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			10 - LAS 
			CIUDADES DE LOS DIOSES 
			 
			La historia del primer asentamiento en la Tierra de unos seres 
			inteligentes es una impresionante saga no menos inspiradora que el 
			descubrimiento de América o la circunnavegación de la Tierra. Y, 
			ciertamente, fue algo de la máxima importancia, pues, gracias a esta 
			aventura, nosotros y nuestras civilizaciones existimos hoy en día. 
			
			 
			«La Epopeya de la Creación» nos dice que los «dioses» llegaron a la 
			Tierra gracias a una decisión deliberada de su líder. La versión 
			babilonia atribuye la decisión a Marduk, y explica que este dios 
			esperó hasta que el suelo de la Tierra se secó y endureció lo 
			suficiente como para permitir el aterrizaje y las operaciones de 
			construcción.  
			
			  
			
			Después, Marduk anunció su decisión al grupo de 
			astronautas: 
			
				
					
						
						En lo profundo de Arriba, donde habéis estado residiendo, «La Regia Casa de Arriba» he levantado. Ahora, una imagen de ésta voy a construir en El Abajo. 
					 
				 
			 
			
			Entonces, Marduk explicó su propósito: 
			
				
					
						
						Cuando desde los Cielos a la asamblea descendáis, habrá un sitio de descanso por la noche para recibiros a todos. Lo llamaré «Babilonia»- La Puerta de los Dioses 
					 
				 
			 
			
			Así pues, la Tierra no iba a ser, meramente, objeto de una visita o 
			una breve estancia exploratoria; iba a ser «un hogar lejos del 
			hogar» permanente. 
			 
			Por viajar a bordo de un planeta que, en sí mismo, ya era una 
			especie de nave espacial, cruzando los senderos de la mayoría de los 
			demás planetas, no hay duda de que los nefilim explorarían los 
			cielos, en primer lugar, desde la superficie de su propio planeta. A 
			esto, le seguirían exploraciones no tripuladas y, más pronto o más 
			tarde, lograrían la capacidad necesaria para enviar misiones 
			tripuladas a otros planetas. 
			
			 
			Dado que los nefilim buscaban un «hogar» adicional, debieron pensar 
			que la Tierra era un lugar favorable. Sus tonos azules serían un 
			indicio de que tenía agua y aire, sustentadores de vida; sus 
			marrones revelaban tierra firme; sus verdes, vegetación y una base 
			para la vida animal. Sin embargo, cuando los nefilim llegaron por 
			fin a la Tierra, debió de parecerles un tanto diferente de lo que 
			les hubiera parecido a unos astronautas en la actualidad, pues, 
			cuando los nefilim llegaron aquí, la Tierra estaba en mitad de una 
			época glacial, un período que se convertiría en una de las fases más 
			congelantes y descongelantes del clima en la Tierra. 
			
				
					
						
						Primer período glacial -comenzó hace unos 600.000 años. Primer calentamiento (período interglacial) -hace 550.000 años. Segundo período glacial -hace 480.000 a 430.000 años. 
					 
				 
			 
			
			Cuando los nefilim llegaron a la Tierra, hace unos 450.000 años, 
			alrededor de la tercera parte del suelo firme estaba cubierto de 
			capas de hielo y glaciares. Con tantas aguas de la Tierra heladas, 
			las lluvias eran escasas, pero no en todas partes. Debido a las 
			peculiaridades de los patrones de viento y al terreno, entre otras 
			cosas, algunas zonas de la tierra que en la actualidad están bien 
			provistas de agua eran estériles entonces, y algunas zonas que en la 
			actualidad sólo tienen lluvias estacionales, tenían lluvias durante 
			todo el año por aquel entonces. 
			
			 
			Los niveles del mar también eran más bajos, debido a la gran 
			cantidad de agua capturada como hielo sobre las masas de tierra. Las 
			evidencias indican que, durante las dos eras glaciales principales, 
			los niveles del mar estaban entre 180 y 215 metros más bajos que en 
			la actualidad. De ahí, que hubiera tierra firme donde ahora hay 
			mares y costas. Donde los ríos seguían corriendo, creaban profundas 
			gargantas y cañones, si sus cursos les llevaban por terrenos 
			rocosos; si sus lechos discurrían por terrenos blandos y arcillosos, 
			llegaban a los mares glaciares a través de inmensas tierras 
			pantanosas. 
			Llegando a la Tierra en mitad de una situación climática y 
			geográfica de este tipo, ¿dónde iban a establecer su primera morada 
			los nefilim? 
			
			 
			Sin duda, buscarían un lugar que tuviera un clima relativamente 
			templado, donde unos simples refugios fueran suficientes, y donde se 
			pudieran mover con ropas ligeras, y no con pesados trajes aislantes. 
			También debieron buscar agua para beber, lavarse y otros propósitos 
			industriales, así como para el sostenimiento de la vida vegetal y 
			animal necesarias para la alimentación. Los ríos servirían tanto 
			para facilitar la irrigación de grandes extensiones de tierra, como 
			para proporcionar un medio de transporte adecuado. 
			
			 
			Sólo una estrechísima zona templada de la Tierra reunía todos estos 
			requisitos, así como ofrecía los grandes terrenos llanos necesarios 
			para los aterrizajes. Así pues, los nefilim centraron su atención, 
			como ahora sabemos, en los tres principales sistemas fluviales y en 
			sus llanuras: el Nilo, el Indo y el Tigris-Eufrates. Cada una de 
			estas cuencas fluviales reunía las condiciones necesarias para la 
			primera colonización; con el tiempo, cada una de ellas se 
			convertiría en el centro de una antigua civilización. 
			
			 
			Los nefilim difícilmente habrían ignorado otra necesidad: una fuente 
			de combustible y energía. En la Tierra, el petróleo ha sido una 
			fuente versátil y abundante de energía, calor y luz, así como una 
			materia prima vital en la elaboración de infinidad de bienes 
			esenciales. Los nefilim, a juzgar por las prácticas y los registros 
			sumerios, hicieron un amplio uso del petróleo y de sus derivados, y 
			sería razonable pensar que, en su búsqueda del habitat más adecuado 
			en la Tierra, los nefilim prefirieran un lugar rico en petróleo. 
			
			 
			Con esto en menté, probablemente dejarían el valle del Indo como 
			última elección. Al valle del Nilo le darían el segundo lugar; 
			geológicamente, se encuentra en una importante zona rocosa 
			sedimentaria, pero el petróleo de la zona se encuentra a cierta 
			distancia del valle y requiere de una profunda perforación. La 
			Tierra de los Dos Ríos, Mesopotamia, era, sin duda, el lugar al que 
			se le dio la primera posición. Uno de los campos petrolíferos más 
			ricos del mundo se extiende desde el Golfo Pérsico hasta las 
			montañas donde nacen el Tigris y el Eufrates. Y mientras que, en la 
			mayoría de los lugares, uno tiene que perforar profundamente para 
			sacar el crudo, en la antigua Sumer (ahora el sur de Iraq), los 
			betunes, los alquitranes, las Peces y los asfaltos borboteaban o 
			manaban en la superficie de forma natural. 
			
