11-Dios Y GAIA

Canto a Gaia, madre de todas las cosas, la antigua, firmemente asentada en sus fundamentos, que nutre todo cuanto hay de vivo en la tierra; lo que camina sobre el suelo y lo que avanza por el mar o vuela por el aire. Todo vive, oh Gaia, por ti; de ti reciben los hombre sus hijos y los frutos tan hermosos; en ti está el dar vida y tomarla a los hombres mortales...
Himno homérico XXX

Las fotografías, como las biografías, a menudo revelan más acerca del artista que sobre el tema de que tratan. Quizás es por ello por lo que las fotografías de pasaporte, tomadas de manera automática en cabinas automáticas, parecen tan faltas de vida. ¿Cómo podría una simple máquina captar el alma de un individuo, sentado rígidamente y mirando fijamente al ojo ciego de la cámara?

 

Intentando escribir acerca de Dios y Gaia comparto alguna de las limitaciones de una cámara mecánica, y sé que este capítulo mostrará más de mí mismo que de mis temas. Entonces, ¿por qué intentarlo?

Cuando escribí el primer libro sobre Gaia no tenía la menor idea de que sería tomado como un libro religioso. Aunque pensé que el tema era fundamentalmente científico, no hay duda de que muchos otros lectores opinaron de otra manera. Dos terceras partes de las cartas recibidas, y que todavía se reciben, trataban del significado de Gaia en el contexto religioso.

 

Este interés no sólo se ha circunscrito al estado seglar; una de las cartas más interesantes provino de Hugh Montefiore, entonces obispo de Birmingham. Me preguntaba qué es lo que creía yo que había aparecido antes, la vida o Gaia. Mis intentos de contestar a esta pregunta me llevaron a mantener correspondencia con él, que se expone en un capítulo de su libro The Probability of God [La probabilidad de Dios]. Sospecho que algunos cosmólogos también reciben preguntas semejantes por parte de los que se imaginan que casi se saludan con Dios. Fui ingenuo al pensar que un libro sobre Gaia sólo sería tomado como algo científico.

Entonces, ¿qué pienso acerca de la religión?

 

Cuando era estudiante, un cuáquero practicante me preguntó seriamente si alguna vez había tenido alguna experiencia religiosa. No comprendiendo lo que me preguntaba pensé que se refería a una aparición o un milagro y le dije que no. Mirando atrás desde una perspectiva de 45 años me inclino a pensar que habría tenido que decir que sí. La vida misma es una experiencia religiosa.

 

Sin embargo, en aquella ocasión la pregunta casi no tenia sentido porque implicaba la separación de la vida entre una parte sagrada y otra secular. Ahora creo que no puede haber tal división. En cualquier relación, en el plano de la satisfacción personal, hay momentos de deleite y de dificultad. Para mí, un punto álgido fue cuando Jim Morton, el deán de la catedral de St. John, en Nueva York, me pidió que le ayudase en una celebración religiosa.

 

Todavía recuerdo maravillado cómo formé parte de aquella procesión llena de color, junto a él y otros clérigos, vestidos con ropas medievales. La música del coro cantando Morning Is Broken me parecía que adquiría un sentido nuevo en el ambiente de aquel sitio sagrado. Fue una experiencia sensual que no por ello me pareció menos religiosa.

Mis ideas sobre la religión cuando era niño se desarrollaron a partir de las de mi padre y de la gente del campo que conocí. Consistían en una mezcla rara, compuesta de brujas, tabúes, y los puntos de vista expresados por los cuáqueros en una escuela de domingo de las afueras, en la casa de reunión de los amigos. La Navidad era una fiesta de solsticio más pagana que cristiana. Como familia, éramos, bien adentrados este siglo, sorprendentemente supersticiosos.

 

Tenía tan inculcados mis conocimientos infantiles acerca del poder de lo oculto que de mayor tuve que hacer un esfuerzo de voluntad para parar de tocar madera o cruzar mis dedos cada vez que tenía que enfrentarme a un riesgo. El cristianismo se encontraba allí no tanto como una fe sino como una serie de guías a seguir acerca de cómo ser bueno.


Cuando contemplé Gaia por primera vez en mi imaginación sentí lo que debe haber sentido un astronauta cuando estaba de pie en la Luna, mirando atrás hacia nuestro hogar, la Tierra. El sentimiento de la fuerza con que teoría y evidencia se unen para confirmar la idea de que la Tierra puede ser un organismo vivo. Pensar que la Tierra es algo vivo hace que todo parezca estar, en los días felices, en su sitio, como si el planeta entero celebrase una ceremonia sagrada. Estar en la Tierra conlleva aquel mismo sentimiento especial de bienestar que se encuentra asociado a la celebración de cualquier religión cuando es lo justo y cuando uno está abierto a la aceptación.

 

No es necesario interrumpir el juicio crítico, y ello no impide cantar el himno equivocado o el correcto fuera de tono. Esto es todo lo que siento acerca de Gaia.

 

¿Qué siento acerca de Dios?

 

Estoy demasiado implicado en el raciocinio científico para sentirme a gusto recitando el credo o el padrenuestro en una iglesia cristiana. La insistencia en la declaración «creo en Dios Padre todopoderoso, creador de los cielos y la Tierra» parece adormecer el sentido de la maravilla, como si uno estuviera comprometido con una línea de pensamiento por un contrato legal cósmico.

 

También parece equivocado tomarlo sólo como una metáfora. Sin embargo, respeto la intuición de los que creen, y me conmueve la ceremonia, la música, y sobre todo la gloria de las palabras del libro de plegarias que para mí están lo más cerca posible de la perfecta expresión de nuestro lenguaje.

He mantenido apartadas mis dudas durante mucho tiempo. Ahora que escribo este capítulo tengo que intentar explicar de alguna manera, a mí mismo y al lector, cuáles son mis creencias religiosas. Me satisface la idea de que el universo tiene propiedades que hacen la emergencia de la vida y Gaia algo inevitable. Sin embargo, no estoy de acuerdo con la afirmación de que fue creado con este propósito. Puede haber sido así, pero cómo empezaron la vida y el universo son cuestiones inefables. Cuando un colega científico utiliza datos de la Tierra de hace eones para explicar su teoría de los orígenes de la vida genera una sombra de duda similar.

