11 - EL MOTÍN DE LOS ANUNNAKI

Después de que Enlil llegara a la Tierra en persona, el «Mando de la Tierra» fue transferido de Enki a Enlil. Es probable que fuera entonces cuando el epíteto o nombre de Enki se cambió por el de E.A («señor aguas»), en vez del de «señor tierra».
 

Los textos sumerios explican que en época tan temprana como la de la llegada de los dioses a la Tierra, se acordó una separación de poderes: Anu permanecería en los cielos y gobernaría el Duodécimo Planeta, Enlil mandaría en las tierras y Enki se haría cargo del AB.ZU (apsu en acadio). Dejándose llevar por el «acuoso» significado del nombre E.A, los expertos tradujeron AB.ZU como «profundidad acuosa», suponiendo que, al igual que en la mitología griega, Enlil representaba al descomunal Zeus y Ea era el prototipo de Poseidón, Dios de los Océanos.


En otros casos, se hacia referencia a los dominios de Enlil como los del Mundo Superior, y los de Ea como los del Mundo Inferior; una vez más, los expertos supusieron que Enlil controlaba la atmósfera de la Tierra, mientras que Ea era el soberano de las «aguas subterráneas» -el Hades griego en el que se supone que creían los mesopotámicos. El mismo término abismo (que se deriva de apsu) nos trae la idea de las aguas profundas, oscuras y peligrosas en las que uno se puede hundir y desaparecer.


Así, a medida que se iban encontrando textos mesopotámicos que hablaban del Mundo Inferior, los expertos los iban traduciendo con el término Unterwelt («mundo subterráneo») o Totenwelt («mundo de los muertos»).


Ha sido sólo en los últimos tiempos cuando los sumerólogos han mitigado de algún modo la ominosa connotación, traduciendo aquel término por la palabra netherworld.


Los textos mesopotámicos que mayor responsabilidad tuvieron en esta mala interpretación fueron los que constituyeron la serie de liturgias que lamentaban la desaparición de Dumuzi, mejor conocido como el dios Tamuz de los textos bíblicos y cananeos. Fue con él con quien Inanna/Ishtar tuvo su amorío más famoso y, cuando desapareció, al que fue a buscar en el Mundo Inferior.


El enorme Tammuz-Liturgen und Verwandtes de P. Maurus Witzel, una obra maestra sobre los «textos de Tamuz» sumerios y acadios, sólo ayudó a perpetuar el error. Los relatos épicos de la búsqueda de Ishtar se tomaron por un viaje «al reino de los muertos, y su posterior retorno a la tierra de los vivos».


Los textos sumerios y acadios que describen el descenso de Inanna/Ishtar al Mundo Inferior nos dicen que la diosa decidió hacer una visita a su hermana Ereshkigal, señora del lugar. Ishtar no fue allí ni muerta ni contra su voluntad; fue viva y sin que la invitaran, abriéndose paso ante el guardián a base de amenazas:

Si no abres el pórtico para que pueda entrar,
haré pedazos la puerta, destrozaré el cerrojo,
haré pedazos las jambas, arrancaré las puertas.

Una a una, Ishtar abrió las siete puertas que llevaban a la morada de Ereshkigal y, cuando por fin llegó y Ereshkigal la vio, literalmente, montó en cólera (el texto acadio dice, «estalló en su presencia»). El texto sumerio, vago en cuanto al propósito del viaje o en cuanto a las causas de la ira de Ereshkigal, revela que Inanna esperaba este recibimiento, pues se esforzó por notificar su viaje con antelación al resto de divinidades principales, y se aseguró de que harían por rescatarla en caso de que fuera hecha prisionera en el «Gran Abajo».


El esposo de Ereshkigal -y Señor del Mundo Inferior- era Nergal, El modo por el cual llegó al Gran Abajo y se convirtió en su señor no sólo ofrece luz sobre la naturaleza humana de los «dioses», sino que también nos demuestra que este mundo podía ser cualquier cosa menos un «mundo de los muertos».


El relato, del cual se han encontrado varias versiones, comenzaba con un banquete en el cual los invitados de honor eran Anu, Enlü y Ea. El banquete se celebraba «en los cielos», pero no en la morada de Anu en el Duodécimo Planeta. Quizás tenía lugar a bordo de una nave orbital, pues cuando Ereshkigal no pudo ascender a reunirse con ellos, los dioses le enviaron un mensajero que «descendió la larga escalera de los cielos, llegó a la puerta de Ereshkigal». Tras recibir la invitación, Ereshkigal dio instrucciones a su consejero, Namtar:

«Asciende, Namtar, la larga escalera de los cielos;
coge el plato de la mesa, toma mi parte;
todo lo que Anu te dé, tráemelo a mí.»

Cuando Namtar entró en la sala del banquete, todos los dioses, excepto «un dios calvo, sentado en la parte de atrás», se levantaron para darle la bienvenida. Luego, cuando volvió al Mundo Inferior, Namtar informó del incidente a Ereshkigal. Ella y todos los dioses menores de sus dominios se sintieron insultados, y la diosa pidió que se le enviara al dios ofensor para castigarlo.


Sin embargo, el ofensor era Nergal, hijo del gran Ea. Tras ser severamente reprendido por su padre, Nergal recibió instrucciones para que hiciera el viaje solo, armado nada más con un montón de consejos paternos sobre cómo comportarse. Cuando Nergal llegó a la puerta, Namtar lo reconoció y lo condujo al «amplio patio de Ereshkigal», donde fue sometido a varias pruebas. Más pronto o más tarde, Ereshkigal fue a tomar su baño diario.

... ella mostró su cuerpo.
Lo que es normal para hombre y mujer,
él... en su corazón ...
... se abrazaron,
apasionadamente yacieron en la cama.

