11 - EL DÍA DEL SEÑOR

Mientras comenzaba el último milenio a.C. la aparición del Signo de la Cruz fue un heraldo del Retorno. Fue también entonces cuando un templo a Yahveh en Jerusalén enlazó para siempre su sitio sagrado con el curso de eventos históricos y las expectativas mesiánicas de la Humanidad. El tiempo y el lugar no eran coincidencia: el inminente Retorno llamaba a la consagración del antiguo Centro de Control de Misión.


Comparado con los fuertes y poderosos imperios de conquista de esos días—Babilonia, Asiria, Egipto—el reino hebreo era un enano. Comparado con la grandeza de sus capitales—Babilonia, Nínive, Tebas—con sus precintos sagrados, zigurats, templos, caminos procesionales, puerta de ornato, palacios majestuosos, jardines colgantes, piscinas sagradas, y puertos fluviales—Jerusalén era una pequeña ciudad amurallada precipitadamente con una dudosa fuente de agua. Y sin embargo, un milenio más tarde es Jerusalén, una ciudad viviente, que está en nuestros corazones y en los encabezados diarios, mientras la grandeza de las otras capitales de nación se ha convertido en polvo y montón de ruinas.


¿Qué hace la diferencia? El Templo de Yahveh que fue construido en Jerusalén, y sus profetas cuyos oráculos resultaron ciertos. Sus profecías, cree uno por consiguiente, aun guardan la clave del Futuro.


La asociación hebrea con Jerusalén, y en particular con el Monte Moría, nos llevan de vuelta a la época de Abraham. Fue cuando él hubo completado su asignación de proteger el puerto espacial durante la Guerra de los Reyes que fue saludado por Melkizedek, el rey de Ir-Shalem (Jerusalén), ‘que era un sacerdote del Dios Más Elevado.’ Ahí Abraham fue bendecido, y a su turno tomó un juramento, ‘por el Dios Más Elevado, poseedor del Cielo y la Tierra.’ Estuvo ahí de nuevo, cuando la devoción de Abraham fue puesta a prueba, que Dios le otorgó un pacto. Aun demoró un milenio, hasta el tiempo y las circunstancias adecuadas, para que fuera construido el Templo.


La Biblia asevera que el Templo de Jerusalén fue único—y sin duda que lo fue: fue concebido para preservar el ‘Puente Cielo-Tierra’ que había sido alguna vez el DUR.AN.KI en Nippur de Súmer.

Ocurrió en el año 480 de la salida de los Hijos de Israel de Egipto,
en el cuarto año del reinado del rey Salomón, en el segundo mes,
que comenzó a construir la Casa del Señor.

Esto es lo que la Biblia señala, en el primer Libro de Reyes (6: 1), el memorable inicio de la construcción del Templo de Yahveh en Jerusalén por el rey Salomón, dándonos la fecha exacta del evento. Fue un paso decisivo, crucial, cuyas consecuencias aún están con nosotros; y el tiempo, debe ser notado, fue cuando Babilonia y Asiria adoptaron el Signo de la Cruz como heraldo del Retorno…


La dramática historia del Templo de Jerusalén comienza no sólo con Salomón sino con el rey David, padre de Salomón; y cómo se dieron las cosas para que llegara a ser rey de Israel es una historia que revela un plan divino: preparar para el Futuro resucitando el Pasado.


El legado de David (después de reinar 40 años) incluyó un reino gratamente expandido, alcanzando por el norte tan lejos como Damasco (¡e incluyendo el Sitio de Aterrizaje!), muchos Salmos magníficos y el trabajo de base para el Templo de Yahveh. Tres emisarios divinos jugaron roles claves en la factura de este rey y su lugar en la historia; la Biblia los lista como ‘Samuel el Vidente, Nathan el Profeta, y Gad el Visionario.’ Fue Samuel, el sacerdote custodio del Arca de la Alianza, quién fue instruido por Dios para ‘sacar al joven David, hijo de Jesse, del pastoreo de ovejas para ser pastor de Israel,’ y Samuel ‘tomó el cuerno lleno de aceite y lo ungió para reinar sobre Israel.’


La elección del joven David, quién estaba pastoreando el rebaño de su padre, de pastorear sobre Israel fue sin duda simbólica, porque se devuelve a la época dorada de Súmer. Su rey era llamado LU.GAL, ‘Gran Hombre,’ pero se esforzaban por ganar el ansiado EN.SI, ‘Pastor Juicioso.’ Eso, como veremos, fue sólo el comienzo de los enlaces de David y el Templo al pasado sumerio.


