16 Noviembre 2016
del Sitio Web
PijamaSurf
¿Qué quiso decir
Nietzsche realmente
cuando proclamó la muerte de
'Dios'?
En la historia de la filosofía, pocas
afirmaciones tan polémicas como la que hizo Nietzsche a propósito de
la muerte de Dios en al menos un par de lugares de su obra.
Primero, en
La Ciencia Jovial, de 1882, escribió:
¿No han oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida en
pleno día, corría por la plaza y exclamaba continuamente:
"¡Busco a Dios! ¡Busco a
Dios!"?
Como justamente se habían juntado allí muchos
que no creían en Dios, provocó gran diversión.
¿Se te ha perdido?,
dijo uno. ¿Se ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿No será que
se ha escondido en algún sitio? ¿Nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado?
¿Ha emigrado?
Así gritaban y se reían al mismo tiempo...
El loco se
lanzó en medio de ellos y los fulminó con la mirada.
¿Dónde está Dios? -
exclamó - ¡se los voy a decir! ¡Nosotros lo
hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos unos asesinos!
Pero, ¿cómo
lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Quién nos ha dado
la esponja para borrar completamente el horizonte?
¿Qué hemos hecho
para desencadenar a esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde rueda ésta
ahora? ¿Hacia qué nos lleva su movimiento? ¿Lejos de todo sol? ¿No
nos precipitamos en una constante caída, hacia atrás, de costado,
hacia delante, en todas direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba y un
abajo?
¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos
el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y
se hace cada vez más oscuro?
¿No hay que encender las linternas
desde la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros
que han enterrado a Dios? ¿No seguimos oliendo la putrefacción
divina?
¡Los dioses también se corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios
está muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros!
(III, §125)
Después, en Así habló Zaratustra (1885), el filósofo redujo esta
amplia elucubración a un episodio más bien lacónico:
"¿Y qué hace el santo en el bosque?", preguntó Zaratustra.
El santo respondió:
"Hago canciones y las canto; y cuando hago
canciones, río, lloro y gimo, así alabo a Dios.
Cantando, llorando, riendo y gimiendo alabo al Dios que es mi
Dios.
Mas ¿qué nos traes tú de regalo?".
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, saludó al santo y dijo:
"¡Qué tendría yo para daros a vosotros! ¡Pero deja que me vaya
deprisa para que no os quite nada!"
Y así se separaron, el anciano
y el hombre, riendo, como ríen dos jóvenes.
Pero cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón:
"¡Cómo
es posible! ¡Este viejo santo aún no ha oído nada en su bosque de
que Dios ha muerto!".
("Discurso preliminar")
La frase por sí misma puede ser complicada.
Podríamos decir,
parafraseando el mandamiento judeocristiano, que no se debe
proclamar la muerte de Dios en vano. Sin embargo, es necesario
situarla en su contexto para comenzar a despojarla de esa supuesta
dificultad.
De entrada, recordemos que una de las grandes preocupaciones
intelectuales de Nietzsche fue la moralidad en su relación con
el
cristianismo.
George Steiner ha escrito que uno de los grandes
pilares simbólicos de Occidente es Jerusalén, lugar donde surgieron
las dos grandes religiones monoteístas que han moldeado la cultura
en la que nos formamos, aun sin ser creyentes:
-
el judaísmo
-
el cristianismo
Nietzsche creía firmemente que la moralidad propagada por dichos
credos había contribuido a la decadencia de la sociedad europea de
su época.
Desde su perspectiva, el pensamiento judeocristiano hace a
los individuos temerosos de su propia libertad, personas que tienen
miedo de sobreponerse a sus circunstancias y realizar su destino
como seres humanos auténticos.
"El europeo del siglo XIX es, en su valor, con mucho, inferior al
europeo del Renacimiento", escribió el filósofo a propósito del
"superhombre", otra de sus nociones fundamentales.
Nietzsche creía
que la "moral de esclavos" judeocristiana había provocado una suerte
de estancamiento de la historia, un momento en que los valores de
una época habían caducado pero los hombres parecían no tener ni la
claridad ni la voluntad suficientes para crear otros nuevos.
