CAPÍTULO SEIS - Seth conoce a un psicólogo

Decir que mi editor estuvo sorprendido por los primeros ocho capí­tulos de mi libro sobre PES, es expresar las cosas de una manera muy suave. Había tenido tratos conmigo antes y me conocía lo suficiente­mente bien para estar personalmente interesado. Me escribía cartas muy entusiastas, pero también estaba preocupado por el libro tal como estaba presentado. Mis experiencias probaron que yo había sido mé­dium durante muchísimo tiempo, sin darme cuenta, dijo y esto podría invalidar la premisa del libro: que los experimentos funcionaran para cualquiera, hasta cierto punto, fueran cuales fuesen sus antecedentes psíquicos.

---Pero los experimentos despertaron mis aptitudes -protesté a Rob-. Eso prueba el punto, ¿no es así? Yo nunca había tenido experiencias psíquicas anteriormente.

-No me lo digas a mí; díselo al editor -me contestó Rob-. Por ningún motivo puedo entender por qué el surgimiento de Seth no hace que sea un mejor libro de lo que de otro modo sería.

Como resultaron las cosas, era la parte de Seth en el libro la que mo­lestaba al editor. Si yo redujera la importancia de Seth y me concen­trara en los otros experimentos que también estaban resultando con éxito, entonces el libro tendría una magnífica oportunidad, me advir­tió el editor. Los otros experimentos incluían predicciones diarias y el recuerdo de sueños; y nuestro trabajo sobre los sueños y su recuerdo, ya habían demostrado para nosotros la validez de los sueños premoni­torios.

Rob y yo estábamos practicando con predicciones; éstas nos toma­ban unos cuantos momentos diariamente. Aclarábamos nuestra mente de todo pensamiento objetivo y asentábamos cualquier cosa que nos llegara a la cabeza, tratando de predecir los acontecimientos del día.

El truco estaba en dar al yo intuitivo completa libertad y no pretender racionalizar. Los resultados nos sorprendieron y nos convencieron de que la mayoría de las personas tienen más conocimientos del futuro, de lo que comprenden. Entre otras cosas, descubrimos que a menudo podríamos prever fragmentos de un acontecimiento.

Estoy segura que la mayoría de nosotros reacciona antes de tiempo a ciertos sucesos , más adelante en este libro, tendré más que decir respecto a esto. Puesto que en todos estos experimentos Seth nos esta­ba ayudando mediante auténticas sugerencias y explicaciones respecto a cómo percibimos tal información, simplemente no podría minimizar su importancia, por la sola razón de lograr que se publicara el libro sobre PES. Para nosotros, Seth y el Material de Seth, estaban haciendo posible todo lo demás.

Finalmente, aun cuando el editor estaba en pro del libro, su publi­cista lo desechó. Yo realmente me sentí desilusionada por perder la venta. Como resultado, me puse a jugar sobre la idea de publicar algu­nas de las ideas de Seth como si fueran mías, ocultando su origen. No obstante, esto me pareció deshonesto y me decidí por no hacerlo. Ade­más, pensé que el mismo hecho de las sesiones era psicológicamente fascinante y suscitaba preguntas que eran contestadas en el material mismo. Así pues, envié mis primeros ocho capítulos a otra firma, de­tuve el trabajo sobre el libro durante alrededor de un año y dediqué todo mi tiempo de trabajo a cuentos cortos, que se publicaron en varias revistas nacionales.

Mientras tanto, decidimos escribir a alguna otra persona que estu­viera en este campo. Así pues, nos dirigimos al Dr. Karlis Osis, de la Sociedad Psíquica Norteamericana, quien seguramente tenía experien­cia con casos semejantes a los nuestros. En tal virtud, en marzo de 1964 le escribimos una carta. Pronto nos contestó, solicitando el envío de la trascripción de algunas sesiones como muestra y sugiriendo que Seth describiera clarividentemente su oficina en Nueva York. En reali­dad no sabía yo qué esperar del Dr. Osis; pero estoy totalmente segura que no estaba lista para ver lo que Seth podría o no hacer. Seth se ofreció a llevar a cabo el experimento, pero yo me eché para atrás. No sé si tenía más temor de que Seth pudiera o no seguir hasta el fin.

-Es el momento de hacerlo o de terminar. A eso equivale esta prueba -dije con lágrimas a Rob-. ¡Si todo esto no es sino un montón de basura, entonces tratemos de ver a ti o a Seth atravesar las paredes!