David inició su reinado en Hebrón, al sur de Jerusalén, y eso, también, fue una opción escogida llena de simbolismo histórico. El nombre previo de Hebrón, señala repetidamente la Biblia, era Kiryat Arba, ‘la fortificada ciudad de Arba.’¿Y quién era Arba? ‘Fue un Gran Hombre de los Anakim’—dos términos bíblicos que traducen a hebreo los sumerios LU.GAL y ANUNNAKI. Comenzando por pasajes en el Libro de Números, y luego en Joshua, Jueces, y Crónicas, la Biblia señala que Hebrón era un centro de los descendientes de los ‘Anakim, quienes como los Nefilim son contados,’ de ese modo conectándolos con los Nefilim de Génesis 6 que se casaron con las Hijas del Adán.

 

Hebrón estaba aun habitada al tiempo del Éxodo por tres hijos de Arba, y fue Caleb el hijo de Jephoneh quién capturó la ciudad y le dio muerte en nombre de Joshua. Al escoger ser rey de Hebrón, David estableció su reino como una directa continuación de reyes enlazados a los Anunnaki de la popular Súmer.


Reinó en Hebrón por siete años, y entonces mudó su capital a Jerusalén. Este asiento del reino—la ‘Ciudad de David’—fue construida sobre el Monte Sión, justo al sur y separada por un pequeño valle del Monte Moría (donde estaba la plataforma construida por los Anunnaki, Fig. 83). El construyó el Miloh, el Cierre, para cerrar la brecha entre ambos montes, como un primer paso para erigir, en la plataforma, el Templo de Yahveh; pero todo lo que le fue permitido construir en el Monte Moría fue un altar.

Figura 83

 

La palabra de Dios, a través del profeta Nathan, fue que porque David había derramado sangre en sus muchas guerras, no él sino su hijo Salomón construiría el templo. Devastado por el mensaje del profeta, David fue y ‘se sentó delante de Yahveh’, en frente al Arca de la Alianza (que aun estaba

guardada en una tienda portátil). Aceptando la decisión de Dios, le pide una recompensa por su devota lealtad a Él: una seguridad, un signo, que sería sin duda la Casa de David la que construiría el Templo y sería bendecida para siempre. Esa misma noche, sentado en frente del Arca de la Alianza con la cual Moisés se comunicaba con el Señor, recibió un signo divino: ¡le fue dado un Tavnit—un modelo a escala—del futuro templo!


Uno puede encoger los hombros con la veracidad del cuento por el hecho que lo sucedido esa noche al Rey David y su proyecto de templo es el equivalente a la historia de La Dimensión Desconocida del rey sumerio Gudea, a quién más de mil años atrás le fuera también entregada durante la visión de un sueño una tablilla con el plan arquitectural y un molde de ladrillo para la construcción de un templo en Lagash para el dios Ninurta.


Cuando llegó al fin de sus días, el Rey David convocó a Jerusalén a todos los líderes de Israel, incluyendo los jefes tribales y comandantes militares, los sacerdotes y oficiales reales, y les contó de la promesa de Yahveh; y a la vista de aquella multitud puso en la mano de su hijo Salomón ‘el Tavnit del templo y todas sus partes y salas... el Tavnit que recibió del Espíritu.’ Había más, porque David también puso en manos de Salomón ‘todo lo que Yahveh, por su propia mano escrito, me ha dado para la comprensión de los trabajos del Tavnit’: un set de instrucciones, escritas divinamente (I Crónicas, cap. 28).


El término hebreo Tavnit es traducido en la Biblia Inglesa del Rey Jaime como ‘modelo’ pero en traducciones más recientes es mejorada a ‘plano’, lo que sugiere que a David le fue dado alguna clase de diseño arquitectural. Pero la palabra hebrea para ‘plano’ es Tokhnit. Tavnit, por otra parte, deriva de la raíz verbal que significa ‘construir, erigir, erectar,’ así que lo que a David le fue dado y que puso en manos de Salomón fue un ‘modelo de construcción’—en palabras actuales, un modelo a escala. (Hallazgos arqueológicos a través del antiguo Cercano Oriente de hecho han desenterrado modelos a escala de carruajes, carros, naves, talleres, e incluso santuarios multiniveles.)


Los libros bíblicos de Reyes y Crónicas proveen medidas precisas y claros detalles estructurales del templo y sus diseños arquitectónicos. Sus ejes corren este-oeste, convirtiéndolo en un ‘templo eterno’ alineado a los equinoccios. Consistiendo de tres partes (ver Fig. 64), adoptó los planos de templos sumerios para el frontis (Ulam en hebreo), un gran salón central (Hekhal en hebreo, enraizado en el sumerio E.GAL, ‘Gran Morada’), y un Sancta Sanctorum para el Arca de la Alianza.

Figura 84

 

La sección más interna era llamada el Dvir (el ‘que habla’) —porque era por medio del Arca de la Alianza que Dios hablaba con Moisés.


