1 - EL RELOJ MESIÁNICO
Las calamidades naturales y las cada vez más intensas catástrofes dejan a la gente preguntándose:
La respuesta correcta es Sí y Sí, tanto en nuestra propia época como en aquellos tiempos antiguos. Es una característica del tiempo presente, al igual como una fecha hace más de 4 mil años; y tal asombrosa semejanza es debida a sucesos del tiempo al medio entre ambas—el período asociado con el fervor mesiánico en tiempos de Jesús.
Esos tres períodos cataclísmicos para la Humanidad y su
planeta—dos en el pasado registrado (cerca de 2.100 a.C. y cuando
a.C. cambió a d.C.), y uno en el futuro cercano—están
interconectados; uno ha conducido al otro, uno puede ser entendido
sólo mediante la comprensión del otro. El Presente deriva del
Pasado, el Pasado es el Futuro. La Expectativa Mesiánica es esencial
a los tres; y la Profecía los enlaza.
Pero como he mostrado en mi libro ‘El 12º Planeta’, los escritos antiguos son de hecho una sofisticada cosmogonía que relata como un planeta desviado, pasando por nuestro sistema solar, chocó con un planeta llamado Tiamat; la colisión derivó en la creación de la Tierra y su Luna, del Cinturón de Asteroides y los cometas, y en la captura del invasor mismo en una órbita muy elíptica que le toma unos 3600 años terrestre para completarla (Fig. 1).
Figura 1
Ocurrió, señalan los textos sumerios, hace 120 de tales órbitas—432.000 años terrestres—antes del Diluvio (la ‘Gran Inundación’) que los Anunnaki llegaron a la Tierra.
Cómo y por qué vinieron, sus primeras ciudades en el ED.IN (el Edén bíblico), su fabricación del Adán y las razones para ello—han sido dichas en mi serie de libros ‘las Crónicas de la Tierra’, y no las voy a repetir aquí. Pero antes que viajemos por el tiempo a la época del siglo 21 a.C., es necesario retrotraer algunos famosos eventos pre-diluviales y otros post-diluviales.
La historia bíblica del Diluvio, que comienza en el capítulo 6 del Génesis, atribuye los aspectos conflictuales a una sola deidad, Yahveh, quién al comienzo se muestra determinado a barrer al hombre de la faz de la tierra, y luego abandona esta senda para salvarla mediante Noé y el Arca.
No eran sólo los resentimientos de Ea por los días de sus antepasados, sino también debido a otros desafíos al liderazgo de Enlil, como se relata en el texto épico ‘Cuento de Anzu’.
(Para las enredadas relaciones de las familias reales de Nibiru y los ancestros de Anu y Antu, Enlil y Ea, ver ‘El Libro Perdido de Enki’)
Fue el cuento bíblico del Patriarca Abraham explicando (Génesis 20:12) que no mentía cuando presentó a su esposa Sarah como su hermana:
No sólo estaba legítimamente casado con una media-hermana de una diferente madre, sino que un hijo con ella—en este caso Isaac—se convirtió en el Heredero Legal de la dinastía, en vez del primogénito Ismael, hijo de Hagar, la doncella de mano.
La compleja aunque básica regla era así: la línea dinástica fluye por línea paterna; el primogénito es el siguiente en sucesión; una media-hermana podía ser tomada como esposa si tenía una madre diferente, y si de tal media-hermana nacía un hijo, ese hijo—aun no siendo primogénito—se convierte en heredero legal y sucesor dinástico.
