10- EL SEGUNDO HOGAR

Más vale ser bueno en casa que quemar incienso en algún sitio lejano.

Proverbio chino

Durante el verano de 1969 me encontraba en nuestra segunda residencia en las orillas de la bahía Bantry, la parte de Irlanda en que penínsulas rocosas largas y estrechas apuntan hacia el sudoeste, como dedos de una mano extendida hacia América. Era lunes, 21 de julio, el día en que los astronautas Neil Armstrong y Edwin Aldrin pasearon por la Luna. Las noticias de su histórico viaje nos llegaron por la radio.

 

Tan montañosa y lejana era esa parte de Irlanda que nos fue negado el placer de ver el aterrizaje en una pantalla de televisión. Para nuestra familia, educada en la cultura científica contemporánea, el viaje a la Luna era una consumación. Para nuestros vecinos irlandeses de la península Beara era un terremoto mental que removió los fundamentos de sus creencias.

 

A lo largo de toda la semana siguiente nos preguntaban.

«¿Es realmente cierto que han aterrizado hombres en la Luna?».

Estábamos perplejos por la pregunta y contestábamos:

«Claro que es cierto, ¿no lo han oído en la radio?».

Sí, lo habían oído, pero querían oír de nosotros que el hombre había llegado a la Luna.


Necesité algún tiempo, y varias observaciones de mis amigos y vecinos, Michael y Theresa 0'Sullivan, para caer en la cuenta de que lo que era un hecho indudable para mí era, para la cultura diferente que me rodeaba, una noticia de significado mucho más profundo y grave. Para muchos de los que viven en la lejana península Beara, el cielo se encontraba simplemente arriba en el firmamento y el infierno debajo de sus pies.

 

Su fe no fue perturbada por las noticias del hombre paseando por encima de la Luna, pero sus creencias religiosas parecieron sufrir una reorganización interna. Sólo puedo comparar la intensidad de su experiencia con la del cambio de mentalidad que en mucha gente desencadenaron las noticias que Darwin trajo después del viaje del Beagle.

En esta época en que las puertas cerradas de nuestra imaginación son abiertas por los cuentos sobre astronautas y de exploración del espacio no sería necesario explicar el por qué de un capítulo sobre Marte en un libro que trata de Gaia. Sin embargo, quiero recordar que la hipótesis de Gaia fue un descubrimiento subrepticio directamente sugerido por el invento de un método de detección de vida planetaria que se intentaba aplicar en Marte.

 

Aproximadamente veinte años más tarde me encontré a mí mismo intentando especular sobre la posibilidad de cambiar el ambiente físico de Marte, de manera que se convirtiese en un sistema vivo autosuficiente y en un hermano de Gaia. De modo parecido a la hipótesis de Gaia, este concepto también tuvo un origen indirecto e inesperado y emplearé los próximos párrafos para explicarlo.

La idea surgió a raíz del libro The Greening of Mars [El reverdecimiento de Marte] escrito con mi amigo Michael Allaby, un escritor especializado en temas ambientales. Quería un mundo para describir una nueva expansión colonial, un sitio con desafíos ambientales nuevos y libre de los problemas tribales de la Tierra. Sólo quería un planeta modelo sobre el que desarrollar juegos nuevos con Gaia, o más bien Ares, el nombre adecuado para el hermano de Gaia.

Sorprendentemente, la idea del desarrollo de una colonia en Marte ha recibido poca atención excepto por parte de los escritores de ciencia ficción. Escribimos el libro como una ficción, aunque había en él, como observó acertadamente Brian Aldiss en su revisión, mucho de carácter informativa y propuestas serias en un marco novelesco.

 

Escogimos este formato por la experiencia resultante de la publicación de un libro previo, uno acerca de la gran extinción de hace 65 millones de años, cuando desaparecieron los dinosaurios y una gran cantidad del biota restante. Se escribió en forma de libro de ciencia popular, estimulado por el imaginativo trabajo científico de la familia Álvarez y sus colaboradores, que atribuyeron la extinción al impacto de un gran asteroide.

 

Proporcionaron lo que a nosotros nos parecieron evidencias suficientemente convincentes de semejante colisión, el descubrimiento de que el iridio y otros elementos extraterrestres raros se encontraban significativamente en mayor abundancia en los sedimentos correspondientes a la interfase entre el Cretácico y el Terciario. Y ese es el lugar del registro geológico que marca el gran vuelco en el número y las especies de los organismos vivos.

Poco después de su publicación el libro fue criticado salvajemente por paleontólogos que escribieron en las revistas determinantes del pensamiento científico. Quizá su crítica era necesaria y el castigo justo. Como exploradores de un territorio científico no familiar deberíamos haber llevado a cabo los trámites necesarios para aprender su lenguaje y su historia, y disponer de los visados y cartas de presentación adecuadas ante los príncipes de este dominio: después de todo deberíamos haber estado preparados para los problemas que podían sobrevenir en una tierra que fue el hogar de la bestia más poderosa, el Tyrannosaurus.

Aprendimos la lección y escribimos The Greening of Mars en clave de ficción con la esperanza de que no sería criticado adversamente en los aspectos intrincados de detalle. Nuestro libro se presentaba como el escenario de una serie de experimentos imaginarios sobre otro planeta.

 

¿Qué pasaría si Marte, ahora un desierto irremediablemente vacío de vida, se convirtiese en un nido propicio para ella? ¿Cómo podríamos sembrarlo y cómo podría desarrollarse?

