11 - EL MOTÍN
DE LOS ANUNNAKI
Después de que Enlil llegara a la Tierra en persona, el «Mando de la
Tierra» fue transferido de Enki a Enlil. Es probable que fuera
entonces cuando el epíteto o nombre de Enki se cambió por el de E.A
(«señor aguas»), en vez del de «señor tierra».
Los textos sumerios explican que en época tan temprana como la de la
llegada de los dioses a la Tierra, se acordó una separación de
poderes: Anu permanecería en los cielos y gobernaría el Duodécimo
Planeta, Enlil mandaría en las tierras y Enki se haría cargo del
AB.ZU (apsu en acadio). Dejándose llevar por el «acuoso» significado
del nombre E.A, los expertos tradujeron AB.ZU como «profundidad
acuosa», suponiendo que, al igual que en la mitología griega, Enlil
representaba al descomunal Zeus y Ea era el prototipo de Poseidón,
Dios de los Océanos.
En otros casos, se hacia referencia a los dominios de Enlil como los
del Mundo Superior, y los de Ea como los del Mundo Inferior; una vez
más, los expertos supusieron que Enlil controlaba la atmósfera de la
Tierra, mientras que Ea era el soberano de las «aguas subterráneas»
-el Hades griego en el que se supone que creían los mesopotámicos.
El mismo término abismo (que se deriva de apsu) nos trae la idea de
las aguas profundas, oscuras y peligrosas en las que uno se puede
hundir y desaparecer.
Así, a medida que se iban encontrando textos mesopotámicos que
hablaban del Mundo Inferior, los expertos los iban traduciendo con
el término Unterwelt («mundo subterráneo») o Totenwelt («mundo de
los muertos»).
Ha sido sólo en los últimos tiempos cuando los sumerólogos han
mitigado de algún modo la ominosa connotación, traduciendo aquel
término por la palabra netherworld.
Los textos mesopotámicos que mayor responsabilidad tuvieron en esta
mala interpretación fueron los que constituyeron la serie de
liturgias que lamentaban la desaparición de Dumuzi, mejor conocido
como el dios Tamuz de los textos bíblicos y cananeos. Fue con él con
quien Inanna/Ishtar tuvo su amorío más famoso y, cuando desapareció,
al que fue a buscar en el Mundo Inferior.
El enorme Tammuz-Liturgen und Verwandtes de P. Maurus Witzel, una
obra maestra sobre los «textos de Tamuz» sumerios y acadios, sólo
ayudó a perpetuar el error. Los relatos épicos de la búsqueda de
Ishtar se tomaron por un viaje «al reino de los muertos, y su
posterior retorno a la tierra de los vivos».
Los textos sumerios y acadios que describen el descenso de Inanna/Ishtar
al Mundo Inferior nos dicen que la diosa decidió hacer una visita a
su hermana Ereshkigal, señora del lugar. Ishtar no fue allí ni
muerta ni contra su voluntad; fue viva y sin que la invitaran,
abriéndose paso ante el guardián a base de amenazas:
Si no abres el pórtico para que pueda entrar,
haré pedazos la puerta, destrozaré el cerrojo, haré pedazos las jambas, arrancaré las puertas.
Una a una, Ishtar abrió las siete puertas que llevaban a la morada
de Ereshkigal y, cuando por fin llegó y Ereshkigal la vio,
literalmente, montó en cólera (el texto acadio dice, «estalló en su
presencia»). El texto sumerio, vago en cuanto al propósito del viaje
o en cuanto a las causas de la ira de Ereshkigal, revela que Inanna
esperaba este recibimiento, pues se esforzó por notificar su viaje
con antelación al resto de divinidades principales, y se aseguró de
que harían por rescatarla en caso de que fuera hecha prisionera en
el «Gran Abajo».
El esposo de Ereshkigal -y Señor del Mundo Inferior- era Nergal, El
modo por el cual llegó al Gran Abajo y se convirtió en su señor no
sólo ofrece luz sobre la naturaleza humana de los «dioses», sino que
también nos demuestra que este mundo podía ser cualquier cosa menos
un «mundo de los muertos».
