11 -
EL DÍA DEL SEÑOR
Mientras comenzaba el último milenio a.C. la aparición del Signo de
la Cruz fue un heraldo del Retorno. Fue también entonces cuando un
templo a Yahveh en Jerusalén enlazó para siempre su sitio sagrado
con el curso de eventos históricos y las expectativas mesiánicas de
la Humanidad. El tiempo y el lugar no eran coincidencia: el
inminente Retorno llamaba a la consagración del antiguo Centro de
Control de Misión.
Comparado con los fuertes y poderosos imperios de conquista de esos
días—Babilonia, Asiria, Egipto—el reino hebreo era un enano.
Comparado con la grandeza de sus capitales—Babilonia, Nínive,
Tebas—con sus precintos sagrados, zigurats, templos, caminos
procesionales, puerta de ornato, palacios majestuosos, jardines
colgantes, piscinas sagradas, y puertos fluviales—Jerusalén era una
pequeña ciudad amurallada precipitadamente con una dudosa fuente de
agua. Y sin embargo, un milenio más tarde es Jerusalén, una ciudad
viviente, que está en nuestros corazones y en los encabezados
diarios, mientras la grandeza de las otras capitales de nación se ha
convertido en polvo y montón de ruinas.
¿Qué hace la diferencia? El Templo de Yahveh que fue construido en
Jerusalén, y sus profetas cuyos oráculos resultaron ciertos. Sus
profecías, cree uno por consiguiente, aun guardan la clave del
Futuro.
La asociación hebrea con Jerusalén, y en particular con el Monte
Moría, nos llevan de vuelta a la época de Abraham. Fue cuando él
hubo completado su asignación de proteger el puerto espacial durante
la Guerra de los Reyes que fue saludado por Melkizedek, el rey de
Ir-Shalem (Jerusalén), ‘que era un sacerdote del Dios Más Elevado.’
Ahí Abraham fue bendecido, y a su turno tomó un juramento, ‘por el
Dios Más Elevado, poseedor del Cielo y la Tierra.’ Estuvo ahí de
nuevo, cuando la devoción de Abraham fue puesta a prueba, que Dios
le otorgó un pacto. Aun demoró un milenio, hasta el tiempo y las
circunstancias adecuadas, para que fuera construido el Templo.
La Biblia asevera que el Templo de Jerusalén fue único—y sin duda
que lo fue: fue concebido para preservar el ‘Puente Cielo-Tierra’
que había sido alguna vez el DUR.AN.KI en Nippur de Súmer.
Ocurrió en el año 480 de la salida de los Hijos de Israel de Egipto,
en el cuarto año del reinado del rey Salomón, en el segundo mes,
que comenzó a construir la Casa del Señor.
Esto es lo que la Biblia señala, en el primer Libro de Reyes (6: 1),
el memorable inicio de la construcción del Templo de Yahveh en
Jerusalén por el rey Salomón, dándonos la fecha exacta del evento.
Fue un paso decisivo, crucial, cuyas consecuencias aún están con
nosotros; y el tiempo, debe ser notado, fue cuando Babilonia y
Asiria adoptaron el Signo de la Cruz como heraldo del Retorno…
La dramática historia del Templo de Jerusalén comienza no sólo con
Salomón sino con el rey David, padre de Salomón; y cómo se dieron
las cosas para que llegara a ser rey de Israel es una historia que
revela un plan divino: preparar para el Futuro resucitando el
Pasado.
El legado de David (después de reinar 40 años) incluyó un reino
gratamente expandido, alcanzando por el norte tan lejos como Damasco
(¡e incluyendo el Sitio de Aterrizaje!), muchos Salmos magníficos y
el trabajo de base para el Templo de Yahveh. Tres emisarios divinos
jugaron roles claves en la factura de este rey y su lugar en la
historia; la Biblia los lista como ‘Samuel el Vidente, Nathan el
Profeta, y Gad el Visionario.’ Fue Samuel, el sacerdote custodio del
Arca de la Alianza, quién fue instruido por Dios para ‘sacar al
joven David, hijo de Jesse, del pastoreo de ovejas para ser pastor
de Israel,’ y Samuel ‘tomó el cuerno lleno de aceite y lo ungió para
reinar sobre Israel.’
La elección del joven David, quién estaba pastoreando el rebaño de
su padre, de pastorear sobre Israel fue sin duda simbólica, porque
se devuelve a la época dorada de Súmer. Su rey era llamado LU.GAL,
‘Gran Hombre,’ pero se esforzaban por ganar el ansiado EN.SI,
‘Pastor Juicioso.’ Eso, como veremos, fue sólo el comienzo de los
enlaces de David y el Templo al pasado sumerio.
