por J. M. Mulet
del Sitio Web
ElPais
La obra, cargada de una nostalgia evocadora, representa una vieja escoba apoyada en un árbol rodeada de bruma y de piedras llenas de musgo.
Aunque uno no sea muy religioso y nunca se le haya ocurrido rezar a una planta, es cierto que estas son las grandes olvidadas cuando se habla de ciencia.
En su libro Elogio de la Planta, el botánico Francis Hallé recuerda que un académico francés, analizando la obra Robinson Crusoe, describía cómo el marino camina por la isla rodeado por una catedral de verdor, se fabrica un gorro de helechos y varias horas después encuentra al primer ser viviente, un animal.
Realmente todo el tiempo había estado rodeado de seres vivientes:
No obstante, este olvido es muy común.
La divulgación científica peca de zoocentrismo. Cojan cualquier título que tenga que ver con la biología y normalmente hablará de animales.
Da igual que el libro trate de virus, de la percepción de la luz o de la evolución. Esto no deja de ser una clamorosa injusticia, ya que la mayoría de los avances en biología se han hecho estudiando plantas.
La primera célula la descubrió Hooke sobre tejidos vegetales, de la misma forma que el primer virus fue descubierto por Ivanovski y Beijerinck tratando de encontrar el agente causante de una enfermedad que afectaba a las plantas de tabaco.
La cromatografía, una técnica básica en la química que sirve, entre otras cosas, para hacer muchos de los análisis que le manda el médico, la desarrolló el botánico ruso Tsvet tratando de separar una mezcla de pigmentos de plantas.
La primera evidencia de que los cromosomas se entrecruzan durante la división celular y de que existen elementos móviles dentro del genoma la obtuvo McClintock estudiando el maíz.
Y, por supuesto, un monje agustino trabajando en el patio de su monasterio en Brno y haciendo cruces con guisantes o judías logró descifrar las leyes de la herencia, mundialmente conocidas como Leyes de Mendel.
El zoocentrismo en la divulgación científica es injusto: la mayoría de los avances se han hecho estudiando a las plantas.
De hecho, si hemos descubierto más procesos básicos en plantas que en animales es debido a que su biología es mucho más interesante que la de un animal.
Cuando a una vaca le pica un bicho mueve el rabo, cuando tiene sed busca agua y cuando tiene calor se va a la sombra.
Es decir, ante cualquier circunstancia adversa, la respuesta se basa en el sistema nervioso para captar la señal, procesarla y enviar las órdenes al sistema músculo-esquelético para que se mueva y encuentre una solución.
Las plantas, en cambio, son organismos inmóviles.
Sin embargo, llevan millones de años sobreviviendo a circunstancias ambientales adversas y a bichos que se las quieren comer, lo que indica que tener músculos o cerebro (desarrollarlos suele ser excluyente) está sobrevalorado.
Las plantas, ante cualquier circunstancia adversa, lo que hacen es poner en marcha una respuesta basada en la activación y represión de genes para sintetizar moléculas tóxicas que las protejan frente a depredadores, antioxidantes que las amparen del exceso de luz solar, moléculas solubles que retengan agua…
Desde hace tiempo hemos sabido sacar provecho a esta impresionante riqueza química que poseen las plantas, y así, además de alimentarnos de ellas, hemos obtenido medicamentos, especias, colorantes, fibras y un largo etcétera.
A nivel molecular eso se traduce en que, en general, cualquier planta tiene un genoma bastante más grande que el de un animal y un mayor número de genes.
El que se considera el organismo con mayor genoma conocido es, cómo no, una planta:
Por eso, estudiar cómo se regulan y cómo interaccionan estos genes para producir estas moléculas es complicadísimo y a la vez fascinante, además de tener muchísimas aplicaciones; entre otras, producir alimentos de forma más eficiente.
No deja de ser curioso que en la actualidad gastemos muchos más recursos en investigar procesos relacionados con la biología animal que con la vegetal,
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