Durante siete días y siete noches hicieron el amor. En el Mundo Superior, había saltado la alarma por el desaparecido Nergal. «Déjame ir», le dijo a Ereshkigal. «Iré y volveré», le prometió. Pero, tan pronto partió, Namtar fue a Ereshkigal y acusó a Nergal de no tener intención de volver. Una vez más, Namtar fue enviado arriba hasta Anu. El mensaje de Ereshkigal era claro:

Yo, tu hija, era joven;
no he conocido el juego de las doncellas...
Ese dios al que enviaste,
y que ha tenido relaciones sexuales conmigo-
Envíamelo, para que pueda ser mi marido,
para que viva conmigo.

Sin tener en mente todavía la idea de casarse, Nergal organizó una expedición militar y asaltó las puertas de Ereshkigal, con la intención de «cortarle la cabeza». Pero Ereshkigal declaró:

«Sé mi marido y seré tu esposa.
Te concederé el dominio
sobre la amplia Tierra Interior.
Pondré la Tablilla de la Sabiduría en tus manos.
Tú serás Señor, yo seré Señora».

Y, entonces, llegó el final feliz:

Cuando Nergal escuchó sus palabras,
tomó su mano y se la besó,
enjugando sus lágrimas:
«Lo que tú has deseado para mí
desde hace meses -¡sea ahora!»

Los acontecimientos relatados no sugieren, en modo alguno, una Tierra de los Muertos. Todo lo contrario: era un lugar donde los dioses podían entrar e irse, un lugar donde se podía hacer el amor, un lugar lo suficientemente importante como para confiárselo, a una nieta de Enlil y a un hijo de Enki. Reconociendo que los hechos no apoyan la idea primitiva de una región sombría, W. F. Albright (Mesopotamian Elements in Canaanite Eschatology) sugirió que la morada de Dumuzi en el Mundo Inferior era «un hogar brillante y fértil en el paraíso subterráneo llamado 'la boca de los ríos', el cual estaba estrechamente asociado con el hogar de Ea en el Apsu».


Era un lugar lejano y difícil de alcanzar, para poder estar seguro, una especie de «zona restringida», pero no era, ciertamente, un «lugar sin retorno». Al igual que Inanna, otras divinidades importantes también fueron a, y volvieron de, ese Mundo Inferior. Enlil fue desterrado al Abzu por un tiempo, después de violar a Ninlil. Y Ea se trasladaba constantemente entre Eridü en Sumer y el Abzu, llevando al Abzu «la artesanía de Eridú» y haciendo allí «un noble santuario» para sí mismo.


Lejos de ser un lugar oscuro y desolado, fue descrito como un lugar brillante de aguas fluentes.

Una tierra rica, amada por Enki;
rebosante de riquezas, perfecta en plenitud...
Cuyo poderoso río recorre la tierra.

Hemos visto las muchas representaciones que hay de Ea como Dios de las Aguas Fluentes. En los textos sumerios se ve que estas aguas fluentes existieron realmente -no en Sumer y en sus llanuras, sino en el Gran Abajo. W. F. Albright llamó la atención sobre un texto que trata del Mundo Inferior como del País de UT.TU -«en el oeste» de Sumer. En él, se habla de un viaje de Enki al Apsu:

A ti, Apsu, tierra pura,
donde fluyen con rapidez grandes aguas,
a la Morada de las Aguas Fluentes
el Señor acude...
La Morada de las Aguas Fluentes
Enki en las aguas puras se estableció;
en medio del Apsu,
un gran santuario estableció.

A decir de todos, el lugar se encontraba más allá del mar. En un lamento por «el hijo puro», el joven Dumuzi, se dice que fue llevado al Mundo Inferior en un barco. Un «Lamento sobre la Destrucción de Sumer» cuenta que Inanna se las ingenió para subir furtivamente en un barco. «De sus posesiones partió. Descendió al Mundo Inferior».


Un largo texto, poco comprendido por causa de no haberse encontrado una versión intacta, trata de un gran conflicto entre Ira (título de Nergal como Señor del Mundo Inferior) y su hermano Marduk. Durante el transcurso del conflicto, Nergal dejó sus dominios y se enfrentó a Marduk en Babilonia; Marduk, por otra parte, le amenazó: «Al Apsu descenderé, a vigilar a los anunnaki... mis armas furiosas contra ellos levantaré». Para llegar al Apsu, Marduk dejó la Tierra de Mesopotamia y viajó sobre «aguas que se elevaban». Su destino era Arali, en el «basamento» de la Tierra, y los textos ofrecen una pista muy precisa sobre el lugar donde estaba este «basamento»:

En el distante mar,
100 beru de agua [en la distancia]...
El suelo de Arali [está] ...
Está donde las Piedras Azules hacen enfermar,
adonde el artesano de Anu
lleva el Hacha de Plata, que brilla como el día.

El beru, tanto en su aspecto de unidad de medida terrestre como en el de cálculo de tiempo, se utilizaba, probablemente, en esta última faceta cuando se trataba de viajar por el agua. Como tal, consistía en una hora doble, de manera que cien beru significaría doscientas horas de navegación. No tenemos forma de determinar la velocidad de navegación media o supuesta que se empleaba en aquellos antiguos cálculos de distancias, pero no hay duda de que se podía alcanzar una tierra verdaderamente distante después de un viaje por mar de tres, cuatro o cinco mil kilómetros.


Los textos indican que Arali estaba situada al oeste y al sur de Sumer. Un barco que viajara cuatro o cinco mil kilómetros en dirección sudoeste desde el Golfo Pérsico sólo podía tener un destino: las costas del sur de, África.