 

¿Cómo es posible tratar como si fueran hechos de la ciencia sucesos que ocurrieron hace tantos años y que dieron lugar a la emergencia de algo tan intrincado como la vida?

 

Es consustancial con el ser humano tener curiosidad por los antecedentes, pero realizar expediciones dentro del pasado remoto a la búsqueda de los orígenes es tan extraordinariamente poco relevante como lo era la caza de las serpientes de mar. La mayor parte de la información acerca de los orígenes está con nosotros aquí y ahora. Así pues, recreémonos en ella y sintámonos agradecidos de estar vivos.

En una reunión reciente en Londres, un hombre juicioso, el doctor Donald Braben, me preguntó:

«¿Por qué es para usted en la Tierra? ¿Por qué no considera si el sistema solar, la galaxia o el universo están vivos?».

Mi respuesta instantánea fue que el concepto de una Tierra viviente es manejable. Sabemos que no hay más vida en el sistema solar y que la estrella más cercana está extremadamente lejos. Tiene que haber otras Gaias orbitando alrededor de otras estrellas tranquilas de larga vida pero, aunque pueda sentir curiosidad por ellas y por el universo, estos son conceptos intangibles: son para el intelecto, no para los sentidos. Hasta que no seamos visitados desde otras partes del universo, si es que ello ocurre alguna vez, estamos obligados a permanecer separados.

Sospecho que muchos han transitado por la misma línea de pensamiento. Todos estos millones de cristianos que destinan un lugar especial de su corazón para la Virgen María posiblemente contestarían como yo lo hago.

 

El concepto de Yahvé como ser remoto, todopoderoso y que lo abarca todo, es o bien terrorífico o bien inalcanzable. Incluso el sentido de la presencia de un Dios más contemporáneo, una voz pequeña en el interior, puede no ser suficiente para los que necesitan comunicarse con alguien exterior. María está cerca y se le puede hablar. Ella es creíble y manejable. Podría ser que la importancia de la Virgen María en la fe tuviera algo que ver con este concepto, pero también puede incluir otras cosas.

 

¿Qué ocurre si María es un nombre alternativo para Gaia?

 

Entonces su capacidad de dar a luz virginalmente no sería un milagro ni una aberración partenogenética, se trata del papel de Gaia desde que empezó la vida. Los inmortales no tienen necesidad de reproducir una imagen de sí mismos, es suficiente con que renueven continuamente la vida que los constituye. Cualquier organismo vivo de una edad semejante a la de un cuarto de la del mismo universo y que todavía se encuentra lleno de vigor está tan cercano de la inmortalidad como nosotros nunca tendremos necesidad de saber.

 

 Ella es de este universo y, concebiblemente, una parte de Dios. En la Tierra ella es la fuente de vida inagotable y todavía está viva, ella dio a luz a la humanidad y nosotros somos una parte de ella.

Por todo esto es por lo que, para mí, Gaia es un concepto religioso y científico a la vez, y es manejable en ambas esferas. La teología también es una ciencia, pero si tiene que trabajar con las mismas reglas que el resto de las ciencias entonces no hay sitio para las creencias o el dogma. Con ello quiero decir que la teología no tendría que dar por sentado que Dios existe y luego continuar con el estudio de su naturaleza y sus interacciones con el universo y los organismos vivos.

 

Semejante aproximación es prescriptiva, presupone su existencia, y cierra el pensamiento a preguntas tales como: ¿Cómo sería el universo sin Dios? ¿Cómo podemos utilizar el concepto de Dios como una manera de contemplar el universo y a nosotros mismos? ¿Cómo podemos utilizar el concepto de Gaia como un sistema para entender a Dios?

 

El creer en Dios es un acto de fe y permanecerá así. Del mismo modo, huelga intentar probar que Gaia está viva.

En su lugar, Gaia tendría que ser un modo de ver el mundo, a nosotros mismos y a nuestra relación con los seres vivientes.


La vida de un científico que es un filósofo de la naturaleza puede ser profundamente religiosa. La curiosidad es una parte del proceso íntimo del amor. Ser curioso y conocer el mundo natural da lugar a una relación amorosa con él. Puede ser tan profunda que no pueda articularse pero se trata sin lugar a dudas de buena ciencia.

 

Los científicos creativos, cuando se les pregunta cómo llegaron a un gran descubrimiento, frecuentemente dicen:

«Lo sabía intuitivamente pero costó varios años de trabajo demostrárselo a mis colegas».

Comparemos esta idea con la de William James, el filósofo y psicólogo del siglo XIX, en Las variedades de la experiencia religiosa:

«La verdad es que en la esfera metafísica y religiosa, las razones articuladas sólo son conocidas para nosotros cuando nuestros sentimientos inarticulados de la realidad ya han sido impresionados en favor de la misma conclusión. Entonces, nuestra intuición y nuestra razón trabajan ciertamente juntos y se pueden desarrollar grandes sistemas del mundo, como la filosofía budista o la católica.

 

Nuestra creencia impulsiva siempre está presente, es lo que establece el cuerpo original de la verdad, y nuestra filosofía articulada verbalmente no es más que una mera traducción en fórmulas. La certeza inmediata y no racionalizada es lo que se encuentra profundamente en nuestro interior, el argumento razonado no es más que una exhibición superficial. El instinto guía, la inteligencia fundamentalmente sigue».

Este era el modo de pensar de los filósofos de la naturaleza en los tiempos de James Hutton en el siglo XVIII y es todavía el de muchos científicos de hoy en día. La ciencia puede abarcar el concepto de la Tierra como un superorganismo y todavía puede preguntarse acerca del sentido del universo.

¿Cómo hemos llegado a nuestro presente mundo humanista y laico?

