En cartas y conversaciones la gente pregunta a menudo,
Estoy tentado de contestar,
Verdaderamente, después de veinte años de escribir y pensar acerca de Gaia, parece que no hay receta de cómo vivir con Gaia sólo consecuencias. Sabiendo que la pregunta de cómo vivir con Gaia, es seria y que semejante respuesta sería descortés al mismo tiempo que inútil, intentaré mostrar lo que vivir con Gaia significa para mí.
Quizás entonces el interrogador descubrirá algo
que compartamos.
Vivir
sólo con la naturaleza, incluso como unidad familiar, no está hecho
para ellos. Por tanto, déjenme dar una vuelta alrededor del sitio en
que vivimos, en el norte de Devon, y a medida que caminamos juntos
intentaré explicar por qué prefiero la vida que llevo. Quizás
entonces el lector encontrará su propio modo de vivir con Gaia.
Para empezar teníamos 14 acres de tierra, ahora los hemos aumentado a 30 acres. Hay sitio para que vivan estos pájaros tan ruidosos entre nosotros ya que el vecino más próximo, se encuentra a un kilómetro de distancia. Por muy ruidosos que sean, a nosotros nos gusta su sonido de trompeta triunfante en tiempo de celo, cuando parecen anunciar la primavera.
Durante el resto del año su extenso vocabulario cambia desde un gentil sonido de cloqueo y ronroneo a gritos como los del rebuzno del asno. Luego está el ladrido agudo de su alarma, cuando, más frecuentemente de lo deseado, perros salvajes vagan en nuestro terreno. Helen, la jardinera cuidadosa y responsable de nuestro medio ambiente, les llama macetas móviles y ambos hemos disfrutado de su colorida compañía durante años. Sólo tienen una desventaja: su costumbre, por amistad o a la espera de alguna comida, de reunirse en el pavimento que se encuentra fuera de la puerta. Allí dejan sus excrementos malolientes. Acostumbraba a maldecirlos cuando los pisaba o tenía que limpiarlos.
Sin embargo, me di cuenta de que yo estaba equivocado y de que ellos tenían razón. Estos pájaros ecológicamente intencionados hacían lo posible para convertir el cemento muerto del camino en nuevo suelo vivo.
¿Qué otro mejor modo de digerir el
cemento que mediante la aplicación diaria de nutrientes y bacterias
provenientes de la eyección de sus deposiciones?
No somos granjeros, creo que la compra de una casa con un terreno tan grande fue una reacción a los cambios que ocurrieron en nuestro último pueblo, Bowerchalke, situado a 200 kilómetros al este. Durante los veinte años que vivimos allí vimos cómo un pueblo vivo era desposeído de sus agricultores y cómo se destruía su digno modo de vida rural. Fue una violación y pillaje amables, no nos barrieron ordas salvajes provenientes de las praderas.
La destrucción se produjo por una acumulación de millares de cambios ocurridos durante los años, hasta que el modelo entre lo que tenía que ser el campo y la realidad ya no coincidían. Para un visitante ocasional el pueblo hubiera parecido tan bonito como siempre, pero cada año que pasaba las granjas se metamorfoseaban en fábricas de negocios agrarios. Los campos que en verano eran la gloria de Wiltshire, coloreados con amapolas entre el grano, se convirtieron en un mar uniforme de cebada libre de malas hierbas.
Prados que antaño fueron jardines de
flores salvajes fueron labrados y sembrados con un único tipo de
hierba altamente productiva. Cuando nos mudamos estábamos decididos
a encontrar un sitio donde no fuese probable que el medio ambiente
cambiase otra vez de manera tan drástica. La mejor manera de
conseguirlo parecía ser encontrar una casa con suficiente terreno
alrededor para dejarnos controlar lo que ocurriría en él.
Estos mapas eran tan detallados que tenían marcado casi cada casa y árbol, y las líneas de contorno finamente dibujadas describían la extensión del terreno. Pasé la mayoría de las tardes de invierno imaginando los sitios que visitaría. En aquellos días había pocos coches y todavía menos gente que intentase viajar por los pequeños caminos que intentaba usar. Con la ayuda de los mapas del ejército señalé el camino a través de la red de carreteras tortuosas que se unían en vértices en los pueblos y aldeas. Cada condado tenía su estilo propio de arquitectura y su propio acento.