Como en los zigurats sumerios, los cuales tradicionalmente fueron construidos para expresar el concepto ‘base sesenta’ sexagesimal, el Templo de Salomón también adoptó el sesenta en su construcción: la sección principal (el Salón) tenía unos 60 codos, 100 pies de largo, 20 codos (60:3) de ancho, y 120 (60 x 2) codos de altura.


El Sancta Sanctorum era de 20 por 20 codos—apenas suficiente para guardar el Arca de la Alianza con su par de Querubines dorados en su tope (‘sus alas tocando’). Evidencia textual e investigación arqueológica indican que el Arca fue colocada precisamente en la extraordinaria roca en la cual Abraham estuvo presto a sacrificar a su hijo Isaac; su designación hebraica, Even Shattyah, significa ‘Piedra de la Fundación,’ y las leyendas judías sostienen que será desde ella que el mundo será re-creado.


Hoy día está cubierta y rodeada por el Domo de la Roca (Fig. 84). (Los lectores pueden encontrar más información acerca de la roca sagrada y su enigmática cueva y pasajes subterráneos secretos en Las Expediciones de las Crónicas Terrestres.)


Aunque estas no eran medidas monumentales comparadas con los rascacielos zigurats, el Templo, cuando completo, era verdaderamente magnífico; era además como ningún otro contemporáneo en esa parte del mundo. No fue usado hierro ni herramientas de hierro para su construcción desde la plataforma (y absolutamente ninguna en su operativa—todos los utensilios eran de cobre o bronce), y el edificio fue incrustado interiormente con oro; incluso los clavos que sostenían piezas doradas fueron hechos también de oro.

 

Las cantidades de oro empleadas (sólo para el Sancta Sanctorum, 600 talentos [1 talento = aprox. 34 kg]; los clavos, 50 shekels’ [1 skekel = aprox. 17 gr.] ) fueron enormes—tanto que Salomón arregló que barcos especiales trajeran oro desde Ophir (se cree estaba al sudeste en África).

 

La Biblia no ofrece explicación, ni por la prohibición contra emplear cualquier cosa de hierro en el sitio ni por la incrustación de todo el interior del templo con oro. Uno sólo puede especular que el hierro fue evitado por sus propiedades magnéticas, y el oro porque es el mejor conductor eléctrico. Es significante que las únicas otras dos instancias de santuarios tan incrustados de oro están al otro lado del mundo.


Uno es el gran templo en Cuzco, la capital Inca del Perú, donde el gran dios de Sudamérica, Viracocha, fue venerado. Fue llamado el Coricancha (‘Patio Dorado’), por su Sancta Sanctorum completamente tapizado con oro. El otro es en Puma-Punku en las playas del Lago Titicaca en Bolivia, cerca de las famosas ruinas de Tiwanaku.

 

Ahí las ruinas consisten de los restos de cuatro construcciones de piedra estilo cámara cuyos muros, pisos, y techos fueron cortados cada uno de un solo bloque de piedra colosal. Los cuatro recintos estaban completamente tapizados por dentro con placas doradas sostenidas en su sitio por clavos de oro. Describiendo los sitios (y como fueron saqueados por los españoles) en Los Reinos Perdidos, he sugerido que Puma-Punku fue erigido para la estadía de Anu y Antu cuando visitaron la Tierra alrededor del 4000 a.C.


De acuerdo a la Biblia, decenas de miles de obreros fueron necesitados durante siete años para la inmensa tarea. ¿Cuál, entonces, era el propósito de esta Casa del Señor? Cuando todo estuvo listo, con mucha pompa y circunstancia, el Arca de la Alianza fue llevada por sacerdotes y puesta en el Sancta Sanctorum.


Tan pronto el Arca fue colocada en el piso y fueron abiertas las cortinas que separan el Sancta Sanctorum del gran salón, ‘la Casa del Señor se llenó con una nube y los sacerdotes no podían estar de pie.’

 

Entonces Salomón ofreció una oración de gracias, diciendo:

Señor que has escogido morar en la nube:
he construido para Ti una Casa majestuosa,
un lugar donde puedas morar por siempre…
Aunque los mayores cielos no pueden contenerte,
Puedes escuchar nuestras súplicas desde Tu asiento
en el cielo.

‘Y Yahveh apareció a Salomón esa noche, y le dijo: He escuchado tu oración; he escogido este sitio para mi lugar de culto… Desde el cielo escucharé las oraciones de mi gente y perdonaré sus trasgresiones…. Ahora he escogido y consagrado esta Casa para que mi Nombre [Shem] permanezca en ella para siempre.’
(2 Crónicas, cap. 6-7)

La palabra Shem—aquí y anteriormente, como en los versos de apertura del capítulo 6 del Génesis—se traduce comúnmente por ‘Nombre’. Tan lejos como en ni primer libro, El Duodécimo Planeta, he sugerido que el término originalmente y en contextos relevantes se refiere a lo que los egipcios llamaban la ‘Barca Celestial’ y los sumerios llamaban MU—nave del cielo—de los dioses. Concordantemente, el Templo en Jerusalén, levantado sobre la plataforma de piedra, con el Arca de la Alianza colocada sobre la roca sagrada, iba a servir como un enlace terrestre con la deidad celestial— ¡tanto para comunicar como para el aterrizaje de su nave!