El relato, del cual se han encontrado varias versiones, comenzaba
con un banquete en el cual los invitados de honor eran Anu, Enlü y
Ea. El banquete se celebraba «en los cielos», pero no en la morada
de Anu en el Duodécimo Planeta. Quizás tenía lugar a bordo de una
nave orbital, pues cuando Ereshkigal no pudo ascender a reunirse
con ellos, los dioses le enviaron un mensajero que «descendió la
larga escalera de los cielos, llegó a la puerta de Ereshkigal». Tras
recibir la invitación, Ereshkigal dio instrucciones a su consejero,
Namtar:
«Asciende, Namtar, la larga escalera de los cielos;
coge el plato de la mesa, toma mi parte; todo lo que Anu te dé, tráemelo a mí.»
Cuando Namtar entró en la sala del banquete, todos los dioses,
excepto «un dios calvo, sentado en la parte de atrás», se levantaron
para darle la bienvenida. Luego, cuando volvió al Mundo Inferior,
Namtar informó del incidente a Ereshkigal. Ella y todos los dioses
menores de sus dominios se sintieron insultados, y la diosa pidió
que se le enviara al dios ofensor para castigarlo.
Sin embargo, el ofensor era Nergal, hijo del gran Ea. Tras ser
severamente reprendido por su padre, Nergal recibió instrucciones
para que hiciera el viaje solo, armado nada más con un montón de
consejos paternos sobre cómo comportarse. Cuando Nergal llegó a la
puerta, Namtar lo reconoció y lo condujo al «amplio patio de
Ereshkigal», donde fue sometido a varias pruebas. Más pronto o más
tarde, Ereshkigal fue a tomar su baño diario.
... ella mostró su cuerpo. Lo que es normal para hombre y mujer, él... en su corazón ... ... se abrazaron, apasionadamente yacieron en la cama.
Durante siete días y siete noches hicieron el amor. En el Mundo
Superior, había saltado la alarma por el desaparecido Nergal.
«Déjame ir», le dijo a Ereshkigal. «Iré y volveré», le prometió.
Pero, tan pronto partió, Namtar fue a Ereshkigal y acusó a Nergal de
no tener intención de volver. Una vez más, Namtar fue enviado arriba
hasta Anu. El mensaje de Ereshkigal era claro:
Yo, tu hija, era joven; no he conocido el juego de las doncellas... Ese dios al que enviaste, y que ha tenido relaciones sexuales conmigo- Envíamelo, para que pueda ser mi marido, para que viva conmigo.
Sin tener en mente todavía la idea de casarse, Nergal organizó una
expedición militar y asaltó las puertas de Ereshkigal, con la
intención de «cortarle la cabeza». Pero Ereshkigal declaró:
«Sé mi marido y seré tu esposa. Te concederé el dominio
sobre la amplia Tierra Interior. Pondré la Tablilla de la Sabiduría en tus manos.
Tú serás Señor, yo seré Señora».
Y, entonces, llegó el final feliz:
Cuando Nergal escuchó sus palabras,
tomó su mano y se la besó, enjugando sus lágrimas:
«Lo que tú has deseado para mí desde hace meses -¡sea ahora!»
Los acontecimientos relatados no sugieren, en modo alguno, una
Tierra de los Muertos. Todo lo contrario: era un lugar donde los
dioses podían entrar e irse, un lugar donde se podía hacer el amor,
un lugar lo suficientemente importante como para confiárselo, a una
nieta de Enlil y a un hijo de Enki. Reconociendo que los hechos no
apoyan la idea primitiva de una región sombría, W. F. Albright
(Mesopotamian
Elements in Canaanite Eschatology) sugirió que la morada de Dumuzi
en el Mundo Inferior era «un hogar brillante y fértil en el paraíso
subterráneo llamado 'la boca de los ríos', el cual estaba
estrechamente asociado con el hogar de Ea en el Apsu».
Era un lugar lejano y difícil de alcanzar, para poder estar seguro,
una especie de «zona restringida», pero no era, ciertamente, un
«lugar sin retorno». Al igual que Inanna, otras divinidades
importantes también fueron a, y volvieron de, ese Mundo Inferior.
Enlil fue desterrado al Abzu por un tiempo, después de violar a
Ninlil. Y Ea se trasladaba constantemente entre Eridü en Sumer y el
Abzu, llevando al Abzu «la artesanía de Eridú» y haciendo allí «un
noble santuario» para sí mismo.
Lejos de ser un lugar oscuro y desolado, fue descrito como un lugar
brillante de aguas fluentes.
Una tierra rica, amada por Enki;
rebosante de riquezas, perfecta en plenitud... Cuyo poderoso río recorre la tierra.