David inició su reinado en Hebrón, al sur de Jerusalén, y eso,
también, fue una opción escogida llena de simbolismo histórico. El
nombre previo de Hebrón, señala repetidamente la Biblia, era Kiryat
Arba, ‘la fortificada ciudad de Arba.’¿Y quién era Arba? ‘Fue un
Gran Hombre de los Anakim’—dos términos bíblicos que traducen a
hebreo los sumerios LU.GAL y ANUNNAKI. Comenzando por pasajes en el
Libro de Números, y luego en Joshua, Jueces, y Crónicas, la Biblia
señala que Hebrón era un centro de los descendientes de los ‘Anakim,
quienes como los Nefilim son contados,’ de ese modo conectándolos
con los Nefilim de Génesis 6 que se casaron con las Hijas del Adán.
Hebrón estaba aun habitada al tiempo del Éxodo por tres hijos de
Arba, y fue Caleb el hijo de Jephoneh quién capturó la ciudad y le
dio muerte en nombre de Joshua. Al escoger ser rey de Hebrón, David
estableció su reino como una directa continuación de reyes enlazados
a los Anunnaki de la popular Súmer.
Reinó en Hebrón por siete años, y entonces mudó su capital a
Jerusalén. Este asiento del reino—la ‘Ciudad de David’—fue
construida sobre el Monte Sión, justo al sur y separada por un
pequeño valle del Monte Moría (donde estaba la plataforma construida
por los Anunnaki, Fig. 83). El construyó el Miloh, el Cierre, para
cerrar la brecha entre ambos montes, como un primer paso para
erigir, en la plataforma, el Templo de Yahveh; pero todo lo que le
fue permitido construir en el Monte Moría fue un altar.
Figura 83
La palabra de Dios, a través del profeta Nathan, fue que porque
David había derramado sangre en sus muchas guerras, no él sino su
hijo Salomón construiría el templo. Devastado por el mensaje del
profeta, David fue y ‘se sentó delante de Yahveh’, en frente al Arca
de la Alianza (que aun estaba
guardada en una tienda portátil). Aceptando la decisión de Dios, le
pide una recompensa por su devota lealtad a Él: una seguridad, un
signo, que sería sin duda la Casa de David la que construiría el
Templo y sería bendecida para siempre. Esa misma noche, sentado en
frente del Arca de la Alianza con la cual Moisés se comunicaba con
el Señor, recibió un signo divino: ¡le fue dado un Tavnit—un modelo
a escala—del futuro templo!
Uno puede encoger los hombros con la veracidad del cuento por el
hecho que lo sucedido esa noche al Rey David y su proyecto de templo
es el equivalente a la historia de La Dimensión Desconocida del rey
sumerio Gudea, a quién más de mil años atrás le fuera también
entregada durante la visión de un sueño una tablilla con el plan
arquitectural y un molde de ladrillo para la construcción de un
templo en Lagash para el dios Ninurta.
Cuando llegó al fin de sus días, el Rey David convocó a Jerusalén a
todos los líderes de Israel, incluyendo los jefes tribales y
comandantes militares, los sacerdotes y oficiales reales, y les
contó de la promesa de Yahveh; y a la vista de aquella multitud puso
en la mano de su hijo Salomón ‘el Tavnit del templo y todas sus
partes y salas... el Tavnit que recibió del Espíritu.’ Había más,
porque David también puso en manos de Salomón ‘todo lo que Yahveh,
por su propia mano escrito, me ha dado para la comprensión de los
trabajos del Tavnit’: un set de instrucciones, escritas divinamente
(I Crónicas, cap. 28).
El término hebreo Tavnit es traducido en la Biblia Inglesa del Rey
Jaime como ‘modelo’ pero en traducciones más recientes es mejorada a
‘plano’, lo que sugiere que a David le fue dado alguna clase de
diseño arquitectural. Pero la palabra hebrea para ‘plano’ es
Tokhnit. Tavnit, por otra parte, deriva de la raíz verbal que
significa ‘construir, erigir, erectar,’ así que lo que a David le
fue dado y que puso en manos de Salomón fue un ‘modelo de
construcción’—en palabras actuales, un modelo a escala. (Hallazgos
arqueológicos a través del antiguo Cercano Oriente de hecho han
desenterrado modelos a escala de carruajes, carros, naves, talleres,
e incluso santuarios multiniveles.)
Los libros bíblicos de Reyes y Crónicas proveen medidas precisas y
claros detalles estructurales del templo y sus diseños
arquitectónicos. Sus ejes corren este-oeste, convirtiéndolo en un
‘templo eterno’ alineado a los equinoccios. Consistiendo de tres
partes (ver Fig. 64), adoptó los planos de templos sumerios para el
frontis (Ulam en hebreo), un gran salón central (Hekhal en hebreo,
enraizado en el sumerio E.GAL, ‘Gran Morada’), y un Sancta Sanctorum
para el Arca de la Alianza.
