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			5 - LAS GUERRAS DE LOS DIOSES DE ANTAÑO
 
			 La primera visita de Anu a la Tierra y las decisiones tomadas 
			entonces marcaron el rumbo de los acontecimientos en nuestro planeta 
			durante milenios. Con el tiempo, llevarían a la creación de El Adán 
			-el Hombre tal como lo conocemos, el Homo sapiens-, aunque también 
			sembrarían las semillas de futuros conflictos en la Tierra entre 
			Enlil y Enki, así como entre sus descendientes.
 
 Pero, con anterioridad, tuvieron lugar las insidiosas y amargas 
			luchas entre la Casa de Anu y la Casa de Alalu, una enemistad que 
			estalló en la Tierra, en la Guerra de los Titanes. Fue una guerra 
			que enfrentó a «los dioses que están en el cielo» con los «dioses 
			que están sobre la oscura Tierra»; y fue, en su fase culminante 
			final, ¡una sublevación de los igigi!
 
 Sabemos que esto tuvo lugar en los primeros días de la colonización 
			de la Tierra, después de la primera visita de Anu, y lo sabemos por 
			el texto de 
			
			La Realeza en el Cielo. Al citar a los adversarios, se 
			refiere a ellos como «los poderosos dioses de antaño, los dioses de 
			los días de antaño». Después de nombrar a cinco ancestros como «los 
			padres y las madres de los dioses» que precedieron a Anu y Alalu, 
			comienza el relato con las usurpaciones al trono de Nibiru, la huida 
			de Alalu, la visita de Anu a la Tierra y la lucha posterior con 
			Kumarbi.
 
 El relato del texto de La Realeza en el Cielo tiene su continuación 
			en otro textos hititas/hurritas que los expertos llaman 
			colectivamente El Ciclo de Kumarbi. Laboriosamente recompuestos 
			pedazo a pedazo (y, aún así, tristemente fragmentados), estos textos 
			se han echo más inteligibles recientemente, gracias al 
			descubrimiento de fragmentos y versiones adicionales de los que dan 
			cuenta H. Güterbook (Kumarbi Mythen von Churritischen Kronos) y 
			H. Otten (Mythen Gotte Kumarbi - Neue Fragmente).
 
 En estos textos no queda claro cuánto tiempo permaneció allí arriba 
			Kumarbi, después de su combate con Anu. Sabemos que, pasado un 
			tiempo, y después de que Kumarbi se las apañara para regurgitar las 
			«piedras» que Anu le había hecho crecer en el vientre, Kumarbi bajó 
			a la Tierra y, por razones que quizás se expliquen en las partes 
			perdidas de los textos, fue hasta Ea, en el Abzu.
 
 Los mutilados versículos tratan después de la aparición en escena 
			del Dios de la Tormenta, Teshub, que, según los sumerios, era 
			Ishkur/Adad, el hijo menor de Enlil. El Dios de la Tormenta incordia 
			a Kumarbi habiéndole de los maravillosos objetos y atributos que 
			cada uno de los dioses le concederá a él, Teshub; entre estos 
			atributos, estaría la Sabiduría, que le iba a ser arrebatada a 
			Kumarbi para entregársela a él. «Lleno de furia, Kumarbi fue a 
			Nippur». Los deteriorados textos no nos dejan saber a qué fue allí, 
			al cuartel general de Enlil; pero, después de permanecer en la 
			ciudad durante siete meses, Kumarbi volvió a Ea para consultar con 
			él.
 
 Ea le sugirió que «ascendiera al cielo» y buscara la ayuda de 
			Lama, 
			que era «la madre de los dos dioses» y, por tanto, al parecer, una 
			matriarca ancestral de ambas dinastías rivales. Con algo de interés 
			por su parte, Ea se ofreció para transportar a Kumarbi a la Morada 
			Celeste en su MAR.GID.DA (carro celeste), que los acadios llamaban 
			Ti-ia-ri-ta, «el vehículo volador». Pero la diosa, al enterarse de 
			que Ea había llegado sin el permiso de la Asamblea de los Dioses, 
			envió «vientos relampagueantes» contra la nave espacial de Ea, 
			obligándoles a regresar a la Tierra.
 
 Pero Kumarbi, en vez de bajar a la superficie del planeta, prefirió 
			permanecer en órbita con los dioses que los textos hititas/hurritas 
			llaman Irsirra («Los Que Ven y Orbitan»), los sumerios IGI.GI. Con 
			tanto tiempo disponible,
 
				
				«Kumarbi estaba lleno de pensamientos... 
			los elaboraba en su mente... albergaba ideas para crear 
			infortunios tramaba males».  
			 En esencia, pensaba que se le debería de 
			proclamar a él «el padre de todos los dioses», ¡la deidad suprema!
			
 Con el respaldo de los dioses en órbita, los irsirras, Kumarbi «se 
			puso un calzado veloz en los pies» y bajó a la Tierra, y una vez 
			allí envió a un emisario al resto de dioses importantes, exigiendo 
			que se
			reconociera su supremacía.
 
 Fue entonces cuando Anu decidió que ya había suficiente. Para vencer 
			de una vez por todas al nieto de su adversario Alalu, dio orden a su 
			propio nieto, el «Dios de la Tormenta» Teshub, de que encontrara a 
			Kumarbi y le diera muerte. Tuvieron lugar feroces batallas entre los 
			dioses terrestres liderados por Teshub y los dioses celestes 
			dirigidos por Kumarbi; en una sola batalla, participaron no menos de 
			setenta dioses, todos ellos montados en carros celestes. Aunque la 
			mayor parte de las escenas de las batallas se han perdido con el 
			deterioro de los textos, sabemos que a la postre fue Teshub el que 
			venció.
 