 

Ninguno de nosotros pensó que iba a ser tomado como algo más que un divertimento. Tendríamos que haber sabido que todo el mundo, o casi, considera la ficción de manera mucho más seria que la realidad. Pensemos por un momento; para conocer la sociología de la Inglaterra victoriana, uno podría leer a Marx, que fue el primer científico social, pero más probablemente, incluso si uno es marxista, leería a Dickens. Al cabo de unos meses de su publicación, en 1984, nuestro segundo libro llamó mucho más la atención de lo que su redacción despreocupada parecía merecer.

 

Se celebraron tres reuniones científicas en torno al tema de convertir Marte en un segundo hogar y en una de ellas, Robert Haynes, un distinguido genético de Toronto, acuñó la palabra ecopoyesis - literalmente, «la creación de un hogar» - para el proceso de transformación de un ambiente antes inhabitable en un sitio adecuado para que la vida pueda evolucionar de forma natural. Prefiero la palabra terraformación, que se utiliza a menudo cuando se considera este proceso para planetas. Ecopoyesis es más general.

 

Terraformación tiene el aire antropocéntrico de un ajuste tecnológico a escala planetaria.

Un paso clave en el desarrollo de un sistema geofisiológico nuevo consiste en la adquisición de una actividad nueva heredable realizada por un solo organismo. Ello quiere decir que el primer acto de ecopoyesis en Marte tendría que ser realizado por un capitalista. Sería un acto oportunista llevado a cabo por un interés egoísta; el proceso comunal de la colonización vendría más tarde. Creo que Cristóbal Colón no era el presidente de un comité, pero sospecho que los que viajaron después a bordo del Mayflower sí que lo eran.

Para convertir Marte en un hogar antes tenemos que hacerlo apropiado para la vida bacteriana. En el libro proponíamos que esta acción tremenda e imposible, cambiar todo el medio ambiente de un planeta, sólo podría haber sido llevada a cabo por un capitalista con algo de mala fama, el tipo de hombre acerca del que se dice:

«El nunca viola la ley pero siempre que hace algo hay que legislar para impedir que lo vuelva a hacer de nuevo».

Hace falta gente como ésa para tantear las fronteras y acometer cosas que están prohibidas, cosas que aparentemente son demasiado costosas o están más allá de las posibilidades de éxito de las empresas dirigidas por las agencias estatales, bienintencionadas, pero a veces demasiado prudentes.

Por tanto la historia de The Greening of Mars incluía un personaje piratesco llamado Argo Brassbottom; años más tarde, el éxito le daría una caballerosidad algo esnob que le hizo cambiar el apellido a Foxe. Era un tratante de armas y tenía la idea de que podía ganar mucho dinero con la chatarra de las extensas acumulaciones de grandes y anticuados ICBM y otros misiles militares. Las cabezas nucleares podían ser, y serían, reprocesadas para convertirse en arados de plutonio o futuras espadas bajo control gubernamental estricto.

 

No obstante, ¿qué hacer de las carcasas llenas de combustible de los misiles? No podían ser desmontadas de manera segura pero se podían convertir, sin modificación, en los componentes clave de un programa espacial privado. Brassbottom, a través de sus múltiples contactos en los servicios civiles y militares del Este y del Oeste, pronto advirtió que sería un buen negocio disponer de estos misiles en desuso. Tenía otra idea brillante.

 

Sus negocios principales concernían a lo que corresponde a un carroñero humano, un escarabajo pelotero que se aprovecha del vertido de residuos tóxicos y de otros productos nocivos que preferimos no mencionar. Pensó, ¿por qué no usar los misiles para enviar los residuos tóxicos fuera de la Tierra? El espacio exterior podría ser un sitio seguro de vertido.

Moviéndose como lo hacía por entre los mercados negros del mundo estaba bien informado acerca de los científicos poco escrupulosos que proporcionarían sus conocimientos a los políticos fanáticos o a los criminales por una buena paga.

Uno de ellos le comentó la angustia reciente que existía acerca del estado de la capa de ozono, lo que había dado lugar a la prohibición de los cloroiluorohidrocarburos como propelentes de aerosoles. Quizás había un exceso de estos productos que requería un almacenamiento caro dentro de grandes contenedores a presión.

 

Estos gases se encuentran entre los más inofensivos y benignos que entran en la casa. No son inflamables, no son tóxicos y no son nocivos. Únicamente fueron prohibidos porque su presencia en la atmósfera podía disminuir la capa de ozono. Brassbottom pensó: ¿por qué no enviarlo al espacio exterior y cobrar por hacerlo? No hacía mucho que otro científico había sugerido enviarlos a Marte.

 

Los clorofluorohidrocarburos son 10.000 veces más potentes que el dióxido de carbono como gases de efecto invernadero por su capacidad de absorción de la radiación infrarroja que escapa de la Tierra. En Marte, esta propiedad podría reanimar su helada atmósfera. Brassbottom era un hombre de negocios con capacidad suficiente para emprender el desarrollo de Marte, dándose cuenta de que los beneficios de su compañía para dicho desarrollo crecerían explosivamente si el planeta alcanzase un clima templado y así se hiciera potencialmente habitable.

 

Como etapa final, con la ayuda de amigos en las agencias de las Naciones Unidas, convenció al nuevo Gobierno del pequeño archipiélago de New Ulster, en el océano Indico, para que participase en la construcción de un lugar de lanzamiento para sus cohetes en la isla volcánica de Crossmaglen, que se encontraba temporalmente en un estado de quiescencia.

