2 - UNA
CIVILIZACIÓN REPENTINA
Durante mucho tiempo, el hombre occidental ha creído que su
civilización era el legado de Roma y Grecia, pero los mismos
filósofos griegos dijeron en repetidas ocasiones que su saber lo
habían extraído de fuentes aún más antiguas. Más tarde, los viajeros
que volvían a Europa después de pasar por Egipto hablaban de
imponentes pirámides y de ciudades-templo medio enterradas en la
arena, custodiadas por extrañas bestias de piedra llamadas esfinges.
Cuando Napoleón llegó a Egipto en 1799, hizo venir a algunos de sus
eruditos para que estudiaran y explicaran aquellos antiguos
monumentos. Uno de sus oficiales encontró cerca de Rosetta una losa
de piedra en la que había inscrito un edicto de 196 a.C. escrito en
la antigua escritura pictográfica egipcia (jeroglíficos) así como en
otros dos alfabetos diferentes.
El desciframiento de la escritura y la lengua del antiguo Egipto,
junto con los esfuerzos arqueológicos que siguieron, desvelaron al
hombre occidental que había existido una gran civilización en aquel
lugar mucho antes del advenimiento de la civilización griega. Las
anotaciones egipcias hablaban de dinastías reales que comenzaban
alrededor del 3100 a.C, dos milenios antes del inicio de una
civilización helénica que, alcanzando su madurez entre los siglos v
y iv a.C, era más una advenediza de última hora que una engendradora
de civilizaciones.
¿Acaso el origen de nuestra civilización se encontraba en Egipto?
Por lógica que pudiera parecer esta conclusión, los hechos militaban
en contra. Los eruditos griegos hablaban de visitas a Egipto, pero
las antiguas fuentes de conocimiento de las que hablaban se
encontraban en algún otro lugar. Las culturas pre-helénicas del Egeo
-la cultura minoica de la isla de Creta y la micénica de la Grecia
continental- ofrecían evidencias de que había sido una cultura de
Oriente Próximo, y no la egipcia, la cultura de donde habían bebido
los griegos. Siria y Anatolia, y no Egipto, eran las principales
avenidas a través de las cuales había llegado hasta los griegos una
civilización aún más antigua.
Al darse cuenta de que la invasión dórica de Grecia y la invasión
israelita de Canaán, que siguió al éxodo de Egipto, tuvieron lugar
casi al mismo tiempo (alrededor del siglo XIII a.C), los estudiosos
comenzaron a descubrir cada vez más similitudes entre las
civilizaciones semitas y helénica. El profesor Cyrus H. Gordon (Forgotten
Scripts; Evidence for the Minoan Language) abrió nuevos horizontes a
la investigación al demostrar que una primitiva escritura minoica,
llamada Lineal A, parecía pertenecer a una lengua semita. Gordon
llegó a la conclusión de que «el diseño (a diferencia del contenido)
de las civilizaciones hebrea y minoica es, en gran medida, el
mismo», y señaló que el nombre de la isla, Creta, deletreado en
minoico como Ke-re-ta, era muy similar al de la palabra hebrea Ke-re-et
(«ciudad amurallada»), y tenía su homólogo en un relato semita de un
rey de Keret.
Incluso el alfabeto griego, del cual derivan el alfabeto latino y el
nuestro, proviene de Oriente Próximo. Los mismos historiadores
griegos de la antigüedad escribieron que un fenicio llamado Cadmo
(«antiguo») trajo el alfabeto, que constaba del mismo número de
letras, y en el mismo orden, que el alfabeto hebreo; aquel era el
alfabeto griego que existía cuando tuvo lugar la Guerra de Troya.
Más tarde, ya en el siglo V a.C, el poeta Simónides de Ceos elevó el
número de letras a 26.
Se puede demostrar fácilmente que la escritura griega y la latina,
y, por ende, los cimientos de la cultura occidental, provienen de
Oriente Próximo sólo con que comparemos el orden, los nombres, los
signos e, incluso, los valores numéricos del alfabeto original de
Oriente Próximo con los muy posteriores griego y latino.
(Fig. 4)
Los estudiosos sabían, cómo no, de los contactos que tuvieron los
griegos con Oriente Próximo en el primer milenio a.C, contactos que
culminaron con la victoria de Alejandro Magno sobre los persas en
331 a.C. Las crónicas griegas contenían mucha información acerca de
aquellos persas y de sus tierras (que más o menos se correspondían
con las del Irán de hoy en día). A juzgar por los nombres de sus
reyes -Ciro, Darío, Jerjes- y los nombres de sus deidades, que
parecen pertenecer a la rama lingüística indoeuropea, los estudiosos
llegaron a la conclusión de que formaban parte del pueblo ario
(«señorial»), que apareció en algún lugar cercano al Mar Caspio a
finales del segundo milenio a.C, y que se expandió por el oeste
hasta Asia Menor, por el este hasta la India y por el sur hasta lo
que el Antiguo Testamento llamó las «tierras de los medos y parsis».
Sin embargo, no todo era tan sencillo. A pesar del supuesto origen
foráneo de los invasores, el Antiguo Testamento los trata como parte
integrante de los sucesos bíblicos. Ciro, por ejemplo, estaba
considerado como un «Ungido de Yahveh» -una relación bastante
inusual entre el Dios hebreo y alguien no hebreo. Según el bíblico
Libro de Ezra, Ciro era consciente de su misión en la reconstrucción
del Templo de Jerusalén, y afirmaba que actuaba por orden de Yahveh,
al cual llamaba «Dios del Cielo».
Ciro y el resto de reyes de su dinastía se llamaban a sí mismos
aqueménidas, por el título adoptado por el fundador de la dinastía,
Aquemenes (Hakham-Anish). Y éste no era, precisamente, un título
ario, sino uno completamente semita que significaba «hombre sabio».
Por lo general, los estudiosos no han investigado los muchos lazos
que podrían apuntar a similitudes entre el Dios hebreo Yahveh y la
deidad de los aqueménidas llamada «Señor Sabio», al cual
representaban cerniéndose en los cielos dentro de un Globo Alado,
como se muestra en el sello real de Darío.
(Fig. 5)
Se tiene por demostrado que las raíces culturales, religiosas e
históricas de los antiguos persas se remontan a los primitivos
imperios de Babilonia y Asiria, cuyo auge y caída están registrados
en el Antiguo Testamento. Al principio, se tuvo por dibujos
decorativos los símbolos que constituyen la escritura grabada en los
monumentos y sellos aqueménidas. Engelbert Kampfer, que visitó
Persépolis, la antigua capital persa, en 1686, describió los signos
como «cuneados», o impresiones con forma de cuña. Desde entonces, se
conoció a esta escritura como cuneiforme.
A medida que se fueron descifrando las inscripciones aqueménidas, se
fue haciendo evidente que estaban escritas de la misma manera que
las inscripciones encontradas en las antiguas obras y tablillas de
Mesopotamia, las llanuras y las tierras altas que se extienden entre
los ríos Tigris y Eufrates. Intrigado por tan dispersos
descubrimientos, Paul Emile Botta se puso en camino en 1843 para
dirigir la primera excavación arqueológica, tal como se entiende en
nuestros días.
Seleccionó un lugar en el norte de Mesopotamia, cerca
de la actual Mosul, llamada ahora Jorsabad. Botta no tardó en
establecer que las inscripciones cuneiformes nombraban a aquel lugar
como Dur Sharru Kin. Eran inscripciones semitas, en una lengua
hermana de la hebrea, y el nombre significaba «ciudad amurallada del
rey justo». Nuestros libros de texto llaman a este rey Sargón II.
Esta ciudad, la capital del rey asirio, tenía como centro un
magnífico palacio real cuyos muros estaban decorados con
bajorrelieves; unos bajorrelieves que, si se hubieran puesto uno
detrás de otro, se habrían extendido a lo largo de casi dos
kilómetros. Dominando la ciudad y el recinto real, había una
pirámide escalonada llamada zigu-rat, que servía como «escalera
hacia el Cielo» para los dioses.
(Fig. 6)
El diseño de la ciudad y de las esculturas retrataba una forma de
vida de grandes magnitudes. Los palacios, los templos, las casas,
los establos, los almacenes, las murallas, los pórticos, las
columnas, los adornos, las estatuas, las obras de arte, las torres,
las rampas, las terrazas, los jardines, todo, se terminó en solo
cinco años. Según Georges Contenau (La Vie Quotidienne á Babylone et
en Assyrié), «la imaginación se tambalea ante la fuerza potencial de
un imperio que pudo hacer tanto en tan breve lapso de tiempo», hace
unos 3.000 años.
Para no ser menos que los franceses, los ingleses aparecieron en
escena en la persona de Sir Austin Henry Layard, que estableció su
lugar de trabajo Tigris abajo, a unos dieciséis kilómetros de
Jorsabad. Los habitantes de la zona lo llamaban Kuyunjik; y resultó
ser la capital asiria de Nínive.