 Pero la derrota de Kumarbi no terminó con las luchas. Sabemos por 
			otros relatos épicos hititas del ciclo de Kumarbi que, antes de 
			morir, éste se las había ingeniado para embarazar a una diosa de la 
			montaña con su simiente, hecho que llevaría al nacimiento de su 
			Vengador, el «Dios de la Piedra» Ullikummi.
 
			  
			 En el momento de ocultar 
			a su maravilloso (o monstruoso) hijo entre los dioses irsirra, le 
			dio instrucciones para que, cuando creciera, atacara la «hermosa 
			ciudad de Kummiya», la ciudad de Teshub, «Ataca al Dios de la 
			Tormenta y hazlo pedazos... ¡abate a todos los dioses del cielo como 
			a pájaros!» Una vez lograda la victoria, Ullikummi tendría que 
			«ascender al Cielo a por la Realeza» y tomar por la fuerza el trono 
			de Nibiru. Después de dar estas instrucciones, Kumarbi desaparece de 
			la escena. 
 El niño estuvo oculto durante mucho tiempo. Pero un día, mientras 
			crecía -alcanzando proporciones gigantescas-, lo vio Utu/Sha-mash 
			mientras recorría los cielos. Utu acudió presto a la morada de 
			Teshub para informarle de la aparición del Vengador. Después de 
			darle a Utu algo de comer y de beber para que se calmara, Teshub le 
			instó: «monta en tu carro y asciende a los cielos», y no pierdas de 
			vista a Ullikummi. Después, subió a la Montaña de la Visión para 
			contemplar por sí mismo al Dios de la Piedra.
 
				
				«Vio al aterrador Dios 
			de la Piedra, y golpeó su puño con ira».  
			 Consciente de que no había más alternativa que la batalla, 
			Teshub 
			preparó su carro de combate; el texto hitita le llama por su nombre 
			sumerio ID.DUG.GA, «El Pesado Jinete que Fluye». Las instrucciones 
			para el equipamiento del carro celeste, para las cuales el texto 
			hitita empleó básicamente la terminología original sumeria, merecen 
			una cita.  
			  
			 Se les dijo, 
				
				
				que aceleraran el vehículo con el «Gran 
			Quebrantador»; 
				
				que pusieran el «Toro» (planta de energía) que 
			«Enciende» delante y el «Toro para el Imponente Proyectil» en el 
			extremo final; 
				
				que instalaran el dispositivo de radar o navegación 
			«Que Muestra el Camino» en la parte delantera; 
				
				que activaran los instrumentos con las «Piedras» (minerales) de poderosa energía; 
				
				
				que 
			armaran después el vehículo con el «Atronador de Tormentas», 
			cargándolo con no menos de ochocientas «Piedras de Fuego»: 
				 
				
					
					El «Gran Quebrantador» del «Brillante Jinete Principal» 
					que lo lubriquen con aceite y lo levanten.
 
 El «Toro que Enciende», que lo pongan entre los cuernos.
 
 El «Toro que es un Imponente Proyectil» de la cola
 que lo chapen de oro.
 
 «El Que Muestra el Camino» de la parte de delante
 que se introduzca y se gire,
 provisto con poderosas «Piedras» en su interior.
 
 Que saquen el «Atronador de Tormentas»
 que lanza rocas a 90 estadios,
 asegurando las «Piedras de Fuego» con 800... para cubrir.
 
 El «Relámpago Que Centellea Aterradoramente»
 que lo saquen de su cámara de almacenaje.
 
 ¡Que se saque el MAR.GID.DA y se prepare!
 
				«Desde los cielos, de entre las nubes, el Dios de la Tormenta puso 
			su rostro sobre el Dios de la Piedra».  
			 Tras unos ataques iniciales 
			infructuosos, Ninurta, el hermano de Teshub/Adad, se unió a las 
			batallas. Pero el Dios de la Piedra seguía indemne, llevando los 
			combates hasta las puertas de Kummiya, la ciudad del Dios de la 
			Tormenta. 
 En Kummiya, Hebat, la esposa de Teshub, seguía los informes de la 
			batalla en una cámara interior de la casa del dios. Pero los 
			proyectiles de Ullikummi
 
				
				«obligaron a Hebat a dejar la casa, y ya no 
			pudo seguir oyendo los mensajes de los dioses... ni los mensajes de 
			Teshub, ni los mensajes de todos los dioses».  
			Ella dio orden a su 
			mensajero para que se pusiera «el Calzado Veloz en los pies» y fuera 
			al lugar donde los dioses estaban reunidos en asamblea, para que le 
			trajera noticias de la batalla, pues temía que «el Dios de la Piedra 
			haya dado muerte a mi marido, el noble príncipe». 
 Pero Teshub no había muerto. Se negó a seguir los consejos de su 
			asistente, que le sugería que se ocultara en alguna región 
			montañosa. Dijo: si hago eso, «¡no habrá rey en el Cielo!» Entonces, 
			decidieron acudir ambos a Ea, en el Abzu, en busca de un oráculo 
			según «las antiguas tablillas con las palabras del destino».
 
 Al saber que Kumarbi había engendrado un monstruo que estaba fuera 
			de control, Ea fue a Enlil para advertirle del peligro:
 
				
				«¡Ullikummi 
			va a bloquear el Cielo y las sagradas casas de los dioses!» 
				 