Hemos visto las muchas representaciones que hay de Ea como Dios de
las Aguas Fluentes. En los textos sumerios se ve que estas aguas
fluentes existieron realmente -no en Sumer y en sus llanuras, sino
en el Gran Abajo. W. F. Albright llamó la atención sobre un texto
que trata del Mundo Inferior como del País de UT.TU -«en el oeste»
de Sumer. En él, se habla de un viaje de Enki al Apsu:
A ti, Apsu, tierra pura, donde fluyen con rapidez grandes aguas, a la Morada de las Aguas Fluentes el Señor acude... La Morada de las Aguas Fluentes
Enki en las aguas puras se estableció; en medio del Apsu,
un gran santuario estableció.
A decir de todos, el lugar se encontraba más allá del mar. En un
lamento por «el hijo puro», el joven Dumuzi, se dice que fue llevado
al Mundo Inferior en un barco. Un «Lamento sobre la Destrucción de
Sumer» cuenta que Inanna se las ingenió para subir furtivamente en
un barco. «De sus posesiones partió. Descendió al Mundo Inferior».
Un largo texto, poco comprendido por causa de no haberse encontrado
una versión intacta, trata de un gran conflicto entre Ira (título de
Nergal como Señor del Mundo Inferior) y su hermano Marduk. Durante
el transcurso del conflicto, Nergal dejó sus dominios y se enfrentó
a Marduk en Babilonia; Marduk, por otra parte, le amenazó: «Al Apsu
descenderé, a vigilar a los anunnaki... mis armas furiosas contra
ellos levantaré». Para llegar al Apsu, Marduk dejó la Tierra de
Mesopotamia y viajó sobre «aguas que se elevaban». Su destino era
Arali, en el «basamento» de la Tierra, y los textos ofrecen una
pista muy precisa sobre el lugar donde estaba este «basamento»:
En el distante mar, 100 beru de agua [en la distancia]... El suelo de Arali [está] ... Está donde las Piedras Azules hacen enfermar, adonde el artesano de Anu lleva el Hacha de Plata, que brilla como el día.
El beru, tanto en su aspecto de unidad de medida terrestre como en
el de cálculo de tiempo, se utilizaba, probablemente, en esta última
faceta cuando se trataba de viajar por el agua. Como tal, consistía
en una hora doble, de manera que cien beru significaría doscientas
horas de navegación. No tenemos forma de determinar la velocidad de
navegación media o supuesta que se empleaba en aquellos antiguos
cálculos de distancias, pero no hay duda de que se podía alcanzar
una tierra verdaderamente distante después de un viaje por mar de
tres, cuatro o cinco mil kilómetros.
Los textos indican que Arali estaba situada al oeste y al sur de
Sumer. Un barco que viajara cuatro o cinco mil kilómetros en
dirección sudoeste desde el Golfo Pérsico sólo podía tener un
destino: las costas del sur de, África.
Sólo una conclusión así puede explicar los términos de Mundo
Inferior, dando a entender el hemisferio sur, donde se encontraba la
Tierra de Arali; a diferencia del Mundo Superior, o hemisferio
norte, donde estaba Sumer Esta división de los hemisferios
terrestres entre Enlil (norte) y Ea (sur) se correspondería con la
designación de los cielos septentrionales como el Camino de Enlil y
los meridionales como el Camino de Ea.
La habilidad de los Nefilim para emprender viajes interplanetarios,
orbitar la Tierra y aterrizar en ella debería de obviar la cuestión
de si pudieron haber conocido el sur de África, además de Mesopotamia.
Muchos sellos cilíndricos, en los que se ven animales propios de la
zona (como la cebra o el avestruz), escenas de la jungla o soberanos
que llevan pieles de leopardo en la tradición africana, atestiguan
una «conexión africana».
¿Qué interés podrían tener los nefilim en esta parte de África,
capaz de atraer el genio científico de Ea y de conceder a los
importantes dioses encargados de la zona una única «Tablilla de la
Sabiduría»?
El término sumerio AB.ZU, que los expertos aceptan como «profundidad
acuosa», precisa de un nuevo análisis crítico. Literalmente, el
término significa «fuente profunda primitiva» -no necesariamente de
aguas. Según las reglas gramaticales sumerias, cualquiera de las dos
sílabas de cualquier término podía preceder a la otra sin cambiar el
significado de la palabra, con lo que AB.ZU y ZU.AB significarían
los mismo. Pero este término sumerio, en esta ultima forma, nos
permite identificar su paralelo en las lenguas semitas, pues za-ab
siempre significó y sigue significando «metal
precioso», concretamente «oro», en hebreo y en sus lenguas hermanas.