			 
			(No por casualidad, los sumerios tenían nombres para todas las 
			sustancias bituminosas -petróleo, crudos, asfaltos naturales, rocas 
			asfálticas, alquitranes, asfaltos pirogénicos, masillas, ceras y 
			peces. Tenían nueve nombres diferentes para los distintos betunes. 
			En comparación, en la lengua de los antiguos egipcios sólo había dos 
			de éstos, y en sánscrito, tres.) 
			El Libro del Génesis describe la morada de Dios en la Tierra -el 
			Edén- como un lugar de clima templado, cálido aunque aireado, pues 
			Dios salía a pasear por las tardes para refrescarse con ia brisa. 
			Era un lugar con buena tierra, que se prestaba para la agricultura y 
			la horticultura. Obtenía su agua de una red de cuatro ríos. «Y el 
			nombre del tercer río [era] Hidekel [Tigris]; éste es el que fluye 
			hacia el este de Asiria; y el cuarto era el Eufrates». 
			
			 
			En tanto que las opiniones referentes a la identidad de los dos 
			primeros ríos, el Pishon («abundante») y el Gihon («el que mana») no 
			son concluyentes, no existe duda con respecto a los otros dos, el 
			Tigris y el Eufrates. Algunos estudiosos sitúan el Edén en el norte 
			de Mesopotamia, donde tienen su origen los dos ríos y dos afluentes 
			menores; otros (como E. A. Speiser, en The Rivers of Paradisé) creen 
			que los cuatro ríos convergían en la cabecera del Golfo Pérsico, de 
			manera que el Edén no estaba en el norte, sino en el sur de 
			Mesopotamia. 
			
			 
			El nombre bíblico Edén es de origen mesopotámico, y proviene del 
			acadio edinu, que significa «llano». Recordemos que el título 
			«divino» de los dioses antiguos era DIN.GIR («los justos de los 
			cohetes»). Un nombre sumerio para la morada de los dioses, E.DIN, 
			habría significado «hogar de los justos», algo que se habría 
			adaptado perfectamente a la descripción. 
			  
			
			La elección de Mesopotamia vendría probablemente motivada por, al 
			menos, otra consideración importante. Aunque, con el tiempo, los 
			nefilim construyeron un espaciopuerto en tierra firme, hay algunas 
			evidencias que sugieren que, al menos al principio, amerizaban en el 
			interior de una cápsula herméticamente cerrada. Si éste fue el caso,
			Mesopotamia ofrecía la proximidad no a uno, sino a dos mares –el 
			Océano índico al sur y el Mediterráneo al oeste- de modo que, en 
			caso de emergencia, el amerizaje no habría dependido de una sola 
			opción. Como veremos, también era esencial una buena bahía o un 
			golfo desde donde poder emprender grandes viajes. 
			
			 
			En textos y dibujos antiguos, a las naves de los nefilim se les 
			llamaba inicialmente «barcos celestes». Uno puede imaginar que el 
			aterrizaje de estos astronautas «marítimos» podría haberse descrito 
			en los antiguos relatos épicos como la aparición de una especie de 
			submarino de los cielos en el mar, del cual emergieran unos 
			«hombres-pez» y desembarcaran. 
			
			 
			De hecho, los textos mencionan que algunos de los AB.GAL que 
			gobernaban las naves espaciales iban vestidos como un pez. En un 
			texto que habla de los viajes divinos de Ishtar, se nos muestra a 
			ésta buscando al «Gran gallu» (navegante jefe), que se había ido en 
			«un barco hundido». Beroso nos transmitió leyendas relativas a 
			Oannes, el «Ser Dotado de Razón», un dios que apareció desde «el mar 
			eri-treo que bordeaba Babilonia», en el primer año del descenso del 
			Reino del Cielo. 
			 
			
			  
			
			Beroso informó que, aunque Oannes parecía un pez, 
			tenía una cabeza humana debajo de la cabeza de pez, y tenía pies 
			humanos debajo de la cola de pez. «Su voz y su lengua también eran 
			articulados y humanos».
			(Fig. 126) 
			
			  
			
			Los tres historiadores griegos, a través de los cuales sabemos lo 
			que Beroso escribió, decían que estos hombres-pez divinos aparecían 
			periódicamente, llegaban a la costa desde el «mar eritreo» -la masa 
			de agua que conocemos ahora como Mar Arábigo (la parte occidental 
			del Océano índico). 
			
			 
			¿Por qué amerizaban los nefilim en el Océano índico, a cientos de 
			kilómetros del lugar elegido en Mesopotamia, en vez de en el Golfo 
			Pérsico, que está mucho más cerca? Las crónicas antiguas confirman 
			indirectamente nuestra conclusión de que los primeros aterrizajes 
			tuvieron lugar durante, el segundo período .glacial, cuando el 
			Golfo. Pérsico de hoy no era un mar, sino una gran extensión de 
			tierras pantanosas y lagos poco profundos, en los cuales era 
			imposible el amerizaje. 
			
			 
			Después de descender en el Mar Arábigo, los primeros seres 
			inteligentes en la Tierra se trasladaron a Mesopotamia. Las tierras 
			pantanosas se extendían más allá de lo que en la actualidad es la 
			costa. Y allí, al filo de los pantanos, establecieron su primer 
			asentamiento en nuestro planeta. 
			
			 
			Le llamaron E.RI.DU («casa construida en la lejanía»).¡Qué nombre 
			más apropiado! 
			
			 
			Hasta el día de hoy, la palabra persa ordu significa «campamento». 
			Es una palabra cuyo significado ha echado raíces en todos los 
			idiomas: a la poblada Tierra se le llama Erde en alemán, Erda en 
			antiguo alto alemán, Jórdh en islandés, Jord en danés, Airtha en 
			gótico, Erthe en inglés medio; y volviendo, geográficamente y en el 
			tiempo, «Tierra» -Earth en inglés- era Aratha o Ereds en arameo, Erd 
			o Ertz en kurdo, y Eretz en hebreo. 
			
			 
			En Eridú, en el sur de Mesopotamia, los nefilim establecieron la 
			Estación Tierra 1, un solitario puesto avanzado en un planeta medio 
			congelado. 
			(Fig. 127) 
			
			  
			
			Los textos sumerios, confirmados por las posteriores traducciones 
			acadias, hacen una relación de asentamientos originales o «ciudades» 
			de los nefilim en el orden en el que se fundaron. Incluso, se nos 
			dice a qué dios se puso al cargo de cada uno de estos asentamientos. 
			Un texto sumerio, que se cree que fue el original del acadio «Las 
			Tablillas del Diluvio», dice lo siguiente al respecto de cinco de 
			las primeras siete ciudades: 
			
				
					
						
						Después de que el reino fuera bajado desde el cielo, después de que la sublime corona, el trono del reino fuera bajado desde el cielo, él... perfeccionó los procedimientos, las divinas ordenanzas... Fundó cinco ciudades en lugares puros, les dio sus nombres, las dispuso como centros. 
						 La primera de estas ciudades, ERIDÚ, se la dio a Nudimmud, el líder. La segunda, BAD-TIBIRA, se la dio a Nugig. La tercera, LARAK, se la dio a Pabilsag. La cuarta, SIPPAR, se la dio al héroe Utu. La quinta, SHURUPPAK, se la dio a Sud. 
					 