			 Se 
			convocó la Asamblea de los Grandes Anunnaki. Sin soluciones que 
			aportar, Ea aún tuvo una: sacar cierto Cortador de Metal de Antaño 
			del depósito sellado de los «cortadores de piedras», y cortar con él 
			los pies a Ullikummi, el Dios de la Piedra. 
 Así consiguieron inmovilizar al Dios de la Piedra y, cuando los 
			dioses se enteraron de esto, «vinieron al lugar de la asamblea, y 
			todos los dioses se pusieron a gritar contra Ullikummi». Teshub, 
			lleno de coraje, saltó sobre su carro y «se llevó al Dios de la 
			Piedra Ullikummi al mar, y entabló batalla con él».
 
			  
			 Pero Ullikummi 
			seguía desafiante, diciendo:  
				
				«¡Destruiré Kummiya, la Casa Sagrada 
			tomaré, expulsaré a los dioses... al Cielo subiré para asumir la 
			Realeza!».  
			 Las últimas líneas de esta epopeya hitita están completamente 
			deterioradas, pero ¿podemos dudar acaso de que lo que nos cuentan no 
			es otra cosa que el relato sánscrito de la batalla final entre Indra 
			y el «demonio» Vritra?  
				
					
					Y entonces se pudo contemplar una terrorífica visión, 
					cuando dios y demonio entablaron combate.
 
 Vritra disparó sus agudos proyectiles,
 sus incandescentes rayos y relámpagos...
 
 Después, los relámpagos se pusieron a centellear,
 los estremecedores rayos a restallar,
 lanzados orgullosamente por Indra...
 
 Y pronto el toque de difuntos de la perdición de Vritra
 estuvo sonando con los chasquidos y estampidos
 de la lluvia de hierro de Indra;
 
 Perforado, clavado, aplastado, con un horrible alarido
 el agonizante demonio cayó de cabeza...
 
 E Indra le dio muerte con un rayo
 entre los hombros.
 
			 Creemos que éstas fueron las batallas de los «dioses» y los Titanes 
			de los relatos griegos. Hasta ahora, nadie ha dado con el 
			significado de la palabra «Titanes», pero si los relatos tienen un 
			origen sumerio, y si los nombres de estos dioses eran de origen 
			sumerio, TI.TA.AN significaría literalmente «Aquéllos Que Viven en 
			el Cielo» precisamente, la forma de designar a los igigi dirigidos 
			por Kumarbi; y sus adversarios eran los anunnaki «Que están en la 
			Tierra». 
 Ciertamente, los textos sumerios hablan de una antigua batalla a 
			vida o muerte entre un nieto de Anu y un «demonio» de un clan 
			diferente; el relato se conoce con el nombre de 
			El Mito de Zu. Su 
			héroe es Ninurta, el hijo de Enlil y de su hermanastra Sud; y bien 
			pudo ser el original a partir del cual se copiaron los relatos hindú 
			e hitita.
 
			  
			 Los acontecimientos descritos en el texto sumerio tienen lugar 
			después de la visita de Anu a la Tierra. Bajo la jefatura general de 
			Enlil, los anunnaki se habían asentado para sus tareas en el Abzu y 
			en Mesopotamia: el mineral se extraía y se transportaba para, 
			después, fundirlo y refinarlo. Luego, desde el activo espaciopuerto 
			de Sippar, la lanzadera llevaba los metales preciosos a las 
			estaciones orbitales operadas por los igigi, desde donde se enviaban 
			al Planeta Madre a través de naves espaciales que hacían sus visitas 
			periódicamente. 
 El complejo sistema de operaciones espaciales -las idas y venidas de 
			vehículos espaciales y comunicaciones entre la Tierra y Nibiru, 
			mientras cada planeta seguía su propia órbita- se coordinaba desde 
			el Centro de Control de Misiones de Enlil en Nippur. Allí, encima de 
			una plataforma elevada, estaba la sala DIR.GA, la zona más 
			prohibida, el «santo de los santos» en donde estaban instaladas las 
			vitales cartas de navegación celestes y los paneles de datos 
			orbitales: las «Tablillas de los Destinos».
 
 Fue a esta cámara sagrada adonde consiguió acceder un dios llamado 
			Zu, haciéndose con las vitales tablillas y, con ello, poniendo en 
			sus manos el destino de los anunnaki de la Tierra y de la misma 
			Nibiru.
 
 Se consiguió recuperar una buena parte del relato combinando 
			porciones de las antiguas versiones babilonias y asirías del texto 
			sumerio. Pero las porciones dañadas guardaban aún el secreto de la 
			verdadera identidad de Zu, así como la explicación del modo en que 
			había conseguido el acceso al Dirga. Fue en 1979, cuando dos 
			expertos
			(W. W. Hallo y W. L. Moran) salieron con la respuesta, al 
			reconstruir el comienzo del antiguo relato gracias a una tablilla 
			encontrada en la Colección Babilónica de la Universidad de Yale.
 
 En sumerio, el nombre ZU significaba «El Que Conoce», un experto en 
			cierto conocimiento. Varias referencias al malvado héroe de este 
			relato como AN.ZU -«El Que Conoce los Cielos»- sugieren una relación 
			con el programa espacial que enlazaba a la Tierra con Nibiru; y el 
			ahora recuperado inicio de la crónica nos cuenta, ciertamente, que 
			Zu, un huérfano, fue adoptado por los astronautas que tripulaban la 
			lanzadera y las plataformas orbitales, los igigi, aprendiendo de 
			ellos los secretos de los cielos y del viaje espacial.
 