 

En tiempos antiguos a escala humana, tan lejanos como los primeros utensilios que pueden encontrarse, parece que la Tierra era adorada como Diosa y se creía que estaba viva. El mito de la gran madre se encuentra en la mayoría de las religiones antiguas. La madre es una figura compasiva y femenina, la primavera de toda la vida, de la fecundidad, de la gentileza. Ella es también el portador severo e implacable hacia la muerte.

 

Como recuerda Aldous Huxley en The Human Experience [La experiencia humana]:

«En el hinduismo, Kali es a la vez la madre infinitamente amable y amorosa y la Diosa terrorífica de la destrucción, que lleva un collar de cráneos y bebe la sangre de los seres humanos en uno de ellos. La descripción es profunda; si das la vida necesariamente tienes que dar la muerte porque la vida siempre acaba en una muerte y debe renovarse a través de la muerte».

En algún momento, no hace más de unos pocos miles de años, se arraigó el concepto de un Dios maestro remoto, un vigilante de Gaia. Al principio podría haber sido el Sol pero después tomó la forma que ahora tiene entre nosotros, la de un gobernador del universo extremadamente remoto aunque personalmente inmanente.

 

Charlene Spretnak, en su sugerente e interesante libro The Spiritual Dimensions of Green Politics [Las dimensiones espirituales de la política verde], atribuye el primer rechazo de Gaia, la Diosa Tierra, a la conquista de la antigua civilización centrada en la Tierra por los guerreros adoradores del Sol de las tribus indo-europeas invasoras.

«Imagínate tú mismo como testigo de aquel momento decisivo en la historia, es decir, como un miembro de la pacifica e ingeniosa cultura orientada hacia la Diosa en la vieja Europa. (No pienses en un "matriarcado") Puede haberlo sido pero nadie lo sabe y ésta no es la cuestión principal.) Estamos en el 4500 antes de Cristo. El lector está caminando a lo largo de un elevado risco, mirando a través de las llanuras hacia el este. En la distancia ve una ola masiva de jinetes galopando hacia su mundo en animales extraños y poderosos (el antecesor europeo del caballo se había extinguido).

 

Traen pocas mujeres, un gobierno centrado en un jefe y sólo una técnica primitiva de impresión para marcar sus dos símbolos, el Sol y el pino. Se movieron en oleadas primero hacia Europa del sudeste, después hacia Grecia, a través de toda Europa, también hacia el Cercano y Medio Oriente, el Norte de África y la India. Trajeron un Dios celeste, un culto guerrero y un orden social patriarcal. Y en este orden es en el que vivimos todavía en una cultura indoeuropea, aunque muy avanzada tecnológicamente.»

La evolución de estos jinetes hacia hombres modernos que cabalgan en sus infinitamente más poderosas máquinas de destrucción de los hábitats de nuestros compañeros en Gaia parece un paso pequeño. El resto de nosotros, en el infierno confortable y cómodo de la vida urbana, nos preocupamos muy poco de lo que hagan mientras continúen proporcionándonos comida, energía y materias primas y nosotros podamos continuar con el juego de la interferencia humana.

En tiempos antiguos, la creencia en una Tierra y en un cosmos viviente representaba el mismo concepto. Cielo y Tierra estaban cercanos y formaban parte de un mismo cuerpo. A medida que pasó el tiempo y creció la conciencia de las amplias distancias espacio-temporales mediante inventos como el telescopio, el universo fue haciéndose comprensible y el de Dios retrocedió hasta su lugar actual, detrás del Big Bang, el evento al que se atribuye el origen de todo.

 

Al mismo tiempo, a medida que creció la población también aumentó la proporción de la misma forzada a seguir una vida urbana fuera del contacto con la naturaleza. Durante los dos últimos siglos casi todos nos hemos convertido en habitantes de ciudades y parece que hemos perdido el interés tanto en el significado de Dios como en el de Gaia.

 

Tal como escribió el teólogo Keith Ward en el Times de diciembre de 1984:

«No es que la gente conozca lo que es Dios y haya decidido rechazarle. Parece que mucha gente ni siquiera conoce lo que es la idea tradicional ortodoxa de Dios, compartida por el judaísmo, el Islam y la Cristiandad. No tienen la menor idea de lo que quiere decir la palabra Dios

 

Ocurre simplemente que el concepto de Dios no tiene sentido o lugar posible en sus vidas. En lugar de ello o bien inventan alguna idea vaga de fuerza cósmica sin ninguna aplicación práctica o bien apelan a alguna figura medio olvidada de superpersona barbuda que interfiere constantemente con las leyes de la naturaleza».

Me pregunto si éste es el resultado de una privación sensorial. ¿Cómo podemos reverenciar el mundo vivo si ya no podemos oír la canción de un pájaro entre el ruido del tráfico u oler la suavidad del aire fresco?

 

Si el lector piensa que esto es una exageración recuerde la última vez que se estiró en un prado bajo la luz del Sol y olió la fragancia del tomillo y oyó y vio cantar y volar las alondras. Piense en la última vez que miró el negro azul oscuro del cielo aunque suficientemente claro para ver la Vía Láctea, la congregación de estrellas, nuestra galaxia.

La atracción de la ciudad es seductora. Sócrates dijo que no pasa nada interesante fuera de sus limites y mucho más tarde el doctor Johnson expresó su concepto de la vida en el campo:

«Un campo verde es como otro cualquiera».

Muchos de nosotros estamos atrapados en este mundo de la ciudad, una comedia de enredo interminable, y a menudo jugamos el papel de espectadores, no el de actores. Es interesante tener comentaristas sensibles como Sir David Attenborough que lleva el mundo natural con sus imágenes de bosques y vida salvaje a las pantallas de la televisión de nuestras habitaciones suburbanas. Sin embargo, la pantalla de televisión sólo es una ventana y raramente lo suficientemente transparente como para poder ver el mundo exterior; nunca nos puede retrotraer al mundo real de Gaia.

 

La vida de la ciudad refuerza y corrobora la herejía del humanismo, la devoción narcisista a los intereses exclusivamente humanos.