Los nombres y los sucesos bíblicos comenzaban a recobrar vida.
Nínive fue la capital real de Asiria bajo el mandato de sus tres
últimos grandes soberanos: Senaquerib, Asaradón y Assurbanipal. «En
el año catorce del rey Ezequías subió Senaquerib, rey de Asiria,
contra todas las ciudades fortificadas de Judá», dice el Antiguo
Testamento (II Reyes, 18:13), y cuando el Ángel del Señor acabó con
su ejército, «Senaquerib partió y, volviéndose, se quedó en Nínive».
En los montículos en los que Senaquerib y Assurbanipal construyeron
Nínive, se descubrieron palacios, templos y obras de arte que
sobrepasaban a los de Sargón. Pero no se ha podido excavar la zona
en la que se cree que se encuentran las ruinas de los palacios de
Asaradón, dado que, en la actualidad, se erige allí una mezquita
musulmana donde se supone que está enterrado el profeta Jonás, aquel
que fuera tragado por una ballena por negarse a llevar el mensaje de
Yahveh a Nínive.
En las antiguas crónicas griegas, Layard había leído que un oficial
del ejército de Alejandro había visto un «lugar de pirámides y
ruinas de una antigua ciudad» -¡una ciudad que ya estaba enterrada
en tiempos de Alejandro! Layard la desenterró también, y resultó ser
Nimrud, el centro militar de Asiria. Fue allí donde Salmanasar II
levantó un obelisco en memoria de sus expediciones y conquistas
militares. En este obelisco, exhibido ahora en el Museo Británico,
hay una lista de los reyes que fueron obligados a pagar tributo,
entre los cuales figura «Jehú, hijo de Omri, rey de Israel».
¡Una vez más, las inscripciones mesopotámicas y los textos bíblicos
se confirmaban entre sí!
Asombrados por las cada vez más frecuentes corroboraciones
arqueológicas de los relatos bíblicos, los asiriólogos, que es como
se acabó llamando a estos investigadores, se fijaron en el capítulo
décimo del Libro del Génesis. En él, Nemrod, «un bravo cazador
delante de Yahveh», es descrito como el fundador de todos los reinos
de Mesopotamia.
Los comienzos de su reino fueron Babel, Erek y Acad, ciudades todas ellas en tierra de Senaar. De aquella tierra procedía Assur, que edificó Nínive, una ciudad de amplias calles, Kálaj y Resen, la gran ciudad que está entre Nínive y Kálaj.
Y lo cierto es que había montículos entre Nínive y Nimrud a los que
los lugareños llamaban Calah. Entre 1903 y 1914, varios equipos
dirigidos por W. Andrae excavaron la zona y descubrieron las ruinas
de Assur, el centro religioso de los asirios, además de su capital
más antigua. De todas las ciudades asirias mencionadas en la Biblia,
sólo queda por ser descubierta Resen, cuyo nombre significa «brida
de caballo»; quizás fuera el lugar donde se encontraban los establos
reales de Asiria.
Más o menos por la misma época en la que estaba siendo excavada
Assur, los equipos dirigidos por R. Koldewey estaban completando la
excavación de Babilonia, la bíblica Babel, una vasta extensión de
palacios, templos y jardines colgantes, con su inevitable zigurat. Y
no pasó mucho tiempo antes de que algunos objetos e inscripciones
desvelaran la historia de los dos imperios que habían competido por
el control de Mesopotamia: Babilonia y Asiria, uno
en el sur y otro en el norte.
Con sus ascensos y caídas, con sus luchas y su coexistencia, ambas
conformaron lo más elevado de la civilización a lo largo de unos
1.500 años, surgiendo las dos a la luz alrededor del 1900 a.C. Assur
y Nínive fueron finalmente capturadas y destruidas por los
babilonios en 614 y 612 a.C. respectivamente. Y, tal como habían
predicho los profetas, la misma Babilonia tuvo un infame final
cuando Ciro el Aqueménida la conquistó en 539 a.C.
Aunque fueron rivales a lo largo de toda su historia, sería difícil
destacar diferencias significativas entre Asiria y Babilonia, tanto
en cuestiones culturales como materiales. Aun cuando Asiria llamaba
a su dios supremo Assur, y Babilonia aclamaba a Marduk, los
panteones eran, por lo demás, virtualmente iguales.
Muchos museos en el mundo tienen entre sus piezas más valiosas los
pórticos ceremoniales, los toros alados, los bajorrelieves, las
cuadrigas, herramientas, utensilios, joyas, estatuas y otros objetos
hechos de todos los materiales imaginables que se han ido extrayendo
de los montículos de Asiria y Babilonia. Pero los verdaderos tesoros
de estos reinos fueron sus registros escritos: miles y miles de
inscripciones en escritura cuneiforme entre las que hay cuentos
cosmológicos, poemas épicos, historias de reyes, anotaciones de
templos, contratos comerciales, registros de matrimonios y
divorcios, tablas astronómicas, predicciones astrológicas, fórmulas
matemática-s, listas geográficas, textos escolares de gramática y
vocabulario, y los no menos importantes textos donde se habla de los
nombres, la genealogía, los epítetos, las obras, poderes y deberes
de los dioses.
El lenguaje común que formó el lazo cultural, histórico y religioso
entre Asiria y Babilonia era el acadio, la primera lengua semita
conocida; semejante, aunque anterior, al hebreo, el arameo, el
fenicio y el cananeo. Pero los asirios y los babilonios nunca
afirmaron haber inventado su lengua o escritura; de hecho, en muchas
de sus tablillas hay una nota final en la que se dice que ese texto
es una copia de un original más antiguo.
Entonces, ¿quién inventó la escritura cuneiforme y desarrolló
aquella lengua, con su precisa gramática y su rico vocabulario?
¿Quién escribió esos «originales más antiguos»? ¿Y por qué tanto
asirios como babilonios llamaban a su idioma acadio?
La atención se concentró una vez más en el Libro del Génesis. «Los
comienzos de su reino fueron Babel, Erek y Acad». ¡Acad! ¿De veras
existió una capital real anterior a Babilonia y a Nínive?
Las ruinas de Mesopotamia han aportado evidencias concluyen-tes de
que, realmente, hubo una vez un reino llamado Acad, establecido por
un soberano mucho más antiguo que se llamaba a sí mismo sharrukin
(«soberano justo»). En sus inscripciones, decía que su imperio se
extendía, por la gracia de su dios Enlil desde el Mar Inferior (el
Golfo Pérsico) hasta el Mar Superior (se cree que se trata del
Mediterráneo). Y alardeaba de que «en los muelles de Acad amarraban
naves» de distantes tierras.
Los estudiosos se quedaron petrificados. ¡Se habían encontrado con
un imperio mesopotámico en el tercer milenio a.C. Aquello
significaba un salto -hacia atrás- de unos 2.000 años, desde el
Sargón asirio de Dur Sharrukin al Sargón de Acad Y, encima, los
montículos que fueron excavados sacaron a la luz literatura y arte,
ciencia y política, comercio y comunicaciones -toda una
civilización- mucho antes de la aparición de Babilonia y Asiría.
Obviamente, aquella era la civilización predecesora y origen de las
posteriores civilizaciones mesopotámicas; Asiría y Babilonia no eran
más que ramas del tronco acadio.
Pero el misterio de una civilización mesopotámica tan antigua se
hizo aún más profundo cuando se encontraron unas inscripciones en
las que se hablaba de los logros y la genealogía de Sargón de Acad.
En ellas se decía que su título completo era «Rey de Acad, Rey de
Kis», y se expresaba que, antes de ascender al trono, había sido
consejero de los «soberanos de Kis».
¿Acaso hubo, pues -se preguntaron los estudiosos-, un reino, el de
Kis, aún más antiguo que el de Acad?
Y, una vez más, los versículos bíblicos fueron significativos.
Kus engendró a Nemrod,
que fue el primero que se hizo prepotente en la tierra... Los comienzos de su reino fueron Babel, Erek y Acad.
Muchos investigadores han especulado con la posibilidad de que
Sargón de Acad fuera el bíblico Nimrod. Si, en los versículos de
arriba, uno lee «Kis» en vez de «Kus», daría la impresión de que
Nimrod habría sido precedido por Kis, que es lo que se dice de
Sargón. Los estudiosos comenzaron entonces a aceptar literalmente el
resto de las inscripciones: «Él derrotó a Uruk y echó abajo sus
murallas... venció en la batalla con los habitantes de Ur...
conquistó todo el territorio, desde Lagash hasta el mar».
¿No sería la bíblica Erek idéntica a la Uruk de las inscripciones de
Sargón? Y, cuando se excavó un lugar llamado Warka en la actualidad,
ése resultó ser el caso; y la Ur relacionada con Sargón, no era otra
que la bíblica Ur, el mesopotámico lugar de nacimiento de Abraham.