 La acción comienza cuando los igigi, «reunidos desde todas partes», 
			deciden apelar a Enlil, quejándose de que, «hasta el momento, no se 
			les había construido un lugar de descanso». Es decir, simplemente no 
			había instalaciones en la Tierra para el descanso y el recreo de los 
			igigi, un lugar donde relajarse de los rigores del espacio y de la 
			ingravidez. Como portavoz de sus quejas, eligieron a Zu, y le 
			enviaron al centro de Enlil en Nippur.
 
 Enlil, «el padre de los dioses, en el Dur-An-Ki, le vio, y meditó 
			sobre lo que decían [los igigi]». Mientras «ponderaba en su mente» 
			la petición, «examinó más de cerca al celeste Zu». Después de todo, 
			¿quién era este emisario, que no era uno de los astronautas y, sin 
			embargo, llevaba su uniforme?
 
			  
			 Mientras crecían sus sospechas, Ea, 
			sabedor del verdadero parentesco de Zu, intervino, sugiriendo a 
			Enlil que la decisión acerca de las peticiones de los igigi se podía 
			posponer si se retenía a Zu en el cuartel general de Enlil.  
				
				«Déjale 
			entrar a tu servicio», le dijo Ea a Enlil; «en el santuario, en lo 
			más interior, deja que sea el que bloquee el camino».  
					
					A lo que dijo Ea el dios [Enlil] consintió.
 En el santuario, Zu ocupó su posición...
 La entrada de la cámara
 Enlil le asignó.
 
			 Y así fue como, con la connivencia de Ea, un dios rival, 
			un 
			descendiente secreto de Alalu, consiguió entrar en la cámara más 
			prohibida y crucial de Enlil. En el texto se nos dice que, allí Zu, 
				
				«observaba constantemente a Enlil, le padre de los dioses, el dios 
			del Enlace-Cielo-Tierra... constantemente contemplaba su celeste 
			Tablilla de los Destinos».  
			 Y no tardó en dar forma a un plan: 
			 
				
				«Concibió en su corazón quitarle la Enlildad»:
				 
					
					Cogeré la celeste Tablilla de los Destinos; 
					los decretos de los dioses gobernaré;
 estableceré mi trono,
 seré el amo de los Decretos Celestiales:
 ¡A los igigi en su espacio comandaré!
 
				«Una vez tramada así la agresión en su corazón», Zu encontró la 
			oportunidad un día en que Enlil fue a darse un baño refrescante. 
				   
				«Tomó la Tablilla de los Destinos en sus manos» y en su Ave «huyó a 
			lugar seguro en la HUR.SAG.MU» («Montaña de las Cámaras del cielo»). 
				 
			 Tan pronto sucedió esto, todo quedó detenido:  
				
					
					Se suspendieron las fórmulas 
					divinas;se desvaneció la brillantez luminosa;
 quedó el silencio.
 
					 
					En el espacio, los igigi estaban confundidos;
 el resplandor del santuario había desaparecido.
 
			 Al principio, «el padre Enlil se quedó sin palabras». Cuando las 
			comunicaciones se restablecieron, «los dioses de la Tierra se 
			reunieron uno a uno con las noticias». Anu, en Nibiru, también fue 
			informado. Estaba claro que Zu debía ser capturado y que la Tablilla 
			de los Destinos debía volver al Dir-Ga. Pero, ¿quién lo haría?  
			  
			 Se 
			acercaron varios de los jóvenes dioses, conocidos por su valor. Pero 
			ninguno se atrevía a seguir la pista de Zu hasta la distante 
			montaña, pues ahora era tan poderoso como Enlil, al haber robado 
			también la «Brillantez» de Enlil; «y el que se opone a él se 
			convertirá en arcilla... ante su Brillantez, los dioses se 
			consumen». 
 Entonces, Ninurta, el heredero legal de Enlil, dio un paso al frente 
			para llevar a cabo la empresa, pues, como su madre Sud había 
			señalado, Zu no sólo le arrebataba a Enlil la «Enlildad», sino 
			también a Ninurta.
 
 Fue ella la que le aconsejó que atacara a Zu en su escondite 
			montañoso, también con el arma de la «Brillantez», pero que lo 
			hiciera si conseguía acercarse a Zu oculto tras una pantalla de 
			polvo. Para conseguir esto, ella le prestó a Ninurta sus propios 
			«siete torbellinos que levantan el polvo».
 
 Con su «coraje para la batalla afianzado», Ninurta se encaminó al 
			Monte Hazzi -la montaña que nos encontramos en los relatos de 
			Kumarbi-, donde enganchó a su carro las siete armas, los torbellinos 
			que levantan el polvo, y partió en busca de Zu «para entablar un 
			terrorífico combate, una fiera batalla»:
 
				
					
					Zu y Ninurta se encontraron en la ladera de la montaña.
					Cuando Zu lo percibió, estalló en furia.
 Con su Brillantez,
 hizo que la montaña brillara como con la luz del día;
 Soltó los rayos en su furia.
 
			 Sin poder identificar a su agresor debido a la tormenta de polvo, 
			Zu 
			le gritó a Ninurta:  
				
				«¡Me he apropiado de toda Autoridad, los 
			decretos de los dioses los dirijo yo [ahora]! ¿Quién eres tú que 
			vienes a luchar conmigo? ¡Explícate!»  
			 Pero Ninurta prosiguió su «agresivo avance» contra 
			Zu, diciendo que 
			había sido designado por el mismo Anu para detener a Zu y devolver 
			la Tablilla de los Destinos. Al oír esto, Zu cortó su Brillantez, y 
			«el rostro de la montaña se cubrió de oscuridad». Sin temor, Ninurta 
			«entró en la penumbra». Del «pecho» de su vehículo, lanzó un 
			Relámpago, «pero el disparo no se pudo acercar a Zu; y volvió». Con 
			los poderes que Zu había logrado, ningún rayo se podía «acercar a su 
			cuerpo». 
 Y así,
 
				
				«la batalla se detuvo, el conflicto cesó; las armas se 
			detenían en mitad de la montaña; no vencieron a Zu».  
			 Decepcionado, Ninurta le pidió a su hermano menor 
			Ishkur/ Adad que 
			pidiera consejo a Enlil.  
				
