CAPÍTULO IV - RA: EL DISCO


Los últimos rayos de aquel atardecer cubrieron de bronce la larga y sedosa cabellera de la hija de la raza azul. Sentados frente a frente, Gloria y Sinuhé se observaron en silencio. La primera, profundamente consternada por cuanto había oído en aquellos días y, en especial, ante dos interrogantes que seguían arañando su curiosidad: ¿quién era realmente su amigo? Y ¿cómo entender que ella fuera una descendiente de esa raza misteriosa, llegada a la Tierra en tiempos remotos?
Sinuhé, por su parte, no podía alejar la idea de que aquel adiestramiento en torno a la organización administrativa que rige los universos y sobre los primeros tiempos de IURANCHA había sido tan somero como precipitado. ¿Habría asimilado su compañera aquella montaña de nuevos y desconcertantes conceptos? Dado su carácter -rabiosamente meticuloso y racionalista-, el investigador hubiera deseado y necesitado un período de tiempo más prolongado. Pero la suerte estaba echada y el miembro de la Logia lo sabía. La luna nueva no tardaría en producirse y muchas de aquellas dudas -reflexionaba Sinuhé-se verían quizá despejadas. Sólo era cuestión de paciencia.
• ¡Muchas felicidades... con retraso, hija de la raza azul!
La voz de Sinuhé sacó a Gloria de sus pensamientos. Y la señora observó cómo su compañero buscaba en los bolsillos de sus pantalones. A los pocos segundos situaba sobre la mesa un pequeño frasco de cristal. Divertido, la animó a abrirlo..-Es para ti -exclamó, respondiendo así a la mirada de Gloria-.
Acéptalo. Ya sé que no es gran cosa, pero es mi regalo de cumpleaños... La señora de la Casa Azul lo tomó delicadamente, examinándolo con avidez. Al inclinarlo, la arena blanco-cenicienta que contenía rodó y los corpúsculos emitieron unos levísimos destellos. Gloria, sorprendida, miró a su amigo.
• ¿Qué es?

Sinuhé hubiera deseado responder a esta pregunta. Sin embargo, el esperado informe de su Kheri Heb sobre la muestra de la extraña arena recogida en el calvero del bosquecillo que rodea el Ayuntamiento no había llegado. Y dejándose arrastrar por la intuición, quiso que la que iba a ser su compañera en la inminente misión de búsqueda de los archivos de IURANCHA participara así de uno de sus secretos.
• Ábrelo sin miedo -repuso.
Gloria obedeció sin vacilar. Volcó parte del contenido en la palma de su mano izquierda y, tal y como esperaba el investigador, al hacerlo, los corpúsculos se transformaron en cientos o miles de puntos luminosos.
• ¡Dios Santo! El inesperado y súbito cambio de los granos de arena en sendos y casi microscópicos reflejos pilló tan desprevenida a la hija de la raza azul que, en un movimiento reflejo, sacudió su mano, dejando caer aquella blanca y luminosa nube sobre la pulida mesa de roble.
• Pero ¿qué es?... -preguntó por segunda vez y con la voz tan descompuesta como el ánimo.
• No sabría explicártelo con exactitud. Sólo sé que puedes considerarlo una especie de anticipo de lo que nos aguarda...

Algo más confiada, la señora volvió a explorar el montoncito de arena. Al caer sobre la tabla de la mesa, los gránulos habían perdido nuevamente su luminosidad. Gloria, al igual que hiciera Sinuhé en el claro del bosque, jugueteó durante un tiempo con su insólito regalo. Tomaba un puñado con sus largos dedos y, vivamente emocionada, lo veía caer con lentitud y convertido en un mágico salto de luz..-¿Dónde y cómo...? -le interpeló atropelladamente, sin separar la mirada de las diminutas estrellas luminosas-. ¿Quién te lo dio? Sinuhé se decidió entonces a revelarle su extraño hallazgo en el claro del bosquecillo, así como el primer y desconcertante encuentro con aquella criatura de pequeña estatura y cuerpo transparente. Al terminar su relato, la hija de la raza azul, entusiasmada, pidió a su amigo que la condujera hasta el calvero.
Pero Sinuhé, fiel a las órdenes de su Maestro, rogó a su impulsiva amiga que dominase su inquietud.
• Te prometo -concluyó-que pisarás ese lugar... cuando llegue la luna nueva.