-Pero Seth dijo que lo haría -hizo ver Rob bastante razonablemente.

No obstante, ni siquiera a Rob podía yo expresar mis temores. ¿Su­pongamos que Seth no pudiera? ¿No significaría eso que todo lo de­más era una especie de fraude subconsciente? ¿Por qué había convenido Seth, cuando lo supo, quienquiera que él fuera, que yo estaba suma­mente atemorizada?

-Tienes miedo de poner a prueba todo esto -dijo Rob-. Pero eso está perfectamente en esta etapa del juego. Yo preferiría que no hi­cieras mucha presión.

-Yo puedo cometer errores y eso está bien -dije, tratando de ex­plicarme-. Pero supongamos que Seth los comete también. Suponga­mos que trata de hacer lo que se le pide y fracasa.

-¿Se supone que es omnipotente? -preguntó Rob con una mueca.

-No, claro está que no -repuse-. Pero seguramente sería de gran ayuda si lo fuera.

De cualquier manera, entré en otra etapa de incapacidad. Todavía no estaba yo en lo absoluto segura de creer en la supervivencia de la personalidad después de la muerte y, si no sobreviviéramos, entonces ¿de quién estaba yo recibiendo estos mensajes? ¿De mi subconsciente? Si bien usaba esta explicación como un chivo expiatorio en ocasiones, realmente yo tampoco lo creía: mi subconsciente se estaba expresando lo suficiente en mis cuentos cortos y poesías, sin adoptar las caracterís­ticas de otra personalidad. ¿Una personalidad secundaria? Quizás; pero Seth no encajaba en el cuadro de ninguna de las historias de casos que habíamos leído, ni yo tampoco.

Si bien yo titubeaba en intentar el experimento, Rob remitió al Dr. Osis más material. El Dr. Osis contestó que no estaba interesado en el material en sí, puesto que no se encontraba dentro de su campo de psico­logía empírica y pedía que no se le enviara más, a menos que contuviera informes sobre demostraciones claras de PES. Aun cuando expresaba interés en "poner a prueba" a Seth en lo tocante a PES y nuevamente sugería que intentáramos el experimento de clarividencia, yo me sentí desquiciada por la carta. Así pues, me sentí muy disgustada: si no ex­presaba interés por el material, que yo consideraba magnífico, ¡enton­ces deberíamos simplemente buscar a alguna otra persona que viera a través de las paredes!

Recuérdese que esto tenía lugar el mes de marzo de 1964. Las sesiones apenas comenzaron en el mes de diciembre anterior y habíamos tenido muy pocos casos de PES en las sesiones, a excepción de los efectos físi­cos que alternadamente me intrigaban y me atemorizaban.

Aparentemente no estaba aún lista para someter a Seth o a mí mis­ma a cualquier tipo de prueba. Temía yo que la reclamación de Seth a la clarividencia, podría ser un alarde inconsciente, bien fuera, suyo o mío, y no sabía si yo contaba con el coraje suficiente para aceptar o no dicho alarde. Y ¿supongamos que no era nada más, un alarde? No es­taba yo lista para enfrentarme a esto tampoco. No me había puesto todavía de acuerdo con mis experimentos. Pensaba en "probar" a Seth de una manera sumamente rígida y no comprometedora. Seth tenía que tener razón o estar equivocado. La idea de errar o acertar en investigaciones de PES, me era desconocida. Poca noción tenía yo de la mecánica interna que involucraba ser médium y, con toda probabi­lidad, mi actitud bloqueaba efectivamente cualesquier demostraciones convincentes en aquel entonces.

Me disgustaba muchísimo que el Dr. Osis buscara señales o mara­villas (así interpretaba entonces su carta). No obstante, sabía que yo iba a demandar lo mismo cuando tuviera la suficiente decisión para exponer a Seth o a mí misma al ridículo.

Mientras tanto, estaban ocurriendo cambios en mis estados de tran­ce. Durante el primer año yo me paseaba por el cuarto continuamente, mientras hablaba por Seth. Mis ojos se mantenían abiertos, las pupilas dilatadas y mucho más oscuras de lo usual. Pero en la 116` sesión, en diciembre de 1964, me senté y cerré los ojos por vez primera. Con toda prudencia Rob nada dijo, sino hasta que terminó la sesión. Seth nos hizo ver que éste era un procedimiento experimental y no continuaría a menos que yo diera mi pleno consentimiento.

