2 - EL ENFRENTAMIENTO ENTRE HORUS Y SET
¿Acaso no fue más que un triste comentario en la historia de la
guerra lo que los mesiánicos esenios auguraron respecto a una Guerra
Final de los Hombres en la que la Compañía de los Dioses se uniría a
la Congregación de los Mortales, y los «gritos de guerra de dioses y
hombres» se mezclarían en el campo de batalla?
En absoluto. Lo que
La Guerra de los Hijos de la Luz contra los
Hijos de las Tinieblas auguraba era, simplemente, que las acciones
guerreras de los hombres terminarían del mismo modo en el cual
habían comenzado: con dioses y hombres luchando hombro con hombro.
Por increíble que pueda parecer, existe un documento que relata la
primera guerra en la cual los dioses se involucraron con hombres
mortales. Es una inscripción que hay en las paredes del gran templo
de Edfú, una antigua ciudad sagrada egipcia que estuvo dedicada al '
dios Horus. Según sostienen las leyendas egipcias, fue allí donde
este dios estableció una fundición de «hierro divino» y donde, en un
recinto especial, Horus conservaba el gran Disco Alado que podía
cruzar los cielos. «Cuando las puertas de la fundición se abren»,
decía un texto egipcio, «el Disco se eleva».
La inscripción (Fig. 6), notable por su precisión geográfica,
comienza con una fecha exacta -una fecha que no pertenece a los
asuntos de los hombres, sino de los dioses. Tiene que ver con
acontecimientos que tuvieron lugar mucho antes que los faraones,
cuando los mismos dioses reinaban en Egipto:
En el año 363, Su Majestad, Ra, el Santo, el Halcón del Horizonte,
el Inmortal Que Vive Para Siempre, estaba en la tierra de Khenn.
Estaba acompañado por sus guerreros, pues los enemigos habían
conspirado contra su señor en la región que recibió el nombre de
Ua-Ua desde aquel día.
Ra fue allí en su barco, sus compañeros con él. Desembarcó en la
zona del Lugar del Trono de Horus, en la parte occidental de esta
zona, al este de la Casa de Khennu, la que recibió el nombre de
Khennu Real desde entonces.
Horus, el Medidor Alado, llegó al barco de Ra. Le dijo a su
antepasado:
«Oh Halcón del Horizonte, he visto al enemigo conspirar
contra tu Señorío, para arrebatarte la Corona Luminosa».
Fig. 6
Con unas cuantas palabras, el antiguo escriba se las ingenió para
dibujar el fondo, así como para situar el escenario de la inusual
guerra que estaba a punto de comenzar. En un momento se nos informa
que la pugna vino a consecuencia de una conspiración de ciertos «enemigos»
de los dioses Ra y Horus, que pretendían arrebatarle la «Corona
Luminosa del Señorío». Es obvio que esto sólo podía pretenderlo otro
u otros dioses. Con el fin de anticiparse a la conspiración, Ra, «acompañado
por sus guerreros», fue en su barco hasta una zona en donde Horus
había establecido su cuartel general.
El «barco» de Ra, que nos resulta conocido de otros muchos textos,
era un Barco Celeste en el cual el dios podía remontarse hasta los
cielos más lejanos. En este caso, Ra lo utilizó para desembarcar
lejos de las aguas, «en la parte occidental» de la región de Ua-Ua.
Allí aterrizó, al este del Lugar del Trono de Horus. Y Horus salió a
recibir a su antepasado y a informarle de que el «enemigo» estaba
reuniendo sus fuerzas.
Entonces, Ra, el Santo, el Halcón del Horizonte, le dijo a Horus, el
Medidor Alado:
«Noble vastago de Ra, mi descendiente: Ve rápido, y
derriba al enemigo al que has visto».
Con estas instrucciones, Horus despegó en el Disco Alado en busca
del enemigo en los cielos:
Y así, Horus, el Medidor Divino, se elevó hacia el horizonte en el
Disco Alado de Ra; de ahí que se le haya llamado desde aquel día «Gran
Dios, Señor de los Cielos».
Desde el cielo, volando en el Disco Alado, Horus divisó a las
fuerzas enemigas y desencadenó sobre ellos una «tormenta» que no
podía ser vista ni oída, y que, no obstante, traía una muerte
instantánea:
En las alturas de los cielos, desde el Disco Alado, vio a los enemigos, y cayó sobre ellos por detrás. De la parte de delante soltó
contra ellos una Tormenta que no podían ver con sus ojos, ni oír con
sus oídos.
Aquello les llevó la muerte a todos en un instante; ningún ser quedó
con vida a su paso.
Después, Horus volvió al barco de Ra con el Disco Alado, «que
brillaba con muchos colores», y escuchó a Toth, dios de las artes
mágicas, haciendo oficial su victoria:
Entonces, Horus, el Medidor Divino, reapareció en el Disco Alado,
que brillaba con muchos colores; y volvió al barco de Ra, el Halcón
del Horizonte.
Y Toth dijo: «¡Oh, Señor de los dioses! El Medidor Divino ha vuelto
en el gran Disco Alado, brillando con muchos colores»...
De ahí que sea llamado desde aquel día «El Medidor Divino». Y en
honor a Horus, el Medidor Divino, le pusieron a la ciudad de Hut el
nombre de «Behutet».
Fue en el Alto Egipto donde tuvo lugar esta primera batalla, la que
mantuvo Horus con «los enemigos». Heinrich Brugsch, que fue el
primero en publicar el texto de esta inscripción ya en 1870 (Die
Sage von der geflügten Sonnenscheibé), sugirió que la «Tierra de
Khenn» era Nubia, y que Horus había divisado a los enemigos en Syene
(el Asuán de hoy).
Estudios más recientes, como Egypt in Nubia, de
Walter B. Emery, coinciden en que Ta-Khenn era Nubia y que
Ua-Ua era
el nombre de su mitad norte, la región que se extiende entre las
primeras y las segundas cataratas del Nilo. (A la parte sur de Nubia
se le llamaba Kus.) Estas identificaciones parecen válidas, dado que
la ciudad de Behutet, que se le concedió a Horus como premio por su
primera victoria, no era otra que la ciudad de Edfú, que estuvo
consagrada a Horus desde entonces.
