle, pero tenemos un indicio de cómo puede haber evolucionado a partir de las propiedades de un extraño compuesto llamado propionato de dimetilsulfonio. Esta sustancia es lo que los químicos orgánicos llaman una betaína, a partir del descubrimiento hace muchos años de un compuesto similar, el acetato de trimetilamonio o betaína, que se aisló en primer lugar a partir de los escarabajos.

 

La importancia de las betaínas para la salud de los organismos que viven en ambientes salobres fue descubierta por A. Vairavamurthy y sus colegas.

 

Las betaínas son sales neutras. Transportan sobre la misma molécula una carga positiva, asociada con el azufre o nitrógeno, y una carga negativa, asociada con el ión propionato. En una sal ordinaria, tal como el cloruro sódico, la disolución en agua separa las partículas cargadas, que se convierten en iones independientes que flotan libremente.

 

Como vimos en el capítulo anterior, la vida marina vive cerca del límite tolerable de concentración salina. Las concentraciones de cloruro sódico por encima de 0,8 molar son tóxicas, pero ello no es aplicable a las betaínas. La neutralización interna de sus cargas iónicas las convierte en sales inocuas, y en la célula se comportan como los azúcares, el glicerol y otros solutos neutros. Las células que son capaces de sustituir una gran proporción de sal por betaína se encuentran en una posición ventajosa.

Me pregunto si alguna vez, hace mucho tiempo, había algas marinas que eran abandonadas por la marea en la arena de alguna antigua playa. La luz del Sol las secaría pronto. A medida que el agua se evaporase de sus células, las concentraciones internas de sal aumentarían por encima del límite letal y morirían. A lo largo de la evolución, las algas que contuviesen solutos neutros en sus células resultarían menos dañadas en el proceso de desecación y éstas tenderían a dejar más descendencia.

 

A su vez, la síntesis de las betaínas sería un proceso común entre las algas marinas. El azufre es muy abundante en el mar mientras que el nitrógeno a menudo es escaso. En tierra se encuentra la situación inversa. Ello puede ser la razón por la que el propionato de dimetilsulfonio fue la betaína escogida en lugar de las betaínas de nitrógeno de los escarabajos y otras plantas terrestres. (De manera incidental cabe señalar que los escarabajos también pueden existir en presencia de concentraciones elevadas de sal.)

 

Ello puede no proporcionar una explicación completa de la presencia de propionato de dimetilsulfonio como betaína predominante en las algas, pero no hay duda de que las algas que la contienen constituyen la fuente de sulfuro de dimetilo. Cuando las algas mueren o son ingeridas, la sulfobetaína se descompone fácilmente para dar lugar al ión acrilato y al sulfuro de dimetilo.

 

Las algas que tendieran a quedarse en las zonas superiores y secas de la playa darían por tanto lugar a este gas sulfuroso y las brisas provenientes del mar lo transportarían tierra adentro donde las reacciones atmosféricas lo descompondrían lentamente y depositarían el azufre como sulfato y metanosulfato en el suelo.

 

El azufre es escaso en tierra y esta fuente nueva podría haber propiciado el crecimiento de las plantas terrestres. Este crecimiento incrementado aumentaría la erosión de las rocas y así aumentaría el flujo de nutrientes hacia el océano. No es difícil explicar la extensión mutua de los ecosistemas terrestres a partir del aporte de azufre y de los ecosistemas marinos a partir del incremento del flujo de nutrientes. De este modo, o mediante una serie similar de pasos pequeños, evolucionan los intrincados sistemas de regulación geofisiológica.

 

Esto ocurre sin ninguna planificación o previsión, y sin romper las reglas de la selección natural darwniana.

Antes de abandonar la playa, por decirlo así, también me he preguntado por la amplia producción de ioduro de metilo de las plantas marinas. Contrariamente al sulfuro de dimetilo este producto es tóxico. Es un mutágeno y un carcinógeno. El primer estímulo para su producción puede haber sido como antibiótico para ayudar a las algas a defenderse, a desanimar a los predadores.

 

La emisión de ioduro de metilo a' aire desde el mar es un mecanismo esencial para el mantenimiento de un aporte continuo de iodo hacia las masas continentales, un elemento que es vital para los organismos terrestres. Puede valer la pena investigar la posibilidad de que una betaína específica, el propionato de metiliodonio, exista en algas grandes como las algas pardas, que son una fuente importante de ioduro de metilo. Si es así, ello sugerirá una relación común con la historia de la sulfobetaína.