Los descubrimientos arqueológicos no sólo reivindicaban las crónicas
bíblicas, sino que también parecían asegurar que tenía que haber
habido reinos, ciudades y civilizaciones en Mesopotamia aun antes
del tercer milenio a.C. La única cuestión era la siguiente:
¿Hasta dónde tendría que remontarse uno para encontrar el primer
reino civilizado?
La llave que abriría la puerta para la comprensión del enigma sería
todavía otra lengua.
Los estudiosos se dieron cuenta de inmediato de que los nombres
tenían un significado, no sólo en hebreo y en el Antiguo Testamento,
sino en toda la zona de Oriente Próximo de la antigüedad. Todos los
nombres acadios, babilonios y asirios de personas y de lugares
tenían un significado. Pero los nombres de los soberanos que
precedieron a Sargón de Acad no tenían ningún sentido: el rey en
cuya corte Sargón fue consejero se llamaba Urzababa; el rey que
gobernaba Erek se llamaba Lugalzagesi, etc.
En una conferencia ante la Royal Asiatic Society en 1853, Sir Henry Rawlinson señaló que estos nombres no eran ni semitas ni
indoeuropeos; lo cierto es que, «parecían pertenecer a un grupo
desconocido de lenguas o pueblos». Pero, si los nombres tenían un
significado, ¿cuál era la misteriosa lengua en la cual tenían
sentido?
Los investigadores le echaron otro vistazo a las inscripciones aca-dias.
Básicamente, la escritura cuneiforme acadia era silábica: cada signo
representaba una sílaba completa (ab, ba, bat, etc.). Sin embargo,
la escritura hacía un uso más amplio de signos que no eran sílabas
fonéticas, sino que transmitían los significados de «dios»,
«ciudad», «campo» o «vida», «elevado», etc. La única explicación
posible para este fenómeno era que esos signos fueran los remanentes
de un sistema de escritura anterior que utilizara ideogramas. Así
pues, el acadio debía de haber sido precedido por otra lengua que
utilizaba un método de escritura similar al de los jeroglíficos
egipcios.
No tardó en hacerse obvio que una lengua más antigua, y no sólo una
forma de escritura más antigua, se hallaba implicada en todo
aquello. Los estudiosos se encontraron con que las inscripciones y
los textos acadios hacían amplio uso de palabras prestadas, palabras
que habían tomado intactas de otra lengua (del mismo modo que otros
idiomas modernos han tomado prestada la palabra inglesa stress). Y
esto se hacía especialmente evidente en aquellos aspectos en los que
había involucrada algún tipo de terminología científica o técnica,
así como en asuntos relacionados con los dioses y con los cielos.
Uno de los mayores descubrimientos de textos acadios tuvo lugar en
las ruinas de una biblioteca reunida por Assurbanipal en Nínive;
Layard y sus colegas sacaron de aquel lugar más de 25.000 tablillas,
muchas de las cuales eran descritas por los antiguos escribas como
copias de «textos de antaño». Un grupo de 23 tablillas terminaba con
la frase: «tablilla 23a: lengua de Shumer sin cambiar». Otro texto
llevaba una enigmática frase del mismo Assurbanipal:
El dios de los escribas me ha concedido el don de conocer su arte. He sido iniciado en los secretos de la escritura. Puedo incluso leer las intrincadas tablillas en shumerio; comprendo las enigmáticas palabras talladas en la piedra de los días anteriores al Diluvio.
La afirmación de Assurbanipal de que podía leer las intrincadas
tablillas en «shumerio» y comprender las palabras escritas en
tablillas de «los días anteriores al Diluvio» sólo consiguió
agudizar aún más el misterio. Pero en Enero de 1869, Jules Oppert
sugirió ante la Sociedad Francesa de Numismática y Arqueología que
había que reconocer la existencia de una lengua y un pueblo pre-acadio.
Apuntando que los primeros soberanos de Mesopotamia proclamaban su
legitimidad tomando el título de «Rey de Sumer y Acad», Oppert
sugirió que se llamara a aquel pueblo «sumerios» y a su tierra «Sumer».
Excepto por la mala pronunciación del nombre -debería de haber sido
Shumer, y no Sumer-, Oppert tenía razón. Sumer no era una tierra
misteriosa y distante, sino el nombre primitivo de las tierras del
sur de Mesopotamia, tal como se establecía en el Libro del Génesis:
Las ciudades reales de Babilonia, Acad y Erek estaban en «tierra de
.Senaar» (Senaar, o.Shin'ar, era el nombre bíblico de Shumer).
En el momento en el que los estudiosos aceptaron estas conclusiones,
se abrió paso a lo que tenía que suceder. Las referencias aca-dias a
los «textos de antaño» tomaron pleno significado, y los estudiosos
no tardaron en darse cuenta de que las tablillas con largas columnas
de palabras no eran más que vocabularios y diccionarios
acadio-sumerio preparados en Asiría y Babilonia para su propio
estudio de la primera lengua escrita, el sumerio.
Sin estos antiquísimos diccionarios, aún estaríamos lejos de poder
leer el sumerio. Y, con su auxilio, se abrió un vasto tesoro
literario y cultural. También quedó claro que a la escritura
sumeria, originalmente pictográfica y tallada en la piedra en
columnas verticales, se le dio un trazado horizontal para, más
tarde, estilizarla para escribirla con cuñas sobre suaves tablillas
de arcilla, hasta convertirla en la escritura cuneiforme que
adoptaron acadios, babilonios, asirios y otras naciones del Oriente
Próximo de la antigüedad.
(Fig. 7)
Al descifrarse la lengua y la escritura sumerias, y al darse cuenta
de que los sumerios y su cultura eran el origen de los logros
acadio-babilonio-asirios, se le dio un gran impulso a las
investigaciones arqueológicas en el sur de Mesopotamia. Todas las
evidencias indicaban ahora que el comienzo se encontraba allí.
La primera excavación significativa de un lugar sumerio la
comenzaron algunos arqueólogos franceses en 1877; y los
descubrimientos en este lugar singular fueron tan ingentes que otros
arqueólogos continuaron excavando allí hasta 1933 sin poder acabar
el trabajo.
Aquel lugar, llamado por los lugareños Telloh («montículo»), resultó
ser una primitiva ciudad sumeria, la auténtica Lagash de cuya
conquista se jactaba Sargón de Acad. Ciertamente, era una ciudad
real cuyos soberanos llevaban el mismo título que Sargón había
adoptado, excepto por el hecho de que era en lengua sumeria: EN.SI
(«soberano justo»). Esta dinastía había tenido sus inicios alrededor
del 2900 a.C. y había durado casi 650 años. Durante este tiempo, 43
ensi's reinaron ininterrumpidamente en Lagash. Sus nombres, sus
genealogías y la duración de sus reinados estaban pulcramente
anotados. Las inscripciones proporcionaron gran cantidad de
información. Súplicas a los dioses «para que brote el grano y crezca
la cosecha-para que la planta regada dé grano», atestiguan la
existencia de la agricultura y la irrigación. Una copa inscrita en
honor a una diosa por «el supervisor del granero» indicaba también
que se almacenaba, se medía y se comerciaba con el grano.
(Fig. 8)
Un ensi llamado Eanatum dejó una inscripción en un ladrillo de
arcilla que dice claramente que estos soberanos sumerios sólo podían
asumir el trono con la aprobación de los dioses. También anotó la
conquista de otra ciudad, revelándonos la existencia de otras
ciudades estado en Sumer a comienzos del tercer milenio a.C.
El sucesor de Eanatum, Entemena, escribió acerca de la construcción
de un templo y de haberlo adornado con oro y plata, de haber
plantado jardines y de haber ampliado los pozos de ladrillo.
Alardeaba de haber construido una fortaleza con torres de vigilancia
e instalaciones donde atracar las naves.
Uno de los soberanos mejor conocidos de Lagash fue Gudea. Se
encontró una gran cantidad de estatuillas de él, mostrándole en
todas ellas con una postura votiva, orando a sus dioses. Esta
postura no era simulada: Gudea se había consagrado a la adoración de
Ningirsu, su principal deidad, y a la construcción y la
reconstrucción de templos.
Sus muchas inscripciones revelan que, en la búsqueda de exquisitos
materiales de construcción, trajo oro de África y de Anatolia, plata
de los Montes Taurus, cedros del Líbano, otras maderas poco comunes
del Ararat, cobre de la cordillera de los Zagros, diorita de Egipto,
cornalina de Etiopía, y otros materiales de tierras que los
estudiosos no han conseguido identificar todavía.