				«Ishkur, el príncipe, tomó el informe; las 
			noticias de la batalla le dio a Enlil».  
			 Enlil dio instrucciones a Ishkur para que volviera y le dijera a 
			Ninurta:  
				
				«¡No cedas en la batalla; demuestra tu fuerza!»
				 
			 Algo más 
			práctico, Enlil le envió a Ninurta un tiüu - un proyectil (escrito 
			pictográficamente así:  → ) - para atacar al Tormentador que 
			dispara los proyectiles. Dijo que Ninurta debía aproximarse entonces 
			en su «Ave Torbellino» tan cerca como fuera posible hasta el Ave de 
			Zu, hasta que estuvieran «ala con ala». Entonces, debería apuntar el 
			proyectil a los «piñones» del Torbellino de Zu y,  
				
				«deja que el 
			proyectil vuele como un relámpago; cuando la Ardiente Brillantez 
			devore los piñones, sus alas vibrarán como mariposas, y Zu será 
			vencido».  
			 Las escenas de la batalla final se perdieron en todas las tablillas, 
			pero sabemos que en el combate participó más de un «Torbellino». Los 
			fragmentos de las copias, encontradas en las ruinas de un archivo 
			hitita, en un lugar llamado ahora Sultan-Tepe, nos dicen que Ninurta 
			dispuso «siete torbellinos que levantan el polvo», armó su carro con 
			«111 Vientos», y atacó a Zu tal como le sugirió su padre.  
				
				«La tierra 
			tembló... el [ilegible] se oscureció, los cielos se hicieron 
			negros... los piñones de Zu se vencieron». 
			Zu fue capturado y 
			llevado ante Enlil en Nippur; la Tablilla de los Destinos se 
			reinstaló donde tenía que estar; «el Señorío entró de nuevo en el 
			Ekur; las Fórmulas Divinas fueron devueltas».  
			 
			 Fig. 26 
 
			 Zu fue juzgado por un tribunal de guerra compuesto por los Siete 
			Grandes Anunnaki; se le encontró culpable y fue sentenciado a 
			muerte; Ninurta, el que le había vencido, «le cortó la garganta». 
			Muchas representaciones se han encontrado en donde se muestra la 
			escena del juicio, en la cual Zu, debido a su relación con los 
			astronautas igigi, va vestido como un ave. Un antiquísimo relieve 
			encontrado en el centro de Mesopotamia ilustra la ejecución de Zu. 
			Aquí, se ve a Zu -que pertenecía a aquéllos «Que Observan y Ven»- 
			como un demonio con un ojo extra en la frente (Fig. 26). 
 La derrota de Zu quedó en la memoria de los anunnaki como una gran 
			liberación. Y quizás debido a la idea de que el espíritu de Zu 
			-símbolo de la traición, la duplicidad y todos los males en 
			general- persiste en provocar desgracias y sufrimiento, el juicio y 
			la ejecución de Zu se transmitió a la humanidad, de generación en 
			generación, en forma de un elaborado ritual. En esta conmemoración 
			anual, se elegía un toro en representación de Zu y se le sacrificaba 
			por sus malas acciones.
 
 Se han encontrado largas instrucciones para el ritual tanto en 
			versiones babilonias como asirías, indicadoras todas ellas de su 
			primitivo origen sumerio. Después de unos largos preparativos, se 
			llevaba al templo «un gran toro, un toro fuerte de los que hollan 
			por limpios pastos», y se le purificaba el primer día de determinado 
			mes.
 
			  
			 Después, a través de una caña, se susurraba en el oído 
			izquierdo del toro: «Toro, tú eres el culpable Zu»; y en el oído 
			derecho: «Toro, tú has sido elegido para el rito y las ceremonias». 
			El decimoquinto día, se llevaba al toro ante las imágenes de «los 
			Siete Dioses Que Juzgan» y los símbolos de los doce cuerpos celestes 
			del Sistema Solar. 
 Se representaba entonces el juicio de Zu. Se postraba al toro ante 
			Enlil, «el Gran Pastor». El sacerdote acusador recitaba unas 
			retóricas preguntas acusatorias, como si se dirigiera a Enlil: ¿Cómo 
			pudiste darle «el tesoro guardado» al enemigo? ¿Cómo pudiste dejarle 
			venir y morar en el «lugar puro»? ¿Cómo pudo entrar en tus lugares? 
			Más tarde, la representación invocaba a Ea y a otros dioses para 
			suplicar a Enlil que se calmara, pues Ninurta se había adelantado y 
			le había preguntado a su padre: «¡Apunta mis manos en la dirección 
			correcta! ¡Dame las órdenes correctas!».
 
 Después de este recital de las evidencias dadas en el juicio, se 
			pronunciaba el fallo, y cuando se sacrificaba al toro, de acuerdo 
			con unas instrucciones detalladas, los sacerdotes recitaban el 
			veredicto del toro: el higado se herviría en un cuenco sacrificial; 
			la piel y los músculos se quemarían en el interior del templo; pero 
			su «malvada lengua quedaría en el exterior».
 
