El bíblico Libro de Job plantea la cuestión de si
el Hado (el ser afligido hasta el punto de la desesperanza) se
impondría aun en el caso de que la justicia y la piedad de Job le
hubieran destinado a una larga vida.
Un ejemplo destacado de esto no es otro que el del propio Marduk, quien, de todos los Dioses de la antigüedad, estableció un récord de sufrimientos y sinsabores, de desapariciones y reapariciones, de exilios y retornos, de muerte aparente e inesperada resurrección; tantas cosas, de hecho, que cuando se llegó a conocer el panorama completo de los acontecimientos relativos a Marduk tras el descubrimiento de las antiguas inscripciones, los expertos debatieron seriamente durante el cambio de siglo si su historia no sería el prototipo de la historia de Cristo.
(La idea surgió por la estrecha afinidad de Marduk con su padre,
Enki, por una parte, y con su hijo, Nabu, por
otra, creando la impresión de una primitiva Trinidad.)
El relato se conserva en textos escritos primeramente en el original Sumerio, con versiones posteriores en acadio. Los expertos se refieren a las distintas versiones como el relato de El descenso de Inanna al Mundo Inferior, aunque algunos prefieren ver la idea de Mundo Inferior como el Otro Mundo, como los dominios infernales de los muertos. Pero, de hecho, Inanna se dirigió al Mundo Inferior, que era el término geográfico para designar a la parte más meridional de África.
Eran los dominios de su hermana Ereshkigal y de Nergal, su esposo, ya que parece que éste, como hermano de Dumuzi, tenía que hacer las disposiciones para el funeral. Y aunque se le advirtió a Inanna que no fuera allí, ésta decidió hacer el viaje de todos modos.
En otros textos se habla de los siete objetos que Inanna se ponía para su uso durante los viajes en su Barco del Cielo (un casco, unos «pendientes» o una vara de medir, entre ellos), todos firmemente sujetos en su lugar mediante correas. En las esculturas se la representaba con un atuendo similar.
Cuando Inanna llegó a las puertas de la morada de su hermana (siete puertas), el guardián la despojó de todos sus dispositivos de protección, uno por uno. Cuando entró por fin en el salón del trono, Ereshkigal montó en cólera.
Hubo un intercambio de gritos. Según el texto Sumerio, Ereshkigal ordenó que sujetaran a Inanna a «los Ojos de la Muerte» (una especie de rayos mortíferos) para que convirtieran el cuerpo de Inanna en un cadáver; y el cadáver fue colgado de una estaca.
Según una versión
posterior acadia, Ereshkigal ordenó a su chambelán Namtar: «Libera
contra Ishtar las sesenta miserias» (aflicciones de los ojos, el
corazón, la cabeza, los pies, «de todas las partes de ella, contra
todo su cuerpo»), dándole muerte a Ishtar.
A uno de los androides le dio el Alimento de la Vida, y al otro, el Agua de la Vida; y así pertrechados, bajaron a la morada de Ereshkigal para reclamar el cuerpo sin vida de Inanna.
El uso de radiaciones (un Pulsador y un Emisor) para revivir a los muertos se representó en un sello cilíndrico (Fig. 31) en el cual vemos a un paciente, cuyo rostro está cubierto con una máscara, que está siendo tratado con radiaciones. El paciente que estaba siendo revivido (no está claro si era hombre o Dios), y que yacía sobre una losa, estaba rodeado por Hombres Pez, representantes de Enki.
Es una pista que no hay que olvidar, junto con el detalle en el relato de que mientras Enlil y Nannar no pudieron hacer nada por ayudar a Inanna, Enki sí que pudo. Sin embargo, los androides que forjó Enki para hacer volver a Inanna de entre los muertos no eran los médicos/sacerdotes-Hombres Pez que se mostraban en la representación anterior.
No necesitaban ni alimentos ni agua, eran asexuados y no tenían sangre. Quizá se parecían más a las figurillas de los androides mensajeros divinos (Fig. 32).