A la mañana siguiente, con el alba, Sinuhé cruzó la plaza de la Lastra, dispuesto a estudiar aquel
desconcertante jeroglífico descubierto en el péndulo del reloj. La Casa Azul, como la mayor parte de la aldea, no había despertado aún al luminoso y prometedor día. Y el inquieto investigador, armado con sus cámaras fotográficas, con una brocha y una serie de trapos viejos, empujó el portón de la solitaria casa de Juana, procurando no derramar el gasóleo que había dispuesto para tan concreta ocasión.
Esta segunda visita al caserón del Ayuntamiento de Sotillo fue algo más sosegada. La claridad del día ayudó -y no poco-a que Sinuhé conservase su presencia de ánimo. A pesar de todo, el recuerdo de los sucesos acaecidos aquella agitada noche y la imagen de la monstruosa cabeza pegada al cristal de la torre provocaron en él, mientras ascendía pausadamente, algún que otro sentimiento de inquietud. Esta vez se hallaba solo y ello, de alguna forma, le tranquilizó. En contra de lo que podamos suponer, Sinuhé, el que es solitario, prefería esta situación a la de un posible riesgo o peligro compartidos.
Sin embargo, al empujar la portezuela que permitía el acceso al ático, el periodista no pudo reprimir un escalofrío. Los herrumbrosos goznes protestaron y Sinuhé, inmóvil en el umbral, dedicó unos segundos a una rápida ojeada del destartalado recinto.
Debería haberme hecho con una linterna....El pensamiento de nuestro hombre se hallaba plenamente justificado. Los chorros de luz que penetraban por los dos ojos de buey practicados en la fachada del edificio 69 uno a cada lado del camarote donde descansaba la maquinaria del reloj- apenas si quebraban la oscuridad del desván.
El lugar, no obstante, parecía tranquilo. El silencio era absoluto. E impulsado por su curiosidad, avanzó sobre el polvoriento piso de madera, haciéndolo crujir lastimeramente.
Su objetivo seguía siendo la puerta situada al fondo del ático.
Pero, quizá propiciado por la tenue penumbra o movido por un inconsciente deseo de retrasar en lo posible su inevitable entrada en la torre, el investigador -tras dejar la bolsa de las cámaras y los útiles que transportaba sobre el piso- dirigió sus pasos hacia el oscuro fondo del lugar.
¿Qué buscaba allí? Ni él mismo lo sabía. Quizá alguna pista, un indicio que le ayudara a comprender por qué el nombre de RA aparecía en el disco metálico o, quién sabe, quizá un resto olvidado del momento, en 1907, en que fue instalado el reloj.
Poco a poco, palpando y tanteando, fue abriéndose paso entre los sucios y carcomidos muebles, bidones y casi irreconocibles aperos de labranza allí apilados.
Sí las afirmaciones de Juana eran correctas -pensó-, y aquél era un nido de ratas, lo normal es que, una vez desaparecida la misteriosa criatura que él había visto y que, sin duda, las había espantado, los roedores hubieran vuelto a su hábitat...
Para comprobarlo, la única solución era invadir el territorio y los posibles refugios de tales animales. Los ojos de Sinuhé no tardaron en acostumbrarse a la oscuridad y sus oídos se afinaron al límite, pendientes del menor roce o chillido.
Siguió avanzando hacia uno de los negros rincones, pero, de pronto, una especie de chasquido le detuvo. Al aguzar los sentidos no pudo evitar que su piel se viera recorrida por un escalofrío. Entornó los ojos, afilando aún más la visión y descubrió a poco más de dos metros un enorme bulto. Al estudiarlo comprendió con cierto alivio que se trataba de un anciano y mugriento sillón, despanzurrado y con mil heridas por las que habían saltado unos amenazantes muelles..Intentó tranquilizarse, diciéndose a sí mismo que quizá aquel chasquido lo había producido alguno de sus pasos. Pero estos razonamientos no eran muy sólidos... Tras unos segundos de tensa espera, optó por continuar su avance. Esta vez, directamente hacia el desvencijado butacón.
Sin embargo, al dar el segundo paso, algo se interpuso en su camino. Una maraña de densos, pegajosos e invisibles hilos se enredó entre sus cabellos y rostro, haciéndole retroceder. Palmeó desesperadamente, luchando por deshacerse de aquella repugnante tela de araña. Y al cabo de un par de minutos, jadeante y pálido, lograba sacudir los últimos restos.
Inspiró profundamente y, dirigiendo sus brazos hacia la oscuridad, golpeó el aire en busca de posibles restos de otras telas de araña. Y justamente al rasgar uno de aquellos jirones, el corazón del aventurero sufrió un nuevo sobresalto. Un segundo chasquido -esta vez más claro y cercano- le petrificó. Durante décimas de segundo permaneció inmóvil, con los brazos levantados y sumergidos en la oscuridad. La sangre había empezado a correr por sus arterias a una velocidad inusitada, empujada por una nueva descarga de adrenalina. El miedo, una vez más, había hecho acto de presencia en el esforzado investigador. De inmediato y movido por un reflejo puramente animal, se llevó los brazos al rostro. Si aquel chasquido había sido producido por una rata, ésta tenía que ser de considerable tamaño y cabía el riesgo de que, si se sentía acorralada, saltase sobre su hipotético enemigo.
Pero, en los siguientes e interminables segundos, nada sucedió.
Y Sinuhé, lentamente, fue descubriendo sus ojos. Taladró la negra silueta del butacón en busca del roedor, explorando también su entorno. El resultado fue estéril.
Su cerebro, sometido a una violenta tensión, le decía que aquel chasquido no parecía emitido por una rata. En realidad, se asemejaba más al ruido que hubieran producido dos tablas al chocar una contra otra. Pero, en ese caso, ¿qué o quién lo provocaba?
Procurando no hacer el menor ruido, se inclinó sobre el entarimado, empuñando el astil de lo que, en otro tiempo, debió.ser una azada. Y algo más reconfortado con la posesión de aquella improvisada arma, se dispuso a zanjar aquel angustioso lance.
De puntillas salvó el metro y medio que le separaba del butacón, blandiendo el recio mango de la azada. Y fue en ese momento, con las rodillas a escasas pulgadas del asiento, cuando sonó un tercer chasquido. Esta vez, Sinuhé se mantuvo firme frente al butacón, con el astil levantado por encima de su cabeza y dispuesto para ser catapultado contra lo primero que se moviera.
El ruido, mucho más nítido que en las ocasiones precedentes, parecía brotar del interior del maltrecho respaldo del sillón.
Clavó su mirada en aquel laberinto de brechas por las que asomaban y se derramaban muelles e informes manojos de borra.
Súbitamente, en la oscuridad de una de aquellas profundas hendiduras, el investigador creyó ver algo que le heló la sangre: dos minúsculos puntos luminosos.
Y por su mente desfiló una vertiginosa serie de hipótesis: Eran, sin duda, unos ojos, pero ¿de qué...? ¿Quizá una rata? ¿Tal vez de un gato?...
Su primer impulso fue retroceder y poner el mayor espacio posible de por medio. Pero, por enésima vez, la
curiosidad le pudo. Y nerviosamente registró en sus bolsillos hasta dar con el encendedor. Pensó en cambiar el
palo de mano, sosteniendo así el mechero con una mayor precisión, pero el instinto de supervivencia fue más
fuerte y -muy despacio- comenzó a alargar el brazo izquierdo hacia el negro respaldo. Sujetó el encendedor con todas sus fuerzas, esperando a que el puño alcanzara la parte inferior de la grieta en cuyo interior seguían chispeando aquellos supuestos Ojos. Al mismo tiempo hizo oscilar el astil, procurando concentrarse. Al menor movimiento sospechoso, la improvisada maza caería sobre el hueco del sillón y sobre su posible inquilino. Con el corazón al galope tendido acarició con la yema de su dedo pulgar izquierdo la rueda dentada del mechero, preparándose para un inminente encendido. Y sin pensarlo dos veces, la hizo girar. ¡Maldición!.El sudoroso dedo había resbalado, provocando únicamente un leve chispazo. Como movido por un resorte, Sinuhé repitió la maniobra. Y una corta y amarillenta llama hizo su aparición al tercer o cuarto intento. A partir de esa fracción de segundo, todo se precipitó, resultando confuso e irritante. A la luz del encendedor, Sinuhé, con el rostro a dos cuartas de la hendidura, descubrió, en efecto, dos pequeños puntos blancos, puntiagudos y enterrados en una masa peluda. Al comprender lo que tenía ante sus ojos intentó retroceder. Pero aquella criatura fue más rápida y antes de que el reportero pudiera accionar sus músculos, saltó hacia su rostro.
Un agudo dolor terminó por devolver el sentido a Sinuhé. Palpó primero a su alrededor, comprobando con alarma que se hallaba tendido en el piso del desván, boca arriba y medio aprisionado por un informe castillo de muebles.
¿Qué ha ocurrido?
Antes de que pudiera ordenar sus confusos pensamientos, forcejeó con aquel entramado de sillas y pupitres escolares que habían caído sobre su pecho. Una de las patas se había incrustado entre sus costillas, provocándole un acerado dolor.
Cuando, al fin, logró desembarazarse de los enseres que le inmovilizaban, el maltrecho reportero se incorporó. Su vista tropezó entonces con la figura del butacón y un escalofrío le hizo temblar. En realidad, sólo recordaba parte de lo sucedido.
Sí... el culpable del desastre -intuyó- fue ese maldito murciélago.
Al prender el mechero, en efecto, había asustado al mamífero, que huyó precipitadamente de su guarida, en el interior del sillón. Pero el animal terminaría por estrellarse contra el rostro del no menos aterrorizado miembro de la Escuela de la Sabiduría, entre chasquidos y un aparatoso batir de membranas. En el cerebro de Sinuhé, grabada a fuego, seguía la imagen de la pequeña y peluda cabeza del murciélago, con sus blancos y puntiagudos colmillos y que, en los primeros momentos, había confundido con unos brillantes y desconocidos ojos..Después, a consecuencia del impacto y del susto, perdería el equilibrio, cayendo de espaldas sobre los muebles.
A partir de ese momento, todo resultaba oscuro y lejano. Su cabeza, a juzgar por el hilillo de sangre que corría por detrás de la oreja derecha y por el punzante dolor que padecía en la región occipital, debió chocar contra alguno de aquellos viejos enseres, provocándole la pérdida del conocimiento. ¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente?
Consultó su reloj, pero aquellos dígitos -señalando las 08 horas-tampoco aclararon sus dudas. Y preocupado por el insistente dolor en su costado izquierdo, no cayó en la cuenta de otro inexplicable detalle. El periodista había subido al ático poco antes de las 07 horas. Si su catastrófica exploración había sido cosa de cinco o diez minutos, ¿por qué su reloj marcaba las 08 horas? ¿Es que había estado todo ese tiempo inconsciente? ¿0 había ocurrido algo más? Providencialmente, el malparado investigador no se percataría de esta curiosa circunstancia hasta bien entrada la mañana, cuando -empujado por aquellas molestias en su costado- decidió desnudarse y examinar su torso. Pero ésta será otra cuestión a considerar más adelante...
Molesto consigo mismo por sus continuas torpezas, recuperó su equipo y, entre improperios, abrió la portezuela de la torre. La luz entraba a raudales por el ventanuco y, tras echar un vistazo al lugar, dudó entre inspeccionar a fondo la maquinaria y el disco del péndulo o llevar a cabo la serie de fotografías que tenía en mente. Al final, como también era habitual en él, se decidió por una tercera labor: la limpieza del misterioso altorrelieve en el que aparecían el emblema de su Orden y el nombre de RA.
Como digno representante del signo zodiacal Virgo, preparó el recipiente con gasóleo, los trapos y el pincel, situándolos meticulosa y estratégicamente entre los soportes de madera del armazón que soportaba la maquinaria del reloj. El único acceso al péndulo era a través de estas patas y, si el investigador deseaba practicar una concienzuda limpieza del disco metálico, sólo tenía una alternativa: deslizarse bajo el citado bastidor y, sentado o en cuclillas entre los cuatro soportes, proceder a la operación. Por supuesto, la maquinaria y, consecuentemente, el péndulo seguían inmóviles..Y no sin dificultad, se arrastró entre las patas. Una vez bajo la maquinaria, presionó con la mano su costado izquierdo buscado alivio a aquel punzante dolor, acrecentado ahora por la brusca flexión. Sin más dilación tomó uno de los trapos, dispuesto a una primera limpieza de aquella espesa capa de polvo, quizá de 77 años, que semiocultaba el enigmático altorrelieve.
Pero, al intentar sujetar el disco con la mano izquierda, ocurrió algo que le dejó perplejo...
• ¡Jesucristo!...
El soror de la Escuela de la Sabiduría, acurrucado, casi aprisionado entre los soportes del armazón, no podía creer lo que estaba viendo.
Al acercar su mano al péndulo, los dos «ojos» del altorrelieve se habían iluminado súbitamente. Sinuhé, hipnotizado, no llegó a tocar el disco. Asustado retiró su mano izquierda. Al hacerlo, aquel fulgor rojizo fue apagándose hasta desaparecer. Y el péndulo recobró su aspecto original.
• ¿Estaré soñando?
Pero otra dolorosa punzada terminó por convencerle de que no era así. Aquello, lo que fuera, era absolutamente real.
Un repentino frío le invadió de pies a cabeza. Y con un incipiente temblor en sus dedos, repitió la maniobra. Su mano izquierda fue aproximándose al emblema de la Gran Logia y, prodigiosamente, los ojos fueron cambiando su negruzca tonalidad metálica por aquel resplandor granate. Sin acertar a comprenderlo, sintió cómo su miedo desaparecía, siendo sustituido por una apacible sensación de bienestar. Y maravillado, se atrevió a tocar el disco.
Pero nada nuevo sucedió. Los ojos siguieron emitiendo aquella viva luz rojiza, que volvió a difuminarse en el momento en que la mano del investigador se separó apenas una pulgada de la superficie del péndulo. Atónito, no sabía qué hacer. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué tenía que ver con RA y con la misión que estaban a punto de iniciar?
Después de una larga meditación y de comprobar hasta la saciedad cómo parte del altorrelieve se iluminaba cada vez que él tocaba o aproximaba sus manos al péndulo, el investigador se dejó llevar por la intuición. Procedió a desatornillarlo, retirando.el disco de la barra de hierro que lo traspasaba y sujetaba al resto de la maquinaria del reloj.
En ese instante, al liberarlo, el compañero de la hija de la raza azul se vio nuevamente sorprendido: el disco, cuyo peso real no debía ser inferior a uno o dos kilos, ¡flotaba ingrávido entre sus manos! Sinuhé escapó como pudo de entre las patas del armazón y, desconcertado, empezó a dar cortos y nerviosos paseos a lo largo del reducido camarote, con la vista fija en aquella mágica pieza. De pronto se detuvo. Y, lenta, muy lentamente, empezó a separar ambas manos de los bordes del disco. La luz roja fue apagándose pero el péndulo siguió flotando en el espacio.
Sinuhé retrocedió un par de pasos y, ante su asombro, el disco, como movido por una mano invisible, le siguió dulcemente.
Cuando se detuvo, el péndulo hizo otro tanto, manteniéndose ingrávido a la altura de su pecho y con una levísima oscilación.
• ¡No es posible!
Sinuhé repitió aquella especie de juego. Siguió caminando de espaldas, hasta topar con el muro de la torre. Y el disco hizo otro tanto. Pero, en lugar de chocar con el tronco del perplejo periodista, quedó inmóvil a escasos centímetros de su Cuerpo, corno si gozara de inteligencia...
Aunque no entendía lo que estaba sucediendo, empezó a sentirse feliz con aquel aparente juego. Y decidió llevar a cabo una nueva prueba. Se deslizó hacia el piso, frotando la espalda contra la pared, hasta quedar sentado. El disco -tal y como suponía- fue descendiendo, casi a la par. Pero, al tocar el suelo, a causa de la nueva postura, Sinuhé recibió otro latigazo. Aquel dolor en las costillas le hizo sospechar que quizá había sufrido una fractura.
Presa de aquella dentellada dolorosa, el rostro del soror se crispó, cerrando los ojos. Pero, a los pocos segundos, la punzada cesó. Fue una desaparición tan repentina que, desconcertado, abrió los párpados, alcanzando a ver lo que –sin duda- tenía que ser la causa de tan brusca y rápida anulación del dolor: del disco, que había modificado su posición habitual, colocándose de canto en el aire, partía un finísimo –casi imperceptible-haz azul. Este hilo luminoso nacía en el centro.geométrico del pequeño ojo, ubicado, como ya detallé, entre la serpiente y la letra mayúscula A.
Aquella especie de láser -cuyo arranque del disco no había sido captado por el investigador, al cerrar éste los ojos-mona justamente en su costado izquierdo. Concretamente, en el punto donde había surgido, y desaparecido, el afilado dolor.
Sinuhé, aterrado, no se movió. Y mentalmente formuló algunas preguntas:
¿Qué o quién eres tú...? ¿Qué quieres de mí?
Pero, al contrario de lo que ocurriera en el calvero del bosque con aquella pequeña y transparente criatura, esta vez no se produjo una respuesta mental... Sin embargo, las interrogantes del miembro de la Logia no iban a ser olvidadas.
E inmediatamente, nada más desaparecer el dolor, el rayo celeste -como si supiera que había cumplido su misión-desapareció.
Y lo hizo de una forma tan fulminante que Sinuhé, sobresaltado, cruzó los brazos frente a su cara, protegiéndose.
El péndulo, entonces, recobró su posición inicial, paralelo al suelo. Y allí se mantuvo, a treinta o treinta y cinco escasos centímetros del pecho de nuestro hombre: majestuoso e ingrávido como una pompa de jabón... Convencido de que aquel extraño compañero no parecía desearle mal alguno, fue bajando la guardia, dedicando algún tiempo a una nueva exploración del mágico disco. El dolor se había extinguido totalmente y, a su manera, el reportero supo ser agradecido. Aproximó sus manos al misterioso objeto y los ojos de éste se iluminaron de inmediato. Y con una simpatía que empezaba a ganar terreno en su espíritu, lo llevó hasta sus labios, besándolo.
No es que pudiera estar muy seguro de nada, pero Sinuhé intuía que aquel hallazgo guardaba una íntima relación con la misión que les había sido encomendada. Sin embargo, un sin fin de dudas seguían aleteando en su mente: ¿Qué sentido tenía la dócil presencia de aquel disco? ¿Cuáles eran sus poderes? ¿Debía conservarlo consigo? Y, sobre todo, ¿quién lo dirigia?
El investigador respondió a esta última cuestión con otra pregunta: ¿Y no será que tiene vida propia?.Sinuhé lo acarició, fascinado ante esta fantástica posibilidad. Y desde ese momento, sin saber tampoco por qué, tomó la firme decisión de no separarse de él. Y como si hubiera percibido sus pensamientos, el disco vibró durante unos segundos, estremeciéndose y estremeciendo a su amo. Y una indescriptible emoción se apoderó del investigador.
A partir de ese instante, Sinuhé se sorprendió a sí mismo hablando con el disco, como si de un íntimo amigo se tratara.
• Habrá que buscarte un nombre -comentó en voz alta.
Y el péndulo reaccionó, haciendo rebosar la ya colmada capacidad de sorpresa de Sinuhé. Nada más finalizar aquel comentario, como si deseara colaborar en la búsqueda de dicho nombre, las letras del disco se iluminaron. Las manos del soror se separaron del objeto y éste siguió estático en el aire, mostrando un refulgente y blanco RA.
• ¡Claro! -exclamó sin poder controlar su alegría-. ¿Cómo he podido dudarlo...? ¡Ra!
Al pronunciar el nombre, las letras se apagaron. Y Sinuhé, todavía sentado en el extremo de la torre, se pellizcó el muslo derecho, resistiéndose a creer cuanto estaba presenciando. Pero, nada más separar los dedos de su pierna, Ra –permítame el lector que empiece a llamar así a este personaje singular-emitió un nuevo y fulminante haz de luz, también celeste, que incidió sobre la zona maltratada por el propio investigador. Y el dolor se difuminó al instante.
Sinuhé sintió cómo su rostro enrojecía de vergüenza. Y dirigiéndose a su amigo, improvisó una disculpa:
• Lo siento... No era mi intención, pero tienes que reconocer que esto es de locos...
El hilo de luz había desaparecido y nuestro hombre, después de un largo y embarazoso silencio, decidió continuar con aquel increíble diálogo.
• Algo me dice que tú, Ra, debes acompañamos en la búsqueda de los archivos secretos de IURANCHA. Pero ¿con qué misión? El disco continuó inmóvil y silencioso.
• Está bien. ¿Cómo voy a saberlo si ni siquiera sé a qué lugar debemos dirigimos ni qué vamos a encontrar...?
Sin embargo –repuso Sinuhé, intentando expresar una súbita idea-, hay algo que sí podríamos aclarar..Se puso en pie y señalando el olvidado pincel preguntó a Ra:
• ¿Puedes levantarlo?
Nada más formular la pregunta, Sinuhé se sintió incómodo. No obstante -se dijo a sí mismo-, es preciso averiguar hasta dónde llega su poder y, sobre todo, si realmente está a nuestro servicio.
Ra osciló ligeramente, situándose en posición vertical. La brocha, al igual que los trapos y el recipiente con el gasóleo, seguían sobre el piso de madera, entre las patas del armazón que sostenía la maquinaria del reloj. Y Sinuhé, perplejo, observó cómo del más pequeño de los ojos escapaba una serie de reducidos círculos o aros de apenas un centímetro de diámetro y de un bellísimo azul celeste. Esta sucesión de aros luminosos se proyectó en línea recta hasta tocar el mango del pincel. Y, corno un milagro, el primero de los circulitos proyectado por Ra rodeó el negro atado de pelos. En ese momento, los veinte o treinta aros que formaban los casi dos metros de aquel brazo mágico se esfumaron. Sólo quedó el círculo que abrazaba el pincel. E instantáneamente, como obedeciendo a una voluntad encerrada en el disco, el aro ascendió desde el entarimado, arrastrando consigo la brocha. Pero, no satisfecho con aquella demostración, Ra atrajo hacia sí aro y pincel, sacándolos limpiamente de entre los soportes del bastidor. Y allí permanecieron, flotando en el aire, a metro y medio del suelo y a dos palmos del boquiabierto Sinuhé.
Repuesto del primer sobresalto, el miembro de la Escuela de la Sabiduría pensó en palpar aquel brillante aro azul. Pero se contuvo.
• ¡Ma-ra-vi-llo-so! -deletreó con emoción.
Y una segunda idea apareció en su mente.
• Dime..., ¿quién eres?
Sinuhé apenas si había concluido su nueva pregunta cuando el círculo celeste se diluyó en el aire y el pincel, libre de la fuerza que lo sostenía, se precipitó contra el piso.
El disco giró entonces hacia Sinuhé y, conservando la misma posición -perpendicular al suelo-, procedió a iluminar sus letras.
• Ra... Sí, eso ya lo sé -exclamó con cierta decepción-. Pero ¿quién eres en verdad?.El nombre de Ra continuó brillando por espacio de breves instantes. Finalmente, tras una rápida serie de pulsaciones, la R y la A se oscurecieron.