Cuando Moisés construyó una «Residencia» para el Señor Dios en el
desierto, lo hizo según unas instrucciones muy detalladas que le
había dado éste. Cuando el rey Salomón construyó el primer Templo de
Jerusalén, lo hizo después de que el Señor le hubiera «dado su
sabiduría». Al profeta Ezequiel se le mostraron unos planos muy
detallados para el Segundo Templo «en una visión divina». Se los
mostró «un hombre de aspecto semejante al del bronce», que «tenía en
la mano una cuerda de lino y una vara de medir». Ur-Nammu, soberano
de Ur, relató un milenio antes que su dios, al ordenarle que
construyera para él un templo y al darle las instrucciones
pertinentes, le había entregado una vara de medir y un rollo de
cuerda para el trabajo.
(Fig. 9)
Mil doscientos años antes que Moisés, Gudea contó lo mismo. Las
instrucciones, que plasmó en una larguísima inscripción, le fueron
dadas en una visión. «Un hombre que brillaba como el cielo», y a
cuyo lado había «un pájaro divino», «me ordenó construir su templo».
Este «hombre», que «desde la corona de su cabeza era, obviamente, un
dios», fue identificado posteriormente como el dios Ningirsu.
Con él
había una diosa que «sujetaba en una mano la tablilla de su estrella
favorable de los cielos»; en la otra mano, «sujetaba un estilo
sagrado», con el cual le indicaba a Gudea «el planeta favorable». Un
tercer hombre, dios también, sujetaba en sus manos una tablilla de
piedra preciosa; «contenía el plano de un templo». Una de las
estatuas de Gudea le muestra sentado, con esta tablilla sobre las
rodillas; sobre la tablilla se puede observar con claridad el dibujo
divino.
(Fig. 10)
Aun siendo sabio, Gudea estaba desconcertado con aquellas
instrucciones arquitectónicas, y solicitó el consejo de una diosa
que pudiera interpretar los mensajes divinos. Ella le explicó el
significado de las instrucciones, las medidas del plano, así como el
tamaño y la forma de los ladrillos que había que utilizar. Después,
Gudea empleó a un hombre «adivino, tomador de decisiones» y a una
mujer «buscadora de secretos» para localizar el sitio, en las
afueras de la ciudad, donde el dios deseaba que se construyera su
templo. Después, reclutó a 216.000 personas para el trabajo de
construcción.
El desconcierto de Gudea es fácilmente comprensible, pues se supone
que el aparentemente sencillo «plano de planta» le tenía que dar la
información necesaria para la construcción de un complejo zigurat
que se tendría que elevar en siete fases. En 1900, en su libro Der
Alte Orient, A. Billerbeck fue capaz de descifrar al menos una parte
de las divinas instrucciones arquitectónicas. El antiguo dibujo, aun
en la parcialmente deteriorada estatua, viene acompañado en la parte
superior por grupos de líneas verticales cuyo número disminuye a
medida que aumenta el espacio entre ellas. Parecería que los
arquitectos divinos eran capaces de dar las instrucciones completas
para la construcción de un templo con siete elevaciones a partir de
un sencillo plano de planta acompañado por siete escalas variables.
Se dice que la guerra espolea al Hombre para que avance tanto en lo
científico como en lo material, pero parece que en el antiguo Sumer
fue la construcción de un templo lo que espoleó a la gente y a sus
soberanos a alcanzar un mayor desarrollo tecnológico, comercial, de
transportes, arquitectónico y organizativo. La capacidad para llevar
a cabo tan importante obra de construcción de acuerdo con unos
planes arquitectónicos preparados, para organizar y alimentar a una
ingente masa de trabajadores, para allanar la tierra y elevar
montículos para hacer ladrillos y transportar piedras, para traer
metales extraños y otros materiales desde tan lejos, para fundir
metales y dar forma a utensilios y ornamentos, nos habla de una
importante civilización, ya en pleno esplendor en el tercer milenio
a.C.
(Fig. 11)
Aun con la maestría que implica la construcción de hasta los más
antiguos templos sumerios, éstos no eran más que la punta del
iceberg de las posibilidades y la riqueza de los logros materiales
de la primera gran civilización que se conoce del Hombre.
Además de la invención y el desarrollo de la escritura, sin la cual
una gran civilización no podría llegar a ser, a los sumerios también
se les atribuye la invención de la imprenta. Milenios antes que
Johann Gutenberg «inventara» la imprenta a través de tipos movibles,
los escribas sumerios utilizaban «tipos» pre-fabricados de los
diferentes signos pictográficos, que utilizaban del mismo modo que
nosotros utilizamos ahora un tampón de goma, imprimiendo la
secuencia deseada de signos en la arcilla húmeda.
También inventaron al precursor de nuestras rotativas: el sello
cilíndrico. Hecho de una piedra sumamente dura, era un pequeño
cilindro en el cual se grababa el mensaje o el dibujo al revés;
cuando se hacía rodar el cilindro sobre la arcilla húmeda, se creaba
una impresión «en positivo». El sello también le permitía a uno
certificar la autenticidad de los documentos; siempre se podía hacer
una nueva impresión para compararla con la del documento en
cuestión.
(Fig. 12)
Muchos registros escritos sumerios y mesopotámicos no necesariamente
estaban relacionados con lo divino o lo espiritual, sino con cosas
tan cotidianas como el registro de las cosechas, la medida de campos
y el cálculo de precios. Ciertamente, no es posible alcanzar
determinados grados de civilización sin un avance paralelo de las
matemáticas.
El sistema sumerio, llamado sexagesimal, combinaba el mundano 10 con
el «celestial» 6 para obtener la cifra base de 60. En algunos
aspectos, este sistema es superior al nuestro actual; en cualquier
caso, es incuestionablemente superior a los sistemas posteriores de
los griegos y de los romanos. A los sumerios les permitía dividir en
fracciones y multiplicar millones, calcular las raíces o elevar los
números a varias potencias. Este sistema no sólo fue el primer
sistema matemático conocido, sino también el que nos dio el concepto
de «posición numérica»; del mismo modo que, en el sistema decimal, 2
puede ser 2 o 20 o 200, dependiendo de la posición del dígito,
también en el sistema sumerio el 2 significa 2 o 120 (2 x 60), y así
sucesivamente, dependiendo de la «posición».
(Fig. 13)
Los 360 grados del círculo, el pie y sus 12 pulgadas, y la «docena»
como unidad no son más que unos cuantos ejemplos de los vestigios de
las matemáticas sumerias que todavía podemos ver en nuestra vida
cotidiana. Sus logros paralelos en astronomía, en el establecimiento
del calendario y en otras hazañas matemático-celestiales de similar
calibre recibirán un estudio mucho más preciso en capítulos
posteriores.
Del mismo modo que todo nuestro sistema económico y social -libros,
registros legales y económicos, contratos comerciales, certificados
matrimoniales, etc.- dependen del papel, la vida sumeria/
mesopotámica dependía de la arcilla. Templos, tribunales y casas de
comercio disponían de sus propios escribas, con sus tablillas de
arcilla húmeda dispuestas para anotar decisiones, acuerdos o cartas,
o para calcular precios, salarios, el área de un campo o el número
de ladrillos necesarios en una construcción.
La arcilla también era la materia prima básica en la manufactura de
utensilios de uso cotidiano y de recipientes para el almacenamiento
y el transporte de bienes. También se utilizó para hacer ladrillos
-otra cosa en la que los sumerios fueron los «primeros», algo que
hizo posible la construcción de casas para el pueblo, de palacios
para los reyes y de templos imponentes para los dioses.
A los sumerios se les atribuyen dos avances tecnológicos que
hicieron posible combinar la ligereza con una fuerte resistencia en
todos los objetos de arcilla: la armazón y la cocción. Los
arquitectos modernos han descubierto que se puede hacer hormigón
armado, un material de construcción sumamente fuerte, echando
cemento en moldes con un entramado interior de varillas de hierro;
pero hace mucho que los sumerios fueron capaces de dar a sus
ladrillos una gran fortaleza mezclando la arcilla húmeda con trozos
de carrizo o paja. También sabían que a los objetos de arcilla se
les podía dar resistencia y durabilidad cociéndolos en el horno. Fue
gracias a estos avances tecnológicos que se hizo posible la
construcción de los primeros edificios y arcadas del mundo, así como
la elaboración de la primera cerámica duradera.
La invención del horno -un lugar donde conseguir unas temperaturas
intensas pero controladas, sin correr el riesgo de que los productos
se llenen de polvo o cenizas- hizo posible un avance tecnológico aún
mayor: la Edad de los Metales.
Se da por cierto que el hombre descubrió que podía dar formas útiles
o agradables a algunas «piedras blandas» -pepitas de oro naturales,
así como compuestos de cobre y de plata- en algún momento de los
alrededores del 6000 a.C. Los primeros objetos de metal moldeado se
encontraron en las tierras altas de los Montes Zagros y del Taurus.