Y como androides, no les afectaron los mortíferos rayos de Ereshkigal.
Después de resucitar a Inanna/Ishtar, la acompañaron hasta devolverla sana y salva en el Mundo Superior. Estaba esperándola su fiel chambelán, Ninshubur. Inanna tuvo muchas palabras de gratitud para él. Después, se fue a Eridú, a la morada de Enki, «el que le había devuelto a la vida».
Si El descenso de Inanna al Mundo Inferior hubiera sido un drama de pasión, como lo fue el relato de Marduk, no hay duda de que habría mantenido al público en vilo; pues mientras la «muerte» de Marduk no fue en realidad más que un enterramiento bajo sentencia de muerte, y su «resurrección» fue más bien un rescate antes del punto de muerte, Inanna/Ishtar murió realmente, y su resurrección fue un verdadero retorno desde el mundo de los muertos.
Pero si hay alguien entre el
público que esté familiarizado con los matices de la terminología
Sumeria, sabrá desde la mitad del relato que todo iba a terminar
bien... Pues aquel al que Ereshkigal le ordena dar muerte a Inanna
es su chambelán Namtar, no NAM , «Destino», que era inalterable,
sino NAM.TAR, «Hado», que se podía alterar.
Justo entonces ve a un hombre de pie ante Namtar:
Namtaru, la concubina de Namtar, está cerca de ellos.
Monstruosas bestias los
rodean: un dragón-serpiente con manos y pies humanos, una bestia con la cabeza de un
león y cuatro manos
humanas. Están Mukil («Asestador»), parecido a un pájaro, con manos
y pies humanos, y
Nedu
(«El que arroja al suelo»), que tiene la cabeza de un león, las
manos de un hombre y los pies de un pájaro. Otros monstruos hay que
mezclan miembros de humanos, pájaros, bueyes y leones.
El príncipe se quedó mudo, sin palabras. ¿Sería éste su fin?
El retorno del fallecido Dumuzi desde el Mundo Inferior fue bastante
diferente.
Inanna ordenó que el cuerpo, conservado, se pusiera sobre una losa
de lapislázuli para guardarlo en un santuario especial. Debía ser
conservado, dijo ella, para que algún día, en el Día Final, Dumuzi
pudiera regresar de entre los muertos y «se encuentre conmigo». Pues
eso, afirmó, ocurriría el día en que El muerto se levante y aspire
el dulce incienso.
En uno de los textos de la serie de canciones de amor de Dumuzi e Inanna se nos muestra a Ningal, que, «hablando con autoridad», le dice a Dumuzi:
Pero lo cierto es que Ningal no tenía tal autoridad, pues todas las
cuestiones de Destino y Hado estaban en las manos de Anu y de Enlil.
Y, como todos sabrían más tarde, una muerte trágica y prematura
caería sobre Dumuzi.
¿Fue la esperanza del regreso a la vida de Dumuzi en el Día Final lo que llevó a Inanna a ordenar su embalsamamiento y su ubicación sobre una losa de piedra en lugar de enterrarlo, o con todo esto lo único que se pretendía era preservar la ilusión de la inmortalidad divina entre las masas?
Inanna podría haber estado diciendo, sí, el Dios ha muerto, pero esto es sólo temporal, una fase transitoria, pues a su debido tiempo será resucitado, se levantará y disfrutará de los aromas del dulce incienso.
Al oír las nuevas, El se levanta del trono y se sienta en un taburete, señal de duelo que se conserva hasta nuestros días (entre los judíos).
La afligida Anat vuelve al campo donde había caído Ba’al y, al igual que El, se pone un vestido de saco, se corta y, luego, «llora hasta el colmo del llanto».