 

El misionero irlandés Sean McDonagh escribió en su libro To Care for the Earth [Cuidar la Tierra]:

«Los 20.000 millones de años de amor creativo de Dios sólo se interpretan como el escenario en que se celebró el drama de la salvación humana, o como algo esencialmente pecaminoso en sí mismo que necesitaba transformación».

Los dominios de las grandes religiones ahora se encuentran en los últimos baluartes de la existencia rural, en el Tercer Mundo de los trópicos. En todas las demás partes, Dios y Gaia, que en tiempos se consideraban juntas y respetadas, ahora se encuentran divorciadas y desconsideradas.

 

Como especie que casi hemos renunciado a pertenecer a Gaia y hemos dado a nuestras ciudades y a nuestros países los derechos y responsabilidades de la regulación ambiental, luchamos para mantener las relaciones humanas de la vida urbana aunque todavía suspiramos por el mundo natural: Queremos ser libres para conducir nuestro coche en el campo c en las zonas silvestres sin contaminar cuando lo hacemos Queremos comernos el pastel y conservarlo.

 

Aunque semejante esfuerzo puede ser humano y comprensible, es ilógico Nuestros humanistas se preocupan por los pobres del interior de las ciudades o del Tercer Mundo y nuestra obsesión casi obscena con la muerte, el sufrimiento y el dolor, como si fueran el mal en sí mismos -estos pensamientos distraer la mente de nuestro dominio enorme y excesivo sobre el mundo natural. La pobreza y el sufrimiento no han sido enviados, son las consecuencias de lo que hacemos.

 

Dolor y muerte son normales y naturales, no podríamos sobrevivir sin ellos. La ciencia, es cierto, ayudó al nacimiento de la tecnología. Cuando conducimos nuestros coches y escuchamos noticias de lluvia ácida en la radio, hemos de recordar que nosotros, personalmente, somos los contaminadores. Nosotros, no alguna figura diabólica vestida de blanco, compramos los coches, los conducimos y ensuciamos el aire. Por tanto somos responsables, personalmente, de la destrucción de árboles por el smog fotoquímico y la lluvia ácida. Somos responsables de la primavera silenciosa que predijo Rachel Carson.

Hay muchas maneras de mantenerse en contacto con Gaia. Los seres humanos individuales son colectivos celulares y endosimbióticos densamente poblados, aunque también constituyen entidades diferenciadas. Los individuos interaccionan con Gaia en el reciclado de los elementos y en el control del clima del mismo modo que la célula también lo hace en el cuerpo.

 

Se puede interaccionar individualmente de un modo espiritual mediante una sensación de maravilla del mundo natural y sintiéndose una parte de él. De alguna manera esta interacción no es diferente del estrecho acoplamiento entre el estado de la mente y el cuerpo. Otra conexión se realiza a través de las potentes infraestructuras de las comunidades humanas y de transporte de masas. Como especie, movemos ahora una masa mayor de algunos materiales alrededor de la Tierra que la cantidad movilizada por todo el biota de Gaia antes de que apareciésemos.

 

Nuestro parloteo es tan alto que puede oírse en las profundidades del universo. Siempre, como ha ocurrido con otras especies anteriores y más antiguas dentro de Gaia, el desarrollo del todo surge de la actividad de unos pocos individuos. Los nidos urbanos, los ecosistemas agrícolas, lo bueno y lo malo, provienen de las consecuencias de la rápida retroalimentación positiva que empieza a partir de la inspiración de un individuo.

Una mala interpretación frecuente de mi idea de Gaia es que soy el paladín de la complacencia, que proclamo que los efectos de la retroalimentación siempre protegerán el medio ambiente de cualquier daño serio que pueda causar el hombre.

 

A veces se expresa de una manera más cruda como «La Gaia de Lovelock da luz verde a la industria para que contamine a su gusto».

 

La verdad es casi diametralmente opuesta.

Tal como la veo, Gaia no es una madre cariñosa y tolerante con las malas conductas, ni tampoco es una damisela frágil y delicada en peligro por las acciones humanas. Es severa y ruda, siempre manteniendo el mundo cálido y habitable para aquéllos que obedecen las reglas, pero despiadada en la destrucción de los que las transgreden. Su objetivo inconsciente es un planeta adaptado para la vida. Si la humanidad sigue en el camino actual, será eliminada con la misma poca piedad que mostraría el microcerebro de un misil nuclear balístico intercontinental en pleno vuelo hacia su objetivo.

Lo que he escrito hasta ahora ha sido un testamento construido alrededor de la idea de Gaia. He intentado mostrar que Dios y Gaia, teología y ciencia, incluso física y biología no están separadas sino que forman una única línea de pensamiento. Aunque soy un científico, escribo como un individuo, y mis ideas probablemente son menos comunes de lo que me gustaría pensar. Por tanto, déjenme decir algo de lo que la comunidad científica tiene que decir al respecto.

En ciencia cuanto más se descubre más caminos quedan abiertos para la exploración. En ciencia es común que cuando las cosas son vagas y poco claras, el camino sea como el de un borracho vagabundeando en zigzag. A medida que nos tambaleamos y poco a poco nos damos cuenta de que nuestros juicios aturdidos señalan en la dirección equivocada, cruzamos sobre el camino verdadero y nos movemos casi tan lejos por el lado contrario igualmente equivocado. Si todo va bien nuestras desviaciones disminuyen y el camino converge hacia el verdadero, pero nunca sigue completamente.

 

Es una mera versión del viejo dicho in vino veritas. Esta manera de encontrar la verdad es tan natural que a menudo programamos nuestros ordenadores para resolver problemas demasiado tediosos para nosotros mismos obligándoles a seguir el mismo método de ensayo y error, tambaleándose en un camino lleno de escollos. El proceso se dignifica y mixtifica llamándole «iteración», aunque el método es el mismo. La única diferencia es que se realiza tan deprisa que el ojo nunca ve los titubeos.

Hemos perdido el conocimiento instintivo de lo que es la vida y de nuestro papel dentro de Gaia. Nuestros intentos de definir la vida se encuentran en un estadio muy parecido al del paseo del borracho. Los dos vértices opuestos que representan los extremos de la iteración se pueden ilustrar mediante un debate filosófico espléndido que se ha desarrollado durante los pasados veinte años entre los biólogos moleculares por una parte y la nueva escuela termodinámica por la otra.

