CAPITULO II -
LAS 66 CAMPANADAS
Aquel 3 de febrero de 1984, como casi todas las mañanas, el cartero
de una pequeña población vasca llamaba a la puerta de su amigo y
periodista. Entre la correspondencia aparecía un telegrama. Al
abrirlo, el escritor pudo leer una lacónica y enigmática frase, sin
remite alguno: El vivero se muere.
Y sin pérdida de tiempo, ante el desconcierto de su mujer, que no
acertaba a descifrar el sentido ni el remitente de dicho mensaje,
nuestro hombre dispuso un inminente viaje a Madrid.
Nadie que conociera a este escritor, especializado desde hacía años
en investigaciones sobre misterios,
hubiera podido imaginar en aquellas fechas que, al igual que otros
miles de personas en todo el mundo, era
miembro de la Gran Logia de la Escuela de la Sabiduría. En realidad,
aquel telegrama no era otra cosa que una
llamada urgente, en clave, para que se personase en el Templo de la
Hermandad en la capital de España, dependiente, a su vez, del
Consejo de los Kheri Hebs en la jurisdicción europea.
A las 10 horas del lunes, 6 de febrero, era recibido por el Gran
Maestro de la Orden. Aunque el alto funcionario
israelí conocía perfectamente a aquel miembro de la Logia, al
estrechar su mano llevó a cabo una de las señales secretas de
identificación entre los soror o hermanos de la Orden. Y el
periodista y escritor respondió mecánicamente con la misma
contraseña,.presionando con fuerza sus dedos índice y pulgar sobre
la mano del Kheri Heb.
• Bienvenido, Sinuhé...
El investigador sonrió al escuchar su nombre: el que recibía cada
miembro de la Hermandad al ser aceptado en el seno del
correspondiente Templo. Desde ese solemne instante, nuestro hombre
-como el resto- era conocido entre los hermanos de Logia por un
nombre mítico. Un nombre de pila cargado de reminiscencias
esotéricas y que había pertenecido en la antigüedad a destacados y
sabios Kheri Hebs. Este distintivo y una numeración en clave -esta
última conocida únicamente por el nuevo miembro y los respectivos
Grandes Consejos Jurisdiccionales- eran las señas de identidad de
cada soror.
Este segundo bautismo no obedecía al capricho o al azar. Cada
aspirante a la Escuela de la Sabiduría se veía obligado a superar un
sinfín de pruebas que pusieran de relieve su personalidad, así como
sus aspiraciones espirituales y grado de honestidad. Una vez
aceptado, el nuevo hermano era bautizado con el nombre que mejor
reflejaba su carácter y temperamento.
Y Sinuhé significaba precisamente el que es solitario.
Desde su infancia, este hombre -a quien llamaremos Sinuhé-se había
distinguido justamente por su profunda atracción por la soledad. Muy
pocos, ni aun su propia familia, habían divisado jamás el fondo de
aquel corazón, permanentemente atormentado por la búsqueda de la
Verdad. Sinuhé amaba la aventura y el riesgo, y este espíritu -unido
a una insaciable curiosidad-le habían arrastrado a una vida de
constantes viajes, que iba relatando, sólo en parte, en sus
numerosos libros. En lo más arcano de su alma guardaba aún secretos
que hubieran estremecido a sus asiduos lectores.
A pesar de esta apasionante vida, envidiada, admirada y odiada casi
a partes iguales por sus amigos y enemigos, Sinuhé era un hombre
insatisfecho, con un creciente desprecio hacia sí mismo. Por ello,
cuando el Gran Maestro le anunció que había sido elegido para una
delicada misión, lejos de entusiasmarse se sintió abrumado.
Pero el Kheri Heb no llegó a percibir esta súbita duda en los ojos
del discípulo. A sus 37 años, Sinuhé era un hombre frío,
perfectamente capaz de dominar y disimular hasta el más.desbocado de
sus sentimientos. Ésta, quizá, era otra de las razones por la que se
odiaba a sí mismo.
El Gran Maestro se dirigió entonces a uno de los cuadros que
decoraban las paredes de su despacho. Se trataba de una magnífica
fotografía en color de la Menorá o candelabro de siete brazos,
emblema oficial del Estado de Israel y que se levanta en Jerusalén,
en una moderna versión del escultor Benno Elkán. Y en silencio, el
alto funcionario de Israel en España procedió a desplazar el cuadro,
dejando al descubierto una pequeña caja fuerte, empotrada y
camuflada en el muro. Extrajo un sobre blanco y regresó al punto a
su mesa, prosiguiendo la conversación.
• ... Querido Sinuhé. Como te decía, el Gran Consejo te ha designado
para una delicada misión.
El Kheri Heb abrió el sobre, entregando a Sinuhé uno de los dos
documentos que contenía.
• Lee y memoriza -repuso el Gran Maestro-. Este mensaje es altamente
secreto y no puede salir del Templo.
Sinuhé reconoció al momento el emblema de la Orden, grabado en un
delicado altorrelieve y encabezando el documento: una serpiente
roja, enroscada alrededor de dos ojos. El de la derecha, más pequeño
y con un ligero vaciado, y el de la izquierda, tres veces mayor y
con un relieve prominente. Al pie del símbolo de la Escuela de la
Sabiduría había escritas cuatro frases. Sinuhé las leyó lentamente.
Al principio, intentando comprender su significado. Después,
procurando memorizarlas.
La segunda -quizá porque reproducía su nombre- fue más fácil...
Al cabo de cinco minutos, Sinuhé levantó el rostro y, cerrando los
ojos, repitió mentalmente aquellas cuatro enigmáticas frases.
El Gran Maestro le observó complacido.
Al concluir la memorización, el discípulo repasó nuevamente el
texto, comprobando con satisfacción que había quedado minuciosamente
grabado en su mente. Devolvió el documento a su Kheri Heb y éste,
adoptando un tono mucho más solemne, comentó:.-Querido hermano. No
he sido autorizado, de momento, a revelarte el origen y la finalidad
de este mensaje... Sólo puedo añadir, como habrás comprobado, que
procede del Gran Consejo Supremo de la Hermandad.
Sinuhé asintió.
• ...El mensaje, eso sí, guarda una trascendental relación con el
futuro de la Humanidad. Y la Escuela de la Sabiduría, por razones
que puedes intuir, ha sido elegida como depositaria de dicho
mensaje. Ahora, antes de pasar a la última y más importante fase de
tu misión, ¿quieres, por favor, repetirme el texto del documento? La
voz de Sinuhé, clara y profunda, fue desgranando las veintiséis
palabras y ocho números que formaban aquellas cuatro frases:
• RA-6 666 ABRIRA EL NUEVO TIEMPO -6.
LAS CAMPANAS -66- GUIARAN A SINUHÉ -6.
LA HIJA DE LA RAZA AZUL ABRIRA TIERRA EN 66 DÍAS -6.
EL JUICIO DE LUCIFER -666- HA LLEGADO -6.
• Exacto -subrayó el Kheni Heb con una sonrisa de aprobación.
Y sin más comentarios, se enfrascó en una detenida lectura del
segundo documento.
Sinuhé no podía imaginar en aquellos instantes que el texto que
acababa de aprender había sido recibido en la madrugada del 27 de
enero de ese mismo año en el más potente radiotelescopio del mundo y
procedente de un desconcertante astro, bautizado por los astrónomos
como RA-6 666.
Tal y como habían sospechado Harold Craft y Rolf Dyce, aquella serie
de dígitos -una vez estudiada por el Gran Consejo de la Escuela de
la Sabiduría-, fue decodificada finalmente, siguiendo el método de
conversión de Cagliostro; el mismo que había sido utilizado por los
dos miembros de la Gran Logia en la emisión del primer mensaje hacia
el astro intruso.
El Kheri Heb abandonó al fin la lectura del segundo documento y,
después de guardarlos en el sobre, prosiguió:
• Bien, querido Sinuhé. El Gran Consejo especifica que tu misión
consiste en identificar a la hija de la raza azul.
Para ello, como habrás observado por el texto del mensaje, serás
guiado por las campanas....El Maestro comprendió de inmediato las
lógicas dudas de su discípulo. Y saliendo al paso de sus
pensamientos añadió:
• Como te he dicho, no estoy autorizado (de momento) a revelarte
quién es esa hija de la raza azul, ni cómo llegarás a reconocerla.
Sé fiel a la Escuela de la Sabiduría e inicia, desde ahora mismo,
esa búsqueda. La fortaleza del Generador (tú lo sabes) te acompañará
en todo momento. Confía en Él y en el Gran Consejo... ¿Tienes alguna
pregunta?
Sinuhé hubiera querido plantear al Kheri Heb el torbellino de dudas
que le azotaba. Pero se limitó a responder:
• Sí, Maestro. Sólo dos...
• Adelante.
• En primer lugar, ¿qué debo hacer cuando identifique a la hija de
la raza azul?
• Utiliza el código secreto y házmelo saber de inmediato... ¿Y la
segunda?
Sinuhé guardó un corto silencio y, fijando sus rasgados y marrones
ojos en el Maestro, exclamó:
• ¿Por qué yo?