Después, llama a su hermana Shepesh para que venga y la ayude a llevar el cuerpo sin vida hasta la Fortaleza de Zafón, para enterrar allí al Dios muerto:
Culminando los requisitos del luto, Anat vuelve a la morada de El. Amargamente, cuenta a los allí reunidos:
La
Diosa Elath y sus parientes, ignorando la ironía de Anat, se ponen a
hablar alegremente de la sucesión. Recomiendan a otro de los hijos
de El, pero El dice que no, que es un enclenque. Se le permite a
otro candidato que vaya al Zafón, para que pruebe el trono de Ba’al;
«pero sus pies no alcanzan siquiera el escabel», y también éste es
eliminado. Nadie, al parecer, puede reemplazar a Ba’al.
Al enterarse, El se pregunta si es todo un sueño, «una visión». ¡Pero es cierto! Quitándose el vestido de saco y dejando las costumbres de luto, El se regocija:
A pesar de las evidentes dudas de El sobre si la resurrección es una
visión ilusoria, un mero sueño, el narrador cananeo opta por
asegurar a la gente que, al final, hasta El acepta el milagro. De
esta seguridad se hace eco el relato de Keret, que es sólo un
semidiós; sin embargo, sus hijos, al verle a las puertas de la
muerte, no pueden creer que «un hijo de El vaya a morir».
Esto podría caer como un jarro de agua fría para los egiptólogos, que sostienen que la momificación comenzó en Egipto en la época de la Tercera Dinastía, hacia el 2800 a.C. Allí, el procedimiento conllevaba el lavado del cuerpo del faraón fallecido, la unción con óleos y la envoltura en un tejido, preservando así el cuerpo para que el faraón pudiera emprender su Viaje a la Otra Vida.
¡Sin embargo, tenemos aquí un texto Sumerio que habla de la momificación algunos siglos antes!
En este texto, los detalles del procedimiento paso a paso son idénticos a los que más tarde se practicarían en Egipto, hasta en el color del tejido del sudario.
Inanna ordenó que el cuerpo preservado fuera puesto sobre una losa de piedra de lapislázuli, para ser conservado en un santuario especial. Ella nombró al santuario como E.MASH, «Casa/Templo de la Serpiente». Quizás fuera algo más que un gesto simbólico, el de poner al hijo fallecido de Enki en manos de su padre. Pues Enki no sólo era la Najash, la Serpiente, así como el Conocedor de los Secretos, en la Biblia.
En Egipto, su símbolo también era la serpiente, y el jeroglífico de su nombre, PTAH, representaba la doble hélice del ADN (Fig. 33), pues ésa era la clave de todos los asuntos de vida y muerte.
Aunque venerado en Sumer y Acad como el prometido de Inanna, y llorado en Mesopotamia y más allá como el fallecido Tammuz de Ishtar, Dumuzi era un Dios africano. Así pues, quizá fuera inevitable que su muerte y embalsamamiento fueran comparados, por parte de los expertos, con el trágico relato del gran Dios egipcio Osiris.
La historia de Osiris se parece al relato bíblico de Caín y Abel, en
el cual la rivalidad terminó con el asesinato de un hermano a manos
de otro. Comienza con dos parejas divinas; dos hermanastros (Osiris
y Set) que se casan con dos hermanas (Isis y Neftis). Para evitar
recriminaciones, el Reino del Nilo se dividió entre los dos
hermanos: el Bajo Egipto (la parte norte) le correspondió a Osiris,
y la parte sur (el Alto Egipto) a Set. Pero las complejas normas
divinas de sucesión, dando preferencia al heredero legítimo sobre el
primogénito, inflamaron la rivalidad hasta el punto en que Set, por
medio de un ardid, encerró a Osiris en el interior de un arcón, que
arrojó luego al mar Mediterráneo, ahogando así a su hermano.
Todas las representaciones de Osiris de tiempos faraónicos lo muestran estrechamente envuelto en el sudario.
Como Inanna antes que ella, Isis amortajó y momificó a su fallecido esposo, dando así origen en Egipto (como había hecho antes Inanna en Sumer y Acad) a la idea del Dios resucitado.