Las leyendas sostienen que fue en Edfú donde Horus estableció una
fundición de metal divino, en donde se forjaban las singulares armas
de «hierro divino». También era allí donde Horus entrenaba a un
ejército de mesniu -«Gente de Metal». Se les representó en las
paredes del templo de Edfú con el aspecto de hombres de cabeza
rapada, con una túnica corta y un grueso collar, con armas en ambas
manos. Por otra parte, entre los jeroglíficos de «hierro divino» y «gente
de metal» había un arma con forma de arpón que no se ha podido
identificar.
Según las leyendas egipcias, los mesniu fueron los primeros hombres
en ser armados por los dioses con armas hechas de metal. Y, como
pronto veremos en el relato, también fueron los primeros en ser
enrolados por un dios para luchar en las guerras de los dioses.
Al estar ya bien controlada la región que se extiende entre Asuán y
Edfú, y con guerreros bien armados y entrenados, los dioses se
dispusieron a avanzar hacia el norte, hacia el corazón de Egipto.
Parece que las primeras victorias fortalecieron también la alianza
de los dioses, pues se nos dice que la diosa asiática Ishtar (el
texto egipcio la llama por su nombre cananeo, Ashtoreth) se unió al
grupo.
Desde el cielo, Horus llamó a Ra para que explorara la tierra
bajo ellos:
Y Horus dijo: «¡Avanza, Oh Ra! ¡Busca a los enemigos que hay abajo,
en la tierra!»
Entonces, Ra, el Santo, se adelantó; y Ashtoreth fue con él. Y
buscaron a los enemigos en tierra; pero se habían escondido todos.
Dado que los enemigos en tierra se habían ocultado a la vista,
Ra
tuvo una idea:
«Y Ra dijo a los dioses que le acompañaban: 'Llevemos
nuestra nave hacia el agua, pues el enemigo se encuentra en la
tierra'. Y a aquellas aguas se les llamó desde entonces 'Las Aguas
Recorridas'». Mientras que Ra podía hacer uso de las capacidades
anfibias de su vehículo, Horus tuvo que hacerse con una nave
acuática. De modo que le dieron un barco, «y lo llamaron Mak-A (Gran
Protector) hasta el día de hoy».
Fue entonces cuanto tuvo lugar la primera batalla en la que se
vieron involucrados mortales:
Pero los enemigos también iban por el agua, haciéndose pasar por
cocodrilos e hipopótamos, y se pusieron a golpear el barco de Ra, el
Halcón del Horizonte...
Entonces, apareció Horus, el Medidor Divino, junto con sus ayudantes,
aquellos que le servían como guerreros, cada uno llamado por nombre,
con el Hierro Divino y una cadena en las manos, y repelieron a los
cocodrilos y los hipopótamos.
Y cazaron a 651 enemigos en aquel lugar; fueron muertos a la vista
de la ciudad.
Y Ra, el Halcón del Horizonte, le dijo a Horus, el Medidor Divino: «Que
este sitio se conozca como el lugar donde llevaste a cabo tu
victoria en las tierras del sur».
Tras vencer a sus enemigos desde los cielos, sobre la tierra y en
las aguas, la victoria de Horus parecía completa; y Toth pidió que
se celebrara:
Entonces dijo Toth a los otros dioses: «¡Oh Dioses del Cielo,
alegrad vuestros corazones! ¡Oh Dioses de la Tierra, alegrad
vuestros corazones! El joven Horus ha traído la paz, después de
realizar extraordinarias hazañas en esta campaña».
A partir de entonces se adoptó el Disco Alado como emblema del Horus
victorioso:
Desde aquel día existen los emblemas metálicos de Horus. Fue Horus
el que se forjó como emblema el Disco Alado, situándolo en la parte
delantera del barco de Ra. Y junto a él puso a la diosa del norte y
a la diosa del sur, representadas como dos serpientes.
Y Horus, de pie detrás del emblema, sobre el barco de Ra, con el
Hierro Divino y la cadena en la mano.
A pesar de las palabras de Toth acerca de Horus como portador de la
paz, ésta aún no estaba a mano. Mientras el grupo de dioses seguía
su avance hacia el norte,
«vislumbraron dos brillos en la llanura
que hay al sudeste de Tebas. Y Ra le dijo a Toth: 'Es el enemigo;
que los mate Horus...'. Y Horus hizo una gran masacre entre ellos».
Una vez más, con la ayuda del ejército de hombres que había
entrenado y armado, Horus logró la victoria; y Toth siguió poniendo
nombre a los lugares en honor a las victoriosas batallas.
Mientras que con la primera batalla aérea se abrió paso a través de
las defensas que separaban a Egipto de Nubia en Syene (Asuán), con
las batallas que siguieron en tierra y en el agua, Horus se aseguró
la curva del Nilo, desde Tebas a Dendera. Grandes templos y
emplazamientos reales proliferarían en tiempos futuros. Ahora, el
camino al corazón de Egipto estaba abierto.
Durante varios días, los dioses avanzaron hacia el norte -Horus
vigilando desde los cielos en el Disco Alado, Ra y sus compañeros
bajando el Nilo, y la Gente de Metal guardando los flancos
por tierra. A continuación, hubo una serie de breves pero fieros
enfrentamientos; los nombres de los lugares, bien establecidos en
la antigua geografía egipcia, indican que la ofensiva de los dioses
llegó a la región de los lagos que, en la antigüedad, se extendía
desde el Mar Rojo hasta el Mediterráneo (alguno de los cuales aún
existe):
Después, los enemigos se distanciaron de él, hacia el norte. Se
situaron en la región del agua, de cara al mar que hay detrás del
Mediterráneo; y sus corazones estaban atenazados por el miedo que le
tenían.
Pero Horus, el Medidor Alado, los acosaba desde el barco de Ra, con
el Hierro Divino en la mano.
Y todos sus Ayudantes, con armas de hierro forjado, se organizaron a
su alrededor.
Pero el intento de rodear y atrapar a los enemigos no dio resultado:
«Durante cuatro días y cuatro noches, recorrieron las aguas
persiguiéndoles, sin llegar a ver ni uno de ellos».
Después, Ra le
aconsejó que subiera de nuevo al Disco Alado, y entonces Horus pudo
ver a los enemigos huyendo;
«les arrojó su Lanza Divina y los mató,
haciendo gran aniquilación entre ellos. Trajo también a 142 enemigos
prisioneros en la parte delantera del barco de Ra», que fueron
rápidamente ejecutados.