			  
			 Más tarde, los 
			sacerdotes, representando los papeles de los demás dioses, entonaban 
			un himno de alabanza a Ninurta:  
				
					
					¡Lava tus manos, lava tus manos! 
					¡Tú eres ahora como Enlil, lava tus manos!
 Tú eres como Enlil [sobre] la Tierra;
 
					¡Que todos los dioses se 
			regocijen en ti! 
 Cuando los dioses buscaban un voluntario para luchar con Zu,
 
					prometieron a quien le venciera: Tu nombre será el más grande
 en la Asamblea de los Grandes Dioses;
 entre los dioses, tus hermanos,
 no tendrás igual;
 ¡Glorificado ante los dioses
 y poderoso será tu nombre!
 
			 Tras la victoria de Ninurta, la promesa tenía que cumplirse. Pero en 
			ella estaba la semilla de futuras luchas entre los dioses: Ninurta 
			era, ciertamente, el Heredero Legal de Enlil, pero en Nibiru, no en 
			la Tierra. Ahora, como el ritual conmemorativo del templo deja 
			claro, se le había hecho «como Enlil -en la Tierra». Sabemos por 
			otros textos que tratan de los dioses de Sumer y Acad que su orden 
			jerárquico se expresaba también numéricamente.  
			  
			 A Anu se le dio el 
			número más alto del sistema sexagesimal sumerio, el 60. Su Heredero 
			Legal, Enlil, tenía el rango de 50; el primogénito (y heredero en 
			caso de morir Enlil), Ea, era el 40. Pero ahora, tal como atestigua 
			la enigmática afirmación de que Ninurta se había hecho «como Enlil», 
			también a él se le daba el rango de 50. 
 El final del texto ritual del templo, parcialmente mutilado, 
			contiene los siguientes versículos legibles:
 
				
				«Oh Marduk, por tu rey 
			pronuncia las palabras: '¡Yo renuncio!' Oh Adad, por tu rey 
			pronuncia las palabras: '¡Yo renuncio!'»  
			 Podemos sospechar con 
			bastante certeza que en las líneas desaparecidas habría una renuncia 
			similar por parte de Sin en sus reivindicaciones de realeza entre 
			los dioses y un reconocimiento de la Enlildad de Ninurta.  
			 
			 Fig. 27  
			  
			 Sabemos 
			que, a partir de entonces, Sin, el primogénito de Enlil en la 
			Tierra, ostentaría el rango de 30; su hijo, Shamash, el de 20; su 
			hija, Ishtar, el de 15; e Ishkur (Adad en acadio) el rango de 10. 
			(No hay registros acerca del rango numérico de Marduk.) 
 
			 La conspiración de Zu y sus malvados planes pervivieron también en 
			la memoria de la humanidad, llevando al temor por los demonios con 
			forma de ave que podían traer aflicciones y pestes (Fig. 27).  
			  
			 A 
			algunos de estos demonios se les llamó Lillu, un término que jugaba 
			con un doble significado «aullar» y «de la noche»; a su femenina 
			líder, Littitu -Litith- se la representaba como una diosa desnuda, 
			con alas y pies de pájaro (Fig. 28). Se han encontrado muchos textos 
			shurpu («purificación por el fuego») que no eran más que fórmulas 
			para encantamientos contra estos malos espíritus -precursores de la 
			brujería y la magia que prevalecerían durante milenios.  
			 
			 Fig. 28  
			  
			 A pesar de los votos solemnes dados tras la 
			derrota de Zu para 
			honrar y respetar la supremacía de Enlil y la posición de Ninurta 
			como segundo en el mando, los factores básicos causantes de la 
			rivalidad y de las disputas siguieron presentes, saliendo a la luz 
			de vez en cuando a lo largo de los milenios que siguieron. Siendo 
			conscientes de que esto iba a ocurrir, Anu y Enlil proporcionaron a 
			Ninurta armas nuevas y maravillosas.  
			  
			 Anu le dio el SHAR.UR («Cazador 
			Supremo») y el SHAR.GAZ («Golpeador Supremo»); Enlil le dio varias 
			armas, de las cuales la singular IB -un arma con «cincuenta cabezas 
			asesinas»- fue la más terrorífica, por lo que las crónicas harían 
			referencia a Ninurta como «El Señor del Ib». Así dotado, Ninurta se 
			convirtió en el «Primer Guerrero de Enlil», listo para repeler todo 
			desafío a la Enlildad. 
 El siguiente de tales desafíos llegó en la forma de un motín de los 
			anunnaki que trabajaban en las minas de oro del Abzu. El motín, y 
			los acontecimientos que llevaron a él y lo siguieron, se describen 
			con detalle en un texto al que los expertos llaman 
			
			La Epopeya de Atra-Hasis, toda una 
			Crónica de la Tierra que, por otra parte, 
			registra los acontecimientos que llevaron a la creación del Homo sapiens -del 
			Hombre, tal como lo conocemos.
 