Ahora me parece ridículo que se requirieran 116 sesiones antes de que yo cerrara los ojos y dejara de pasearme por el piso. Para el mo­mento que tuvo lugar este primer cambio en mis estados de trance, yo ya había tenido mis primeras experiencias fuera del cuerpo y, siguiendo las instrucciones de Seth, estaba teniendo experiencias clarividentes durante mis periodos de ejercicio cotidiano. Sin embargo me sentía en control de ellas, mientras que Seth mantenía el control de las sesiones y, para mí, esto hacía la diferencia. Yo estuve de acuerdo con el nuevo procedimiento de trance; pero todavía transcurrió algún tiempo antes de que se convirtiera en la regla, más que en la excepción. No obstan­te, el trance fue más profundo y el material se embarcó en tópicos más complicados. Fue también durante esta época que Seth empezó a qui­tarse mis anteojos antes de empezar a hablar.

(Sería en enero de 1966 que tuviera lugar el siguiente cambio en mi conducta de trance. Después de celebrar sesiones durante un año con mis ojos cerrados, de pronto comencé a abrirlos otra vez, aún cuando el trance era mucho más profundo que antes. Había una alteración su­mamente notable en el patrón muscular y gestos faciales: un cambio total de personalidad. La expresión en los ojos no solamente no era la normal de Jane. Definidamente pertenecía a Seth. Para todos los fines y propósitos, Seth se hallaba cómodamente embargado dentro de mi cuerpo físico. Este también es nuestro procedimiento corriente y apa­rentemente permite a Seth cierta libertad de expresión. A menudo ve directamente a los ojos de Rob, por ejemplo, o de cualquier otra per­sona con quien esté hablando.)

No obstante, en 1964, cuando escribimos al Dr. Osis, el trance no había alcanzado esta profundidad y yo solamente estaba acostumbrán­dome a la idea de permanecer sentada durante las sesiones. Para 1965 el Material de Seth se acumulaba constantemente en nuestras sesiones bisemanales. A principios de año, Frederick Fell me dio un contrato por el libro sobre BES y yo tenía ya una fecha límite para la entrega.

La idea de pruebas sobre PES todavía me atemorizaba, mas pensaba que eran inevitables y necesarias.

En la primavera de 1965, aproximadamente un año después de que escribiéramos al Dr. Osis, Rob se dirigió al Dr. Instream (no es su ver­dadero nombre), que estaba conectado con una universidad estatal en el norte de Nueva York. El Dr. Instream había sido uno de los más prominentes psicólogos de la nación en sus primeros años y había in­vestigado a muchas médiums en el pasado. Si Seth era una personali­dad secundaria, él lo sabría, pensé. Nuevamente incluimos la trascripción de varias sesiones con una carta. El Dr. Instream contestó expresando interés e invitándonos a concurrir al Simposio Nacional sobre hipnosis, que se celebraría en julio de 1965.

Para ahora habíamos experimentado con la hipnosis en algunos ca­sos de regresión de la edad y trabajo sobre reencarnación. En estas ocasiones yo actué como hipnotizador, mientras Rob era el sujeto. Sin embargo, nunca habíamos usado la hipnosis para inducir un trance en sesiones con Seth y, cuando empezaron las sesiones, carecíamos de experiencia con la hipnosis. ¿Quería. el Dr. Instrcam que yo me some­tiera a la hipnosis? No me sentía de ningún modo segara de que acce­diera a dar mi consentimiento. Ahora, después de leer respecto al en­sayo hipnótico a que se sometiera la señora Eileen Garrett, la famosa médium, sé que nunca lo soportaría yo misma. (La autohipnosis es algo muy diferente: en la actualidad la uso para darme sugerencias ge­nerales sobre la buena salud.)

Estábamos encantados ante la perspectiva de conocer al Dr. lnstream pero, con objeto de sufragar el viaje, incluyendo el costo de concurrir al simposio, tendríamos que utilizar nuestro dinero ahorrado para va­caciones. Además de esto, Rob estaba entonces trabajando por las mañanas en el departamento artístico de una compañía local, dedica­da a tarjetas de felicitación y pintando por las tardes. Así pues, tenía­mos que aprovechar nuestro tiempo de vacaciones para hacer el viaje.