Mientras que, en el caso de Inanna, la acción de la Diosa quizá pretendía satisfacer la negación personal de la pérdida, así como afirmar la inmortalidad de los Dioses, este hecho se convirtió en el caso de Egipto en un pilar de las creencias faraónicas de que el rey humano podía arrostrar también la transfiguración y, emulando a Osiris, alcanzar la inmortalidad en la otra vida con los Dioses.
Tal como dice E. A. Wallis Budge en el prefacio a su obra maestra, Osiris and The Egyptian Resurrection,
En los principales santuarios dedicados a Osiris, en Abydos y Denderah, se representaron los pasos de la resurrección del Dios . Wallis Budge y otros expertos creyeron que estas representaciones se habían dibujado a partir de un Drama de Pasión o de Misterios que se habría escenificado todos los años en aquellos lugares; un ritual religioso que, en Mesopotamia, se le había ofrecido a Marduk.
Se suponía que era un tránsito que simulaba el viaje del resucitado Osiris hasta su trono celestial en la Morada Eterna; y aunque era un viaje que hacía que el faraón se elevara hacia el cielo como un halcón divino, comenzaba atravesando una serie de cámaras y corredores subterráneos llenos de seres y visiones milagrosas.
En
La Escalera al Cielo, hemos analizado la geografía y la
topografía de los textos antiguos, y hemos llegado a la conclusión
de que era la simulación de un viaje hasta un silo de lanzamientos
subterráneo situado en la península del Sinaí, no muy diferente del
que se ve en una representación verdadera de un lugar verdadero de
la península en la tumba de Hui, un gobernador faraónico de la
península del Sinaí .
En ambos acontecimientos, considerados justamente como mágicos por los egipcios, hubo un Dios llamado Thot (mostrado siempre en el arte egipcio con una cabeza de Ibis, Fig. 37), que jugo un papel decisivo. Fue él quien ayudó a Isis a recomponer al desmembrado Osiris, y el que la instruyó después para que extrajera la «esencia» de Osiris de su cuerpo muerto y despedazado, para luego fecundarse a sí misma artificialmente.
Con esto, se las ingenió para quedar embarazada y dar a luz a su hijo, Horus.
Incluso aquellos que creen que el relato es el recuerdo de algunos acontecimientos reales y no sólo un «mito» asumen que lo que hizo Isis fue extraer el semen del cadáver de Osiris y, con él, su «esencia».
Pero esto era imposible, dado que la única parte que Isis
no pudo encontrar y recomponer fue la de su órgano masculino. La
hazaña mágica de Thot tuvo que ir más allá de la inseminación
artificial, bastante común en la actualidad. Lo que tuvo que hacer
fue obtener la «esencia» genética de Osiris para ella. Tanto los
textos como las representaciones que nos han llegado del antiguo
Egipto confirman de hecho que Thot poseía los «conocimientos
secretos» necesarios para llevar a cabo tales hazañas.
De los poderes biomédicos de Thot en cuestión de vida y muerte se da cuenta también en una serie de antiguos textos egipcios conocidos como Relatos de los Magos.
Uno de ellos (Papiro de El Cairo 30646), un relato largo, trata de una pareja de ascendencia real que toma posesión ilegalmente del Libro de los Secretos de Thot. Como castigo, Thot los entierra en una cámara subterránea en estado de animación suspendida (momificados como los muertos, pero capaces de ver, oír y hablar). En otro relato, escrito en el Papiro Westcar, un hijo del faraón Khufu (Keops) le habla a su padre de un anciano que «estaba familiarizado con los misterios de Thot».
Entre éstos,
estaba la capacidad para devolverle la vida a los muertos. Deseando
ver esto con sus propios ojos, el rey ordena que le corten la cabeza
a un prisionero, desafiando después al sabio a que reponga la cabeza
cercenada y le devuelva la vida al hombre. El sabio se niega a
llevar a cabo esta «magia de Thot» sobre un ser humano, de modo que
se le corta la cabeza a un ganso. El sabio «pronunció ciertas
palabras de poder» del Libro de Thot; y he aquí que la cabeza
cercenada se reunió por sí sola con el cuerpo del ganso, éste se
puso en pie, anadeó y se puso a graznar, tan vivo como antes.