Y cuando el investigador empezaba a creer que su enigmático amigo había elegido la callada por respuesta, Ra volvió a sorprenderle...
El disco recuperó la horizontalidad y, animado por un suave bamboleo, se dirigió al techo de la torre. Sinuhé siguió sus movimientos con el corazón en un puño. ¿Qué pretendía Ra? Una vez en lo alto del camarote, el desconcertante camarada efectuó unos cortos desplazamientos -a derecha e izquierda-, como si buscara algo...
Cuando Ra quedó definitivamente inmóvil, Sinuhé bajó los ojos, advirtiendo que el disco se hallaba sobre la vertical de la anciana maquinaria de la que había formado parte durante decenios. E, intrigado, esperó.
El péndulo -la verdad es que no sé si debería seguir denominándolo así-experimentó entonces una de aquellas intensas vibraciones. Y los atónitos ojos del solitario testigo se abrieron al máximo: la totalidad de la superficie que miraba hacia el reloj había empezado a emanar una apretada lluvia de luz... ¡negra!
• ¡Jesucristo! -exclamó Sinuhé, maravillado, al tiempo que millares de rayos azabaches partían lenta y majestuosamente de la cara inferior de Ra.

En esos críticos momentos, el soror no reparó en una circunstancia no menos llamativa. Fue más tarde, al regresar a la Casa Azul, cuando -en frío- recordó cómo aquellos rayos se propagaban, no a la velocidad normal de la luz, sino pausada y casi trabajosamente. Y así, centímetro a centímetro, aquella cascada negra fue absorbiendo o anulando la luz natural, sumiendo el cuartucho en unas densas tinieblas. Sinuhé, influido por la amarga experiencia vivida durante la visita nocturna al caserón, retrocedió, buscando la puerta con su mano izquierda. Pero Ra, que parecía captar hasta el más nimio sentimiento de nuestro protagonista, encendió su pequeño ojo y al momento, el ya familiar rayo azul se destacó entre la luz negra, incidiendo con milimétrica puntería sobre la.mano que palpaba el muro tan afanosamente. Descompuesto, el reportero asistió impotente a la transformación de aquel finísimo láser en otro aro, igualmente azul, que rodeó sus cinco dedos. Y el investigador vio y sintió cómo el luminoso círculo tiraba delicadamente de él en dirección a la maquinaria.
No era menester ser muy despierto para comprender que Ra deseaba que Sinuhé se aproximara. Y éste, por supuesto, cedió.
Una vez frente al bastidor, el aro celeste desapareció. Y el asustado investigador notó un cosquilleo breve y superficial en los nudillos y parte de la palma de su mano. Levantó la vista, distinguiendo la negra silueta de su convincente amigo recortada sobre el blanco techo del camarote.
Inexplicablemente, la cara superior de Ra no difundía aquella luz negra, por lo que el citado techo y una delgada lámina situada entre ambos conservaban la claridad natural.
• ¿Que pretendes?
La pregunta iba a obtener una inmediata e inimaginable respuesta.
A los pocos minutos, y cuando el soror parecía haber recobrado parte de su diezmado equilibrio emocional, de uno de los ojos de Ra partió un cono de luz blanca, bastante más ancho que los haces anteriores, que iluminó instantáneamente una de las placas atornillada sobre uno de los costados de la casi invisible maquinaria.
Sinuhé, instintivamente, leyó la inscripción:
GREGORIO REVUELTO BENITO
SEPTIEMBRE-8-1907
• ¿Y bien...? -interrogó a Ra, levantando el rostro hacia el lugar donde flotaba el disco.
Al momento, del oscuro círculo brotó un nuevo haz -gemelo del anterior-que incidió sobre la segunda y nacarada placa. Y Sinuhé procedió a leer la leyenda grabada en ella:
MOISES DIEZ
PALENCIA.Satisfecho el aparentemente absurdo deseo de Ra, Sinuhé fue testigo de otro prodigio que no olvidará mientras viva...
De pronto, una de las letras de la segunda placa se despegó de su asiento natural, y -ante una inevitable exclamación de asombro de Sinuhé-empezó a elevarse en el interior del cono luminoso, hasta detenerse a la altura de los ojos del investigador. Era la S...
Inmediatamente detrás ascendió la 0 de MOISÉS, que fue a estabilizarse junto a la S. Sinuhé notó cómo se le secaba la garganta. Pero no tuvo posibilidad alguna de reaccionar. Al momento, una tercera letra -la I ¿ fue a situarse junto a las anteriores.
Con una indescriptible emoción, el periodista -que empezaba a vislumbrar la intención de su amigo- susurró aquella palabra... flotante:
SOI...
• ¿Quién, quién...? -le animó con la voz entrecortada. Y mientras aquellas tres letras se mantenían en un ingrávido e inconcebible equilibrio, en el cono que iluminaba la primera placa se produjo otro múltiple desprendimiento. Como en un sueño, una T y una U escaparon de la vieja leyenda, subiendo por la columna luminosa al igual que dos corchos desde el fondo de un lago.

TU...
• Sí, comprendo -estalló Sinuhé-. SOI TU... ¿Qué más?
Con una lentitud desesperante, las tres primeras letras cayeron entonces sobre la placa, ajustándose a la palabra MOISÉS con una precisión matemática. En el otro cono, sin embargo, TU continuaba flotando. Y súbitamente, una tras otra, cinco de las ocho letras que formaban PALENCIA repitieron la operación, formando un tercer e incompleto concepto:
...ENLAC...
Sinuhé, sin terminar de comprender, repitió aquel término en un tono interrogativo:
• ¿ENLAC?...
Pero su duda quedó resuelta al instante. La E de DÍEZ acababa de unirse al resto..-Sí, sí, lo entiendo: SOI TU ENLACE. ¡Continúa!, ¡continúa! Mi enlace, pero ¿con quién?
Ra, evidentemente, no parecía esclavizado por impaciencia alguna. Y con una calma que a Sinuhé se le antojó irritante hizo retornar a sus lugares de origen a la totalidad de las letras que flotaban en ambos haces de luz.
Sólo entonces apareció una nueva palabra. Una palabra que le estremeció:
...MEDIAN...
Y Sinuhé, fascinado por el casi imperceptible e ingrávido vaivén de las espigadas y brillantes letras, memorizó cuanto Ra le había transmitido hasta ese momento:
...SOI TU ENLACE MEDIAN...
Pero, en contra de lo que suponía, el mensaje no había concluido.
La palabra MEDIAN cayó dulcemente sobre la placa, siendo reemplazada segundos más tarde, y en aquel mismo haz de luz, por otras tres letras:
...COM...
Una vez estabilizadas, como en las anteriores ocasiones a poco más de dos cuartas de la Placa, vino a suceder algo inesperado.
De Ra partió un tercer rayo luminoso. Era rojizo y sensiblemente más fino. Perforó las tinieblas como una exhalación, yendo a posarse sobre una de las 0 de la placa contigua. Y aquel hilo luminoso se recogió sobre sí mismo, arrastrando en su extremo a la mencionada letra. Y como si fuera manipulado inteligentemente, el haz granate efectuó un movimiento pendular, depositando aquella 0 a continuación de las que flotaban frente a los perplejos ojos del reportero, formando así una nueva palabra: COMO.
Sinuhé movió negativamente la cabeza.
• SOI TU ENLACE MEDIAN COMO... ¡Pero esto no tiene sentido!
Las tres primeras letras de esta última palabra fueron hundiéndose dulcemente, hasta incorporarse a la inscripción. Al mismo tiempo, el láser rojizo -que permanecía inmóvil en la oscuridad y como cortado por una navaja- avanzó hacia la 0. La bañó con su luz y, tras situarse nuevamente sobre la vertical de la placa de la que había extraído dicha letra, avanzó sin prisas hasta hacerla llegar a su puesto original. Después se replegó sobre sí mismo hasta desaparecer en el interior del disco..Y Sinuhé, casi sin aliento, presenció la que seria la definitiva secuencia de aquella insólita comunicación con su poderoso compañero. De la primera placa, como un negro enjambre, ascendió un desordenado puñado de letras. Sinuhé sumó hasta ocho. Pero, por más que se esforzó, no pudo descifrar su significado. Y de Ra brotó por segunda vez aquel finísimo haz rojizo. Se paseó sobre la segunda leyenda y, tras apoderarse de otras dos letras, las incorporó al primer grupo.
Y el hermano de la Logia, al borde del desfallecimiento, contempló maravillado cómo las diez nuevas letras oscilaban y chocaban entre sí, hasta componer la sexta palabra de aquel mensaje:
...RESERVISTA...
• SOI TU ENLACE MEDIAN COMO RESERVISTA...
Sinuhé repitió una y otra vez la extraña respuesta de Ra. Pero, abrumado y agotado, sólo pudo encogerse de hombros...
¿SOI TU ENLACE MEDIAN COMO RESERVISTA?
¿Qué demonios significaban aquellas seis palabras? Por cierto –calculó Sinuhé-, otra vez se repite el 6... Ra, una vez finalizada la transmisión, inició lo que podríamos calificar como la vuelta a la normalidad: las últimas letras retornaron a sus respectivas placas, los haces luminosos se extinguieron y aquella oscuridad artificial empezó a retroceder.
Al ser absorbida por el disco, la luz negra fue dejando paso –lenta y gradualmente- a la claridad diurna. En un proceso fantasmagórico, la diáfana luminosidad de aquel 26 de julio fue apareciendo primero a ras del suelo. Después, conforme Ra tiraba de la angustiosa masa negra, el camarote fue haciéndose visible. Cuando el disco hubo recogido el último racimo de rayos azabaches, Sinuhé, en pie junto al bastidor, trató de adivinar cuál sería el siguiente movimiento de su enlace. Pero Ra no dio señales de vida. Continuó estático sobre su cabeza. Y el investigador, arrastrado por un cada vez más débil sentimiento de incredulidad, acarició las placas. Las letras no habían experimentado cambio o deterioro algunos. Seguían grabadas –enterradas sólidamente-en sus respectivas y blancas.superficies metalizadas. Y éstas, naturalmente, atornilladas a la madera del armazón.
• ¿Cómo ha podido...?
Al rozar las yemas de sus dedos sobre las inscripciones, percibió tan sólo un ligero calentamiento de las placas. Entonces, al repasar los nombres y apellidos allí expuestos, se percató de un detalle que le había causado cierta extrañeza. ¿Por qué Ra había escrito en el aire la palabra SOI con i latina? La única explicación medianamente convincente se hallaba quizá en las cincuenta letras y cinco números que integraban ambas leyendas. La y griega no aparecía por ningún sitio... Y Sinuhé se preguntó si aquella falta de ortografía podía deberse a las limitaciones del abecedario manejado por su amigo o -¿quién sabe?-a un significado más arcano y desconocido para él.
...SOI TU ENLACE MEDIAN COMO RESERVISTA...
El periodista levantó el rostro e interrogó a Ra.
• ¿Qué has querido decirme? ¿Eres tú una criatura median?
¿Qué significa reservista? ¿Soy yo acaso un reservista...? El disco, sin embargo, no respondió. Ante la creciente desesperación de Sinuhé, Ra parecía sordo y ajeno a sus dudas e, incluso, a su propia presencia.
La Quinta Revelación no hablaba casi de los medianes. Aquél, como ya anunció el miembro de la Orden a la hija de la raza azul, era justamente uno de sus cometidos en la misión de búsqueda de los archivos secretos del planeta: averiguar la naturaleza de estos seres y su papel en la rebelión de Lucifer. Y, de pronto, esta reflexión le hizo recelar.
¿Y si Ra fuera uno de los medianes rebeldes?... ¿Un enemigo, quizá, destacado en nuestro camino por quién sabe qué fuerzas del mal?
Aquella siniestra posibilidad enturbió la mirada de Sinuhé. La figura del disco, ingrávido en lo alto, se le presentó, por primera vez, hosca y amenazante.
¿Por qué guarda silencio?... ¿Es que estoy en lo cierto?
Y presa de un pánico fulminante, empezó a caminar de espaldas, sin separar los ojos del hipotético mensajero o enviado de Lucifer.
Absorto por aquel sentimiento y cegado por el miedo, topó con la portezuela del camarote, que cedió limpiamente. Pero el.investigador, en su intento por huir, no se percató de la inmediata presencia de los peldaños de acceso a la torre, y sus pies -impulsados por la inercia-pasaron vertiginosamente del suelo del camarote al vacío...
Era demasiado tarde para intentar evitar la caída. Al no encontrar terreno bajo sus pies, el cuerpo de Sinuhé se precipitó de espaldas, en dirección al piso del desván, situado a un metro de desnivel. En una fracción de segundo, el infortunado reportero comprendió que podía destrozarse el cuello o la columna vertebral. Pero su error de cálculo había sido tan inesperado y la precipitación escaleras abajo tan rápida que no tuvo ni la oportunidad de gritar.
Instintivamente, cerró los ojos. Y cuando se disponía a recibir el fatal impacto, algo frenó su caída. Fue cuestión de décimas de segundo. El investigador percibió una fuerte sensación de calor en su pecho y, casi simultáneamente, un tirón desgarrador a todo lo largo de su cuerpo. Era como si una invisible y gigantesca mano lo hubiera capturado en el aire...
Abrió los ojos desconcertado y comprendió que se hallaba tumbado, a cosa de un palmo del entarimado del ático. Pero aquella confusa impresión quedó desbordada por otro hecho: flotando en lo alto de las escaleras, a escasos centímetros del dintel de la traicionera portezuela, distinguió a Ra. De su ojo más pequeño partía uno de aquellos ya familiares chorros de círculos azules. Unos aros con un diámetro de un dedo, que caían sobre su tórax, bañando las ropas con una intensa coloración celeste. A los pocos segundos, Sinuhé era depositado suavemente sobre el piso. Ra hizo desaparecer los círculos que, sin duda, habían contribuido a remediar el desastre y, al momento, el calor de su pecho y aquella especie de irradiación azulada se extinguieron.
Sinuhé movió los brazos. Restregó sus ojos y, una vez convencido de que seguía vivo, se incorporó de un salto. El disco no se movió. Y el periodista, avergonzado, bajó los ojos. Un sentimiento imparable -mezcla de agradecimiento hacia Ra y de amargo reproche hacia sí mismo- había empezado a aflorar en su corazón. Y una solitaria lágrima rodó por su mejilla..Pocas personas han visto llorar a este infatigable reportero, curtido en las mil batallas de su profesión. Sin embargo, aunque a veces pueda dar una imagen de frialdad, los que le conocen saben que -bajo esa coraza-late con fuerza un temperamento altamente emotivo, capaz de vibrar ante el sufrimiento, ante la belleza o, como en este caso, ante un noble rasgo de amor o amistad.
Pero las sorpresas no habían terminado aquella inolvidable mañana.
De pronto, tuvo una extraña sensación. Levantó la vista y vio ante sí -a medio metro escaso de su cara- a su salvador y amigo. Ra flotaba de canto. Su nombre se hallaba iluminado. Y el decaído investigador supo que la aproximación del disco y el brillo de sus letras tenían mucho que ver con un posible y bondadoso gesto de reconciliación y ánimo.
Aquel sentimiento-sospecha se vería confirmado cuando, inesperadamente, sobre el negro y áspero relieve de la cara de Ra surgió algo que Sinuhé, conmovido, identificó con una lágrima... La minúscula y brillante gota había aparecido por la línea inferior del pequeño ojo y se deslizaba con lentitud entre las rugosidades que formaban el ondulante altorrelieve de la serpiente enroscada entre ambos ojos. Curiosamente, aquella única lágrima derramada por el disco había brotado del ojo situado a la izquierda de lo que podríamos empezar a considerar como la cara de Ra. Y digo que resultaba curioso porque la solitaria lágrima de Sinuhé también había escapado de su ojo izquierdo...
Con un nudo en la garganta, extendió su temblorosa mano hasta tocar la gélida superficie del disco, enjugando la increíble lágrima. Y dibujando una corta sonrisa de amistad, llevó las húmedas yemas de sus dedos a los labios.
Sinuhé no alcanzaría a entender jamás cómo la polvorienta pieza de un anciano reloj podía llegar a cobrar vida y a convertirse en un fiel, mágico e inquebrantable compañero de viaje y de fatigas... Y es que el secreto hermano de la Orden o Logia de la Sabiduría sólo había empezado a descubrir el ilimitado poder de los Cielos....-¡Por Cristo!... ¡Sabe a sal!
Sinuhé retiró los dedos de sus labios y contempló atónito los restos de la lágrima que había derramado Ra. Por si aún planeaban las dudas sobre el ánimo del reportero, allí estaba aquella nueva confirmación de la naturaleza del humor vertido por el desconcertante disco. Ya no cabía vacilación alguna: Ra era capaz de sentir y demostrar sentimientos humanos...
• ¡Gracias, amigo!
Aquellas dos únicas y rotundas palabras de Sinuhé encontraron una respuesta igualmente directa en su compañero. Ra apagó e iluminó su nombre tres veces, demostrándole así que le había entendido. Y acto seguido recuperó la horizontalidad, moviéndose en dirección a la puerta del camarote. El periodista le siguió intrigado.
• ¿Qué intentas decirme?