Estas fueron las vacaciones más locas y angustiosas que hayamos pasado nunca. En la primera conferencia a la que asistimos, el orador dio una demostración en hipnosis. A excepción de nosotros y unos cuantos estudiantes, al simposio concurrieron psicólogos, médicos y dentistas. El orador era un psicólogo bien conocido por su trabajo en hipnosis. Con una voz baja dijo que, puesto que la mayoría de los que se encontraban entre el auditorio usaban profesionalmente la hipno­sis, deberían saber lo que se sentía al ser hipnotizados ellos mismos. Así pues, empezó.

Rob se hallaba sentado a un lado de mí y el Dr. Instream en el otro. Decidí que no iba a ser hipnotizada, pero bajé los ojos a fin de no ser conspicua. Cuando se hizo claro que la mayoría del auditorio se halla­ba sometida, todos sentados allí y recordándome de alguna manera a pichones con las alas dobladas, continuamente levantaba la vista para ver lo que el Dr. Instream estaba haciendo. Él me devolvía la mirada., mientras Rob sonreía plácidamente y nos vigilaba a ambos.

El Dr. Instream estaba encantado. Más tarde nos hallábamos en un restaurante de la cadena Howard Johnson en Oswego, conversando con el buen doctor, cuando abruptamente sentí por allí a Seth. Nunca habíamos celebrado una sesión lejos de casa. Nerviosamente me puse a, hacer señales (-()u los ojos a Rob y en una ocasión le di un golpecito en la pierna, confiando en no habérselo dado por error al doctor. Fi­nalmente capté el ojo de Rob. Éste recibió el mensaje y se encogió de hombros cómicamente.

-Bueno, no sé cómo decirlo -exclamé-; pero si usted quiere co­nocer a Seth, puede hacerlo en este instante. Está cerca de aquí.

De ningún modo tenía intenciones de celebrar una sesión en un res­taurante Howard Johnson; y tampoco el Dr. Instream. Así pues, nos llevó a su oficina y cerró la puerta.

Celebramos una sesión con Seth, la primera en la que entré y salí de trance con tanta rapidez, que tanto Seth como yo pudimos tomar par­te en una conversación normal.

Después de dar la bienvenida al Dr. Instream, Seth dijo:

"Mi ramo es la educación y mi interés particular es que estas aptitu­des (aparentemente paranormales), de la personalidad humana, sean entendidas e investigadas, puesto que no sólo son naturales, sino inhe­rentes. . . Ciertamente me doy cuenta de las dificultades que se en­contrarán.

"He expresado esto muy a menudo: no soy un espíritu fantasmal, con ojos torcidos, que se materializa a la mitad de la noche. Soy sim­plemente una personalidad inteligente, no sujeta ya a vuestras leyes físicas. . ." y Seth prosiguió hablando respecto a las pruebas de PES que el Dr. Instream había sugerido en una conversación anterior. "Tengo ciertas dificultades con la individual y terca actitud de Ruburt en oca­siones; pero también debemos tornar esto en consideración y así lo ha­remos. . . Con toda seriedad, me esforzaré por hacer lo que pueda, dentro de nuestras circunstancias. Puede contarse con mi coopera­ción. Es innecesario decir que todo esto no podría ocurrir de la noche a la mañana; pero daremos principio. En una sesión regular discutiré lo que puede hacerse. Podemos hacer mucho, pero tampoco es posible demasiado. Sin embargo puesto que entendemos tanto las potenciali­dades como las limitaciones, entonces podemos aprovechar al máximo lo que tenemos."

Pienso que podríamos haber establecido algún tipo de meta. Prime­ro, yo diría algo, luego el Dr. Instream, luego Seth y luego Rob, como una ronda de turnos. Seth llamó al Dr. lnstream por su primer nombre y los dos dieron la impresión de que se trataba de viejos compañeros. Yo estaba un poco intrigada. Después de todo, el Dr. Instream era un caballero distinguido de mayor edad. Rob tomó todas las notas que pudo, garrapateando furiosamente.

Seth manifestó:

"Debe darse cabida a la espontaneidad. Luego puede lograrse el tipo de evidencia que les preocupa. Si nos preocupan exageradamente los efectos, entonces desaparece la espontaneidad. Entra el ego y esta­mos perdidos."

-Exactamente -expresó el Dr. Instream-. Debemos proceder con todo cuidado, sin hacer presión. Yo estoy fuera de mi campo aquí, Seth. La espontaneidad es importante, pero.. .