Mi viaje fue de unos 700 kilómetros
y duró dos semanas. El estilo de vida de la Inglaterra de entonces
hizo que este viaje se pareciese mucho más a una expedición que lo
que ahora representa un viaje a Australia. No es que nos
encontráramos minimizados, era el ritmo del viaje más lento y más
humano el que agrandaba el mundo.
Tenía que ver a qué se parecían Plush, Folly y Piddletrenthide. Tuve que descubrir lo que era Sydling St. Nicholas y oír el sonoro son de Whitchurch Canonicorum. Para llegar a estos pueblos mi mapa mostraba que tenía que seguir el valle del Ebble, que guía hasta Bowerchalke en una pendiente suave que continúa hasta los prados elevados de Dorset.
El único lugar donde las líneas de
nivel se apretaban y marcaban una colina empinada, se encontraba en
el valle situado justo más allá de Bowerchalke: un camino ideal para
viajar en bicicleta.
Estaba sediento pero, inusualmente, no había indicadores fuera de las casas ofreciendo té. En aquellos días los paseantes y los ciclistas eran suficientemente abundantes como para resultar rentable que los habitantes dedicasen un rato a vender refrescos. Sin embargo esta región era tan remota, y los viajeros tan pocos, que estos esfuerzos hubieran generado un beneficio pequeño.
Pregunté a un hombre que caminaba por allí si había alguien que pudiese solucionar mi necesidad,
Fue el recuerdo de la plácida tranquilidad de Bowerchalke, cuando el campo y la gente se fundían en un natural
decoro, libre de cualquier pátina de ciudad, lo que hizo que
permaneciese en mi mente y lo que me llevó allí otra vez veinte años
después para edificar el hogar de mi familia.
Era tan familiar, tan dado por supuesto, que nunca nos dimos cuenta de ello hasta que ha desaparecido. Si alguien propusiese construir una carretera nueva a través de la catedral de Salisbury la reacción sería inmediata. Sin embargo, los granjeros recibieron dinero del Ministerio de Agricultura para emular las llanuras, estos desiertos fabricados por el hombre en donde no crece otra cosa que el grano y no vive nada más que los granjeros y su ganado. La tromba anual de máquinas grandes y numerosas y el vertido generoso de pesticidas y herbicidas aseguraron que todo, excepto algunas especies de plantas e insectos resistentes, fuese eliminado.
Los granjeros al viejo estilo no lo pudieron digerir y dejaron la tierra a jóvenes agricultores graduados en la facultad, que trabajaban como ejecutivos para instituciones ciudadanas.
Un viejo granjero me dijo:
Pero todo
ello era maravillosamente eficaz y pronto Inglaterra producía más
alimento del que se podía comer.
Los pájaros necesitan un sitio para anidar y dónde mejor que en los setos, estos maravillosos bosques alineados que antaño dividían nuestros campos. El gobierno, con la ayuda de funcionarios negligentes, ha pagado subsidios generosos a los granjeros para arrancar los setos, hasta que la vida silvestre ha sido destruida; esto es tan efectivo como si el terreno hubiera sido rociado con pesticidas.
Los ecologistas, que deberían de haber visto lo que estaba pasando y protestar antes de que fuese demasiado tarde, estaban demasiado ocupados luchando en batallas urbanas, o haciendo manifestaciones fuera de las plantas de energía nuclear. Su batalla, aunque reivindicasen otra cosa... era mucho más contra la autoridad, representada por el monolítico comité directivo de la energía eléctrica. Denunciaron los aerosoles venenosos porque eran productos de las odiadas industrias químicas multinacionales.
Sin embargo, fueron muy pocos los amigos de la Tierra que protestaron por las granjas de negocio agrícola, o se dieron cuenta de la labor del ejército mecanizado de excavadoras y taladoras trabajando para que el paisaje fuera estéril, sólo útil para la siembra, de grano del año siguiente. No hay excusa para su descuido.
Marion Shoard, en
su libro emotivo y bien editado, The Thief of the Countryside [El
robo del campo], dijo todo esto que he dicho y mucho más.
Sin lugar
a dudas son los científicos y los agrónomos que trabajaron para
hacer que la agricultura fuera más eficiente. La experiencia de
falta de alimentos hasta un punto cercano a la muerte por hambre fue
un estímulo poderoso para hacer las islas Británicas autosuficientes
en alimentos. Lo sé porque yo constituía una pequeña parte de ello.
Nunca pensamos que el mensaje fuese oído de manera tan completa que el gobierno se animara a elaborar una ley que dio lugar a la eliminación de los setos y a la remodelación del comercio agrícola. Ni pasó por nuestra imaginación que la mayoría de los agricultores jóvenes comparten con la mayoría de jóvenes de todas partes su fascinación por los juguetes mecánicos.
