11-Dios Y GAIA
Las fotografías, como las biografías, a menudo revelan más acerca del artista que sobre el tema de que tratan. Quizás es por ello por lo que las fotografías de pasaporte, tomadas de manera automática en cabinas automáticas, parecen tan faltas de vida. ¿Cómo podría una simple máquina captar el alma de un individuo, sentado rígidamente y mirando fijamente al ojo ciego de la cámara?
Intentando escribir
acerca de Dios y Gaia comparto alguna de las limitaciones de una
cámara mecánica, y sé que este capítulo mostrará más de mí mismo que
de mis temas. Entonces, ¿por qué intentarlo?
Este interés no sólo se ha
circunscrito al estado seglar; una de las cartas más interesantes
provino de Hugh Montefiore, entonces obispo de Birmingham. Me
preguntaba qué es lo que creía yo que había aparecido antes, la vida
o Gaia. Mis intentos de contestar a esta pregunta me llevaron a
mantener correspondencia con él, que se expone en un capítulo de su
libro The Probability of God [La probabilidad de Dios]. Sospecho que
algunos cosmólogos también reciben preguntas semejantes por parte de
los que se imaginan que casi se saludan con Dios. Fui ingenuo al
pensar que un libro sobre Gaia sólo sería tomado como algo
científico.
Cuando era estudiante, un cuáquero practicante me preguntó seriamente si alguna vez había tenido alguna experiencia religiosa. No comprendiendo lo que me preguntaba pensé que se refería a una aparición o un milagro y le dije que no. Mirando atrás desde una perspectiva de 45 años me inclino a pensar que habría tenido que decir que sí. La vida misma es una experiencia religiosa.
Sin embargo, en aquella ocasión la pregunta casi no tenia sentido porque implicaba la separación de la vida entre una parte sagrada y otra secular. Ahora creo que no puede haber tal división. En cualquier relación, en el plano de la satisfacción personal, hay momentos de deleite y de dificultad. Para mí, un punto álgido fue cuando Jim Morton, el deán de la catedral de St. John, en Nueva York, me pidió que le ayudase en una celebración religiosa.
Todavía recuerdo maravillado cómo formé parte de aquella
procesión llena de color, junto a él y otros clérigos, vestidos con
ropas medievales. La música del coro cantando Morning Is Broken me
parecía que adquiría un sentido nuevo en el ambiente de aquel sitio
sagrado. Fue una experiencia sensual que no por ello me pareció
menos religiosa.
Tenía tan inculcados mis conocimientos infantiles acerca del poder de lo oculto que de mayor tuve que hacer un esfuerzo de voluntad para parar de tocar madera o cruzar mis dedos cada vez que tenía que enfrentarme a un riesgo. El cristianismo se encontraba allí no tanto como una fe sino como una serie de guías a seguir acerca de cómo ser bueno.
No es necesario interrumpir el juicio crítico, y ello no impide cantar el himno equivocado o el correcto fuera de tono. Esto es todo lo que siento acerca de Gaia.
¿Qué siento acerca de Dios?
Estoy demasiado implicado en el raciocinio científico para sentirme a gusto recitando el credo o el padrenuestro en una iglesia cristiana. La insistencia en la declaración «creo en Dios Padre todopoderoso, creador de los cielos y la Tierra» parece adormecer el sentido de la maravilla, como si uno estuviera comprometido con una línea de pensamiento por un contrato legal cósmico.
También parece
equivocado tomarlo sólo como una metáfora. Sin embargo, respeto la
intuición de los que creen, y me conmueve la ceremonia, la música, y
sobre todo la gloria de las palabras del libro de plegarias que para
mí están lo más cerca posible de la perfecta expresión de nuestro
lenguaje.
¿Cómo es posible tratar como si fueran hechos de la ciencia sucesos que ocurrieron hace tantos años y que dieron lugar a la emergencia de algo tan intrincado como la vida?