 El texto nos dice que tras la vuelta de Anu a Nibiru y la división 
			de la Tierra entre Enlil y Enki, los anunnaki trabajaron en las 
			minas del Abzu durante «cuarenta períodos» -cuarenta órbitas de su 
			planeta, o 144.000 años terrestres. Pero el trabajo era difícil y 
			agotador:
 
				
				«dentro de las montañas... en los profundos pozos... los 
			anunnaki sufrían su duro trabajo; su trabajo era excesivo, durante 
			cuarenta períodos».  
			 Las operaciones mineras en las profundas entrañas de la tierra no se 
			interrumpían nunca: los anunnaki «sufrían su trabajo día y noche». 
			Pero, a medida que los pozos se iban haciendo más profundos y el 
			trabajo se iba haciendo más y más duro, también iba creciendo la 
			insatisfacción: «Se quejaban, murmuraban, gruñían en las 
			excavaciones». 
 Para ayudar a mantener la disciplina, Enlil envió a Ninurta
			al Abzu, 
			pero esto tensó aún más las relaciones con Enki. Entonces, Enlil 
			decidió ir al Abzu en persona, para evaluar la situación. ¡Y los 
			descontentos anunnaki aprovecharon la ocasión para amotinarse! La 
			crónica del Atra-Hasis, con un lenguaje tan vivido como el de un 
			moderno periodista, describe sin ambigüedades, en algo más de 150 
			líneas de texto, lo que sucedió a continuación: cuando los anunnaki 
			rebeldes prendieron fuego a sus herramientas y, en mitad de la 
			noche, marcharon sobre la morada de Enlil gritando,
 
				
				«¡Vamos a 
			matarle... Rompamos el yugo!»; cuando un anónimo líder les recordó 
			que Enlil era el «Oficial en Jefe de los Tiempos Antiguos» y 
			aconsejó que se negociara; y cuando Enlil, enfurecido, tomó sus 
			armas pero, también a él le recordó su chambelán: «Mi señor, éstos 
			son tus hijos...».  
			 Enlil, prisionero en sus propias estancias, envió un mensaje a 
			Anu 
			pidiéndole que viniera a la Tierra. Cuando Anu llegó, los Grandes 
			Anunnaki se reunieron en consejo de guerra. «Enki, Soberano del 
			Abzu, también estaba presente». Enlil exigía saber quién había sido 
			el instigador del motín, invocando para él la pena de muerte. Al no 
			conseguir el apoyo de Anu, Enlil ofreció su dimisión, diciéndole a 
			Anu: «Noble, quítame el cargo, quítame el poder. Al Cielo ascenderé 
			contigo». Pero Anu, calmando a Enlil, pidió comprensión para las 
			fatigas de los mineros. 
 Haciendo acopio de coraje, Enki «abrió la boca y se dirigió a los 
			dioses». Apoyando las palabras de Anu, propuso una solución:
 
				
				mientras la Oficial Médico Jefe, su hermana
				Sud, estuviera allí, en 
			el Abzu, con ellos:  
					
					Creemos a un Trabajador Primitivo; 
					y dejemos que lleve el yugo...
 
 ¡Que el Trabajador lleve la carga de los dioses,
 que lleve él el yugo!
 
			 En las siguientes cien líneas del texto del Atra-Hasis, y otros 
			varios textos de la «Creación del Hombre» que se han descubierto en 
			distintos estados de conservación, se nos cuenta con sorprendente 
			detalle el relato de la creación del Homo sapiens a través de la 
			ingeniería genética. Para lograr esta hazaña, Enki sugirió que un 
			«Ser que existe ya» -una mujer simio- se utilizara para crear el 
			Lulu Amelu l «El Trabajador Mixto»), «atando» a los seres menos 
			evolucionados «el molde de los dioses».  
			  
			 La diosa Sud purificó la 
			«esencia» de un Joven varón anunnaki y la mezcló con el óvulo de una 
			mujer simio. Después, el óvulo fertilizado se implantó en la matriz 
			de una hembra anunnaki para la gestación. Cuando nació la «criatura 
			mixta», Sud la levantó en alto y gritó: «¡Lo he creado! ¡Mis manos 
			lo han hecho!» 
 El «Trabajador Primitivo» -Homo sapiens- había visto la luz. Sucedió 
			hace unos 300.000 años, y tuvo lugar a través de una hazaña de 
			ingeniería genética y de técnicas de implante de embriones que, en 
			la actualidad, la misma humanidad está comenzando a emplear. 
			Indudablemente, había habido un largo proceso de evolución, pero los 
			anunnaki introdujeron entonces su mano en el proceso y dieron un 
			salto evolutivo, «creándonos» antes de lo que hubiera sido de 
			esperar en una evolución natural. Los expertos han estado buscando 
			durante mucho tiempo el «eslabón perdido» de la evolución del 
			hombre, pero los textos sumerios revelan que el «eslabón perdido» 
			fue una hazaña de manipulación genética realizada en un 
			laboratorio...
 
			  
			 Y no fue una hazaña que se llevara a cabo en un 
			instante. Los textos dejan claro que, para alcanzar lo que deseaban, 
			el «modelo perfecto» del Trabajador Primitivo, a los anunnaki les 
			llevó un considerable número de pruebas de ensayo y error.  
			  
			 Pero, una 
			vez conseguido, se puso en marcha el proceso de producción en masa: 
			a catorce «diosas del nacimiento» se les implantaron los óvulos 
			genéticamente manipulados de mujeres simios, siete engendraron 
			varones y siete engendraron hembras. En cuanto crecieron, se les 
			puso a trabajar en las minas, y a medida que aumentaban su número, 
			asumían cada vez más trabajos físicos en el Abzu. 
 Sin embargo, no tardaría en tener lugar un choque armado entre Enlil 
			y Enki, a cuenta de estos mismos obreros esclavizados. Cuanto más 
			aumentaba la producción de mineral en el Abzu, mayor era el trabajo 
			de carga de los anunnaki que operaban en las instalaciones de 
			Mesopotamia. El clima era más suave, las lluvias más abundantes, y 
			los ríos de Mesopotamia se desbordaban constantemente.
 