"Es nuestra puerta de entrada -dijo Seth-. Si mi evidencia es entrar, ello llegará a través de esa puerta..."

-Sí --convino el Dr. Instream-; pero nuestras limitaciones huma­nas. . . nuestra metodología es importante para nosotros aquí, si que­remos que otros escuchen.

"En una sesión regular tomaremos esto en consideración -expresó Seth-. Trabajaremos dentro de ellas (las limitaciones) y veremos lo que podemos hacer. Sería de gran beneficio si tú y otros entendieran que estas limitaciones existen únicamente porque las aceptas."

-Sí, es cierto.

"La personalidad humana no está limitada innatamente. El estado de vigilia, como a menudo he manifestado, es tanto un estado de tran­ce como cualquier otro. Aquí (en las sesiones), meramente variamos el foco de atención a otros canales. Veamos todos los tipos de conciencia como estados de trance. La conciencia es la dirección en la que el yo mira.. .

"Tú y yo tenemos muchos campos de interés común. La personali­dad debe siempre considerarse de una manera elemental, como patro­nes de acción. Cuando intentas alternar entre varios niveles, los cam­bias. Cuando rompes un hueco para descubrir lo que hay dentro, lo arruinas. Existen otras formas de dar la vuelta a esto. No necesitamos un martillo para quebrar el cascarón de un huevo. . . Yo soy lo que se llama un "empollón" mas no necesito un martillo para que me rom­pan" y aquí Seth mostraba una abierta sonrisa.

-Necesitaremos tener algo de introspección sobre esto -dijo el Dr. Instream-. Yo soy humano y necesito aprender. Necesito pruebas.

"Tu actitud tal vez te permita lograr alguna; pero aquellos que po­seen una mente cerrada, no recibirán ninguna evidencia que les sa­tisfaga."

-Si tenemos alguna (evidencia), es difícil negarla; pero debemos llevar acabo una investigación metódica de estas cosas -manifestó el Dr. lnstream.

"Ésta es una de las razones por las que no hemos tendido hacia una atmósfera de sesión espiritista. . . y asimismo, porque en gran parte he evitado despliegues..."

-Nuevamente yo estoy fuera de mi campo. Necesito tiempo para reflexionar en lo que podemos hacer, cuáles son tus ideas.

"Existe una laguna de tiempo cuando preparo la aceptabilidad de Ruburt en estas direcciones -aclaró Seth-; mas no creo que haya di­ficultades."

El Dr. Instream trató a Seth con deferencia, muchísima deferencia, y admito que encontré esto un poco sospechoso en ese momento. No estaba segura yo misma respecto a quién o qué era Seth y la idea cruzó por mi mente más de una vez, que la actitud del doctor era simplemen­te un artificio para ganar mi confianza: la pretensión del psicólogo de que creía en la existencia de la ilusión de su paciente tan incuestiona­blemente como lo hacía el mismo paciente.

Antes de que concluyéramos con esa visita, el Dr. Instream nos dijo extraoficialmente que Seth poseía un "intelecto masivo" y ciertamente no parecía ser una personalidad secundaria. Me animé considerable­mente al declarar que yo parecía gozar de una excelente salud emocio­nal y psicológica.

Por desgracia, también hablamos con otro psicólogo en el simposio, el cual estaba más cerca de mi edad. Nos conocimos durante una de las reuniones informales. Cuando este señor descubrió que no estábamos conectados con la profesión médica de ninguna manera, nos preguntó cuál era nuestro interés en el seminario. En tal virtud, se lo dijimos. Una cosa condujo a otra y a ello siguió una discusión respecto a Seth y posteriormente, ya en nuestra habitación, Rob le mostró algunas de nuestras notas.

Después de hablar con nosotros por menos de una hora, el psicólo­go me aseguró que yo era una esquizofrénica, que usaba las sesiones para dominar a Rob. En algún momento se apoderó de las notas que se encontraban en el buró y se aproximó a mí como un dios justiciero, blandiéndolas furiosamente ante mi cara.

-¿Usted cree que es necesario llevar estos registros, ¿no es así? --demandó.

-Las necesitamos y Rob las toma -me las arreglé para balbucir. - í Ah! ---gritó,         y de veras gritó-. ¡Ése es uno de los principales síntomas!

-Pero Rob es quien toma las notas.

