CAPITULO TRES - Seth asiste a una sesión: Un "nuevo" juego de dedos

Una sesión espiritista experimental fue la siguiente en la lista de ex­perimentos para mi libro. Teníamos una idea sumamente vaga de lo que era una sesión espiritista, pues nunca habíamos asistido a una. Pensábamos, no obstante, que más de dos personas deberían verse in­volucradas, por lo que decidimos pedir a Bill Macdonell que se uniera a nosotros, puesto que él era el único que sabía de nuestros experimen­tos. Bill se presentó la noche del 2 de enero de 1964 y, con la anima­ción del momento, yo sugería que los tres hiciéramos una prueba.

Los resultados fueron tan sorprendentes que, en lugar de parafrasear las notas de Rob, voy a incluirlas exactamente como las escribió. Por una razón: él era mejor observador de lo que yo podía ser y la manera en que sus notas estaban escritas, muestra su estado mental, su actitud cuidadosa y precavida, y su postura crítica. Bill Macdonell leyó las notas y estuvo de acuerdo con ellas.

"Comenzamos por tomar asiento ante una mesa pequeña, en nuestra sala de estar. Cubrimos la mesa con un trozo de material oscuro. La cocina tiene comunicación con la sala, por lo que cerramos las per­sianas en ambos cuartos y bajamos las cortinas sobre ellas.

"No sabiendo cómo proceder con exactitud respecto a celebrar una sesión, conectamos un pequeño foco eléctrico rojo, un adorno de Na­vidad. Nuestras paredes son blancas, por lo que podíamos ver bastan­te bien una vez que nos adaptamos a la semioscuridad.

"Pedí a Jane que pusiera su anillo de bodas sobre la mesa. Los tres nos tomamos de las manos alrededor de ella. Sentado calmadamente, con la escasa luz y contemplando la sortija, comprendí que como ob­servador, libre de preocupaciones, podría no tener muchas dificulta­des para ver cualquier cosa que quisiéramos ver.

"En el extremo del anillo apareció un pequeño punto de luz, pero al mover el brazo, descubrí que podría hacer que la luz titilara., apagán­dose y encendiéndose. Era simplemente el reflejo rojo del Poquito, por lo que lo coloqué detrás de las cortinas, donde la luz era difusa. Nada ocurrió cuando de nuevo dirigirnos la vista al anillo. Yo empecé a ha­cer preguntas en voz alta, de una manera fortuita, mas no las dirigí a Sed.

"Luego, de pronto, Jane anunció con una voz clara y firme: 'Vigila la mano'. Era más bien una orden y entonces supe que Seth estaba con nosotros. Jane sintió que su mano se iba enfriando poco a poco. Para mi alivio, Seth, a través de la voz de Jane, describió en detalle cada efecto que siguió, de modo que, según dijo, no hubiera duda respecto a lo que ocurriría.

"Empezó por decirnos que contempláramos el pulgar de Jane. La punta del dedo empezó a brillar y parecía ser que la carne fluía con una luz blanca y suave. No hubo ningún efecto radiante, sino que me­ramente varió el color de la carne misma. Puesto que la mano se en­contraba en la oscuridad, no había posibilidad de malinterpretar el cambio.

"El brillo se extendió a lo largo de todo el pulgar, hasta el monte de carne en su base, junto a la palma. 'Contempla cómo desaparece el monte', dijo Seth, con más que una ligera satisfacción. '¿Ves el cambio de color y las sombras en la palma? Si quieres una demostración, en­tonces la tendrás, aunque parece tonto... Y ahora la muñeca. ¿Ves cómo se engrosó y se pone blanca,?'

"La muñeca de Jane en verdad se engrosó. Se hallaba sentada con la mano izquierda oprimida sobre la mesa. Usaba un suéter negro, con las mangas remangadas y la luz blanca y fría se extendía sobre la muñeca .que se hacía más gruesa, hasta el antebrazo y el suéter.