			  
			 Cada vez más, 
			
			
			los anunnaki mesopotámicos tenían que «dragar el río», levantar 
			diques y ahondar los canales, y no tardaron en exigir ellos también 
			trabajadores esclavos, «criaturas de luminoso semblante» pero de 
			espeso cabello negro:  
				
					
					Los anunnaki se presentaron ante Enlil...
					Cabezas Negras le pidieron a él.
 
 Gente de Cabezas Negras
 
					que se hagan cargo de las piquetas.
					 
			 Sabemos de estos acontecimientos por un texto que 
			Samuel N. Kramer 
			llamó El Mito de la Piqueta. Aunque algunas de sus partes se han 
			perdido, se da a entender que Enki se negó a complacer la petición 
			de Enlil para que le enviara Trabajadores Primitivos a Mesopotamia. 
			Decidido a llevar el asunto por sí mismo, Enlil llegó al extremo de 
			desconectar las comunicaciones con el planeta madre:  
				
				«En el 'Enlace 
			Cielo-Tierra' hizo un corte...
			ciertamente, se apresuró en desconectar el Cielo de la Tierra».
				 
			 Después, lanzó un ataque armado contra el País de las Minas. 
 Los anunnaki del Abzu reunieron a los Trabajadores Primitivos en un 
			complejo central, reforzando sus murallas contra el inminente 
			ataque. Pero Enlil diseñó un arma maravillosa, el AL.A.NI («Hacha 
			Que Genera Energía»), equipada con un «cuerno» y un «agrietador de 
			tierra» que podía perforar muros y terraplenes. Con estas armas, 
			Enlil abrió una brecha en las fortificaciones. Al ensanchar la 
			brecha,
 
				
				«los Trabajadores Primitivos fueron llevados hacia Enlil, 
			que contemplaba a los Cabezas Negras fascinado».  
			 A partir de entonces, los Trabajadores Primitivos realizaron los 
			trabajos físicos en ambos países: en el País de las Minas, «cargaban 
			con el trabajo y sufrían sus fatigas»; en Mesopotamia,  
				
				«con picos y 
			palas construían casas para los dioses, construían grandes canales; 
			hacían crecer alimentos para el sustento de los dioses».  
			 Muchos dibujos antiguos, grabados en sellos 
			cilíndricos, representan 
			a estos Trabajadores Primitivos en la ejecución de sus tareas, 
			desnudos como los animales del campo (Fig. 29). Diversos textos 
			sumerios registran este estadio animalizado del desarrollo humano:  
			 
			 Fig. 29  
				
					
					Cuando fue creada la Humanidad, 
					no sabían comer el pan,
 no sabían vestirse,
 comían plantas con la boca, como las ovejas,
 bebían agua de las zanjas...
 
			 Sin embargo, ¿por cuánto tiempo más se les podía pedir (u obligar) a 
			las jóvenes anunnaki que hicieran el papel de «diosas del 
			nacimiento»? Sin saberlo Enlil, y con la complicidad de Sud, 
			Enki se 
			las ingenió para darle a la nueva criatura otra vuelta de tuerca: 
			otorgar a los seres híbridos -incapaces de procrear, como todos los 
			híbridos-la capacidad de tener descendencia, el «Conocimiento» 
			sexual para tener hijos.  
			  
			 El acontecimiento refleja sus ecos en 
			el 
			relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín de Edén, y aunque el texto 
			original sumerio del relato no se ha encontrado todavía, sí que se 
			han descubierto varias representaciones sumerias del hecho. En 
			ellas, se muestran diferentes aspectos del relato:  
				
				el Árbol de la 
			Vida, el ofrecimiento de la fruta prohibida, el enfrentamiento que 
			tuvo lugar a continuación entre el «Señor Dios» y la «Serpiente», 
			etc.  
			 Sin embargo, en otras se ve a Eva con una prenda que le tapa el 
			bajo vientre, mientras Adán sigue aún desnudo (Fig. 30), otro 
			detalle que aparece en la Biblia.  
			 
			 Fig. 30 
 
			 Aunque todas estas antiguas representaciones están protagonizadas 
			por el Dios Serpiente, la ilustración que se reproduce aquí es de 
			particular interés por cuanto aparece escrito, en sumerio arcaico, 
			el nombre/epíteto del dios
			 . La «estrella» significa «dios», y 
			el símbolo triangular se lee BUR, BURU o BUZUR, con lo que el 
			nombre/epíteto viene a significar «Dios Que Resuelve Secretos», 
			«Dios de las Profundas Minas», y variaciones diversas en esta línea. 
			  
			 La Biblia (en el original hebreo) llama al dios que tentó a Eva 
			Nahash, y se suele traducir por «Serpiente», pero literalmente 
			significa «El Que Resuelve Secretos» y «El Que Conoce los Metales», 
			paralelos exactos del nombre del dios de la representación sumeria. 
			Una representación que también resulta de interés porque muestra al 
			Dios Serpiente atado de manos y pies, dando a entender que Enki fue 
			arrestado después de su no autorizada acción. 
 Enfurecido, Enlil ordenó la expulsión de El Adán -el terrestre Homo sapiens- del 
			E.DIN («La Morada de los Justos»). Una vez liberado de 
			los asentamientos de los anunnaki, el Hombre comenzó a vagar por la 
			Tierra.
 
				
				«Y Adán conoció a Eva su mujer, y ella concibió y dio a luz a 
			Caín... y dio a luz de nuevo a su hermano Abel».  
			Los dioses ya no 
			estarían solos en la Tierra. 
 No se imaginaban entonces los anunnaki el papel que el 
			Trabajador 
			Primitivo jugaría en sus guerras.
   
			
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