 

Fue anunciado o proclamado como el programa espacial del mundo subdesarrollado. Científicos serios que insisten en convertir nuestro cuento de ficción en objeto de evaluación científica me han indicado que este planteamiento no hubiera funcionado porque los gases CFC son destruidos rápidamente por la radiación ultravioleta; en su lugar se hubiera tenido que colocar tetracloruro de carbono, que no es destruido. Quizá tengan razón.

Cuando construimos mundos imaginarios en los espacios mentales, detalles demasiado prolijos como la solidez de los emplazamientos planetarios y la presencia o ausencia de una niebla ascendente o de una podredumbre seca tienden a ignorarse. Lo que importa es la postura personal y los puntos de vista generales a lo largo de paisaje inalterado.

 

Ni yo ni Mike Allaby nos dimos cuenta de la importancia que podía darse a nuestros mundos imaginarios como propiedades inmobiliarias. Por tanto es esencial, antes de que ninguno de nosotros sea desautorizado, volver atrás y reexaminar nuestro libro como si fuese un informe y no un trabajo de ficción. Si queremos evitar, incluso en la imaginación, acusaciones de fraude también hemos de incluir un informe sobre el estado de Marte realizado por un geólogo independiente.

 

Por derecho propio, ello tendría que haber sido la tarea de los dos Vikings, pero por desgracia sus directores estaban obsesionados por otro sueño de ficción, encontrar vida en Marte. Aquéllos tendrían que haber realizado las necesarias, aunque aburridas medidas, de la abundancia de elementos ligeros en las rocas de la superficie, la relación entre hidrógeno y deuterio en la atmósfera y la estructura de la corteza marciana.

 

En lugar de ello, dieron prioridad a la enfebrecida e inútil búsqueda de vida.

¿Qué sabemos de Marte?

 

El mejor y más legible resumen de la información recogida por las diversas naves que orbitaron o aterrizaron en la superficie de Marte es el libro espléndido y bellamente ilustrado de Michael Carr, The Surface of Mars [La superficie de Marte]. Incluye muchas fotografías tomadas desde naves orbitales. Allí se ve que Marte se parece mucho más a la Luna que a la Tierra. Cráteres de impacto salpican de viruelas toda la superficie y ofrecen una crónica bien conservada de sucesos que se remontan hasta los orígenes del planeta.

 

Ello se encuentra en fuerte contraste con la Tierra, donde los movimientos incesantes de la corteza y la erosión por el viento y el agua mantienen la superficie siempre fresca y limpia. Marte se diferencia de la Luna en que tiene una atmósfera, por delgada que ésta sea. También tiene volcanes que son de aspecto similar a los de las islas Hawai, pero más grandes. Hay cañones y canales y cursos fluviales secos, lo que sugiere que mucho tiempo atrás había agua en circulación (véase la figura 8.I).

 

También hay polos helados cuya extensión cambia estacionalmente. Y hay nubes y tormentas de polvo en los escasos restos de su atmósfera.

Puede que Marte parezca seco, pero ha emanado mucha agua desde el interior durante la historia del planeta. Se cree que la cantidad total se encuentra entre 12 y 25 millones de kilómetros cúbicos, lo suficiente como para proporcionar un océano de entre 80 y 160 metros de profundidad en todo el planeta si se trata de una esfera uniformemente suave, o alrededor de 200 metros para distribuciones de tierra y agua como en la Tierra.


Michael McElroy, de la Universidad de Harvard, ha deducido, a partir de datos de la composición isotópica del oxígeno en la atmósfera marciana, que ha habido una fuga pequeña de agua al espacio a pesar de la menor gravedad de Marte.

8.1.

Canales de agua de la superficie de Marte. Las fotografías desde el espacio muestran la presencia de canales a lo largo de los cuales alguna vez circulaba agua al principio de la historia de Marte.

Cuando se aplican los mismos argumentos al nitrógeno se aprecia, de manera sorprendente, que Marte ha perdido una gran proporción de nitrógeno en dirección al espacio exterior. Existe suficiente evidencia de flujos de agua masivos y de caudales suficientes como para haber producido valles fluviales de cerca de 1.000 kilómetros de longitud en un pasado remoto.

 

¿Dónde ha ido a parar tanta agua?

 

De acuerdo con el resumen de Michael Carr según las evidencias disponibles, la mayor parte de esta agua se encuentra ahora probablemente en forma de una capa permanentemente helada que se extiende hasta una profundidad de 102 kilómetros por debajo de la superficie. Por debajo del hielo se pueden encontrar capas de salmuera, con un punto de congelación tan bajo como -20°C. Además las zonas polares podrían encontrarse encima de cúpulas de hielo.

Este es por tanto el consenso entre los científicos acerca de Marte. Podría estar lleno de agua. Sin embargo, por diversas razones ésta sería tan inaccesible para un biota colonizante como el agua que se encuentra debajo del desierto de Australia. Además, para fundir y evaporar el agua que se encuentra debajo de la superficie se debe transferir calor desde arriba. La transferencia de calor a través de la capa superficial de polvo puede ser sorprendentemente lenta. El proceso de fusión del hielo subterráneo puede tardar millones de años. Todo lo anterior puede tomarse como una conclusión pesimista.

Frazer Fanale y sus colegas del Jet Propulsion Laboratory han propuesto que el movimiento de dióxido de carbono a través del polvo de las rocas podría ejercer un efecto de bombeo y transferir agua a la superficie. Los cambios de presión atmosférica debidos a la condensación y evaporación del dióxido de carbono son la fuerza motriz de este movimiento. Sin embargo, a escala humana el efecto ecopoyético de este mecanismo para llevar Marte al estado de siembra todavía seguiría siendo insoportablemente lento.