El Kheri Heb sonrió enigmáticamente. Y señalando el sobre con los
documentos, comentó:
• Hace tan sólo unas horas, otras seis misivas como ésta han sido
depositadas en los Templos Nacionales de la Hermandad en Londres,
Bonn, Estocolmo, Berna, Caracas y El Cairo. Ésta, la séptima, fue
entregada a la Jurisdicción de París, de la que, como sabes,
dependemos. Todas ellas proceden del Gran Consejo, en los Estados
Unidos. Y todas son portadoras del mismo mensaje: el que tú acabas
de memorizar. Entre los 144 000 miembros de la Hermandad en todo el
mundo, sólo siete figuran en la actualidad con el nombre de Sinuhé.
Tú eres uno de ellos y, como tus hermanos, has sido requerido para
desempeñar la misión que acabo de explicarte. Pero sólo uno de esos
siete Sinuhé podrá descubrir y revelarnos a la hija de la raza azul.
En el momento en que eso ocurra, el resto de los hermanos elegidos
será advertido y cesarán sus respectivas pesquisas.
Sinuhé, cada vez más perplejo, no pudo resistir la tentación y
formuló una tercera pregunta:
• Perdón, Gran Maestro, pero ¿por quién hemos sido elegidos?.El
Kheri Heb sonrió nuevamente, replicando:
• Todo a su debido tiempo, Sinuhé... Todo a su debido tiempo...
Durante aquellos dos meses de febrero y marzo, Sinuhé permaneció
especialmente atento a cuanto ocurría a su alrededor. Pero las
noticias nacidas en su país y en el resto de Europa no hicieron
alusión alguna a esas misteriosas campanas de las que hablaba el no
menos intrigante mensaje. Las dudas, lejos de disiparse con el paso
de los días, iban multiplicándose en el ánimo del investigador.
¿Quién o qué es Ra?, se repetía una y otra vez, sin encontrar
respuesta ni sosiego.
¿A qué nuevo tiempo podía referirse el texto secreto que le había
mostrado su Kheri Heb?
¿Por qué debía ser guiado por unas campanas?
Ésta, juntamente con la tercera, era una de las frases que más
desconcertaba a Sinuhé.
¿Dónde estaban esas campanas?... ¿Es que deberé oírlas o alguien lo
hará por mí? A juzgar por lo poco que le había revelado el Gran
Maestro, esas campanas le guiarían hasta la hija de la raza azul...
Pero ¿y si no fuera así?
Y, sobre todo, ¿quién era esa hija de la raza azul?
Sinuhé sabía que entre las actuales razas del planeta contarnos con
la negra, la amarilla, la roja, la blanca y la cobriza. Sin embargo,
jamás había oído hablar de la azul...
Por si estas incógnitas eran pocas, la tercera y cuarta frases
resultaban tan oscuras, o más, que las anteriores. ¿Por qué causa la
hija de la raza azul debería abrir la tierra en un plazo de 66 días?
¿A qué tierra se refería el criptograma? Y en el supuesto de que
fuera nuestra Tierra, ¿en qué momento se iniciaba ese plazo de
sesenta y seis días?
Sinuhé dedicó buena parte de aquellos días a investigar en torno a
la figura de Lucifer. Pero la extrema parquedad de la Biblia apenas
si arrojó luz sobre la cuarta y última frase del mensaje: EL JUICIO
DE LUCIFER -666- HA LLEGADO -6.
Sólo en el Apocalipsis de San Juan (13, 18) pudo hallar un indicio
-quizá pobre-, que, no obstante, le animó en sus.pesquisas. Ese
párrafo del Apocalipsis hace alusión a la Bestia (Probable
designación de Lucifer), en los siguientes términos:
Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número
de la bestia, porque es número de hombre.
Su número es seiscientos sesenta y seis.
... 666.
Sinuhé, conocedor del código de Cagliostro, sometió también cada
letra del mensaje a la correspondiente
conversión a números, de acuerdo con la citada clave. Su confusión
se disparó al observar que la suma de losnúmeros que integraban cada
una de las frases daba precisamente seis. Ésta, por otra parte, era
la cifra que
aparecía al final de cada renglón.
Sin duda -intuyó el investigador-, esos cuatro seises deben guardar
alguna relación con el número (6 666) que figura al principio de la
primera frase del enigma... Pero ¿cuál?
Aquella madrugada del 1 al 2 de abril de 1984, el frondoso y
achaparrado acevo que monta guardia frente a la casa del alcalde de
Sotillo del Rincón se vio especialmente concurrido.
Decenas de vencejos y gorriones buscaron refugio entre sus espinosas
hojas. Amenazantes cumulonimbus corrían furiosos, empujados desde
los negros lomos de Sierra Cebollera por el viento del Oeste.
Algunos chubascos habían descargado ya en el valle del río Razón, un
paraíso perdido a poco más de veinte kilómetros al noroeste de Soria
capital (España) y asentamiento natural de la recoleta y bella aldea
de Sotillo. Parecía como si la entrada de la luna nueva fuera a
presagiar algo tan extraño como singular...
Sinuhé, a varios cientos de kilómetros de aquellos agrestes parajes
sorianos, se hallaba totalmente ajeno a lo que estaba a punto de
ocurrir. Aquella misma madrugada, aprovechando el cambio oficial de
hora, había dedicado buena parte de la noche a nuevas e infructuosas
investigaciones, tratando de desentrañar el mensaje procedente de Ra.
Una y otra vez había leído las cuatro frases, pero el agotamiento
terminó por rendirle.
RA-6 666 ABRIRA EL NUEVO TIEMPO -6.
LAS CAMPANAS -66- GUIARAN A SINUHÉ -6...
LAS CAMPANAS -66- GUIARÁN...
LAS CAMPANAS....Un sueño negro e inquieto dejó flotando parte del
mensaje en la mente de Sinuhé.
En esos precisos instantes -a las 01 horas y 30 minutos-, los
doscientos vecinos de Sotillo del Rincón dormían también, aunque sus
sueños no eran tan agitados como el de Sinuhé.
Sólo los aullidos de los perros de la zona y el ulular del viento
racheado entre las copas de la chopera que rodea el Ayuntamiento de
la población parecían adivinar la proximidad de algo desconcertante.
En el centro de la plaza de la Lastra, en mitad de la oscuridad, la
pequeña estatua de bronce de Diana Cazadora resistía impasible los
embates del viento. A sus pies, el único caño superviviente de la
fuente, donada en 1913, seguía manando dulce y silenciosamente. A
una distancia prácticamente equidistante de esta fuente, y formando
un triángulo, se levantan y cierran la mencionada plaza de la Lastra
tres sólidos edificios: el Ayuntamiento, cuyo reloj de un metro de
diámetro mira al sur; la casa de José María Gómez Zardoya, alcalde
de Sotillo, con su acampanado acevo, y la llamada Casa Azul, casi
enfrentada al Ayuntamiento. Desde siempre, aquel airoso y sólido
caserón de tres plantas había sido conocido entre las gentes de
Sotillo como la Casa Azul, en razón del añil que lucían sus marcos y
contraventanas. Nadie podía sospechar entonces que aquella casi
caprichosa denominación popular guardaba un significado mucho más
profundo y misterioso...
Aquella desapacible noche, como digo, la oscuridad era total en el
recóndito pueblo soriano. Todo el mundo descansaba. Mejor dicho,
todos no. Una de las ventanas de la segunda planta de la Casa Azul
se hallaba iluminada. Era el único signo de vida en la plaza de la
Lastra. Pero, poco antes de la 01 horas y 40 minutos, aquel
rectángulo amarillo también se apagó. Y Gloria, la señora de la Casa
Azul, se dispuso a dormir. Entiendo que, como narrador de esta
historia, quizá deba detener unos minutos el curso de los
acontecimientos. Los sucesos que pasaré a relatar de inmediato
quedarían incompletos y disminuidos si no pusiera al lector en
antecedentes de quién era la inquilina de la referida Casa Azul..La
súbita aparición de Gloria y su familia -hacía casi seis años-en
Sotillo del Rincón fue algo igualmente misterioso. Al menos, para
las buenas y sencillas gentes del lugar.
En 1979, esta familia -viejos y entrañables amigos de Sinuhé-decidió
abandonar el solar de sus mayores. La inmensa mayoría de sus
conocidos no supo jamás el porqué de aquella inesperada ruptura. De
la noche a la mañana, todo lo que había sido habitual para aquellas
personas -lujo, relaciones sociales y el tumulto de la gran ciudad-
desapareció. Sólo unos pocos y elegidos amigos -entre los que se
encontraba Sinuhé- conocían parte de la verdad. Algunos años antes
de aquella drástica decisión, Gloria primero y el resto de su
familia después habían sabido de la existencia de unos seres,
intuidos desde siempre en lo más profundo de sus corazones.
Esos seres -a los que Gloria llamaba hermanos mayores-fueron, en
buena medida, los responsables del éxodo de la familia en cuestión
hacia una aldea de la que jamás habían oído hablar. Y un buen día,
como digo, sutilmente conducidos por estos guías del Espacio,
descubrieron primero el río Razón e, inmediatamente, Sotillo y la
llamada Casa Azul. Y allí permanecieron, sumergidos en una
indesmayable e intensa búsqueda interior, a la espera de una misión
que, justamente, iba a dar comienzo en aquella madrugada del 1 al 2
de abril de 1984... Una misión que Gloria ignoraba y para la que, a
nivel inconsciente, había sido entrenada desde 1974. Pero no
adelantemos acontecimientos...