La inscripción del templo de Edfú cambia después a un panel
diferente, dado que ahí comenzaba un nuevo capítulo de aquella
Guerra de los Dioses. Los enemigos que habían logrado escapar,
«se
dirigieron por el Lago del Norte hacia el Mediterráneo, al cual
pretendían llegar navegando por la región del agua. Pero el dios
hirió sus corazones [con el miedo], y cuando llegaron a la mitad de
las aguas en su huida, se dirigieron desde el lago occidental a las
aguas que conectan con los lagos de la región de Mer, con el fin de
reunirse allí con los enemigos que había en la Tierra de Set».
Estos versículos no sólo nos proporcionan información geográfica,
sino que también identifican por primera vez a «los enemigos». El
conflicto se había desplazado a la cadena de lagos que, en la
antigüedad, mucho más que en nuestros días, separaba físicamente a
Egipto de la península del Sinaí.
Al este, más allá de esta barrera
de agua, se hallaban los dominios de Set, adversario de antiguo que
había dado muerte a Osiris, padre de Horus. Ahora sabemos que era
Set el enemigo contra el cual habían lanzado su ofensiva las fuerzas
de Horus desde el sur. Y, ahora, Horus llegaba a la frontera que
separaba a Egipto de la Tierra de Set.
En ese momento se dio una tregua en la lucha, durante la cual Horus
llevó a primera línea a su Gente de Metal armada, y Ra pudo llegar
al escenario en su barco. También los enemigos se reagruparon y
cruzaron las aguas en retirada, a lo que siguió una importante
batalla. Esta vez, fueron capturados y ejecutados 381 enemigos (en
ningún momento, se dan en el texto cifras de bajas en el bando de
Horus); y Horus, al calor de la batalla, en su persecución, cruzó
las aguas y entró en el territorio de Set.
Fue por este motivo, según la inscripción del gran templo de Edfú,
que Set, enfurecido, se enfrentó a Horus en una serie de batallas
-por tierra y por aire- en una lucha de dios a dios. De esta lucha
se han encontrado varias versiones, como veremos.
Lo que resulta
interesante aquí es el hecho que remarcara E. A. Wallis Budge en
The
Gods of the Egyptians: que la primera vez que se implicó a los
hombres en las Guerras de los Dioses, fue el ejército humano con el
Hierro Divino el que trajo la victoria a Horus:
«Está bastante claro
que él atribuyó su victoria principalmente a la superioridad de las
armas con las que él y sus hombres iban armados, y al material del
cual estaban hechas».
Así, según los escritos egipcios, el hombre aprendió a levantar la
espada contra el hombre.
Cuando terminaron los combates, Ra expresó su satisfacción por las
hazañas de «estas Gentes de Metal de Horus», y decretó, que a partir
de entonces, «morarán en los santuarios» y se les servirá con
libaciones y ofrendas «como recompensa, porque han dado muerte a los
enemigos del dios Horus».
Se les acomodó en Edfú, la capital de
Horus en el Alto Egipto, y en This (Tanis en griego, la bíblica
Zo'an), capital del dios en el Bajo Egipto. Con el tiempo,
sobrepasarían su papel exclusivamente militar y lograrían el título
de Shamsu-Hor («Asistentes de Horus»), sirviéndole como ayudantes y
emisarios humanos.
Se ha descubierto que la inscripción de las paredes del templo de
Edfú era una copia de un texto conocido por los escribas egipcios de
fuentes más antiguas; pero nadie sabe cuándo y quiénes compusieron
el texto original. Los expertos que han estudiado la inscripción han
llegado a la conclusión de que la precisión geográfica y otros datos
del texto indican (en palabras de E. A. Wallis Budge),
«que no
estamos tratando aquí acontecimientos completamente mitológicos; y
es bastante probable que la victoriosa ofensiva que se le atribuye a Hor-Behutet (Horus de Edfú) se basé en las hazañas de algún invasor
victorioso que se estableció en Edfú en épocas muy antiguas».
Al igual que ocurre con todos los textos históricos egipcios,
también éste comienza con una fecha: «En el año 363». Estas fechas
indican siempre el año del reinado del faraón al cual pertenece el
acontecimiento: cada faraón tenía su primer año, su segundo año,
etc. Sin embargo, el texto en cuestión no trata de asuntos de reyes,
sino de asuntos divinos, de una guerra entre dioses. Así pues, el
texto relata acontecimientos que habían sucedido en el «año 363» del
reinado de determinados dioses, y nos lleva a tiempos muy antiguos
cuando los dioses, y no los hombres, gobernaban Egipto.
Y las tradiciones egipcias no dejan lugar a dudas de que tal época
existió. Al historiador griego Herodoto (siglo V a.C), en su extensa
visita a Egipto, le dieron detalles los sacerdotes acerca de los
reinados y las dinastías faraónicas. Herodoto comentó que «los
sacerdotes decían que fue Mén el primer rey de Egipto, y que fue él
el que levanto el dique que protege Menfis de las inundaciones del
Nilo», el que desvió el río y construyó Menfis en la tierra así
ganada.
«Además de estas obras, los sacerdotes decían que fue él
también el que construyó el templo de Vulcano que se levanta en la
ciudad, un enorme edificio, muy digno de mención».
«Después me leyeron un papiro en donde figuraban los nombres de los
330 monarcas que le sucedieron en el trono. Entre estos, había 18
reyes etíopes, y una reina nativa; el resto fueron reyes y
egipcios».
Más tarde, los sacerdotes le enseñaron a
Herodoto largas
hileras de estatuas que representaban a los sucesivos faraones, y le
contaron algunos detalles relativos a algunos de estos reyes y sus
pretensiones de ascendencia divina. «Los seres representados por
estas imágenes estaban, ciertamente, muy lejos de ser dioses»,
comentó Herodoto; «sin embargo», continuó:
En tiempos anteriores a ellos, las cosas eran diferentes. Por aquel
entonces, Egipto estaba gobernado por los dioses, que vivían sobre
la Tierra con los hombres, habiendo siempre uno de ellos que tenía
la supremacía sobre los demás.
El último de éstos fue Horus, el hijo de Osiris, al cual los griegos
llamaron Apolo. Horus se casó con Tifón, y fue el último dios-rey en
gobernar Egipto.