"Luego la mano comenzó a cambiar sus proporciones generales y adquiría una forma de garra. Yo tuve la molesta impresión de la garra de un animal. Los dedos de Jane, normalmente largos y gráciles, se habían encogido para convertirse en apéndices cerdosos, según me pa­reció. El brillo cundió por las palmas, eliminando las sombras que normalmente se debían ver allí, por lo que no parecía que los dedos es­tuvieran meramente doblados

"Lentamente, la mano recuperó su forma normal. Jane estaba sen­tada con las palmas hacia Arriba. Ahora Seth realmente se extendió. Los dedos comenzaron a hacerse más largos y a blanquearse. Luego, un segundo juego de dedos empezó a elevarse sobre los propios dedos de Jane. Ahora podría haber sido sumamente fácil para Jane doblar sus dedos en esta posición, pero aquí nosotros tres vimos el segundo con­junto crecer y hacerse más largos y blancos. Además, este segundo juego tenía las uñas en la parte superior. Si hubieran sido los dedos propios de Jane, las uñas hubieran estado volteadas sobre la mesa e invisibles.

"Para ser un primer intento, lo estoy haciendo primorosamente' dijo Seth '¿Qué piensas de esto? .Echa una buena mirada'. Durante algunos minutos estudiamos el efecto que se hallaba frente a nosotros. Para mí los dedos extra, doblados tan grotescamente, me parecían ce­rosos, casi húmedos, como sí apenas recientemente se hubieran mol­deado. Jane no pareció estar tan atemorizada. Luego, gradualmente, el juego extra de dedos desapareció.

'Ahora la mano cambia de nuevo --indicó Seth-. Se convierte en grasa aplastada. Frank Withers tenía una mano como esa, exacta­mente como esa. Frank Withers era un bobalicón' dijo con gran satis­facción, aun cuando Frank fue, de acuerdo con Seth, un fragmento de personalidad de su propia entidad.

"La mano se puso aplastada y regordeta por un momento. Luego, recuperó su forma de garra. 'Ahora -me dijo Seth a mí-, muy cuida­dosamente extiende los dedos y toca la mano. Quiero que la toques, a fin de que puedas sentir cómo es'. Con mucho cuidado coloqué las puntas de mis dedos sobre la palma de Jane. Aquella como garra se sentía muy fría, húmeda y viscosa y la piel tenía una sensación grumosa a la que yo no estaba acostumbrado, en la mano de Jane.

"Seth hizo que esta luz interna fría bañara la muñeca y la palma de la mano de Jane, hasta un grado todavía más notable. En la unión de la mano y la muñeca, la carne creció hasta convertirse en un bulto se­mejante a un huevo. El aspecto blanco inundó el brazo de Jane, hasta el suéter y se escurrió hasta sus dedos, hasta que toda semblanza de sombra hubo desaparecido del brazo y la palma. Luego, para poner fin a esta parte de la demostración, Seth hizo que Jane colocara las manos, una junto a la otra sobre la mesa, de modo que pudiéramos ver con claridad la diferencia entre las dos. Gradualmente, el ruano retornó a lo normal y Seth nos ordenó que tornáramos un periodo de descanso.

"Después del descanso, Seth nos dijo que cerráramos la puerta que da al baño. El lado de la puerta que da a la sala tiene un espejo de gran tamaño y Seth nos dijo que nos miráramos en él. Puesto que el espejo es alto y delgado, tuvimos que colocarnos muy juntos en los tres lados de la pequeña mesa, con objeto de que pudiéramos ver nuestros refle­jos. Jane estaba sentada en medio. Sus labios se hallaban muy cerca de mi oído mientras hablaba. Yo podía oír y sentir el aliento de cada una de sus sílabas y cada respiración que tomaba. Su voz bajó de volumen considerablemente y en verdad tuve la sensación de que ella en reali­dad estaba hablando por alguna otra persona (más que por una perso­nalidad subconsciente que simplemente se llamaba Seth, por ejemplo).