 

El libro de Jacques Monod “El azar y la necesidad”, publicado por primera vez en 1970, presenta de manera hermosa y clara un planteamiento riguroso y científicamente sólido basado en la creencia de un universo materialista y determinista. El otro vértice está representado por aquellos que, como Erich Jantsch, creen en un universo autoorganizado.

 

Dicho planteamiento se refiere a la termodinámica de procesos irreversibles, de la que constituyen un ejemplo las estructuras disipativas como las llamas, torbellinos y la vida misma. Aunque los participantes son conocidos y respetados en el mundo anglosajón, una gran parte de este debate se ha desarrollado en francés, y por tanto muchos de nosotros nos hemos perdido las partes más divertidas.

Lo esencial de la controversia consiste en una actualización de la antigua batalla entre los holistas y los reduccionistas.

 

Tal como nos recuerda Monod:

“Algunas escuelas de pensamiento (todas más o menos consciente o inconscientemente influidas por Hegel) ponen en cuestión el valor de planteamientos analíticos para problemas tan complejos como los seres vivos. De acuerdo con estas escuelas holistas que, como el ave fénix, renacen en cada generación, el planteamiento analítico (reduccionista) está condenado al fracaso por su intento de reducir las propiedades de una organización compleja a la "suma" de las propiedades de sus partes.

 

Se trata de una disputa estúpida y desenfocada que únicamente pone en evidencia la falta total de comprensión de lo que es el método científico por parte de los holistas y el papel crucial que juega el análisis en él. ¿Cuán lejos podría ir un ingeniero marciano que intentase entender un ordenador terrestre rechazando por principio la disección de los componentes electrónicos básicos de la máquina que ejecutan las operaciones del álgebra proposicional?”.

Estas fuertes palabras se encontraban en la edición de 1970 de El azar y la necesidad. Quizá son mantenidas en la actualidad con un criterio menos extremo aunque sirven para expresar en forma adecuada cuál era, y todavía es, una parte de la corriente de opinión científica.

Nadie duda que haya ciencia reduccionista honesta y clara que nos ha permitido descifrar varios de los secretos del universo, o lo que no es menos importante, de las macromoléculas de los seres vivos que llevan la información genética de nuestras células. Sin embargo, por muy claro, fuerte y poderoso que sea este tipo de pensamiento no es suficiente en sí mismo para explicar los hechos de la vida.

 

Consideremos el ingeniero marciano de Jacques Monod.

 

¿Hubiera sido una buena idea trocear con un lote de herramientas y desmontar de manera analítica el ordenador que encontró? ¿O hubiera sido mejor, como paso inicial, ponerlo en marcha y examinarlo como un sistema completo?

 

Si el lector tiene alguna duda con respecto a la respuesta a esta pregunta baste considerar la idea de que este ingeniero marciano hipotético era un ordenador inteligente y el lector mismo el objeto que examinaba.

Por el contrario, en 1972, Ilya Prigogine escribió:

«No es una inestabilidad sino una sucesión de inestabilidades lo que permite cruzar la tierra de nadie entre vida y no-vida. Sólo empezamos a desenredar algunas etapas. Este concepto de orden biológico lleva automáticamente a una apreciación borrosa del papel del azar y la necesidad para recordar el título de un trabajo bien conocido de Jacques Monod.

 

Las fluctuaciones que permiten al sistema apartarse de los estados cercanos al equilibrio termodinámico representan el aspecto estocástico, la parte jugada por el azar. Por el contrario, la inestabilidad ambiental, el hecho de que las fluctuaciones se incrementarán, representa la necesidad. Azar y necesidad colaboran en lugar de oponerse el uno al otro».

Estoy totalmente de acuerdo con Monod en que la piedra angular del método científico es el postulado de que la naturaleza es objetiva.

 

El verdadero conocimiento nunca puede obtenerse atribuyendo «intenciones» a los fenómenos. Sin embargo, con la misma fuerza, niego que los sistemas nunca sean nada más que la suma de sus partes. El valor de Gaia en este debate es que se trata del organismo vivo más grande. Se puede analizar tanto como un sistema global como, de un modo reduccionista, una colección de partes. Este análisis no necesita distorsionar ni la individualidad ni la funcionalidad de Gaia más de lo que haría el movimiento de una sola bacteria comensal en la superficie de la nariz de uno.

Prigogine no fue el primero en identificar las insuficiencias de la termodinámica del equilibrio. Tenía muchos predecesores ilustres, entre ellos los físico-químicos J.W. Gibbs, L. Onsager y K.G. Denbigh, que exploraron la termodinámica del estado estacionario.

Sin embargo, fue el gran fisico Ludwig Boltzmann quien señaló verdaderamente el camino para entender la vida en términos termodinámicos. Cuando leí el libro de Schródinger ¿Qué es la vida?, a primeros de los sesenta, me di cuenta por primera vez de que la vida planetaria se manifestaba por el contraste entre el estado cercano al equilibrio de la atmósfera de un planeta muerto y el desequilibrio exuberante de la Tierra.

Cuando pasamos de la claridad meridiana del mundo real a la tierra de pesadilla de las estructuras disipativas ¿qué aprendemos que haga la próxima sacudida vacilante menos errónea que las anteriores?

 

He adquirido del punto de vista del mundo de Prigogine la confirmación de la sospecha de que el tiempo es una variable a menudo ignorada. En particular, muchas de las contradicciones aparentes entre estas dos escuelas de pensamiento parece que se resuelven si se contemplan a lo largo de una dimensión temporal en lugar de espacial. A través de estructuras disipativas hemos evolucionado desde un mundo de moléculas simples a las entidades más permanentes de los organismos vivos. Cuanto más nos alejamos del presente, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, mayor es la incertidumbre.

 

Darwin tenía razón cuando no quiso entrar en ninguna consideración acerca de los orígenes de la vida; como ha dicho Jerome Rothstein, las restricciones de la segunda ley de la termodinámica impiden que nunca podamos conocer algo acerca del origen o del final del universo.