En su libro Contra Apión, el historiador judío del siglo I,
Flavio Josefo, citó, entre sus fuentes sobre la historia de Egipto, los
escritos de un sacerdote egipcio llamado Manetón. Estos escritos
nunca se encontraron, pero cualquier duda respecto a la existencia
de tal historiador se disipó cuando se descubrió que sus escritos
formaron la base de varias obras de historiadores griegos
posteriores.
En la actualidad, se acepta como cierto que
Manetón (su
nombre jeroglífico significa «Don de Toth»), sumo sacerdote y un
gran erudito, compiló la historia de Egipto en varios volúmenes por
mandato del rey Tolomeo Filadelfo hacia el 270 a.C. El manuscrito
original se depositó en la gran biblioteca de Alejandría, donde
pereció, junto con muchos más documentos de un valor incalculable,
cuando los conquistadores musulmanes prendieron fuego al edificio en
el 642 d.C.
Manetón fue el primer historiador conocido por haber dividido la
lista de soberanos egipcios en dinastías, una práctica que se
mantiene en la actualidad. Su Lista de los Reyes -nombre, duración
del reinado, orden de sucesión y algunos datos más- se conservó
principalmente gracias a los escritos de Julio Africano y de
Eusebio
de Cesárea (en los siglos III y IV d.C).
Éstas, y otras versiones
basadas en la de Manetón, coinciden en afirmar que éste anotó como
primer soberano de la primera dinastía de faraones al rey Mén (Menes
en griego), el mismo del que habló Herodoto, basándose en sus
propias investigaciones en Egipto.
Pero todo esto se ha venido confirmando con los descubrimientos
modernos, tal como el de la Tablilla de Abidos (Fig. 7), en la cual
el faraón Seti I, acompañado por su hijo, Ramsés II, hace una
relación de los nombres de 75 de sus predecesores. El primero en ser
nombrado es Mena.
Fig.7
Si Herodoto estaba en lo cierto en lo referente a las dinastías de
faraones egipcios, ¿estaría también en lo cierto con respecto a los
«tiempos precedentes», cuando «Egipto tenía por soberanos a los
dioses»?
Pero nos encontramos con que Manetón coincidía también con Herodoto
en este asunto. Manetón escribió que las dinastías de los faraones
vinieron precedidas por otras cuatro dinastías: dos de dioses, una
de semidioses y una dinastía de transición.
Dice que, al principio,
siete grandes dioses reinaron en Egipto, por un total de 12.300
años:
-
Ptah gobernó 9.000 años
-
Ra gobernó 1.000 años
-
Shu gobernó 700 años
-
Geb gobernó 500 años
-
Osiris gobernó 450 años
-
Set gobernó 350 años
-
Horus gobernó 300 años
Siete dioses gobernaron 12.300 años
La segunda dinastía de dioses, según Manetón, estuvo compuesta por,
-
Doce soberanos divinos, el primero de los cuales fue el dios
Toth; éstos gobernaron durante 1.570 años
-
En total, según él, 19 dioses
gobernaron durante 13.870 años
-
Después, siguió una dinastía de
treinta semidioses, que reinaron durante 3.650 años
-
En total, hubo
49 soberanos divinos y semidivinos en Egipto, que reinaron un total
de 17.520 años
Más tarde, durante 350 años, no hubo soberano para
todo Egipto; fue una época caótica, durante la cual diez soberanos
humanos mantuvieron la realeza en This. Fue después cuando Mén
estableció la primera dinastía humana de faraones, y construyó una
nueva capital, consagrada al dios Ptah -el «Vulcano» de Herodoto.
Siglo y medio de descubrimientos arqueológicos y el desciframiento
de la escritura jeroglífica han convencido a los expertos de que las
dinastías faraónicas tuvieron probablemente su inicio en Egipto
hacia el 3100 a.C; y, ciertamente, con un soberano cuyo jeroglífico
significa Mén. Él unificó el Alto y el Bajo Egipto, y estableció su
capital en una nueva ciudad llamada Men-Nefer («La Belleza de Mén»)
-Menfis en griego.
Su ascenso al trono de un Egipto unido siguió,
cómo no, a un período caótico, tal como afirmaba Manetón. En una
inscripción que figura en un objeto conocido como la Piedra de
Palermo, se han conservado al menos nueve nombres arcaicos de reyes
que llevaron sólo la Corona Roja del Bajo Egipto y que gobernaron
antes que Menes. Se han encontrado tumbas y objetos pertenecientes a
reyes arcaicos que llevaban nombres como «Escorpión», Ka, Zeser,
Narmer y Sma.
El conocido egiptólogo Sir Flinders Petrie afirmó en
su The Roy al Tombs of the First Dynasty y en otras obras que estos
nombres se corresponden con los dados por Manetón en la lista de los
diez soberanos humanos que reinaron en Tanis durante los siglos del
caos. Petrie sugería que este grupo, que precedió a la I Dinastía,
fuera llamado «Dinastía 0».
Un importante documento arqueológico que trata de la realeza
egipcia, el llamado Papiro de Turín (imagen inferior), comienza con una dinastía de
dioses en la que se enumera a Ra, Geb, Osiris, Set y Horus, después
Toth, Maat y otros, y asigna a Horus -justo al igual que Manetón- un
reinado de 300 años.
Este papiro, que data de la época de Ramsés II,
enumera a 38 soberanos semidivinos después de los divinos:
«Diecinueve Jefes del Muro Blanco y diecinueve Venerables del
Norte».
Según el
Papiro de Turín, entre ellos y
Menes hubo una serie
de reyes humanos bajo la protección de Horus; ¡y su epíteto fue el
de Shamsu-Hor!
En una conferencia dada ante la Sociedad Real de Literatura de
Londres en 1843, el Dr. Samuel Birch, conservador de Antigüedades
Egipcias del Museo Británico, anunció que en el papiro y en sus
fragmentos había contado un total de 330 nombres, número que
«coincide con los 330 reyes mencionados por Herodoto».
Aunque entre los egiptólogos exista algún desacuerdo acerca de los
detalles, todos coinciden en la actualidad en que los
descubrimientos arqueológicos sustentan la información proporcionada
por los historiadores antiguos de que las dinastías comenzaron con Menes, después de un período caótico de unos diez soberanos que
reinaron sobre un Egipto dividido; y que hubo un período previo en
el que Egipto estuvo unido bajo soberanos cuyos nombres no
pudieron ser otros que Horus, Osiris, etc. Sin embargo, los expertos
que ' encuentran difícil de aceptar que estos soberanos pudieran ser
«dioses» sugieren que debieron ser seres humanos «deificados».