"Ahora los tres miren su reflejo claramente en el espejo, exacta­mente como deberían hacerlo. Estén pendientes, porque cambiaré la imagen de Jane y la reemplazaré con otra' dijo Seth; y la imagen de Jane comenzó a cambiar. Su cabeza cayó un poco más abajo y, al mis­mo tiempo, varió la forma de su cráneo, su cabello se hizo más corto y se alisó sobre ella hasta que se estrechó más. Los hombros de la ima­gen en el espejo se concorvaron y se hicieron más estrechos. Luego, la cabeza en el espejo se inclinó y miró hacia abajo, mientras la misma Jane se sentaba con la cabeza erecta, mirando directamente hacia el espejo.

"Más tarde Jane confesó que esto le produjo un choque mucho mayor que cualquier otra cosa. Yo la miré primero a ella junto a mí y luego en el espejo. No había duda respecto a la diferencia que había entre las dos. Asimismo, vi una sombra que circundaba la imagen del espejo. Al mismo tiempo, tuve la sensación de que el rostro colgaba hacia ade­lante del cuerpo. La cabeza del espejo pareció hacerse más pequeña y detecté un tenue brillo a su derredor mientras colgaba en el espacio, aparentemente entre el reflejo del espejo y los tres de nosotros.

"Asimismo, fue obvio que la imagen del espejo estaba sentada varios centímetros más abajo de donde estaba Jane; y de vez en cuando, la misteriosa cabeza se inclinaba y luego colgaba delante del cuerpo." Fin de las notas de Rob.

Durante la sesión, yo no me había sentido ni un poco nerviosa o ate­morizada. Sin embargo, ya al final sentí un profundo choque, al ver tal diferencia entre la imagen en el espejo y yo misma. Creo que mo­mentáneamente temí verme realmente así. Después de todo, esa es una reacción completamente normal: por lo regular, cuando uno se ve en el espejo, éste nos presenta una fiel reproducción y ninguna mujer va a sentirse muy contenta de ver una aparición espectral que la mira fijamente.

Cuando Seth se hizo cargo de las cosas, su confianza hizo que desa­parecieran todas las otras ideas y dudas de mi cabeza. No obstante, todo el tiempo mantuve los ojos bien abiertos. Pude así examinar las diferencias entre mis manos, por ejemplo y ver el otro conjunto de dedos y el brillo blanco que se extendía hasta el borde de mi suéter arremangado. Parecía que, cuando Seth hablaba, producía un leve chasquido y desaparecía y, no obstante, un tremendo sentido de ener­gía me invadía cuando él lo hacía. Excepto por la imagen del espejo al final, nada me molestaba en lo absoluto.

Pero tan pronto como terminó la sesión, yo me sentí totalmente sobrecogida. En vez de estar animada por la parte de Seth en los aconte­cimientos, estábamos desquiciados. Todos sabíamos lo que habíamos visto. Rob incluso había tocado la mano en un momento y Seth nos había ofrecido muchas ocasiones de comprobar los efectos conforme ocurrían. No podíamos aceptar la evidencia de nuestros sentidos, ni podíamos realmente negar una evidencia tan obvia. Aun cuando está­bamos tratando de experimentar para el libro, pensamos que las se­siones eran una locura, algo nada respetable. No queríamos que Seth estuviera involucrado y específicamente habíamos decidido con firme­za no preguntarle.

Mi escepticismo intelectual se suscitó simplemente debido a que esta experiencia había tenido tanto éxito. Argüíamos una y otra vez sobre si la sugestión podría o no haber sido responsable; pero sabíamos que esto no podía explicar ni la mitad de lo que había ocurrido. Difícil­mente podría explicar la característica de grumos que Rob había sentí­do en mi mano o el segundo juego de dedos, aun cuando decidimos que podría quizás haber explicado la extraña imagen en el espejo.