Sólo una conclusión así puede explicar los términos de Mundo Inferior, dando a entender el hemisferio sur, donde se encontraba la Tierra de Arali; a diferencia del Mundo Superior, o hemisferio norte, donde estaba Sumer Esta división de los hemisferios terrestres entre Enlil (norte) y Ea (sur) se correspondería con la designación de los cielos septentrionales como el Camino de Enlil y los meridionales como el Camino de Ea.


La habilidad de los Nefilim para emprender viajes interplanetarios, orbitar la Tierra y aterrizar en ella debería de obviar la cuestión de si pudieron haber conocido el sur de África, además de Mesopotamia. Muchos sellos cilíndricos, en los que se ven animales propios de la zona (como la cebra o el avestruz), escenas de la jungla o soberanos que llevan pieles de leopardo en la tradición africana, atestiguan una «conexión africana».


¿Qué interés podrían tener los nefilim en esta parte de África, capaz de atraer el genio científico de Ea y de conceder a los importantes dioses encargados de la zona una única «Tablilla de la Sabiduría»?


El término sumerio AB.ZU, que los expertos aceptan como «profundidad acuosa», precisa de un nuevo análisis crítico. Literalmente, el término significa «fuente profunda primitiva» -no necesariamente de aguas. Según las reglas gramaticales sumerias, cualquiera de las dos sílabas de cualquier término podía preceder a la otra sin cambiar el significado de la palabra, con lo que AB.ZU y ZU.AB significarían los mismo. Pero este término sumerio, en esta ultima forma, nos permite identificar su paralelo en las lenguas semitas, pues za-ab siempre significó y sigue significando «metal precioso», concretamente «oro», en hebreo y en sus lenguas hermanas.


El pictograma sumerio para AB.ZU era el de una profunda excavación en la Tierra, con un pozo encima. Así, Ea no era el señor de una indefinida «profundidad acuosa», ¡sino el dios encargado de la explotación de los minerales de la Tierra!
(Fig.  139)

De hecho, el griego abyssos, adoptado del acadio apsu, significa también un agujero sumamente profundo en el suelo. Los libros de texto acadios explicaban que «apsu es nikbu»; el significado de esta palabra, y el de su equivalente hebrea nikba, es muy preciso: un corte o perforación muy profunda en el suelo, hecha por el hombre.


P. Jensen (Die Kosmologie der Babylonier) ya observó en 1890 que el término acadio Bit Nimiku no debería de traducirse como «casa de sabiduría», sino como «casa de profundidad». Jensen citaba un texto (V.R.30,49-50ab) que decía: «Es de Bit Nimiku de donde el oro y la plata vienen». Otro texto (III.R.57, 35ab), explicaba, según Jensen, que el nombre acadio «Diosa Shala de Nimiki» era la traducción del epíteto sumerio «Diosa Que Entrega el Brillante Bronce». El término acadio nimiku, que se ha traducido como «sabiduría», concluyó Jensen, «tiene que ver con los metales». Pero por qué, simplemente admitió, «no lo sé».


Algunos himnos mesopotámicos a Ea lo ensalzan como Bel Nimiki, traducido «señor de la sabiduría»; pero la traducción correcta debería de ser, indudablemente, «señor de la minería». Del mismo modo que la Tablilla de los Destinos de Nippur contenía datos orbitales, la Tablilla de la Sabiduría confiada a Nergal y a Ereshkigal era, de hecho, una «Tablilla de la Minería», un «banco de datos» sobre las operaciones mineras de los nefilim.


Como Señor del Abzu, Ea estaba asistido por otro dios, su hijo GI.BIL («el que quema el suelo»), que estaba a cargo del fuego y de la fundición. Al Herrero de la Tierra se le suele representar como a un dios joven cuyos hombros emiten rayos rojos y calientes o incluso chispas de fuego, un joven dios que emerge del suelo o está a punto de sumergirse en él. Los textos dicen que Ea remojó a Gibil en «sabiduría», queriendo decir en realidad que Ea le enseñó las técnicas de la minería.
(Fig. 140)

Él mineral de metal que los nefilim extraían en el sudeste de África era transportado hasta Mesopotamia en barcos de carga específicamente diseñados que recibían el nombre de MA.GUR UR.NU AB.ZU («barco para mineral del Mundo Inferior»). Desde allí, el mineral se llevaba hasta Bad-Tibira, cuyo nombre significa, literalmente, «la fundación de metalurgia». Fundido y refinado, el metal se vertía en lingotes que no cambiaron de forma durante milenios. Se han encontrado lingotes de estos en varias excavaciones de Oriente Próximo, confirmando la fiabilidad de los pictogramas sumerios como representaciones verdaderas de los objetos que plasmaban «por escrito»; el signo sumerio para el término ZAG («precioso purificado») era la imagen de un lingote. En épocas primitivas, parece ser que tenían un agujero que los recorría longitudinalmente, y por el cual se insertaba una vara. (Fig. 141)

Varias representaciones de un Dios de las Aguas Fluentes le muestran flanqueado por porteadores de estos lingotes de metal precioso, indicando que era también el Señor de la Minería. (Fig. 142)

Los diversos nombres y epítetos de la africana Tierra de las Minas de Ea están repletos de pistas sobre su localización y naturaleza. Fue conocida como A.RA.LI («lugar de las vetas brillantes»), la tierra de la que viene el mineral metalífero. Inanna, mientras estaba planeando su descenso al hemisferio sur, se refirió al lugar como la tierra donde «el metal precioso está cubierto de suelo» -está bajo tierra. Un texto del que informó Erica Reiner, en el que se hace una relación de montañas y ríos del mundo sumerio, dice: «Monte Arali: hogar del oro»; y en un texto fragmentario descrito por H. Radau, se confirma que Arali fue la tierra de la que dependía Bad-Tibira para seguir con sus trabajos.