Sin embargo, como señalaba R. J. Forbes (The Birthplace of Oíd World
Metallurgy), «en el Oriente Próximo de la antigüedad, el suministro
de cobre natural se agotaba con rapidez, y el minero tenía que
recurrir a las minas». Esto precisaba del conocimiento y de la
capacidad para encontrar y extraer el mineral metalífero,
triturarlo, fundirlo y refinarlo, procesos que no se podrían haber
llevado a cabo sin el horno y sin una tecnología mínimamente
avanzada.
El arte de la metalurgia no tardó en abarcar también la habilidad
para alear el cobre con otros metales, obteniendo como resultado un
metal fundible, duro, pero maleable, al que llamamos bronce. La Edad
del Bronce, nuestra primera época metalúrgica, fue también una
contribución mesopotámica a la civilización moderna. En la
antigüedad, gran parte del comercio se dedicaba al comercio de
metales, y también se formó a partir de aquí la base para el
desarrollo en Mesopotamia de la banca y de la primera moneda -el
shekel («lingote pesado») de plata.
Del nivel que alcanzó la metalurgia en la antigua Mesopotamia nos
hablan las muchas variedades de metales y aleaciones para los cuales
se han encontrado nombres sumerios y acadios, así como su amplia
terminología tecnológica. Esto desconcertó durante cierto tiempo a
los estudiosos, ya que Sumer, en su territorio, carecía de minerales
metalíferos; y, sin embargo, la mayor parte de la metalurgia
comenzó indudablemente aquí.
La respuesta se encuentra en la energía. No se puede fundir,
refinar y alear sin un abundante suministro de combustibles para
alimentar hornos y crisoles. En Mesopotamia no había menas, pero
había combustible en abundancia, de modo que el mineral metalífero
fue llevado hasta los combustibles, lo cual explicaría muchas de las
más antiguas inscripciones en las que se describe el transporte del
mineral desde muy lejos.
Los combustibles que le dieron a Sumer la supremacía tecnológica
fueron betunes y asfaltos, productos del petróleo que se filtraban
de forma natural hasta la superficie en muchos lugares de
Mesopotamia. R. J. Forbes (Bitumen and Petroleum in Antiquity)
demuestra que los depósitos de superficie de Mesopotamia fueron las
principales fuentes de combustible del mundo antiguo, desde los
tiempos más primitivos hasta la época de Roma, y concluye que el uso
tecnológico de estos productos del petróleo comenzó en Sumer
alrededor del 3500 a.C. de hecho, dice que la utilización y el
conocimiento de los combustibles y de sus propiedades fueron mayores
en tiempos de los sumerios que en las civilizaciones que les
siguieron.
Tan amplio fue el uso de los productos del petróleo entre los
sumerios -no sólo como combustibles, sino, también, como materiales
para la construcción de caminos, para impermeabilizar, calafatear,
pintar, cimentar, moldear-, que cuando los arqueólogos buscaban a la
antigua Ur, la encontraron enterrada en un montículo que los árabes
de la zona daban en llamar el «Montículo del Betún». Forbes
demuestra que la lengua sumeria tiene términos para cada género y
variante de las sustancias bituminosas encontradas en Mesopotamia.
De hecho, los nombres de los materiales bituminosos y petrolíferos
en otras lenguas -acadio, hebreo, egipcio, copto, griego, latín y
sánscrito- remontan su origen hasta el sumerio; por ejemplo, el
nombre más común del petróleo -naphta, nafta- se deriva de napatu
(«piedras que arden»).
La utilización de los productos del petróleo por parte de los
sumerios fue también fundamental para el desarrollo de la química.
No sólo podemos valorar el alto nivel de los conocimientos de los
sumerios por la variedad de pinturas y pigmentos, y por procesos
tales como el vidriado, sino también por la notoria producción
artificial de piedras semipreciosas, entre las que se incluye un
sustitutivo del lapislázuli.
También se utilizaron betunes en la medicina sumeria, otro campo
donde los niveles también fueron impresionantemente altos. En
centenares de textos acadios encontrados se emplean en gran medida
frases y términos médicos sumerios, indicando con ello el origen
sumerio de toda la medicina mesopotámica.
La biblioteca de Assurbanipal en Nínive disponía de una sección de
medicina. Los textos se dividían en tres grupos: bultitu
(«terapia»), shipir bel imti («cirugía») y urti mashmashshe
(«órdenes y conjuros»). En los antiguos códigos legales había
secciones que trataban de los honorarios que había que pagar a los
cirujanos por las operaciones exitosas, y de las penas que se les
imponían en caso de fracaso: como, por ejemplo, que, si al abrir la
sien de un paciente con una lanceta, el cirujano destruía
accidentalmente el ojo de aquél, se le condenaba a perder la mano.
Se han encontrado marcas inconfundibles de cirugía cerebral en
algunos esqueletos encontrados en, tumbas de Mesopotamia, y un texto
médico parcialmente roto habla de la extirpación quirúrgica de una
«sombra que cubría el ojo de un hombre», probablemente un problema
de cataratas; otro texto menciona el uso de un instrumento cortante,
diciendo que «si la enfermedad ha alcanzado el interior del hueso,
tendrás que rasparlo y quitarlo».
Los enfermos de los tiempos sumerios podían elegir entre un A.ZU
(«médico de agua») y un IA.ZU («médico de aceite»). Una tablilla
encontrada en Ur, de cerca de 5.000 años de antigüedad, nombra a un
practicante de la medicina como «Lulu, el médico». También había
veterinarios, conocidos como «médicos de bueyes» o bien como
«médicos de asnos».
En un sello cilindrico muy antiguo encontrado en Lagash se
representa un par de tenazas quirúrgicas que pertenecieron a
«Urlu-galedina, el médico». El sello muestra también a la serpiente
en el árbol, símbolo de la medicina hasta nuestros días. (F14)
También se representaba con frecuencia un instrumento que utilizaban
las comadronas para cortar el cordón umbilical.
Los textos médicos sumerios tratan del diagnóstico y de las recetas.
No dejan lugar a dudas de que los médicos sumerios no recurrían a la
magia o a la brujería. Recomendaban la higiene y la limpieza, los
baños de agua caliente y disolventes minerales, la aplicación de
derivados vegetales y las fricciones con compuestos del petróleo.
Se hacían medicinas de plantas y compuestos minerales, y se
mezclaban con líquidos o disolventes según el método de aplicación.
Si era por vía oral, se mezclaban los polvos con vino, cerveza o
miel; si «se vertían a través del recto» -si se administraban como
enema-, se mezclaban con aceites vegetales. El alcohol, que jugaba
un papel muy importante en la desinfección quirúrgica y como base de
muchas medicinas, llegó hasta nuestros idiomas a través del árabe
kohl, del acadio kuhlu.
Los modelos de hígado encontrados nos indican que se enseñaba
medicina en algún tipo de escuelas médicas, con la ayuda de modelos
de arcilla de los órganos humanos. Debieron de estar bastante
avanzados en anatomía, pues los rituales religiosos nos hablan de
elaboradas disecciones de los animales sacrificiales, sólo un
escalón por debajo de un conocimiento comparable en anatomía humana.
En diversas representaciones sobre sellos cilindricos o tablillas de
arcilla se muestra a personas yaciendo sobre algún tipo de mesa
quirúrgica, rodeadas por equipos de dioses o personas. Sabemos por
la épica y por otros textos heroicos que los sumerios y sus
sucesores en Mesopotamia estaban muy interesados en temas como la
vida, la enfermedad y la muerte. Hombres como Gilgamesh, un rey de
Erek, buscaban el «Árbol de la Vida» o algún mineral (una «piedra»)
que pudiera darles la eterna juventud. También existen referencias a
esfuerzos por resucitar a los muertos, en especial si resultaban ser
dioses:
Sobre el cadáver, colgado del poste, ellos dirigieron el Pulso y el Resplandor; Sesenta veces el Agua de la Vida,
Sesenta veces el Alimento de la Vida, ellos rociaron sobre aquél;
E Inanna se levantó.
¿Se conocerían y utilizarían en estos intentos de resurrección
algunos métodos ultramodernos de los que sólo podemos especular? El
conocimiento y la utilización de materiales radiactivos en el
tratamiento de determinadas dolencias queda, ciertamente, sugerido
en una escena médica representada en un sello cilíndrico que data de
los comienzos de la civilización sumeria. En él, se muestra, sin
ningún tipo de dudas, a un hombre yaciendo sobre una cama especial,
con el rostro protegido con un máscara y recibiendo algún tipo de
radiación.
(Fig. 15)
Una de las consecuciones materiales más antiguas de Sumer fue el
desarrollo de la industria textil y de la ropa.
Se considera que nuestra revolución industrial comenzó con la
introducción de máquinas hiladoras y tejedoras en Inglaterra en la
década de 1760, y la mayoría de las naciones en vías de desarrollo
han venido aspirando desde entonces al despliegue de la industria
textil como paso previo hacia la industrialización. Las evidencias
muestran que éste ha sido el proceso seguido, no sólo desde el siglo
XVIII hasta aquí, sino desde la primera gran civilización del ser
humano. El Hombre no pudo hacer tejidos antes de la aparición de la
agricultura, que fue la que le proporcionó el lino, y de la
domesticación de los animales, que le proveyeron de lana. Grace M.