Con eso en la mente, nos dice el antiguo texto, mucho fue discurrido para determinar quién debería quedarse en la Tierra y quién debería sentarse en el trono de Nibiru:
El resultado de repartir terrenos, entonces, fue que Anu regresó a Nibiru como su rey. Ea, recibió dominio sobre los mares y aguas (en tiempos posteriores, ‘Poseidón’ para los griegos y ‘Neptuno’ para los romanos), y le fue concedido el epíteto EN.KI (‘Señor de la Tierra’) para calmar sus sentimientos; pero EN.LIL (‘Señor del Comando’) es quién fue puesto a cargo general:
Disgustado o no, Ea/Enki no podía desafiar las leyes de sucesión o los resultados de la división de loteos; y así el resentimiento, el enojo de la justicia negada, y una abrumadora determinación a vengar las injusticias a su padre y sus antepasados y así hasta él mismo, condujo a Marduk el hijo de Enki a entrar en la lucha.
Nippur queda al centro de círculos concéntricos en el cual las otras ‘ciudades de los dioses’ estaban ubicadas; todas juntas conformaban, para la llegada de un transbordador espacial, un corredor de aterrizaje cuyo punto focal era el rasgo topográfico más visible del Cercano Oriente—los picos gemelos del Monte Ararat (Fig. 2).
Figura 2 Y entonces el Diluvio “barrió la tierra”, arrasó todas las ciudades de los dioses junto al Centro de Control de la Misión y el Puerto Espacial, y enterró el Edin bajo millones de toneladas de barro y cieno.
Lo primero y más importante, fue necesario construir una nueva instalación para puerto espacial, con un nuevo Centro de Control de la Misión y nuevas almenaras para un Corredor de Aterrizaje.
Fue un diseño que jugó un rol crucial en los acontecimientos post-Diluviales. El Diluvio marca una línea de división de aguas (tanto literal como figuradamente) en los asuntos de dioses y hombres, y las relaciones entre ambos: los Terráqueos, que fueron desarrollados para servir y trabajar para los dioses fueron desde entonces tratados como socios menores en un planeta devastado.
Figure 3
La nueva relación entre dioses y hombres fue formulada, santificada, y codificada cuando a la Humanidad le fue otorgada la primera civilización, en Mesopotamia, cerca del 3800 a.C.
Otra (y probablemente la principal) razón de su visita fue establecer y afirmar la paz entre los dioses mismos—un arreglo de ‘vive y deja vivir’ que dividió las tierras del Viejo Mundo en dos clanes principales de anunnakis, aquellos de Enlil y los de Enki—porque las nuevas circunstancias post-Diluviales y las nuevas ubicaciones de las instalaciones espaciales requerían una nueva división territorial entre los dioses.
Los documentos históricos muestran que la división paralela entre los dioses entregaron las dos primeras partes a los enlilistas, y la tercera restante a Enki y sus hijos. La conexión vía Península de Sinaí, donde fue ubicado el vital puerto espacial, fue establecida como una Región Sagrada, neutral.
En la primera región, las tierras entre los dos ríos Éufrates y Tigris (Mesopotamia), fue fundada la primera civilización conocida del Hombre, la de Súmer. Donde habían estado las ciudades prediluviales de los dioses, crecieron ciudades del hombre, cada una con un recinto sagrado donde residía una deidad en su zigurat—Enlil en Nippur, Ninmah en Shuruppak, Ninurta en Lagash, Nannar/Sin en Ur, Inanna/Ishtar en Uruk, Utu/Shamash en Sippar, y así.
En cada centro urbano un EN.SI, un ‘Pastor Honesto’—inicialmente un semidiós escogido—fue seleccionado para gobernar al pueblo en nombre de los dioses; su función principal era promulgar códigos de justicia y moralidad. En el recinto sagrado, el clero, supervisado por un sumo sacerdote servía al dios y su esposa, dirigía las celebraciones y festejos, y realizaba los ritos de ofrendas, sacrificios, y oraciones a los dioses.
El arte y la escultura, música y danza, poesía e himnos, y por sobre todo la escritura y la confección de documentos florecieron en los templos y se extendieron al palacio real.