En el Templo no había estatua alguna, ni ídolos, ni imágenes talladas. El único objeto era la reverenciada Arca de la Alianza—y ‘nada había en el Arca excepto el par de tablas que le fueron dadas a Moisés en Sinaí.’ Diferente de los zigurats en Mesopotamia, desde el de Enlil en Nippur hasta el de Marduk en Babilonia, este no era un lugar de residencia para la deidad, donde el dios viviera, comiera, durmiera, y se bañara. Era una Casa de Culto, un sitio de contacto divino; era un templo para la Divina Presencia del Morador en las Nubes.

Se dice que una imagen vale por mil palabras; es ciertamente verdadero cuando hay pocas palabras pertinentes pero muchas relevantes imágenes.

Fue por la época en que el templo de Jerusalén estuvo completado y consagrado al Morador en las Nubes que un cambio notable en el glifo sagrado—la descripción de lo divino—tuvo lugar donde tales descripciones son comunes y permisibles, y (en su tiempo) primero y más importante en Asiria.


Mostraban, con mucha claridad, al dios Ashur como un ‘morador en las nubes,’ a toda cara o con sólo el brazo señalando, con frecuencia dibujado sosteniendo un arco (Fig. 85) —una representación que recuerda una historia de la Biblia ‘el Arco en la Nube’ que era un signo divino tras los disturbios del Diluvio.

Figura 85
 


Figura 86a
 


Figura 86b

 

Más o menos un siglo después, las representaciones asirias introdujeron una nueva variante en el Dios en las Nubes. Clasificada como la ‘Deidad en un Disco Alado,’ mostraban claramente una deidad dentro del emblema del Disco Alado, solo (Fig. 86a), o acompañado de la Tierra (siete puntos) y la Luna (creciente) (Fig. 86b).

 

Dado que el Disco Alado representaba a Nibiru, tenía que haber una deidad llegando con Nibiru. Claramente entonces, estos dibujos implicaban expectativas de la cercana llegada no sólo del planeta, sino de sus divinos moradores, probablemente liderados por Anu mismo.


Los cambios en glifos y símbolos, comenzaron con el Signo de la Cruz, donde manifestaciones de expectativas más profundas, o cambios incontenibles y preparaciones más amplias clamaban por el esperado Retorno. Sin embargo, las expectativas y las preparaciones eran diferentes en Babilonia y Asiria. En una, las expectativas mesiánicas estaban centradas en el dios(es) que estaba ahí; en el otro país, las expectativas relacionadas el dios(es) que retorna y reaparece.

En Babilonia las expectativas eran mayormente religiosas—un renacimiento mesiánico de Marduk a través de su hijo Nabu. Grandes esfuerzos debieron ser asumidos, alrededor de 960 a.C., las sagradas ceremonias Akitu con su renovado Enuma Elish—apropiando para Marduk la creación de la Tierra, el rediseño de los Cielos (el Sistema solar), y la generación del Hombre—era leído públicamente.

 

La llegada de Nabu desde su santuario en Borsippa (sur de Babilonia) para jugar un rol crucial en las ceremonias fue parte esencial del renacimiento. Concordantemente, los monarcas de Babilonia que reinaron entre 900 a.C. y 730 a.C. reanudaron el empleo de nombres relacionados con Marduk y, en los números mayores, nombres relacionados con Nabu.


Los cambios en Asiria fueron más geopolíticos; los historiadores consideran alrededor de 960 a.C. como el comienzo del período Asirio Neo Imperial. Además de las inscripciones en monumentos y muros palaciegos, la principal fuente de información acerca de Asiria en esos días son los anales de sus reyes, en los cuales grababan los que hacían, año tras año. A juzgar por todo aquello, su principal ocupación era la Conquista.

 

Con incomparable ferocidad, sus reyes lanzaron una expedición militar tras otra no sólo para tener dominio sobre los viejos Súmer y Acadia, sino además contra lo que ellos consideraban esencial para e Retorno: el control de los sitios espaciales.

Que este era el propósito de las campañas es evidente no sólo por sus ‘blancos,’ sino además por los grandes relieves en piedra en los muros de los palacios asirios del noveno y octavo siglo a.C. (que pueden ser vistos en algunos de los principales museos del mundo): igual como algunos sellos cilíndricos, muestran al rey y al sumo sacerdote, acompañados por Querubines—‘astronautas’ Anunnaki—flanqueando el Árbol de la Vida mientras dan la bienvenida al dios del Disco alado (Fig. 87a,b).