El mundo antiguo del Arcaico vive en nuestros intestinos y en los de los demás animales. También en Gaia todavía vive el primitivo mundo caótico de estructuras disipativas que precedió a la vida. Un descubrimiento reciente y relativamente desconocido de la ciencia es que las fluctuaciones a cualquier escala, desde la viscosidad a la meteorología, pueden ser caóticas. No existe un determinismo completo en el universo, muchas cosas son impredecibles como una ruleta perfecta.

 

Un ecólogo colega mío, C.S. Holling, ha observado que la estabilidad a largo plazo de los ecosistemas depende de la existencia de inestabilidades internas caóticas. Estos bolsillos de caos dentro del sistema gaiano más grande y estable sirven para probar los límites impuestos por las leyes físicas a la vida. De este modo se asegura el oportunismo de la vida y no queda ningún nicho por descubrir. Por ejemplo, vivo en una región rodeado por granjeros que crían ovejas. Es sorprendente ver cómo los jóvenes corderos, mediante su exploración continua de mis setos limítrofes, pueden encontrar el camino hacia la mejor hierba de mi terreno, en donde no hay animales paciendo.

 

El comportamiento de la gente joven no es muy diferente.

Mi motivación para especular acerca de la guerra entre holistas y reduccionistas es ilustrar cuán polarizada puede encontrarse la propia ciencia. Déjenme concluir esta digresión y volvamos al tema de este capítulo, Dios y Gaia. Y permítanme empezar recordando el mundo de las margaritas, un modelo que es reduccionista y holista a la vez. Fue realizado para contestar a las críticas hacia Gaia, que la consideraban una teleología.

 

La necesidad de reducción fue debida a que la relación de los incontables billones de seres vivos de la Tierra y las rocas, el aire y los océanos, nunca se podrían describir con pleno detalle por una serie de ecuaciones matemáticas. Se necesitaba una simplificación drástica. Sin embargo, el modelo, con su estructura de bucle cibernético cerrado, también era holístico. Ello también se puede aplicar a nosotros mismos. No tendría sentido intentar desentrañar todas las relaciones entre los átomos dentro de las células que constituyen nuestros cuerpos.

 

Sin embargo, ello no evita que seamos reales e identificables, y que tengamos un intervalo de vida de por lo menos setenta años.

También nos encontramos en una disputa entre contrarios por nuestra lealtad a Gaia y el humanismo. En esta batalla, humanistas con intencionalidad política han dado a le palabra «reduccionistaa» un sentido peyorativo para desacreditar la ciencia y para cuestionar el método científico. Sin embargo, todos los científicos son hasta cierto punto reduccionistas; no hay lugar para la ciencia sin reduccionismo a algún nivel. Incluso los analistas de sistemas holísticos, cuando deben estudiar sistemas desconocidos, hacen pruebas, como perturbar el sistema y observar la respuesta, o hacen un modelo del mismo y reducen después este modelo.

 

En biología es imposible evitar la reducción aunque queramos. Los materiales y las intenciones entre los seres vivos son tan fenomenalmente complejas que sólo se puede obtener una descripción holística cuando se adapta al biota que existe como una entidad identificable, es decir, una célula, una planta, un nido o Gaia. Ciertamente, se puede observar y clasificar las propias entidades con un mínimo de invasión pero más pronto o más tarde la curiosidad nos moverá a estudiar de qué están hechas las entidades y cómo trabajan.

 

En cualquier caso, la idea de que la mera observación es neutra en sí misma es una ilusión.

Alguien dijo una vez que la razón por la que el universo funciona es que Dios lo está observando siempre y por tanto reduciéndolo. Sea lo que sea, no hay duda de que una reserva, un parque natural o un ecosistema, son reducidos proporcionalmente a la cantidad de tiempo que nosotros y nuestros hijos perturbamos la vida salvaje observándolos.

En The Self Organizing Universe [El universo autoorganizado], Erich Jantsch planteaba razones importantes para la presencia de una tendencia general a la autoorganización, de manera que la vida, en lugar de ser una casualidad, era una consecuencia inevitable. Jantsch basaba sus planteamientos en las teorías de los pioneros de lo que puede llamarse la «termodinámica de procesos irreversibles»: Max Eigen, Ilya Prigogine, Humberto Maturana, Francisco Valera y sus sucesores.

 

En la medida que se acumula la evidencia científica y se desarrollan las teorías en este tema recóndito puede que la metáfora de un universo viviente pueda ser incluida. Se podría racionalizar la intuición de Dios, algo de Dios podría convertirse en algo tan familiar como Gaia.

Por ahora mi fe en Dios permanece en un estado de agnosticismo positivo. Estoy demasiado implicado en la ciencia para tener una fe definida; también resulta igualmente inaceptable para mí, desde un punto de vista espiritual, el mundo materialista de la pura realidad. Arte y ciencia parecen estar interconectados entre sí y con la religión, encontrándose en un estado de expansión mutua.

 

El hecho de que Gaia pueda ser algo tanto espiritual como científico es para mí sumamente satisfactorio. A partir de las cartas y conversaciones he aprendido que ha sobrevivido un sentimiento por el organismo, la Tierra, y que muchos sienten la necesidad de incluir estas creencias antiguas en un sistema de convicciones, tanto para ellos mismos como porque sienten que la Tierra de la que forman parte se encuentra amenazada. De ningún modo veo a Gaia como un ser consciente, un Dios alternativo. Para mí Gaia está viva y es parte del universo inefable y yo soy una parte de ella.

El filósofo Gregory Bateson expresó esta forma de agnosticismo del siguiente modo:

«La mente individual es inmanente pero no únicamente al cuerpo. También es inmanente a caminos y mensajes fuera del cuerpo, y existe una gran mente de la cual la mente individual sólo constituye un subsistema. Esta mente más grande es comparable a Dios y es quizá lo que alguna gente entiende por Dios, aunque sigue siendo inmanente a los sistemas sociales interconectados a la ecología planetaria».