No obstante, hay otros aspectos en relación con los ciclos del azufre y iodo aparte del mero reciclado de los elementos. El geofisico de Alaska, Glen Shaw, ha propuesto una idea estimulante acerca de un sistema de control climático geofisicamente eficiente. Sabiendo que una cantidad pequeña (en términos planetarios) de azufre en la estratosfera podría afectar profundamente al clima, propuso que la emisión de gases sulfurosos por los organismos marinos era el método más eficiente de control climático.

 

Hay un conjunto de datos importantes que sugiere que las mayores erupciones volcánicas suelen ir acompañadas de una caída en la temperatura media de la superficie terrestre. Los gases volcánicos inyectados en la estratosfera por las erupciones comprenden dióxido de azufre y sulfuro de hidrógeno. (La nube volcánica también consiste en un aerosol de material sólido pero éste se deposita pronto.)

 

Los gases sulfurosos que quedan en la estratosfera se oxidan y con el vapor de agua allí presente forman gotas submicroscópicas de ácido sulfúrico. Debido a su pequeño tamaño éstas se depositan lentamente y pueden permanecer en la atmósfera durante varios años. Estas gotas forman una neblina blanca en la estratosfera que devuelve al espacio la luz del Sol que, en caso contrario, calentaría la Tierra. Entre erupción y erupción queda un fondo de gotas de ácido sulfúrico que se forman continuamente a partir de la oxidación de gases emitidos por los seres vivos. Los más importantes de ellos son el sulfuro de carbonilo y el sulfuro de carbono.

 

Estos corresponden a emisiones pequeñas en comparación con el sulfuro de dimetilo pero en la baja atmósfera son oxidados lentamente (el sulfuro de carbonilo de manera especialmente lenta) y permanecen el tiempo suficiente para entrar en la estratosfera y ser oxidados allí. El planteamiento de Glen Shaw consiste en que el sobrecalentamiento global puede ser compensado por la vida marina que, en consecuencia, incrementaría su emisión de sulfuro de carbonilo y sulfuro de carbono, lo que puede dar lugar a un mayor espesor de la capa de neblina de gotas de ácido sulfúrico de la estratosfera y, por tanto, a un enfriamiento de la Tierra.

 

Ciertamente éste puede ser uno de los mecanismos geofisiológicos posibles de regulación climática. Pero esta idea incitó a mis colegas a pensar qué ocurriría con un uso mucho más importante de los gases sulfurosos con la misma finalidad.

A lo largo de extensivas investigaciones en los océanos del mundo, M.O. Andreae mostró que los organismos marinos emiten vastas cantidades de sulfuro de dimetilo. Estas emisiones son particularmente notorias sobre las áreas «desiertas» del mar abierto que se encuentran lejos de las plataformas continentales.

 

Este descubrimiento llevó a los meteorólogos R. Charlson y Stephen Warren a proponer que la oxidación rápida del sulfuro de dimetilo en el aire sobre el océano podría dar lugar a núcleos necesarios para la condensación de vapor de agua y la formación de nubes. Las microgotas de ácido sulfúrico son ideales para esta finalidad, y sobre los océanos abiertos no existe otra fuente importante de núcleos de condensación a partir de los que se puedan formar nubes.

 

El aerosol de sal marina, que también puede ser considerado un posible nucleador de nubes, es mucho menos eficaz que las microgotas de ácido sulfúrico. Los océanos cubren alrededor de dos tercios de la superficie de la Tierra y su color es azul oscuro. Cualquier cosa que afecte a la cubierta de nubes sobre los océanos puede afectar de forma importante al clima de la Tierra.

 

En una publicación conjunta, hemos dado a conocer cálculos para estimar el efecto que pueden tener estas emisiones de sulfuro de dimetilo naturales. Estos sugieren que son comparables en magnitud con el efecto invernadero del dióxido de carbono, aunque en sentido contrario a él.

Hemos mostrado la posibilidad de una relación estrecha entre el crecimiento de algas en la superficie del océano y el clima. Como geofisiólogo también me preguntaría si estos procesos pueden ser también útiles como una parte importante del sistema de regulación climático. Si es así, ¿cómo evolucionó este sistema? Puede ser necesario tener en cuenta el ciclo del iodo porque la oxidación de sulfuro de dimetilo en a atmósfera es catalizada por compuestos de iodo.