 

¡Una llegada divina era claramente esperada!


Figura 87a
 


Figura 87b

 

Los historiadores vinculan los inicios de este período Neo-Asirio al advenimiento de una dinastía real en Asiria, cuando Tiglath-Pileser II ascendió al trono en Nínive.

El patrón de engrandecimiento y conquista, destrucción y anexión exterior fue establecido por el hijo del rey y su nieto, quienes le siguieron como reyes de Asiria. Interesantemente, su primer objetivo fue el área del río Khabur, con su importante centro religioso y comercial—Harán.


Sus sucesores comenzaron desde ahí. Con frecuencia emplearon el mismo nombre de un rey previamente glorificado (de ahí las numeraciones I, II, III, etc. para ellos), los reyes sucesivos expandieron el control de Asiria en todas direcciones, pero con especial énfasis sobre las ciudades costeras y montañesas de La-ba-an (Líbano).


Alrededor de 860 a.C. Asurbanipal II—que usaba el símbolo de cruz en su pecho (ver Fig. 76) —alardeaba de haber capturado las ciudades fenicias costeras de Tiro, Sidón, y Gebal (Byblos), y de ascender la Montaña de Cedros con su lugar sagrado, el más antiguo Sitio de Aterrizaje de los Anunnaki.


Su hijo y sucesor Shalmaneser III documentó la erección ahí de una estela conmemorativa llamando al lugar Bit Idini. El nombre literalmente significa ‘el Hogar Edén’—y fue conocido por ese nombre por los Profetas bíblicos. El Profeta Ezequiel fustigó al rey de Tiro por considerarse a si mismo un dios porque había ido a ese sagrado lugar y ‘movido entre sus abrasadoras piedras’; y el Profeta Amos lo puso en lista cuando habló del venidero Día del Señor.


Como era de esperar, los asirios entonces cambiaron su atención hacia el otro sitio espacial. Después de la muerte de Salomón su reino fue dividido por herederos contendientes en ‘Judá’ (con Jerusalén como capital) en el sur e ‘Israel’ y sus diez tribus en el norte.

 

En su monumento escrito mejor conocido, el Obelisco Negro, Shalmaneser III documentó el recibo de tributo del rey israelí Jehu y, en una escena dominada por el emblema de Nibiru el Disco Alado, lo graficó poniéndose de rodillas en obediencia (Fig. 88).

Figura 88

 

Tanto la Biblia como los anales asirios documentaron la subsecuente invasión de Israel por Tiglath-Pileser III (744–727 a.C.), la separación de sus mejores provincias, y el exilio parcial de sus líderes. Entonces, en 722 a.C., su hijo Shelmaneser V invadió lo que quedaba de Israel, exilió a toda su gente, y los reemplazó con extranjeros; las Diez Tribus se fueron, y sus paraderos permanecieron como un misterio duradero.

 

(Por qué y cómo, a su retorno de Israel, Shalmaneser fue castigado y abruptamente reemplazado en el trono por otro hijo de Tiglath-Pileser es también un misterio sin resolver.)

Habiendo ya capturado el Sitio de Aterrizaje, los asirios estaban ahora a las puertas del premio grande, Jerusalén; pero nuevamente resistieron el asalto final. La Biblia lo explica atribuyéndolo todo a la voluntad de Yahveh; un examen de los documentos asirios sugiere que el ‘qué y cuándo’ ellos hicieron en Israel estaba sincronizado con el ‘qué y cuándo’ ellos hicieron con Babilonia y Marduk.


Después de la captura del sitio espacial en Líbano—pero antes de emprender las campañas contra Jerusalén—los asirios dieron un paso sin precedentes para la reconciliación con Marduk. En 729 a.C. Tiglath-Pileser III entró a Babilonia, fue a su precinto sagrado, y ‘tomó las manos de Marduk.’


Fue un gesto con significancia religiosa y diplomática; los sacerdotes de Marduk aprobaron la reconciliación invitando a Tiglath-Pileser a compartir el alimento sacramental del dios. Enseguida de aquello, el hijo de Tiglath-Pileser Sargón II marchó hacia el sur en las áreas del viejo Súmer y Acadia, y después de tomar Nippur volvió a entrar en Babilonia. En 710 a.C. él, como su padre, ‘tomó las manos de Marduk’ durante las ceremonias de Año Nuevo.