La verdad es que, por vez primera en nuestras vidas, nos encontra­mos nosotros mismos experimentando sucesos que no podíamos expli­car y dudando de la evidencia de nuestros sentidos: algo incómodo para cualquiera. Todo el asunto ejerció tal efecto sobre nosotros, que decidimos que no trataríamos de repetir ese tipo de sesión de nuevo durante tres años. (Como verá el lector, sin embargo, Seth se presentó en forma de aparición en la sesión No. 68.) De ahí en adelante, siempre mantuvimos las luces encendidas, para verificar con más facilidad cuales­quier efectos que pudieran presentarse.

El trabajo posterior me ha convencido que los fenómenos psíquicos no se aparecen simplemente porque queremos que lo hagan o como re­sultado de la sugestión por sí sola. Otros efectos posteriores tuvieron lugar en plena luz. Durante algunas de mis clases de PES, por ejemplo. La aparición de Seth también tuvo lugar a plena luz. Asimismo, desde entonces he conocido incidentes adicionales, cuando grupos de perso­nas sumamente susceptibles a la sugestión y con poco sentido crítico, se han congregado en salones oscuros, esperando todo tipo de apari­ciones. . . y nada ocurrió en lo absoluto.

Creo que tanto Rob como yo nos disgustamos al vernos forzados de pronto a encarar temas que no estábamos listos para enfrentar. Todo estaba ocurriendo con gran rapidez. No había pasado un mes desde que empezamos con la tabla ouija. Nuestras ideas de lo que era po­sible, se estaban convirtiendo en algo de locura. Decidimos celebrar otra sesión, para ver lo que Seth tenía que decir respecto a este asunto y nuevamente consideramos la conveniencia de poner término a los ex­perimentos, libro o no libro. No obstante, difícilmente podíamos cul­par a Seth, puesto que la sesión había sido nuestra idea desde un prin­cipio. Yo tenía que escribir los resultados de la sesión para uno de los primeros capítulos y difícilmente sabía cómo proceder.

La siguiente noche celebramos lo que pensábamos que podría ser nuestra última sesión. Al terminar ésta supimos que estábamos com­prometidos y, para nosotros, esta sesión realmente marca el principio del Material de Seth, el fin de los datos preliminares.

Por primera vez Seth realmente "se presentó" como otra personali­dad definida riendo y bromeando. Rob simplemente no podía creer que él estuviera hablándome a mí en términos ordinarios. Pero, más que esto, el largo monólogo de Seth sobre la índole de la realidad, nos cauti­vó e intrigó. No teníamos idea que se trataba de una explicación suma­mente simplificada y astutamente eslabonada para nuestro nivel de entendimiento, en ese momento. No obstante, produjo en nosotros una tremenda impresión.

Durante aproximadamente tres horas, yo hablé por Seth, recorrien­do el salón de un lado a otro, bromeando, haciendo pausas de vez en cuando, a fin de que Rob se pusiera al corriente en sus notas y entre­gando este monólogo al tiempo que usaba gestos, expresiones faciales y verbales e inflexiones, enteramente diferentes a las mías propias. Hablé constante y continuamente sin titubeo alguno, desglosando un material -filosófico serio con comentarios joviales, de manera muy semejante a como lo hace un profesor en un pequeño seminario. La sesión desper­tó así nuestra curiosidad intelectual e intuitiva, tanto que todo pensa­miento de descontinuar se fue por la ventana.

"Supongamos una red de alambres, un laberinto de cables que se entrelazan y están construidos de manera tan interminable, que el ver a través de ellos parecería no tener ni principio ni fin. Tu plano podría semejarse con un pequeño espacio entre cuatro alambres sumamente enmarañados; y mi plano podría semejarse a un pequeño espacio en los alambres vecinos, en el otro lado. No sólo nos encontramos en lados diferentes de los mismos alambres, sino que, al mismo tiempo, esta­mos arriba o abajo, según tu punto de vista. Y si piensas en los alam­bres como formando cubos (y esto va para ti, Joseph, por tu amor a las imágenes), entonces los cubos podrían también encajar uno dentro del otro, sin perturbar a los habitantes de cualquier cubo ni una pizca. Y estos cubos se encuentran dentro de otros cubos y yo estoy hablando ahora sólo de la pequeña parte de espacio formada por tu plano y el mío.