No sirvió de nada. En el momento en que yo trataba de decir algo en mi propia defensa,, clamaba triunfalmente:

—¿Ve usted? ¿Ve usted? Siente la necesidad de defenderse ¿no es así?

Esto ocurrió entre nuestra primera y segunda entrevistas con el Dr. Instream. Mientras tanto, pasearnos alrededor de la desierta pobla­ción junto a la universidad y nos detuvimos una vez para tomar un refresco en un bar, pequeño y caliente. Nunca me había sentido tan embargada por las dudas. El psicólogo había hablado en voz alta y ello vino a exacerbar mis propios temores internos.

-Únicamente habló con nosotros durante treinta minutos, más o menos, querida ---me hizo ver Rob.

-Pero supongamos que tiene razón. Yo no lo sabría esa es la parte más horrible. Ninguno de nosotros lo sabría o querría admitirlo.

—Pero cualquiera que estuviera dañado emocionalmente mostraría síntomas en su vida normal cotidiana.

-Pero las sesiones -exclamé--. Las sesiones que yo creo ofrecen tal aportación... el material que estoy segura que permite introspec­ciones en la naturaleza de la realidad. Supongamos, en vez de ello, que todo esto es nada más un síntoma de desorden mental.

Pasábamos por los edificios de la universidad estatal. i Que ordena­dos se veían! Si sólo la vida fuera tan nítida pensé. Rob todavía trata­ba de confortarme, cuando llegamos a la oficina de? Dr. Instream. ¿Era yo en realidad una de aquellas mujeres dominantes y hablantinas, que usaba toda clase de trucos para dominar a su marido? Dirigí la vista a Rob. Allí estaba él, tranquilo pero perfectamente seguro, "frío" frente a mi "ardor", ni idea de un hombre. Por lo regular soy afecta a hablar; pero ahora cerré la boca y dejé que fuera Rob el que se encargara de llevar la conversación... o traté de dejarlo.

El Dr. Instream nos dijo que la conducta del psicólogo era un ejem­plo de la clase de actitud que tanto afecta a los parapsicólogos. Pero, lo que es más, me aseguró una vez más que no había descubierto tales tendencias de mi parte.

-Ese hombre no tenía experiencia en la práctica de la psicología --aseguró-. Únicamente ha leído en libros de texto casos de esto y aquello.

Luego nos aseguró que, si bien la experiencia fue desafortunada, quizás había sido mejor que la encontráramos al principio del juego. Los psicólogos académicos eran afectos a asumir un punto de vista ne­buloso respecto al médium -dijo-. Yo debería dejar que tales co­mentarios se me resbalaran por la espalda. Debí haberme reído del joven psicólogo y haberle dicho: "bueno, eso lo lleva a uno a conocerse mejor" o algo semejante.

Pero el asunto me molestó. Pasó algún tiempo antes de que yo vol­viera a confiar por completo en mi misma y en mis reacciones. También sentía que no podría ya arrastrar los pies. Tenía que descubrir qué era lo que Seth podía o no hacer.

El Dr. Instream explicó la actitud de los parapsicólogos hacia la prueba de PES y sugirió que Sed tratara de percibir clarividentemente objetos sobre los cuales se estuviera concentrando el doctor. Haríamos esto en cada sesión. A las diez de la noche los lunes y miércoles, el Dr. Instream se concentraría en un objeto en su estudio en la ciudad en que vivía. Al mismo tiempo, Seth daría sus impresiones y cada semana enviaríamos por correo las sesiones al Dr. Instream. Esta vez yo estuve de acuerdo y también lo estuvo Seth.

Luego, a nuestro regreso a casa, Rob tuvo otra idea. Supongamos que intentáramos algo siguiendo la misma línea por nuestra parte. Así pues, al mismo tiempo iniciamos nuestras pruebas con sobres cerra­dos, en las que pedimos a Seth que nos diera sus impresiones sobre el contenido de los sobres, debidamente sellados.

Yo quería descubrir si Seth podía hacer lo que dijo que podía. El Dr. Instream quería tener evidencia científica de la existencia de la cla­rividencia y todos esperábamos poder proporcionarla. i Nosotros fija­mos algunas metas propias! Los meses entre agosto de 1965 y octubre de 1966 tuvieron suficientes triunfos y desilusiones para mantener mi cabeza girando. En el siguiente capítulo trataré sobre ese año tan exci­tante y lleno de incógnitas.

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