Crowfoot (Textiles, Basketry and Mats in Antiquity) expresaba el
consenso académico al afirmar que el arte de tejer apareció en
Mesopotamia alrededor del 3800 a.C
Además, Sumer era famosa en la antigüedad no sólo por sus tejidos,
sino también por su ropa. En el Libro de Josué (7:21) se dice que,
durante el asalto a Jericó, cierta persona no pudo resistir la
tentación de guardarse «un hermoso manto de Senaar» que había
encontrado en la ciudad, aun cuando el castigo era la muerte. Tan
apreciadas eran las prendas de Senaar (Sumer), que la gente estaba
dispuesta a arriesgar su vida con tal de hacerse con ellas.
Una rica terminología existía ya en tiempos sumerios para describir
tanto a las prendas de vestir como a sus elaboradores. La prenda
básica recibía el nombre de TUG -sin duda alguna, la precursora,
tanto en estilo como en nombre, de la toga romana. Estas prendas
eran TUG.TU.SHE, que en sumerio quiere decir «prenda que se lleva
envuelta alrededor». (Fig. 16)
Las antiguas representaciones no sólo revelan una sorprendente
variedad y opulencia en cuestión de ropa, sino también de elegancia,
donde prevalecían el buen gusto y la combinación de prendas,
peinados, tocados y joyas.
(Fig. 17,18)
Otra importante consecución sumeria fue la agricultura. En una
tierra en la que sólo se dan lluvias estacionales, los ríos eran los
que proporcionaban el agua para hacer crecer cosechas a lo largo de
todo el año por medio de un vasto sistema de canales de irrigación.
Mesopotamia -la Tierra Entre los Ríos- era, ciertamente, una cesta
de alimentos en la antigüedad. El albaricoquero, que en español se
llama damasco («árbol de Damasco»), lleva el nombre latino de
armeniaca, una palabra prestada del acadio, armanu. La cereza
-kerasos en griego, kirsche en alemán- proviene de la acadia karshu.
Todas las evidencias sugieren que éstas y otras frutas y verduras
llegaron a Europa desde Mesopotamia, al igual que muchas semillas y
especias. Nuestra palabra azafrán viene del acadio azupiranu; croco,
una variedad de azafrán, viene de kurkanu (a través de krokos, en
griego), comino viene de kamanu, hisopo de zupu, mirra de murru. La
lista es larga; y, en muchos casos, fue Grecia la que proporcionó el
puente físico y etimológico a través del cual estos productos de la
tierra llegaron a Europa. Cebollas, lentejas, judías, pepinos, coles
y lechuga eran ingredientes habituales en la dieta sumeria.
Pero también impresiona mucho la amplitud y la variedad de los
métodos de preparación de los alimentos en la antigua Mesopotamia,
es decir, su cocina.
Textos y representaciones confirman que los sumerios sabían
convertir los cereales que cultivaban en harina, de la que hacían
gran variedad de panes, gachas, pastas, pasteles y bollos, con y sin
levadura. También se fermentaba la cebada para hacer cerveza, y se
han encontrado entre sus textos «manuales técnicos» para la
producción de cerveza. Obtenían vino de la uva y de los dátiles, y
leche de ovejas, cabras y vacas, que utilizaban para beber, cocinar
y transformar en yogurt, mantequilla, nata y queso. El pescado
también era habitual en la dieta. También disponían de carneros, y
la carne de cerdo, animal que pastoreaban en grandes piaras, estaba
considerada como un bocado exquisito. Gansos y patos pudieron estar
reservados para
las mesas de los dioses.
Los antiguos textos no dejan lugar a dudas sobre la alta cocina que
desarrolló la antigua Mesopotamia en los templos y en el servicio de
los dioses. Uno de estos textos prescribe la ofrenda a los dioses de
«hogazas de pan de cebada... hogazas de pan de trigo silvestre; una
pasta de miel y nata; dátiles, pastas... cerveza, vino, leche...
savia de cedro, nata». También se ofrecía carne asada con libaciones
de las «primicias de cerveza, vino y leche». Una parte concreta de
toro se preparaba según una estricta receta en la que se precisaba
de «harina fina... amasada con agua y con las primicias de la
cerveza y el vino», y mezclada con grasas animales, «ingredientes
aromáticos elaborados con el corazón de las plantas», nueces, malta
y especias. Las instrucciones para «el sacrificio diario a los
dioses de la ciudad de Uruk» precisaban que había que servir cinco
bebidas diferentes con las comidas, y especificaban lo que debían
hacer «los molenderos en la cocina» y «el chef trabajando en la
tabla de amasar».
Nuestra admiración por el arte culinario sumerio no puede dejar de
crecer a la vista de los poemas que entonan sus alabanzas a los
buenos alimentos. Y la verdad es que, ¿qué puede uno decir cuando
lee una milenaria receta de «coq au vin»?
En el vino de la bebida, en el agua perfumada, en el óleo de la unción- el ave que he cocinado, y he comido.
Una economía próspera, una sociedad con tan extensas empresas
materiales, no se podría haber desarrollado sin un eficaz sistema de
transportes. Los sumerios utilizaban sus dos grandes ríos y la red
artificial de canales para el transporte por agua de personas,
bienes y ganado. Algunas de las representaciones más antiguas que se
tienen muestran lo que, sin ninguna duda, fueron las primeras
embarcaciones del mundo.
Sabemos por muchos textos primitivos que los sumerios también se
metieron en aventuras marineras de aguas profundas, usando diversos
tipos de barcos para llegar a tierras lejanas en busca de metales,
maderas y piedras preciosas y otros materiales que no podían
conseguir en la propia Sumer. En un diccionario acadio de la lengua
sumeria se encontró una sección sobre navegación en la que había una
lista de 105 términos sumerios sobre diferentes barcos en función de
su tamaño, destino o propósito (de carga, de pasajeros o para el uso
exclusivo de ciertos dioses). Otros 69 términos sumerios,
relacionados con el manejo y la construcción de barcos, fueron
traducidos al acadio. Sólo una larga tradición marinera podría haber
generado unas naves tan especializadas y una terminología tan
técnica.
Para el transporte por tierra, fue en Sumer donde se utilizó por
primera vez la rueda. Su invención y su introducción en la vida
diaria hicieron posible la aparición de una amplia variedad de
vehículos, desde los carros de transporte hasta los de guerra, y no
cabe duda de que también le concedió a Sumer la distinción de ser la
primera en emplear la «energía bovina», así como la «energía
caballar», en la locomoción.
(Fig. 19)
En 1956, el profesor Samuel N. Kramer, uno de los grandes
sumerólogos de nuestro tiempo, hizo una revisión del legado literario encontrado bajo los montículos de Sumer. Sólo el índice
de From the Tablets of Sumer es ya, en sí, una joya, por cada uno de
los 25 capítulos en los que se describe alguna de esas cosas en las
que los sumerios fueron «los primeros», como en ser los que hicieron
las primeras escuelas, el primer congreso bicameral, el primer
historiador, la primera farmacopea, el primer «almanaque del
agricultor», las primeras cosmogonía y cosmología, el primer «Job»,
los primeros proverbios y refranes, los primeros debates literarios,
el primer «Noé», el primer catálogo de biblioteca, la primera Época
Heroica del Hombre, su primer código legal y sus primeras reformas
sociales, su primera medicina, su primera agricultura y su primera
búsqueda de la paz y la armonía mundial.
Y esto no es una exageración.
Las primeras escuelas se crearon en Sumer como consecuencia directa
de la invención y la introducción de la escritura. Las evidencias,
tanto arqueológicas -se han encontrado edificios donde se ubicaban
las escuelas- como escritas -se han encontrado tablillas con
ejercicios-, indican la existencia de un sistema educativo formal
hacia comienzos del tercer milenio a.C. Literalmente, había miles de
escribas en Sumer, que iban desde los escribas subalternos hasta los
altos escribas, escribas reales, escribas de los templos y escribas
que asumían altos cargos del estado. Algunos hacían de maestros en
las escuelas, y aún podemos leer sus ensayos sobre las escuelas, sus
objetivos y metas, su currículo y sus métodos de enseñanza.
En las escuelas, no sólo se enseñaba la lengua y la escritura, sino
también las ciencias de la época -botánica, zoología, geografía,
matemáticas y teología. Se estudiaban y se copiaban las obras
literarias del pasado, y se creaban obras nuevas.
Las escuelas estaban dirigidas por el ummia («profesor experto»), y
entre el profesorado se incluía, invariablemente, no sólo un
«hombre encargado del dibujo» y un «hombre encargado del sumerio»,
sino también un «hombre encargado del azote». Parece ser que la
disciplina era estricta; un alumno escribió en una tablilla de
arcilla que había sido azotado por no asistir a clase, por falta de
higiene, por vago, por no guardar silencio, por mala conducta e,
incluso, por su mala caligrafía.