Para arrojar un poco más de luz sobre el tema, podemos comenzar con
el lugar que eligió Menes como capital de aquel Egipto reunificado.
Hemos descubierto que la ubicación de Menfis no fue una cuestión
casual, pues tuvo que ver con determinados acontecimientos
relacionados con los dioses. Y la forma en la que se construyó
Menfis tampoco carece de significados simbólicos, pues Menes
construyó la ciudad sobre un montículo artificial, creado después de
desviar el Nilo en esa zona y de otros trabajos de represa y
recuperación de terrenos. Y esto lo hizo emulando el modo en que se
había creado el mismo Egipto.
Los egipcios creían que «un dios muy grande que vino en las épocas
más antiguas» llegó a la tierra y la encontró bajo el agua y el
lodo. Llevó a cabo grandes obras de recuperación de terrenos,
haciendo diques y elevando literalmente Egipto hasta sacarlo de
debajo de las aguas -explicando así el apodo de Egipto: «La Tierra
Elevada». «Este dios de antaño se llamó Ptah -un «Dios del Cielo y
la Tierra»-, y se le consideraba un gran ingeniero y maestro de la
invención.
La veracidad de la leyenda de La Tierra Elevada se potencia por sus
aspectos tecnológicos. El Nilo es un río tranquilo y navegable hasta
Syene (Asuán); más allá de este punto, el recorrido del río hacia el
sur es traicionero, y está obstaculizado por varias cataratas. Y
parece ser que, en el Egipto prehistórico, el nivel del Nilo estaba
regulado por presas, del mismo modo que hoy en día se regula a
través de la presa de Asuán.
Las leyendas egipcias sostienen que Ptah estableció su base de operaciones en la
isla de Abu, la que
recibió el nombre de Elefantina desde tiempos griegos debido a su
forma. Esta isla está situada justo por encima de las primeras
cataratas del Nilo, en Asuán. Tanto en los textos como en los
dibujos (Fig. 8), se representaba a Ptah, cuyo símbolo era la
serpiente, controlando las aguas del Nilo desde unas cavernas
subterráneas.
Fig.8
«Era el que guardaba las puertas que contenían las
inundaciones, el que quitaba los cerrojos en el momento oportuno».
En lenguaje técnico, se nos está informando de que en el lugar más
apropiado, desde el punto de vista de la ingeniería, Ptah construyó
unas «cavernas gemelas» (dos embalses conectados) cuyas exclusas
podían abrirse y cerrare, con cerrojo y sin el, regulando así,
artificialmente, el nivel y caudal de las aguas del Nilo.
Ptah y el resto de dioses recibían el nombre egipcio de Ntr
-«Guardián, Vigilante». Según los egipcios, habían llegado a su
tierra desde Ta-Ur, la «Tierra Lejana/Extranjera», cuyo nombre Ur
significaba «antaño, antiguo», pero que también podría haber sido el
nombre de un lugar real, un lugar bien conocido tanto en los
escritos bíblicos como mesopotámicos: la antigua ciudad de Ur, en el
sur de Mesopotamia.
Y los estrechos del Mar Rojo, que conectaban a
Mesopotamia con Egipto, recibían el nombre de Ta-Neter, el «Lugar de
los Dioses», el paso por el cual habían llegado a Egipto. El que los
primitivos dioses hubiesen llegado de las tierras bíblicas de Sem
viene corroborado además por el hecho desconcertante de que los
nombres de aquellos dioses de antaño derivaban del «semita»
(acadio). Así, Ptah, que no tiene ningún significado en egipcio,
quería decir en lenguas semitas «el que elaboraba cosas tallando y
abriendo».
Con el tiempo -después de 9.000 años, según Manetón-, Ra, un hijo de
Ptah, se convirtió en soberano de Egipto. Su nombre tampoco tiene
significado en egipcio, pero debido a que Ra estaba relacionado con
un brillante cuerpo celeste, los expertos asumen que Ra significa
«brillante». Nosotros sabemos con una mayor certeza que uno de los
apodos de Ra, Tem, tiene la connotación semita de «el Completo, el
Puro».
Los egipcios también creían que Ra había llegado a la Tierra desde
el «Planeta de los Millones de Años» en una Barca Celeste, cuya
parte superior, de forma cónica, y a la que llamaban Ben-Ben («Ave
Piramidal»), fue conservada posteriormente en un santuario
especialmente construido en la ciudad sagrada de Anu (la bíblica
On,
mejor conocida por su nombre griego, Heliópolis).
En tiempos
dinásticos, los egipcios peregrinaban a este santuario para ver el Ben-Ben y otras reliquias relacionadas con Ra y los viajes celestes
de los dioses. Fue a Ra, como Tem, a quien se consagró la ciudad que
en la Biblia se conoce como Pi-Tom -«La Puerta de Tem»-, construida
por los israelitas durante su cautiverio en Egipto.
Los sacerdotes heliopolitanos fueron los primeros en anotar las
leyendas de los dioses de Egipto y en dar cuenta de que la primera
«compañía» de dioses, encabezada por Ra, constaba de nueve
«Guardianes» -Ra y cuatro parejas divinas que le siguieron. La
primera pareja divina que gobernó cuando Ra se cansó de estar en
Egipto fueron sus propios hijos, el varón, Shu («Sequedad»), y la
hembra, Tefnut («Humedad»); su principal tarea, según los relatos
egipcios, fue la de ayudar a Ra en el control de los cielos sobre la
Tierra.
Shu y Tefnut sentaron precedente para los faraones mortales de
tiempos posteriores, que asumirían la costumbre de que el rey
seleccionara a una hermanastra como esposa real. A ellos les
siguieron en el trono divino, según nos dice Manetón en ambos casos,
sus hijos, otra vez hermano y hermana: Geb («El Que Amontona la
Tierra») y Nut («El Firmamento Extendido»).
El enfoque puramente mitológico de los relatos egipcios acerca de
los dioses -el de las gentes primitivas que observaban la Naturaleza
y veían «dioses» en sus fenómenos- ha llevado a los expertos a
suponer que Geb representaba a la Tierra deificada, y Nut a los
Cielos; y que, al decir de Geb y de Nut que eran el Padre y la Madre
de los dioses que reinaron después en Egipto, los egipcios creían
que los dioses habían nacido de la unión de la Tierra y el Cielo.