El pictograma sumerio para AB.ZU era el de una profunda excavación
en la Tierra, con un pozo encima. Así, Ea no era el señor de una
indefinida «profundidad acuosa», ¡sino el dios encargado de la
explotación de los minerales de la Tierra!
(Fig. 139)
De hecho, el griego abyssos, adoptado del acadio apsu, significa
también un agujero sumamente profundo en el suelo. Los libros de
texto acadios explicaban que «apsu es nikbu»; el significado de esta
palabra, y el de su equivalente hebrea nikba, es muy preciso: un
corte o perforación muy profunda en el suelo, hecha por el hombre.
P. Jensen (Die Kosmologie der Babylonier) ya observó en 1890 que el
término acadio Bit Nimiku no debería de traducirse como «casa de
sabiduría», sino como «casa de profundidad». Jensen citaba un texto
(V.R.30,49-50ab) que decía: «Es de Bit Nimiku de donde el oro y la
plata vienen». Otro texto (III.R.57, 35ab), explicaba, según Jensen,
que el nombre acadio «Diosa Shala de Nimiki» era la traducción del
epíteto sumerio «Diosa Que Entrega el Brillante Bronce». El término
acadio nimiku, que se ha traducido como «sabiduría», concluyó Jensen,
«tiene que ver con los metales». Pero por qué, simplemente admitió,
«no lo sé».
Algunos himnos mesopotámicos a Ea lo ensalzan como Bel Nimiki,
traducido «señor de la sabiduría»; pero la traducción correcta
debería de ser, indudablemente, «señor de la minería». Del mismo
modo que la Tablilla de los Destinos de Nippur contenía datos
orbitales, la Tablilla de la Sabiduría confiada a Nergal y a
Ereshkigal era, de hecho, una «Tablilla de la Minería», un «banco de
datos» sobre las operaciones mineras de los nefilim.
Como Señor del Abzu, Ea estaba asistido por otro dios, su hijo
GI.BIL («el que quema el suelo»), que estaba a cargo del fuego y de
la fundición. Al Herrero de la Tierra se le suele representar como a
un dios joven cuyos hombros emiten rayos rojos y calientes o incluso
chispas de fuego, un joven dios que emerge del suelo o está a punto
de sumergirse en él. Los textos dicen que Ea remojó a Gibil en
«sabiduría», queriendo decir en realidad que Ea le enseñó las
técnicas de la minería.
(Fig. 140)
Él mineral de metal que los nefilim extraían en el sudeste de África
era transportado hasta Mesopotamia en barcos de carga
específicamente diseñados que recibían el nombre de MA.GUR UR.NU
AB.ZU («barco para mineral del Mundo Inferior»). Desde allí, el
mineral se llevaba hasta Bad-Tibira, cuyo nombre significa,
literalmente, «la fundación de metalurgia». Fundido y refinado, el
metal se vertía en lingotes que no cambiaron de forma durante
milenios. Se han encontrado lingotes de estos en varias excavaciones
de Oriente Próximo, confirmando la fiabilidad de los pictogramas
sumerios como representaciones verdaderas de los objetos que
plasmaban «por escrito»; el signo sumerio para el término ZAG
(«precioso purificado») era la imagen de un lingote. En épocas
primitivas, parece ser que tenían un agujero que los recorría
longitudinalmente, y por el cual se insertaba una vara.
(Fig. 141)
Varias representaciones de un Dios de las Aguas Fluentes le muestran
flanqueado por porteadores de estos lingotes de metal precioso,
indicando que era también el Señor de la Minería.
(Fig. 142)
Los diversos nombres y epítetos de la africana Tierra de las Minas
de Ea están repletos de pistas sobre su localización y naturaleza.
Fue conocida como A.RA.LI («lugar de las vetas brillantes»), la
tierra de la que viene el mineral metalífero. Inanna, mientras
estaba planeando su descenso al hemisferio sur, se refirió al lugar
como la tierra donde «el metal precioso está cubierto de suelo»
-está bajo tierra. Un texto del que informó Erica Reiner, en el que
se hace una relación de montañas y ríos del mundo sumerio, dice:
«Monte Arali: hogar del oro»; y en un texto fragmentario descrito
por H. Radau, se confirma que Arali fue la tierra de la que dependía
Bad-Tibira para seguir con sus trabajos.