Ra no tardaría en explicarse. Se situó sobre la negra bolsa de las cámaras fotográficas, proyectando un
delgado rayo azul sobre uno de los extremos de la cremallera. Delicadamente, aquel haz luminoso fue
abriéndola. Al terminar, el disco disolvió el mágico brazo celeste, siendo reemplazado al momento por otra
también familiar proyección de pequeños círculos del mismo color. Estos aritos penetraron en el interior y, al
poco, Sinuhé contemplaba estupefacto cómo Ra extraía una de las Nikon. La cámara flotaba en el espacio,
misteriosa y perfectamente sujeta por el último de los círculos azules. El aro en cuestión se había ajustado al diámetro del teleobjetivo corto -un 105-que el reportero había montado días atrás en aquella caja. Maravillado, comprobó cómo su amigo
mantenía la cámara en posición horizontal y abrazada por la zona del anillo de conexión de las lentes. justamente, por el lugar donde él acostumbraba sostener sus cámaras. Sin duda, Ra parecía conocer muy bien las costumbres del reportero...
El disco tomó altura y se dirigió hacia Sinuhé, situando la ingrávida Nikon al alcance de sus manos. Cuando nuestro hombre se hizo con ella, el flujo de círculos se desvaneció y Ra voló entonces hacia el ventanuco de la torre. Tras unos segundos de aparente indecisión, su cara se volvió hacia el.expectante amigo. Y muy despacio fue descendiendo hasta reposar en el estrecho alféizar o comisa interior de la ventana.
Ra había quedado inmóvil, en posición vertical, ligeramente inclinado y apoyado contra el cristal y el marco izquierdo del citado ventanuco. En esta posición -y sólo en ésta-, el disco metálico recibía un máximo de luz. Y Sinuhé, esbozando una sonrisa, comprendió los deseos de Ra.
Mucho antes incluso de visitar el caserón por segunda vez, el investigador había pensado fotografiar el enigmático péndulo y los detalles del altorrelieve. Pero aquel intenso y variopinto trasiego de sucesos había terminado por borrar sus primeras intenciones. El disco, ahora, se había encargado de recordárselas. Y Sinuhé hincó la rodilla izquierda en el entarimado, llevándose la cámara a los ojos. Fue entonces, al hacer girar la rueda del 105 milímetros, buscando el enfoque correcto de la cara de Ra, cuando cayó en la cuenta de otro detalle tan sutil como demostrativo de la inteligencia de su amigo. En la bolsa había en esos momentos dos cámaras: la que Ra acababa de sacar y una Nikkormat, armada con un 24 milímetros; es decir, con un gran angular. Esta última cámara encerraba una película en color, con una sensibilidad de 100 ASA. La Nikon, en cambio, disponía de un film en blanco y negro, de más alta velocidad –400 ASA-, mucho más idóneo que el anterior para un lugar como aquél, con una luz natural relativamente escasa. El periodista, además, odiaba el flash. Pues bien, todas estas circunstancias no habían pasado desapercibidas para Ra, eligiendo la cámara e, incluso, el objetivo más apropiados para el caso. Si Sinuhé deseaba plasmar, sobre todo, los detalles y la configuración del altorrelieve, lo lógico es que hubiera utilizado un tele corto o un macro y no el gran angular. La precisión en la elección de la cámara, por tanto, había sido total...
Y el investigador tembló cuando el 105 abrió ante su ojo la claroscura faz de Ra.
• ¡Dios!... ¿Qué es esto?
Al enfocar, Sinuhé quedó estupefacto. Bajó la cámara y clavó la mirada en Ra.
• No puede ser... -murmuró con una creciente confusión..Al mirar a través del teleobjetivo, la figura de la serpiente había variado. En su lugar, rodeando ambos ojos, aparecía otro altorrelieve: un complejo entramado de gruesas líneas, todo ello igualmente en relieve. ¿Dónde había quedado el retorcido cuerpo de la serpiente? Sinuhé pensó que su cansancio empezaba a ser preocupante y que todo aquello sólo podía ser fruto de alguna alucinación o deformación óptica.

La mejor prueba -se dijo a sí mismo-es que, al bajar la cámara, he vuelto a ver el rostro de Ra: la serpiente enroscada en ambos círculos...
Y convencido de que quizá había enfocado la superficie del disco incorrectamente, situó de nuevo la cámara frente a sus ojos.
Hizo girar el anillo y...
• ¡Jesucristo!

Sinuhé, a la vista de lo que aparecía en el 105, no había manipulado el tele defectuosamente ni tampoco había sido víctima de un lapsus mental. La serpiente había desaparecido, transformándose u ocupando su lugar aquel incomprensible grabado.
Sus manos temblaron. Por un instante dudó: ¿bajaba nuevamente la Nikon o disparaba? Inspiró profundamente y, al cabo de unos segundos, cuando estimó que su pulso había recobrado un mínimo de equilibrio, apretó el disparador. El clic le tranquilizó. Bajó la cámara y, tal y como suponía, el amasijo de líneas había sido nueva y misteriosamente sustituido por la serpiente inicial.
• ¡Es increíble!

Sinuhé aprovechó la extrema docilidad de su amigo, inmortalizando la superficie del péndulo en una docena larga de imágenes. Y cada vez que miraba a través del teleobjetivo, la cara que él había visto -y que seguiría viendo en el futuro-sufría idénticas deformaciones. (Cuando estas fotografías fueron reveladas después de concluida la misión, Sinuhé comprobaría que aquel cambio había sido real. Hoy constituyen una de las pocas pruebas de que Ra existe...)
Por alguna razón que escapaba al conocimiento del investigador, su singular compañero no deseaba que la película.captara su rostro. ¿0 es que la serpiente enroscada tampoco era su verdadera faz? Hoy, de regreso ya de aquella fascinante aventura, ni la hija de la raza azul ni Sinuhé han logrado desentrañar semejante incógnita.
Pero intentaré no caer en uno de mis defectos habituales: adelantar acontecimientos... Cuando el miembro de la Escuela de la Sabiduría consideró satisfecha su curiosidad personal y periodística - que en este trance venían a ser una misma cosa-, devolvió la cámara a la bolsa, permaneciendo con la vista como distraída, esperando un nuevo cambio en el altorrelieve. Pero esa modificación en la serpiente que se deslizaba entre los ojos no se produciría. Y Sinuhé planteó a Ra una cuestión que, a primera vista, no parecía fácil y que venía atormentándole desde que supiera o intuyera que su circular amigo tendría que unirse a ellos en la gran búsqueda.
• Dime, ¿cómo voy a llevarte conmigo?
Sinuhé se estremeció ante la sola idea de que Ra pudiera seguirle por la aldea, volando como un pájaro...
Aquella escena hubiera sido sencillamente catastrófica.
Mientras aguardaba una posible respuesta, pensó, incluso, en una drástica y quizá poco delicada solución:
envolverlo en una de las toallas que protegían sus cámaras fotográficas y ocultarlo en la bolsa. Pero, como digo, no tardó en desistir de semejante iniciativa, convencido de que no era el tratamiento más correcto para con un amigo...
Y la solución, una vez más, corrió por cuenta de Ra. El disco, que sin duda estaba al corriente de las reflexiones de Sinuhé, abandonó el alféizar del ventanuco, inmovilizándose a metro y medio del piso. El investigador se puso en pie y esperó. ¿Qué se le ocurriría ahora?
Y del pequeño ojo brotó aquel flujo de reducidos círculos celestes. En esta ocasión se dirigieron hacia la mano derecha del reportero. Este experimentó un fino cosquilleo, pero dejó hacer a su amigo. El aro más extremo y en contacto con la mano se había introducido en el dedo anular como si se tratara de un anillo. Y, dulcemente, Ra tiró del miembro. El brazo, hasta ese momento caído a lo largo de cuerpo, quedó entonces.en posición horizontal Sinuhé, aunque intentaba adelantarse y comprender aquella maniobra, terminó por rendirse.
• ¿Qué pretendes? -llegó a preguntarle con una incipiente intranquilidad.
Pero Ra parecía cautivado por aquel dedo y, por supuesto, no manifestó respuesta alguna. La alianza de Sinuhé perdió durante unos segundos su dorado brillo y el reportero llegó a temer por la integridad física de la misma.
Y ocurrió lo inesperado..
De pronto, el disco sufrió una de aquellas características e intensas vibraciones. Todo él se iluminó de un rojo escarlata y, ante la atónita mirada de Sinuhé, que continuaba con el brazo extendido, se desmaterializó. Perplejo, el investigador vio cómo, una décima de segundo después de la súbita desaparición de Ra, el chorro de círculos azules seguía la misma suerte. El dedo anular quedó entonces liberado de la tenue pero firme presión.
• ¡Oh!
La exclamación no obedeció únicamente a la increíble cadena de acontecimientos que acababa de presenciar. En su dedo, y en el lugar que había ocupado el aro azul, había aparecido una sortija de centímetro y medio de anchura, toda ella en oro labrado.
Las piernas de Sinuhé temblaron por enésima vez. Y muy despacio fue replegando su mano derecha. No, no se trataba de un sueño. Allí, en su dedo anular, pegado a la alianza, había un sello de un amarillo reluciente, coronado por un delicado relieve cuadrangular.
Al inspeccionar su mano, distinguió en la palma unas microscópicas gotas de sudor. Y su temblor inicial fue incrementándose. Durante varios minutos se sintió incapaz de tocar la misteriosa sortija. Por fin, devorado por el miedo y la curiosidad, pasó uno de sus dedos sobre la figura que remataba el sello. Pero nada sucedió. La sortija era, o lo parecía al menos, absolutamente normal. Extendió al máximo los dedos de aquella mano y trató de descifrar el significado de la figurilla que ocupaba y decoraba todo el remate superior. Desde un primer.momento, aquella grabación en oro le había resultado familiar.
Pero ¿dónde la había visto anteriormente?
Sus pensamientos, sin embargo, se entrecruzaban sin concederle tregua.
• ¿Qué ha pasado con Ra?... ¿Por qué ha desaparecido?... ¿O no ha desaparecido?...
Sinuhé sintió un latigazo en sus entrañas.
• ¿Es que ha cambiado de forma, adoptando ahora la de esta sortija?
Como una rotunda respuesta, una oleada de sangre ascendió desde su vientre, multiplicando generosamente el sudor que había brotado por sus poros.
• ¿Y por qué no? -murmuró, dispuesto a creer cualquier cosa que procediera de Ra-. Mi pregunta sobre cómo iba a llevarlo conmigo puede que haya sido atendida con la misma concreción... Pero ¿cómo puedo estar seguro?