Pero si tomamos literalmente las leyendas y los versículos de
Los
Textos de la Pirámide y
El Libro de los Muertos, veremos que
Geb y
Nut recibían estos nombres debido a las actividades relacionadas con
la periódica aparición del ave Bennu, de la cual los griegos
obtuvieron la leyenda del Fénix: un águila de plumaje rojo y oro,
que moría y volvía a aparecer a intervalos que se prolongaban
durante varios milenios.
Era por esa ave, cuyo nombre era el mismo
que el del artilugio en el cual Ra aterrizó en la Tierra, que Geb
realizaba grandes obras en la tierra y Nut «extendía el firmamento
del cielo». Parece ser que estas hazañas las realizaban los dioses
en la «Tierra de los Leones»; era allí donde Geb «había abierto la
tierra» para el gran objeto esférico que llegaba desde los «cielos
extendidos» y aparecía por el horizonte.
Con posterioridad a los hechos arriba descritos, Geb y Nut
entregarían la soberanía de Egipto a sus cuatro hijos: Asar («El Que
Todo lo Ve»), al que los griegos llamaron Osiris, y su hermana y
esposa Ast, mejor conocida como Isis; y Set y su esposa
Neftis
(Nebt-Hat, «Dama de la Casa»), hermana de Isis.
Fue de estos dioses,
que fueron verdaderamente dioses de Egipto, de los que más trataron
los relatos egipcios; pero, al representarlos (Fig. 9), a Set nunca
se le mostró sin su disfraz animal: nunca se le veía el rostro, y el
significado de su nombre desafía aún a los egiptólogos, aun siendo
idéntico al nombre dado en la Biblia al tercer hijo de Adán y Eva.
Fig.9
Con dos hermanos que se casaban con sus propias hermanas, los dioses
se enfrentaban a un serio problema de sucesión. La única solución
plausible consistió en dividir el reino: a Osiris se le dieron las
tierras bajas del norte (el Bajo Egipto), y a Set se le dio la zona
montañosa del sur (el Alto Egipto). Sobre cuánto duró este arreglo
es algo que sólo se puede adivinar por las crónicas de Manetón; pero
lo cierto es que Set no se quedó satisfecho con la división de
soberanía, y recurrió a diversas intrigas para obtener el control de
la totalidad de Egipto.
Los expertos suponen que el único motivo de Set fue el de su ansia
de poder. Pero, si tenemos en cuenta lo que eran las normas de
sucesión de los dioses, podremos comprender el profundo efecto que
estas normas tenían en sus asuntos (y, posteriormente, en los de los
reyes humanos). Dado que los dioses (y, más tarde, los hombres)
podían tener, además de la esposa oficial, una o más concubinas, así
como engendrar hijos a través de amoríos ilícitos, la primera regla
de la sucesión era ésta: el heredero al trono debía ser el
primogénito de la esposa oficial.
Si la esposa oficial no tenía un
hijo, el primogénito de cualquiera de las concubinas se convertiría
en el heredero. Sin embargo, si en cualquier momento, incluso
después del nacimiento del primogénito heredero, el soberano tenía
un hijo con su propia hermanastra, este hijo suplantaba al
primogénito y se convertía en el heredero legal.
Esta costumbre fue la causa de muchas rivalidades y conflictos entre
los Dioses del Cielo y la Tierra, y nos atrevemos a sugerir que
también explicaría los motivos básicos de Set. Y para hacer esta
afirmación nos basamos en el tratado
De Iside et Osiride (De Isis y
Osiris), de Plutarco, un biógrafo e historiador del siglo I d.C, que
escribió para los griegos y los romanos de su tiempo acerca de las
legendarias historias de los dioses de Oriente Próximo.
Las fuentes
egipcias sobre las cuales se basó se tenían en su época por escritos
del mismísimo dios Toth, el cual, como Escriba de los Dioses, había
hecho las crónicas de sus historias y hazañas en la Tierra.
«La historia de Isis y Osiris, en la que se han conservado las
partes más significativas y se han omitido las superfluas, se relata
brevemente así», escribió Plutarco en la frase con la que iniciaba
su obra, para seguir explicando que Nut (a la cual los griegos
comparaban con su diosa Rea) había tenido tres hijos: el primogénito
era Osiris, el último Set. También había dado a luz a dos hijas,
Isis y Neftis.
Pero no todos estos hijos tenían por padre a Geb:
sólo Set y Neftis eran hijos de éste. Osiris y su segundo hermano en
realidad tenían por padre a Ra, que llegó hasta su nieta
sigilosamente; e Isis tenía por padre a Toth (el dios griego
Hermes), que, «estando asimismo enamorado de la misma diosa», le
correspondió de varias formas «en recompensa por los favores que
había recibido de ella».
Así pues, la situación era ésta: el primogénito era Osiris y, aunque
no era hijo de Geb, sus pretensiones a la sucesión eran aún mayores,
al tener por padre al mismísimo Ra. Pero el heredero legítimo era
Set, por haber nacido del soberano en el poder, Geb, y su
hermanastra Nut. Pero, por si esto fuera poco, las cosas se
complicaron después con la carrera entablada entre los dos hermanos
por asegurarse que su heredero fuera el siguiente sucesor legítimo.
Para ello, Set necesitaba tener un hijo con su hermanastra Isis,
mientras que Osiris podía lograrlo teniendo un hijo con Isis o con
Neftis (por ser ambas hermanastras de él). Pero Osiris bloqueó
deliberadamente las posibilidades de Set para que sus descendientes
gobernaran Egipto al tomar a Isis por esposa. Entonces, Set se casó
con Neftis, pero dado que ella era hermana y no hermanastra, ninguno
de sus descendientes tendría derecho al trono.
Así se estableció el escenario para el creciente odio de Set contra
Osiris, que le había privado tanto del trono como de la sucesión.
Y Set encontró la ocasión de vengarse, según Plutarco, con motivo de
la visita a Egipto de «cierta reina de Etiopía llamada Aso». Ayudado
en la conspiración por sus partidarios, Set celebró un banquete en
honor de la reina, al cual fueron invitados todos los dioses. Para
sus maquinaciones, Set había hecho construir un magnífico cofre, lo
suficientemente grande como para albergar el cuerpo de Osiris:
«Llevó el cofre a la sala del banquete, donde, tras ser enormemente
admirado por todos los presentes, Set, como si de una broma se
tratara, prometió regalárselo a aquél cuyo cuerpo encajara en él. Y
así, uno tras otro, todos se fueron metiendo en el cofre.