Figura 84
La sección más interna era llamada el Dvir (el ‘que habla’) —porque
era por medio del Arca de la Alianza que Dios hablaba con Moisés.
Como en los zigurats sumerios, los cuales tradicionalmente fueron
construidos para expresar el concepto ‘base sesenta’ sexagesimal, el
Templo de Salomón también adoptó el sesenta en su construcción: la
sección principal (el Salón) tenía unos 60 codos, 100 pies de largo,
20 codos (60:3) de ancho, y 120 (60 x 2) codos de altura.
El Sancta Sanctorum era de 20 por 20 codos—apenas suficiente para
guardar el Arca de la Alianza con su par de Querubines dorados en su
tope (‘sus alas tocando’). Evidencia textual e investigación
arqueológica indican que el Arca fue colocada precisamente en la
extraordinaria roca en la cual Abraham estuvo presto a sacrificar a
su hijo Isaac; su designación hebraica, Even Shattyah, significa
‘Piedra de la Fundación,’ y las leyendas judías sostienen que será
desde ella que el mundo será re-creado.
Hoy día está cubierta y rodeada por el Domo de la Roca (Fig. 84).
(Los lectores pueden encontrar más información acerca de la roca
sagrada y su enigmática cueva y pasajes subterráneos secretos en Las
Expediciones de las Crónicas Terrestres.)
Aunque estas no eran medidas monumentales comparadas con los
rascacielos zigurats, el Templo, cuando completo, era verdaderamente
magnífico; era además como ningún otro contemporáneo en esa parte
del mundo. No fue usado hierro ni herramientas de hierro para su
construcción desde la plataforma (y absolutamente ninguna en su
operativa—todos los utensilios eran de cobre o bronce), y el
edificio fue incrustado interiormente con oro; incluso los clavos
que sostenían piezas doradas fueron hechos también de oro.
Las
cantidades de oro empleadas (sólo para el Sancta Sanctorum, 600
talentos [1 talento = aprox. 34 kg]; los clavos, 50 shekels’ [1
skekel = aprox. 17 gr.] ) fueron enormes—tanto que Salomón arregló
que barcos especiales trajeran oro desde Ophir (se cree estaba al
sudeste en África).
La Biblia no ofrece explicación, ni por la
prohibición contra emplear cualquier cosa de hierro en el sitio ni
por la incrustación de todo el interior del templo con oro. Uno sólo
puede especular que el hierro fue evitado por sus propiedades
magnéticas, y el oro porque es el mejor conductor eléctrico. Es
significante que las únicas otras dos instancias de santuarios tan
incrustados de oro están al otro lado del mundo.
Uno es el gran templo en Cuzco, la capital Inca del Perú, donde el
gran dios de Sudamérica, Viracocha, fue venerado. Fue llamado el
Coricancha (‘Patio Dorado’), por su Sancta Sanctorum completamente
tapizado con oro. El otro es en Puma-Punku en las playas del Lago
Titicaca en Bolivia, cerca de las famosas ruinas de
Tiwanaku.
Ahí
las ruinas consisten de los restos de cuatro construcciones de
piedra estilo cámara cuyos muros, pisos, y techos fueron cortados
cada uno de un solo bloque de piedra colosal. Los cuatro recintos
estaban completamente tapizados por dentro con placas doradas
sostenidas en su sitio por clavos de oro. Describiendo los sitios (y
como fueron saqueados por los españoles) en
Los Reinos Perdidos, he
sugerido que Puma-Punku fue erigido para la estadía de Anu y Antu
cuando visitaron la Tierra alrededor del 4000 a.C.
De acuerdo a la Biblia, decenas de miles de obreros fueron
necesitados durante siete años para la inmensa tarea. ¿Cuál,
entonces, era el propósito de esta Casa del Señor? Cuando todo
estuvo listo, con mucha pompa y circunstancia, el Arca de la Alianza
fue llevada por sacerdotes y puesta en el Sancta Sanctorum.
Tan pronto el Arca fue colocada en el piso y fueron abiertas las
cortinas que separan el Sancta Sanctorum del gran salón, ‘la Casa
del Señor se llenó con una nube y los sacerdotes no podían estar de
pie.’
Entonces Salomón ofreció una oración de gracias, diciendo:
Señor que has escogido morar en la nube: he construido para Ti una Casa majestuosa, un lugar donde puedas morar por siempre… Aunque los mayores cielos no pueden
contenerte, Puedes escuchar nuestras súplicas desde Tu asiento en el cielo.
‘Y Yahveh apareció a Salomón esa noche, y le dijo: He escuchado tu
oración; he escogido este sitio para mi lugar de culto… Desde el
cielo escucharé las oraciones de mi gente y perdonaré sus
trasgresiones…. Ahora he escogido y consagrado esta Casa para que mi
Nombre [Shem] permanezca en ella para siempre.’