Un poema épico que trata de la historia de Erek habla de la
rivalidad entre Erek y la ciudad-estado de Kis. El texto épico narra
cómo los enviados de Kis se acercan hasta Erek para ofrecer un
acuerdo pacífico en su disputa. Pero el soberano de Erek en aquel
momento, Gilgamesh, prefería luchar en vez de negociar. Lo que
resulta interesante es que Gilgamesh tuvo que poner el asunto a
votación en el Consejo de Ancianos, el «Senado» de Erek:
El señor Gilgamesh, ante los ancianos de la ciudad expuso el asunto, buscando una decisión: «No nos vamos a rendir ante la casa de Kis, la vamos a golpear con las armas».
Sin embargo, el Consejo de Ancianos estaba por las negociaciones.
Impertérrito, Gilgamesh expuso el caso ante gente más joven, el
Consejo de los Luchadores, que votaron por la guerra. Lo
significativo de este cuento estriba en la revelación de que un
soberano sume-no tenía que someter la pregunta de guerra o paz ante
el primer congreso bicameral, hace unos 5.000 años.
El título de Primer Historiador se lo otorgó Kramer a Entemena, rey
de Lagash, que registró en cilindros de arcilla su guerra contra la
vecina Umma. Mientras que otros textos eran obras literarias o
poemas épicos cuyos temas eran sucesos históricos, las inscripciones
de Entemena eran de una prosa directa, escritas únicamente como un
registro fáctico de la historia.
Debido a que las inscripciones asirías y babilonias fueron
descifradas bastante antes que los textos sumerios, se creyó durante
mucho tiempo que el primer código legal fue compilado y decretado
por el rey babilonio Hammurabi, alrededor del 1900 a.C. Pero, a
medida que se fue descubriendo la civilización de Sumer, fue
quedando claro que «los primeros» en un sistema legal, en concep-tos
de orden social y en la administración de justicia fueron los
sumenos.
Bastante antes que Hammurabi, un soberano sumerio de la
ciudad-estado de Eshnunna (al noreste de Babilonia) hizo un código
de leyes que establecía los precios máximos de los comestibles y del
alquiler de carros y barcas, con el fin de que los pobres no fueran
oprimidos. También hizo leyes que trataban de los agravios contra la
persona y la propiedad, y regulaciones relativas a temas familiares
y a las relaciones entre amo y sirviente.
Aún antes, Lipit-Ishtar, un soberano de Isin, promulgó un código del
que sólo quedan legibles en la tablilla parcialmente preservada
(copia de un original que fue grabado sobre una estela de piedra) 38
leyes, que tratan de las propiedades inmobiliarias, de esclavos y
sirvientes, del matrimonio y la herencia, del contrato de
embarcaciones, del alquiler de bueyes y de las penas por no pagar
los impuestos. Tal como hizo Hammurabi tiempo después, Lipit-Ishtar
explicaba en el prólogo de este código que actuaba por mandato de
«los grandes dioses», que le habían ordenado «llevar el bienestar a
los sumerios y
los acadios».
Aún así, ni siquiera Lipit-Ishtar fue el primer sumerio en hacer un
código legal. Se han encontrado fragmentos de tablillas en los que
aparecen copias de un código promulgado por Urnammu, soberano de Ur
en los alrededores del 2350 a.C. -más de medio milenio antes que
Hammurabi. Las leyes, promulgadas por mandato del dios Nan-nar,
pretendían detener y castigar «a los que arrebatan los bueyes, las
ovejas y los asnos a los ciudadanos», para que «los huérfanos no
sean víctimas de los ricos, las viudas no sean víctimas de los
poderosos, el hombre de un shekel no sea víctima del hombre de 60
shekels». Urnammu decretó también «pesos y medidas honestos e
invariables». Pero el sistema legal sumerio y la aplicación de
justicia se remontan aún más allá en el tiempo.
Hacia el 2600 a.C. ya tenían que haber sucedido demasiadas cosas en
Sumer para que el ensi Urukagina tuviera que instituir reformas. Los
estudiosos citan una larga inscripción suya como un testimonio
precioso de la primera reforma social del hombre basada en el
sentido de la libertad, la igualdad y la justicia -una «Revolución
Francesa» impuesta por un rey 4.400 años antes del 14 de Julio de
1789.
El reformador decreto de Urukagina hacía, en primer lugar, una lista
de los males de su época para, después, hacer una relación de las
reformas. Los males consistían principalmente en el uso indebido de
los poderes asignados a los supervisores, poderes que utilizaban en
beneficio propio; el abuso de la condición de funcionario; la
extorsión que suponían los altos precios marcados por grupos
monopolizadores.
Todas estas injusticias, y muchas más, fueron prohibidas por el
reformador decreto de Urukagina. Un funcionario ya no podía poner el
precio que le viniera en gana «por un buen asno o una casa». Un
«hombre grande» ya no podría coaccionar a un ciudadano común. Se
restablecieron los derechos de los ciegos, los pobres, las viudas y
los huérfanos, y a cualquier mujer divorciada se le concedía la
protección de la ley -hace casi 5.000 años.
¿Durante cuánto tiempo venía existiendo ya la civilización sumeria
para requerir tan importante reforma? Está claro que durante mucho
tiempo, pues Urukagina afirmaba que había sido su dios Ningirsu el
que le había convocado para «restablecer los decretos de los
primeros días», una llamada implícita para volver a unos sistemas
aún más antiguos y a unas leyes aún más lejanas en el tiempo.
Las leyes sumerias se apoyaban en un sistema judicial en el que los
procedimientos y los juicios, así como los contratos, eran
meticulosamente registrados y preservados. Los magistrados actuaban
más como jurados que como jueces; el tribunal estaba compuesto
normalmente por tres o cuatro jueces, uno de los cuales era un «juez
real» profesional, mientras los demás eran extraídos de un grupo de
36 hombres.
Mientras que los babilonios se dedicaron a hacer reglas y
regulaciones, los sumerios estaban más interesados en la justicia,
pues creían que los dioses señalaban a los reyes, principalmente,
para asegurar la justicia en la tierra.
Se puede establecer más de un paralelismo entre los conceptos de
justicia y de moralidad que aparecen aquí y los del Antiguo
Testamento. Aun antes de que los hebreos tuvieran reyes, fueron
gobernados por jueces; los reyes no eran juzgados por sus conquistas
o sus riquezas, sino por la medida en la cual «hacían lo que era
justo». En la religión judía, el Año Nuevo marca un período de diez
días durante el cual los hechos de los hombres se pesan y evalúan
para determinar su destino en el año que comienza. Probablemente sea
algo más que una coincidencia el hecho de que los sumerios creyeran
en una deidad llamada Nanshe, que juzgaba a la Humanidad una vez al
año del mismo modo; después de todo, el primer patriarca hebreo,
Abraham, vino de la ciudad sumeria de Ur, la ciudad de Ur-Nammu y su
código.
La preocupación sumeria por la justicia, o por la ausencia de ésta,
encuentra expresión también en lo que Kramer llamó «el primer 'Job'
«. Emparejando fragmentos de tablillas de arcilla en el Museo de
Antigüedades de Estambul, Kramer pudo leer buena parte de un poema
sumerio que, como el bíblico Libro de Job, habla de los males de un
hombre justo que, en vez de ser bendecido por los dioses, sufrió
todo tipo de pérdidas y de ignominias. «Mi justa palabra se ha
convertido en mentira», gritaba en su angustia.
En la segunda parte, el anónimo padecedor suplica a su dios de un
modo muy similar a como se expresan algunos versos de los Salmos
hebreos:
Dios mío, tú que eres mi padre, que me engendraste, eleva mi rostro... ¿Por cuánto tiempo más me vas a tener abandonado, me vas a tener desprotegido... me vas a dejar sin tu guía?
Después, viene un final feliz. «Las palabras justas, las palabras
puras que pronunció, fueron aceptadas por su dios; ...su dios retiró
la mano de la declaración del mal».
Precediendo en dos milenios al bíblico Libro de Eclesiastés, los
proverbios sumerios expresaban muchos de los mismos conceptos e
ideas.
Si estamos condenados a morir, gastemos; si hemos de vivir una vida larga, ahorremos.
Cuando un hombre pobre muere, no intentes revivirlo.
Aquel que posee mucha plata, puede ser feliz. Aquel que posee mucha cebada, puede ser feliz. ¡Pero el que no tiene nada de nada, puede dormir!
Hombre: para su placer: matrimonio; cuando deja de pensar en ello: divorcio.
No es el corazón el que lleva a la enemistad; es la lengua la que lleva a la enemistad.
En una ciudad donde no hay perros guardianes, el zorro es el supervisor.