Y de pronto, el gemido del viento y el lastimero aullido de los
perros enmudecieron. Y el sonido de bronce de la campana, primera en
la torreta metálica del Ayuntamiento de Sotillo del Rincón, se
propagó nítido y grave en la turbulenta noche.
Gloria, despierta aún, escuchó con asombro aquellas rítmicas
campanadas. Consultó su reloj. Eran las 01 horas y 40 minutos.
Gracias a Dios -pensó-, al fin han arreglado el reloj...
Todos los vecinos de Sotillo sentían y sienten un especial cariño
por aquel viejo reloj de pesas, donado al pueblo en 1907 por don
Gregorio Revuelto, un hijo ilustre de la citada localidad. Todos,
sin excepción, habían aprendido a compartir la vigilia y el sueño
con aquel redondo compañero. Sus campanadas, marcando las.horas y
las medias, eran seguidas por el pueblo, incluso durante la noche.
Muchos de los vecinos, obedeciendo una ancestral costumbre, llegan a
contar -en mitad del sueño- los sucesivos tañidos, prosiguiendo
después su descanso. Por ello, en las contadas ocasiones en las que
el reloj del Ayuntamiento había sufrido alguna paralización, las
gentes del lugar llegaban a sentirse incómodas. En realidad, faltaba
algo en sus vidas...
Y en las fechas que nos ocupan, la fatalidad -¿o no fue la
casualidad?- había hecho que el citado reloj volviera a pararse.
Desde hacía varias semanas, tanto Gloria como el resto de la
comunidad habían insistido una y otra vez cerca del alcalde para que
Antonino, el fiel guardián del reloj, subiera a la torre del
Ayuntamiento y pusiera en marcha su vetusta pero sólida maquinaria.
La primera reacción de la señora de la Casa Azul al oír las solemnes
campanadas fue, por tanto, de sorpresa y alegría.
Obviamente -reflexionó-, Antonino ha dado cuerda al reloj...
Pero esta lógica meditación se vio suspendida cuando, a los pocos
segundos, el poderoso martillo de hierro situado sobre la cara
exterior de la campana siguió golpeando el bronce, rebasando el
número de doce campanadas.
Guiada por un impulso inexplicable, Gloria contó los golpes. Y al
llegar al número 27, consciente de que sucedía algo extraño, trató
de despertar a José Ignacio, su marido. Pero éste, profundamente
dormido, apenas si cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo al
otro lado de la plaza de la Lastra. ... Treinta... Treinta y una...
Treinta y dos... Treinta y tres...
El reloj, al llegar a la campanada número 33, hizo una breve pausa.
Y el silencio cayó de nuevo sobre Sotillo. Pero, ¿a qué obedecían
aquellas inexplicables campanadas?
Gloria no había sido la única persona alertada por la súbita puesta
en marcha del reloj. A pesar de los tapones
de cera que padecía en ambos oídos, el alcalde del pueblo también
había escuchado las campanadas. En este
caso, José María había sido sacado bruscamente de su sueño por el
pertinaz y escandaloso golpear delmartillo sobre la campana..Él sí
sabía que el reloj no había sido reparado aún.
Y tras oír los primeros toques, un pensamiento le vino a la mente:
¡Vaya por Dios! Algún gracioso ha entrado en el Ayuntamiento...
Sin pensarlo dos veces saltó de la cama, dispuesto a remediar aquel
inoportuno contratiempo. Pero, al abrir la puerta de su casa,
comprobó con asombro que la llave de acceso al Ayuntamiento seguía
colgada en el muro de la vivienda, tal y como tenia por costumbre.
En ese momento, para mayor desconcierto de José María, el reloj
reanudó sus campanadas. Un escalofrío recorrió la espalda del
alcalde...
¡No es posible!, pensó mientras, sin saber por qué, iniciaba la
cuenta de esta segunda tanda de campanadas. Y sigilosamente, en
mitad de la oscuridad, salvó los escasos cincuenta pasos que
separaban su casa de la fachada del Ayuntamiento.
Tal y como sospechaba, la puerta del edificio se hallaba sólidamente
cerrada. Levantó el rostro hacía lo alto de la negra y afilada
torreta de hierro que corona el Ayuntamiento, descubriendo con un
creciente terror el rítmico movimiento del martillo, golpeando una y
otra vez sobre la inmóvil campana de ochenta kilos. ¡Dios de los
cielos! -murmuró-. ¿Cómo es posible?
Recorrió con la vista las ventanas y los pequeños ojos de buey del
edificio, pero las tinieblas en el interior del caserón eran tan
densas como en el exterior.
... Treinta... Treinta y una... Treinta y dos... Treinta y tres...
Al llegar a la campanada número 33, el martillo no volvió a
levantarse. Y el silencio fue devorando el eco de aquel último y
misterioso toque.
El reloj de Sotillo del Rincón -a pesar de encontrarse detenido
desde hacía semanas-había hecho sonar su campana un total de 66
veces.
A la mañana siguiente, la confusión del alcalde -lejos de disiparse-
fue en aumento. Al dirigirse a su trabajo echó una minuciosa ojeada
a la fachada del Ayuntamiento. Las agujas del reloj seguían
inmóviles, señalando la misma hora en que había quedado parado
semanas antes: las cuatro y veinte. Y José.María se encogió de
hombros. Pero, por más que lo intentó, no logró desviar de su mente
aquel extraño suceso. ¿Cómo era posible que el vicio reloj
-prácticamente muerto y con las pesas en el suelo, a doce metros de
la maquinaria-hubiera podido activar la campana?
Su desconcierto fue creciendo cuando, sin poder contener la
curiosidad, fue interrogando a sus convecinos. Ni uno solo –ni
siquiera sus dos hermanas, que duermen en la misma casa-había oído
las misteriosas campanadas... Aquello, sinceramente, resultaba casi
más prodigioso que el largo e inexplicable toque. Todo el mundo en
Sotillo, como ya cité anteriormente, tenía a gala dormir y contar a
un mismo tiempo las sucesivas campanadas del anciano vigía. Y con
más razón si los tañidos hubieran sumado nada menos que 66...
Y es más que probable que el alcalde hubiera zanjado y olvidado el
incidente, de no haber sido por la oportuna intervención de la
señora de la Casa Azul.
Aquella misma tarde del 2 de abril, Gloria -tan confusa como José
María- interrogó a éste sobre las misteriosas campanadas.
• Al principio -le dijo- pensé que habías puesto en marcha el reloj.
Pero esta mañana, al verlo parado...
El alcalde respiró aliviado. Al menos, otra persona en Sotillo había
sido testigo, como él, del cada vez más desconcertante suceso.
A partir de esos momentos, un afilado presentimiento quedó enraizado
en el espíritu de la señora de la Casa Azul. Si era físicamente
inviable que la maquinaria del reloj se hubiera puesto en marcha,
¿quién había levantado el pesado martillo y golpeado -¡66 veces!- la
campana? Y, sobre todo, ¿por qué? ¿Qué mensaje se ocultaba tras
aquella señal y por qué había sido oída únicamente por dos de los
doscientos vecinos de Sotillo?
Gloria no podía imaginar en esos instantes que algunas de las
respuestas a tales incógnitas no tardarían en llegar, y de la mano
de un viejo amigo: Sinuhé.
Días más tarde, la señora de la Casa Azul -por motivos aparentemente
ajenos y absolutamente divorciados de esta historia- se vio en la
necesidad de emprender un viaje a su.antigua ciudad. Y tal y como
tenía por costumbre, también en esta ocasión procuró reunirse con el
reducido grupo de amigos que compartía sus inquietudes.
Sinuhé, espiritualmente unido a la familia desde hacía años, acudió
feliz a la llamada de Gloria. Y fue precisamente en una de aquellas
largas conversaciones donde el investigador –de pronto-escuchó de
labios de la señora de la Casa Azul el oscuro misterio de las
campanadas.
Ninguno de los asistentes a la tertulia, a excepción de Gloria, se
percató del súbito nerviosismo de Sinuhé. Tampoco el inusitado
interés del periodista por aquel curioso fenómeno y su inmediato
torrente de preguntas alarmó excesivamente a los presentes. Aquella
curiosidad, típica en el investigador de temas ocultos, resultaba
normal para los que le conocían. Sólo Gloria, repito, con su
finísima intuición, detectó en su buen amigo algo más que una simple
curiosidad... Pero, concluido el primer y exhaustivo interrogatorio,
Sinuhé desvió la conversación hacia otros derroteros, adoptando su
ya clásica postura de frialdad.
Pocas horas después, la familia regresaba a Sotillo del Rincón,
prácticamente ajena a la auténtica motivación de aquel viaje.
Por su parte, Sinuhé, procurando contener su creciente excitación,
se entregó a la tarea de ordenar los primeros informes sobre el
suceso de las campanadas. Sin embargo, en esta oportunidad, su
habitual racionalismo y analítico sistema de trabajo, se vio
perturbado desde el primer momento por una de las cuatro frases del
mensaje, memorizado en presencia de su Kheri Heb:
LAS CAMPANAS -66- GUIARAN A SINUHÉ -6.