La tarea de capturar el restante sitio espacial recayó en el sucesor de Sargón, Sennacherib. El asalto a Jerusalén en 704 a.C. en tiempos del rey Hezekiah, se halla ampliamente documentado tanto en los anales de Sennacherib como en la Biblia. Pero mientras Sennacherib en sus inscripciones habla sólo de la exitosa toma de las ciudades provinciales de Judá, la Biblia provee una historia detallada del sitio de Jerusalén por un poderoso ejército asirio que fue milagrosamente eliminado por la voluntad de Yahveh.


Encerrado Jerusalén y entrampado su pueblo, los asirios se ocuparon de la guerra psicológica gritando palabras descorazonadoras a los defensores en los muros de la ciudad, terminando con la vilificación de Yahveh. El choqueado rey, Hezekiah, rasgo sus vestiduras en luto y rezó en el Templo a ‘Yahveh, el Dios de Israel, que descansa en los Querubines, el Dios único sobre todas las naciones,’ por ayuda.

 

En respuesta, el Profeta Isaías le hizo llegar el oráculo de Dios: el rey asirio jamás entraría en a ciudad, volvería fracasado a casa, y allá sería asesinado.

Aquella misma noche salió el Ángel de Yahveh e hirió en el campamento asirio a 185.000 hombres; a la hora de despertarse, por la mañana, no había más que cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria, partió y, volviéndose, se quedó en Nínive.
2 Reyes 19: 35–36

Para estar seguros que el lector comprende que la completa profecía se hizo realidad, continúa la narrativa bíblica:

‘Y Sennacherib se fue, y volvió a Nínive; y he aquí que estaba reverenciando a su dios en su templo… cuando Adramelekh y Sharezzer lo mataron con espada, y huyeron a la tierra de Ararat. Su hijo Esarhaddon fue coronado rey en su lugar.’

La postdata bíblica es un documento sorprendentemente informado: Sennacherib fue de cierto asesinado por sus propios hijos, en 681 a.C... Por segunda vez, los reyes asirios que habían atacado Israel o Judá murieron tan pronto regresaron.


Mientras la profecía—la predicción de la que va a suceder—es intrínsecamente lo que se espera de un profeta, los Profetas de la Biblia hebrea fueron más que eso. Desde el inicio, como queda claro en Levítico, un profeta no era ‘un mago, un hechicero, un encantador, un vidente de espíritus, un cuenta fortunas, o alguien que conjure a los muertos’—una bastante exhaustiva lista de la variedad de cuenta-fortunas de las naciones circundantes.

 

Su misión como Nabih—‘Hombre que Habla’—era transmitir a los reyes y el pueblo las propias palabras de Yahveh. Y como la oración de Hezekiah lo deja claro, mientras los Hijos de Israel fueron Su Pueblo Escogido, Él era ‘el Dios único sobre todas las naciones.’

 

La Biblia habla de los profetas desde Moisés en adelante, pero sólo quince de ellos tienen su propio libro en la Biblia. Incluyen los tres ‘mayores’—Isaías, Jeremías, y Ezequiel—y doce ‘menores.’ Su período profético comenzó con Amos en Judá (cerca del 760 a.C.) y Oseas en Israel (750 a.C.) y terminó con Malaquías (alrededor de 450 a.C.). Mientras las expectativas del Retorno tomaban forma, los acontecimientos geopolíticos, religiosos y cotidianos se combinaron para servir como base a la Profecía bíblica.


Los Profetas bíblicos sirvieron como Guardianes de la Fe y fueron la brújula ética y moral de sus propios reyes y el pueblo; también fueron observadores y predictores del ruedo mundial por poseer un increíble conocimiento exacto de lo que sucedía en tierras lejanas, o las intrigas de la corte en capitales extranjeras, de cuales dioses eran venerados dónde, además de un sorprendente conocimiento de historia, geografía, rutas comerciales, y campañas militares.
Entonces ellos combinaban tal conciencia del Presente con el conocimiento del Pasado para predecir el Futuro.


Para los profetas hebreos, Yahveh no era sólo El Elyon—‘Dios Supremo’—y no sólo Dios de los dioses, El Elohim, sino un Dios Universal—de todas las naciones, de toda la Tierra, del universo. Aunque su morada estaba en el Cielo de los Cielos, el cuidaba su creación—la Tierra y su gente. Todo lo que sucedía era por su voluntad, y su voluntad era transmitida por Emisarios—fueran Ángeles, un rey, o una nación.

 

Adoptando la distinción sumeria entre el predeterminado Destino y el Libre Albedrío, los Profetas creían que el Futuro podía ser predicho porque todo estaba preplaneado, aunque en el camino sin embargo, las cosas podían cambiar. Asiria por ejemplo, fue llamada a veces ‘el camino de la ira de Dios’ con el cual otras eran castigadas, pero cuando escogió actuar de manera innecesariamente brutal o fuera de límites, Asiria misma fue a su turno sujeta al castigo.