Los textos mesopotámicos hablan de la Tierra de las Minas como de una tierra montañosa, con mesetas y llanuras cubiertas de hierba, y con una exuberante vegetación. En los textos sumerios, se dice que la capital de Ereshkigal en aquella tierra estaba en el GAB.KUR.RA («en el pecho de las montañas»), tierra adentro. En la versión acadia del viaje de Ishtar, el guardián le da la bienvenida:

Entra mi señora,
que Kutu se alegre por ti;
que el palacio de la tierra de Nugia
se alegre con tu presencia.

El término KU.TU, que en acadio transmite la idea de «aquello que está en el corazón de la tierra», tiene, en su origen sumerio, el significado de «las brillantes tierras altas». Era una tierra, todos los textos lo sugieren, con días brillantes, plenos de sol. Los términos sumerios para indicar el oro (KU.GI -«brillante fuera de la tierra») y la plata (KU. BABBAR -«oro brillante») conservaron la asociación original de los metales preciosos con los brillantes (ku) dominios de Ereshkigal.


Los signos pictográficos empleados en la primera escritura sumeria no sólo muestran una gran familiaridad con los distintos procesos metalúrgicos, sino también con el hecho de que el origen de los metales se encontraba en las minas que se hundían en la tierra. Los términos del cobre y del bronce («piedra bella y brillante»), del oro («el metal supremo de la mina») o de «refinado» (purificado-brillante») eran, todos ellos, variantes pictóricas del pozo de la mina («abertura/boca para el rojo-oscuro» metal).
(Fig. 143)

El nombre de la tierra -Arali- también se podía escribir como una variante del pictograma de «rojo-oscuro» (suelo), de Kush («rojo-oscuro», para, con el tiempo, significar «negro»), o de los metales que se extraían allí; los pictogramas siempre mostraban variantes del pozo de una mina. (Fig. 144)

Las amplias referencias al oro y a otros metales en los textos antiguos sugieren cierta familiaridad con la metalurgia en tiempos primitivos. Ya existía un animado comercio de metales en los mismos inicios de la civilización, consecuencia del conocimiento que la Humanidad heredó de los dioses, que, según dicen los textos, ya estaban involucrados en la minería y en la metalurgia bastante antes de la aparición del Hombre. Muchos estudios en los que se vinculan los relatos divinos mesopotámicos con la lista bíblica de patriarcas antediluvianos señalan que, según la Biblia, Túbal Caín fue un «artífice del oro, el cobre y el hierro» mucho antes del Diluvio.


En el Antiguo Testamento se habla de la tierra de Ofir, que estaba probablemente en algún lugar de África, como de una fuente de oro en la antigüedad. Los convoyes de barcos del rey Salomón partían de Esyón Guéber (la actual Elat) para atravesar el Mar Rojo. «E iban a Ofir y traían desde allí oro». Intentando evitar las demoras en la construcción del Templo del Señor en Jerusalén, Salomón llegó a un acuerdo con su aliado, Jiram, rey de Tiro, para mandar una segunda flota a Ofir por una ruta alternativa:

Y el rey tenía una flota de Tarsis en el mar
con la flota de Jiram.
Y cada tres años venía la flota de Tarsis,
trayendo oro, plata, marfil, simios y monos.

A la flota de Tarsis le llevaba tres años completar el viaje. Contando con el tiempo necesario para cargar en Ofir, el viaje en cada dirección debió de durar algo más de un año. Esto sugiere una ruta mucho más indirecta que la ruta directa a través del Mar Rojo y el Océano índico -una ruta alrededor de África. (Fig. 145)

La mayoría de los estudiosos sitúan Tarsis al oeste del Mediterráneo, posiblemente en o cerca del actual Estrecho de Gibraltar. Éste habría sido un lugar idóneo desde el cual embarcarse en un viaje alrededor del continente africano. Algunos creen que el nombre de Tarsis significaba «fundición».


Muchos eruditos bíblicos han sugerido que habría que buscar Ofir en la actual Rhodesia. Z. Hermán (Peoples, Seas, Ships) reunió evidencias que demostraban que, en épocas primitivas, los egipcios obtenían diversos minerales en Rhodesia. En su búsqueda de oro, los ingenieros de minas de Rhodesia, al igual que los de Sudáfrica, han recurrido en muchas ocasiones a la búsqueda de evidencias de minería prehistórica.


¿Cómo se llegaba a la morada que Ereshkigal tenía tierra adentro? ¿Cómo se transportaba el mineral desde el «corazón de la tierra» hasta los puertos de la costa? Conociendo la querencia de los nefilim por la navegación fluvial, no debería de sorprendernos que encontraran un río grande y navegable en el Mundo Inferior. El relato de «Enlil y Ninlil» nos dice que Enlil fue enviado al exilio en el Mundo Inferior. Y dice también que, cuando llegó allí, fue transportado en barco por un ancho río.


En un texto babilonio que trata de los orígenes y el destino de la Humanidad, se nombra al río del Mundo Inferior como Río Habur, el «Río de los Peces y los Pájaros», y algunos textos sumerios apodan al País de Ereshkigal como «el País Pradera de HA.BUR».


De los cuatro grandes ríos de África, uno, el Nilo, fluye hacia el Norte, hasta el Mediterráneo; el Congo y el Níger desembocan en ef Atlántico, por el oeste; y el Zambeze corre desde el corazón de África haciendo un semicírculo en dirección este hasta desembocar en la costa oriental. Tiene un amplio delta, con buenos puntos portuarios; es navegable tierra adentro a lo largo de varios centenares de kilómetros.


¿Fue el Zambeze el «Río de los Peces y los Pájaros» del Mundo Inferior? ¿Fueron las majestuosas Cataratas Victoria las que se mencionan en un texto en el que se habla de la capital de Ereshkigal?