				 
			 
			
			El nombre del dios que bajó el Reino desde el Cielo, planificó el 
			asentamiento de Eridú y de cuatro ciudades más, y nombró a sus 
			gobernadores o comandantes, desgraciadamente, se ha perdido. No 
			obstante, todos los textos concuerdan en que el dios que caminó por 
			el agua hasta la orilla de los pantanos y dijo «Aquí nos 
			instalaremos» fue Enki, apodado «Nudimmud» («aquel que hace cosas») 
			en el texto. 
			
			 
			Los dos nombres de este dios -EN.KI («señor del suelo firme») y E.A 
			(«cuya casa es el agua»)- eran de lo más apropiados. Eridú, que 
			quedó como centro de culto y sede del poder de Enki a lo largo de 
			toda la historia de Mesopotamia, se construyó sobre un terreno 
			elevado artificialmente por encima de las aguas pantanosas. Las 
			evidencias se encuentran en un texto llamado (por S. N. Kramer) «El 
			Mito de Enki y Eridú»: 
			
				
					
						
						El señor de la profundidad acuosa, el rey Enki... construyó su casa... En Eridú construyó la Casa de la Ribera del Agua... El rey Enki... ha construido una casa: Eridú, como una montaña, ha elevado desde la tierra; en un buen lugar la ha construido. 
					 
				 
			 
			
			Éste y otros textos, en su mayor parte fragmentarios, sugieren que 
			una de las primeras preocupaciones de los «colonos» en la Tierra 
			tuvo que ver con lagos poco profundos y ciénagas. «Él trajo...; 
			estableció la limpieza de los ríos pequeños». El dragado de los 
			lechos de riachuelos y afluentes para mejorar el flujo de las aguas 
			se hizo con el propósito de drenar las ciénagas, conseguir agua 
			limpia y potable, y poner en marcha un sistema de irrigación 
			controlada. Las narraciones sumerias ofrecen indicios también del 
			rellenado con tierra o de la construcción de diques para proteger 
			las primeras casas de las omnipresentes aguas. 
			
			 
			Hay un texto, llamado por los expertos el «mito» de «Enki y la 
			Ordenación de la Tierra», que es uno de los poemas narrativos 
			sumerios más largos y mejor preservados que se hayan descubierto. El 
			texto se compone de 470 líneas, de las cuales 375 son perfectamente 
			legibles. Desgraciadamente, el inicio (unas 50 líneas) está roto. 
			Los versos que siguen se dedican a la exaltación de Enki y al 
			establecimiento de sus relaciones con Anu (su padre), la divinidad 
			jefe, con Ninti (su hermana) y con Enlil (su hermano). 
			
			 
			Después de estas introducciones, el mismo Enki «coge el micrófono». 
			Por fantástico que pueda parecer, lo cierto es que el texto viene a 
			ser un informe en primera persona en el que Enki relata su llegada a 
			la Tierra. 
			
				
					
						
						«Cuando llegué a la Tierra, estaba todo inundado. Cuando llegué a sus verdes praderas, montones y montículos se levantaron bajo mis órdenes. Construí mi casa en un lugar puro... Mi casa- su sombra se extiende sobre el Pantano de la Serpiente... las carpas agitan sus colas en él entre los pequeños juncos gizi-» 
					 
				 
			 
			
			El poema pasa entonces a describir y registrar, en tercera persona , 
			los logros de Enki. He aquí algunos versos seleccionados: 
			
				
					
						
						El marcó el pantano, puso en él carpa y... -pescado; Marcó el matorral de cañas, puso en él... -juncos y juncos verdes. A Enbilulu, el Inspector de Canales, lo puso al cargo de los pantanos. Fue él el que puso la red para que no escaparan los peces, de cuya trampa no... escapa, de cuyo cepo ningún pájaro escapa, . ... el hijo de ... un dios al que le gustan los peces Enki puso al cargo de los peces y los pájaros. 
						 A Enkimdu, el de la zanja y el dique,  Enki lo puso al cargo de la zanja y el dique. Él cuyo ... molde dirige, a Kulla, el hacedor de ladrillos del País, Enki lo puso al cargo del molde y el ladrillo. 
					 
				 
			 
			
			El poema enumera otros logros de Enki, entre los que se incluye la 
			purificación de las aguas del Tigris y la unión (por medio de un 
			canal) del Tigris y el Eufrates. Su casa, a la orilla del agua, 
			tenía un embarcadero en el que podían amarrar embarcaciones y balsas 
			de juncos, y desde el cual podía salir a navegar. No en vano, la 
			casa se llamó E.ABZU («casa de lo Profundo»). El recinto sagrado de 
			Enki en Eridú se conoció por este nombre durante milenios. 
			
			 
			No hay duda de que Enki y su grupo exploraron las tierras de 
			alrededor de Eridú, pero parece que preferían viajar por el agua. La 
			tierra pantanosa, dijo en uno de los textos, «es mi lugar preferido; 
			extiende sus brazos hacia mí». En otros textos, se mostraba a Enki 
			navegando por los pantanos en su embarcación, llamada MA.GUR 
			(literalmente, «barco en el que se da una vuelta»), es decir, un 
			barco de paseo. Él mismo nos cuenta que su tripulación «remaba al 
			unísono». En momentos así, se confiesa, «los conjuros y las 
			canciones sagradas henchían mi Profundidad Acuosa». Hasta se ha 
			registrado un detalle menor, como el del nombre del capitán del 
			barco de Enki.
			(Fig. 128) 
			
			  
			
			La lista de reyes sumerios indica que Enki y su primer grupo de 
			nefilim estuvieron solos en la Tierra durante bastante tiempo. Ocho 
			shar's (28.800 años) pasaron antes de que se nombrara al segundo 
			comandante o «jefe de asentamiento». 
			  
			
			Si examinamos las evidencias astronómicas, nos encontraremos con 
			algunos aspectos interesantes sobre este asunto. Los expertos se han 
			mostrado un tanto desconcertados ante la aparente «confusión» 
			sumeria sobre cuál de los doce signos del zodiaco estaba asociado a 
			Enki. El signo de la cabra-pez, que representa a la constelación de 
			Capricornio, estaba relacionado, según parece, con Enki (y, de 
			hecho, puede explicar el epíteto del fundador de Eridú, A.LU.LIM, 
			que podría significar «cordero de las aguas relucientes»). Sin 
			embargo, a Ea/Enki se le solía representar sosteniendo ánforas de 
			aguas fluentes -el original Portador del Agua, o Acuario; y, 
			ciertamente, también era el Dios de los Peces, estando relacionado 
			así con Piscis. 
			