De tiempo en tiempo una de esas ciudades era seleccionada para servir como la capital de las tierras; ahí el gobernante era rey, LU.GAL (‘Gran hombre’). Inicialmente y por largo tiempo desde entonces esta persona, el hombre más poderoso de la tierra, servía tanto de rey como de sumo sacerdote. Era escogido cuidadosamente, porque su rol y autoridad, y todos los símbolos físicos de la Monarquía, se consideraban venidos a la Tierra directamente desde el Cielo, desde Anu en Nibiru.
Un texto sumerio que trata el asunto indicaba que antes que los símbolos del reinado (tiara/corona y cetro) y de justicia le fueran otorgados a un rey terrestre, “eran colocados delante de Anu en el cielo.” En verdad, la palabra sumeria para ‘Real-eza’ era ‘Anun-eza’.
Fue como compensación a Inanna/Ishtar que le fue entregado un dominio en la Tercera Región de civilización, la del Vale del Indo, cerca de 2900 a.C. Había una buena razón para que las tres civilizaciones—estando el puerto espacial en la región sagrada—estuvieran todas centradas en los 30º del paralelo norte (Fig. 4).
Figura 4
De acuerdo a los textos sumerios, los anunnakis establecieron la Monarquía—civilizaciones e instituciones, muy claramente ejemplificada en Mesopotamia—como un nuevo orden en sus relaciones con la Humanidad, con reyes/sacerdotes sirviendo tanto como un puente y un separador entre dioses y hombres.
Pero cuando se mira hacia atrás en esa al parecer ‘era dorada’ en los asuntos de dioses y hombres, se hace evidente que los programas de los dioses dominaron y determinaron de manera constante las cosas del Hombre y el destino de la Humanidad. Por encima de todo estaba la determinación de Marduk para deshacer la injusticia con su padre Ea/Enki, cuando bajo las leyes de sucesión de los anunnakis no Enki sino Enlil fue declarado Legítimo Heredero de su padre Anu, el regente de su planeta hogar Nibiru.
Figura 5 Y así la larga, amarga y continua lucha de Marduk iniciada con la contienda Enlil-Enki enfocó más tarde en la contienda de Marduk con el hijo de Enlil, Ninurta, por la sucesión del Rango Cincuenta, y entonces extendida a la nieta de Enlil, Inanna/Ishtar, cuyo matrimonio con Dumuzi, el hijo menor de Enki, recibió tanta oposición de Marduk que terminó con la muerte de Dumuzi.
Además Marduk fue
exiliado más de una vez—ambas como castigo y una ausencia
auto-impuesta. Sus persistentes esfuerzos para alcanzar el estatus
del que creía ser titular incluyeron el hecho documentado en la
Biblia como el incidente de la Torre de Babel; pero el final,
después de numerosas frustraciones, el éxito vino sólo cuando Tierra
y Cielo estaban alineadas con el Reloj Mesiánico.
Fue la necesidad de determinar la fecha exacta en que tales meses comenzaban y terminaban (y no para advertir a los campesinos cuando sembrar o cosechar, como explican los libros de colegio) lo que condujo a la introducción del primer calendario de Nippur en 3760 a.C. Es conocido como el Calendario de Nippur porque fue el trabajo de sus sacerdotes calcular la intrincada tabla del tiempo y anunciar, a toda la tierra, el momento de los festivales religiosos.
Este calendario aún se mantiene en uso como el calendario religioso judío, según el cual el 2007 d.C. corresponde al año 5767.
Un himno a Enlil se refirió a Nippur y sus funciones así:
(El término ‘los Cuatro Rincones de la Tierra’ también se halla en a Biblia; y cuando Jerusalén reemplazó a Nippur como Control Central de la Misión después del Diluvio, también se le dio el sobrenombre de Ombligo de la Tierra.)