Los Profetas parecían estar entregando mensajes de dos-pistas no sólo considerando los sucesos presentes, sino también respecto del Futuro. Isaías por ejemplo, profetizó que la Humanidad esperaría un Día de la Ira cuando todas las naciones (Israel incluida) será juzgada y castigada—tanto como mirar hacia delante a un tiempo idílico cuando el lobo habitará junto al cordero, los hombres fundirán sus espadas para hacer instrumentos de labranza, y Sión será una luz sobre las naciones.


La contradicción ha desconcertado generaciones de académicos bíblicos y teólogos, pero un examen más cercano de las palabras del Profeta nos llevan a un hallazgo sorprendente: el Día del Juicio fue hablado como el Día del Señor; el tiempo mesiánico era esperado al Fin de los Días; y los dos no eran ni sinónimos ni predecían eventos concurrentes. Eran dos sucesos diferentes, a ocurrir en épocas diferentes: Uno, el Día del Señor, el día del juicio Divino, era algo por suceder; el otro, conducente a una era benevolente, era algo por venir, alguna vez en el futuro.


¿Fueron las palabras dichas en Jerusalén un eco de los debates en Nínive y Babilonia en relación a cuál ciclo de tiempo aplica al futuro de dioses y hombres—el Tiempo Divino orbital de Nibiru o el zodiacal Tiempo Celestial?

 

Sin duda, como el siglo octavo a.C. estaba terminando, estaba claro en las tres capitales que los dos ciclos de tiempo no eran idénticos; y en Jerusalén, hablando del Día del Señor por venir, los profetas bíblicos de hecho hablaban del Retorno de Nibiru.


Al traducir en el capítulo de apertura del Génesis una versión abreviada del la Epopeya de la Creación sumeria, la Biblia reconoció la existencia de Nibiru y su retorno periódico a la vecindad de la Tierra, y la trató como otra—en este caso, celestial—manifestación de Yahveh como Dios universal. Los Salmos y el Libro de Job hablaron del Señor Celestial no-visto que ‘en las alturas del cielo recorre una órbita.’


Recordaron esta primera aparición del Señor Celestial—cuando colisionó con Tiamat (llamado en la Biblia Tehom y apodado Rahab o Rabah, la Altanera), la castigó, creó los cielos y ‘el Brazalete Repujado (el Cinturón de Asteroides), y ‘suspendió la Tierra en el vacío’; también recordaban el tiempo en que ese Señor Celestial causó el Diluvio.

 

La llegada de Nibiru y la colisión celeste, conducente a la gran órbita de Nibiru, fue celebrada en el majestuoso Salmo 19:

Los cielos cuentan la gloria de Dios,
la obra de sus manos anuncia el firmamento [cinturón de asteroides];
el día al día comunica el mensaje,
y la noche a la noche trasmite la noticia.
No es un mensaje, no hay palabras,
ni su voz se puede oír;
mas por toda la tierra se adivinan los rasgos,
y sus giros hasta el confín del mundo.
En el mar levantó para el sol una tienda,
y él, como un esposo que sale de su tálamo,
se recrea, cual atleta, corriendo su carrera.
A un extremo del cielo es su salida,
y su órbita llega al otro extremo,
sin que haya nada que a su ardor escape.

Fue el acercamiento del Señor Celestial en la época de Diluvio lo que se tenía en cuenta como presagio de lo que ocurrirá la siguiente vez que el Señor celeste vuelva (Salmos 77: 6, 17–19):

Pienso en los días de antaño,
de los años antiguos. . .
Viéronte, oh Dios, las aguas,
las aguas te vieron y temblaron,
también se estremecieron los abismos.
Las nubes derramaron sus aguas,
su voz tronaron los nublados,
también cruzaban tus saetas.
¡Voz de tu trueno en torbellino!
Tus relámpagos alumbraban el orbe,
la tierra se estremecía y retemblaba.

Los Profetas consideraron estos fenómenos anteriores como una guía para esperar lo venidero. Esperaban que el Día del Señor (para citar al Profeta Joel) fuese un día en que ‘la Tierra será agitada, el Sol y la Luna se oscurecerán, y las estrellas retendrán su brillo… Un día que es grande y terrorífico.’


Los Profetas llevaron a Israel y todas las naciones la palabra de Yahveh durante un período de cerca de tres siglos. El primero de los quince Profetas ‘literarios’ fue Amós; comenzó como ‘el que habla por Dios’ (Nabih) cerca de 760 a.C. Sus profecías cubrieron tres períodos o fases: predijo los asaltos asirios del futuro cercano, un venidero Día del Juicio, y un Tiempo Final de paz y plenitud.

 

Hablando en el nombre ‘del Señor Yahveh que revela Sus secretos a los Profetas,’ describió el Día del Señor como un día en que ‘el Sol se pondrá a mediodía y la Tierra se oscurecerá en la mitad del día.’