Sus primeras valoraciones y las correspondientes conversiones a
números -siempre según la clave de Cagliostro- de los datos
aportados por la señora de la Casa Azul resultaron inquietantes.
La suma de la fecha en que había tenido lugar el hecho (24- 1984),
de la hora en que sonaron las campanadas (01.40), de las propias
campanadas (66) y de la hora que marcaba el reloj del Ayuntamiento
(4.20) arrojaba un curioso y repetido número en aquel aparente
galimatías: seis.
Por otro lado, guiado por una firme pero sutil mano invisible,
Sinuhé sumó igualmente las letras que componen los nombres.de los
únicos testigos del suceso: GLORIA y JOSÉ MARÍA. Y comprobó atónito
cómo el resultado era, asimismo, ¡seis!
Tentado estuvo de comunicarse con su Gran Maestro y adelantarle
cuanto había averiguado. Pero su instinto terminó por doblegar aquel
primer impulso. De haberlo hecho, quizá su Kheri Heb le hubiera
aportado un nuevo y sospechoso dato que, lógicamente, Sinuhé no
conocía aún: aquellas 66 campanadas habían sonado a los 66 días
justos de recibirse en Arecibo el mensaje Ra...
Quizá fue lo mejor. 0 quizá no... La verdad es que Sinuhé, entregado
ya en cuerpo y alma al enigmático asunto de las sesenta y seis
campanadas de Sotillo del Rincón, no supo por qué dejó correr los
dos meses que siguieron a la histórica madrugada del 1 al 2 de abril
de 1984 sin hacer acto de presencia en la referida localidad soriana.
De un lado, la propia fuerza de la investigación le empujaba desde
el principio a viajar a Sotillo y verificar por sí mismo toda una
serie de cabos sueltos. De otro, aquella presencia intangible que
parecía acompañar y proteger al investigador desde siempre frenaba o
torcía todos y cada uno de los intentos de Sinuhé de personarse en
el lugar de los hechos.
Y el investigador -viejo conocedor del poder de la causalidad-se
dejó guiar por la presencia que siempre velaba sus pasos...
Hasta que, en la noche del 4 de junio, una súbita llamada telefónica
precipitó los acontecimientos. Ulla, amiga de Gloria y de Sinuhé,
informaba a este último de la inesperada muerte de José Ignacio,
marido de la señora de la Casa Azul.
En aquellos momentos de tristeza y desolación, el investigador,
lógicamente, no alcanzó a descubrir que el fallecimiento y posterior
enterramiento de José Ignacio guardaba una estrecha vinculación con
la tercera frase del mensaje que él había memorizado: LA HIJA DE LA
RAZA AZUL ABRIRÁ TIERRA EN 66 DÍAS...
Fue poco después del 6 de junio -fecha de la inhumación de los
restos mortales del querido compañero de
Gloria-cuando Sinuhé, casi por azar -¿o no fue por casualidad? -,
detectó este nuevo indicio: desde la
madrugada del 1 al 2 de abril, en que se.registró el tañido de la
campana, hasta el citado enterramiento, habían transcurrido 66 días.
Ahora, la sospecha de Sinuhé había cristalizado ya en una certeza
casi total: las 66 campanadas le habían guiado hasta la hija de la
raza azul. ¿Qué otra conclusión podía sacar?
Y dos semanas más tarde -el 29 de junio-, el investigador entraba al
fin en Sotillo del Rincón. Por supuesto, todas estas indagaciones -y
las que estaba a punto de iniciar- eran mantenidas por Sinuhé en el
más estricto secreto. Ni en aquella primera visita a Sotillo, ni en
las siguientes, Gloria supo las verdaderas motivaciones que
empujaban a su amigo a seguir investigando el suceso de las
campanadas. Así lo exigía la disciplina de la Escuela de la
Sabiduría y, sobre todo, el desarrollo de los fantásticos
acontecimientos que iban a registrarse poco después...
Después de unos minuciosos y prolongados interrogatorios al alcalde
y diversos vecinos de Sotillo, Sinuhé pudo confirmar por sí mismo la
autenticidad del suceso. Unas campanadas que, a primera vista,
escapaban de toda lógica.
Según le relató José María, a los pocos días de aquella enigmática
madrugada, el reloj fue puesto en hora, funcionando con toda
regularidad. Pero, como consecuencia de unas obras que se estaban
llevando a cabo en el interior del Ayuntamiento, algunos cascotes
habían caído sobre la maquinaria y el reloj volvió a detenerse. Para
colmo de males, cuando trataron de abrir la puerta del edificio, la
llave se quebró y parte de la misma quedó alojada en el interior de
la cerradura, imposibilitando el acceso al Ayuntamiento.
Por esta razón, Sinuhé no pudo inspeccionar el interior del gran
caserón y, lo que era más importante, la maquinaria del reloj.
Este contratiempo irritó en cierta medida al investigador, que no
acertaba a comprender entonces aquella sucesiva serie de lamentables
y casi estúpidas circunstancias. Diecisiete días más tarde llegaría
la respuesta a estas aparentes casualidades...
Ante la imposibilidad física de penetrar en el Ayuntamiento, Sinuhé
se limitó en aquella primera visita a una meticulosa exploración del
exterior, así como del entorno del citado Ayuntamiento..Las agujas
del reloj habían quedado ancladas en esta nueva paralización en las
nueve menos seis minutos.
Sinuhé empujó la puerta pero, efectivamente, se hallaba cerrada.
Levantó el rostro y divisó entre las hojas del frondoso tilo que
crece frente a la fachada del Ayuntamiento la torreta de hierro,
negra y sólida, que corona el tejado del edificio. En el centro de
aquel armazón brillaba al sol la misteriosa campana.
Sobre ella, Sinuhé observó también un pesado martillo, unido por una
sirga metálica al camarote donde debía reposar la maquinaria.
El investigador fue inspeccionando, palmo a palmo, la totalidad de
aquella rústica instalación. La campana, en efecto, parecía soldada
a la estructura de hierro.
El viento -argumentó- no hubiera podido moverla...
En lo alto de la torreta, justamente en el vértice, aparecía una
esfera, también de hierro forjado, con unas letras que Sinuhé no
pudo distinguir con exactitud. Aquello animó aún más su curiosidad.
Pero, por más que lo intentó, la considerable distancia que le
separaba de la mencionada esfera y la posición de las letras -en lo
que podríamos denominar el polo norte del globo metálico- hicieron
inútiles sus esfuerzos por clarificar la nueva incógnita.
Sí distinguió en cambio, con toda nitidez, la fecha -1907-que
adornaba la veleta situada inmediatamente por encima del globo de
hierro.
De pronto, decenas de golondrinas y vencejos remontaron el vuelo,
huyendo como un relámpago negro de la chopera que cercaba el
Ayuntamiento.
Y Sinuhé, alertado por aquella súbita fuga de los pájaros, se
dirigió al interior del sombrío bosquecillo. Sinuhé se detuvo en la
linde de la oscura arboleda. El sol corría ya hacia poniente,
iluminando tan sólo algunas de las copas más altas. Por espacio de
unos segundos, la mirada del investigador recorrió la espesa y
desordenada vegetación que crecía entre los árboles. Todo parecía
tranquilo.
Excesivamente tranquilo..., reflexionó.
En efecto. La nube de pájaros que revoloteaba habitualmente en el
bosque había desaparecido. En su lugar, Sinuhé percibió un.silencio
denso. Algo extraño ocurría. Por un momento, nuestro hombre pensó en
la posibilidad de que aquel desacostumbrado silencio se debiera a la
presencia en la chopera de alguna serpiente, tan frecuentes en
aquellos parajes. Esta idea le erizó el vello. Y lentamente,
adoptando toda clase de precauciones, comenzó a adentrarse entre la
espinosa maleza.
Cada cuatro o cinco pasos, Sinuhé detenía la marcha, aguzando los
oídos. Pero la única respuesta era el silencio; aquel silencio
atronador, roto por el crujido de los helechos y cardos al quebrarse
bajo los pies del investigador.
Al alcanzar el corazón del bosque, los ojos de Sinuhé, acostumbrados
ya a la penumbra reinante, escrutaron minuciosamente su entorno. A
escasos metros divisó un reducido calvero. Y sin saber por qué se
dirigió a él.
Una vez en el centro del pequeño claro, Sinuhé se percató de otra
circunstancia no menos extraña: la
superficie del calvero se hallaba alfombrada por una especie de
arena, casi blanca y sumamente delicada. La
maraña vegetal que cubría el resto del bosquecillo quedaba
bruscamente interrumpida en el perímetro de aquel
claro. Sinuhé, en cuclillas, tomó un puñado de arena, procediendo a
examinarla. Al extenderla sobre la palma
de su mano, los casi microscópicos granos emitieron unos leves
destellos. El investigador, tan sorprendido
como maravillado, dejó caer la misteriosa arena, que formó al
instante una deslumbrante cascada de luz. Pero,
curiosamente, al volver a la superficie del calvero, aquellos
gránulos perdían su fascinante luminosidad, adoptando la tonalidad
cenicienta ya mencionada.
Durante un largo período de tiempo, Sinuhé jugueteó con la
misteriosa arena, intentando desentrañar aquel enigma. Pero la
creciente falta de luz hacia imposible un análisis detallado.