Nosotros, y con nosotros el gobierno, les dimos el dinero para comprar, y la licencia para utilizar, algunas de las armas más peligrosas y destructivas nunca usadas. Armas para luchar contra los enemigos del agricultor, que son cualquier otra forma de vida que no sean las cosechas, el ganado, la gente contratada y la familia del agricultor.
Los agricultores trabajan sobre márgenes muy estrechos. Pueden poseer tierra que vale hasta un millón de libras, pero sus beneficios pueden ser muy pequeños en comparación con los beneficios de una inversión sencilla. Un subsidio minúsculo puede convertir una pérdida pequeña en un rendimiento importante. El campo de la mayor parte de Inglaterra ha desaparecido y lo que queda aquí en las tierras del oeste está desapareciendo porque el gobierno continúa pagando a los granjeros un subsidio que proporciona lo justo para hacer rentable que actúen como destructores en lugar de jardineros.
El subsidio pequeño para eliminar los setos ha dado lugar a la
pérdida de alrededor de 100.000 millas de ellos en las últimas
décadas. Un subsidio igualmente pequeño los volvería a poner en su
sitio otra vez aunque pasarían generaciones antes de que recuperasen
su funcionalidad como ecosistema y devolvieran su inspiración
artística al paisaje del campo.
Mi visión de una Inglaterra futura sería como la de Blake: edificar una Jerusalén en esta tierra verde y agradable. Ello implicaría volver a las pequeñas ciudades densamente pobladas, nunca tan grandes que el campo estuviera más lejos de un paseo o de un trayecto en autobús.
Por lo menos un tercio de la tierra tendría que revertir en tierra arbolada y páramo, lo que los granjeros ahora llaman tierra abandonada. Una parte podría estar abierta a la gente para actividades de recreo pero una sexta parte, por lo menos, tendría que estar «abandonada», sólo disponible para la vida silvestre. La agricultura sería una mezcla de producción intensiva, donde fuera adecuado que así fuera, y de granjas pequeñas no subvencionadas para los que tuvieran vocación de vivir en armonía con la tierra.
En los años recientes,
la sobreproducción de alimentos por las inmoderadas actividades
agrícolas de la Comunidad Económica Europea, incluyendo Inglaterra,
ha sido tan grande que estos sucesos han dado lugar a mi propuesta
de un plan práctico básico para la gestión del campo.
Se convierten en:
No hace falta semejante catarsis horrible, incluso para los esperados. Dejada a sí misma, Gaia se relajará en otra larga Edad de Hielo. Olvidamos que el templado hemisferio norte, el hogar del Primer Mundo, goza ahora de un breve verano entre largos períodos de invierno que duran alrededor de un centenar de miles de años.
Incluso las cabezas nucleares no devastarían la Tierra de esta manera, ni lo haría así un «invierno nuclear», si pudiera ocurrir y durar lo suficiente para volver la Tierra a su estado normal de congelación. El estado natural de aquí en Devon ha sido, durante la mayor parte del millón de años pasado, un invierno ártico permanente. Incluso tan cerca del océano, el clima todavía era tan amargamente frío y desértico como lo es ahora en la Isla del Oso, en el océano Ártico.
Sólo 80 kilómetros al norte o al este de Coombe
Mill estarían los grandes glaciares permanentes de las «Edades de
Hielo». Estas cuchillas de excavadoras heladas raspan cualquier
vestigio de vida en la superficie que haya florecido en las etapas
interglaciales como la actual.
Por el contrario, los mismos guardianes contemplan la tierra del norte de Dartmoor, con sus granjas pequeñas poco eficientes, ricas en vida silvestre y comunidades de pueblos que apenas han cambiado desde hace mucho tiempo, como algo sin valor y desechable, un sitio adecuado para nuevos usos, como un pantano, una nueva carretera o un polígono industrial.
Sin embargo, aquel paisaje de Inglaterra no era un ecosistema natural, era un jardín del tamaño de una nación, maravillosa y cuidadosamente atendido. Los monocultivos agrícolas degradados de hoy en día -con sus asquerosas baterías para el ganado y las aves, sus feos edificios de paredes de metal y maquinaria rugiente y maloliente- han hecho que el campo parezca formar parte de los negros molinos satánicos de Blake.