Es consustancial con el ser humano tener
curiosidad por los antecedentes, pero realizar expediciones dentro
del pasado remoto a la búsqueda de los orígenes es tan
extraordinariamente poco relevante como lo era la caza de las
serpientes de mar. La mayor parte de la información acerca de los
orígenes está con nosotros aquí y ahora. Así pues, recreémonos en
ella y sintámonos agradecidos de estar vivos.
Mi respuesta instantánea fue que el concepto de una
Tierra viviente es manejable. Sabemos que no hay más vida en el
sistema solar y que la estrella más cercana está extremadamente
lejos. Tiene que haber otras Gaias orbitando alrededor de otras
estrellas tranquilas de larga vida pero, aunque pueda sentir
curiosidad por ellas y por el universo, estos son conceptos
intangibles: son para el intelecto, no para los sentidos. Hasta que
no seamos visitados desde otras partes del universo, si es que ello
ocurre alguna vez, estamos obligados a permanecer separados.
El concepto de Yahvé como ser remoto, todopoderoso y que lo abarca todo, es o bien terrorífico o bien inalcanzable. Incluso el sentido de la presencia de un Dios más contemporáneo, una voz pequeña en el interior, puede no ser suficiente para los que necesitan comunicarse con alguien exterior. María está cerca y se le puede hablar. Ella es creíble y manejable. Podría ser que la importancia de la Virgen María en la fe tuviera algo que ver con este concepto, pero también puede incluir otras cosas.
¿Qué ocurre si María es un nombre alternativo para Gaia?
Entonces su capacidad de dar a luz virginalmente no sería un milagro ni una aberración partenogenética, se trata del papel de Gaia desde que empezó la vida. Los inmortales no tienen necesidad de reproducir una imagen de sí mismos, es suficiente con que renueven continuamente la vida que los constituye. Cualquier organismo vivo de una edad semejante a la de un cuarto de la del mismo universo y que todavía se encuentra lleno de vigor está tan cercano de la inmortalidad como nosotros nunca tendremos necesidad de saber.
Ella
es de este universo y, concebiblemente, una parte de Dios. En la
Tierra ella es la fuente de vida inagotable y todavía está viva,
ella dio a luz a la humanidad y nosotros somos una parte de ella.
Semejante aproximación es prescriptiva, presupone su existencia, y cierra el pensamiento a preguntas tales como: ¿Cómo sería el universo sin Dios? ¿Cómo podemos utilizar el concepto de Dios como una manera de contemplar el universo y a nosotros mismos? ¿Cómo podemos utilizar el concepto de Gaia como un sistema para entender a Dios?
El creer en Dios es un acto de
fe y permanecerá
así. Del mismo modo, huelga intentar probar que Gaia está viva.
Los científicos creativos, cuando se les pregunta cómo llegaron a un gran descubrimiento, frecuentemente dicen:
Comparemos esta idea con la de William James, el filósofo y psicólogo del siglo XIX, en Las variedades de la experiencia religiosa:
Este era el modo de pensar de los filósofos de la naturaleza en los
tiempos de James Hutton en el siglo XVIII y es todavía el de muchos
científicos de hoy en día. La ciencia puede abarcar el concepto de
la Tierra como un superorganismo y todavía puede preguntarse acerca
del sentido del universo.
En tiempos antiguos a escala humana, tan lejanos como los primeros utensilios que pueden encontrarse, parece que la Tierra era adorada como Diosa y se creía que estaba viva. El mito de la gran madre se encuentra en la mayoría de las religiones antiguas. La madre es una figura compasiva y femenina, la primavera de toda la vida, de la fecundidad, de la gentileza. Ella es también el portador severo e implacable hacia la muerte.
Como recuerda Aldous Huxley en The Human Experience [La experiencia humana]:
En algún momento, no hace más de unos pocos miles de años, se arraigó el concepto de un Dios maestro remoto, un vigilante de Gaia. Al principio podría haber sido el Sol pero después tomó la forma que ahora tiene entre nosotros, la de un gobernador del universo extremadamente remoto aunque personalmente inmanente.