Olfateó incluso los diminutos y refulgentes corpúsculos, aunque el
resultado fue negativo. Y a punto estaba de tocarlos con la punta de
la lengua cuando, de pronto, un escalofrío recorrió su espalda.
Sinuhé tuvo la sensación de que alguien le observaba fijamente.
Soltó la arena y, tratando de mantener la calma, fue incorporándose
con lentitud. El vello de sus brazos y de su nuca había vuelto a
erizarse. Ya no cabía duda: alguien -quizá un animal- se hallaba en
los alrededores del calvero. Aunque el periodista era hombre
acostumbrado en sus múltiples correrías.nocturnas a dominar el
miedo, ese inconfundible sentimiento humano que nos advierte de un
inminente peligro había hecho acto de presencia, una vez más, en el
corazón de Sinuhé.
Y muy lentamente, centímetro a centímetro, el reportero fue girando
sobre sus talones, buscando con la vista entre la negra espesura.
El silencio se había hecho insoportable. Todo a su alrededor parecía
muerto. Fuera del tiempo. Por más que perforó las negras siluetas de
los árboles y los perfiles informes de la floresta, no percibió
sonido ni movimiento algunos. Su corazón, sin embargo, bombeando
aceleradamente, seguía advirtiéndole de una presencia extraña. Pero
¿dónde?, se repetía sin saber a qué atenerse.
A los pocos segundos, Sinuhé sufrió un nuevo estremecimiento.
Frente a él y a poco más de media docena de pasos vio cruzar una
pequeña sombra, que desapareció precipitadamente por detrás de uno
de los altos macizos de helechos. El investigador palideció. Su
frecuencia cardiaca se disparó y el miedo empezó a secarle la
garganta. En un intento por recuperar el dominio de sí mismo, trató
de autoconvencerse de que, a juzgar por la escasa estatura de la
sombra, quizá estaba siendo espiado por alguno de los niños del
pueblo. Aquella posibilidad le tranquilizó a medias. Y haciendo
acopio de valor, avanzó un par de metros, saliendo del calvero.
¿Y si fueran imaginaciones mías?, se preguntó. Pero el pensamiento
fue rechazado de plano cuando descubrió el ligero balanceo de las
rojizas y aserradas hojas de los helechos machos por donde había
pasado la fugaz silueta.
Sinuhé escrutó el fondo del bosque, siguiendo con la vista la bar
dirección que parecía llevar el hipotético niño.
Pero aquella exploración visual resultó infructuosa. La sombra había
desaparecido.
Sólo cabe una posibilidad -siguió razonando- ...Quizá se ha
escondido entre los árboles...
Y dispuesto a salir de dudas, siguió avanzando.
Con el ánimo encogido, fue recorriendo el primer grupo de árboles,
apartando lenta y cuidadosamente la maleza..Al cabo de diez minutos,
ante lo estéril de su búsqueda, el investigador, algo más sereno,
suspendió el rastreo. Se encogió de hombros y echó mano de su
paquete de tabaco. Pero, cuando estaba a punto de prender el
cigarrillo, un súbito viento helado apagó el mechero. Sinuhé,
paralizado por la sorpresa, no movió un solo músculo. En décimas de
segundo, su cerebro planteó un solo interrogante:
¿Qué es esto?... ¿Un viento helado en pleno verano?
Y mecánicamente volvió a activar su encendedor. La pequeña llama
azul osciló levemente y, casi al instante, otro chorro de aire
gélido desbarató sus propósitos.
Esta vez, consciente de que aquella misteriosa corriente no podía
ser natural, no intentó siquiera repetir la operación. El aire, de
eso estaba seguro, procedía de lo alto. Y el miedo le invadió
nuevamente. Algo o alguien se hallaba por encima de su cabeza. Y la
imagen de la sombra corriendo veloz entre la espesura le vino de
inmediato a su mente.
A pesar de aquellas dos bocanadas de hielo, la frente de Sinuhé
comenzó a sudar copiosamente. Su instinto le empujaba a correr; a
salir de aquel maldito bosque. Pero su curiosidad, una vez más, fue
más fuerte. Y tragando saliva, levantó el rostro.
¡Jesucristo!...
A poco más de dos metros por encima de su cabeza, el aterrorizado
investigador descubrió una figura monstruosa.
Ésa, al menos, fue su primera impresión.
Sobre una de las ramas bajas del árbol más próximo a Sinuhé se
hallaba un ser de pequeña estatura. Aparecía en pie sobre la
referida rama, sujeto al tronco con su mano derecha. Ambos brazos
eran extraordinariamente largos y desproporcionados. El izquierdo,
prácticamente pegado al cuerpo, llegaba más debajo de la rodilla.
Tenía un cráneo voluminoso y en forma de pera invertida, con un
rostro apenas perceptible.
Los ojos -en realidad parecían dos puntos u orificios oscuros,
rodeados de una especie de circunferencia córnea y sobresaliente-
estaban fijos en los de Sinuhé. Éste, paralizado primero por la
sorpresa y por el pánico después, no acertó a reaccionar.
La escasa luz no le permitió fijar demasiados detalles. En un gesto
instintivo, bajó el rostro, creyendo que era presa de
alguna.alucinación. Pero, al dirigir de nuevo la vista hacia aquella
cosa, ésta había desaparecido. En el cerebro de Sinuhé, sin embargo,
seguía viva la imagen de aquel ser.
Confundido, el investigador trató de poner orden en sus
pensamientos.
¿Qué está pasando?
Inexplicablemente, el miedo había desaparecido, desbordado ante la
posibilidad de que aquello sólo hubiera sido una mala pasada de la
mente de Sinuhé. ¿Cómo explicar si no la súbita desaparición del
pequeño y monstruoso individuo?
Su siguiente impulso fue salir del bosquecillo. Y a punto estaba de
hacerlo cuando, súbitamente y por el rabillo del ojo, creyó percibir
una especie de fogonazo luminoso en el centro del calvero.
Al volverse, nuestro hombre quedó nuevamente petrificado.
¡Jesucristo!... Entonces, ¡no se trataba de una alucinación!.
Efectivamente, Sinuhé tenía ante sí a la pequeña criatura.
Pero ¿cómo ha podido...?
El hombrecillo -o lo que fuera-había surgido sin previo aviso en el
centro geométrico del claro. Y Sinuhé, atónito, se agazapó entre los
helechos, dispuesto a no perder un solo movimiento de tan
extraordinario personaje.
La criatura, ligeramente inclinada sobre la arena del calvero,
parecía ausente y como distraída. Tomó un puñado de aquel polvo y,
acto seguido, incorporándose, extendió su largo brazo derecho,
lanzando el contenido de la mano hacia uno de los árboles próximos.
Pero, ante el asombro del reportero, de entre sus dedos no salieron
los pequeños gránulos. La arena se había transformado en un finísimo
hilo luminoso, formado por cientos, quizá miles, de minúsculos
puntos de luz. Y en décimas de segundo, aquel resplandeciente haz
blanco-azulado se hundió en la corteza del chopo, desapareciendo.
El ser contempló durante unos segundos el punto sobre el que había
incidido el enjambre luminoso. En esos momentos, el investigador se
percató de un nuevo y desconcertante detalle: el cuerpo del
hombrecillo parecía transparente. A través de la criatura, Sinuhé
podía ver los árboles situados al otro extremo del calvero..E,
inmediatamente, aquel ser se agachó, recogiendo un segundo puñado de
arena. Y repitió la operación, pero esta vez sobre otro de los
enjutos troncos que se levantaba en el filo del claro.
El nuevo fogonazo iluminó parte del calvero, así como el rostro y
torso de la criatura. Y Sinuhé creyó distinguir una especie de
escudo o emblema circular en el centro del pecho. A primera vista
parecían tres círculos concéntricos. Pero, dado su progresivo
nerviosismo, no hubiera podido asegurarlo.
Como si se tratara de un juego -o de un absurdo pasatiempo-, el
pequeño ser fue repitiendo los lanzamientos, hasta un total de seis.
Cada ráfaga luminosa se precipitó sobre un árbol distinto, de forma
que, al concluir, seis de los troncos que formaban el perímetro del
claro aparecieron ligeramente chamuscados.
Sinuhé, conteniendo la respiración, no prestó excesiva atención a
las manchas negruzcas y humeantes que fueron surgiendo en las
cortezas. La penumbra y la distancia, además, dificultaban su
observación. La criatura, en cambio, sí parecía Interesada en el
resultado de cada uno de los impactos. Y, como digo, al efectuar
aquellas desconcertantes maniobras, repetía sus observaciones. Para
el atónito testigo, lo subyugante era el increíble personaje que
tenía ante sí. En una primera y precipitada deducción, el
investigador lo asoció con uno de los tipos de humanoides o
tripulantes de los ovnis, tan extensa y exhaustivamente estudiados
por él. Aquel pensamiento le hizo vibrar de emoción. A pesar de sus
muchos años de persecución, jamás había tenido la oportunidad de
tropezar con estos seres.
