por Alejandro Martínez Gallardo
23 Octubre
2018
del Sitio Web
PijamaSurf
Una
preciosa 'coincidencia'
en la etimología
del nombre
de las diosas
Tara y Kore...
Los ojos no sólo son las "puertas del alma", son también las moradas
de la divinidad inmanente.
En los Vedas se dice que,
De otra manera, los ojos,
y más aún
el centro de los mismos, le
pertenecen a dos queridas divinidades femeninas:
-
Tara, una de las
principales diosas tántricas budistas, adorada también en el
hinduismo.
-
Kore, la diosa
griega identificada con Perséfone y con Isis en algunos
textos herméticos.
-
Tara (तारा, tārā)
y Kore (κόρη), las dos diosas virginales que ayudan a cruzar
al otro mundo, coincidentemente, en sánscrito y en griego,
son también la pupila del ojo.
-
Kore significa
literalmente "niña", "doncella" y también "pupila", es la
eterna niña de los ojos y la virgen del mundo. La puerta por
la que penetra la luz.
-
Tara es la diosa
del amor y la compasión, la madre universal, y en el budismo
mahayana es la bodhisattva que nace de una lágrima de
Avalokiteshvara y jura no "cruzar" hacia el nirvana hasta
liberar a todos los seres sintientes. Tārā significa
"pupila" y también "estrella"; de la raíz verbal tṛ,
"cruzar", "atravesar". Poéticamente, cruzar hacia el mundo
divino, hacia la luz, superando el océano del samsara.
-
Kore (Perséfone)
es la diosa que pasaba la mitad del año en el inframundo,
pero cuyo regreso significa la renovación de la vida; su
misterio era enseñando en los
ritos de Eleusis, en los
que los iniciados tenían una visión de la inmortalidad del
alma. Ella era la que enseñaba que la semilla debía
morir para vivir, para
renacer en una nueva tierra a una vida espiritual.
Tara
Plutarco nos regala una curiosa
etimología para la palabra kīmiyā (de donde viene
"alquimia").
El sacerdote de Delfos
nos dice que "chēmia" es la "tierra más negra", un cognado del
nombre que daban a su tierra
los propios egipcios, "km.t" (keme).
Plutarco, según Aaron
Cheak, identifica el nombre de Egipto no sólo con "la tierra más
negra" sino con la negrura de las pupilas de los ojos, y sugiere que
la tierra negra y las pupilas son,
"los perfectos
receptores de la semilla dadora de vida", es decir, de la luz.
Perséfone
Nos dice
Coomaraswamy que Śaṅkara llama
a la pupila "la estrella negra" (kṛṇṇa-tārā) y la considera:
'el agujero en el
cuerpo' (deha-chidram).
Como tal, corresponde
a la abertura o agujero en el cielo (divaś chidram), como el
agujero del eje (yathā kham) de una rueda (Jaiminīya Upaniṣad
Brāhmaṇa I.3.6, 7).
Es decir, corresponde
a la Puerta del Sol, normalmente ocultada por sus rayos, pero
visible cuando se retiran éstos, como ocurre en la muerte.
De la misma manera
que uno puede ver a través de la Puerta del Sol adentro del
Brahma-loka, así, a través del ojo, uno puede ver a la Persona
inmanente, de quien el ojo es la apariencia.
Coomaraswamy alerta sobre
otra interesante etimología:
"La raíz, igualmente
en ākāśa y en cakṣus, ojo, es kāś, brillar o ver".
El espacio y la luz son
indivisibles, e igualmente la conciencia - los "fenómenos" (palabra
que viene de la raíz griega phanein que significa "brillar"
"mostrarse", como el dios Fanes, el Eros órfico) que se revelan en
el ojo de la mente - es indivisible del espacio y la luz.
Esto coincide con la
teoría antigua de la visión, tanto platónica como india:
ver es lo que ocurre
cuando el fuego interno o los rayos de los ojos chocan con el
objeto, pues el ojo mismo es un espejo microcósmico del Sol, más
aún es el Sol en pequeño.
"El Sol,
deviniendo visión, entró en los ojos", dice el texto védico
Aitareya Āraṇyaka (II.4.2.).
Por eso luego Goethe:
"si el ojo no fuera
como el Sol, ¿como percibiríamos la luz?"
* * *
Las dos diosas de las pupilas nos recuerdan que que lo trascendente
- la otra orilla, la vida eterna, el ser inmortal - es también lo
más inmanente, en el centro de nuestros propios ojos yace la luz del
infinito.
La pura experiencia del
ser, el dato puro subjetivo, el mundo que se revela en nuestra
conciencia a través de la luz de la mirada, es ya la experiencia del
ser trascendente, infinito y divino.
Tara y Kore, como dice San Agustín de Dios,
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