Sé que a mí me parece de este
modo porque conocí como era. Desde las ciudades y desde el
extranjero vienen visitantes a Coombe Mill y elogian las pocas
glorias que quedan. Ellos, y los planificadores del campo, no
comprenden que si pronto no paramos el ecocidio, las tristes
predicciones de Rachel Carson de una primavera silenciosa serán
realidad, no porque hayamos envenenado los pájaros con pesticidas,
sino porque hemos destruido sus hábitats, les hemos arrebatado un
lugar donde vivir.
Los prados se dividen
y forman un marco para los 20 acres de árboles plantados. Sólo
necesita disfrutarlo y cortarlo una vez al año cuando la hierba ha
crecido demasiado. Los granjeros locales están encantados de venir y
cortar, utilizan la hierba como forraje y pagan por ella. El coste
de mantener 10 acres de prado es comparable al de un jardín urbano
bien cuidado. Los árboles necesitan más atención pero no tanta como
para ser de ningún modo una carga para ninguno de nosotros tres.
No puede ser cruzado fácilmente caminando y pronto descubrimos que llegar a nuestro nuevo terreno implicaba un paseo de 8 kilómetros. Los puentes a través del Carey son espaciados. Hace dos años decidimos construir un puente para atender más fácilmente los 10.000 árboles que fueron plantados de nuevo en la parte oeste del Carey. La metáfora de tender un puente casi se ha convertido en un tópico.
Sin embargo, intentar construir un puente en la vida real, es una
experiencia extraordinaria, personalmente, el poder de reducir una
metáfora a la práctica.
Dicho lugar no hubiera florecido sin los pródigos cuidados y la generosa ayuda de nuestros amigos del pueblo, Keith y Margaret Sargent. Nuestra casa y los edificios que se encuentran en el resto del lugar están hechos de barro y paja con techo de pizarra. Nunca habrían sobrevivido a las tormentas invernales si no hubiera sido por las expertas reparaciones de nuestros otros amigos del pueblo, y previos ocupantes de Coombe Mill, Ernie y Bill Orchard.
Sin embargo, no fue hasta que empezamos a planificar
nuestro puente que experimentamos el vigor pleno de la comunidad en
la que estamos inmersos.
Estaban sorprendidos e indignados cuando dije «las sierras mecánicas son un invento más perverso que la bomba de hidrógeno».
Para mí una sierra
mecánica es algo que corta en un tiempo de minutos algo que ha
tardado cientos de años en crecer. Era el sistema de destruir las
selvas tropicales. Para Gary Snyder era una herramienta de jardín
benigna con la que podía, como un practicante, eliminar
cuidadosamente las llagas de años de mala agricultura en su bosque.
No es lo que se hace sino el modo como se hace; cuanto más poderosa
es la herramienta más difícil es su uso.
También es cierto a la inversa, y cualquier especie que afecta al medio ambiente de forma dañina es condenada, aunque la vida continúa. ¿Es ello aplicable ahora a la humanidad? ¿Estamos condenados por la destrucción de nuestro mundo natural?
Gaia no es intencionadamente antihumana, pero
cuanto más tiempo continuemos cambiando el medio ambiente global
contra sus preferencias animamos nuestra sustitución por otra
especie más ambientalmente decente.
Encuentro útil pensar en cosas que son inocuas con moderación pero
malignas en exceso. Para mí se encuentran estas tres “c” mortales:
coches, ganado y motosierras (cars, cattle, chain saws, en inglés).
Por ejemplo, uno podría comer menos ternera. Si se hace, y los
médicos tienen razón, la salud de uno puede mejorar, y al mismo
tiempo se disminuye la presión para convertir los bosques en granjas
de ternera absurdamente despilfarradoras.
Con semejante impresión en la mente, Helen y yo deseamos que nuestros ocho nietos hereden un planeta saludable. De algún modo, el destino peor que podemos imaginar para ellos es que gracias al progreso de la medicina se vuelvan inmortales: condenados a vivir en un planeta geriátrico, con la tarea inacabable y abrumadora de siempre mantenerlo y mantenerse vivos y adaptado a nuestro estilo de vida.
Muerte y desmoronamiento son inevitables pero constituyen un precio pequeño que pagar por la posesión, aunque breve, de la vida como individuo. La segunda ley de la termodinámica indica que la única manera de que el universo pueda funcionar es hacia abajo, encaminándose hacia una muerte por enfriamiento. Los pesimistas son aquellos que utilizan una linterna para ver su camino en la oscuridad y esperan que la batería dure para siempre.
Lo mejor es vivir como recomendó Edna St. Vincent Millay:
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