			 
			A los astrónomos les resulta difícil explicar cómo los antiguos 
			observadores del cielo pudieron ver en un grupo de estrellas el 
			contorno de, digamos, unos peces o de un acarreador de agua. La 
			respuesta que nos viene a la mente es que los signos del zodiaco no 
			recibieron sus nombres por la forma que pudiera adoptar un grupo de 
			estrellas, sino por el epíteto o actividad principal de un dios que 
			estaría relacionado con el momento en el que el equinoccio vernal 
			estaba en una zona zodiacal concreta. 
			
			 
			Si Enki llegó a la Tierra -como creemos- a finales de una Era de 
			Piscis, presenció un cambio precesional a Acuario y permaneció 
			durante un Gran Año (25.920 años) hasta el comienzo de una Era de 
			Capricornio, entonces Enki fue, ciertamente, el único mando en la 
			Tierra durante esos supuestos 28.800 años. 
			
			 
			El lapso de tiempo del que se habla nos confirma también en la idea 
			de que los nefilim llegaron a la Tierra en mitad de una era glacial. 
			El duro trabajo de levantamiento de diques y de excavación de 
			canales comenzó cuando las condiciones climáticas aún eran severas. 
			Pero a los pocos shar's de su aterrizaje, el período glacial comenzó 
			a ceder terreno ante un clima más cálido y lluvioso (hace alrededor 
			de 430.000 años). Fue entonces cuando los nefilim decidieron 
			trasladarse tierra adentro y expandir sus asentamientos. Y, así, los 
			anunnaki (los nefilim de base) nombraron al segundo comandante de 
			Eridú, A.LAL.GAR («el que trajo descanso en tiempo de lluvia»). 
			
			 
			Pero, mientras Enki estaba afrontando las adversidades de un pionero 
			en la Tierra, Anu y su otro hijo, Enlil, estaban observando los 
			movimientos desde el Duodécimo Planeta. Los textos mesopotámicos 
			dejan claro que el que estaba realmente al cargo de la misión Tierra 
			era Enlil; y tan pronto como se tomó la decisión de seguir adelante 
			en la misión, Enlil descendió a la Tierra. Para él se construyó EN.KI.DU.NU («Enki cava profundo») una base o asentamiento especial 
			llamado Larsa. Cuando Enki se hizo cargo, personalmente, de la 
			plaza, se le apodó ALIM («carnero»), coincidiendo con la «era» de la 
			constelación zodiacal de Aries. 
			
			 
			La fundación de Larsa dio inicio a una nueva fase en la colonización 
			de la Tierra por parte de los nefilim. Aquello marcó la decisión de 
			proceder con los trabajos para los cuales habían venido a la Tierra, 
			algo que precisaba del envío a nuestro planeta de más «mano de 
			obra», herramientas y equipo, y el retorno de valiosos cargamentos 
			al Duodécimo Planeta. 
			
			 
			Los amerizajes ya no resultaban adecuados para bajar cargas tan 
			pesadas. Los cambios climáticos hicieron el interior más accesible; 
			era el momento de llevar el lugar de aterrizaje al centro de 
			Mesopotamia. En esta coyuntura, Enlil llegó a la Tierra y, desde 
			Larsa, procedió a levantar un «Centro de Control de la Misión» -un 
			sofisticado puesto de mando desde el cual los nefilim en la Tierra 
			podrían coordinar los viajes espaciales a y desde su planeta 
			materno, dirigir el aterrizaje de lanzaderas y perfeccionar sus 
			despegues y atraques en la nave espacial que orbitaba la Tierra. 
			
			 
			El lugar que eligió Enlil para este propósito, conocido durante 
			milenios como Nippur, fue llamado por él NIBRU.KI («el cruce de la 
			Tierra»). (Recordemos que al punto celeste de mayor proximidad del 
			Duodécimo Planeta a la Tierra se le llamó «Lugar Celeste del 
			Cruce»). Allí estableció Enlil el DUR.AN.KI, el «enlace 
			Cielo-Tierra». 
			
			 
			La tarea, como es lógico, era compleja y llevaba tiempo. Enlil se 
			estableció en Larsa durante 6 shar's (21.600 años) mientras Nippur 
			estaba en construcción. La empresa nippuriana también resultó larga, 
			como evidencian los apodos zodiacales de Enlil. Simbolizado por el 
			Carnero (Aries) mientras estuvo en Larsa, se le asoció 
			posteriormente con el Toro (Tauro). Nippur se fundó en la «era» de 
			Tauro.
			 
			
			  
			Un poema devocional compuesto como un «Himno a Enlil, el Bondadoso», 
			y que glorifica a Enlil, a su consorte Ninlil, a su ciudad Nippur y 
			a su «noble casa», el E.KUR, nos cuenta muchas cosas de Nippur. En 
			primer lugar, Enlil tenía allí a su disposición algunos instrumentos 
			altamente sofisticados: «un 'ojo' elevado que explora la tierra», y 
			«un rayo elevado que busca el corazón de toda la tierra»-Nippur, nos 
			dice el poema, estaba protegida con terribles armas: «Su
			sola visión inspira temor, pavor»; desde «su exterior, no se puede 
			acercar ningún dios poderoso». Su «brazo» era una «vasta red», y en 
			medio de ella se agazapaba un «pájaro de paso veloz», un «pájaro» de 
			cuya «mano» no podía escapar el malvado. ¿Acaso estaba protegido el 
			lugar con un rayo de la muerte o con un campo de energía eléctrico? 
			¿Había en el centro una plataforma para helicópteros, un «pájaro» 
			tan rápido que uno no podía escapar a su alcance? 
			  
			
			En el centro de Nippur, en la cúspide de una plataforma elevada 
			artificial, estaba el cuartel general de Enlil, el KI.UR («lugar de 
			la raíz de la Tierra») -el lugar donde el «enlace entre el Cielo y 
			la Tierra» se elevaba. Éste era el centro de comunicaciones del 
			Control de la Misión, el lugar desde el cual los anunnaki de la 
			Tierra se comunicaban con sus camaradas, los IGI.GI («los que dan la 
			vuelta y ven») de la nave en órbita. 
			
			 
			En este centro, dice el antiguo texto, había un «alto pilar que 
			llegaba hasta el cielo». Este altísimo «pilar», firmemente asentado 
			en el suelo «como una plataforma que no se puede derribar», era 
			utilizado por Enlil para «pronunciar su palabra» hacia el cielo. Es 
			ésta una descripción muy sencilla de una torre de 
			telecomunicaciones. Cuando la «palabra de Enlil» -sus órdenes- 
			«llegaba al cielo, se derramaba abundancia en la Tierra». ¡Qué forma 
			más sencilla de describir el flujo de materiales, alimentos 
			especiales, medicinas y herramientas que bajaría la lanzadera, una 
			vez se diera la «palabra» desde Nippur! 
			
