22 Abril 2017
del Sitio Web
PijamaSurf
En el Día de la Tierra,
una reflexión sobre
el sentido de pertenencia de la
humanidad
y la posible divinidad de
nuestro planeta,
que es más que una piedra
Este 22 de abril se
celebra el Día Mundial de la Tierra, una festividad que ha
cobrado importancia ante la encrucijada del cambio climático.
Como hemos venido
diciendo aquí en reiteradas ocasiones, la cuestión del cambio
climático, la contaminación, la extinción de especies y demás, es un
problema fundamentalmente filosófico y espiritual:
nace de la
dicotomía cartesiana que coloca al hombre (y a la mente) como un
ente separado de la naturaleza (del cuerpo, de la materia).
Esto llega a su
paroxismo con la conveniencia del capitalismo de ver al planeta como
una masa inerte que puede ser explotada y saqueada impunemente.
El monje budista
vietnamita Thich Nhat Hanh ha dicho que la visión occidental
que mantiene que el hombre está separado de la naturaleza y que el
paraíso o la realización ocurrirán en el futuro, en un espacio
externo fuera de nosotros (probablemente alcanzado vía una
inteligencia artificial), después de que progresemos lo
suficiente, hace que no tengamos un sentido de interconexión e
interdependencia con el planeta y todos los seres que conforman su
organismo, que no seamos conscientes de que intersomos:
Es posible que
tengamos la tecnología suficiente para salvar al planeta, pero
no es suficiente porque las personas no están listas... es por
ello que debemos enfocarnos no sólo en la contaminación
ambiental en términos de dióxido de carbono sino en la atmósfera
tóxica espiritual.
Pensadores antiguos
de primer orden como los filósofos platónicos, Kepler, el obispo
Berkeley y más recientemente el paleontólogo jesuita Teilhard de
Chardin, el biólogo James Lovelock, y el filósofo
psicodélico Terence McKenna entendieron que la Tierra era una
deidad o un superorganismo dotado de una inteligencia.
Esta visión honra a
la naturaleza y tiene la ventaja práctica de que presenta la
prespectiva correcta para respetarla.
No es casualidad
que, como ha señalado Noam Chomsky, sean las comunidades
indígenas, quienes se refieren a la Tierra íntimamente como la
Madre, las que "están
salvando al planeta de la destrucción".
Esta visión de la
Tierra como
un ser vasto y magnífico del cual
somos como células es reproducida por George Berkeley:
Jámblico declara que el mundo
es un animal, en el que las partes, no obstante la distancia que
tengan entre sí, están conectadas por una misma naturaleza.
Y enseña, lo
que también es una noción recibida por Platón y Pitágoras, que
no existe división en la naturaleza, sino más bien una escala o
cadena de seres ascendiendo en grados de lo más bajo a lo más
alto, cada naturaleza siendo informada o perfeccionada por su
participación en la más alta.
Esta misma idea
aparece en la Armonía del mundo de Kepler, donde se
señala que,
"El globo de la
Tierra es un cuerpo como el de un animal" y esto testifica que
la Tierra tiene un alma, ya que de la misma forma "que un cuerpo
animado produce pelo en la superficie de su piel, la Tierra
produce [en su superficie] plantas y árboles".
De manera poética,
el obispo griego Sinesio nos indica en un himno:
Ese
incorruptible intelecto que es en su totalidad una emanación de
la divinidad, está totalmente difundido a lo largo del mundo y
alrededor del cielo, y preserva el universo con el que está
presente y distribuido en múltiples formas.
Una parte de
este intelecto está distribuido entre las estrellas, y se
convierte, por así decirlo, en su auriga; otra parte [se
distribuye] entre los coros angélicos; y otra parte está
contenido en una forma terrestre.
En su libro Climate,
Soul of the Earth, Dennis Klocek sostiene que la
atmósfera puede entenderse como el alma de la Tierra y como tal, las
perturbaciones del clima son enfermedades planetarias.
"El alma te
enferma hasta que obtiene lo que quiere", escribió James Hillman.
Dice Klocek:
Trazando la
etimología de la palabra atmósfera, uno ve cómo, para los
griegos, existía una comunidad entre los conceptos de viento,
aliento, alma, aire, vapor y principio vital y los conceptos de
espíritu o animación.
Más tarde, en
la Edad Media, el alma fue conocida como el "aire del cuerpo" y
considerada como el asiento de la conciencia de aquel que
la poseía.
Asimismo, el
aire o atmósfera fue considerado el alma de la Tierra, el centro
vital de los influjos y movimientos que surgen cuando los otros
cuerpos celestes interactúan con la Tierra.
La historia nos
dice que Pitágoras fue el primero en "escuchar" e interpretar la
relación geométrica de las interacciones planetarias como una
música celestial.
Subsecuentemente, filósofos medievales creyeron que estas
influencias, causadas por movimientos de otros planetas, que se
registraban en el alma de la Tierra, eran manifestaciones de lo
que había sido llamado "la
música de las esferas".
Hoy llamamos a
estos impulsos armónicos "patrones climáticos".
Para Terence
McKenna:
El análisis
racional nos dice que la materia sólo está compuesta de átomos
moviéndose en el espacio obedientes a leyes matemáticas
invariantes y toda la creatividad, todo el sentido de conexión
que experimentamos como seres vivos contemplando la naturaleza
como miembros de la sociedad es algo negado.
Y esto llega a
su culminación en una frase de Jean-Paul Sartre, que dijo,
"la
naturaleza es muda".
La naturaleza
no da claves, el hombre está solo en el universo, con sus
complejos y obsesiones, él confiere el significado.
Yo rechazo
esto, creo que el mensaje de la experiencia psicodélica es que
la naturaleza se está comunicando, todo ser está lleno de
lenguaje.
La visión moderna
más épica y poética sobre la Tierra como un superorganismo es sin
duda la de Teilhard de Chardin, quien concibió la idea de
la noósfera, esto es, una capa
pensante espiritual colectiva conformada por la evolución de la
materia telúrica hacia su espiritualización y divinización.
Para Teilhard, la
Tierra es una gigantesca molécula o una miríada de "granos de
pensamiento" que se enrollan sobre sí mismos, convergen y alzan su
temperatura psíquica hasta formar un "solo muy amplio Grano
sideral".
La evolución de la
idea seminal de que la materia no era solamente una masa inerte
concluye en un principio no dual:
"He necesitado
más de 60 años de esfuerzo apasionado para descubrir (lo) que no
eran sino enfoques o aproximaciones sucesivas a una misma
realidad de fondo", puesto que "La Materia [es] matriz del
Espíritu. El Espíritu, estado superior de la Materia".
Y
también:
"No hay en el
Mundo ni Espíritu ni Materia: la 'Trama del Universo' es
el Espíritu-Materia. Ninguna sustancia, aparte de ésta, podría
producir la molécula humana".
Así vemos a la
materia, a la masa terrestre (que abarca y alimenta todo, incluyendo
el espíritu humano), como la más noble y sublime matriz de nuestra
evolución, no sólo individual, ni tampoco sólo humana, sino divina.
Una semilla
cósmica que dará a fruto la divinidad absoluta, la integración en un
cuerpo único de luz. Dice Teilhard de Chardin que es el amor lo que
hace que todas las cosas se conviertan en espíritu.
Kafka escribió:
"en la lucha
entre tú y el mundo, elige al mundo".
En el amor al
mundo, entregándose a lo superior, con el ardor de lo absoluto,
abandonando la pequeñez del yo individual y las cuitas egoístas, el
hombre siembra para el espíritu.
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