Los textos mesopotámicos hablan de la Tierra de las Minas como de
una tierra montañosa, con mesetas y llanuras cubiertas de hierba, y
con una exuberante vegetación. En los textos sumerios, se dice que
la capital de Ereshkigal en aquella tierra estaba en el GAB.KUR.RA
(«en el pecho de las montañas»), tierra adentro. En la versión
acadia del viaje de Ishtar, el guardián le da la bienvenida:
Entra mi señora, que Kutu se alegre por ti;
que el palacio de la tierra de Nugia se alegre con tu presencia.
El término KU.TU, que en acadio transmite la idea de «aquello que
está en el corazón de la tierra», tiene, en su origen sumerio, el
significado de «las brillantes tierras altas». Era una tierra, todos
los textos lo sugieren, con días brillantes, plenos de sol. Los
términos sumerios para indicar el oro (KU.GI -«brillante fuera de la
tierra») y la plata (KU. BABBAR -«oro brillante») conservaron la
asociación original de los metales preciosos con los brillantes (ku)
dominios de Ereshkigal.
Los signos pictográficos empleados en la primera escritura sumeria
no sólo muestran una gran familiaridad con los distintos procesos
metalúrgicos, sino también con el hecho de que el origen de los
metales se encontraba en las minas que se hundían en la tierra. Los
términos del cobre y del bronce («piedra bella y brillante»), del
oro («el metal supremo de la mina») o de «refinado»
(purificado-brillante») eran, todos ellos, variantes pictóricas del
pozo de la mina («abertura/boca para el rojo-oscuro» metal).
(Fig. 143)
El nombre de la tierra -Arali- también se podía escribir como una
variante del pictograma de «rojo-oscuro» (suelo), de Kush
(«rojo-oscuro», para, con el tiempo, significar «negro»), o de los
metales que se extraían allí; los pictogramas siempre mostraban
variantes del pozo de una mina.
(Fig. 144)
Las amplias referencias al oro y a otros metales en los textos
antiguos sugieren cierta familiaridad con la metalurgia en tiempos
primitivos. Ya existía un animado comercio de metales en los mismos
inicios de la civilización, consecuencia del conocimiento que la
Humanidad heredó de los dioses, que, según dicen los textos, ya
estaban involucrados en la minería y en la metalurgia bastante antes
de la aparición del Hombre. Muchos estudios en los que se vinculan
los relatos divinos mesopotámicos con la lista bíblica de patriarcas
antediluvianos señalan que, según la Biblia, Túbal Caín fue un
«artífice del oro, el cobre y el hierro» mucho antes del Diluvio.
En el Antiguo Testamento se habla de la tierra de Ofir, que estaba
probablemente en algún lugar de África, como de una fuente de oro en
la antigüedad. Los convoyes de barcos del rey Salomón partían de
Esyón Guéber (la actual Elat) para atravesar el Mar Rojo. «E iban a
Ofir y traían desde allí oro». Intentando evitar las demoras en la
construcción del Templo del Señor en Jerusalén, Salomón llegó a un
acuerdo con su aliado, Jiram, rey de Tiro, para mandar una segunda
flota a Ofir por una ruta alternativa:
Y el rey tenía una flota de Tarsis en el mar
con la flota de Jiram. Y cada tres años venía la flota de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, simios y monos.
A la flota de Tarsis le llevaba tres años completar el
viaje. Contando con el tiempo necesario para cargar en Ofir, el
viaje en cada dirección debió de durar algo más de un año. Esto
sugiere una ruta mucho más indirecta que la ruta directa a través
del Mar Rojo y el Océano índico -una ruta alrededor de África.
(Fig. 145)
La mayoría de los estudiosos sitúan Tarsis al oeste del
Mediterráneo, posiblemente en o cerca del actual Estrecho de
Gibraltar. Éste habría sido un lugar idóneo desde el cual embarcarse
en un viaje alrededor del continente africano. Algunos creen que el
nombre de Tarsis significaba «fundición».
Muchos eruditos bíblicos han sugerido que habría que buscar Ofir en
la actual Rhodesia. Z. Hermán (Peoples, Seas, Ships) reunió
evidencias que demostraban que, en épocas primitivas, los egipcios
obtenían diversos minerales en Rhodesia. En su búsqueda de oro, los
ingenieros de minas de Rhodesia, al igual que los de Sudáfrica, han
recurrido en muchas ocasiones a la búsqueda de evidencias de minería
prehistórica.