Y el investigador, ingenuamente, aguardó alguna señal. Sin embargo, la hermosa sortija -suponiendo que, en efecto, se tratara del péndulo-no parecía captar sus requerimientos. Así que, un tanto decepcionado, se aproximó a la luz que entraba a raudales por el ventanuco, dispuesto a explorar el sello con todo detenimiento.
La figura del relieve representaba un extraño ser, de cabeza cuadrada y provisto de dos enormes ojos. Pero
Sinuhé no alcanzó a distinguir ni nariz ni boca en aquel rostro. Y levantando la mirada hacia el cristal recordó
de pronto la monstruosa cabeza que descubriera días atrás en aquella misma ventana, también desprovista de nariz y labios. Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral.
¿Por qué esta nueva coincidencia?, se preguntó.
El ser en cuestión aparecía agarrado a las jambas de una especie de puerta. A excepción de aquella «cara» cuadrada, el resto de su cuerpo se hallaba oculto bajo un atuendo o protección difícil de describir. Sinuhé hubiera jurado que se trataba de una coraza flamígera. Pero, dadas las reducidas dimensiones -formando un cuadrado de un centímetro de lado-, formular cualquier hipótesis resultaba arriesgado. No obstante, el cerebro del investigador seguía pujando por recordar.
¿Dónde he visto esta figura...? ¿Dónde...?.Finalmente se decidió a poner en práctica algo que venía deseando desde un principio pero que, a causa del miedo inicial, había ido demorando. Tomó el sello con dos dedos y procedió a retirarlo de su mano. En ese instante, cuando la sortija terminó de deslizarse por el dedo anular derecho, un súbito fogonazo le dejó medio ciego.
• ¡Oh, Dios...!
Fue tan súbito que Sinuhé soltó el anillo, cegado por la inesperada y silenciosa explosión luminosa.
• ¡Dios mío...!
El reportero se llevó ambas manos a los ojos, buscando la recuperación de su visión. Pero los temores de Sinuhé eran infundados. Aunque el fogonazo, efectivamente, había sobrecargado de luz sus pupilas, al bajar las manos, sus ojos –algo irritados- percibieron sin embargo su entorno con normalidad. Suspiró aliviado. Miró al suelo, pensando que quizá la sortija se hallaba sobre el entarimado, pero, por más que buscó, del sello no había rastro alguno.
Y, de pronto, experimentó una conocida sensación, No sabría cómo definirlo, pero algo o alguien se hallaba a su espalda, observándole. Se trataba de un sentimiento o de una sensación muy frecuente y que muchas personas han vivido alguna vez.
Al volverse, pasada la primera sorpresa, Sinuhé no pudo por menos que sonreír. En el centro de la habitación flotaba Ra, negro y majestuoso como siempre. Y las sospechas del investigador se vieron así confirmadas: su «amigo», con el fin de acompañarle sin levantar suspicacias, se había transformado en sortija y ésta, al ser retirada del dedo, había recuperado su primigenia y habitual forma...
• Está bien -comentó Sinuhé aproximándose al disco y levantando su brazo derecho-, lo he comprendido...
Puedes volver al dedo, si no te importa... Debemos regresar junto a la hija de la raza azul. Ra entonces repitió su emisión de círculos celestes, desintegrándose y reincorporándose en forma de sortija al dedo anular..A pesar de todo, el soror se estremeció. No era fácil acostumbrarse a tantas y tan vertiginosas emociones y, mucho menos, a llevar en su mano a un ser vivo y casi omnipotente... Pero, tras acariciar el anillo, optó por olvidarse de todo aquello.
Y cargando con el equipo fotográfico y los útiles que había tomado prestados, salió del caserón.
Un sol cálido, rodando ya hacia el cenit, le saludó al pisar el blanco y tosco adoquinado de la plaza de la Lastra.
Y Sinuhé, agradecido, levantó el rostro, dejando que su piel se cargara de energía.
¿Quién podría creerme? -meditó, cerrando los párpados-...
Aunque, en el fondo, ¿qué importa eso?... ¿Es que la vida no es en realidad una fantasía y la más prodigiosa de las aventuras?
El resto de aquella inolvidable jornada discurrió en paz. Gloria no hizo demasiadas preguntas, aunque, al verle, supo que su amigo y hermano guardaba un nuevo secreto en su corazón. Sinuhé, indeciso y preocupado, dejó pasar las horas. Durante el almuerzo y el apacible paseo que cerró aquel 26 de julio estuvo tentado de confesar a su compañera cuanto había visto y vivido en el ático y camarote. Pero, cada vez que tomaba la decisión de hablar, de Ra partía una clara y espesa oleada de calor que inundaba y llegaba casi a adormecer su mano derecha. El primer aviso de su camuflado amigo le pilló tan de improviso que a punto estuvo de traicionarse a sí mismo. Al sentirlo, levantó involuntariamente la mano, dejando escapar una seca interjección. Gloria le miró desconcertada y Sinuhé se las vio y se las deseó para justificar tan inexplicable gesto. Pero, afortunadamente, la hija de la raza azul no reparó en la sortija. Los problemas, sin embargo, no habían terminado.
Esa noche, al retirarse a su habitación, el hermano de la Logia secreta recibiría otra sorpresa... Fue al desnudarse. Aunque, al cruzar ante la fuente de Diana Cazadora -a su regreso a la Casa Azul-, Sinuhé, meticuloso como siempre, había procurado borrar de su cuello aquel hilillo de sangre seca, ocasionado por el infortunado golpe que le había dejado inconsciente, pensó que lo más prudente era tomar una.relajante ducha. De esta forma eliminaría todo posible rastro de la herida y, de paso, templaría sus castigados nervios. Al descubrir el torso, el periodista -que tenía prácticamente olvidada aquella punzada en su costado izquierdo-quedó perplejo. Al mirarse fugazmente en el espejo distinguió una pequeña mancha a la altura de sus costillas. En una primera y agitada exploración la asoció con una equimosis o moradura, consecuencia -pensó-del impacto de una de las patas de las sillas que habían caído sobre su cuerpo. Pero, al acercarse a la luz, su desconcierto no tuvo límites: aquello no podía ser un vulgar cardenal... ¡Son círculos!
Nerviosamente pasó sus dedos sobre la supuesta moradura, comprobando que aquellos tres azulados círculos concéntricos no se borraban. Frotó con mayor fuerza e insistencia pero lo único que logró fue enrojecer el costado. Probó incluso con agua y jabón, pero fue inútil. Aquella señal -la de Micael, la misma que había visto en el despacho de su Kheri Heb y en los seis árboles del bosque- no sufrió deformación alguna.
Sinuhé, desconcertado, dejó caer la esponja, retrocediendo. Se contempló de nuevo en el espejo y un tornado de hipótesis, contrahipótesis y recelos se apoderó de él.
• ¿Qué es esto?... ¿Qué significa?... Pero ¿cuándo...?
Con grandes dificultades, retrocedió en el tiempo, intentando reconstruir las escenas vívidas en el vicio caserón.
• En algún momento tuvo que suceder -se repetía obsesivamente-. Pero ¿cuándo?

Sinuhé recordó el murciélago y su torpe caída. Y, entre sombras, le vino a la mente su vuelta a la consciencia y aquel agudo dolor, exactamente en el punto donde ahora había descubierto los tres círculos. Sin embargo, la posibilidad de que uno de los muebles fuera el causante de aquel emblema fue descartada al momento. Había, sí, algo que no parecía lógico: ¿cómo era posible que hubiera permanecido una hora sin conocimiento?
¿Qué había sucedido en todo ese tiempo?...
Esta hipótesis, no obstante resultar sospechosa, fue derrotada y olvidada temporalmente ante una nueva vivencia: Ra...
Sí, ha tenido que ser él..Y recordó entonces aquella última punzada, cuando se hallaba sentado en el piso del camarote, y la fulminante intervención del disco, proyectando uno de sus haces luminosos sobre la zona dolorida. Pero, aceptando esta posibilidad, ¿qué objetivo tenía marcarle con el emblema o escudo de Micael? ¿0 no se trataba de una mera señal?
Como ya insinué en su momento, el hermano de la Orden de la Sabiduría tendría que pasar al otro lado para
conocer la verdad sobre cómo y por qué le habían sido implantados aquellos tres círculos entre la quinta ysexta costillas..., y tan cerca del corazón. Él no podía saberlo entonces, pero yo sí puedo anunciar al lector que
guardaba una estrecha relación con el papel de los reservistas.
El cansancio pudo más y, tras una breve ducha, decidió acostarse. Su descanso, sin embargo, se vio minado e interrumpido por una sucesión de angustiosas pesadillas . Y mucho antes del alba terminaría por saltar del lecho. Mientras aguardaba a Gloria, intentó descifrar el ensueño que mejor recordaba y que le había llenado de espanto. En aquella pesadilla -que se repetiría vanas veces-, se veía a si mismo al pie de una extraña torre y en mitad de una oscuridad rojiza. A su alrededor, cientos -quizá miles-de seres de pequeña estatura y voluminosos cráneos se iban aproximando con sus brazos extendidos y en actitud amenazante.
Eran criaturas semejantes a las que había visto en el claro del bosque y al otro lado del cristal del ventanuco de la torre. De eso estaba seguro. Pero, a diferencia de este ser, los de la pesadilla no lucían en sus pechos aquellos tres círculos azules y concéntricos. En el centro de sus tórax, igualmente transparentes, Sinuhé creyó distinguir otro emblema o símbolo: un círculo negro, con otro más pequeño y rojo en el interior.
Las enormes cabezas, al igual que la de la criatura que le había espiado en la torre, sólo disponían de ojos:
oscuros, redondos, muy reducidos y circunvalados o cercados por una especie de callosidad que sobresalía vanos centímetros en la terrorífica faz.
Y aquella multitud seguía aproximándose y aproximándose...
Pero, cuando los cientos de dedos estaban a punto de caer sobre él, la pesadilla se esfumaba y el reportero era sacudido en su.cama, siendo despertado violentamente. Sudoroso y jadeante, luchaba entonces por encontrar y accionar el interruptor de la luz. Aquellos segundos, sumido en las tinieblas de la habitación y en las brumas de la semiinconsciencia, resultaban especialmente agrios...
Por supuesto, cuando, al fin, daba con el maldito interruptor, su desencajado rostro recorría hasta el último rincón del aposento, en busca de quién sabe qué criaturas. Sin embargo, el lugar parecía en calma. Y con el corazón descompuesto, apagaba nuevamente la luz, deslizándose entre las sábanas hasta que éstas cubrían, incluso, su nariz. Y durante interminables minutos, sus ojos escrutaban la oscuridad, pendientes de cualquier sombra. Sólo aquellas personas que sientan ese afilado e indescriptible miedo a las tinieblas y a la posible aparición de seres terroríficos en la soledad de su habitación pueden entender el sufrimiento de nuestro hombre durante aquella noche...
Estos sobresaltos, como digo, se repitieron una y otra vez hasta que incapaz de controlar las pesadillas y el pánico, cortó la situación, bajando a la primera planta de la Casa Azul. Poco consuelo encontró en sus autoexplicaciones.
Si esas pesadillas -razonaba para sí mientras intentaba plasmar el dibujo-robot de aquellas criaturas- sólo han sido eso, pesadillas, ¿por qué en sus pechos veía un emblema tan distinto al de Micael?... ¿Quiénes eran? ¿Serán puras imaginaciones mías?... Sí, eso debe ser.
¡Qué equivocado estaba Sinuhé...! Hubo un tiempo en el que estudió los llamados sueños premonitorios. Él sabía, en consecuencia, que esta clase de fascinaciones del inconsciente revela a veces lo que va a suceder... Pero sigamos el orden de los acontecimientos.
Para cuando la hija de la raza azul bajó a desayunar, Sinuhé había relegado el asunto de las pesadillas. Era otro el problema que le ocupaba y preocupaba. La luna nueva tendría lugar al día siguiente, 28 de julio y, como siempre, a pesar de su meticulosidad y pasión por el orden, el investigador había dejado para el último día un detalle que, aunque prosaico, no admitía mayores demoras: ¿en qué momento exacto de ese sábado se registraría la entrada en el novilunio?.La precisión en este caso -así lo entendía-, resultaba crucial. Si el momento del inicio de la misión -como rezaba el telegrama de su Kheri Heb- debía llegar con la luna nueva, era imprescindible conocer la hora y, si fuera posible, hasta el minuto exactos. Pero ¿cómo despejar la incógnita? Sinuhé no disponía de las tablas astronómicas, y en la Casa Azul, según le manifestó Gloria, sería difícil encontrar una pista.
Tratando de no perder los nervios, hizo un inventarlo de las personas a las que podía consultar telefónicamente.
Si todo fallase -meditó al tiempo que acariciaba la sortija-, supongo que Ra podría sacarnos del atolladero...
Pero esta vez no fue necesaria la intervención de su enlace.
Al marcar el número del observatorio del Ebro, en Roquetas, su buen y paciente amigo, el padre Cardús, director del centro, accedió gustoso a resolver la desconcertante petición del investigador. A las pocas horas, la respuesta sonaba clara y precisa al otro lado del hilo telefónico:
• Mi querido amigo -le expuso el jesuita-, la luna nueva se producirá a las 11 horas y 51 minutos, tiempo universal.