			 
			En este Centro de Control sobre una plataforma elevada, la «noble 
			(elevada) casa» de Enlil, había una misteriosa cámara llamada 
			DIR.GA: 
			
				
					
						
						Tan misteriosa como las Aguas distantes, como el Cénit Celeste. Entre sus... emblemas, los emblemas de las estrellas. El ME lo lleva hasta la perfección. Sus palabras son para el pronunciamiento... Sus palabras son graciosos oráculos. 
					 
				 
			 
			
			¿Qué era la DIR.GA? Una fractura en la antigua tablilla nos ha 
			privado de más datos, pero su nombre habla por sí mismo, pues 
			significa «la oscura cámara con forma de corona», un lugar donde se 
			conservaban los mapas de las estrellas, donde se hacían 
			predicciones, donde el me (las comunicaciones de los astronautas) se 
			recibían y se transmitían. La descripción nos recuerda al Control de 
			la Misión en Houston, Texas, monitorizando a los astronautas en sus 
			misiones lunares, amplificando sus comunicaciones, siguiendo sus 
			cursos en el cielo estrellado, dándoles «graciosos oráculos» de 
			guía. 
			
			 
			Podríamos recordar aquí el relato del dios Zu, que llegó al 
			santuario de Enlil y se llevó la Tablilla de los Destinos, tras lo 
			cual «se suspendió la emisión de órdenes ... la sagrada cámara 
			interior perdió su brillo ... se extendió la quietud ... el silencio 
			se impuso». 
			
			 
			En «La Epopeya de la Creación», los «destinos» de los dioses 
			planetarios eran sus órbitas. Sería razonable suponer que la 
			Tablilla de los Destinos, que resultaba tan vital para las funciones 
			del «Centro de Control de la Misión» de Enlil, controlara también 
			las órbitas y los planes de vuelo de las naves espaciales que 
			mantenían el «enlace» entre el Cielo y la Tierra. Quizás fuera la 
			vital «caja negra» que contenía los programas de ordenador que 
			guiaban a las naves espaciales, y que, sin la cual, el contacto 
			entre los nefilim en la Tierra y su conexión con el Planeta Madre se 
			interrumpía. 
			
			 
			La mayoría de los expertos toma el nombre de EN.LIL como «señor del 
			viento», lo cual encaja con la teoría de que los antiguos 
			«personificaban» los elementos de la naturaleza y asignaban a un 
			dios la responsabilidad de los vientos y las tormentas. Sin embargo, 
			algunos expertos han sugerido ya que, en este caso, el término LIL 
			no significa viento tormentoso de la naturaleza, sino el «viento» 
			que sale de la boca -un pronunciamiento, una orden, una comunicación 
			hablada. Una vez más, los arcaicos pictogramas sumerios del término 
			EN -concretamente, tal como se aplicaba en Enlil- y del término LIL 
			arrojan luz sobre el tema, pues lo que vemos es una estructura con 
			una alta torre de antenas que se eleva de ella, así como un 
			artilugio que se parece mucho a las redes de un radar gigante de los 
			que se construyen hoy para capturar y emitir señales -la «vasta red» 
			descrita en los textos.
			(Fig. 129) 
			
			  
			
			En Bad-Tibira, fundada como centro industrial, Enlil puso al mando a 
			su hijo Nannar/Sin; los textos hablan de él en la lista de las 
			ciudades como de NU.GÍG («el del cielo nocturno»). Ahí, según 
			creemos, nacieron los gemelos Inanna/Ishtar y Utu/Shamash -un 
			acontecimiento señalado por asociar a su padre Nannar con la 
			siguiente constelación zodiacal, Géminis (los Gemelos). Como dios 
			entrenado en cohetería, a Shamash se le asignó la constelación GIR 
			(que significa tanto «cohete» como la «pinza del cangrejo», o 
			Cáncer), seguido por Ishtar y el León (Leo), sobre cuyo lomo se la 
			solía representar. 
			
			 
			De la hermana de Enlil y Enki, de «la enfermera» Ninhursag (SUD), 
			tampoco se olvidaron. Enlil puso a su cargo Shuruppak, el centró 
			médico de los nefilim -un acontecimiento marcado por la asignación 
			de su constelación «La Doncella» (Virgo). 
			Mientras se fundaban estos centros, la finalización de Nippur vino 
			seguida por la construcción del espaciopuerto de los nefilim en la 
			Tierra. Los textos dejan claro que Nippur era el lugar donde las 
			«palabras» -las órdenes- se pronunciaban; allí, cuando «Enlil 
			ordenaba: '¡Hacia el cielo!'... al cual los brillos se elevaban como 
			un cohete celeste». Pero la acción tenía lugar «donde Shamash se 
			eleva», y ese lugar -el «Cabo Kennedy» de los nefilim- era Sippar, 
			la ciudad de la que se encargaba el Jefe de las Águilas, donde los 
			cohetes de varias fases se elevaban dentro de su enclave especial, 
			dentro del «recinto sagrado». 
			
			 
			Cuando Shamash maduró para tomar el mando de los Cohetes ígneos y, 
			con el tiempo, convertirse también en el Dios de la Justicia, se le 
			asignaron las constelaciones de Escorpio y de Libra (Balanza). 
			
			 
			Completando la lista de las siete primeras Ciudades de los Dioses y 
			su correspondencia con las doce constelaciones del zodiaco estaba 
			Larak, donde Enlil puso al mando a su hijo Ninurta. Las listas de 
			las ciudades le llaman PA.BIL.SAG («gran protector»), que es el 
			mismo nombre que recibía la constelación de Sagitario. 
			 
			Sería poco realista pensar que las siete primeras Ciudades de los 
			Dioses se fundaron sin ton ni son. Estos «dioses», que eran capaces 
			de viajar por el espacio, situaron los primeros asentamientos de 
			acuerdo con un plan definido, sirviendo a una necesidad vital: poder 
			aterrizar en la Tierra y poder abandonarla para volver a su planeta. 
			
			 
			¿Cuál era el plan maestro? 
			
			 
			Mientras buscamos una respuesta, nos haremos una pregunta: ¿Cuál es 
			el origen del símbolo astronómico y astrológico de la Tierra, un 
			círculo dividido en dos por una cruz en ángulo recto -el símbolo que 
			utilizamos para identificar un «objetivo»? 
			Este símbolo se remonta a los orígenes de la astronomía y la 
			astrología en Sumer, y es idéntico al jeroglífico egipcio que 
			significa «lugar»: 
			
			  
			
			¿Es esto una coincidencia, o una evidencia significativa? 
			¿Aterrizaban los nefilim en la Tierra sobre imponiendo sobre su 
			imagen o mapa algún tipo de «objetivo»? 
			
			  
			
			Los nefilim eran forasteros en la Tierra. Mientras exploraban su 
			superficie desde el espacio, debieron prestar especial atención a 
			las montañas y a las cordilleras. Éstas debían representar cierto 
			riesgo durante los aterrizajes y los despegues, pero también podían 
			servir como puntos de referencia para la navegación. Si, mientras 
			volaban por encima del Océano índico, los nefilim miraban hacia la 
			Tierra entre los ríos que habían elegido para sus primeros esfuerzos 
			colonizadores, verían un punto de referencia incontestable: el Monte 
			Ararat. 
			