Los llevó ante Ra para que fueran juzgados, y Ra puso el hado de los cautivos en manos de Horus e Isis. Horus empezó a matarlos cortándoles la cabeza pero, cuando le tocó el turno a Set, Isis no pudo soportar que se le fuera a hacer esto a su hermano y le impidió a Horus que ejecutara a Set. Enfurecido, Horus se volvió contra su madre ¡y la decapitó a ella! Isis sobrevivió gracias a la apresurada intervención de Thot, que reconectó la cabeza y la resucitó.
Para valorar adecuadamente la capacidad de Thot para realizar todas estas cosas, recordemos que hemos identificado a este hijo de Ptah como Ningishzidda (hijo de Enki en la tradición Sumeria), cuyo nombre Sumerio significaba «Señor del Árbol/Artefacto de la Vida». Él era el Custodio de [los] Secretos Divinos de las ciencias exactas, no siendo los menores entre ellos los de los secretos de la genética y de la biomedicina, que le sirvieron bien a su padre, Enki, en los tiempos de la Creación del Hombre.
De hecho, los textos Sumerios atestiguan que, en cierta ocasión, Marduk se quejó a su padre Enki de que no le había enseñado todos los conocimientos que poseía.
Marduk indicó que los conocimientos que se le habían negado
eran los del secreto de resucitar a los muertos; esos conocimientos
secretos se los había impartido Enki al hermano de Marduk,
Ningishzidda/Thot, pero no a Marduk/Ra.
Indudablemente, tuvo que haber una conexión entre todo eso y la
serpiente de cobre que forjó Moisés con el fin de detener una peste
que hizo caer a innumerables israelitas durante el Éxodo.
Quizá sea algo más que una coincidencia que una de las más importantes autoridades internacionales sobre la antigua minería y metalurgia del cobre, el profesor Benno Rothenberg (Midianite Titnna y otras publicaciones), descubriera en la península del Sinaí un santuario perteneciente a la época del período madianita, la época en la que Moisés, tras escapar al desierto del Sinaí para salvar su vida, vivió con los madianitas e incluso se casó con la hija del sumo sacerdote de éstos.
Localizado en la región donde tuvieron lugar algunas de las más antiguas excavaciones mineras del cobre, el profesor Rothenberg descubrió en este santuario los restos de una pequeña serpiente de cobre; era el único objeto votivo allí.
(Se ha reconstruido el santuario para su exhibición en el Pabellón Nechushtan del Museo Eretz Israel de Tel Aviv, Fig. 39, donde también se puede ver la serpiente de cobre.)
La referencia bíblica y los hallazgos en la península del Sinaí tienen una relación directa con la representación de Enki como Najash.
Este término no sólo tiene los dos significados que ya hemos
mencionado («Serpiente», «Conocedor de Secretos»), dado que tiene un
tercer significado, «El de Cobre», pues la palabra hebrea de cobre, Nejoshet, proviene de la misma raíz. Uno de los epítetos de Enki en
Sumerio, BUZUR, también tiene el doble significado de «El que
conoce/resuelve secretos» y «El de las minas de cobre».
También
se puso mucho cuidado en las instrucciones referentes a los ritos
que tenían que realizar los sacerdotes (sólo Aarón y su hijo en
aquel momento): su vestimenta, los objetos sagrados que llevarían,
la combinación explícita de ingredientes que compondrían el singular
incienso que daría lugar a la nube adecuada que les protegiera de
las mortales radiaciones del Arca de la Alianza. Y, después, un
requisito más: la forja de una pila en la cual lavarse manos y pies,
«para que no mueran cuando estén ante el Arca de la Alianza». Y la
pila, se especifica en Éxodo 30,17, debía ser hecha de cobre.
|