 

La producción de ioduro de metilo por las algas también puede constituir una parte de este sistema de control climático.

Los lugares propuestos para la regulación de la masa de nubes por emisiones de azufre son las áreas desiertas de los océanos tropicales, cerca del 40 por ciento del área de la superficie de la Tierra. Estas regiones son de productividad baja en comparación con las plataformas continentales y las aguas continentales.

 

Casi se encuentran carentes de vida, como los grandes desiertos terrestres que se extienden a 30° de latitud norte y sur del ecuador. En tierra, lo que da lugar al desierto es la falta de agua; en el mar es la falta de nutrientes, fundamentalmente nitrógeno. ¿A qué se parecen estos océanos desérticos? Sus aguas son claras y azules y, como los desiertos terrestres, de ninguna manera la vida está ausente. Uno de estos desiertos es el mar de los Sargazos. Recuerdo que cuando era un muchacho leí una historia de aventuras acerca de los peligros afrontados por un velero atrapado en la densa maraña de algas del mar de los Sargazos.

 

Cuando pasé por esta región, en 1973, a bordo del barco alemán Meteor, me sorprendió la diferencia entre la realidad y mis recuerdos de esas historias. Había algas flotantes, pero en tiras finas y bien separadas, y no representaban un impedimento mayor al que correspondería a la artemisa cuando se camina a través del suelo del desierto.

Las algas que se encuentran en la superficie de estos océanos desérticos no producen los precursores de los núcleos de condensación de nubes para beneficio nuestro ni como parte de un gran diseño para mantener frío el planeta. El proceso debe tener sus orígenes en los efectos ambientales locales de la bioquímica algal. Anteriormente he considerado la posibilidad de que la producción de betaína sulfurosa, el propionato de dimetilsulfonio, pueda tener relación con la respuesta celular al estrés salino.

 

Aunque podría haber sido un descubrimiento de las algas marinas que se desecaban en la orilla, los inventos útiles tienden a extenderse.

La concentración de sal en el mar siempre es desapaciblemente alta para los organismos vivos. Para los organismos unicelulares o los pequeños organismos flotantes, incapaces de regular su salinidad interna, la síntesis de las betaínas puede haber consistido en el medio más barato, en términos de energía, de conseguir un medio interno bajo en sal. De nuevo, la elección natural hubiera tenido que ser el propionato de dimetilsulfonio, porque el azufre (en la forma conveniente de ión sulfato) es abundante mientras que el nitrógeno es escaso.

 

El propionato de dimetilsulfonio permanece en las células de las algas durante toda su vida, pero cuando mueren o son ingeridas se dispersa en el océano donde se descompone para dar lugar a sulfuro de dimetilo. Este gas es oxidado rápidamente en el aire por los ubicuos radicales hidroxilo hasta que casi todo él se convierte en ácido sulfúrico y metanosulfúrico.

 

Los vapores de estos ácidos son transportados junto con los movimientos del aire hasta que alcanzan las alturas supersaturadas con vapor de agua, donde actúan como núcleos de condensación de nubes.

La fuga de sulfuro de dimetilo al aire podría reportar beneficios inesperados para las algas. La cubierta adicional de nubes debida a la presencia de núcleos de ácido sulfúrico altera el clima local. Timothy Jickells, de la Universidad de East Anglia, llamó mi atención sobre el hecho de que la cubierta de nubes sobre el océano aumenta la velocidad del viento y agita la superficie de las aguas, mezclando las aguas profundas ricas en nutrientes con las aguas superficiales de la zona fotosintética.

 

Esta es una efectiva recompensa por la producción de núcleos de condensación de nubes que ha sido confirmada por el trabajo del meteorólogo John Woods.

Dudo que el agua dulce de la lluvia ayude mucho a solventar el problema del estrés salino de las algas pero no representa ninguna desventaja. En algunas regiones del mar el aire contiene un aerosol de partículas de polvo de origen continental; se sabe que este polvo viaja miles de kilómetros a través del océano. El profesor J.M. Prospero, un geofisico, ha encontrado regularmente polvo sahariano en el aire que se encuentra sobre las Indias Occidentales.

 

De modo parecido las islas Hawai reciben polvo desde el continente asiático que se encuentra a más de 6.000 kilómetros de distancia. El contenido mineral de este polvo, cuando es arrastrado hacia el mar por la lluvia, también puede ser útil para la nutrición de las algas que se encuentran allí. La superficie de las partículas de polvo no es adecuada para que éstas sirvan como núcleos de condensación de lluvia, pero son arrastradas hacia el mar por la lluvia inducida por el sulfuro de dimetilo.