Charlene Spretnak, en su sugerente e interesante libro The Spiritual Dimensions of Green Politics [Las dimensiones espirituales de la política verde], atribuye el primer rechazo de Gaia, la Diosa Tierra, a la conquista de la antigua civilización centrada en la Tierra por los guerreros adoradores del Sol de las tribus indo-europeas invasoras.
La evolución de estos jinetes hacia hombres modernos que cabalgan en
sus infinitamente más poderosas máquinas de destrucción de los
hábitats de nuestros compañeros en Gaia parece un paso pequeño. El
resto de nosotros, en el infierno confortable y cómodo de la vida
urbana, nos preocupamos muy poco de lo que hagan mientras continúen
proporcionándonos comida, energía y materias primas y nosotros
podamos continuar con el juego de la interferencia humana.
Al mismo tiempo, a medida que creció la población también aumentó la proporción de la misma forzada a seguir una vida urbana fuera del contacto con la naturaleza. Durante los dos últimos siglos casi todos nos hemos convertido en habitantes de ciudades y parece que hemos perdido el interés tanto en el significado de Dios como en el de Gaia.
Tal como escribió el teólogo Keith Ward en el Times de diciembre de 1984:
Me pregunto si éste es el resultado de una privación sensorial. ¿Cómo podemos reverenciar el mundo vivo si ya no podemos oír la canción de un pájaro entre el ruido del tráfico u oler la suavidad del aire fresco?
Si el lector piensa que esto es una exageración
recuerde la última vez que se estiró en un prado bajo la luz del Sol
y olió la fragancia del tomillo y oyó y vio cantar y volar las
alondras. Piense en la última vez que miró el negro azul oscuro del
cielo aunque suficientemente claro para ver la Vía Láctea, la
congregación de estrellas, nuestra galaxia.
Muchos de nosotros estamos atrapados en este mundo de la ciudad, una comedia de enredo interminable, y a menudo jugamos el papel de espectadores, no el de actores. Es interesante tener comentaristas sensibles como Sir David Attenborough que lleva el mundo natural con sus imágenes de bosques y vida salvaje a las pantallas de la televisión de nuestras habitaciones suburbanas. Sin embargo, la pantalla de televisión sólo es una ventana y raramente lo suficientemente transparente como para poder ver el mundo exterior; nunca nos puede retrotraer al mundo real de Gaia.
La vida de la ciudad refuerza y corrobora la herejía del humanismo, la devoción narcisista a los intereses exclusivamente humanos.
El misionero irlandés Sean McDonagh escribió en su libro To Care for the Earth [Cuidar la Tierra]:
Los dominios de las grandes religiones ahora se encuentran en los últimos baluartes de la existencia rural, en el Tercer Mundo de los trópicos. En todas las demás partes, Dios y Gaia, que en tiempos se consideraban juntas y respetadas, ahora se encuentran divorciadas y desconsideradas.
Como especie que casi hemos renunciado a pertenecer a Gaia y hemos dado a nuestras ciudades y a nuestros países los derechos y responsabilidades de la regulación ambiental, luchamos para mantener las relaciones humanas de la vida urbana aunque todavía suspiramos por el mundo natural: Queremos ser libres para conducir nuestro coche en el campo c en las zonas silvestres sin contaminar cuando lo hacemos Queremos comernos el pastel y conservarlo.
Aunque semejante esfuerzo puede ser humano y comprensible, es ilógico Nuestros humanistas se preocupan por los pobres del interior de las ciudades o del Tercer Mundo y nuestra obsesión casi obscena con la muerte, el sufrimiento y el dolor, como si fueran el mal en sí mismos -estos pensamientos distraer la mente de nuestro dominio enorme y excesivo sobre el mundo natural. La pobreza y el sufrimiento no han sido enviados, son las consecuencias de lo que hacemos.