"Piensa nuevamente en términos de tu plano, ilimitado por el en­marañado conjunto de alambres y mi plano, en el otro lado. Ésos, como ya dije, poseen ilimitada solidaridad y profundidad; no obstan­te, para un lado el otro es transparente. Tú no puedes ver a través de ellos; pero los dos planos se mueven constantemente, uno a través del otro. Espero que veas lo que he hecho aquí: he iniciado la idea del mo­vimiento, pues la verdadera transparencia no es la habilidad de ver a través, sino de moverse a través.

"Esto es lo que quiero significar por quinta dimensión. Ahora, haz a un lado la estructura de alambres y cubos. Las cosas se comportan como si los alambres y los cubos existieran; mas éstas eran únicamente la construcción necesaria para aquellos que están en mi plano... Cons­truimos imágenes consistentes con los sentidos que tenemos. Mera­mente construimos líneas imaginarias sobre las cuales caminar.

"Tan reales son las construcciones de muros de tu cuarto, que en in­vierno te congelarías sin ellos. No obstante, no existe tal salón ni tam­poco hay paredes. Así pues, de una manera similar, los alambres que construimos son reales, aun cuando no existen alambres. Las paredes de tu cuarto son transparentes para mí, aun cuando no estoy seguro de que actuaría, queridos Joseph y Ruburt, para una demostración en una fiesta.

"No obstante, esas paredes son transparentes y también lo son los alambres; pero, para propósitos prácticos, debemos comportarnos como si ambos estuvieran allí... Además, si analizas nuestro laberinto de alambres, te pediré que imagines que llenas todo lo que es, con tu plano y mi plano como dos pequeños nidos de pájaro en un tejido semejante a nicho en algún árbol gigantesco...

"Piensa que estos alambres son móviles, que constantemente tiem­blan y también están vivos en que no sólo portan el material del uni­verso, sino que a la vez son ellos mismos proyecciones de él; y verás cuan difícil de explicar es esto. Tampoco puedo culparte por sentirte cansado, cuando después de pedirte que te imaginaras esta extraña estructura, insisto luego que la destruyas, puesto que no es más vista o tocada de lo que es el zumbido de un millón de invisibles abejas."

Fue en esta sesión cuando Seth sugirió que celebráramos sesiones dos veces por semana, diciendo que un programa establecido era mucho mejor que la actividad esporádica. Y prosiguió: "En uno u otro momento, todos nosotros en mi plano imparten tales lecciones; pero los nexos psíquicos entre maestro y discípulos son necesarios, lo que signi­fica que debemos aguardar hasta que las personalidades en tu plano hayan progresado lo suficiente para dar inicio a las lecciones. Estas lecciones son después conducidas con aquellos psíquicamente ligados a nosotros.

"Lo que tú llamas emociones o sentimiento, es la conexión entre nosotros y es tal conexión la que con más claridad representa la fuerza de vida en cualquier plano, bajo cualquier circunstancia. Con ella está tejido todo el material en tu mundo y el mío."

Una vez que terminó de impartir el material anterior, Seth permane­ció un rato por allí, como si quisiera enfatizar un periodo social informal. Invitó a preguntar, con frecuencia hacía gestos y pausas frente a Rob, mirándolo directamente a través de mis ojos abiertos (pero no como los de Jane),

`*No hay nada malo y quizás mucho bueno, que pueda ganarse -dijo--, en tratar de efectuar cualesquier experimentos que tú quieras hacer por ti mismo. Llámalo tarea en casa, si gustas. Quizás hasta llegue yo a darte una Estrella de Oro aunque, si te conozco bien probablemente insistirás en que sea el maestro quien dé la proverbial manzana a los alumnos, en vez de todo lo contrario."