Ante el
santo del bosque, Zaratustra menciona la muerte de Dios como un
hecho ocurrido en un pasado que se adivina remoto, lo cual a su vez
es consistente con el relato, pues Zaratustra "despierta" y sale de
su retiro para proclamar el amanecer de una nueva era a los hombres
que aún duermen.
Martin Heidegger por su parte, en un
texto titulado sobriamente
La Frase de Nietzsche "Dios ha Muerto"
(1941), realiza una lectura en la que une esta interpretación
relacionada con el ámbito religioso a la tradición filosófica con la
que Nietzsche dialogaba al escribir dicha aseveración; dice
Heidegger:
Esta frase nos revela que la fórmula de Nietzsche acerca de la
muerte de Dios se refiere al dios cristiano.
Pero tampoco cabe la
menor duda - y es algo que se debe pensar de antemano - de que los
nombres Dios y dios cristiano se usan en el pensamiento de Nietzsche
para designar al mundo suprasensible en general, Dios es el nombre
para el ámbito de las ideas, los ideales.
Este ámbito de lo
suprasensible pasa por ser, desde Platón o mejor dicho, desde la
interpretación de la filosofía platónica llevada a cabo por el
helenismo y el cristianismo, el único mundo verdadero y
efectivamente real.
Por el contrario, el mundo sensible es sólo el
mundo del más acá, un mundo cambiante por lo tanto meramente
aparente, irreal. El mundo del más acá es el valle de lágrimas en
oposición a la montaña de la eterna beatitud de más allá.
Si, como
ocurre todavía en Kant, llamamos al mundo sensible 'mundo físico' en
sentido amplio, entonces el mundo suprasensible es el mundo
metafísico.
Lo apolíneo, lo platónico, el exceso de razón, fueron aborrecibles
para Nietzsche en la medida en que apelaban a la dimensión "ideal"
de la realidad, es decir, la inexistente, la imaginaria.
En El
nacimiento de la Tragedia (1872), el filósofo estableció una
relación entre la decadencia del arte trágico y el ascenso del
"socratismo":
como nadie sabía convertir suficientemente en conceptos y palabras
la antigua técnica artística, Sócrates negó aquella sabiduría.
A ese idealismo es al que se refiere Heidegger.
El mismo idealismo
que Nietzsche, en el "Ensayo de Autocrítica" (1886) que escribió
para la tercera edición de El Nacimiento de la Tragedia, señaló como
síntoma de decadencia de una sociedad.
El idealismo platónico que
tan bien coincidió con la moral cristiana en la medida en que ambos,
en su postura, niegan,
la vida real, la vida de los sentidos, la vida
del aquí y el ahora:
[…] la doctrina cristiana, la cual es y quiere ser
sólo moral, y con
sus normas absolutas, ya con su veracidad de Dios por ejemplo,
relega el arte, todo arte, al reino de la mentira - es decir, lo
niega, lo reprueba, lo condena.
Detrás de semejante modo de pensar y
valorar, el cual, mientras sea de alguna manera auténtico, tiene que
ser hostil al arte, percibí yo también desde siempre lo hostil a la
vida.
¿Cómo no aborrecer a un Dios así, a una moral así?
Con todo, es
posible que Nietzsche haya incurrido en el mismo error que encontró
en el cristianismo, pues al declarar la muerte de Dios miraba
también, en todo su romanticismo, hacia un mundo que aún no existía.
Quizá la sociedad europea del siglo XIX había decaído hasta la
ignominia, quizá se necesitaba una nueva moral, quizá era el momento
en que el superhombre emergería, pero lo cierto es que nada de eso
sucedió.
"Dios no ha muerto. Dios es inconsciente", dijo
Jacques Lacan en el
seminario que dedicó a "los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis" (1964),
...una vuelta de tuerca a la afirmación
nietzscheana que señala la premura del filósofo al realizar su
aseveración, pero no el fracaso de su postulado filosófico, pues si
Dios sigue ahí, también se mantiene vivo el proyecto de
liberarnos
de esa moral que sólo nos aleja de la vida auténtica...
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