¿Cómo se llegaba a la morada que Ereshkigal tenía tierra adentro?
¿Cómo se transportaba el mineral desde el «corazón de la tierra»
hasta los puertos de la costa? Conociendo la querencia de los
nefilim por la navegación fluvial, no debería de sorprendernos que
encontraran un río grande y navegable en el Mundo Inferior. El
relato de «Enlil y Ninlil» nos dice que Enlil fue enviado al exilio
en el Mundo Inferior. Y dice también que, cuando llegó allí, fue
transportado en barco por un ancho río.
En un texto babilonio que trata de los orígenes y el destino de la
Humanidad, se nombra al río del Mundo Inferior como Río Habur, el
«Río de los Peces y los Pájaros», y algunos textos sumerios apodan
al País de Ereshkigal como «el País Pradera de HA.BUR».
De los cuatro grandes ríos de África, uno, el Nilo, fluye hacia el
Norte, hasta el Mediterráneo; el Congo y el Níger desembocan en ef
Atlántico, por el oeste; y el Zambeze corre desde el corazón de
África haciendo un semicírculo en dirección este hasta desembocar en
la costa oriental. Tiene un amplio delta, con buenos puntos
portuarios; es navegable tierra adentro a lo largo de varios
centenares de kilómetros.
¿Fue el Zambeze el «Río de los Peces y los Pájaros» del Mundo
Inferior? ¿Fueron las majestuosas Cataratas Victoria las que se
mencionan en un texto en el que se habla de la capital de
Ereshkigal?
Conscientes de que muchas minas prometedoras, «recientemente
descubiertas» en el sur de África, habían sido puntos mineros en la
antigüedad, la Anglo-American Corporation contrató a varios equipos
de arqueólogos para examinar los lugares antes de que las modernas
máquinas excavadoras barrieran con todos los rastros de antiguas
obras. Dando cuenta de sus descubrimientos en la revista Óptima,
Adrián Boshier y Peter Beaumont decían haberse encontrado con capas
y más capas de actividades mineras antiguas y prehistóricas, así
como de restos humanos. La datación por radiocarbono realizada en la
Universidad de Yale (Estados Unidos) y en la Universidad de
Groningen (Holanda) estableció la edad de los objetos en un rango
que iba desde los plausibles 2000 a.C. hasta los asombrosos 7690
a.C.
Intrigados por la inesperada antigüedad de los descubrimientos, el
equipo de arqueólogos amplió su área de trabajo. En la base de un
despeñadero de las escabrosas vertientes occidentales del Pico del
León, una losa de cinco toneladas de hematites bloqueaba el acceso a
una caverna. Los restos de carbón dataron las operaciones mineras en
el interior de la caverna entre el 20.000 y el 26.000 a.C.
¿Acaso era posible la minería de metales durante la Edad de Piedra
Antigua, durante el Paleolítico? Incrédulos, los expertos excavaron
un pozo en un punto donde, aparentemente, los antiguos mineros
habían comenzado sus operaciones. Se envió una muestra de carbón
encontrada allí al laboratorio de Groningen. ¡La datación se remontó
al 41.250 a.C, con un margen de error de más o menos 1.600 años!
Los científicos sudafricanos se pusieron a investigar entonces en
los lugares mineros prehistóricos del sur de Swazilandia. Fue
entonces cuando en el interior de las cavernas mineras descubiertas,
encontraron ramitas, hojas, hierbas e incluso plumas -todo ello
llevado allí, presumiblemente, por los antiguos mineros para hacerse
un lecho. En el nivel del 35.000 a.C, encontraron huesos con
muescas, lo cual «indica la habilidad del hombre para contar en un
período tan remoto». Otros restos remontaron la edad de los objetos
hasta los alrededores del 50.000 a.C.
Creyendo que «la verdadera edad de comienzo de la minería en
Swazilandia es más probable que esté en el orden del 70.000-80.000
a.C», los dos científicos sugirieron que «el sur de África... bien
pudo estar a la vanguardia de la invención y la innovación
tecnológica durante gran parte del período posterior al 100.000
a.C.»