Dolor y muerte son normales y naturales, no
podríamos sobrevivir sin ellos. La ciencia, es cierto, ayudó al
nacimiento de la tecnología. Cuando conducimos nuestros coches y
escuchamos noticias de lluvia ácida en la radio, hemos de recordar
que nosotros, personalmente, somos los contaminadores. Nosotros, no
alguna figura diabólica vestida de blanco, compramos los coches, los
conducimos y ensuciamos el aire. Por tanto somos responsables,
personalmente, de la destrucción de árboles por el smog fotoquímico
y la lluvia ácida. Somos responsables de la primavera silenciosa que
predijo Rachel Carson.
Se puede interaccionar individualmente de un modo espiritual mediante una sensación de maravilla del mundo natural y sintiéndose una parte de él. De alguna manera esta interacción no es diferente del estrecho acoplamiento entre el estado de la mente y el cuerpo. Otra conexión se realiza a través de las potentes infraestructuras de las comunidades humanas y de transporte de masas. Como especie, movemos ahora una masa mayor de algunos materiales alrededor de la Tierra que la cantidad movilizada por todo el biota de Gaia antes de que apareciésemos.
Nuestro parloteo es tan alto que puede oírse en las profundidades
del universo. Siempre, como ha ocurrido con otras especies
anteriores y más antiguas dentro de Gaia, el desarrollo del todo
surge de la actividad de unos pocos individuos. Los nidos urbanos,
los ecosistemas agrícolas, lo bueno y lo malo, provienen de las
consecuencias de la rápida retroalimentación positiva que empieza a
partir de la inspiración de un individuo.
A veces se expresa de una manera más cruda como «La Gaia de Lovelock da luz verde a la industria para que contamine a su gusto».
La verdad es casi
diametralmente opuesta.
Es una mera versión del
viejo dicho in vino veritas. Esta manera de encontrar la verdad es
tan natural que a menudo programamos nuestros ordenadores para
resolver problemas demasiado tediosos para nosotros mismos
obligándoles a seguir el mismo método de ensayo y error,
tambaleándose en un camino lleno de escollos. El proceso se
dignifica y mixtifica llamándole «iteración», aunque el método es el
mismo. La única diferencia es que se realiza tan deprisa que el ojo
nunca ve los titubeos.
El libro de Jacques Monod “El azar y la necesidad”, publicado por primera vez en 1970, presenta de manera hermosa y clara un planteamiento riguroso y científicamente sólido basado en la creencia de un universo materialista y determinista. El otro vértice está representado por aquellos que, como Erich Jantsch, creen en un universo autoorganizado.
Dicho planteamiento se refiere
a la termodinámica de procesos irreversibles, de la que constituyen
un ejemplo las estructuras disipativas como las llamas, torbellinos
y la vida misma. Aunque los participantes son conocidos y respetados
en el mundo anglosajón, una gran parte de este debate se ha
desarrollado en francés, y por tanto muchos de nosotros nos hemos
perdido las partes más divertidas.
Tal como nos recuerda Monod:
Estas fuertes palabras se encontraban en la edición de 1970 de
El
azar y la necesidad. Quizá son mantenidas en la actualidad con un
criterio menos extremo aunque sirven para expresar en forma adecuada
cuál era, y todavía es, una parte de la corriente de opinión
científica.
Consideremos el ingeniero marciano de Jacques Monod.
¿Hubiera sido una buena idea trocear con un lote de herramientas y desmontar de manera analítica el ordenador que encontró? ¿O hubiera sido mejor, como paso inicial, ponerlo en marcha y examinarlo como un sistema completo?
Si el lector tiene alguna duda con respecto a la respuesta
a esta pregunta baste considerar la idea de que este ingeniero
marciano hipotético era un ordenador inteligente y el lector mismo
el objeto que examinaba.
Estoy totalmente de acuerdo con Monod en que la piedra angular del método científico es el postulado de que la naturaleza es objetiva.