Al colgar, Sinuhé no pudo disimular su extrañeza.
• ¿Qué sucede? -le interrogó Gloria, consciente de que algo raro e imprevisto había provocado aquella sombra en el rostro de su compañero.
• No entiendo -murmuró finalmente, señalando a Gloria la hora prevista para el novilunio de aquel mes de julio.
La hija de la raza azul leyó en silencio las anotaciones y, levantando el rostro del papel, le dio a entender que no alcanzaba a comprender la razón de su preocupación.
• Puede que no tenga mayor importancia -repuso-, pero esa hora, más las dos de adelanto, significan que la luna nueva empezará casi a las dos de la tarde...
• ¿Y bien?

Sinuhé miró a la señora y, tras unos instantes de duda, exclamó en un tono conciliador y como deseando olvidar el asunto:
• No, nada... Verás, no sé por qué, pero siempre creí que nuestra misión arrancaría en plena noche...
Evidentemente, no es así..-Evidentemente -remachó Gloria con una sonrisa-. Y te diré algo: te preocupas demasiado. Deja volar los acontecimientos.
Espéralos... No sabemos adónde vamos, qué nos aguarda, ni cómo hallar esos archivos secretos... No te atormentes. Quizá todo sea mucho más sencillo de lo que suponemos.
• 0 más difícil -musitó, recordando de pronto sus pesadillas.

Pero Gloria apenas si concedió atención a esta última y premonitoria reflexión del miembro de la Logia de la Sabiduría.
Ante el desconcierto de su compañero, la hija de la raza azul parecía más interesada en otro tipo de negocio. Durante el resto de la jornada, Sinuhé la vio ir y venir, pendiente tan sólo de la indumentaria y del equipaje que debían presentar...
Sólo al anochecer, cuando Sinuhé comprobó que aquella preocupación iba en seno, rogó a su inquieta amiga que le escuchase:
• No se trata -le dijo con ternura- de un viaje como quizá imaginas...
Gloria le miró sin acabar de comprender. No es que Sinuhé supiera tampoco cómo o de qué manera iba a desarrollarse la misión, pero intuía que para la ejecución de aquella gran aventura sobraba con la buena disposición de ambos y, naturalmente, con la permanente presencia de Ra. Y en esta firme creencia llegó la fecha señalada...
Ni Gloria ni Sinuhé fueron capaces de dormir. Aquella noche, víspera del encuentro con lo desconocido, el nerviosismo se apoderó de ambos. Mientras la hija de la raza azul comprobaba con desesperación cómo las enseñanzas recibidas parecían haberse borrado de su mente, el investigador, desvelado, invirtió la mayor parte del tiempo en frenéticos paseos a lo largo de su dormitorio, sumido en cavilaciones tales como, por ejemplo, si debía cargar con su equipo fotográfico o dejar escrita una carta a su familia... Con las primeras luces de aquel imborrable 28 de julio de 1984, uno y otra -agotados-se presentaron casi simultáneamente en el salón, persuadidos de que lo mejor era no pensar y dejarse llevar por los acontecimientos. Y tras un frugal desayuno –dispuestos ya para la misión-salieron al jardín. Gloria había elegido finalmente una cómoda y larga túnica azul, de generosas.mangas y bolsillos. Sinuhé, sin la menor preocupación por su atuendo, apareció con unos vaqueros gastados y descoloridos y una veraniega camisa, también celeste. En su mano derecha, por supuesto, seguía brillando la dorada sortija...
Mientras la hija de la raza azul procuraba llenar aquellas tensas horas, previas a la aproximación al bosque, con la lectura o el cuidado de sus flores, su compañero se enfrascó en una minuciosa revisión y limpieza de las cámaras fotográficas. En contra de los razonamientos que él mismo había expuesto a la señora de la Casa Azul en la jornada anterior, en el sentido de que no deberían cargar equipaje alguno, su instinto periodístico le empujaba a no deshacerse, al menos, del equipo gráfico. Si la misión de búsqueda de los archivos secretos de IURANCHA prometía ser tan intensa y delicada como él creía, lo lógico era que intentara hacerse con un máximo de pruebas documentales. Sinuhé confundía la naturaleza de la misión.
Pero pronto descubriría que, en esa búsqueda, lo lógico iba a ser precisamente lo ilógico... A las 10 horas consultó su reloj. El cielo presentaba una transparencia ilimitada, con un sol cada vez más severo. Al dirigir su mirada hacia el bosquecillo que rodeaba el Ayuntamiento, nada parecía fuera de lo normal y rutinario.
Inquietas bandadas de golondrinas y vencejos seguían haciendo oscuros quiebros sobre las copas de los chopos, mientras las apacibles gentes del lugar atendían sin prisas sus quehaceres. Y aquella hiriente duda - nacida a raíz del conocimiento de la hora de la luna nueva- vino a embarullar los pensamientos de Sinuhé.
¿Cómo es posible que estemos a punto de embarcarnos en semejante trasiego y que, sin embargo, todo aparezca tan tranquilo?
Estas apreciaciones, no obstante, no iban a resultar exactas.
Por lo menos, en lo que a Gloria y a Sinuhé se refería...
Hacia las 13.30 horas, cuando la pareja se disponía ya a abandonar la Casa Azul en dirección al bosque, ocurrió algo que a punto estuvo de arruinar sus proyectos.
Desconcertado, Sinuhé vio cómo José María, el alcalde de Sotillo, cruzaba la cancela del patio y, con su media sonrisa, se.aproximaba hasta la sombrilla bajo la que el reportero se afanaba en el ajuste de las cámaras. Y con un hola, qué tal, tomó asiento junto al forastero. En un movimiento reflejo, Sinuhé observó los dígitos de su reloj.
Balbuceó otro saludo y buscó a Gloria con la mirada. Pero la señora, atareada en la revisión de un semillero, no se había percatado aún de la inesperada visita de su vecino.
• He pensado -expuso el alcalde después de uno de sus característicos y prolongados silencios-que, si os parece bien, hoy es el día ideal para enseñarte la fábrica de miel...
• ¿Cómo...?

Sinuhé recordó entonces cómo en diferentes oportunidades había pedido a José María que le permitiera acompañarle a los colmenares existentes en las proximidades de la aldea, así como recorrer la fábrica en cuestión, una de las mejores de Europa en su especialidad. Pero, por una u otra razón, aquellas visitas siempre habían quedado postergadas.
• Tienes mala cara -repuso el alcalde-. Te decía que esta mañana dispongo de tiempo para mostrarte la fábrica..
• ¡Ah!... Bien, pero... es que...