Los logros materiales y espirituales de la civilización sumeria
vinieron acompañados también por un amplio desarrollo de las artes
interpretativas. Un equipo de expertos de la Universidad de
California en Berkeley se convirtió en noticia en Marzo de 1974,
cuando anunciaron que habían descifrado la canción más antigua del
mundo. Lo que consiguieron los profesores Richard L. Crocker,
Anne
D. Kilmer y Robert R. Brown fue leer e interpretar las notas
musicales escritas en una tablilla cuneiforme de los alrededores del
1800 a.C. encontrada en Ugarit, en la costa mediterránea
(actualmente en Siria).
«Sabíamos ya», explicó el equipo de Berkeley, «que hubo música en la
primitiva civilización asirio-babilonia, pero hasta que desciframos
esta canción no hemos sabido que aquella música utilizaba la misma
escala heptatónica-diatónica característica de la música occidental
contemporánea y de la música griega del primer milenio a.C.» Hasta
entonces se creía que la música occidental se había originado en
Grecia; a partir de ahí, quedó demostrado que nuestra música, así
como cualquier otra música de la civilización occidental, tuvo su
origen en Mesopotamia. Esto no debería de sorprendernos, pues el
erudito griego Filón ya dijo que los mesopotámicos fueron conocidos
por «buscar el unísono y la armonía por todo el mundo a través de
los tonos musicales».
No cabe duda de que la música y la canción hay que calificarlas como
otro «primero» de los sumerios. De hecho, el profesor Crocker sólo
pudo interpretar aquella antigua melodía después de construir una
lira como las que se habían encontrado en las ruinas de Ur. Los
textos del segundo milenio a.C. señalan la existencia de unos
«números clave» musicales y de una teoría musical coherente; y la
misma profesora Kilmer escribió tiempo después (The Strings of
Musical Instruments: Their Names, Numbers and Significance) que
había muchos textos de himnarios sumerios «que parecían llevar
notaciones musicales en los márgenes». «Los sumerios y sus sucesores
tenían una vida musical plena», concluyó. No sorprende, por tanto,
que nos encontremos con una gran variedad de instrumentos musicales
-así como con cantantes y bailarines en plena interpretación-
representados en sellos cilíndricos y en tablillas de arcilla.
(Fig. 20)
Como muchos otros logros sumerios, la música y la canción tuvieron
su origen también en los templos. Pero, comenzando en el servicio de
los dioses, estas artes interpretativas acabaron dominando también
el exterior de los templos. Empleando el juego de palabras favorito
de los sumerios, un refrán popular comentaba acerca de los
honorarios que cobraban los cantantes: «Un cantante cuya voz no sea
dulce es, ciertamente, un 'pobre' cantante».
Se han encontrado muchas canciones de amor sumerias; indudablemente,
se cantaban con acompañamiento musical. Sin embargo, la más
conmovedora es una canción de cuna que una madre compuso y cantó a
su hijo enfermo:
Ven, sueño; ven, sueño; ven a mi hijo. Apresúrate, sueño, en venir hasta mi hijo; haz dormir sus inquietos ojos... Estás sufriendo, hijo mío; estoy turbada, estoy atónita, miro fijamente a las estrellas. La luna nueva brilla en tu rostro; tu sombra derramará lágrimas por ti. Échate, échate en tu sueño...
Que la diosa del crecimiento sea tu aliada; que tengas un guardián elocuente en el cielo; que alcances un reino de días felices...
Que una esposa te sirva de apoyo; que un hijo sea tu suerte futura.
Lo que más impacta de la música y de las canciones sumerias no es
sólo la conclusión de que Sumer fuera la fuente de la música
occidental en su composición estructural y armónica. No menos
significativo es el hecho de que, si leemos su música y escuchamos
sus poemas, no nos suenen extraños o ajenos en absoluto, ni siquiera
en lo más profundo de sus sensaciones y sus sentimientos. De hecho,
al contemplar la gran civilización sumeria, no sólo nos encontramos
con que nuestra moral, nuestro sentido de la justicia, nuestras
leyes, nuestra arquitectura, nuestras artes y nuestra tecnología
tienen sus raíces en Sumer, sino que, además, las instituciones
sumerias nos resultan muy familiares, muy cercanas. Parecería que,
en el fondo, todos fuéramos sumerios.
Después de excavar Lagash, la pala de los arqueólogos descubrió
Nippur, la que, en otro tiempo, fuera centro religioso de Sumer y
Acad. De los 30.000 textos encontrados allí, muchos siguen sin ser
estudiados en nuestros días. En Shuruppak, se encontraron escuelas
que databan del tercer milenio a.C. En Ur, los estudiosos
encontraron magníficos floreros, joyas, armas, carros de batalla,
cascos de oro plata, cobre y bronce, las ruinas de una fábrica de
tejidos, registros judiciales, y un alto zigurat cuyas ruinas aún
dominan el paisaje. En Eshnunna y Adab, los arqueólogos encontraron
templos y artísticas estatuas de tiempos presargónicos. Umma produjo
inscripciones que hablaban de antiguos imperios. En Kis, se
desenterraron edificios monumentales y un zigurat de, al menos, el
3000 a.C.
Uruk (Erek) hizo remontarse a los arqueólogos hasta el cuarto
milenio a.C. Allí encontraron la primera cerámica de colores cocida
en horno, así como las evidencias de haber sido los primeros en usar
ia rueda de alfarero. Una calzada de bloques de caliza es la
construcción de piedra más antigua encontrada hasta la fecha. En
Uruk los arqueólogos encontraron también el primer zigurat -un
inmenso montículo de fabricación humana en cuya cima se elevaban un
tem-plo blanco y un templo rojo.
Los primeros textos inscritos del mundo se encontraron también
aquí,así como los primeros sellos cilindricos. De estos últimos,
Jack Finegan (light from the Anciente Past) dijo: «La excelencia de
los sellos en su primera aparición en el período de Uruk es
sorprendente.Otros lugares del período de Uruk muestran evidencias
del surgimiento de la Edad del Metal.
Fig .mapa
En 1919, H. R. Hall encontró unas antiguas ruinas en una aldea
llamada ahora El-Ubaid. El sitio daba su nombre a lo que los
expertos consideran ahora como la primera fase de la civilización
sumeria. Las ciudades sumerias de aquel período, que iban desde el
norte de Meso-potamia hasta las estribaciones más meridionales de
los Zagros, fueron las que utilizaron por primera vez ladrillos de
arcilla, paredes enyesadas, mosaicos decorativos, cementerios con
tumbas alineadas, objetos de cerámica pintados con diseños
geométricos, espejos de cobre, cuentas de turquesas importadas,
pintura para los ojos, «tomahawks» de cobre, ropa, casas y, por
encima de todo, templos monumentales.
Más al sur, los arqueólogos encontraron Eridú, la primera ciudad
sumeria según los textos antiguos. A medida que las excavaciones
iban avanzando, se encontraron con un templo dedicado a Enki, Dios
del Conocimiento sumerio, que daba la impresión de haber sido
construido y reconstruido una y otra vez.
Los estratos hicieron
remontarse a los expertos a los comienzos de la civilización
sumeria: 2500 a.C, 2800 a.C, 3000 a.C, 3500 a.C
- Fig. Edades pasadas
Después, las palas se encontraron con los cimientos del primer
templo dedicado a Enki. Por debajo de esto, se encontraba el suelo
virgen. Nada se había construido antes. La datación rondaba el 3800
a.C. Ahí es donde comenzó la civilización.
No sólo fue la primera civilización, en el sentido más veraz del
término. También fue la civilización más vasta, omni-abarcante, más
avanzada en muchos aspectos que las demás culturas de la antigüedad
que la siguieron. Indudablemente, fue la civilización sobre la que
se basa nuestra civilización.
Habiendo comenzado a utilizar piedras como herramientas unos
2.000.000 de años atrás, el Hombre consiguió esta civilización sin
precedentes en Sumer en los alrededores del 3800 a.C. Y lo que más
perplejidad provoca de todo esto es el hecho de que, hasta el día de
hoy, los expertos no tengan ni la más remota idea de quiénes fueron
los sumerios, de dónde vinieron, y cómo y por qué apareció su
civilización.
Pues su aparición fue repentina, inesperada; aparecieron de la nada.
H. Frankfort (Tell Uqair) la calificó como de «asombrosa». Pierre Amiet (Elam), como de «extraordinaria».
A. Parrot (Sumer) la
describió como «una llama que se encendió de repente». Leo Oppenheim
(Ancient Mesopotamiá) remarcó «el asombrosamente corto período de
tiempo» en el que apareció esta civilización. Joseph Campbell (The
Masks of God) lo resumió de este modo:
«De una forma pasmosamente
súbita... aparece en este pequeño jardín de lodo sumerio... todo el
síndrome cultural que, desde entonces, constituye la unidad germinal
de todas las grandes civilizaciones del mundo».
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