Luego, con fuertes acentos humorísticos, habló respecto a la tabla ouija que todavía usábamos para abrir y cerrar las sesiones. "Es una cuestión de formalidad en que ella renueva el contacto de una manera familiar y, asimismo, siempre me ha gustado la formalidad, hasta cierto punto. La tabla nos da un momento de respiro y es un método para decir buenos días o buenas noches o tocarnos el sombrero. Soy tam­bién de la opinión que el pequeño ritual tiende a enfatizar datos en la mente y establecerse con ventaja, de la misma manera que la buena co­cina está hecha por finos platillos... Al final de una sesión resultaría más cordial posar tus manos brevemente en la tabla. Tienes suerte que no te pida usar traje y corbata."

Al oír esto Rob lanzó una carcajada y lo mismo hice yo cuando éste me leyó las notas. Nos sentíamos fascinados por el monólogo sobre la quinta dimensión que, incidentalmente, fue mucho más largo de lo que aquí se extracta. La personalidad de Seth impactó a Rob a tal grado que, por lo menos él, estaba convencido que Seth era una personalidad por completo independiente. Por supuesto, me conoce tan perfecta­mente, casi en cualquier modalidad, que se encuentra en excelente po­sición para juzgar las diferencias y similitudes entre mi personalidad y la de Seth.

Después de hacer que Rob describiera la sesión y después de leer las notas, mi actitud fue de simple asombro. Rob y yo somos bastante in­formales y nuestros amigos también lo son. Los hombres no suelen usar sombrero y trajes completos, por ejemplo, sino pantalones de mezclilla y camisas o suéteres. Así pues, encontré a Seth delicioso, quienquiera o cualquier cosa que fuera. ¿A quién otro que conociéra­mos, era tan de la "vieja escuela" que hasta hablara de tocarse el som­brero o se refiriera a la comida como "buena cocina"? De cualquier modo, no daba una impresión atemorizante y el monólogo quintadi­mensional, era en verdad provocativo.

No obstante, yo estaba aprendiendo ya a estudiar mi propia con­ducta psicológica y la cuestión de la realidad independiente de Seth entró más y más en mi mente. Puesto que, en cierta manera, me había "convertido' en Seth, nunca me siento capacitada para verme a mí misma como Seth en la forma que lo puede hacer Rob o que lo pueden hacer mis estudiantes en una sesión de clase; pero se que él produce una definida impresión en otros. ¿Quién o qué era él? Constantemente preguntaba a Rob. ¿Cómo me veía yo? ¿Cómo sabía que era alguna otra persona la que hablaba? ¿Qué había sobre Seth que le conven­ciera tanto que éste era algo más que una parte disasociada de mi pro­pio subconsciente?

Lejos de ponerme a buscar a Seth en cada rincón, resguardé mi in­tegridad mental con toda la determinación de mi naturaleza. Luego me sentí tonta, porque Seth nunca hizo absolutamente ningún intento de "invadir" mi día de trabajo normal. Lo que es peor, pensaba que se sentía divertido, aunque era muy comprensivo, y pensaba que mis esfuerzos, si bien básicamente innecesarios, eran todavía importantes para mi paz mental.

No obstante, nunca me di cuenta de los nuevos progresos, hasta que en realidad ocurrían espontáneamente y, en ocasiones, para mi propia sorpresa. Si pensábamos que Seth "aparecía" como él mismo en las últimas sesiones, teníamos mucho que aprender en la siguiente, cuando de pronto surgió la voz propia y más poderosa de Seth.

La primera sesión con Frank Withers había tenido lugar el 2 de di­ciembre de 1963. En la decimocuarta sesión, el 8 de enero, yo estaba lista para hablar por Seth, con tonos profundamente masculinos y todo lo demás. En verdad, habíamos recorrido mucho camino en tan poco tiempo como un mes. Fuera de toda duda, aquellos aproximadamente treinta días estuvieron llenos de una actividad psicológica, excitación y especulación más intensa, de lo que hasta entonces habíamos encon­trado. Pasarían cuando menos tres años, mucho después de que apa­reció mi libro, antes de que siquiera empezara a entender lo que había ocurrido.

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