Sinuhé se revolvió nerviosamente en el veraniego sillón de mimbre, suplicando a los cielos que Gloria hiciera acto de presencia. Y la hija de la raza azul, como si hubiera captado la señal de socorro, no tardó en aparecer. Traía un fresco y luminoso manojo de enormes margaritas. Se sentó frente a Sinuhé y, al conocer el motivo de la presencia de José María, cruzó una significativa mirada con el periodista. Gloria percibió al momento el delicado problema pero, lejos de intervenir, continuó silenciosa. Depositó el ramo de flores silvestres sobre la mesa y se entretuvo en escoger una de las más hermosas.
Sinuhé, pálido, sólo acertaba a mirar su reloj.
13 horas y 45 minutos.
Y a punto estaba de rechazar la amable invitación y arrastrar a Gloria hacia el bosquecillo cuando la señora tuvo una iniciativa mucho más prudente. Colocó la margarita elegida entre sus rubios cabellos y con una serenidad que le dejó perplejo, preguntó a Sinuhé:
• ¿Te parece bien así?....Y antes de que su confuso amigo pudiera pronunciar una sola palabra, añadió:
• Cuando quieras podemos hacer esas fotos. Estoy dispuesta. E inmediatamente, dirigiéndose al alcalde, le rogó que los disculpara.
• Es cosa de cinco o diez minutos -le aclaró, sugiriéndole que no se moviera de allí.
José María, que conocía las aficiones fotográficas de Sinuhé, no se inmutó y con un lacónico está bien, los vio desaparecer hacia el bosque mientras él se servía una humeante taza de café. Eran las 13 horas y 47 minutos. Faltaban únicamente cuatro para que diera comienzo la deseada y, al mismo tiempo, temida luna nueva.
...13.50 horas.
Sin aliento, y más pendiente de¡ reloj que de su compañera, Sinuhé abordó al fin el calvero. Soltó la pesada bolsa negra de las cámaras y, angustiado por lo inminente de la hora, se recostó contra el tronco de uno de los seis árboles marcados con los círculos concéntricos. La hija de la raza azul, jadeante también por la loca carrera hasta el bosquecillo, intentó recuperar el resuello.
Algo aturdida por tan precipitada huida de la Casa Azul, Gloria necesitó algunos segundos para comprender que se hallaba, justamente, en el claro del que le había hablado Sinuhé. Y los latidos de su corazón se precipitaron al descubrir en las cortezas de los árboles aquellos tres símbolos.
• ¡Recuerda la señal de Micael! -murmuró con un hilo de voz. Y señalando los círculos grabados en los troncos, interrogó a su amigo con la mirada.
• Sí -repuso el miembro de la Orden de la Sabiduría-, este debe ser el lugar. Ésta es la señal de Micael (su bandera) y Ra hará descender con la luna nueva a su Mensajero Solitario... ¿Lo recuerdas? Gloria asintió en silencio. Y ambos, movidos por los mismos pensamientos, levantaron el rostro hacia el purísimo cielo que se recortaba entre las copas de los árboles.
...13.51 horas..Ni nuestros expectantes protagonistas ni tampoco el Consejo Supremo de los Kheri Hebs de la Orden de la Sabiduría podían imaginar lo que -justamente en aquellos instantes: a las 13 horas y 51 minutos del 28 de julio- estaba sucediendo a miles de kilómetros de aquel bosquecillo perdido e insignificante, en la remota aldea soriana de Sotillo.
Unas veinticuatro horas antes del comienzo de la luna nueva, los astrofísicos del conocido radiotelescopio de Arecibo, en la isla de Puerto Rico, experimentaron una nueva conmoción. Aquel astro intruso que venían siguiendo y que el 27 de enero, como recordará el lector, había cruzado la órbita de Plutón, se había detenido.
Harold D. Craft, director de operaciones, y su compañero Rolf B. Dyce, no se habían despegado desde entonces de la sala de control de datos. Para los científicos, la inmovilización de Ra-6 666 no tenía explicación lógica alguna. A no ser, claro, que fuera dirigido inteligentemente. Pero esta cada vez más abrumadora realidad no podía ser asimilada fácilmente por sus mentes racionalistas. Y sólo Craft y Dyce -en posesión de parte del secreto del astro- se mantuvieron fríos y serenos.
Los ordenadores del radiotelescopio fijaban las coordenadas galácticas y la distancia de Ra-6 666 en 3 horas y 44 minutos o en 29,6937 unidades astronómicas. Es decir, prácticamente en idéntica posición a la calculada por los observatorios del mundo en las fechas de su ingreso en el sistema solar: a unos 4 454 millones de kilómetros del Sol. Y a esa impresionante distancia, como digo, había frenado su amenazadora carrera.
Desde esos críticos momentos, todos los astrónomos que participaban en el seguimiento habían orientado sus telescopios hacia aquella zona del espacio y, perplejos y maravillados, tuvieron que inclinarse ante la evidencia y reconocer que algo muy extraño ocurría en las fronteras de nuestro sistema. Pero aquella perplejidad alcanzaría límites rayanos en la locura cuando, a las 11 horas y 51 minutos (tiempo universal) de aquel 28 de julio -las 13.51, hora local en España-, uno de los astrofísicos de Monte Palomar, Gerry Neugebauier, pendiente del astro intruso, detectó unos potentes fogonazos en las inmediaciones del mismo..Cuando, pocas horas más tarde, Gerry reveló las placas fotográficas y chequeó los tiempos impresos en los negativos obtenidos con el telescopio Schmidt de 48 pulgadas, no supo a qué atenerse. El primer fogonazo, registrado en plena línea ecuatorial de Ra 6 666, había tenido una duración de 0,00000000001 (1-10 ) segundos. Los dígitos de la placa fijaban dicha explosión luminosa -tan espectacular como la de una supernova- en las 13 horas y 51 minutos (hora local de España). A este inexplicable fogonazo le habían seguido otros 36, siempre en el mismo punto del astro y con unos períodos o tiempos de brillo tan infinitesimales como el primero. Aquella cadena de estallidos se había producido con intervalos exactos de un minuto entre fogonazo y fogonazo.
Y Neugebauer, absolutamente desconcertado, se apresuró a transmitir la información entre sus colegas. Pero nadie, obviamente, pudo desvelar el misterio de las 37 fugaces y grandiosas explosiones de luz que, aparentemente, habían partido de Ra-6 666. Tampoco Harold Craft y su secreto hermano de Logia en el radiotelescopio llegaron a intuir siquiera la enorme trascendencia de dicha secuencia. Sólo algún tiempo después -cuando Sinuhé pudo informar sobre su fascinante misión-, el Consejo Supremo de la Escuela de la Sabiduría estuvo en condiciones de desentrañarla.
Por supuesto, como ya habrá adivinado el lector, esos 37 fogonazos -especialmente el primero- guardaban una estrechísima relación con la presencia de Sinuhé y de la hija de la raza azul en el bosque de Sotillo, con los Mensajeros Solitarios, capaces de desplazarse por los universos a cinco millones de veces la velocidad de la luz, y con los 37 mundos del sistema de Satania que habían secundado la rebelión de Lucifer... y Sinuhé hubieran conocido en aquellos cruciales momentos las informaciones que habían empezado a manejar los astrofísicos norteamericanos y el registro, al menos, el primer fogonazo, habrían comprendido más rápidamente la naturaleza del personaje y de los sucesos que estaban a punto de materializarse sobre el calvero. Pero quizá fue mejor así....A las 13 horas y 51 minutos, Sinuhé consultó su reloj. Miró a su compañera y, prácticamente, no tuvo tiempo para nada más.
A partir de ese instante, el bosque y la aldea cayeron bajo el influjo de un silencio bien conocido ya por el investigador. El gorjeo de los pájaros y el subterráneo zumbido de los insectos fueron acuchillados de improviso. Y aquella losa -más que silencio- aplastó hasta el lujurioso brillo de las hojas de los árboles y, naturalmente, los ánimos de nuestros cada vez más intranquilos protagonistas.
Simultáneamente a la aparición de aquel silencio, y procedente del fondo del bosque, Gloria y Sinuhé descubrieron con temor una opaca niebla, que avanzaba hacia ellos desde todos los puntos cardinales, ocultando a su paso troncos y maleza bajo enormes y campanudas volutas lechosas. La hija de la raza azul, temerosa, se refugió tras Sinuhé. Éste, sin acertar a reaccionar, se limitó a escrutar el reducido círculo de cielo, visible desde el centro del claro.
Pero no pudo distinguir el primitivo paño celeste que había visto recortado poco antes entre las copas de los chopos. En su lugar aparecía también la oscilante niebla, enredada en el follaje y cayendo hacia ellos como un presagio.
• ¡Dios mío!... ¿Qué es esto?
Fueron las únicas y vacilantes palabras que Gloria fue capaz de expresar antes de que la niebla, cada vez más rápida, abordase el calvero, devorando a la pareja. El reportero apretó con fuerza la casi desmayada mano de la hija de la raza azul, luchando por no perder la calma y, al mismo tiempo, por intentar descubrir en algún punto de la espesa y blanquecina masa cualquier silueta o bulto sospechosos. Con creciente pavor, sin embargo, comprendió que la densidad de aquella misteriosa niebla era tal que apenas si lograba visualizar a su amiga... Y un escalofrío estremeció su espalda.
Al borde del desfallecimiento, Gloria y el investigador asistieron entonces a un suceso que vino a trocar el miedo por un oportuno sentimiento de esperanza. Al menos, en Sinuhé... Era inútil. Los esfuerzos de Sinuhé por obtener una respuesta racional a la súbita aparición de aquella niebla no encontraban eco. Era consciente de que el día se había presentado luminoso.y transparente. ¿A qué obedecía entonces aquel empeoramiento meteorológico? Por otra parte, el repentino silencio y el casi inteligente avance de la niebla, rodeándolos, no eran normales ni propios de ningún tipo de nubes bajas o cerrazón.

Pero algo igualmente misterioso iba a disipar, como digo, parte de ese miedo. Hasta ese momento, el periodista no había caído en la cuenta de que aquélla era la primera vez -desde que Ra adoptara la forma de sortija- que su mano derecha estrechaba la de la hija de la raza azul. Y cuando el pánico empezaba a hacerse insostenible, de entre aquellas manos fuertemente entrelazadas brotó una luz rojiza y parpadeante. Al principio se limitó a envolver ambas manos, pulsando y creciendo hasta alcanzar el volumen de un balón de fútbol. Y las referidas extremidades desaparecieron de la vista de los desconcertados humanos. Gloria, incapaz de sostener aquella tensión emocional, trató de zafarse, pero Sinuhé, que supo al momento quién provocaba aquella burbuja escarlata, la retuvo, seguro de que su oculto amigo pretendía algo.
Y fue en esos dramáticos instantes cuando, tanto Gloria como su compañero, percibieron otro fenómeno que en un principio-sólo añadió confusión a la confusión. Al intentar hablar y comunicarse, ninguno de los dos consiguió articular palabra.
Podían mover los labios, sí, pero -aunque sus pensamientos no parecían afectados- el sonido final no llegaba a sus oídos.
La burbuja rojiza, tras un breve lapso de tiempo en el que pulsó y se mantuvo con un diámetro constante, empezó a crecer y a expandirse entre la niebla, tiñendo el calvero y a nuestros personajes de un fantasmagónico resplandor carmesí.
Al momento, el suelo del bosque se estremeció. Ésa, al menos, fue la sensación de ambos. Durante uno 0 dos segundos, los pies de Gloria y Sinuhé captaron una vibración que vino a cesar al tiempo que -atónitosobservaban cómo la arena del claro tomaba vida. Los millones de gránulos que alfombraban el mencionado calvero despegaron y, flotando con lentitud, fueron ascendiendo, convertidos en una prodigiosa y rutilante nevada de luz..., al revés.
La hija de la raza azul, mucho más sorprendida que Sinuhé, apretó con más fuerza la mano de su amigo. Y éste, que había venido notando en su carne las aristas del anillo mágico, tuvo la.clara sensación de que Ra no estaba ya en su dedo anular. Pero, conmocionado por la luz rojiza y pendiente de la inmensa columna de puntos luminosos que se elevaba hacia las copas de los árboles, no intentó siquiera comprobarlo. Miles de aquellas partículas chispeantes habían quedado prendidas en sus vestidos, cabellos y rostros, proporcionándoles un aspecto refulgente.
Y ambos supieron que algo estremecedor y sublime a un mismo tiempo estaba a punto de suceder... De pronto, Sinuhé escuchó la voz de su amiga. Sus labios se movían, en efecto, pero aquellas palabras -si es que se las puede llamar así-no procedían de su garganta. Sin embargo habían penetrado limpiamente en el cerebro del investigador...
• ¡Mira hacia arriba!...
Sinuhé obedeció y sus ojos casi saltaron de las órbitas. Sobre sus cabezas, en el centro de aquella cascada ascendente, había empezado a formarse una figura.
Miles, cientos de miles de aquellos ingrávidos y vivísimos puntos de luz, al alcanzar una altitud de unos tres metros, frenaban su rectilínea ascensión, agrupándose de tal forma que –en segundos-, Gloria y Sinuhé estuvieron en condiciones de distinguir lo que parecía una cabeza.
Muchos de los corpúsculos que se elevaban también desde el perímetro del calvero, al llegar a la altura de aquella figura en formación, variaban su trayectoria, yendo a fundirse -a gran velocidad-con los millones de hermanos que seguían modelando aquel gigantesco cuerpo.
A la cabeza le siguieron unos largos y musculosos brazos, así como un ancho tórax. Sumergidos en la luz escarlata y bañados por aquella pertinaz lluvia ascendente, nuestros protagonistas fueron testigos finalmente de la aparición de unas atléticas piernas.
Gloria hizo ademán de retroceder, pero Sinuhé no lo consintió.
Y el miedo inicial fue desapareciendo misteriosamente. A pesar de su impresionante aspecto, aquel ser de tres metros de altura emanaba una cálida sensación de paz. Todo él había quedado integrado por millones de gránulos de luz que seguían pulsando individualmente, transformando su cuerpo en una.sobrecogedora ascua luminosa. Los cabellos -de un blanco compacto- caían sobre los hombros, dejando al descubierto un rostro de ojos rasgados y perfiles tallados a cincel. En el centro del pecho, Sinuhé identificó el emblema de Micael. Y, en cierto modo, aquello contribuyó a tranquilizar su espíritu.
Un ancho cinturón parecía fajarle, realzando aún más su musculosa complexión. En el centro del mismo, los corpúsculos luminosos se habían agrupado, formando una estrella de David. Las piernas -que no hubieran podido ser abarcadas por las manos de un hombre-se hallaban enfundadas en algo similar a nuestros pantalones, aunque muy ajustados y formando parte, sin duda, de un uniforme o atuendo de una sola pieza. Los pies, sin embargo, aunque evidentemente posados en la chispeante arena del calvero, apenas si podían distinguirse. Miríadas de aquellos gránulos de luz seguían brotando del suelo, ocultándolos. Una capa, formada por millones de puntos refulgentes, flotaba mecida por un viento dulce e inexistente.
Antes de que pudieran salir de su asombro, Gloria y Sinuhé vieron cómo el fornido brazo derecho de aquella criatura se levantaba en señal inequívoca de saludo. Y al instante, una voz grave retumbó en sus cerebros.
• La paz de Micael, nuestro Soberano y Creador, sea con vosotros, hijos de IURANCHA...
Los ojos achinados del ser centuplicaron su luminosidad. Y una larga y tranquilizadora sonrisa se dibujó en
aquella faz casi marmórea. Ninguno de los dos atónitos humanos percibió movimiento alguno en sus labios. Sin
embargo, una vez en el otro lado, tanto Sinuhé como la hija de la raza azul supieron que habían recibido idéntico mensaje.
• Mi nombre -continuó sonando aquella voz-es Agurno, Mensajero Solitario procedente de Ra y enviado por los Muy Altos de la constelación...

Sinuhé, maravillado, hubiera deseado corresponder al saludo y, desde luego, formular algunas preguntas.
Pero, por más que lo procuró, ni sus brazos ni la lengua le obedecieron.
Sencillamente, como en el caso de su compañera, se hallaba paralizado. Y en esos instantes, ambos tuvieron clara conciencia de que su enigmática misión acababa de empezar..-Como iuranchianos, habéis sido designados para rescatar primero los archivos secretos de vuestro mundo evolucionario, sustraídos por la iniquidad del príncipe planetario Caligastía y de sus seguidores... Como en un sueño, Gloria y su compañero acogieron las palabras de aquel enviado celeste -uno de los que forman la Orden de los Mensajeros Solitarios, capaces de desplazarse a más de cinco millones de veces la velocidad de la luz- y, como un tesoro, las guardaron en sus corazones.
• Sabed que semejante empeño no resultará fácil. Guardaos de Belzebú, caudillo de los medianes rebeldes estacionados en IURANCHA desde la rebelión del Maligno. Guardaos de su iniquidad y estad prevenidos porque no habrá tregua para vosotros...