El verdadero conocimiento nunca puede obtenerse atribuyendo
«intenciones» a los fenómenos. Sin embargo, con la misma fuerza,
niego que los sistemas nunca sean nada más que la suma de sus
partes. El valor de Gaia en este debate es que se trata del
organismo vivo más grande. Se puede analizar tanto como un sistema
global como, de un modo reduccionista, una colección de partes. Este
análisis no necesita distorsionar ni la individualidad ni la
funcionalidad de Gaia más de lo que haría el movimiento de una sola
bacteria comensal en la superficie de la nariz de uno.
He adquirido del punto de vista del mundo de Prigogine la confirmación de la sospecha de que el tiempo es una variable a menudo ignorada. En particular, muchas de las contradicciones aparentes entre estas dos escuelas de pensamiento parece que se resuelven si se contemplan a lo largo de una dimensión temporal en lugar de espacial. A través de estructuras disipativas hemos evolucionado desde un mundo de moléculas simples a las entidades más permanentes de los organismos vivos. Cuanto más nos alejamos del presente, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, mayor es la incertidumbre.
Darwin tenía razón
cuando no quiso entrar en ninguna consideración acerca de los
orígenes de la vida; como ha dicho Jerome Rothstein, las
restricciones de la segunda ley de la termodinámica impiden que
nunca podamos conocer algo acerca del origen o del final del
universo.
Un ecólogo colega mío, C.S. Holling, ha observado que la estabilidad a largo plazo de los ecosistemas depende de la existencia de inestabilidades internas caóticas. Estos bolsillos de caos dentro del sistema gaiano más grande y estable sirven para probar los límites impuestos por las leyes físicas a la vida. De este modo se asegura el oportunismo de la vida y no queda ningún nicho por descubrir. Por ejemplo, vivo en una región rodeado por granjeros que crían ovejas. Es sorprendente ver cómo los jóvenes corderos, mediante su exploración continua de mis setos limítrofes, pueden encontrar el camino hacia la mejor hierba de mi terreno, en donde no hay animales paciendo.
El comportamiento de la gente joven
no es muy diferente.
La necesidad de reducción fue debida a que la relación de los incontables billones de seres vivos de la Tierra y las rocas, el aire y los océanos, nunca se podrían describir con pleno detalle por una serie de ecuaciones matemáticas. Se necesitaba una simplificación drástica. Sin embargo, el modelo, con su estructura de bucle cibernético cerrado, también era holístico. Ello también se puede aplicar a nosotros mismos. No tendría sentido intentar desentrañar todas las relaciones entre los átomos dentro de las células que constituyen nuestros cuerpos.
Sin
embargo, ello no evita que seamos reales e identificables, y que
tengamos un intervalo de vida de por lo menos setenta años.
En biología es imposible evitar la reducción aunque queramos. Los materiales y las intenciones entre los seres vivos son tan fenomenalmente complejas que sólo se puede obtener una descripción holística cuando se adapta al biota que existe como una entidad identificable, es decir, una célula, una planta, un nido o Gaia. Ciertamente, se puede observar y clasificar las propias entidades con un mínimo de invasión pero más pronto o más tarde la curiosidad nos moverá a estudiar de qué están hechas las entidades y cómo trabajan.
En cualquier caso, la idea de
que la mera observación es neutra en sí misma es una ilusión.
En la medida que se acumula la evidencia científica y se
desarrollan las teorías en este tema recóndito puede que la metáfora
de un universo viviente pueda ser incluida. Se podría racionalizar
la intuición de Dios, algo de Dios podría convertirse en algo tan
familiar como Gaia.
El
hecho de que Gaia pueda ser algo tanto espiritual como científico es
para mí sumamente satisfactorio. A partir de las cartas y
conversaciones he aprendido que ha sobrevivido un sentimiento por el
organismo, la Tierra, y que muchos sienten la necesidad de incluir
estas creencias antiguas en un sistema de convicciones, tanto para
ellos mismos como porque sienten que la Tierra de la que forman
parte se encuentra amenazada. De ningún modo veo a Gaia como un ser
consciente, un Dios alternativo. Para mí Gaia está viva y es parte
del universo inefable y yo soy una parte de ella.