Antes de que tomemos la drástica decisión de vender nuestra casa aquí en la Tierra, necesitamos mucha más información sobre nuestra futura casa que la proporcionada por el informe del examen del Viking. Necesitamos saber lo peor que nos aguarda a nosotros, y al mismo Marte, como sede para una ecopoyesis.

Si miramos de nuevo a la superficie marciana de tipo lunar veremos que los canales y los sistemas fluviales que sugieren tan intensamente la presencia de agua, son realmente antiguos. Datan de casi 3,5 eones, cuando los impactos de los asteroides eran más frecuentes. Marte puede haber tenido un efecto invernadero atmosférico más importante y un clima más cálido, al que también puede haber contribuido el calor de los impactos. Hace 4 eones el Sol era casi un 25 por ciento menos luminoso que ahora.

 

Si Marte está congelado ahora entonces hubiera sido necesaria una manta gruesa para mantener una atmósfera y agua corriente. Desde aquellos lejanos tiempos, se ha calentado el Sol y ha habido otros impactos de grandes asteroides, aunque menos frecuentes que en los primeros días. A pesar de ello no hay huella de corrientes de agua visible. El conocimiento convencional actual que supone la existencia de un océano de agua helada de 100 metros de grosor podría ser erróneo.

Tampoco se ha tenido en cuenta la probabilidad de que Marte, como la Tierra, fuese originalmente rico en productos químicos que reaccionasen con agua para formar hidrógeno que pudiese liberarse al espacio. El agua puede haber estado allí alguna vez, pero la fuga de hidrógeno dejó tras sí oxígeno, no en forma de oxígeno libre, sino ligado químicamente en forma de nitritos, sulfatos y óxidos de hierro.

Consideremos el estado de Marte hace 3,5 eones. Esto sería después de que los asteroides habían llovido de manera tan inmoderada que habían convertido en roca y polvo la entera superficie planetaria hasta una profundidad de por lo menos 2 kilómetros, un proceso que los planetólogos tímidamente llaman «ajardinamiento». En aquel tiempo la Tierra era reductora, el medio ambiente era rico en aquellos compuestos de hierro y azufre que tienen una capacidad considerable de reaccionar con el oxígeno.

 

No hay razón para creer que Marte era diferente. Además, aquellas rocas primitivas tenían una capacidad considerable para reaccionar con el dióxido de carbono. Una capa de 2 kilómetros de roca desmembrada a partir de basalto básico tiene la capacidad de reaccionar con unos 600 metros de agua y dióxido de carbono (3 bars) lo suficiente para hacer la presión atmosférica superficial de Marte tres veces mayor que la de la Tierra actual. ¿Puede ello justificar la fina atmósfera y la aridez del Marte de la actualidad?

 

El agua abundante que fluyó hace 3,5 eones podría haber reaccionado con el ión ferroso del polvo de las rocas, liberando el hidrógeno que llevaba, que podía escapar así al espacio. Se podría pensar que estas reacciones gas-sólido erosivas eran demasiado lentas como para eliminar demasiado oxígeno y dióxido de carbono.

 

Ello puede ser cierto en las condiciones presentes de Marte, pero si había agua corriente una gran parte del ión ferroso y de los sulfuros pueden haberse disuelto en ella, o dispersarse como una suspensión ligera, acelerando tanto las mismas reacciones como el proceso de descomposición de las rocas. El estado oxidante del Marte actual, que da al planeta su color rojo, podría consistir únicamente en una capa superficial. Sin embargo, hasta que vaya allí otro geólogo como el Viking y examine las rocas en profundidad no podremos estar seguros de que haya atmósfera y agua que nos esperen.

Vale la pena que recordemos cómo evitó la Tierra el mismo destino y por qué ahora no estamos resecos. El dióxido de carbono que había inicialmente en la atmósfera desapareció casi en su totalidad para formar piedras calizas y otras rocas sedimentarias calcáreas. Se habían oxidado grandes cantidades de sulfuros e ión ferroso y el oxígeno retenido en este proceso podría haber estado asociado originalmente con hidrógeno formando agua.

 

La Tierra fue salvada de la desertización por su abundancia de agua y por la presencia de Gaia, que actuó para conservarla. Marte había perdido pronto su limitada cantidad de agua primordial y esa puede ser la razón por la cual los canales son tan antiguos y de por qué tenemos pocas evidencias de agua de origen reciente. Marte podría ser irremediablemente árido y la poca cantidad de agua que ha quedado podría encontrarse en acuíferos por debajo de la superficie, tan salados y tan amargos como el Mar Muerto.

 

Para la mayoría de organismos vivos la salmuera saturada es difícilmente mejor que la ausencia de agua.

Tengo que confesar ya la intuición personal de que Marte se encuentra cercano a un estado de aridez. No me es fácil imaginármelo como una belleza planetaria lustrosa, congelada y durmiente a la espera de un aliento de vida soplado desde la Tierra. Sin embargo, los cuentos de hadas son mucho más entretenidos que las visiones de un Marte seco y lleno de polvo. Por tanto, aceptemos el consenso científico actual que predice agua y dióxido de carbono abundantes en espera de ser descongelados, y usemos este modelo agradable como inspiración para nuestros colonos ecopoyéticos. Sólo queda por considerar la cuestión de cómo nos desplazamos y cómo deberíamos preparar el jardín para plantar.