(2 Crónicas, cap. 6-7)
La palabra Shem—aquí y anteriormente, como en los versos de apertura
del capítulo 6 del Génesis—se traduce comúnmente por ‘Nombre’. Tan
lejos como en ni primer libro,
El Duodécimo Planeta, he sugerido que
el término originalmente y en contextos relevantes se refiere a lo
que los egipcios llamaban la ‘Barca Celestial’ y los sumerios
llamaban MU—nave del cielo—de los dioses. Concordantemente, el
Templo en Jerusalén, levantado sobre la plataforma de piedra, con el
Arca de la Alianza colocada sobre la roca sagrada, iba a servir como
un enlace terrestre con la deidad celestial— ¡tanto para comunicar
como para el aterrizaje de su nave!
En el Templo no había estatua alguna, ni ídolos, ni imágenes
talladas. El único objeto era la reverenciada Arca de la Alianza—y
‘nada había en el Arca excepto el par de tablas que le fueron dadas
a Moisés en Sinaí.’ Diferente de los zigurats en Mesopotamia, desde
el de Enlil en Nippur hasta el de Marduk en Babilonia, este no era
un lugar de residencia para la deidad, donde el dios viviera,
comiera, durmiera, y se bañara. Era una Casa de Culto, un sitio de
contacto divino; era un templo para la Divina Presencia del Morador
en las Nubes.
Se dice que una imagen vale por mil palabras; es ciertamente
verdadero cuando hay pocas palabras pertinentes pero muchas
relevantes imágenes.
Fue por la época en que el templo de Jerusalén estuvo completado y
consagrado al Morador en las Nubes que un cambio notable en el glifo
sagrado—la descripción de lo divino—tuvo lugar donde tales
descripciones son comunes y permisibles, y (en su tiempo) primero y
más importante en Asiria.
Mostraban, con mucha claridad, al dios Ashur como un ‘morador en las
nubes,’ a toda cara o con sólo el brazo señalando, con frecuencia
dibujado sosteniendo un arco (Fig. 85) —una representación que
recuerda una historia de la Biblia ‘el Arco en la Nube’ que era un
signo divino tras los disturbios del Diluvio.
Figura 85
Figura 86a
Figura 86b
Más o menos un siglo después, las representaciones asirias
introdujeron una nueva variante en el Dios en las Nubes. Clasificada
como la ‘Deidad en un Disco Alado,’ mostraban claramente una deidad
dentro del emblema del Disco Alado, solo (Fig. 86a), o acompañado de
la Tierra (siete puntos) y la Luna (creciente) (Fig. 86b).
Dado que
el Disco Alado representaba a Nibiru, tenía que haber una deidad
llegando con Nibiru. Claramente entonces, estos dibujos implicaban
expectativas de la cercana llegada no sólo del planeta, sino de sus
divinos moradores, probablemente liderados por Anu mismo.
Los cambios en glifos y símbolos, comenzaron con el Signo de la
Cruz, donde manifestaciones de expectativas más profundas, o cambios
incontenibles y preparaciones más amplias clamaban por el esperado
Retorno. Sin embargo, las expectativas y las preparaciones eran
diferentes en Babilonia y Asiria. En una, las expectativas
mesiánicas estaban centradas en el dios(es) que estaba ahí; en el
otro país, las expectativas relacionadas el dios(es) que retorna y
reaparece.
En Babilonia las expectativas eran mayormente religiosas—un
renacimiento mesiánico de Marduk a través de su hijo Nabu. Grandes
esfuerzos debieron ser asumidos, alrededor de 960 a.C., las sagradas
ceremonias Akitu con su renovado Enuma Elish—apropiando para Marduk
la creación de la Tierra, el rediseño de los Cielos (el Sistema
solar), y la generación del Hombre—era leído públicamente.
La
llegada de Nabu desde su santuario en Borsippa (sur de Babilonia)
para jugar un rol crucial en las ceremonias fue parte esencial del
renacimiento. Concordantemente, los monarcas de Babilonia que
reinaron entre 900 a.C. y 730 a.C. reanudaron el empleo de nombres
relacionados con Marduk y, en los números mayores, nombres
relacionados con Nabu.
Los cambios en Asiria fueron más geopolíticos; los historiadores
consideran alrededor de 960 a.C. como el comienzo del período Asirio
Neo Imperial. Además de las inscripciones en monumentos y muros
palaciegos, la principal fuente de información acerca de Asiria en
esos días son los anales de sus reyes, en los cuales grababan los
que hacían, año tras año. A juzgar por todo aquello, su principal
ocupación era la Conquista.
Con incomparable ferocidad, sus reyes
lanzaron una expedición militar tras otra no sólo para tener dominio
sobre los viejos Súmer y Acadia, sino además contra lo que ellos
consideraban esencial para e Retorno: el control de los sitios
espaciales.