Conscientes de que muchas minas prometedoras, «recientemente descubiertas» en el sur de África, habían sido puntos mineros en la antigüedad, la Anglo-American Corporation contrató a varios equipos de arqueólogos para examinar los lugares antes de que las modernas máquinas excavadoras barrieran con todos los rastros de antiguas obras. Dando cuenta de sus descubrimientos en la revista Óptima, Adrián Boshier y Peter Beaumont decían haberse encontrado con capas y más capas de actividades mineras antiguas y prehistóricas, así como de restos humanos. La datación por radiocarbono realizada en la Universidad de Yale (Estados Unidos) y en la Universidad de Groningen (Holanda) estableció la edad de los objetos en un rango que iba desde los plausibles 2000 a.C. hasta los asombrosos 7690 a.C.


Intrigados por la inesperada antigüedad de los descubrimientos, el equipo de arqueólogos amplió su área de trabajo. En la base de un despeñadero de las escabrosas vertientes occidentales del Pico del León, una losa de cinco toneladas de hematites bloqueaba el acceso a una caverna. Los restos de carbón dataron las operaciones mineras en el interior de la caverna entre el 20.000 y el 26.000 a.C.


¿Acaso era posible la minería de metales durante la Edad de Piedra Antigua, durante el Paleolítico? Incrédulos, los expertos excavaron un pozo en un punto donde, aparentemente, los antiguos mineros habían comenzado sus operaciones. Se envió una muestra de carbón encontrada allí al laboratorio de Groningen. ¡La datación se remontó al 41.250 a.C, con un margen de error de más o menos 1.600 años!


Los científicos sudafricanos se pusieron a investigar entonces en los lugares mineros prehistóricos del sur de Swazilandia. Fue entonces cuando en el interior de las cavernas mineras descubiertas, encontraron ramitas, hojas, hierbas e incluso plumas -todo ello llevado allí, presumiblemente, por los antiguos mineros para hacerse un lecho. En el nivel del 35.000 a.C, encontraron huesos con muescas, lo cual «indica la habilidad del hombre para contar en un período tan remoto». Otros restos remontaron la edad de los objetos hasta los alrededores del 50.000 a.C.


Creyendo que «la verdadera edad de comienzo de la minería en Swazilandia es más probable que esté en el orden del 70.000-80.000 a.C», los dos científicos sugirieron que «el sur de África... bien pudo estar a la vanguardia de la invención y la innovación tecnológica durante gran parte del período posterior al 100.000 a.C.»


Comentando los descubrimientos, el Dr. Kenneth Oakley, antiguo antropólogo jefe del Museo de Historia Natural de Londres, le dio una trascendencia diferente a los descubrimientos. «Esto arroja una luz importante sobre los orígenes del Hombre... es posible que el sur de África fuera el hogar evolutivo del Hombre», el «lugar de nacimiento» del Homo sapiens.
Como veremos, fue ciertamente allí donde apareció el Hombre moderno en la Tierra, a través de una cadena de acontecimientos que se desencadenó con la búsqueda de metales por parte de los dioses.

Tanto los serios científicos como los escritores de ciencia-ficción han sugerido que una buena razón para el establecimiento de asentamientos en otros planetas o asteroides sería la disponibilidad de minerales poco comunes en esos cuerpos celestes, minerales que podrían ser muy escasos o demasiado costosos de extraer en la Tierra. ¿Pudo ser este el propósito de los nefilim al colonizar la Tierra?


Los estudiosos modernos dividen las actividades del Hombre en la Tierra en Edad de Piedra, Edad del Bronce, Edad del Hierro, etc.; sin embargo, en la antigüedad, el poeta griego Hesíodo, por ejemplo, hizo una lista de cinco edades -Dorada, Plata, Bronce, Heroica y del Hierro. Excepto por la Edad Heroica, todas las tradiciones de la antigüedad aceptaban la secuencia oro-plata-cobre-hierro. El profeta Daniel tuvo una visión en la cual vio «una gran imagen» con la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre de latón, las piernas de hierro y los pies de arcilla.


En el mito y el folklore abundan los recuerdos vagos de una Edad de Oro, asociada a una época en la que los dioses vagaban por la Tierra, seguida por una Edad de Plata y, después, por las edades en las que dioses y hombres compartían la Tierra -la Edad de los Héroes, del Cobre, del Bronce y del Hierro. ¿No serán estas leyendas recuerdos vagos de acontecimientos reales ocurridos en la Tierra?


El oro, la plata y el cobre son elementos que pertenecen al grupo del oro. Están en la misma familia en la tabla periódica, por número y peso atómico; tienen propiedades cristalográficas, químicas y físicas similares -todos son suaves, maleables y dúctiles. De todos los elementos conocidos, éstos son los mejores conductores del calor y la electricidad.


De los tres, el oro es el más duradero, virtualmente indestructible. Aunque se le conoce mejor por su utilización en forma de dinero, en joyería o en objetos finos, es casi inestimable en la industria electrónica. Una sociedad sofisticada necesita oro para sus montajes en microelectrónica, circuitos y «cerebros» computerizados.


El capricho del Hombre por el oro se remonta a los comienzos de la civilización y de la religión -a sus contactos con los antiguos dioses. Los dioses de Sumer exigían que se les sirvieran los alimentos en bandejas de oro, el agua y el vino en vasos de oro, y que se les vistiera con vestidos dorados. Aunque los israelitas dejaron Egipto con tal premura que no tuvieron tiempo para coger su levadura de pan, sí que se les ordenó que pidieran a los egipcios todo tipo de objetos de plata y oro. Este mandato, como veremos más tarde, preveía la necesidad que de estos materiales tendrían a la hora de construir el Tabernáculo y sus pertrechos electrónicos.


El oro, al que podemos llamar metal regio, era, de hecho, el metal de los dioses. Dirigiéndose al profeta Ageo, el Señor dejó claro, hablando de su retorno para juzgar a las naciones: «Mía es la plata y mío el oro».