Si visitásemos Marte en una tarde de verano soleada en latitudes correspondientes a las de Buenos Aires o Melbourne estaríamos sorprendidos de lo cálido del clima. Durante el día las temperaturas pueden llegar hasta 20°C. Si el aire fuese respirable haría una temperatura para llevar camiseta de manga larga. Sin embargo, otros días puede encontrarse bajo cero. Y siempre que anochece la temperatura cae muy rápidamente, para alcanzar -80°C a medianoche. Lo suficiente para que el dióxido de carbono forme una escarcha de hielo seco en el fondo de los valles o depresiones.

Bajo nuestros pies, el suelo se parecería a un desierto de la Tierra. Pero sólo es una ilusión, pues muy pocos desiertos de la Tierra están vacíos de vida. Casi en todos los desiertos terrestres existe un suelo formado por una cubierta fina de bacterias. No hay suelo en Marte, sólo una mezcla sin vida de rocas de todos los tamaños, desde polvo hasta cantos rodados, que se ha denominado de manera casi onomatopéyica con el nombre seco y duro de regolito (que se muestra en la figura 8.2).

Marte no está preparado para la vida, no sólo es inhabitable para cualquier forma de vida sino que también es venenoso y destructivo para la materia orgánica. El aire en la superficie de Marte está en el mismo estado químico que el de la estratosfera de la Tierra.

 

Si el aire estratosférico que se encuentra a 16 kilómetros por encima de nuestras cabezas se comprimiese sin cambiar su composición nosotros no podríamos respirarlo. El ozono se encuentra allí en concentraciones de 5 partes por millón. El ozono nos puede proteger de la radiación solar ultravioleta, pero a esta concentración se respira de manera dificultosa y es letal en poco tiempo.

 

La superficie de Marte, expuesta a semejante atmósfera, durante toda la edad del planeta, es rica en compuestos químicos exóticos, como el ácido pernítrico, que rápidamente destruye semillas, bacterias, o incluso toda materia orgánica. Marte no es un sitio para la jardinería.

La superficie altamente oxidada del Marte de hoy significa que la vida no puede desarrollarse en ella. De manera distinta al Arcaico en la Tierra, los precursores orgánicos de la materia viva no tendrían la oportunidad de acumularse y reunirse. Para nosotros, el único camino para la ecopoyesis es, en primer lugar, cambiar el medio ambiente hasta que sea adecuado para la vida y después dejarlo evolucionar espontáneamente o sembrar el planeta. Si conseguimos la maduración ambiental de Marte no puedo creer que tuviésemos la paciencia de dejar que allá se desarrollase vida por su cuenta.

 

Alguien lo sembraría, aunque sólo fuese por accidente.

La vida planetaria necesita de un sistema operativo como Gaia; en caso contrario, es vulnerable a cualquier alteración en su ambiente que pueda ocurrir como consecuencia de su propia evolución o de un desastre exterior como los impactos demasiado frecuentes de asteroides. No creo que sea viable la vida disgregada en unos pocos oasis del planeta.

 

Un sistema como éste es incompleto, incapaz de controlar su medio ambiente e impotente para resistir cualquier cambio adverso. Incluso si rociamos cada trozo de la superficie del planeta con cada especie de microorganismo ello no llevaría Ares a la vida. Algunos organismos pueden sobrevivir e incluso crecer durante un tiempo breve, pero no habría invasión, no habría infección diseminándose rápidamente como la vida que tomase posesión y controlase el planeta.

 

Creo que es inmoral que una organización a veces tan capaz como la NASA se esforzase tan duramente en esterilizar su nave espacial cuando es bien conocido que el mismo Marte es un gran esterilizador.

 

También es conocido que si la misma nave aterrizase sin esterilizar en el terreno mucho más hospitalario de los polos helados antárticos o el desierto de Australia, su pequeño complemento de pasajeros microbianos no tendría posibilidad de establecer allí un hogar permanente.

8.2.

Regolito visto desde el módulo de aterrizaje del Viking. Marte no tiene suelo - el suelo es la estructura activa de un planeta vivo, el regolito son los escombros esparcidos en la superficie de un planeta muerto.

Hay partes de Marte que pueden tener una temperatura amable en tardes soleadas, pero ello no significa que los esfuerzos necesarios para despertarlo a la vida sean pocos.

 

Cuando empezó la vida en la Tierra, el calor recibido desde el Sol era del orden del 60 por ciento superior del que ahora está calentando Marte. En la Tierra había agua abundante y una atmósfera suficientemente densa como para proporcionar un clima confortable. El único aspecto a favor de Marte es que es más oscuro que la Tierra y absorbe una cantidad superior de la luz solar que le llega. Sin embargo, esta ventaja sólo vale para el estado actual, pues una vez que se libere el agua ésta se evaporará para formar nubes y una cubierta de nieve.

Ello incrementará el albedo de Marte de manera que reflejará al espacio el calor que hubiera podido ganar en la situación anterior. Puede que Marte nunca sea capaz de proporcionar las condiciones requeridas para empezar y sostener la vida, ni tan siquiera dentro de 1.000 millones de años más cuando el Sol esté mucho más caliente y todo lo que quede de aire marciano y agua se libere a la atmósfera.


Entonces, ¿qué podríamos hacer para iniciar a Marte en la carrera evolutiva que finalmente le llevaría a unas condiciones parecidas a las de la Tierra actual y así convertirse en nuestro segundo hogar?

 

En primer lugar, el medio ambiente marciano tiene que cambiar lo suficiente para permitir el crecimiento espontáneo y la diseminación de microorganismos a lo largo de una gran proporción de superficie planetaria. A simple vista, la noción de ingeniería planetaria, la ecopoyesis de un planeta, parece una gran desfachatez.