			 
			Un macizo volcánico extinto, el Ararat domina la meseta de Armenia, 
			donde, en la actualidad, se encuentran las fronteras de Turquía, 
			Irán y Armenia. Se eleva en los lados este y norte hasta los 900 
			metros de altitud, y en el noroeste hasta los 1.500 metros. El 
			macizo tiene unos cuarenta kilómetros de diámetro, un inmenso 
			torreón que emerge de la superficie de la Tierra. 
			
			 
			Otros rasgos lo hacen resaltar no sólo en el horizonte, sino también 
			desde la altura, desde los cielos. En primer lugar, está situado 
			casi a mitad de camino entre dos lagos, el Lago Van y el Lago Sevan. 
			En segundo lugar, dos picos se elevan desde el alto macizo: el 
			Pequeño Ararat (3.900 metros de altitud) y el Gran Ararat (5.100 
			metros -más de 5 kilómetros de alto). Ninguna otra montaña rivaliza 
			con las solitarias alturas de estos dos picos, que están 
			permanentemente cubiertos de nieve. Son como dos brillantes balizas 
			entre los dos lagos que, a la luz del día, actúan como reflectores 
			gigantes. 
			
			 
			Tenemos razones para creer que los nefilim eligieron su lugar de 
			aterrizaje coordinando un meridiano norte-sur con un punto de 
			referencia inequívoco y una conveniente situación fluvial. En el 
			norte de Mesopotamia, los fácilmente identificables picos gemelos 
			del Ararat serían un punto de referencia obvio. Un meridiano trazado 
			a través del centro del doble Ararat cortaría por la mitad el 
			Eufrates. Ése era el objetivo -el lugar seleccionado para el 
			espaciopuerto.
			(Fig. 130) 
			¿Se podría aterrizar y despegar fácilmente de allí? 
			
			  
			
			 
			La respuesta es Sí. El lugar elegido se encuentra en una llanura; 
			las cordilleras que rodean Mesopotamia se encuentran a una distancia 
			sustancial. Las más altas (al este, al nordeste y al norte) no 
			interferirían con una lanzadera espacial que entrase desde el 
			sudeste. 
			
			 
			¿Era accesible el lugar? Es decir, ¿se podían sacar de allí 
			astronautas y materiales sin demasiadas complicaciones? 
			Una vez más, la respuesta es Sí. El lugar era de fácil acceso por 
			tierra y, a través del Eufrates, también por agua. 
			Y, lo más importante: ¿Había en las cercanías alguna fuente de 
			energía, de combustible que permitiera disponer de luz y de fuerza? 
			La respuesta es un enfático Sí. La curva del río Eufrates donde se 
			estableció Sippar era una de las fuentes más ricas de la antigüedad 
			en betunes de superficie, productos del petróleo que manaban a 
			través de pozos naturales y que se podían recoger de la superficie 
			sin tener que cavar o perforar. 
			
			 
			Podemos imaginarnos a Enlil, rodeado por sus tenientes en el puesto 
			de mando de la nave espacial, trazando la cruz dentro del círculo en 
			un mapa. Quizás preguntara «¿Qué nombre le daremos al lugar?» 
			
			 
			«¿Por qué no Sippar?», podría haber respondido alguien. 
			
			 
			En los idiomas de Oriente Próximo, este nombre significa «ave». 
			Sippar era el lugar donde las Águilas volvían al nido. 
			¿Cómo tomarían tierra en Sippar las lanzaderas espaciales? 
			
			 
			Podemos visualizar a uno de aquellos navegantes del espacio anotando 
			la mejor ruta. A la izquierda tenían el Eufrates, y la meseta 
			montañosa al oeste de él; a la derecha, el Tigris, y los montes 
			Zagros al este de él. Si la nave tenía que aproximarse a Sippar con 
			un fácil ángulo de 45 grados con respecto al meridiano del Ararat, 
			su rumbo le llevaría sin ningún tipo de complicación entre estas dos 
			peligrosas áreas. Además, llegando a tierra con este ángulo, 
			pasaría, más al sur, por encima de la punta rocosa de Arabia, aunque 
			a gran altitud, y comenzaría a planear en sus maniobras de 
			aproximación sobre las aguas del Golfo Pérsico. Tanto al ir como al 
			venir, la nave se vería libre de todo tipo de obstáculos, tanto en 
			su campo de visión como en sus comunicaciones con el Control de la 
			Misión en Nippur. 
			
			 
			El teniente de Enlil podría hacer entonces un rápido esbozo -un 
			triángulo de aguas y montañas a cada lado, apuntando como una flecha 
			hacia Sippar. Una «X» marcaría Nippur, en el centro.
			(Fig. 131) 
			
			  
			
			Por increíble que parezca, este esbozo no lo hicimos nosotros; este 
			dibujo estaba grabado en un objeto de cerámica desenterrado en Susa, 
			en un estrato datado en los alrededores del 3200 a.C. Nos trae a la 
			mente el planisferio que describía la ruta y el plan de vuelo, que 
			estaba basado en segmentos de 45 grados. 
			
			 
			El establecimiento de asentamientos en la Tierra no es algo que los 
			nefilim hicieran a la buena de Dios. Se estudiaron todas las 
			alternativas, se evaluaron todos los recursos, se tuvieron en cuenta 
			todos los riesgos; por otra parte, los mismos planos de cada 
			asentamiento se trazaron con sumo cuidado para que todo se adaptara 
			al patrón final, cuyo objetivo era perfilar el rumbo para la toma de 
			tierra en Sippar. 
			
			 
			Nadie ha intentado ver con anterioridad un plan maestro en la 
			dispersión de los asentamientos sumerios. Pero, si echamos un 
			vistazo a las siete primeras ciudades que se fundaron, nos 
			encontraremos con que Bad-Tibira, Shuruppak y Nippur están en una 
			línea que corre, precisamente, en un ángulo de 45 grados con 
			respecto al meridiano de Ararat, ¡y que la línea cruzaba el 
			meridiano exactamente en Sippar! Las otras dos ciudades cuyos 
			emplazamientos conocemos,
			Eridú y Larsa, se encuentran también en otra línea recta que cruza a 
			la primera línea y al meridiano del Ararat, también en Sippar. 
			
			 
			Guiándonos por el antiguo esbozo, que hacía de Nippur el centro de 
			un círculo, y dibujando círculos concéntricos desde Nippur a través 
			de las distintas ciudades, nos encontramos con que otra antigua 
			población sumeria, Lagash, estaba situada exactamente en uno de 
			estos círculos -en una línea equidistante de la línea de los 45 
			grados, como la línea Eridú-Larsa-Sippar. La posición de Lagash es 
			un reflejo simétrico de la de Larsa. 
			