Las evidencias sugieren que el capricho del Hombre por estos metales tiene sus raíces en la gran necesidad de oro que tenían los nefilim. Éstos, según parece, vinieron a la Tierra a por oro y sus metales asociados. También puede que vinieran en busca de otros metales poco comunes, como el platino (abundante en el sur de África), que potencia las pilas de combustible de una forma extraordinaria. Y tampoco se puede descartar la posibilidad de que vinieran a la Tierra en busca de fuentes de minerales radiactivos, como el uranio o el cobalto -las «piedras azules que hacen enfermar» del Mundo Inferior, de las que se hace mención en algunos textos. En muchas representaciones se ve a Ea -como Dios de la Minería- emitiendo tan poderosos rayos al salir de una mina que los dioses que le asisten tienen que usar pantallas protectoras; en todas estas representaciones, se muestra a Ea sosteniendo una sierra de roca de minero.
(Fig. 146)

Aunque Enki estaba al cargo del primer grupo que aterrizó y del desarrollo del Abzu, los méritos de lo conseguido -como en el caso de cualquier general- no se le deben atribuir sólo a él. Los que realmente hicieron el trabajo, día a día, fueron los miembros de menor grado del grupo que aterrizó, los anunnaki.


Un texto sumerio describe' la construcción del centro de Enlil en Nippur. «Los Annuna, dioses del cielo y la tierra, están trabajando. En las manos sostienen la piqueta y la cesta porteadora, con las que hacen los cimientos de las ciudades».
Los textos antiguos describían a los anunnaki como los dioses de base que se habían involucrado en la colonización de la Tierra, los dioses «que hacían los trabajos». En «La Epopeya de la Creación» se dice que fue Marduk el que les asignó a los anunnaki sus tareas. (Podemos suponer, sin riesgo a equivocarnos, que en el original sumerio se cita a Enlil como al dios que comandó a estos astronautas.)

Asignados a Anu, para seguir sus instrucciones,
trescientos en los cielos estacionó como guardia;
los caminos de la Tierra para definir desde el Cielo;
y sobre la Tierra,
a seiscientos hizo residir.
Después de ordenarles a todos sus instrucciones,
a los Anunnaki del Cielo y de la Tierra
él les asignó sus tareas.

Los textos revelan que trescientos de ellos -de los «Anunnaki del Cielo» o Igigi- eran, ciertamente, astronautas que permanecían a bordo de las naves espaciales sin llegar a aterrizar en la Tierra. En órbita alrededor de la Tierra, estas naves espaciales lanzaban y recibían las lanzaderas hacia y desde la Tierra.


Como jefe de las «Águilas», Shamash era bienvenido como un invitado heroico a bordo de la «poderosa gran cámara en el cielo» de los igigi. En un «Himno a Shamash» se describe cómo veían los igigi a Shamash mientras este se aproximaba en su lanzadera:

Con tu aparición, todos los príncipes se alegran;
todos los Igigi se regocijan contigo...
Ante el brillo de tu luz, su sendero...
Ellos buscan constantemente tu resplandor
Abierta de par en par está la puerta, enteramente...
Las ofrendas de pan de todos los Igigi [te esperan].

Al estar allí arriba, parece ser que la Humanidad nunca se encontró con los igigi. En varios textos se dice que éstos estaban «demasiado altos para la Humanidad» y, como consecuencia de ello, «no se preocupaban por la gente». Por otra parte, los anunnaki, que aterrizaron y se quedaron en la Tierra, fueron conocidos y reverenciados por la Humanidad. Los textos que dicen que «los Anunnaki del Cielo ... eran 300» afirman también que «los Anunnaki de la Tierra ... eran 600».
No obstante, muchos textos insisten en hablar de los Anunnaki como de los «cincuenta grandes príncipes». La ortografía normal de su nombre en acadio, An-nun-na-ki, muestra claramente el significado de «los cincuenta que vinieron del Cielo a la Tierra». ¿Existe algún modo de conciliar esta aparente contradicción?


Recordemos el texto donde se cuenta que Marduk fue apresuradamente a ver a su padre Ea para informarle de la pérdida de una nave que llevaba «a los Anunnaki que eran cincuenta» cuando pasaban por las cercanías de Saturno. El texto de un exorcismo que data de la tercera dinastía de Ur nos habla de los anunna eridu ninnubi («los cincuenta Anunnaki de la ciudad de Eridú»). Esto nos da a entender que el grupo de nefilim que fundó Eridú bajo el mando de Enki sumaban cincuenta. ¿No sería, pues, cincuenta el número de nefilim que llegaba en cada grupo de aterrizaje?


Resulta, según creemos, bastante concebible que los nefilim llegaran a la Tierra en grupos de cincuenta. A medida que las visitas a la Tierra se hicieran regulares, coincidiendo con las oportunas épocas de lanzamiento desde el Duodécimo Planeta, irían llegando más nefilim. En cada ocasión, algunos de los que habían llegado primero ascenderían en un módulo terrestre y se reunirían en la nave espacial para un viaje a casa. Pero, con el tiempo, iría aumentando el número de nefilim que permanecía en la Tierra, y el número de astronautas del Duodécimo Planeta que se quedaba para colonizar la Tierra iría creciendo desde el grupo inicial de cincuenta hasta los «600 que en la Tierra se establecieron».

¿Cómo iban a llevar a cabo su misión los nefilim -es decir, extraer los minerales deseados de la Tierra y enviar los lingotes al Duodécimo Planeta- con tan pequeño número de manos?


Indudablemente, contaban con sus conocimientos científicos. Es ahí donde todo el valor de Enki se pone de manifiesto, el motivo para que fuera él, en vez de Enlil, el primero en aterrizar, y el motivo para que se le asignara a él el Abzu.