 

Sin embargo no es tan descabellada si Marte es un planeta congelado que sólo necesita ser descongelado. Esta es la opinión generalmente aceptada entre los científicos, que indican que cantidades de hasta dos atmósferas de presión de dióxido de carbono, y agua suficiente para cubrir el planeta hasta una profundidad de aproximadamente 100 metros, se han evaporado desde su interior durante los 4 eones pasados. Si se acepta esta conclusión entonces debemos pensar en Marte como en algo en equilibrio sobre el vértice de un acantilado de estabilidad ambiental.

 

Un empujón pequeño puede ser suficiente para cambiarlo a un estado mucho más adecuado para la vida.

En su libro sobre Marte, Michael Carr considera la posibilidad de que exista agua líquida en los acuíferos bajo la superficie del planeta y también la probabilidad de que esta agua sea salada. Se olvida a menudo que la forma estable del nitrógeno es en forma de ión nitrato, disuelto en agua. En la Tierra, el nitrato se forma de manera continua mediante procesos de alta energía (incendios, rayos y radiación nuclear) en la atmósfera.

 

Este llega rápidamente al suelo mediante la lluvia y el biota lo devuelve rápidamente a la atmósfera en forma de gas nitrógeno. No hay vida en Marte, y yo me he preguntado muchas veces si la mayor parte del nitrógeno está allí en forma de nitrato disuelto en las salmueras. O quizás hay amplios depósitos de sal, lechos evaporíticos, dejados allí después que los antiguos cursos de agua se hayan secado. El nitrato y el nitrito atrapados en estos depósitos también podrían ser la causa de la relativa falta de nitrógeno en la atmósfera marciana presente.

Haría falta otro Viking para responder a estas preguntas y por ahora sólo podemos especular acerca de los cambios que tendrían que ocurrir para convertir el infértil Marte del momento presente en un vivero para la vida planetaria.

 

Este es el motivo por el que con Mike Allaby decidimos escribir nuestro cuento acerca de la ecopoyesis marciana como una ficción, y calentar Marte enviando un suplemento de CFC desde la Tierra. Tengo mis dudas acerca de si se podrían enviar cantidades suficientes de estos gases de potente efecto invernadero. El objeto de esta idea era estimular la imaginación de los que pudiesen querer transformar Marte por otros medios que no fuesen una propuesta seria de ingeniería.

 

A menudo me he encontrado en mi experiencia como inventor que una invención ligeramente errónea o incompleta es más atractiva para los ingenieros que una que es un fait accompli. En cualquier caso parece ambicioso intentar llevar a cabo una parte mayor de la que es competencia de uno en un proyecto, apartar a los demás de la posibilidad de ejercer sus técnicas especiales y habilidades artísticas.

En lugar de enviar CFC a Marte de manera costosa por transporte espacial, tal como se proponía en nuestro libro, alguien puede diseñar una planta automática para fabricarlos en el mismo Marte a partir de materiales autóctonos. Si existen salmueras marcianas y se les puede explotar, la síntesis de fluorohidrocarburos y otros gases de efecto invernadero potencial, como el tetracloruro de carbono, no debería suponer un gran problema mediante la utilización de las sales de las salmueras y el dióxido de carbono atmosférico como materiales de partida.

 

Haría falta una planta de energía nuclear de mediana potencia. Quizá los ecologistas estarían encantados de ver una enviada a Marte en lugar de instalada aquí en la Tierra. Si se encuentran nitrato y nitrito en las salmueras, entonces éstos podrían proporcionar una fuente local interesante tanto de oxígeno como de nitrógeno. No sólo para cambiar la atmósfera, sino también en cantidad suficiente para que lo respirasen los primeros exploradores y técnicos en sus hábitats restringidos.

Hemos propuesto el calentamiento de Marte mediante el envío de gases de efecto invernadero, pero ¿funcionaría? El mecanismo básico del efecto invernadero parece muy simple pero el cálculo del incremento de temperatura correspondiente a un incremento determinado de dióxido de carbono está muy lejos de ser sencillo. Hay que tener en cuenta muchos otros aspectos a escala planetaria, incluyendo la reflexión de la luz solar por las nubes y la corteza de hielo, el transporte de calor por los movimientos del aire y por la evaporación y condensación de agua, y la estructura del océano y la atmósfera.

No es de extrañar que estos cálculos requieran la ayuda de los mayores ordenadores que se puedan utilizar, e incluso éstos son inadecuados. Por lo que sé hasta ahora, no existen modelos en los que se haya incluido la retroalimentación dinámica con el biota.

 

El efecto de invernadero marciano probablemente será mucho más fácil de calcular - o por lo menos en los primeros estadios, antes de que se evapore mucha agua para introducir nubosidad, cubierta de nubes y vapor de agua. Tanto las nubes como el hielo son blancos y reflejan la luz del Sol. Generalmente hablando, el hielo tiene el efecto opuesto al dióxido de carbono y causa enfriamiento, las nubes pueden o bien calentar o enfriar según su forma y altitud. Para complicar el problema todavía más, el vapor de agua absorbe en el infrarrojo, y su presencia amplifica el efecto de calentamiento del dióxido de carbono.

La idea del calentamiento de Marte por introducción de CFC en la atmósfera se apoya en una serie de coincidencias favorables. En primer lugar, hay una ventana rota en el invernadero. A longitudes dé onda infrarroja entre 8 y 14 micrómetros ni el dióxido de carbono ni el vapor de agua absorben de manera efectiva. Una cantidad importante de calor se irradia al espacio desde la superficie planetaria y la atmósfera a estas longitudes de onda.