Y ahora, casualmente, se hallaba a poco más de cinco metros de uno
de ellos... Sin embargo, a juzgar por lo que llevaba observado,
había algo que no terminaba de encajar en la mente de Sinuhé. Las
características de la criatura -en especial su total transparencia
no correspondían a las descripciones que había ido reuniendo sobre
estos seres. Por otra parte, aquel rostro... Sinuhé no hubiera
podido jurarlo pero casi estaba seguro de que carecía de nariz y
boca. Su voluminoso cráneo y la corta estatura –quizá un metro- sí
eran, en cambio, habituales en los testimonios sobre encuentros con
esta variante de ocupantes de los objetos volantes no identificados.
Sinuhé, en aquellos momentos, no podía sospechar que se encontraba
ante una criatura mucho.más fantástica e, incluso, común -aunque
pueda parecer un contrasentido- que los extraterrestres a quienes
perseguía con tanto empeño...
Concluida la enigmática operación, la criatura giró lentamente,
situándose frente al escondrijo de Sinuhé. Éste, más que ver, sintió
cómo la mirada de aquellos ojos negros como la noche perforaba la
maleza que le ocultaba, clavándose en los suyos. Y en la mente del
investigador retumbó una voz clara y profunda extremadamente
familiar:
¡Recuerda mi señal... La de Micael...!
Y el ser, sin dejar de mirar hacia el punto donde temblaba Sinuhé,
cruzó ambas manos sobre el pecho. En ese momento, los tres círculos
concéntricos que formaban aquella especie de escudo o emblema
adquirieron una brillante tonalidad celeste que fue llenando el
calvero, hasta el punto de ocultar con su cegadora luz la figura del
hombrecillo.
Deslumbrado, el periodista protegió sus ojos con el brazo derecho.
Pero, al igual que sucede cuando se mira fijamente al sol, en el
cerebro del testigo quedó flotando una informe mancha negra.
El miedo se hizo más agudo y Sinuhé, instintivamente, retiró su
brazo, tratando de no perder de vista al desconocido. Su sorpresa no
tuvo limite. ¡La criatura había desaparecido por segunda vez!
Nuestro hombre forzó su mermada vista, en un afán por localizarla.
Pero el claro, los árboles y la maleza aparecían desiertos. De aquel
torrente luminoso, nacido de los tres círculos concéntricos, no
quedaba el menor vestigio. Todo había vuelto a la normalidad. El
prolongado y anormal silencio había finalizado y, en su lugar, el
bosque recuperó su latido propio.
Sinuhé, todavía de rodillas, exploró la parte alta de la chopera,
sin poder distinguir rastro alguno de la misteriosa aparición.
Algunos pájaros habían vuelto a revolotear entre las ramas, llenando
el lugar con sus acostumbrados trinos. Durante algunos minutos,
Sinuhé, que había terminado por incorporarse, permaneció confuso y
con los ojos fijos en el claro.
En su cerebro seguían sonando aquellas extrañas palabras, mezcladas
ahora con un atropellado sinfín de preguntas..... ¿Lo habré
soñado?... ¿Qué me ha sucedido?... ¿Quién era ese ser?... ¡Recuerda
mi señal!... Pero ¿qué señal?... ¡La de Micael!...
Aturdido, no supo nunca cuánto tiempo permaneció inmóvil frente al
calvero. Al fin, cuando su espíritu recobró el ánimo necesario, un
pensamiento le impulsó hacia la arena:
... Los árboles... Si todo ha sido fruto de una alucinación –se
repitió a sí mismo mientras salvaba los escasos pasos que le
separaban del claro-, los troncos seguirán intactos...
Y al pisar el misterioso polvo, un escalofrío le sacudió las
entrañas. A metro y medio del suelo, seis de los doce árboles que
cerraban el círculo presentaban una extraña marca.
Con la piel erizada, fue aproximándose a una de aquellas señales.
Sobre la grisácea corteza del árbol habían quedado dibujados -o
quizá sería más exacto grabados-tres oscuros círculos concéntricos,
con un diámetro total de unos diez centímetros.
Adoptando todo tipo de precauciones, exploró las circunferencias,
comprobando que, en efecto, se trataba de sendas y profundas
quemaduras. Rozó las estrechas franjas negras con las yemas de los
dedos, pero se hallaban frías, al igual que el resto del árbol.
¿Cómo puede ser -se preguntó, dirigiéndose a otra de las marcas-, si
hace unos minutos todavía humeaban?...
¿O no ha sido cuestión de minutos?
Consultó su reloj. Y su espíritu se tranquilizó. Apenas si había
transcurrido media hora desde que se decidió a penetrar en el
bosquecillo.
Una a una fue examinando las señales. Todas eran idénticas, y todas,
curiosamente, se encontraban a la misma distancia del suelo y
equidistantes del centro del calvero. Pero ¿por qué? ¿Qué
significaban aquellos tres círculos concéntricos? Y, sobre todo,
¿quién era aquella criatura? ¿Es que existía alguna relación con el
suceso de las 66 campanadas?
Movido por su insaciable curiosidad se arrodilló sobre la delicada
arena y, tomando un puñado, se dispuso a repetir la maniobra que
había visto ejecutar al hombrecillo.
Al ser retirados de la superficie del calvero, aquellos miles de
diminutos corpúsculos volvieron a destellar en la palma de la.mano
de Sinuhé. Y sin poder contener su emoción, los arrojó contra uno de
los troncos que no había sido marcado por la criatura. Pero,
desilusionado, comprobó cómo la ráfaga luminosa se estrellaba sobre
la corteza, cayendo dulcemente.
Nada había ocurrido. Y encogiéndose de hombros, extrajo su pañuelo,
guardando en él una pequeña porción de aquel polvo desconocido.
Lanzó una última mirada al bosque y, con paso presuroso, abandonó la
espesura. En la aldea, todo seguía su habitual y sencillo curso.
Nadie, ni siquiera la señora de la Casa Azul, había advertido nada
anormal. Y Sinuhé, tras formular algunas discretas preguntas a los
vecinos más próximos al bosquecillo, se convenció de que el insólito
encuentro con aquella criatura sólo había sido presenciado por él.
Esta circunstancia, lejos de tranquilizarle, multiplicó, si cabe, su
desconcierto. Y poco faltó para que, a lo largo de aquel atardecer,
en el transcurso de un sosegado paseo por los alrededores de
Sotillo, Sinuhé revelase a Gloria cuanto había visto. Su sentido de
la disciplina, sin embargo, congeló una vez más sus deseos.
Antes era preciso informar a su Kheri Heb... Y siguiendo el plan
previamente establecido, abandonó Sotillo, ultimando las
investigaciones programadas. En un intento por apurar las posibles e
hipotéticas -cada vez más hipotéticas explicaciones
racionales, que quizá hubieran podido justificar las 66 campanadas,
el miembro de la Escuela de la Sabiduría se dirigió primero al
Observatorio Meteorológico de Soria. Y fue el propio jefe del
centro, Ricardo García Acinas, quien le confirmaría que aquella
madrugada del 1 al 2 de abril de 1984 no había sido registrado
fenómeno meteorológico alguno capaz de provocar las mencionadas 66
campanadas. El viento, del Oeste y con una velocidad de diez
kilómetros a la hora -quizá en la zona de Sotillo fuese algo
superior, manifestó el meteorólogo-, jamás hubiera podido mover la
masa de la campana, firmemente soldada a la torreta, y, muchísimo
menos, levantar, ni siquiera una sola vez, el pesado martillo de
hierro.
En una segunda investigación, el Instituto Sismológico, con sede en
la ciudad de Toledo, ratificaría lo que ya sospechaba Sinuhé: ...en
esa noche -le anunció el propio director, Gonzalo.Paz-, nuestros
equipos no detectaron movimiento sísmico alguno en nuestro país.
Cuando Sinuhé le interrogó sobre la intensidad necesaria para que un
terremoto pueda mover y hacer sonar una campana, el director del
instituto fue claro y rotundo: Sería menester un movimiento de grado
4 en la escala de Mercali.
Aparentemente, al menos, las 66 campanadas no tenían una explicación
satisfactoria. Y Sinuhé estimó que había llegado el momento de
celebrar una nueva entrevista con su Kheri Heb...
En los primeros días de aquel mes de julio de 1984, Sinuhé utilizó
el código secreto de la Escuela de la
Sabiduría, concertando una segunda reunión con su Gran Maestro en
Madrid. El Kherii Heb escuchó
atentamente el minucioso relato del soror, quien, al finalizar su
exposición, entregó al alto funcionario israelí un
pequeño frasco de cristal con la misteriosa arena recogida en el
bosque de Sotillo. El Maestro de la Logia
secreta se limitó a observar en silencio el blanco contenido del
recipiente. Y Sinuhé, sin poder contener su curiosidad, trató de
forzar una respuesta; una explicación, cuando menos, que disipase
las brumas que cubrían su cerebro:
• Maestro..., es un hecho evidente y objetivo que esas sesenta y
seis inexplicables campanadas me han conducido, quizá, hasta la hija
de la raza azul. Y no es menos cierto y comprobable que la señora de
la Casa Azul ha abierto la tierra en sesenta y seis días. A pesar de
todo, ¿cómo podemos estar seguros de que, en efecto, se trata de la
persona que buscamos?
El Kheri Heb sonrió y, tomando el sobre blanco enviado por el
Consejo Supremo de la Hermandad, extrajo los dos documentos
contenidos en el mismo. Sinuhé, como se recordará, conocía el texto
de uno de ellos. El Gran Maestro, sin embargo, no le había hablado
del segundo.