			 
			Aunque la posición de LA.RA.AK («viendo el halo brillante») sigue 
			siendo desconocida, el lugar lógico para ella estaría en el Punto 5, 
			dado que, lógicamente, tuvo que haber allí una Ciudad de los Dioses, 
			para completar la serie de ciudades en la ruta de vuelo central a 
			intervalos de seis beru: Bad-Tibira, Shuruppak, Nippur, Larak, 
			Sippar.
			(Fig. 132) 
			
			  
			
			Las dos líneas exteriores que flanquean la línea central que 
			atraviesa Nippur, se desvían 6 grados a cada lado de ésta, actuando 
			como bordes sudoeste y nordeste de la ruta de vuelo central. No por 
			casualidad, el nombre de LA.AR.SA significaba «viendo la luz roja», 
			y LA.AG.ASH significaba «viendo el halo en seis». Las ciudades que 
			se encontraban a lo largo de cada línea estaban, de hecho, a seis 
			beru (aproximadamente, sesenta kilómetros) de distancia entre ellas. 
			  
			
			Creemos que este era el plan maestro de los nefilim. Después de 
			elegir la mejor situación para su espaciopuerto (Sippar), situaron 
			el resto de asentamientos según un patrón que perfilaba la ruta de 
			vuelo para llegar a él. En el centro, pusieron Nippur, donde estaba 
			situado el «enlace Cielo-Tierra». 
			 
			El hombre no podrá volver a ver ni las Ciudades de los Dioses 
			originales ni sus ruinas, pues fueron destruidas por el Diluvio que 
			barrería la Tierra tiempo después. Pero podemos saber mucho de ellas 
			gracias a que el deber sagrado de los reyes mesopotámicos era 
			reconstruir una y otra vez los recintos sagrados, exactamente en el 
			mismo lugar y según los planos originales. Los reconstructores 
			subrayaron su escrupulosa observancia de los planos originales en 
			las dedicatorias inscritas, como se puede ver en una de ellas, 
			(descubierta por Layard): 
			
				
					
						
						El imperecedero plano del terreno, 
						 aquel al cual, para el futuro, la construcción determinó [he seguido]. Es el que lleva los dibujos de los Tiempos de Antaño y las anotaciones del Cielo Superior. 
					 
				 
			 
			
			Si, como sugerimos, Lagash era una de las ciudades que sirvieron 
			como baliza de aterrizaje, gran parte de la información que nos 
			proporciona Gudea desde el tercer milenio a.C. tendrá sentido. Gudea 
			escribió que, cuando Ninurta le dio instrucciones para reconstruir 
			el sagrado recinto, otro dios que le acompañaba le dio los planos 
			arquitectónicos (dibujados en una tablilla de arcilla), y una diosa 
			(que había «viajado entre el Cielo y la Tierra» en su «cámara») le 
			mostró un mapa celeste y le dio instrucciones sobre los 
			alineamientos astronómicos de la estructura. 
			
			 
			Además del «pájaro negro divino», en el recinto sagrado se instaló 
			también «el ojo terrible» del dios («el gran rayo que somete al 
			mundo a su poder») y el «controlador del mundo» (cuyo sonido podía 
			«reverberar en todas partes»). Por último, cuando se terminó la 
			estructura, se elevó sobre ella el «emblema de Utu», mirando «hacia 
			el lugar elevado de Utu» -hacia el espaciopuerto de Sippar. Todos 
			estos objetos brillantes eran importantes para las operaciones del 
			espaciopuerto, pues el mismo Utu «apareció muy contento» para 
			inspeccionar las instalaciones cuando estuvieron terminadas. 
			
			 
			Las representaciones sumerias primitivas suelen mostrar enormes 
			estructuras, construidas en las épocas más primitivas con juncos y 
			madera, que se levantaban en los campos entre el ganado que pastaba. 
			La suposición común de que esas estructuras debían ser establos para 
			el ganado se contradice con los pilares que, invariablemente, se ven 
			sobresaliendo de los tejados de las estructuras. 
			
			 
			El propósito de estos pilares, como se puede ver, era el de dar 
			soporte a uno o más pares de «anillos», cuya función se desconoce. 
			Pero, aunque estas estructuras se levantaran en los campos, habría 
			que preguntarse si en realidad se hicieron para alojar ganado. Los 
			pictogramas sumerios 
			(Fig. 133) representan la palabra DUR, o TUR 
			(que significa «morada», «lugar de reunión») dibujando lo que, sin 
			ninguna duda, representa a las mismas estructuras que se muestran en 
			los sellos cilíndricos, pero dejando claro que el principal rasgo de 
			la estructura no era el «cobertizo», sino las antenas. 
			 
			
			  
			
			 En la entrada 
			de los templos y dentro del recinto sagrado de los dioses también se 
			ponían pilares con «anillos». Así pues, no era ésta una costumbre 
			exclusiva del campo.
			 
			
			  
			¿No serían estos objetos antenas conectadas a un equipo emisor? ¿No 
			serían los anillos emisores de radar, situados en los campos para 
			guiar a la lanzadera que llegaba? ¿Y no serían dispositivos de 
			escáner aquellos pilares con algo parecido a un ojo, los «ojos que 
			todo lo ven» de los dioses de los que muchos textos hablaban? 
			
			 
			Sabemos que el equipo al que todos estos dispositivos estaban 
			conectados era transportable, pues en algunos sellos sumerios se 
			representan «objetos divinos» con forma de caja que son llevados en 
			embarcaciones o montados en animales de carga que, es de suponer, 
			llevarían esos objetos tierra adentro después de la descarga de los 
			barcos.
			(Fig. 134) 
			
			  
			
			Estas «cajas negras», por su aspecto, nos traen a la mente el Arca 
			de la Alianza que construyera Moisés siguiendo las instrucciones de 
			Dios. El cofre estaba hecho de madera, revestida de oro por ambos 
			lados -dos superficies conductoras de la electricidad aisladas por 
			la madera que había entre ellas. El kapporeth, también de oro, se 
			colocaba encima del cofre y se sostenía con dos querubines de oro 
			macizo. No está clara la naturaleza del kapporeth (que, según 
			especulan los expertos, significaría «cubierta»), pero este 
			versículo del Éxodo sugiere su propósito: «Me dirigiré a ti desde 
			arriba del Kapporeth, de entre los dos querubines». 
			
			 
			La idea de que el Arca de la Alianza fuera, principalmente, una caja 
			de comunicaciones alimentada eléctricamente se fortalece pe las 
			instrucciones dadas en lo relativo a su transporte. Había que 
			llevarla con dos largas varas de madera que debían pasar a través de 
			cuatro anillos de oro. Nadie debía tocar el cofre en sí, y en cierta 
			ocasión en que un israelita lo hizo, cayó muerto al instante -como 
			si hubiera sido fulminado por una descarga eléctrica de alto 
			voltaje. 
			