 

Los CFC absorben intensamente en esta región y sirven como una nueva ventana de cristal, transparentes todavía a la luz del Sol pero opacos a lo que previamente era una brecha en el infrarrojo. En segundo lugar, los gases de efecto invernadero amplifican mutuamente sus efectos. Algo que no es conocido fuera del mundo de la meteorología es el hecho de que el efecto invernadero del dióxido de carbono depende principalmente de la absorción infrarroja por vapor de agua.

 

El dióxido de carbono absorbe la radiación infrarroja, pero no a la misma longitud de onda o tan fuertemente como el vapor de agua. Un incremento de dióxido de carbono producirá algún calentamiento y éste a su vez incrementará el contenido en vapor de agua del aire. El vapor de agua incrementado aumenta a su vez el calentamiento y así se amplifica el pequeño efecto del dióxido de carbono. En Marte habría una amplificación doble. Los CFC calentarían un poco la superficie, lo que aumentaría la concentración de dióxido de carbono y así se incrementaría el calentamiento, que a su vez evaporaría agua y calentaría todavía más el planeta.

 

Es por esto por lo que puede ser posible, mediante la utilización de una cantidad manejable de estos extraños productos químicos, cambiar el clima del planeta entero. No podemos avanzar, hasta que se elabore el modelo, la cantidad de CFC necesaria. Puede ser tan limitada como 10.000 toneladas, o ser de más de un millón de toneladas. Si es tan grande como la última la iniciativa de Brassbottom no tendría éxito.

 

Sin embargo, estaría dentro de la capacidad de una planta química automática enviada a Marte con el propósito de sintetizar éstos u otros gases de efecto invernadero a partir de materiales autóctonos.

El éxito o fracaso de la ecopoyesis para Marte es probable que dependa de cuánto dióxido de carbono y cuánta agua se encuentra disponible. Con una atmósfera de dióxido de carbono densa, 2 bars o más, es probable conseguir un clima tolerable. Con menos dióxido de carbono, una gran parte dependerá de la distribución de agua y del efecto de la nieve y las nubes en el albedo planetario.

 

En otros relatos de ficción científica se transporta agua a Marte en forma de asteroides de hielo que se toman de sus heladas órbitas muy alejadas del Sol. Un cálculo simple muestra la imposibilidad de esta idea si no se dispone de una energía motriz nueva e increíble. Se necesita un asteroide de hielo puro, de 300 kilómetros de diámetro, para igualar la cantidad de agua que se piensa que hay en Marte ahora. Muy pocos estarían preparados para establecer un contrato con el objetivo de desplazarlo hasta allí.

Cuando los CFC hayan hecho su trabajo de generar una atmósfera a partir de la superficie previamente helada, ¿qué habría que hacer? Asumamos, en un principio, que tenemos un planeta con una atmósfera de entre 0,5 y 2 bars de presión, compuesta casi enteramente de dióxido de carbono. El clima todavía es frío con respecto a los parámetros terrestres pero las fluctuaciones diurnas son menos extremas.

 

A latitudes bajas, en las regiones tropicales, las noches con escarcha ya no son tan frecuentes ni intensas. Y lo que es todavía más importante, se ha evaporado una cantidad de agua suficiente para que haya precipitaciones en algunas regiones. La superficie todavía es regolito, pero ya no es altamente oxidante, el ácido pernítrico letal y otros oxidantes de la atmósfera se han desplazado hacia las zonas superiores de la misma, a las mismas regiones de gran altura donde se encuentran en la Tierra.

Sólo puedo imaginar un ecosistema capaz de sobrevivir en semejante medio ambiente. Sería poco realista incluir las plantas y los animales, por lo menos inicialmente. La primera forma de vida de la Tierra consistió en microorganismos procariotas, y sus descendientes todavía florecen en el suelo.

Nuestro primer objetivo sería introducir un ecosistema microbiano que pudiera convertir el regolito en suelo y que al mismo tiempo incluyese bacterias fotosintéticas habitantes de la superficie. Estas proporcionarían la comida, energía y materias primas para el grueso del ecosistema que habitaría por debajo de la superficie.

 

Si se pudiera conseguir que los fotosintetizadores fueran de color oscuro podrían absorber el calor del Sol y estar más calientes que sus alrededores. A escala local es como la ventaja que tenían las margaritas oscuras en el mundo de las margaritas; esto podría favorecer que el ecosistema del que forman parte se diseminara a través de la superficie de Marte. Si ello ocurriese el clima tendería hacia la homeostasis, primero regionalmente y luego a escala global.

Existen otros caminos para la regulación del clima por parte del biota además del control del albedo. Probablemente es más importante la regulación basada en el control de los gases atmosféricos. El primer acto de ecopoyesis sería provocar un efecto invernadero artificial a partir de gases CFC que se encontrarían a la concentración de una parte por 1.000 millones en el aire.

 

En la vida temprana de Ares, el control de las emisiones de CFC todavía estaría en manos de los colonos humanos. Ello puede ser especialmente importante si se reduce el dióxido de carbono de manera significativa o si la nieve o la cubierta de nubes incrementan el albedo planetario. Existen dos métodos por los que el dióxido de carbono podría ser eliminado en cantidades importantes. El primero está relacionado con el hecho de que la vida sea tan eficaz en su propagación que escinda grandes cantidades de gas en materia orgánica carbonosa y oxígeno libre. El segundo es por reacción del dióxido de carbono con las rocas de silicato cálcico para formar carbonatos y ácido silícico.