Al oír aquellas advertencias, Gloria y Sinuhé se estremecieron.
• Pero no desfallezcáis. Sabed también que, aunque ninguno de los siervos de Micael puede sustituiros en esta misión, otros medianes leales al Padre Universal estarán prestos a socorreros en caso necesario... ¿Belzebú?... ¿Medianes rebeldes y leales?... ¿Qué significaba todo aquello? Y la inquietud volvió a instalarse en los ánimos de los atónitos iuranchianos.
• Buscad a Solonia -prosiguió Agurno en aquel tono entrañable pero firme-, el serafín que guardó el jardín de Edén. Su espada os será necesaria. Ahora os dejo con el ojo de Ra. Él os acompañará. Sinuhé, a diferencia de la hija de la raza azul, sí sabía en esta ocasión a quién se refería el Mensajero Solitario.
Sin embargo, de ese otro personaje -Solonia- no conocía nada en absoluto.
¿Quién podía ser? Él recordaba aquel remoto pasaje del Génesis, en el que se cuenta cómo un ángel con una espada flameante guardó las puertas del Paraíso. ¿Se trataba del mismo ser? ¿Y por qué su espada iba a resultarles necesaria?
• Como en los otros 36 mundos evolucionarios de Satania, sumidos en el aislamiento desde la rebelión del Maligno, los Ancianos de los Días han concedido a IURANCHA el derecho a asistir al inminente juicio de Lucifer. Pero antes, id y descubrid la Verdad por vosotros mismos....Y el gigantesco mensajero levantó de nuevo su brazo derecho, despidiéndose:
• Que la paz de Micael, el Hijo del Paraíso, sea con vosotros. Y tú, hija de la raza azul, dispónte a recibir tu verdadero nombre...

Al concluir su mensaje, los millones de puntos luminosos que daban forma a Agurno fueron perdiendo brillo, hasta apagarse por completo. Y aunque legiones de aquellos gránulos resplandecientes continuaban elevándose desde toda la superficie del calvero, al igual que chispeantes y mágicas burbujas, los que se habían reunido para conformar la poderosa figura del Mensajero Solitario resultaron disueltos ahora en un proceso fulminante. Para ser precisos, no toda la indescifrable constitución corporal del enviado quedó aniquilada. Entre la bruma rojiza y los rutilantes granos, siempre en ascenso hacia quién sabe dónde, Gloria y Sinuhé observaron cómo los rasgados ojos seguían fijos en el mismo lugar. La intensa luz blanca que fluía de ellos no se había extinguido. Muy al contrario, empezó a propagarse, perforando la niebla como los brazos de un faro marino. Y cada uno de aquellos cilindros luminosos fue a bañar a Sinuhé y a la hija de la raza azul. Era como si a la informe masa grana de la bruma que les envolvía le hubieran salido -de pronto-unos ojos infernales...
Los haces, sin embargo, desaparecieron nada más inundar los cuerpos de la pareja. Y al momento, ambos recuperaron la capacidad de movimiento.
Al sentirse libre, Gloria se precipitó hacia su amigo, refugiándose tras sus espaldas. Y aquellos ojos, inmóviles a tres metros del suelo, fueron haciéndose más pequeños, modificando su primitivo y almendrado perfil por otro circular. Sinuhé asistió entonces a una metamorfosis que terminaría por llenarle de alegría.
Uno de los ojos -el situado a la derecha- aumentó casi instantáneamente de diámetro. El otro, en cambio, no experimentó modificación alguna. Y al momento, recortándose entre la niebla, surgió la negra silueta del disco..-¡Ra! -Sinuhé gritó aquel nombre con todas sus fuerzas. Y aunque su voz no podía ser escuchada, el péndulo correspondió al saludo, apagando sus ojos e iluminando las letras de su cara.
• Ra..., ¡por Dios! -inquirió el investigador- ¿Qué es todo esto?

¿Quién es Solonia? ¿Qué debemos hacer?
Pero el disco, con su proverbial indiferencia, parecía pendiente de otro asunto. Y lentamente se desplazó hasta situarse sobre las cabezas de la confusa pareja. A su paso, la niebla se agitó nerviosamente, doblegándose. Al instante, de los ojos de Ra surgieron los familiares chorros de círculos celestes que fueron a abrazar las manos de la hija de la raza azul. Y con extrema delicadeza, cada uno de los flujos luminosos fue separando dichas manos de los hombros de Sinuhé. Gloria, aterrorizada, pidió ayuda a su amigo. Pero éste, consciente de que Ra no les causaría el menor daño, trató de apaciguar su pánico.
• No temas. Se llama Ra y es un viejo amigo...
Gloria, al filo del paroxismo, levantó el rostro hacia aquella cosa discoidal y, en un arrebato, intentó bajar los brazos y liberarse de los etéreos aros azules. Pero, a pesar de sus convulsiones, las manos -invisiblemente maniatadas por unos círculos que ni siquiera rozaban su piel- no llegaron a moverse. Ra, sin prisa, dejó que la hija de la raza azul se agitara hasta el agotamiento. Sus brazos luminosos, impasibles ante la excitación de la mujer, no cedieron un ápice. Y Sinuhé, sin poder comprender las intenciones del disco, sólo acertó a pedir calma a su compañera.
Cuando, al fin, la hija de la raza azul cedió en su inútil empeño por librarse de la sólida sujeción de los anillos de Ra, éste, pausadamente -como si no deseara lastimar sus muñecas-, hizo girar los círculos celestes que rodeaban las manos. Y ambas palmas quedaron unidas y mirando hacia el disco, que seguía estático a poco más de un metro sobre sus cabezas y semioculto entre la bruma rojiza. Aquella nueva posición de las manos de Gloria -de ofrecimiento o quizá esperando recoger algo-, hizo recordar a su compañero la última comunicación de Agurno: ...Y tú, hija de la raza azul, dispónte a recibir tu verdadero nombre..¿Qué intentaba Ra? ¿Es que Gloria tenía otro nombre?
Sinuhé acertaría esta vez. De pronto, sobre las palmas temblorosas de Gloria se hizo una luz vivísima, tan intensa que ambos tuvieron que cerrar los ojos.
El miembro de la Logia secreta fue el primero en abrirlos de nuevo. Y lo que vio le llenó de asombro. Aquella especie de nubecilla radiante había desaparecido y, en su lugar, a escasos centímetros sobre las palmas, los círculos azules proyectados por Ra sostenían una magnífica corona... ¿0 no era una corona? Sinuhé, maravillado, concentró su vista en aquello, descubriendo que, en efecto, se trataba de algo parecido a una corona pero formada por letras... Unos caracteres relativamente grandes -de unos cinco centímetros de altura cada uno- y construidos o fabricados en un metal dorado y sin mácula. Tímidamente, la hija de la raza azul fue despegando sus párpados y, aunque semiabiertos, sus ojos no tardaron en distinguir el purísimo color oro de las letras que sustentaba el amigo de Sinuhé. Igualmente perpleja y al sentirse libre de los anillos, Gloria bajó los brazos. Pero, desobedeciendo su primer impulso -el de huir-, permaneció frente a la corona, cautivada por el enigma de aquellas letras. Al leerlas, algo en lo más íntimo de su ser se tambaleó.
• Sí, no cabe duda -manifestó Sinuhé, dirigiéndose a su amiga-.
Éste tiene que ser el nombre del que habló Agurno... Tu verdadero nombre.
Gloria desvió su mirada hacia Ra y, por último, buscó alguna explicación en el rostro de Sinuhé.
• ¿Mi verdadero nombre? -exclamó al fin, con incredulidad-.
¿Quieres decir que éste es mi nombre... cósmico?
Su compañero asintió con la cabeza. Ambos, desde mucho tiempo atrás, tenían conocimiento de que sus nombres y los usados por todos los seres humanos durante su estancia carnal en el mundo no son los auténticos. El verdadero -que recibe en todas las escuelas esotéricas la designación de nombre cósmico-es generalmente ignorado por los hombres y mujeres. Y tanto Gloria como Sinuhé sabían también que los pocos que llegan a recibirlo en vida son seres altamente responsables y con un profundo nivel de evolución espiritual. Entre otras razones,.porque esos nombres cósmicos podrían ser utilizados como armas...
Pero, sin querer, estoy apuntando hechos que llegarán más adelante.
...NIETIHW...
Sinuhé, al hallarse frente a la hija de la raza azul, fue el primero en leer aquellas misteriosas letras que formaban la corona.
• ¿Nietihw?... ¿Y qué significa?
El investigador levantó los ojos hacia Ra, esperando alguna explicación. Pero el disco siguió ignorando a su impaciente amigo.
Gloria, al contemplar las letras por detrás, tuvo más dificultades para leerlas. Y al oír en su cerebro la voz de Sinuhé, pronunciando aquel extraño nombre, olvidó momentáneamente la incómoda lectura de los caracteres metálicos, preguntando a su vez:
• ¿Cómo has dicho?
• Nietihw -repitió su amigo, subrayando sus palabras con una mueca de clara incomprensión.
Y el rostro de la hija de la raza azul se iluminó con una sonrisa.
• ¡Nietihw!...

Gloria pronunció aquel nombre con una mezcla de orgullo y veneración. Y sólo en ese instante, cuando su espíritu parecía haber empezado a experimentar una evidente paz, Ra se decidió a dar el siguiente paso.
Inmóvil entre la niebla, el disco fue elevando entonces la corona, hasta situarla sobre la cabeza de Gloria. Ésta, dócilmente, dejó hacer a Ra. Y los magníficos anillos celestes que sujetaban la diadema fueron proyectados con gran solemnidad hacia la hija de la raza azul. Y con una precisión matemática, la corona de letras fue encajada sobre el cráneo. Durante unos segundos, los haces que partían de los ojos del disco se mantuvieron vibrantes, circunvalando el perímetro craneal. Gloria, instintivamente, había cerrado los ojos, y su semblante –sereno e iluminado- alcanzó una singular belleza.
El nombre de NIETIHW ceñía ahora la totalidad de su frente y parte de los largos y sedosos cabellos
dorados..Inexplicablemente -al menos para Sinuhé-, aquellas letras no aparecían soldadas o unidas unas con
otras por estructura o metal algunos. Sin embargo, era evidente que una fuerza invisible las mantenía en
perfecta cohesión. Esa mágica y poderosa ligazón se extendía incluso al resto de la corona, a juzgar por la
pequeña depresión que aparecía en los cabellos de la zona posterior de la cabeza, al igual que si fueran presionados por una corona visible y material.
Sinuhé, testigo de excepción de aquella insólita coronación, no pudo reprimir un cálido sentimiento de alegría y satisfacción.
Sin duda, aquél era un momento importante. Y la emoción del soror habría sido completa si, en aquellos instantes, hubiera caído en la cuenta de que el nombre cósmico que adornaba ya las sienes de su amiga guardaba una íntima relación con otro tema que venía obsesionándole desde hacía años: la Kábala. Pero el natural discurrir de los sucesos que se disponía a vivir terminaría por descubrirle este nuevo secreto...
Aquella serie de fantásticos encuentros y profundas emociones en el calvero del bosque tocaba a su fin. Cuando el nombre cósmico quedó firmemente sujeto a la cabeza de la mujer -a quien desde ahora llamaré Nietihw-, Ra hizo retroceder sus anillos azules hasta que, uno tras otro, fueron replegándose y desapareciendo en el interior de cada uno de los ojos del disco.
Y Sinuhé, atónito, asistió al penúltimo capítulo de lo que, evidentemente, no era otra cosa que la preparación para la gran misión de búsqueda de los archivos secretos de IURANCHA.
Al extinguirse las columnas de aros celestes, una de las letras de la diadema -la H-perdió súbitamente su brillo dorado, haciéndose transparente. Acto seguido, la solitaria letra se esfumó. Pero Sinuhé no tuvo ocasión de bajar la mirada, convencido en un primer momento de que la «H» quizá había resbalado hasta la arena del claro. Antes de que pudiera hacerlo, el cuerpo de Nietihw se estremeció. Y de su piel emanaron millones de finísimos rayos blancos, pero sin lustre o resplandor algunos. Tenían el color de la nieve y, en lugar de propagarse en todas direcciones, se mantuvieron, pulsantes, a una cuarta de la túnica azul y del resto del cuerpo. Nietihw.acusó el extraño fenómeno. Abrió los ojos al máximo y, lanzando un agudo grito, se desplomó, desmayada.
Como relámpagos negros, desde el fondo de la niebla escarlata irrumpieron en el calvero dos seres como los que Sinuhé había visto allí mismo, en el bosque, y detrás del ventanuco de la torre. Y antes de que el cuerpo exánime de la mujer se precipitara sobre la burbujeante arena del claro, cada uno se hizo con un brazo, despegando hacia lo alto y dejando tras de sí remolinos de gránulos luminosos. Fue tan vertiginoso que el perplejo reportero apenas si tuvo tiempo de ver cómo su amiga desaparecía por encima de su cabeza, firmemente sujeta y escoltada a cada lado por aquellas pequeñas criaturas de cuerpos transparentes y enormes cráneos.
En realidad, ni siquiera alcanzó a mover un sólo músculo o a proferir palabra alguna. Nada más perder de vista a Nietihw, el disco lo envolvió en uno de sus haces azules y, a pesar de su oposición, una irresistible fuerza fue cerrando sus ojos y sumiéndole en un negro y profundo sueño...