Un famoso sello, que se exhibe ahora en el Museo del Louvre, muestra a Ea con sus habituales aguas fluentes, pero, en este caso, las aguas parecen manar, o filtrarse a través, de una serie de matraces de laboratorio.
(Fig. 147)

Esta antigua interpretación de la asociación de Ea con las aguas plantea la posibilidad de que los nefilim esperaran, en un primer momento, obtener sus minerales del mar. Las aguas del océano contienen enormes cantidades de oro y otros minerales vitales, pero están tan diluidos que se necesitarían técnicas sumamente sofisticadas y baratas para justificar esa «minería acuática». Se sabe también que los fondos marinos contienen inmensas cantidades de minerales en forma de nódulos del tamaño de ciruelas -sólo disponibles si uno puede llegar hasta esas profundidades y recogerlos.


Los textos antiguos hablan repetidamente de un tipo de barco que utilizaban los dioses y al que llamaban elippu tebiti («barco hundido» -lo que llamaríamos ahora un submarino). Ya hemos visto a los «hombres-pez» que tenía asignados Ea. ¿Serán acaso evidencias de los esfuerzos por sumergirse en las profundidades del océano con el fin de extraer sus riquezas minerales? Al País de las Minas, ya lo hemos dicho, se le llamó primero A.RA.LI -«lugar de las aguas de las vetas brillantes». Quizás significara una tierra donde el oro se pudiera cribar en los ríos; aunque también se podría referir a la obtención del oro en los mares.


Si estos fueron los planes de los nefilim, parece ser que fracasaron, pues, poco después de haber establecido sus primeros asentamientos, a esos pocos cientos de anunnaki se les dio una tarea inesperada y mucho más ardua: la de bajar a las profundidades de la tierra de África y extraer los minerales necesarios de allí.


En muchos sellos cilíndricos se han encontrado representaciones en las que se ve a los dioses en lo que parecen ser entradas a minas o pozos mineros; en una de ellas, se ve a Ea en un lugar donde Gibil está por encima del suelo y otro dios trabaja bajo el suelo agachado.
(Fig.148)

En épocas posteriores, según nos desvelan los textos babilonios y asidos, los hombres -jóvenes y viejos- eran condenados a trabajar en las minas del Mundo Inferior. Trabajando en la oscuridad y comiendo tierra, estaban condenados a no volver nunca más a su hogar. Éste es el motivo por el cual el epíteto sumerio de aquel país -KUR. UN.GI.A- adquirió la interpretación de «país sin retorno»; su significado literal era «país donde los dioses-que-trabajan, en profundos túneles amontonan [los minerales]». Todas las fuentes antiguas atestiguan que el Hombre no estaba aún en la Tierra en la época en la '' que los nefilim se establecieron en ella; y, al no haber Humanidad, los pocos anunnaki que había en el planeta tenían que trabajar en las minas. Ishtar, cuando bajó al Mundo Inferior, comentó que los atareados anunnaki comían sus alimentos mezclados con barro y bebían agua enfangada.


Con esta panorámica, no nos costará comprender un texto épico titulado (por el versículo con el que comienza, como era la costumbre), «Cuando los dioses, al igual, que los hombres, tenían que trabajar».


Recomponiendo gran cantidad de fragmentos de versiones babilonias y asirías, W. G. Lambert y A. R. Millard (Atra-Hasis: The Babylonian Story of the Flood) pudieron ofrecer un texto continuo. Estos investigadores llegaron a la conclusión de que el relato se basaba en versiones sumerias más antiguas y, posiblemente, en una tradición oral aún más primitiva sobre la llegada de los dioses a la Tierra, la creación del Hombre y su destrucción con el Diluvio.


Muchos de los versículos sólo tienen valor literario para sus traductores, pero para nosotros resultan altamente significativos, pues corroboran los descubrimientos y conclusiones que hemos expuesto en los capítulos precedentes. Por otra parte, explican también las circunstancias que llevaron al motín de los anunnaki.


La historia comienza cuando sólo los dioses vivían en la Tierra:

Cuando los dioses, al igual que los hombres,
tenían que trabajar y sufrir la labor-la labor
de los dioses era grande,
el trabajo era pesado,
la aflicción era mucha.

En aquel tiempo, relata la epopeya, las divinidades principales se habían repartido ya los mandos entre ellos.

Anu, padre de los Anunnaki, era su Rey Celestial;
su Lord Canciller era el guerrero Enlil.
Su Oficial Jefe era Ninurta,
y su Alguacil era Ennugi.
Los dioses habían unido sus manos,
habían echado suertes y habían dividido.
Anu se había vuelto al cielo,
[dejó] la tierra a sus subditos.
Los mares, encerrados como con un lazo,
se los habían dado a Enki, el príncipe.

Se establecieron siete ciudades, y el texto hace referencia a siete anunnaki que fueron comandantes de ciudad. La disciplina debió ser estricta, pues el texto nos cuenta que «Los siete Grandes Anunnaki. fueron los que hicieron que los dioses menores sufrieran el trabajo».


De todas las tareas que se les encomendaron, parece ser que la más común, la más ardua y la más aborrecida fue la de cavar. Los dioses menores cavaron los lechos de los ríos para hacerlos navegables, cavaron canales para la irrigación y cavaron en el Apsu para sacar minerales de la Tierra. Aunque disponían, indudablemente, de algunas herramientas sofisticadas -los textos hablan del «hacha de plata que brilla como el día», incluso bajo tierra- el trabajo era demasiado exigente. Durante mucho tiempo -durante cuarenta «períodos», para ser exactos- los anunnaki «sufrieron la labor»; y, después, gritaron: ¡Basta!

Ellos se quejaban, murmuraban,
refunfuñaban en las excavaciones.

