por Emiliana Malfatto
1 Junio 2011
del Sitio Web
ElEspectador
Una zona del cerebro relacionada con el estrés tendría menos volumen.
Un estudio de la U. de Duke, EE.UU., muestra que
las personas
religiosas son más propensas a sufrir de estrés.
Hasta ahora el tema era claro: el cerebro se beneficiaba de las
prácticas religiosas.
Así lo habían demostrado estudios científicos
realizados a creyentes de diferentes religiones, que concluían que
la espiritualidad ayudaba a manejar el estrés y a desarrollar
ciertas áreas de la corteza cerebral.
Incluso una investigación de
la Universidad de Toronto (Canadá) aseguró que los enfermos de
cáncer que siguen alguna religión pueden sobrevivir,
“hasta 18 meses
más que los pacientes que no tienen ese vínculo con Dios".
Sin embargo, un estudio de la
Universidad de Duke (Carolina del
Norte, EE.UU.) viene a matizar el caso, cuestionando los efectos
positivos de las prácticas religiosas sobre el funcionamiento y el
desarrollo cerebral.
Sus resultados muestran que la religión y la espiritualidad no
siempre permiten reducir los niveles de estrés y ansiedad, sino que
pueden generarlos.
Amy Owen y sus colegas de la Universidad de Duke quisieron
determinar los efectos de la religión a largo plazo sobre el cerebro.
Una iniciativa interesante, ya que la mayoría de las investigaciones
realizadas hasta la fecha se habían centrado en los efectos
inmediatos de las prácticas espirituales.
El estudio midió el volumen cerebral de 268 hombres y mujeres
mayores de 58 años. La investigación buscó las diferencias de
volumen entre personas que desempeñan una vida religiosa intensa y
personas no religiosas.
Las conclusiones contrastan fuertemente con lo comúnmente admitido.
Las personas religiosas presentaron volúmenes cerebrales inferiores
a los de aquellas no religiosas, y se evidenció en ellas atrofias
del hipocampo, una estructura de la corteza cerebral relacionada con
las emociones y la formación de la memoria.
Esta atrofia es particularmente marcada en el caso de
los born
again, los que “volvieron a nacer” al encontrar a Dios o, más
concretamente, un camino espiritual.
Según los investigadores, esta reducción del volumen cerebral podría
deberse al estrés que experimentan las personas religiosas en su
vida espiritual, tanto en casos de una experiencia fuerte - como la
de los born again - o, simplemente, por las dificultades de vivir la
cotidianidad como creyente.
Asumir sus creencias religiosas ante los demás, temer un castigo
divino o angustiarse por respetar los mandamientos de la religión
son algunas de las situaciones que generan un brote de hormonas del
estrés que, con el tiempo, podrían reducir el volumen del hipocampo.
Según los investigadores, se trata de un “dolor religioso y
espiritual” que se puede hasta confundirse con el dolor físico. Y,
como toda situación de estrés y malestar, tiene repercusiones
negativas sobre el cuerpo humano.
No obstante, no se deben sacar conclusiones prematuras de estos
resultados, y se necesitarán más estudios para aclarar la relación
causal entre religión y estado cerebral. Además, las experiencias
estresantes en la vida son tantas que resulta casi imposible aislar
el efecto de las prácticas espirituales sobre el cerebro humano a
largo plazo.
Este estudio, más que aportar una respuesta contundente, plasma la
complejidad de las relaciones entre religión y ciencia.
Y además
plantea una pregunta clave:
la religión nos afecta a todos, pero ¿positiva
o negativamente?
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