Que este era el propósito de las campañas es evidente no sólo por
sus ‘blancos,’ sino además por los grandes relieves en piedra en los
muros de los palacios asirios del noveno y octavo siglo a.C. (que
pueden ser vistos en algunos de los principales museos del mundo):
igual como algunos sellos cilíndricos, muestran al rey y al sumo
sacerdote, acompañados por Querubines—‘astronautas’
Anunnaki—flanqueando el Árbol de la Vida mientras dan la bienvenida
al dios del Disco alado (Fig. 87a,b).
¡Una llegada divina era
claramente esperada!
Figura 87a
Figura 87b
Los historiadores vinculan los inicios de este período Neo-Asirio al
advenimiento de una dinastía real en Asiria, cuando Tiglath-Pileser
II ascendió al trono en Nínive.
El patrón de engrandecimiento y conquista, destrucción y anexión
exterior fue establecido por el hijo del rey y su nieto, quienes le
siguieron como reyes de Asiria. Interesantemente, su primer objetivo
fue el área del río Khabur, con su importante centro religioso y
comercial—Harán.
Sus sucesores comenzaron desde ahí. Con frecuencia emplearon el
mismo nombre de un rey previamente glorificado (de ahí las
numeraciones I, II, III, etc. para ellos), los reyes sucesivos
expandieron el control de Asiria en todas direcciones, pero con
especial énfasis sobre las ciudades costeras y montañesas de
La-ba-an (Líbano).
Alrededor de 860 a.C. Asurbanipal II—que usaba el símbolo de cruz en
su pecho (ver Fig. 76) —alardeaba de haber capturado las ciudades
fenicias costeras de Tiro, Sidón, y Gebal (Byblos), y de ascender la
Montaña de Cedros con su lugar sagrado, el más antiguo Sitio de
Aterrizaje de los Anunnaki.
Su hijo y sucesor Shalmaneser III documentó la erección ahí de una
estela conmemorativa llamando al lugar Bit Idini. El nombre
literalmente significa ‘el Hogar Edén’—y fue conocido por ese nombre
por los Profetas bíblicos. El Profeta Ezequiel fustigó al rey de
Tiro por considerarse a si mismo un dios porque había ido a ese
sagrado lugar y ‘movido entre sus abrasadoras piedras’; y el Profeta
Amos lo puso en lista cuando habló del venidero Día del Señor.
Como era de esperar, los asirios entonces cambiaron su atención
hacia el otro sitio espacial. Después de la muerte de Salomón su
reino fue dividido por herederos contendientes en ‘Judá’ (con
Jerusalén como capital) en el sur e ‘Israel’ y sus diez tribus en el
norte.
En su monumento escrito mejor conocido, el Obelisco Negro, Shalmaneser III documentó el recibo de tributo del rey israelí Jehu
y, en una escena dominada por el emblema de Nibiru el Disco Alado,
lo graficó poniéndose de rodillas en obediencia (Fig. 88).
Figura 88
Tanto la
Biblia como los anales asirios documentaron la subsecuente invasión
de Israel por Tiglath-Pileser III (744–727 a.C.), la separación de
sus mejores provincias, y el exilio parcial de sus líderes.
Entonces, en 722 a.C., su hijo Shelmaneser V invadió lo que quedaba
de Israel, exilió a toda su gente, y los reemplazó con extranjeros;
las Diez Tribus se fueron, y sus paraderos permanecieron como un
misterio duradero.
(Por qué y cómo, a su retorno de Israel, Shalmaneser fue castigado y abruptamente reemplazado en el trono por
otro hijo de Tiglath-Pileser es también un misterio sin resolver.)
Habiendo ya capturado el Sitio de Aterrizaje, los asirios estaban
ahora a las puertas del premio grande, Jerusalén; pero nuevamente
resistieron el asalto final. La Biblia lo explica atribuyéndolo todo
a la voluntad de
Yahveh; un examen de los documentos asirios sugiere
que el ‘qué y cuándo’ ellos hicieron en Israel estaba sincronizado
con el ‘qué y cuándo’ ellos hicieron con Babilonia y Marduk.
Después de la captura del sitio espacial en Líbano—pero antes de
emprender las campañas contra Jerusalén—los asirios dieron un paso
sin precedentes para la reconciliación con Marduk. En 729 a.C.
Tiglath-Pileser III entró a Babilonia, fue a su precinto sagrado, y
‘tomó las manos de Marduk.’
Fue un gesto con significancia religiosa y diplomática; los
sacerdotes de Marduk aprobaron la reconciliación invitando a
Tiglath-Pileser a compartir el alimento sacramental del dios.
Enseguida de aquello, el hijo de Tiglath-Pileser Sargón II marchó
hacia el sur en las áreas del viejo Súmer y Acadia, y después de
tomar Nippur volvió a entrar en Babilonia. En 710 a.C. él, como su
padre, ‘tomó las manos de Marduk’ durante las ceremonias de Año
Nuevo.