• Por expreso deseo de la Orden -manifestó el Kheri Heb señalando el
enigmático documento-, ninguno de los hermanos que ha participado en
esta misión fue advertido de una información que complementaba la
búsqueda y que, por razones de seguridad, sólo podía ser revelada al
Sinuhé que.verdaderamente fuera guiado por las sesenta y seis
campanadas.
Sinuhé advirtió un brillo de alegría en los Ojos de su Maestro.
• ...El elegido -prosiguió, al tiempo que daba lectura al documento-
recibirá ne-ce-sa-ria-men-te...
Y el Kheri Heb se recreó en cada una de las sílabas de aquella
palabra.
• ...Recibirá ne-ce-sa-ria-men-te, la señal y bandera de Micael, el
Hijo Creador del Paraíso.
El Maestro aguardó la reacción del discípulo.
• ¿La señal y bandera de Micael?... Entonces -repuso Sinuhé
golpeando la mesa con la palma de la mano-, la voz que escuché en mi
cerebro... El Maestro asintió con la cabeza.
• Pero, ¿cuál es esa señal?
El impaciente miembro de la Escuela de la Sabiduría no dejó
intervenir al Kheri Heb. Y palmeando la mesa por segunda vez, se
respondió a sí mismo:
• ¡Jesucristo!... ¡Los tres círculos concéntricos! Ahora comprendo
-balbuceó ante la divertida mirada del israelí-.
Aquella criatura..., sí..., aquella criatura me comunicó algo:
Recuerda mi señal... La de Micael. Sinuhé, sin poder disimular la
contrariedad que le producía no haber captado mucho antes el oculto
significado de aquel mensaje, bajó los ojos, avergonzado. Él sabía,
como miembro de la Orden, quién era y qué representaba Micael. Y
conocía también cuál era la señal y bandera del Hijo Creador del
Paraíso: tres círculos azules y concéntricos sobre un fondo blanco.
El Kheri Heb no dejó que se viera arrastrado por el abatimiento.
• Querido Sinuhé: tú no podías saber que esa criatura era lo que la
Escuela de la Sabiduría denomina un median... Pero permíteme que
prosiga según el plan establecido por el Gran Consejo Supremo de la
Hermandad.
Y el Maestro centró su atención en el documento secreto. Al concluir
su lectura, se dejó caer sobre el negro y brillante respaldo de
cuero del asiento y, adoptando un tono relajado, dio comienzo a un
relato que Sinuhé no podría olvidar jamás..-Hace ya varios años,
estimado Sinuhé, los astrónomos detectaron un astro desconocido que
se aproximaba a nuestro sistema solar. La noticia fue divulgada en
su momento, pero muy pocas personas (a excepción de algunos
Observatorios y de nuestros Kheri Hebs) le prestaron atención. Hoy,
concretamente desde el pasado 27 de enero, sabemos que ese cuerpo
celeste (bautizado por los astrónomos con el nombre de Ra-6 666) no
es un astro como los demás...
Sinuhé, pendiente de la narración, no terminaba de entender.
Pero se contuvo.
• ...Pues bien, en la madrugada de ese 27 de enero, siguiendo
instrucciones del Gran Consejo Supremo, dos radioastrónomos de
Arecibo, miembros como nosotros de la Escuela de la Sabiduría,
enviaron un mensaje secreto a Ra-6 666. La respuesta (tal y como
reza uno de nuestros papiros más antiguos y sagrados) no se hizo
esperar. Ra transmitió al radiotelescopio una clave que tú conoces y
que ya ha sido resuelta felizmente. El Maestro percibió una oleada
de preguntas en los ojos del soror y, rogándole calma con ambas
manos, prosiguió:
• Un momento, Sinuhé. Es mejor que escuches primero cuanto tengo que
decirte. Ese mensaje, como te decía y sabes, consta de cuatro
frases. La segunda y tercera (LAS CAMPANAS –66-GUIARAN A SINUHÉ -6 y
LA HIJA DE LA RAZA AZUL ABRIRÁ TIERRA EN 66 DIAS -6) han sido
puntualmente cumplidas. En cuanto a la primera y última frases (Ra-6
666 ABRIRA EL NUEVO TIEMPO -6 y EL JUICIO DE LUCIFER -666-HA LLEGADO
-6), esto es lo que el Consejo Supremo de la Escuela de la Sabiduría
me autoriza a revelarte.
El Kheri Heb varió el tono de la voz y, a manera de inciso, comentó:
• Debo aclararte que, si una vez conocida esta segunda misión que la
Orden desea poner en tus manos, tu respuesta es negativa, deberás
olvidar cuanto sabes...
El investigador, sin dudarlo, asintió con la misma firmeza con que
su Maestro había llevado a cabo tal aclaración.
• Perfectamente. Prosigamos... Como venía diciéndote, de acuerdo con
la interpretación del Gran Consejo, la presencia de ese astro
intruso representa (tal y como se desprende del.sentido de la
mencionada y primera frase del mensaje) que la Humanidad de este
planeta en el que vivimos está a punto de abrir o iniciar un nuevo
tiempo. Un tiempo (fíjate bien en esto, Sinuhé) que tiene mucho que
ver con Ra y, sobre todo, con el juicio al
que está a punto de ser sometido nuestro antiguo Soberano Sistémico:
Lucifer. Tú has aprendido, a través de las enseñanzas de nuestro
Templo, cuál es la organización administrativa de los siete
superuniversos. La Hermandad te ha mostrado el maravilloso plan
divino del Padre Celestial y de sus hijos descendentes y ascendentes
en el inevitable camino de la Perfección. Pero los conocimientos de
la Escuela de la Sabiduría siguen siendo limitados. Hay miles de
preguntas que seguimos haciéndonos y que tú mismo has expuesto en
muchas de las reuniones con el resto de los sorors. Ahora, al fin,
tenemos ante nosotros la irrepetible oportunidad de saciar parte de
esa sed de conocimiento...
El Kheri Heb, con un creciente entusiasmo, procedió a formular ante
Sinuhé una serie de interrogantes que electrizó igualmente al
perplejo miembro de la orden secreta: ...Por la gracia de los
Ancianos de los Días, querido Sinuhé, se nos brinda la posibilidad
de conocer quién es en verdad Lucifer... ¿Por qué se rebeló? ¿Cuáles
fueron las causas y razones de su levantamiento? ¿Hasta qué punto
fue grave su desobediencia?
¿A quiénes arrastró? Y, por encima de todo ello, ¿qué repercusiones
tuvo dicha rebelión para nuestro mundo?
¿Qué hay de cierto o de simbología en lo poco que cuenta la
Biblia?...
Sinuhé, desbordado, interrumpió a su Kheri Heb con una única y
lógica pregunta:
• Pero, Maestro, ¿quién tiene el poder para despejar esos misterios?
La fría pregunta de Sinuhé contribuyó -y no poco-a estabilizar el
cada vez más caldeado entusiasmo de su Maestro. Éste, después de
inspirar profundamente, comprendió que no debía precipitarse. Y con
gran alivio por parte de su discípulo, se ajustó a las preguntas
concretas que éste había empezado a plantearle:
• Estas y otras muchas interrogantes, querido hermano, pueden ser
desveladas por la hija de la raza azul y por tí mismo,.Sinuhé... si
aceptáis la misión que Ra ha transmitido a la Escuela de la
Sabiduría.
• Un momento... -le interrumpió Sinuhé nerviosamente-, ¿qué o quién
es Ra?
• Como te había empezado a exponer, para los observatorios
astronómicos sólo se trata de un astro periódico, con una órbita
cíclica de 6 666 años y que el 27 de enero pasado cruzó la órbita de
Plutón, en un preocupante viaje hacia nuestro planeta o, quizá,
hacia el Sol...
Sinuhé palideció.
• ...Para nosotros, en cambio -prosiguió el Kheri Heb en un tono
tranquilizador-, Ra es mucho más. Sabemos que no es un cuerpo
sideral como otro cualquiera. Seres altamente evolucionados y
responsables de la administración de nuestro universo local de
Nebadon dirigen y controlan a Ra: una de las magníficas esferas
artificiales que rodean habitualmente a Jerusem, la capital (como
sabes) de nuestro sistema. Y tal como consta en nuestros papiros
sagrados (los de la Quinta Revelación) Ra se desplaza por nuestro
sistema de satania cada 6 666 años terrestres, con muy diferentes
misiones. A nosotros, en estos momentos, nos ha tocado en suerte ser
testigos (y protagonistas, si aceptáis la misión) de una nueva ronda
de la rueda de Ra. Sinuhé, como discípulo de la Orden, había
estudiado los papiros sagrados denominados de la Quinta Revelación
-a los que me referiré en breve-, pero, a pesar de ello, seguía
confuso.
• ¿Y qué relación existe entre la primera frase del mensaje (RA-6
666 ABRIRÁ EL NUEVO TIEMPO) y la última:
EL JUICIO DE LUCIFER -666- HA LLEGADO?
• Como sabes a través de tus estudios, el tiempo es un concepto
psicológico, cuyo valor cambia, según el lugar desde donde se mida.