Como científico creo que la naturaleza es objetiva, pero también creo que la naturaleza no está predeterminada.
El famoso principio de incertidumbre que descubrió el físico Werner Heisenberg constituyó la primera fractura en la cristalina estructura del determinismo.
Ahora se ve que el caos puede ser descrito mediante una estructura matemática ordenada. Esta nueva forma de comprensión teórica clarifica la práctica de la predicción meteorológica. Antes se creía, tal como había establecido el físico francés Laplace, que si se disponía de un conocimiento suficiente (y en la actualidad ello quiere decir capacidad de cálculo de ordenador) se podría predecir cualquier cosa.
Fue emocionante descubrir que hay un caos
real y honesto amablemente repartido por todo el Universo y empezar
a entender por qué es imposible en este mundo predecir algo
aparentemente tan sencillo como si va a llover mañana en algún punto
concreto. El caos verdadero está aquí como una contrapartida al
orden. El determinismo se ve reducido a una colección de fragmentos,
como joyas que han caído en la superficie de un cuenco de brea.
Aunque no tan bien hechos, tenían un aspecto tan extraño y tan horrible que se podían comparar con los horrores profesionalmente descritos en las figuras de cera de Madame Tussaud. La vista de los modelos de tamaño natural de las víctimas de elefantiasis o lepra y la consideración de su sufrimiento hicieron soportables las agonías adolescentes de un niño en edad escolar.
La ciencia contemporánea está igualmente fascinada por
patologías de tipo matemático. La ecología teórica, que ya hemos
comentado, se ha concentrado más en el estudio de los ecosistemas
enfermos que de los sanos. Los caprichos de la meteorología son más
interesantes que la estabilidad a largo plazo del clima. La creación
continua nunca ha tenido una oportunidad frente a la patología
extrema del Big Bang.
Quizá tendría que explicar que en matemáticas un atractor es un estado de equilibrio estable, como un punto en el fondo de un cuenco suave al que siempre irá a descansar una bola. Al igual que puntos, los atractores también puede ser líneas, planos o volúmenes y son lugares donde los sistemas tienden a asentarse para descansar. Los atractores extraños son regiones caóticas de dimensión fractal que actúan como agujeros negros, dibujando las soluciones de las ecuaciones de sus dominios desconocidos y singulares.
Los fenómenos del mundo natural - como la
meteorología, la enfermedad o los fracasos de los ecosistemas - se
caracterizan por la presencia de atractores extraños en el aparato
de sus matemáticas, estando a: acecho como bombas de relojería,
zonas de inestabilidad, fluctuaciones cíclicas o simplemente caos.
La vida y Gaia son básicamente inmortales incluso a pesar de estar compuestas de entidades que por lo menos incluyen estructuras disipativas, un encuentro curioso entre los atractores extraños y otros generadores de caos que construye el mundo imaginario de las matemáticas y los demonios de las creencias religiosas antiguas.
Un paralelismo que va más allá e incluye una asociación con enfermedad en lugar de salud, hambre en lugar de abundancia, tempestad y no calma. Un santo de esta rama fascinante de las matemáticas es el francés Benoît Mandelbrot.
A partir de sus
expresiones en dimensiones fractales se pueden producir
ilustraciones gráficas de todo tipo de paisajes naturales: líneas
costeras, cadenas de montañas, árboles y nubes, todos ellos de una
realidad impresionante. Sin embargo, cuando el arte científico de
Mandelbrot se aplica a atractores extraños vemos, de forma gráfica,
las imágenes coloreadas vívidamente de un demonio o un dragón.