En sumerio el término para las cuatro regiones de la Tierra era UB, aunque también se halla como AN.UB—el cielo, los cuatro rincones celestiales—es en este caso un término astronómico conectado con el calendario. Está referido a los cuatro puntos de ciclo anual Tierra/Sol que llamamos hoy el Solsticio de Verano, el Solsticio de Invierno, y las dos cruzadas del ecuador—una al Equinoccio de Primavera y después el Equinoccio de Otoño. En el calendario de Nippur, el año se iniciaba el día del Equinoccio de Primavera, y tal cosa se mantuvo en los calendarios subsiguientes del antiguo Cercano Oriente.
Y, como en Stonehenge, observaciones de largo aliento revelaron que el grupo de estrellas (‘constelación’) del fondo no había permanecido igual (Fig. 6); ahí, la piedra de alineamiento llamada ‘Piedra Tacón’ que apunta al amanecer del Sol en el solsticio, señalaba originalmente el amanecer cerca del 2000 a.C.
Figura 6
El fenómeno, llamado precesión de los Equinoccios o sólo Precesión, resulta del hecho que cuando la Tierra completa una vuelta alrededor del Sol, no vuelve al mismo punto celeste. Hay una ligera, una retardación muy leve: suma un grado (de los 360 del círculo) en 72 años.
Fue Enki quién primero agrupó a las estrellas visibles desde la Tierra en ‘constelaciones’, y dividió los cielos en los cuales la Tierra circulaba al Sol en doce partes—lo que desde entonces ha sido llamado el Círculo Zodiacal de constelaciones (Fig. 7).
Dado que cada 12avo del círculo ocupa 30º del arco celeste, la retardación o cambio precesional de una Casa Zodiacal a otra tomaba (matemáticamente) 2160 años (72 x 30), y un ciclo zodiacal un ciclo zodiacal completo duraba 25.920 años (2.160 x 12). Las fechas aproximadas de las Eras Zodiacales—siguiendo la división de doce partes iguales y no las reales observaciones astronómicas—se han añadido aquí como una guía del lector.
Figura 7
Que esto fue un logro de un tiempo anterior a las civilizaciones humanas se halla atestiguado por el hecho que se aplicó un calendario zodiacal para las primeras estadías de Enki en la Tierra (cuando las dos primeras casas zodiacales tenían nombres en su honor).
Que no fue esto el logro de un astrónomo griego (Hiparco) en el siglo 3 a.C. (como muchos libros de texto aun sugieren), se atestigua por el hecho que las doce casas zodiacales eran conocidas por los sumerios milenios antes por nombres (Fig. 8) y descripciones (Fig. 9) de uso hoy en día.
Figura 8
En ‘Cuando Comenzó el Tiempo’ las tablas calendario de dioses y hombres fueron discutidas con largueza. Habiendo venido de Nibiru, cuyo período orbital, el SAR, significa 3600 años (terrestres), esa unidad fue naturalmente la vara de medición para el primer calendario de los anunnakis aun con el rotar acelerado de la Tierra.
De verdad, los textos que tratan de sus primeros días en la Tierra, tal como la Lista de Reyes Sumerios, designó los períodos de tal o cual líder en la Tierra en términos de sars. Llamé a esto Tiempo Divino. El calendario otorgado a la Humanidad, basado en aspectos orbitales de la Tierra (y su Luna), fue llamado Tiempo Terrestre.
Figura 9
Señalando que el cambio zodiacal cada 2160 años (menos de un año para los anunnakis) les ofreció una mejor proporción—la ‘proporción dorada’ de 10:6—entre los dos extremos; a este le llamé Tiempo Celestial.
Como veremos, el dilema que desconcertó a la humanidad en los
tiempos antiguos, aún yace en el corazón del asunto actual del
‘Retorno.’ La pregunta propuesta ha sido formulada con
anterioridad—por los sacerdotes observadores estelares y asirios,
por los Profetas bíblicos, en el Libro de Daniel, en la Revelación
del San Juan el Divino, por los seguidores de Sir Isaac Newton, por
todos nosotros hoy día. La respuesta será asombrosa.
Embarquémonos en la concienzuda
búsqueda.
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