«Osiris, que era el último de todos, se tumbó en el cofre; y, en ese
momento, los conspiradores se abalanzaron inmediatamente, cerraron
el cofre sobre él y lo tachonaron con clavos, derramando luego plomo
fundido sobre él».
Más tarde, llevaron el cofre donde estaba cautivo Osiris a la orilla del mar, y en Tanis, donde el Nilo se funde con
el Mediterráneo, lo hundieron.
Vestida de luto y después de cortarse un mechón de su cabello como
señal de duelo, Isis partió en busca del cofre. «Por fin, le dieron
noticias más concretas sobre el arca, que había sido llevada por las
olas del mar hasta la costa de Biblos» (en lo que es ahora el
Líbano).
Isis recuperó el cofre donde estaba el cuerpo de Osiris y
lo ocultó en j un lugar apartado hasta que diera con la forma de
resucitarlo. Pero, de algún modo, Set lo encontró, tomó el cofre y
cortó el cuerpo de ' Osiris en catorce pedazos, que dispersó por
todo Egipto.
Una vez más, Isis partió, esta vez en busca de los miembros
dispersos de su hermano y marido. Según unas versiones, Isis enterró
los pedazos allá donde los encontró, dando inicio al culto de Osiris
en aquellos sitios; según otras versiones, Isis juntó las partes que
encontró, dando inicio a la costumbre de la momificación. Todos
coinciden en que encontró todos los pedazos excepto uno: el falo de
Osiris.
No obstante, antes de deshacerse finalmente del cuerpo, Isis se las
ingenió para extraer de él la «esencia» de Osiris, y se inseminó a
sí misma con su simiente, concibiendo así y dando a luz a un hijo de
ambos: Horus. Después de nacer, Isis lo ocultó de Set en las
ciénagas de papiros del delta del Nilo.
Se han encontrado muchas leyendas relativas a los acontecimientos
que siguieron: las leyendas, copiadas y recopiadas en papiros,
conformaron los capítulos de El Libro de los Muertos, o se
utilizaron como versículos en Los Textos de la Pirámide. Todas
juntas, nos revelan un importante drama en el que hubo maniobras
legales, secuestros por cuestiones de estado, el regreso mágico del
mundo de los muertos, homosexualidad y, por último, una gran guerra,
un drama en el cual el premio era el Trono Divino de los dioses.
Dado que todos parecían creer que Osiris había perecido sin dejar un
heredero, Set pensó que podría conseguir un heredero legítimo
forzando a Isis a casarse con él. De modo que la secuestró y la
mantuvo retenida hasta que consintiera; pero, con la ayuda del dios
Toth, Isis se las compuso para escapar. Una versión, que se
encuentra en la llamada Estela Metternich (imagen inferior),
escrita como un cuento
por la propia Isis, detalla su fuga en la noche y sus aventuras
hasta llegar a las ciénagas donde Horus se hallaba escondido.
Pero
encontró a éste agonizando, debido a la picadura de un escorpión
(Fig. 10). Se puede inferir por el texto que fueron las palabras de
su hijo agonizante las que le impulsaron a escapar.
Las gentes que
vivían en las ciénagas acudieron al oír sus lamentos, pero no podían
hacer nada por ayudarle. Entonces, llegó la ayuda, desde una nave
espacial:
Fig. 10
Entonces, Isis exhaló un grito al cielo y dirigió su súplica al
Barco del Millón de Años.
Y el Disco Celeste siguió allí, y no se movió del lugar en el que
estaba.
Y Toth bajó, e iba provisto de mágicos poderes, y estaba en posesión
del gran poder que hace que la palabra se haga realidad. Y dijo:
«Oh Isis, tú diosa, tú gloriosa, que tienes el conocimiento de la
boca; mira, ningún mal caerá sobre el niño Horus, pues del Barco de
Ra viene su protección.
«He venido en este día en el Barco del Disco Celeste, desde el lugar
en donde estaba ayer. Cuando llegue la noche, esta Luz extraerá [el
veneno] para la curación de Horus...
«He venido desde los cielos para salvarle el niño a su madre».
Liberado de la muerte por el astuto Toth y, según algunos textos,
inmunizado para siempre como resultado del tratamiento de éste,
Horus creció como Netch-atef, «Vengador de su Padre». Educado y
entrenado en las artes marciales por las diosas y los dioses que
habían apoyado a Osiris, fue preparado como un Príncipe Divino, y un
día apareció ante el Consejo de los Dioses para reclamar el trono de
Osiris.
De los muchos dioses que se sorprendieron con su aparición, ninguno
lo estuvo tanto como Set. Todos parecían preguntarse: ¿Será verdad
que Osiris es el padre de este joven?
Tal como se describe en un
texto conocido como El Papiro N° 1 de Chester Beatty, Set propuso
que las deliberaciones de los dioses se pospusieran con el fin de
darle ocasión para discutir el problema pacíficamente con su recién
aparecido sobrino, e invitó a Horus diciéndole: «ven, pasemos un día
agradable en mi casa».
Horus aceptó, pero lo que Set tenía en mente
no era hacer las paces:
Y, al caer la noche, les prepararon el lecho, y ambos yacieron en
él. Y, durante la noche, Set hizo que su miembro se pusiera rígido,
y se lo puso entre las nalgas a Horus.
Cuando los dioses se reunieron en el siguiente consejo, Set exigió
que el Cargo de Soberano se resolviera a su favor, pues Horus había
quedado incapacitado para ello: ¡fuese o no de la simiente de
Osiris, la simiente de Set se encontraba ahora en él, autorizándole
para sucederle, no para precederle!
Llegó entonces el turno de Horus para sorprender a los dioses.
Cuando Set eyaculó su semen, «tomé la simiente entre mis manos»,
dijo Horus. A la mañana siguiente, se la mostró a su madre,
diciéndole lo que había sucedido. Y, entonces, Isis hizo que Horus
erigiera su miembro y derramara su semen en una copa. Luego, la
diosa fue al huerto de Set y derramó el semen de Horus en una
lechuga que, más tarde, Set ingeriría sin darse cuenta. Así pues,
anunció Horus, «¡No sólo es que la simiente de Set no está dentro de
mí, es que mi simiente está dentro de él! ¡Es Set el que ha quedado
incapacitado para el cargo!