Prefiero una vida con Gaia ahora y aquí, y mirar atrás sólo a esta
parte de la historia que es cognoscible, no a lo que pudo haber sido
antes de que ella se convirtiese en un ser. Un amigo me preguntó que
si, eso es así, por qué escogí dedicar una parte tan importante de
este libro a la historia de la Tierra. Encuentro que la manera más
fácil de explicar mis razones de esta inconsistencia aparente es
mediante una fábula.
Se ha producido una puntuación muy importante, y las
formas de vida dominantes de la superficie terrestre son de una
estructura que ningún zoólogo o botánico de nuestro tiempo
reconocería.
Basa su razonamiento en el tipo de sistema nervioso de los filósofos y, en general, de los animales terrestres. Este opera mediante la conducción directa de electricidad a través de hebras de un polímero orgánico, mientras que el de la vida oceánica opera por transporte iónico dentro de células elongadas (lo que nosotros reconoceríamos, por supuesto, como nervios). Los cerebros de los filósofos operan mediante semiconductores, lo que contrasta con los sistemas químicamente polarizados de los organismos marinos.
En esta forma de vida nueva, los machos no existen como organismos conscientes móviles sino como simples formas vegetativas que proporcionan la información genética separada necesaria para que la recombinación pueda reducir la expresión de errores. El matrimonio todavía es una relación para toda la vida, aunque con los maridos enraizados en la Tierra como plantas -hay más de uno de este tipo entre un amante jardinero y las flores-. Nuestro filósofo argumenta que semejante sistema nunca podría haberse originado por azar sino que tiene que haber sido manufacturado en algún momento en el pasado.
Como era de esperar su teoría no es bien
recibida. No sólo se encuentra fuera del paradigma de la ciencia de
aquellos tiempos sino que los teólogos y los escritores de cuentos
imaginarios encuentran que este concepto repugna a su idea de un
origen único y espontáneo de un planeta vivo. Volver a la herejía
creacionista es inaceptable.
Siendo así, la idea de hacer un artefacto tan intrincado como un cerebro o un sistema nervioso están fuera de su comprensión y por tanto, de su mentalidad, fuera de las capacidades de una forma de vida anterior. El aspecto principal de esta fábula pretende argumentar que no es necesario conocer los detalles intrincados del origen mismo de la vida para comprender la evolución de Gaia y de nosotros mismos.
De manera semejante, la consideración de estos lugares remotos de antes y después de la vida, cielo e infierno, puede ser irrelevante para el descubrimiento de una forma de vida decorosa. Podemos haber sido ayudados por la naturaleza del universo para evitar el caos y evolucionar de forma espontánea, en alguna orilla hadiana, en nuestra forma de vida ancestral. Parece improbable que provengamos de una forma de vida implantada aquí por visitantes del exterior, o que incluso llegase pegada a algún trozo de residuo cometario del espacio exterior.
Me
gusta pensar que Darwin descartó las preguntas acerca del origen de
la vida no sólo porque la información disponible en su tiempo era
tan escasa que la búsqueda de los orígenes de la vida hubiera tenido
que quedar dentro del ámbito de la especulación sino porque, más
convincentemente, se dio cuenta de que no era necesario conocer los
detalles del origen de la vida para formular la evolución de las
especies mediante la selección natural. Esto es lo que quiero decir
cuando indico que el concepto de Gaia es manejable.
No puedo dejar de pensar que esta gente del campo está venerando a algo más que a la Virgen cristiana. Queda poco tiempo para evitar la destrucción de las selvas de los trópicos, con consecuencias que llegarán lejos tanto para Gaia como para la gente. La gente del campo, que está destruyendo sus propios bosques, a menudo son cristianos y veneran a la Virgen María.
Si fuera posible que su
mente y su corazón se conmovieran y vieran en ella la encarnación de
Gaia entonces quizá se pudieran dar cuenta de que la víctima de su
destrucción era ciertamente la Madre de la Humanidad y la fuente de
la vida permanente.
A veces lo imagino caminando unos pocos pasos más allá del cemento muerto para besar el césped, que es parte de nuestra verdadera madre y de nosotros mismos.
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