Para nosotros (los mortales), un año en el planeta Tierra equivale a
365 días y ¼. Pero ese concepto del tiempo no es igual para los
seres que habitan nuestro universo local o cualquiera de los siete
superuniversos y, por supuesto, para las altas jerarquías del
Universo Central de Havona, sede de la isla Eterna del Paraíso.
Pedro lo dice con extrema puntualidad en su segunda carta (3.8):
Amadísimos, no se oculte, sin embargo, una cosa: un día es ante Dios
como mil años y mil años como.un día. Quiero decirte, con esto, que
(según la interpretación del Consejo Supremo de la Orden) el
inminente juicio a Lucifer abrirá un tiempo nuevo para nuestro mundo
y para todos aquellos que fueron arrastrados en la rebelión.
Aunque para esta Humanidad ascendente y evolucionaria hayan podido
pasar cientos de miles de años desde aquella desgracia, para los muy
altos seres que rigen los superuniversos ese tiempo es prácticamente
insignificante. Y el hecho objetivo y fascinante es que (por razones
que se nos escapan) la Divinidad está a punto de juzgar al gran
rebelde. Ello puede significar el final de la cuarentena que sufre
la Tierra desde el instante en que el entonces príncipe planetario (Caligastía)
decidió unirse a la insurrección de Lucifer. Una cuarentena que,
como tampoco ignoras, sólo ha supuesto aislamiento, dolor y retraso
para este desgraciado mundo...
• Maestro -se lamentó Sinuhé-, sigo sin comprender qué tiene que ver
todo esto con la hija de la raza azul y conmigo mismo.
El Kheri Heb acudió de nuevo al segundo documento y repuso:
• En esta información secreta, complementaria de la que ya conoces,
el Consejo Supremo de la Escuela de la Sabiduría nos informa de una
serie de hechos que trataré de resumirte: una vez localizada la hija
de la raza azul, y como compensación a los muchos sufrimientos
experimentados por este planeta como consecuencia de la rebelión,
los Ancianos de los Días han dispuesto que nuestra Humanidad (al
igual que las de los mundos que fueron igualmente arrastradas por
los rebeldes) pueda estar representada en el mencionado juicio de
Lucifer. Esa representación sólo podrá ser ostentada, y muy
justamente, por un descendiente vivo de la raza más noble de cada
uno de esos planetas, actualmente en cuarentena. Ra señaló en su
momento quién era ese representante humano (la hija de la raza azul)
y la forma para identificarla: las campanadas...
• ¿Asistir al juicio de Lucifer?...
Sinuhé, puesto en pie, formuló aquella nueva pregunta con
incredulidad.
Pero sus sorpresas no habían hecho más que empezar...
El Maestro, con rostro grave, le rogó que se sentara..-Sí, tú lo has
dicho. Y esta delicada misión tiene una primera fase de la que (si
ambos aceptáis) nuestra Orden y el mundo entero podrán obtener
cumplidas respuestas a muchos de los interrogantes que te formulaba
hace un momento... Recuerda que la Humanidad apenas sabe nada de los
motivos reales de aquella revuelta celestial y de sus consecuencias.
• Y bien -planteó nuevamente el investigador-, ¿en qué consiste esa
primera fase de la misión y qué papel me toca a mí?
• Como tú mismo has observado, la hija de la raza azul no es
consciente de su verdadera identidad. Han transcurrido cientos de
miles de años desde la rebelión y el paso del tiempo ha borrado todo
vestigio de aquellos sucesos y de los seres que intervinieron
directa e indirectamente. Ella, lógicamente, ignora quiénes fueron
sus remotos antepasados (los hombres de la raza azul) y la
trascendental misión que desempeñó en la Tierra la primera pareja de
esta singular estirpe: Adán y Eva.
Al escuchar estos nombres, Sinuhé sintió un escalofrío.
• ...Pues bien, tu misión (antes que la hija de la raza azul decida
o no asistir al gran juicio) consiste en prepararla y, llegado el
momento, suponiendo, repito, que asumas esta responsabilidad,
acompañarla...
• ¿Yo?... ¿Acompañarla yo al juicio de Lucifer?
Sinuhé, sin poder contenerse, se vio asaltado por un ataque de risa.
Su Kheri Heb, consciente de la tensión que venía soportando, dejó
que el soror aliviara su ánimo.
• Lo siento, Maestro -repuso al fin, haciendo un esfuerzo por
serenarse-. No he podido evitarlo... Sabes que no tengo madera de
héroe. Sólo soy un hombre atormentado que se desprecia a sí mismo.
¿Por qué precisamente yo?...
• Podría responder en parte a esa cuestión -argumentó el Maestro-,
pero no lo haré..., de momento. Si aceptas la misión habrá alguien
mucho más importante que yo que podrá satisfacer tu curiosidad. Pero
sí voy a intentar aclarar tu anterior pregunta. ¿Acompañar tú a la
hija de la raza azul al juicio de Lucifer? Pues sí y no. En primer
lugar (y de acuerdo con los planes superiores), una vez finalizado
el entrenamiento de la hija de la raza azul, tu misión habrá
terminado..., a no ser que, libre y voluntariamente, aceptes unirte
a la elegida para localizar los archivos secretos de IURANCHA. Ése
será el final de.esta primera fase de la misión. Sólo entonces,
cuando dichos archivos hayan sido descubiertos, empezará para la
hija de la raza azul (y quizá para ti) la segunda y última parte de
esta apasionante aventura: la asistencia al referido juicio de
Lucifer.
• ¡Los archivos secretos de IURANCHA!
Sinuhé pronunció aquellas palabras en un tono reverencial. Él sabía
que nuestro planeta es conocido en el Universo, no como la Tierra,
sino como IURANCHA. Y había estudiado igualmente que, tras el caos
producido por la rebelión, los archivos secretos del mundo -con toda
su Historia- habían caído en poder de los rebeldes. Amparados por la
rígida cuarentena decretada sobre IURANCHA, los leales a Lucifer y
Caligastía habían ocultado este inmenso tesoro a los ojos de los
legítimos propietarios: los humanos autóctonos de IURANCHA. De esta
forma, manteniendo a la Humanidad ajena y alejada de la Verdad, sus
posibilidades de control y dominio de los pueblos seguían en pie,
sembrando la duda, la confusión y la ignominia entre los ciegos y
desdichados pobladores del planeta.
La Escuela de la Sabiduría había tenido conocimiento de la
existencia de estos archivos secretos, a través de los papiros de la
Quinta Revelación. Pero, hasta este momento, todos los intentos por
descubrirlos y rescatarlos habían fracasado.
Sinuhé asintió con la cabeza. Ahora sí empezaba a comprender.
¡Los archivos secretos...!
Y vibrando de emoción, aceptó.
• Haré cuanto esté en mi mano. Pero ¿por dónde debo empezar?
El Kheri Heb, sonriente, se dirigió a la caja fuerte, regresando con
un gran sobre cerrado. Lo puso en las manos de su discípulo,
diciéndole:
• Aquí tienes la información precisa para iniciar el adiestramiento
de la hija de la raza azul. Estúdiala meticulosamente. Parte de la
misma te ha sido ya revelada por el Templo. El resto, y dada la
naturaleza de la misión que acabas de asumir, ha sido expresamente
autorizada por el Gran Consejo. No te sorprendas por lo que estás a
punto de conocer...
Guárdalo en el fondo de tu corazón y procura hacer buen uso de ello.
Deberás transmitir esos conocimientos a la elegida de Ra.
Cuando lo estimes oportuno, regresa junto a ella e inicia
su.preparación. Difícilmente podría asistir al juicio de Lucifer, si
antes no se ha hecho la luz en su espíritu. Pero esa luz no se
encuentra únicamente en este conocimiento que te entrego. Una vez
terminado este primer entrenamiento, la hija de la raza azul, y tú
mismo, deberéis coronar vuestra preparación con la búsqueda de los
archivos secretos de IURANCHA y con la Verdad que encierran.
El investigador acarició el lacre rojo que sellaba el gran sobre y
en el que aparecía el escudo de la Logia, una serpiente enroscada
entre dos ojos... Y así permaneció, pensativo, durante un largo
rato.
Por último, levantando sus ojos hacia el Maestro, preguntó:
• ¿Y si la hija de la raza azul no acepta?
El Kheri Heb pareció sorprendido.
• Y tú, que la conoces, ¿dudas de eso?
El Maestro, una vez más, llevaba razón. Sinuhé sabía que Gloria no
era de esa clase de personas que retrocede ante las dificultades o
los desafíos. En el fondo era como él...
• ¿Tienes más preguntas?
• Sí, claro -dudó Sinuhé-. Una vez concluido el adiestramiento,
¿cómo sabremos...?
El Maestro señaló el sobre y repuso:
• Sigue las instrucciones. Ya te he anunciado que otra personalidad,
mucho más importante que yo, os abrirá el camino...
El periodista se puso en pie y, antes de estrechar la mano de su
Kheri Heb, comentó casi para sí:
• Una personalidad, supongo, que tiene mucho que ver con Ra...
Pero el Maestro, con una sonrisa de complicidad, se limitó a
contestar:
• ¡Suerte, Sinuhé!... Y que la fuerza y la sabiduría del Generador
te acompañen. Esperaré impaciente tu feliz regreso.
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