Desconcertados, los dioses convocaron a Toth para resolver el caso.
Éste analizó el semen que Horus le había dado a su madre, y que Isis
había conservado en un cuenco; y se comprobó que, efectivamente, era
el semen de Set. Después, examinó el cuerpo de Set, y confirmó que
contenía el semen de Horus...
Enfurecido, Set no esperó a que continuaran las deliberaciones. Sólo
un combate a muerte podía zanjar el tema ahora, gritó cuando se
marchaba.
Por aquel entonces, según Manetón, Set llevaba gobernando 350 años.
Si a esto le sumamos el tiempo calculamos que unos trece años- que
le llevó a Isis encontrar las trece partes del desmembrado Osiris,
tendremos que, «en el año 363», fue cuando Ra se unió a Horus en
Nubia, desde donde le acompañaría en la guerra contra «el Enemigo».
En Horus, Royal God of Egypt, S. B. Mercer resumió las opiniones de
los expertos sobre el tema con estas enfáticas palabras:
«La
historia del conflicto entre Horus y Set nos habla de un
acontecimiento histórico».
Según la inscripción del templo de Edfú, la primera batalla cara a
cara entre Horus y Set tuvo lugar en el «Lago de los Dioses»,
conocido a partir de entonces como «Lago de la Batalla». Horus
consiguió golpear a Set con su Lanza Divina y, cuando éste cayó,
Horus lo capturó y lo llevó ante Ra.
«Tenía su lanza en el cuello
[de Set], y el malvado tenía las piernas encadenadas, y el dios
[Horus] le había cerrado la boca con un golpe de mazo».
Ra decidió
que Isis y Horus podían hacer con Set y con los otros
«conspiradores» capturados lo que se les antojara.
Pero cuando Horus se puso a cortarles las cabezas a los prisioneros,
Isis se compadeció de su hermano Set y lo dejó en libertad. Existen
varias versiones de lo que sucedió después, entre las que se
encuentra una conocida como el Cuarto Papiro de Sallier; y, según la
mayoría, la liberación de Set enfureció tanto a Horus que decapitó a
su propia madre, Isis; pero el dios Toth volvió a poner la cabeza
cercenada en su sitio y la resucitó. (De este incidente también da
cuenta Plutarco.)
Tras su fuga, Set se ocultó en un túnel subterráneo y, después de
una tregua de seis días, tuvo lugar una serie de batallas aéreas.
Horus se elevó en un Nar (un «Pilar ígneo»), que en las
representaciones aparece como una nave alargada y cilíndrica, dotada
de aletas o alas cortas. En la proa se adivinan como dos «ojos», que
cambiaban de color, de azul a rojo y nuevamente a azul; en la parte
trasera, parecen verse estelas como de un reactor (Fig. 11); de la
parte frontal, el artilugio despedía rayos.
Fig. 11
(Los textos egipcios,
todos escritos por los seguidores de Horus, no dan ninguna
descripción del vehículo aéreo de Set.)
Los textos describen una larga y enconada batalla, y el primero en
ser golpeado fue Horus -alcanzado por un rayo de luz del vehículo de Set.
El Nar perdió uno de sus «ojos», y Horus prosiguió el combate
desde el Disco Alado de Ra. Desde éste vehículo, Horus disparo un
«arpón» a Set; en esta ocasión, Set recibió el golpe, y perdió los
testículos...
Dándole vueltas a la naturaleza de esta arma, W. Max Müller escribió
en Egyptian Mythology que debía tener «una punta extraña,
prácticamente imposible», y en los textos jeroglíficos se le apodaba
«el arma de treinta». Como revelan los antiguos dibujos (Fig. 12 a),
el «arpón» era en realidad un ingenioso cohete triple: cuando se
disparaba el primer proyectil, el más grande, se abría camino para
que fueran lanzados los otros dos más pequeños.
El apodo («Arma de
Treinta») sugiere la idea de que estos proyectiles fueran lo que en
la actualidad llamamos Misiles de Cabezas Múltiples, en los que cada
misil contiene diez cabezas capaces de estallar por separado.
De pura casualidad, pero probablemente debido a que circunstancias
similares traen como resultado connotaciones similares, la McDonnell
Douglas Corporation de San Luís, Missouri, ha bautizado unos misiles
navales dirigidos, recientemente desarrollados, con el nombre de «El
Arpón» (Fig. 12 b).
Fig. 12
Los grandes dioses pidieron una tregua y, una vez más, convocaron a
los adversarios ante el Consejo de los Dioses. Sabemos algo de los
detalles de las deliberaciones gracias a un texto que el faraón
Shabako (siglo VIII a.C.) ordenó inscribir en una columna de piedra.
En él, el faraón afirma que el texto es una copia hecha a partir de
un viejo manuscrito de cuero, «devorado por los gusanos», que se
encontró enterrado en el gran templo de Ptah en Menfis.
En un
principio, el Consejo redividió Egipto entre Horus y Set a lo largo
de las líneas de separación de la época de Osiris, pero Geb tenía
serias dudas y desestimó la decisión, pues estaba preocupado por la
cuestión de la continuidad: ¿Quién «abriría el cuerpo» para las
sucesivas generaciones? Set, al haber perdido los testículos, ya no
podía tener descendencia... De modo que Geb, «Señor de la Tierra,
dio como patrimonio a Horus» la totalidad de Egipto. A Set se le iba
a dar un dominio lejos de Egipto; en lo sucesivo, sería para los
egipcios una deidad asiática.
El Consejo de los Dioses aceptó las recomendaciones de forma
unánime. El final de la reunión fue relatado de este modo en el
Papiro de Hunefer.
Horus está triunfante en presencia de toda la compañía de los
dioses. A él se le ha dado la soberanía del mundo, y el dominio
hasta los confines de la Tierra.
El trono del dios Geb se le ha adjudicado a él, junto con el grado
que fue fundado por el dios Shu.
Y el papiro prosigue diciendo que esta legitimización:
'Se ha
formalizado por decretos [conservados] en la Cámara de Registros;
Se ha inscrito en una tablilla de metal, de acuerdo con los mandatos
de mi padre Ptah...
Dioses celestes y dioses terrestres se transfieren a los servicios
de tu hijo Horus. Ellos le siguen a la Sala de Decretos. Él será su
señor.
Regresar al Índice
|