La tarea de capturar el restante sitio espacial recayó en el sucesor
de Sargón, Sennacherib. El asalto a Jerusalén en 704 a.C. en tiempos
del rey Hezekiah, se halla ampliamente documentado tanto en los
anales de Sennacherib como en la Biblia. Pero mientras Sennacherib
en sus inscripciones habla sólo de la exitosa toma de las ciudades
provinciales de Judá, la Biblia provee una historia detallada del
sitio de Jerusalén por un poderoso ejército asirio que fue
milagrosamente eliminado por la voluntad de Yahveh.
Encerrado Jerusalén y entrampado su pueblo, los asirios se ocuparon
de la guerra psicológica gritando palabras descorazonadoras a los
defensores en los muros de la ciudad, terminando con la vilificación
de Yahveh. El choqueado rey, Hezekiah, rasgo sus vestiduras en luto
y rezó en el Templo a ‘Yahveh, el Dios de Israel, que descansa en
los Querubines, el Dios único sobre todas las naciones,’ por ayuda.
En respuesta, el Profeta Isaías le hizo llegar el oráculo de Dios:
el rey asirio jamás entraría en a ciudad, volvería fracasado a casa,
y allá sería asesinado.
Aquella misma noche salió el Ángel de Yahveh e hirió en el
campamento asirio a 185.000 hombres; a la hora de despertarse, por
la mañana, no había más que cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria,
partió y, volviéndose, se quedó en Nínive.
2 Reyes 19: 35–36
Para estar seguros que el lector comprende que la completa profecía
se hizo realidad, continúa la narrativa bíblica:
‘Y Sennacherib se
fue, y volvió a Nínive; y he aquí que estaba reverenciando a su dios
en su templo… cuando Adramelekh y Sharezzer lo mataron con espada, y
huyeron a la tierra de Ararat. Su hijo Esarhaddon fue coronado rey
en su lugar.’
La postdata bíblica es un documento sorprendentemente informado:
Sennacherib fue de cierto asesinado por sus propios hijos, en 681
a.C... Por segunda vez, los reyes asirios que habían atacado Israel
o Judá murieron tan pronto regresaron.
Mientras la profecía—la predicción de la que va a suceder—es
intrínsecamente lo que se espera de un profeta, los Profetas de la
Biblia hebrea fueron más que eso. Desde el inicio, como queda claro
en Levítico, un profeta no era ‘un mago, un hechicero, un
encantador, un vidente de espíritus, un cuenta fortunas, o alguien
que conjure a los muertos’—una bastante exhaustiva lista de la
variedad de cuenta-fortunas de las naciones circundantes.
Su misión
como Nabih—‘Hombre que Habla’—era transmitir a los reyes y el pueblo
las propias palabras de Yahveh. Y como la oración de Hezekiah lo
deja claro, mientras los Hijos de Israel fueron Su Pueblo Escogido,
Él era ‘el Dios único sobre todas las naciones.’
La Biblia habla de los profetas desde Moisés en adelante, pero sólo
quince de ellos tienen su propio libro en la Biblia. Incluyen los
tres ‘mayores’—Isaías, Jeremías, y Ezequiel—y doce ‘menores.’ Su
período profético comenzó con Amos en Judá (cerca del 760 a.C.) y
Oseas en Israel (750 a.C.) y terminó con Malaquías (alrededor de 450
a.C.). Mientras las expectativas del Retorno tomaban forma, los
acontecimientos geopolíticos, religiosos y cotidianos se combinaron
para servir como base a la Profecía bíblica.
Los Profetas bíblicos sirvieron como Guardianes de la Fe y fueron la
brújula ética y moral de sus propios reyes y el pueblo; también
fueron observadores y predictores del ruedo mundial por poseer un
increíble conocimiento exacto de lo que sucedía en tierras lejanas,
o las intrigas de la corte en capitales extranjeras, de cuales
dioses eran venerados dónde, además de un sorprendente conocimiento
de historia, geografía, rutas comerciales, y campañas militares.
Entonces ellos combinaban tal conciencia del Presente con el
conocimiento del Pasado para predecir el Futuro.
Para los profetas hebreos, Yahveh no era sólo El Elyon—‘Dios
Supremo’—y no sólo Dios de los dioses, El Elohim, sino un Dios
Universal—de todas las naciones, de toda la Tierra, del universo.
Aunque su morada estaba en el Cielo de los Cielos, el cuidaba su
creación—la Tierra y su gente. Todo lo que sucedía era por su
voluntad, y su voluntad era transmitida por Emisarios—fueran
Ángeles, un rey, o una nación.