			 
			Es lógico que un equipo tan aparentemente sobrenatural -pues 
			permitía comunicarse con la divinidad aunque la divinidad estuviera 
			en algún otro lugar- se convirtiera en objeto de veneración, en un 
			«símbolo de culto sagrado». Los templos de Lagash, Ur, Mari y 
			de-otros lugares antiguos tenían, entre sus objetos devocionales, 
			unos «ídolos ojo». El ejemplo más sobresaliente se encontraba en el 
			«templo del ojo» de Tell Brak, en el noroeste de Mesopotamia. Este 
			templo del cuarto milenio a.C. recibió este nombre no sólo por los 
			centenares de símbolos del «ojo» que se desenterraron allí, sino, 
			principalmente, porque en el lugar más sagrado del templo sólo había 
			un altar sobre el que se exponía una enorme piedra con un 
			«doble-ojo» simbólico. 
			(Fig. 135) 
			
			  
			
			Muy probablemente, debía ser una simulación del verdadero objeto 
			divino -el «terrible ojo» de Ninurta, o el del Centro del Control de 
			la Misión de Enlil en Nippur, acerca del cual un antiguo escriba 
			dijo: «Su elevado Ojo explora la tierra... Su elevado Rayo busca por 
			la tierra». 
			
			 
			La llanura de Mesopotamia necesitaba, según parece, la elevación de 
			plataformas sobre las cuales colocar el equipo relacionado con el 
			espacio. Ni los textos ni las representaciones artísticas dejan duda 
			de que las estructuras iban desde las más primitivas cabañas de 
			campo hasta las posteriores plataformas de varios niveles a las que 
			había que subir por escaleras o rampas que llevaban desde un amplio 
			nivel inferior hasta un estrecho nivel superior, etc. En la cúspide 
			del zigurat se construía la verdadera residencia del dios, rodeada 
			por un amplio patio amurallado donde se albergaban su «pájaro» y sus 
			«armas». En un zigurat que se representó en un sello cilíndrico no 
			sólo se muestra la habitual construcción escalonada, sino también 
			dos «antenas de anillo» con una altura similar a la de tres niveles. 
			(Fig. 136) 
			
			  
			
			Marduk afirmaba que el zigurat y el recinto del templo de Babilonia 
			(el E.SAG.IL) se habían construido siguiendo sus instrucciones, de 
			acuerdo también con «la escritura del Cielo Superior». En una 
			tablilla (conocida como la Tablilla de Smith), analizada por André 
			Parrot (Ziggurats et Tour de Babel), se decía que el zigurat de 
			siete niveles era un cuadrado perfecto, en el que su primer nivel o 
			base tenía lados de 15 gar cada uno. Cada nivel era más pequeño en 
			área y en altura, excepto el último nivel (la residencia del dios), 
			que era de gran altura. Sin embargo, la altura total era otra vez de 
			15 gar, de modo que no sólo la estructura, al completo, era un 
			cuadrado perfecto, sino también un cubo perfecto. 
			
			 
			El gar empleado en estas medidas era el equivalente a 12 cortos 
			codos -aproximadamente 6 metros. Dos expertos, H. G. Wood y 
			L. C. Stecchini, han demostrado que la base sexagesimal sumeria, el número 
			60, determinaba la totalidad de las principales medidas de los 
			zigurats mesopotámicos. Así, cada lado medía 3 por 60 codos en su 
			base, y el total era de 60 gar. Fig. 137 
			
			  
			
			Pero, ¿qué factor determinaba la altura de cada nivel?  
			
			  
			
			Stecchini 
			descubrió que, si se multiplicaba la altura del primer nivel (5.5 
			gar) por codos dobles, el resultado era de 33, es decir, la latitud 
			aproximada de Babilonia (32.5 grados Norte). Calculando del mismo 
			modo, el segundo nivel elevaba el ángulo de observación a los 51 
			grados, y cada uno de los cuatro niveles siguientes lo elevaba otros 
			6 grados más. El séptimo nivel se levantaba, así, sobre la cima de 
			una plataforma elevada a 75 grados por encima del horizonte de la 
			latitud geográfica de Babilonia. Este último nivel añadía 15 grados 
			más, permitiéndole al observador un ángulo de 90 grados. Stecchini 
			llegó a la conclusión de que cada nivel actuaba como la plataforma 
			de un observatorio astronómico, con una elevación predeterminada en 
			función del arco del cielo. 
			
			 
			Claro está que pudieron haber más consideraciones «ocultas» en estas 
			medidas. Aunque la elevación de 33 grados no era demasiado precisa 
			para Babilonia, sí que lo era para Sippar. ¿Había alguna relación 
			entre los 6 grados de elevación de cada uno de los cuatro niveles y 
			los 6 beru de las distancias entre las Ciudades de los Dioses? 
			¿Había alguna relación entre los siete niveles y la situación de los 
			siete primeros asentamientos, o con la posición de la Tierra como el 
			séptimo planeta? 
			G. Martiny (Astronomisches zur babylonischen Tumi) demostró que 
			estas características de los zigurats los adecuaban para las 
			observaciones celestes, y que el nivel más alto del zigurat de 
			Esagila estaba orientado hacia el planeta Shupa (que nosotros hemos 
			identificado con Plutón) y la constelación de Aries.
			(Fig. 138) 
			
			  
			
			Pero, ¿solamente se construyeron zigurats para observar las 
			estrellas y los planetas, o también estaban pensados para servir a 
			las naves espaciales de los nefilim? Todos los zigurats estaban 
			orientados de modo que sus esquinas apuntaban exactamente al norte, 
			al sur, al este y al oeste. Así pues, sus lados corrían precisamente 
			en ángulos de 45 grados con respecto a las cuatro direcciones 
			cardinales. Esto significa que una lanzadera espacial que llegara 
			para tomar tierra podría seguir ciertos lados de los zigurats a lo 
			largo, exactamente, de la ruta de vuelo -¡y alcanzar Sippar sin 
			dificultad! 
			
			 
			El nombre acadio/babilonio de estas estructuras, zukiratu, 
			significaba «tubo del espíritu divino». Los sumerios les llamaban 
			ESH; este término significaba «supremo» o «lo más alto» -algo que, 
			de hecho, sí que eran estas estructuras. También podía significar 
			una entidad numérica relacionada con el aspecto «mensurable» de los 
			zigurats. Y también significaba «una fuente de calor» («fuego» en 
			acadio y hebreo). 
			
			 
			Ni siquiera los expertos que han tratado el tema sin nuestra 
			interpretación «espacial» pueden evitar la conclusión de que los 
			zigurats tenían algún propósito más que el de hacer un edificio de 
			muchos pisos como morada para un dios. Samuel N. Kramer resumió el 
			consenso académico así: 
			 
			
				
				«El zigurat, la torre escalonada, que se 
			convirtió en el sello distintivo de la arquitectura sagrada de 
			Mesopotamia... pretendía servir de enlace, tanto en un sentido real 
			como simbólico, entre los dioses en el cielo y los mortales en la 
			tierra». 
			 
			
			Sin embargo, nosotros hemos demostrado que la verdadera función de 
			estas estructuras era conectar a los dioses en el Cielo con los 
			dioses -no los mortales- en la Tierra. 
			 
			
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