 

Finalmente, las nubes que se forman sobre el océano filtran la radiación que llega a la superficie de las aguas y reducen la proporción de radiación ultravioleta. La luz visible necesaria para la fotosíntesis no es un factor limitante en estos ecosistemas oceánicos pobres en nutrientes, por lo que el efecto de sombra de las nubes es irrelevante.

Ninguno de estos efectos es muy importante pero toma dos en su conjunto pueden ser suficientes para mejorar las praderas marinas y permitir que las especies algales que allí se encuentran dejen más descendencia. El sistema geofisiológico requiere la producción continua de propionato de dimetilsulfonio y de las algas que lo fabrican.

 

La cuestión complicada es la siguiente: ¿De qué manera este sistema se ha convertido en factor de la regulación climática de la Tierra?

 

Los océanos se vuelven más salados cuando el agua se congela en los casquetes polares, lo que puede dar lugar a un incremento en la emisión de sulfuro de dimetilo, y de nubosidad, y así a una retroalimentación positiva hacia más enfriamiento. Puede ocurrir que la gran biomasa asociada con las glaciaciones proporcione más nutrientes a la vida oceánica y así permita el mantenimiento de más algas.

Tal como he indicado anteriormente, nuestro primer trabajo sobre este tema se publicó en la revista Nature. Este constituye los primeros pasos de esta línea de investigación que ya apunta como un área científica de estudio muy interesante. Dos grupos de glaciólogos franceses - Robert Delmas y sus colegas, y C. Saigne y M. Legrand - han anunciado recientemente el descubrimiento de ácidos sulfúrico y metanosulfónico en muestras de hielo antártico que comprenden desde el presente hasta hace 30.000 años.

 

Sus datos muestran una correlación inversa muy marcada entre la temperatura global y la inclusión de estos ácidos en el hielo. El ácido sulfúrico tiene diferentes fuentes naturales, pero el ácido metanosulfónico es un producto inequívoco de la oxidación atmosférica del sulfura de dimetilo. Había de dos a cinco veces más deposición de esta sustancia durante la Edad de Hielo y parece probable que ello era debido a una mayor emisión de los ecosistemas oceánicos.

 

Esto sugiere, si se confirma, que la cubierta de nubes y la caída en la concentración de dióxido de carbono operarían en sincronía como parte de un proceso geofisiológico para mantener la Tierra fría. Los científicos más conservadores prefieren la explicación geofísica que se deriva de la teoría oceánica del científico W.S. Broecker, quien propuso que las glaciaciones se encuentran asociadas con cambios a gran escala en la circulación del agua de los océanos.

 

Ciertamente, el incremento en el aporte de nutrientes que acompañaría a un suceso semejante podría modificar la productividad biológica y por tanto la tasa de eliminación de dióxido de carbono y la producción de sulfuro de dimetilo. Parece que empieza un debate interesante.

 

Pienso que podría ser útil acabar esta sección con una descripción geofisiológica de la evolución del clima y de la composición química de la atmósfera (ver figura 6.3).

Tiempo (Eones hasta el presente)

 

6.3.

La visión de un geofisiólogo de la evolución del clima y la composición atmosférica durante el tiempo de vida de Gaia. El cuadro superior compara las temperaturas probables en ausencia de vida con la constancia escalonada, pero duradera, del clima actual. El cuadro inferior ilustra la caída regular escalonada de dióxido de carbono desde un 10 a 30 por ciento a su presente baja concentración de unas 300 partes por millón.

 

También se muestra el dominio inicial del metano y posteriormente del oxígeno. La escala de cantidades de gas es en partes por millón en volumen y en unidades logarítmicas de modo que 1 equivale a 10 partes por millón y 5 equivale a 100.000 partes por millón.

Esta consiste en una sucesión de largos períodos de homeostasis interrumpidos por grandes saltos. Parece ser que nos aproximamos al final de uno de estos largos períodos de estabilidad. Cuando la vida comenzó, el Sol era menos luminoso y la amenaza era el superenfriamiento.

 

En las edades medias del Proterozoico el Sol brillaba justo lo necesario y fue necesaria poca regulación, pero ahora que aumenta de tamaño y se hace más caliente, su emisión de calor aumenta y se convierte en una amenaza cada vez mayor para la biosfera de la que formamos parte.

 

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