Adoptando la distinción sumeria entre
el predeterminado Destino y el Libre Albedrío, los Profetas creían
que el Futuro podía ser predicho porque todo estaba preplaneado,
aunque en el camino sin embargo, las cosas podían cambiar. Asiria
por ejemplo, fue llamada a veces ‘el camino de la ira de Dios’ con
el cual otras eran castigadas, pero cuando escogió actuar de manera
innecesariamente brutal o fuera de límites, Asiria misma fue a su
turno sujeta al castigo.
Los Profetas parecían estar entregando mensajes de dos-pistas no
sólo considerando los sucesos presentes, sino también respecto del
Futuro. Isaías por ejemplo, profetizó que la Humanidad esperaría un
Día de la Ira cuando todas las naciones (Israel incluida) será
juzgada y castigada—tanto como mirar hacia delante a un tiempo
idílico cuando el lobo habitará junto al cordero, los hombres
fundirán sus espadas para hacer instrumentos de labranza, y Sión
será una luz sobre las naciones.
La contradicción ha desconcertado generaciones de académicos
bíblicos y teólogos, pero un examen más cercano de las palabras del
Profeta nos llevan a un hallazgo sorprendente: el Día del Juicio fue
hablado como el Día del Señor; el tiempo mesiánico era esperado al
Fin de los Días; y los dos no eran ni sinónimos ni predecían eventos
concurrentes. Eran dos sucesos diferentes, a ocurrir en épocas
diferentes: Uno, el Día del Señor, el día del juicio Divino, era
algo por suceder; el otro, conducente a una era benevolente, era
algo por venir, alguna vez en el futuro.
¿Fueron las palabras dichas en Jerusalén un eco de los debates en
Nínive y Babilonia en relación a cuál ciclo de tiempo aplica al
futuro de dioses y hombres—el Tiempo Divino orbital de Nibiru o el
zodiacal Tiempo Celestial?
Sin duda, como el siglo octavo a.C.
estaba terminando, estaba claro en las tres capitales que los dos
ciclos de tiempo no eran idénticos; y en Jerusalén, hablando del Día
del Señor por venir, los profetas bíblicos de hecho hablaban del
Retorno de Nibiru.
Al traducir en el capítulo de apertura del Génesis una versión
abreviada del la Epopeya de la Creación sumeria, la Biblia reconoció
la existencia de Nibiru y su retorno periódico a la vecindad de la
Tierra, y la trató como otra—en este caso, celestial—manifestación
de Yahveh como Dios universal. Los Salmos y el Libro de Job hablaron
del Señor Celestial no-visto que ‘en las alturas del cielo recorre
una órbita.’
Recordaron esta primera aparición del Señor Celestial—cuando
colisionó con Tiamat (llamado en la Biblia Tehom y apodado Rahab o
Rabah, la Altanera), la castigó, creó los cielos y ‘el Brazalete
Repujado (el Cinturón de Asteroides), y ‘suspendió la Tierra en el
vacío’; también recordaban el tiempo en que ese Señor Celestial
causó el Diluvio.
La llegada de Nibiru y la colisión celeste,
conducente a la gran órbita de Nibiru, fue celebrada en el
majestuoso Salmo 19:
Los cielos cuentan la gloria de
Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento [cinturón de asteroides];
el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia.
No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír;
mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.
En el mar levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo,
se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. A un extremo del cielo es su salida,
y su órbita llega al otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape.
Fue el acercamiento del Señor Celestial en la época de Diluvio lo
que se tenía en cuenta como presagio de lo que ocurrirá la siguiente
vez que el Señor celeste vuelva (Salmos 77: 6, 17–19):
Pienso en los días de antaño,
de los años antiguos. . . Viéronte, oh Dios, las aguas,
las aguas te vieron y temblaron, también se estremecieron los abismos.
Las nubes derramaron sus aguas, su voz tronaron los nublados,
también cruzaban tus saetas. ¡Voz de tu trueno en torbellino!
Tus relámpagos alumbraban el orbe, la tierra se estremecía y retemblaba.
Los Profetas consideraron estos fenómenos anteriores como una guía
para esperar lo venidero. Esperaban que el Día del Señor (para citar
al Profeta Joel) fuese un día en que ‘la Tierra será agitada, el Sol
y la Luna se oscurecerán, y las estrellas retendrán su brillo… Un
día que es grande y terrorífico.’
Los Profetas llevaron a Israel y todas las naciones la palabra de
Yahveh durante un período de cerca de tres siglos. El primero de los
quince Profetas ‘literarios’ fue Amós; comenzó como ‘el que habla
por Dios’ (Nabih) cerca de 760 a.C. Sus profecías cubrieron tres
períodos o fases: predijo los asaltos asirios del futuro cercano, un
venidero Día del Juicio, y un Tiempo Final de paz y plenitud.