Como científico creo que la naturaleza es objetiva, pero también creo que la naturaleza no está predeterminada.

 

El famoso principio de incertidumbre que descubrió el físico Werner Heisenberg constituyó la primera fractura en la cristalina estructura del determinismo.

 

Ahora se ve que el caos puede ser descrito mediante una estructura matemática ordenada. Esta nueva forma de comprensión teórica clarifica la práctica de la predicción meteorológica. Antes se creía, tal como había establecido el físico francés Laplace, que si se disponía de un conocimiento suficiente (y en la actualidad ello quiere decir capacidad de cálculo de ordenador) se podría predecir cualquier cosa.

 

Fue emocionante descubrir que hay un caos real y honesto amablemente repartido por todo el Universo y empezar a entender por qué es imposible en este mundo predecir algo aparentemente tan sencillo como si va a llover mañana en algún punto concreto. El caos verdadero está aquí como una contrapartida al orden. El determinismo se ve reducido a una colección de fragmentos, como joyas que han caído en la superficie de un cuenco de brea.

La ciencia tiene sus modas. Algo que está garantizado que atraerá interés y empezará una moda nueva es la exploración de una patología. La salud es mucho menos interesante que la enfermedad. Me acuerdo bien de una visita que hicimos como escolares al museo de la London School of Hygiene and Tropical Medicine en la que se mostraban modelos de tamaño natural de gente infectada por enfermedades tropicales.

 

Aunque no tan bien hechos, tenían un aspecto tan extraño y tan horrible que se podían comparar con los horrores profesionalmente descritos en las figuras de cera de Madame Tussaud. La vista de los modelos de tamaño natural de las víctimas de elefantiasis o lepra y la consideración de su sufrimiento hicieron soportables las agonías adolescentes de un niño en edad escolar.

 

La ciencia contemporánea está igualmente fascinada por patologías de tipo matemático. La ecología teórica, que ya hemos comentado, se ha concentrado más en el estudio de los ecosistemas enfermos que de los sanos. Los caprichos de la meteorología son más interesantes que la estabilidad a largo plazo del clima. La creación continua nunca ha tenido una oportunidad frente a la patología extrema del Big Bang.

El interés de la ciencia por las patologías tiene una relación curiosa con la religión. Los matemáticos y los físicos se encuentran, sin darse cuenta, dentro de la demonología. Les gusta investigar «teoría de catástrofes» o «atractores extraños». Luego buscan entre sus colegas de otras ciencias ejemplos de patologías que se adapten a sus curiosos modelos.

 

Quizá tendría que explicar que en matemáticas un atractor es un estado de equilibrio estable, como un punto en el fondo de un cuenco suave al que siempre irá a descansar una bola. Al igual que puntos, los atractores también puede ser líneas, planos o volúmenes y son lugares donde los sistemas tienden a asentarse para descansar. Los atractores extraños son regiones caóticas de dimensión fractal que actúan como agujeros negros, dibujando las soluciones de las ecuaciones de sus dominios desconocidos y singulares.

 

Los fenómenos del mundo natural - como la meteorología, la enfermedad o los fracasos de los ecosistemas - se caracterizan por la presencia de atractores extraños en el aparato de sus matemáticas, estando a: acecho como bombas de relojería, zonas de inestabilidad, fluctuaciones cíclicas o simplemente caos.

El aspecto notorio de los organismos vivos reales y sanos es su habilidad aparente para controlar o limitar estas influencias desestabilizadoras. Parece que el mundo de las estructuras disipativas, amenazado por la catástrofe y parasitado por atractores extraños, es el mundo antecedente de la vida y de Gaia, y al mismo tiempo constituye un submundo que todavía existe. La evolución estrechamente ligada del medio ambiente físico y las entidades autopoyéticas de la pre-vida dieron lugar a un orden nuevo de estabilidad, el estado asociado con Gaia y con todas las formas de vida saludable.

 

La vida y Gaia son básicamente inmortales incluso a pesar de estar compuestas de entidades que por lo menos incluyen estructuras disipativas, un encuentro curioso entre los atractores extraños y otros generadores de caos que construye el mundo imaginario de las matemáticas y los demonios de las creencias religiosas antiguas.

 

Un paralelismo que va más allá e incluye una asociación con enfermedad en lugar de salud, hambre en lugar de abundancia, tempestad y no calma. Un santo de esta rama fascinante de las matemáticas es el francés Benoît Mandelbrot.

 

A partir de sus expresiones en dimensiones fractales se pueden producir ilustraciones gráficas de todo tipo de paisajes naturales: líneas costeras, cadenas de montañas, árboles y nubes, todos ellos de una realidad impresionante. Sin embargo, cuando el arte científico de Mandelbrot se aplica a atractores extraños vemos, de forma gráfica, las imágenes coloreadas vívidamente de un demonio o un dragón.

La teoría de Gaia puede parece aburrida en comparación con esos exotismos. Una cosa como la salud se considera garantizada hasta que falla. Ello puede ser el motivo por el que tan pocos científicos y teólogos están interesados por ella y prefieren la exploración del universo o de los orígenes de la vida a la exploración del mundo natural que les rodea. Encuentro difícil explicar a mis colegas por qué prefiero trabajar y vivir sólo en las profundidades del campo. Piensan que debo perderme todo el interés de la exploración.

 

Prefiero una vida con Gaia ahora y aquí, y mirar atrás sólo a esta parte de la historia que es cognoscible, no a lo que pudo haber sido antes de que ella se convirtiese en un ser. Un amigo me preguntó que si, eso es así, por qué escogí dedicar una parte tan importante de este libro a la historia de la Tierra. Encuentro que la manera más fácil de explicar mis razones de esta inconsistencia aparente es mediante una fábula.

Imaginemos una isla en medio de un cálido mar azul con playas de arena. El bosque exuberante de detrás de éstas abre el camino hacia unos pequeños picos montañosos que dibujan una forma aguda y clara en el horizonte distante. No hay signos de la presencia de ningún habitante, humano o de otro tipo. Lo que a primera vista parece ser un pueblo de casas de piedra blanca es, visto de cerca, un afloramiento de creta que brilla como un láser a la luz del Sol. Sin embargo, hay algo extraño, uno parpadea porque la luz es muy brillante y mira otra vez. No es una ilusión, los árboles no son verdes, son la sombra oscura del azul.