La oportunidad para el motín se les presentó, según parece, durante una visita de Enlil a la zona minera. No desperdiciaron la ocasión, y los anunnaki se dijeron unos a otros:

Hagamos frente a nuestro... el Oficial Jefe,
que nos libere de nuestro pesado trabajo.
Al rey de los dioses, al héroe Enlil,
¡vamos a enervarle en su morada!

No tardaron en encontrar a un líder u organizador del motín. Era el «oficial jefe antiguo», que guardaba rencor contra el actual oficial jefe. Su nombre, por desgracia, está roto; pero su arenga está bastante clara:

«Así pues, proclamad la guerra;
vamos a combinar las hostilidades y la batalla».

La descripción del motín es tan vivida que le recuerda a uno las (escenas de la toma de la Bastilla:

Los dioses siguieron sus palabras.
Prendieron fuego a sus herramientas;
fuego a sus hachas prendieron;
llevaron a mal traer al dios de la minería en los túneles;
lo atraparon mientras iban
a la puerta del héroe Enlil.

El drama y la tensión de los acontecimientos que se exponen recobran la vida en las palabras del antiguo poeta:

Era de noche, en mitad de la guardia.
Su casa estaba rodeada-pero el dios Enlil, no lo sabía.
Kalkal [entonces] observó algo, estaba inquieto.
Pasó el cerrojo y vigiló...

Kalkal despertó a Nusku;
escucharon el ruido de...
Nusku despertó a su señor-
le hizo salir de la cama, [diciendo]:
«Mi señor, la casa está rodeada,
la batalla ha llegado hasta la puerta».

La primera reacción de Enlil fue la de tomar las armas contra los amotinados. Pero Nusku, su canciller, le sugirió un Consejo de los Dioses:

«Transmite un mensaje para que Anu baje;
que traigan a Enki a tu presencia».
Él transmitió y Anu bajó;
Enki también fue traído a su presencia.
Con el gran Anunnaki presente,
Enlil apareció ... abrió su boca
y se dirigió a los grandes dioses.

Haciéndose cargo personalmente del motín, Enlil exigió saber:

«¿Es contra mí contra quien se hace?
¿Debo entablar hostilidades...?
¿Qué han visto mis propios ojos?
¡La batalla ha llegado hasta mi propia puerta!»

Anu sugirió que se llevara a cabo una investigación. Revestido con la autoridad de Anu y de otros comandantes, Nusku fue hasta los amotinados, que estaban acampados. «¿Quién es el instigador de la batalla?», preguntó. «¿Quién es el provocador de las hostilidades?»


Los anunnaki se pronunciaron a una:

«¡Cada uno de nosotros ha declarado la guerra!
Tenemos nuestro ... en las excavaciones;
el exceso de fatigas nos ha matado,
nuestro trabajo era pesado, la aflicción mucha».

Cuando Enlil escuchó de Nusku la relación de quejas, «le corrieron las lágrimas». Enlil presentó un ultimátum: o se ejecutaba al líder de los amotinados o él dimitía. «Coge el cargo, recupera tu poder», le dijo a Anu, «te seguiré al cielo». Pero Anu, que había bajado del Cielo, se puso del lado de los anunnaki:

«¿De qué los estamos acusando?
¡Su trabajo era pesado, su aflicción era mucha!
Cada día...
El lamento era pesado, podríamos escuchar la queja.»

Animado por las palabras de su padre, Ea también «abrió la boca» y repitió el resumen de Anu. Pero tenía una solución que ofrecer: ¡que se cree un lulu, un «Trabajador Primitivo»!

«Mientras la Diosa del Nacimiento esté presente
que cree un Trabajador Primitivo;
que lleve él el yugo.
¡Que cargue él con el duro trabajo de los dioses!»

La sugerencia de que se creara un «Trabajador Primitivo» para que asumiera la carga del trabajo de los anunnaki se aceptó con rapidez. Los dioses votaron, unánimemente, crear «El Trabajador». «'Hombre' será su nombre», dijeron:

Convocaron a la diosa y le preguntaron,
la comadrona de los dioses, la sabia Mami,
[y le dijeron:]
«Tú eres la Diosa del Nacimiento, ¡crea Trabajadores!
¡Crea un Trabajador Primitivo,
que pueda llevar el yugo!
Que lleve el yugo encomendado por Enlil,
¡Que El Trabajador cargue con el trabajo duro de los dioses!»

Mami, la Madre de los Dioses, dijo que necesitaría la ayuda de Ea, «con el cual se halla la habilidad». En la Casa de Shimti, algo parecido a un hospital, los dioses esperaban. Ea ayudó a preparar la mezcla de la que la Diosa Madre procedería a forjar al «Hombre». Las diosas del nacimiento estaban presentes. La Diosa Madre siguió trabajando mientras se recitaban ensalmos incesantemente. Al final, gritó triunfante:

«¡He creado!
¡Mis manos lo han hecho!»

Ella «convocó a los anunnaki, a los Grandes Dioses... abrió su boca, se dirigió a los Grandes Dioses»:

«Me mandasteis una tarea-
La he terminado...
Os he quitado el duro trabajo
he impuesto vuestra labor a El Trabajador, 'Hombre'.
Levantasteis un grito por un Trabajador:
He soltado el yugo,
os he dado la libertad.»

Los anunnaki recibieron su anuncio con entusiasmo.

«Ellos corrieron y le besaron los pies».

A partir de entonces sería el Trabajador Primitivo -el Hombre- «el que llevaría el yugo».


Los nefilim, después de llegar a la Tierra para establecer sus colonias, crearon su propio estilo de esclavitud, no con esclavos importados de otro continente, sino con Trabajadores Primitivos forjados por ellos mismos.


Un motín de los dioses había llevado a la creación del Hombre.

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