 

Dirigiéndose a aquellos que veneran los ‘planetas y estrellas de sus dioses,’ comparó el venidero Día con los sucesos del Diluvio, cuando ‘el día se hizo noche, y las aguas de los mares fueron vertidas en la tierra’; y advirtió a tales adoradores con una pregunta retórica (Amós 5: 18):

¡Ay de los que ansían el Día de Yahveh!
¿Qué creéis que es ese Día de Yahveh?
¡Es tinieblas, que no luz!

Medio siglo después, el Profeta Isaías vinculó las profecías del ‘Día del Señor’ a un lugar geográfico específico, al ‘Monte del Día Señalado,’ el sitio ‘de las laderas del norte,’ y tuvo esto que decir al rey que se había auto colocado allí:

‘Contempla, el Día del Señor llegó con furia e ira sin piedad, para dejar la tierra desolada y destruir a sus pecadores.’

Además, comparó lo que está por suceder con el Diluvio, recordando la época cuando el ‘Señor vino como una tormenta destructora de poderosas olas,’ y describió (Isaías 13: 10,13) el Día venidero como un acontecimiento celeste que afectará a la Tierra:

Cuando las estrellas del cielo y la constelación de Orión
no alumbren ya,
esté oscurecido el sol en su salida
y no brille la luz de la luna. . .
Por eso haré temblar los cielos,
y se removerá la tierra de su sitio,
en el arrebato de Yahveh Sebaot,
en el día de su ira hirviente.

Lo más notable en esta profecía es la identificación del Día del Señor como el tiempo en que ‘el Señor de los Ejércitos’—el celestial, el señor planetario—‘estará cruzando.’

 

Este es el mismo lenguaje empleado en el Enuma Elish cuando describe cómo el invasor que combatió a Tiamat llegó a ser llamado NIBIRU:

‘¡Del Cruce será su nombre!’

Siguiendo a Isaías, el Profeta Oseas también previó el Día del Señor como un día en que el Cielo y la Tierra ‘responderán’ uno al otro—un día de fenómenos celestiales resonando en la Tierra.


En la medida que continuamos examinando las profecías de forma cronológica, encontramos que en el siglo séptimo a.C. los pronunciamientos proféticos se hicieron más urgentes y más explícitos:

el Día del Señor será un Día de Juicio sobre todas las naciones, incluido Israel, pero principalmente sobre Asiria por lo que ha hecho y sobre Babilonia por lo que hará, y el Día está acercándose, está cerca—

¡Cercano está el gran Día de Yahveh,
cercano, a toda prisa viene!
¡Amargo el ruido del día de Yahveh,
dará gritos entonces hasta el bravo!
Día de ira el día aquel,
día de angustia y de aprieto,
día de devastación y desolación,
día de tinieblas y de oscuridad,
día de nublado y densa niebla,
Sofonías, 1: 14–15

Justo antes del 600 a.C. el Profeta Habacuc rezó al ‘Dios que vendrá en los años cercanos,’ y mostrará piedad a pesar de Su ira. Habacuc describió al esperado Señor celeste como un planeta radiante—la misma forma como Nibiru era descrito en Súmer y Acadia.

 

Aparecerá, dijo el Profeta, de los cielos del sur:

El Señor vendrá del sur…
cubiertos serán los cielos con su halo,
su esplendor llena la Tierra,
sus rayos brillan fuertes
desde donde su poder se oculta.
Delante de él marcha la peste,
sale la fiebre tras sus pasos.
Se planta para medir la Tierra;
es visto y la naciones tiemblan.
Habacuc 3: 3–6

La urgencia de las profecías aumentó al comenzar el siglo sexto a.C. ‘¡El Día del Señor está a la mano!’ anunciaba el Profeta Joel; ‘¡el Día del Señor está cerca! declaraba el Profeta Obadiah.

 

Cerca del 570 a.C. el Profeta Ezequiel recibió el siguiente mensaje divino (Ezequiel 30: 2–3):

Hijo de hombre, profetiza y di:
Así dice el Señor Yahveh:
gemid: «¡Ah, el día aquel!»
Porque está cercano el día,
está cercano el día de Yahveh,
día cargado de nubarrones,
la hora de las naciones será.

Ezequiel estaba entonces lejos de Jerusalén, habiendo sido exiliado junto a otros líderes de Judá por el rey babilonio Nabucodonosor. El terreno de exilio, donde las profecías de Ezequiel y la famosa visión del Carro Celestial tuvieron lugar, fue en los bancos del río Khabur, en la región de Harán.


El sitio no fue al azar, porque la concluyente saga del Día del Señor—y de Asiria y de Babilonia—tenía que terminarse donde comenzó el viaje de Abraham.

Regresar al Contenido