Hablando en el nombre ‘del Señor Yahveh que revela Sus secretos a
los Profetas,’ describió el Día del Señor como un día en que ‘el Sol
se pondrá a mediodía y la Tierra se oscurecerá en la mitad del día.’
Dirigiéndose a aquellos que veneran los ‘planetas y estrellas de sus
dioses,’ comparó el venidero Día con los sucesos del Diluvio, cuando
‘el día se hizo noche, y las aguas de los mares fueron vertidas en
la tierra’; y advirtió a tales adoradores con una pregunta retórica
(Amós 5: 18):
¡Ay de los que ansían el Día de Yahveh!
¿Qué creéis que es ese Día de Yahveh? ¡Es tinieblas, que no luz!
Medio siglo después, el Profeta Isaías vinculó las profecías del
‘Día del Señor’ a un lugar geográfico específico, al ‘Monte del Día
Señalado,’ el sitio ‘de las laderas del norte,’ y tuvo esto que
decir al rey que se había auto colocado allí:
‘Contempla, el Día del
Señor llegó con furia e ira sin piedad, para dejar la tierra
desolada y destruir a sus pecadores.’
Además, comparó lo que está
por suceder con el Diluvio, recordando la época cuando el ‘Señor
vino como una tormenta destructora de poderosas olas,’ y describió
(Isaías 13: 10,13) el Día venidero como un acontecimiento celeste
que afectará a la Tierra:
Cuando las estrellas del cielo y la constelación de Orión
no alumbren ya, esté oscurecido el sol en su salida
y no brille la luz de la luna. . . Por eso haré temblar los cielos,
y se removerá la tierra de su sitio, en el arrebato de Yahveh Sebaot,
en el día de su ira hirviente.
Lo más notable en esta profecía es la identificación del Día del
Señor como el tiempo en que ‘el Señor de los Ejércitos’—el
celestial, el señor planetario—‘estará cruzando.’
Este es el mismo
lenguaje empleado en el
Enuma Elish cuando describe cómo el invasor
que combatió a Tiamat llegó a ser llamado NIBIRU:
‘¡Del Cruce será su nombre!’
Siguiendo a Isaías, el Profeta Oseas también previó el Día del Señor
como un día en que el Cielo y la Tierra ‘responderán’ uno al otro—un
día de fenómenos celestiales resonando en la Tierra.
En la medida que continuamos examinando las profecías de forma
cronológica, encontramos que en el siglo séptimo a.C. los
pronunciamientos proféticos se hicieron más urgentes y más
explícitos:
el Día del Señor será un Día de Juicio sobre todas las
naciones, incluido Israel, pero principalmente sobre Asiria por lo
que ha hecho y sobre Babilonia por lo que hará, y el Día está
acercándose, está cerca—
¡Cercano está el gran Día de Yahveh,
cercano, a toda prisa viene! ¡Amargo el ruido del día de Yahveh,
dará gritos entonces hasta el bravo! Día de ira el día aquel,
día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación,
día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla,
Sofonías, 1: 14–15
Justo antes del 600 a.C. el Profeta Habacuc rezó al ‘Dios que vendrá
en los años cercanos,’ y mostrará piedad a pesar de Su ira. Habacuc
describió al esperado Señor celeste como un planeta radiante—la
misma forma como Nibiru era descrito en Súmer y Acadia.
Aparecerá,
dijo el Profeta, de los cielos del sur:
El Señor vendrá del sur… cubiertos serán los cielos con su halo,
su esplendor llena la Tierra, sus rayos brillan fuertes
desde donde su poder se oculta. Delante de él marcha la peste,
sale la fiebre tras sus pasos. Se planta para medir la Tierra;
es visto y la naciones tiemblan.
Habacuc 3: 3–6
La urgencia de las profecías aumentó al comenzar el siglo sexto a.C.
‘¡El Día del Señor está a la mano!’ anunciaba el Profeta Joel; ‘¡el
Día del Señor está cerca! declaraba el Profeta Obadiah.
Cerca del
570 a.C. el Profeta Ezequiel recibió el siguiente mensaje divino
(Ezequiel 30: 2–3):
Hijo de hombre, profetiza y di:
Así dice el Señor Yahveh: gemid: «¡Ah, el día aquel!»
Porque está cercano el día, está cercano el día de Yahveh,
día cargado de nubarrones, la hora de las naciones será.
Ezequiel estaba entonces lejos de Jerusalén, habiendo sido exiliado
junto a otros líderes de Judá por el rey babilonio Nabucodonosor. El
terreno de exilio, donde las profecías de Ezequiel y la famosa
visión del Carro Celestial tuvieron lugar, fue en los bancos del río
Khabur, en la región de Harán.
El sitio no fue al azar, porque la concluyente saga del Día del
Señor—y de Asiria y de Babilonia—tenía que terminarse donde comenzó
el viaje de Abraham.
Regresar al Contenido
|