 

Las primeras reacciones liberarían oxígeno que podría acumularse en el aire. Podría ocurrir que las rocas del regolito y el agua de las salmueras marcianas contuvieran una cantidad de material suficiente, como el hierro elemental y su forma ferrosa, para la eliminación del oxígeno. En cualquier caso, el primer oxígeno que apareciese en la atmósfera estaría demasiado diluido como para poder reoxidar fácilmente el exceso de materia orgánica producida por la fotosíntesis.

 

El exceso de carbono proveniente de los fotosintetizadores muertos sería reoxidado por otros organismos del ecosistema bacteriano que utilizarían sulfato y nitrato del regolito como oxidante. Ello devolvería dióxido de carbono, nitrógeno y óxido nitroso al aire. Sin embargo, antes de que pasase mucho tiempo el suelo de Marte tendería hacia un estado en el que la cantidad de oxidantes proveniente de recursos no renovables sería insuficiente para mantener la reoxidación de la materia carbonosa y el retorno de dióxido de carbono al aire.

 

Cuando se llegó a este punto en la Tierra primitiva, en el Arcaico, se abrió para su explotación una gigantesca fuente de materia orgánica suplementaria. Creo que fue entonces cuando evolucionaron los metanógenos para aprovechar de forma oportunista la ventaja de este regalo de los fotosintetizadores. Los metanógenos convertían la materia orgánica en una mezcla de metano y dióxido de carbono. El metano también es un gas con efecto invernadero que permite evitar el posible enfriamiento desastroso que hubiera podido ocurrir por falta de dióxido de carbono.

En esta breve discusión ya se ha planteado la necesidad de fotosintetizadores, reductores de sulfato y nitrato, y de metanógenos. Todos ellos son habitantes habituales en cualquier muestra de suelo tomada en prácticamente cualquier sitio de la Tierra. Los ecosistemas aeróbicos y anaeróbicos coexisten pacíficamente con sus territorios respectivos distribuidos con arreglo a una verticalidad donde los organismos que toleran el oxígeno se encuentran en la superficie y los anaerobios en los puntos más bajos del suelo.

 

El suelo es un conjunto complejo e intrincado, y diverso en la población de especies que contiene. El establecimiento afortunado del ecosistema bacteriano del suelo en el regolito marciano no es un asunto que dependa de la búsqueda, o la creación por ingeniería genética, de especies que puedan crecer allí, sólo se trata de desplazar Marte a un estado en que los ecosistemas microbianos de la Tierra puedan florecer y transformar el regolito del suelo. Sin embargo, esto sólo es el principio; para que Marte se convierta en un sistema autosuficiente es necesario que los organismos y su medio ambiente se acoplen de manera tan estrecha como lo están en la Tierra.

 

La adquisición del control planetario sólo puede venir del desarrollo conjunto de la vida y su medio ambiente hasta formar un sistema único e indivisible.

Una familia no hace un pueblo, todavía menos constituye una ciudad con infraestructura autosuficiente. Del mismo modo es necesaria una cierta masa crítica del biota para la homeostasis planetaria; el tamaño de la misma va a depender principalmente de la cantidad de esfuerzos necesaria para mantener la homeostasis y el tamaño de las perturbaciones probables.

Los modelos simples, derivados del mundo de las margaritas, sugieren que un sistema estable requiere como mínimo el recubrimiento del 20 por ciento de la superficie planetaria para poder resistir las perturbaciones más frecuentes. Estas consistirían en cambios de la intensidad solar, impactos de asteroides, desarreglos internos debidos a la evolución de especies que afectan al medio ambiente de manera adversa, o el agotamiento de algún recurso esencial. Si Ares tiene que crecer y ser fuerte necesitará cubrir más que unos pocos oasis en el desierto marciano.

En las novelas románticas la parte culminante suele ser la boda. Ello es magnífico para el entretenimiento pero no sirve de guía para una feliz vida de casado. Algo parecido ocurre con la ecopoyesis. La conversión física y química de Marte representaría un enorme logro de la ingeniería, una tarea grande y sufrida. Por el contrario, el cuidado de la vida planetaria infantil, aunque satisfactoria, representaría un anticlímax. Se necesitaría una gran paciencia y cariño para la tarea abnegada de dar alimento y guiar diariamente a la vida planetaria recién nacida hasta que pudiese mantener la homeostasis por sí misma.

Los pensamientos acerca de Gaia siempre estarán ligados con la exploración del espacio y Marte porque en cierto sentido Marte fue su lugar de nacimiento. Rusty Schweickart y sus compañeros astronautas han compartido con nosotros su revelación al mirar atrás hacia la Tierra desde la distancia de la Luna, y darse cuenta de que se trataba de su hogar. En menor grado, aunque significativo, nuestra contemplación indirecta de los planetas del sistema solar vistos a través de los ojos espléndidos del Voyager y otras naves espaciales ha impactado en nuestras mentes y abierto las puertas cerradas de las ciencias de la Tierra.

Lord Young, famoso por su trabajo en favor de la fundación de la Universidad Abierta del Reino Unido ha estado tan interesado con la idea de llevar vida a Marte que ha fundado el club de los Argo Venturers con la idea de pensar y actuar hacia este fin. Cree que el proyecto de colonizar Marte, incluso antes que, o sin, su realización final, es una poderosa fuente de inspiración.

 

Comparto su punto de vista y creo que la consideración de las grandes dificultades de llevar Ares a la vida nos puede ayudar a entender las horrorosas consecuencias de un daño tan considerable a Gaia que tengamos que tomar la responsabilidad incesante de mantener la Tierra como un sitio adecuado para la vida, un servicio que por ahora nos es dado sin coste alguno.

 

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