La isla que contemplamos se encuentra en algún lugar dentro de 500 millones de años. Los detalles exactos son impredecibles y poco importantes para este relato, pero podemos decir que es más caliente que cualquier sitio cerca del mar de la Tierra actual, con una temperatura dé 30°C, y a menudo alcanza los 60°C en el desierto del interior de la isla. Hay poco o casi nada de dióxido de carbono en el aire pero en lo que respecta a lo demás éste es muy parecido a la composición actual, con la cantidad de oxígeno precisa para respirar, pero no demasiado como para convertir los incendios en incontrolables.

 

Se ha producido una puntuación muy importante, y las formas de vida dominantes de la superficie terrestre son de una estructura que ningún zoólogo o botánico de nuestro tiempo reconocería.

En un prado pequeño cerca de la orilla se ha reunido un grupo de filósofos para celebrar una de estas reuniones civilizadas subvencionadas por una sociedad científica. Un simposio que deja mucho tiempo para nadar y pasear, o simplemente hablar sin prisa. Una participante tiene la teoría de que su forma de vida, tan improbable como la de muchos de los organismos del mar y de los microorganismos, no sólo evolucionó sino que fue creada artificialmente por una forma de vida consciente que vivió en el pasado geológico remoto.

 

Basa su razonamiento en el tipo de sistema nervioso de los filósofos y, en general, de los animales terrestres. Este opera mediante la conducción directa de electricidad a través de hebras de un polímero orgánico, mientras que el de la vida oceánica opera por transporte iónico dentro de células elongadas (lo que nosotros reconoceríamos, por supuesto, como nervios). Los cerebros de los filósofos operan mediante semiconductores, lo que contrasta con los sistemas químicamente polarizados de los organismos marinos.

 

En esta forma de vida nueva, los machos no existen como organismos conscientes móviles sino como simples formas vegetativas que proporcionan la información genética separada necesaria para que la recombinación pueda reducir la expresión de errores. El matrimonio todavía es una relación para toda la vida, aunque con los maridos enraizados en la Tierra como plantas -hay más de uno de este tipo entre un amante jardinero y las flores-. Nuestro filósofo argumenta que semejante sistema nunca podría haberse originado por azar sino que tiene que haber sido manufacturado en algún momento en el pasado.

 

Como era de esperar su teoría no es bien recibida. No sólo se encuentra fuera del paradigma de la ciencia de aquellos tiempos sino que los teólogos y los escritores de cuentos imaginarios encuentran que este concepto repugna a su idea de un origen único y espontáneo de un planeta vivo. Volver a la herejía creacionista es inaceptable.

Estos ocupantes de una futura Atlantis no tienen necesidad de hablar o escribir. La posesión de un sistema nervioso electrónico hace que el hablar sea redundante, son capaces de utilizar radio frecuencias para comunicarse directamente una amplia variedad de imágenes e ideas. A pesar de estas ventajas y de su sabiduría superior no son, como las ballenas de hoy en día, ni expertos en mecánica ni están interesados en los mecanismos.

 

Siendo así, la idea de hacer un artefacto tan intrincado como un cerebro o un sistema nervioso están fuera de su comprensión y por tanto, de su mentalidad, fuera de las capacidades de una forma de vida anterior. El aspecto principal de esta fábula pretende argumentar que no es necesario conocer los detalles intrincados del origen mismo de la vida para comprender la evolución de Gaia y de nosotros mismos.

 

De manera semejante, la consideración de estos lugares remotos de antes y después de la vida, cielo e infierno, puede ser irrelevante para el descubrimiento de una forma de vida decorosa. Podemos haber sido ayudados por la naturaleza del universo para evitar el caos y evolucionar de forma espontánea, en alguna orilla hadiana, en nuestra forma de vida ancestral. Parece improbable que provengamos de una forma de vida implantada aquí por visitantes del exterior, o que incluso llegase pegada a algún trozo de residuo cometario del espacio exterior.

 

Me gusta pensar que Darwin descartó las preguntas acerca del origen de la vida no sólo porque la información disponible en su tiempo era tan escasa que la búsqueda de los orígenes de la vida hubiera tenido que quedar dentro del ámbito de la especulación sino porque, más convincentemente, se dio cuenta de que no era necesario conocer los detalles del origen de la vida para formular la evolución de las especies mediante la selección natural. Esto es lo que quiero decir cuando indico que el concepto de Gaia es manejable.

La creencia de que la Tierra está viva y que debe ser reverenciada todavía se mantiene en sitios remotos como el oeste de Irlanda y las zonas rurales de algunos países latinos. En estos sitios, los santuarios a la Virgen María parecen significar más, y atraer más amor y devoción, que la misma iglesia. Los santuarios casi siempre se encuentran a cielo abierto, expuestos al Sol y a la lluvia, y rodeados de flores y arbustos depositados con cuidado.

 

No puedo dejar de pensar que esta gente del campo está venerando a algo más que a la Virgen cristiana. Queda poco tiempo para evitar la destrucción de las selvas de los trópicos, con consecuencias que llegarán lejos tanto para Gaia como para la gente. La gente del campo, que está destruyendo sus propios bosques, a menudo son cristianos y veneran a la Virgen María.

 

Si fuera posible que su mente y su corazón se conmovieran y vieran en ella la encarnación de Gaia entonces quizá se pudieran dar cuenta de que la víctima de su destrucción era ciertamente la Madre de la Humanidad y la fuente de la vida permanente.

Cuando este gran hombre bueno, el papa Juan Pablo, viaja a través del mundo, en un acto de gran humildad y respeto por la madre y el padre Tierra, se agacha y besa el asfalto del aeropuerto.

 

A veces lo imagino caminando unos pocos pasos más allá del cemento muerto para besar el césped, que es parte de nuestra verdadera madre y de nosotros mismos.

 

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