Comentando los descubrimientos, el Dr. Kenneth Oakley, antiguo
antropólogo jefe del Museo de Historia Natural de Londres, le dio
una trascendencia diferente a los descubrimientos. «Esto arroja una
luz importante sobre los orígenes del Hombre... es posible que el
sur de África fuera el hogar evolutivo del Hombre», el «lugar de
nacimiento» del Homo sapiens.
Como veremos, fue ciertamente allí donde apareció el Hombre moderno
en la Tierra, a través de una cadena de acontecimientos que se
desencadenó con la búsqueda de metales por parte de los dioses.
Tanto los serios científicos como los escritores de ciencia-ficción
han sugerido que una buena razón para el establecimiento de
asentamientos en otros planetas o asteroides sería la disponibilidad
de minerales poco comunes en esos cuerpos celestes, minerales que
podrían ser muy escasos o demasiado costosos de extraer en la
Tierra. ¿Pudo ser este el propósito de los nefilim al colonizar la
Tierra?
Los estudiosos modernos dividen las actividades del Hombre en la
Tierra en Edad de Piedra, Edad del Bronce, Edad del Hierro, etc.;
sin embargo, en la antigüedad, el poeta griego Hesíodo, por ejemplo,
hizo una lista de cinco edades -Dorada, Plata, Bronce, Heroica y del
Hierro. Excepto por la Edad Heroica, todas las tradiciones de la
antigüedad aceptaban la secuencia oro-plata-cobre-hierro. El profeta
Daniel tuvo una visión en la cual vio «una gran imagen» con la
cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre de
latón, las piernas de hierro y los pies de arcilla.
En el mito y el folklore abundan los recuerdos vagos de una Edad de
Oro, asociada a una época en la que los dioses vagaban por la
Tierra, seguida por una Edad de Plata y, después, por las edades en
las que dioses y hombres compartían la Tierra -la Edad de los
Héroes, del Cobre, del Bronce y del Hierro. ¿No serán estas leyendas
recuerdos vagos de acontecimientos reales ocurridos en la Tierra?
El oro, la plata y el cobre son elementos que pertenecen al grupo
del oro. Están en la misma familia en la tabla periódica, por número
y peso atómico; tienen propiedades cristalográficas, químicas y
físicas similares -todos son suaves, maleables y dúctiles. De todos
los elementos conocidos, éstos son los mejores conductores del calor
y la electricidad.
De los tres, el oro es el más duradero, virtualmente indestructible.
Aunque se le conoce mejor por su utilización en forma de dinero, en
joyería o en objetos finos, es casi inestimable en la industria
electrónica. Una sociedad sofisticada necesita oro para sus montajes
en microelectrónica, circuitos y «cerebros» computerizados.
El capricho del Hombre por el oro se remonta a los comienzos de la
civilización y de la religión -a sus contactos con los antiguos
dioses. Los dioses de Sumer exigían que se les sirvieran los
alimentos en bandejas de oro, el agua y el vino en vasos de oro, y
que se les vistiera con vestidos dorados. Aunque los israelitas
dejaron Egipto con tal premura que no tuvieron tiempo para coger su
levadura de pan, sí que se les ordenó que pidieran a los egipcios
todo tipo de objetos de plata y oro. Este mandato, como veremos más
tarde, preveía la necesidad que de estos materiales tendrían a la
hora de construir el Tabernáculo y sus pertrechos electrónicos.
El oro, al que podemos llamar metal regio, era, de hecho, el metal
de los dioses. Dirigiéndose al profeta Ageo, el Señor dejó claro,
hablando de su retorno para juzgar a las naciones: «Mía es la plata
y mío el oro».
Las evidencias sugieren que el capricho del Hombre por estos metales
tiene sus raíces en la gran necesidad de oro que tenían los nefilim.
Éstos, según parece, vinieron a la Tierra a por oro y sus metales
asociados. También puede que vinieran en busca de otros metales poco
comunes, como el platino (abundante en el sur de África), que
potencia las pilas de combustible de una forma extraordinaria. Y
tampoco se puede descartar la posibilidad de que vinieran a la
Tierra en busca de fuentes de minerales radiactivos, como el uranio
o el cobalto -las «piedras azules que hacen enfermar» del Mundo
Inferior, de las que se hace mención en algunos textos. En muchas
representaciones se ve a Ea -como Dios de la Minería- emitiendo tan
poderosos rayos al salir de una mina que los dioses que le asisten
tienen que usar pantallas protectoras; en todas estas
representaciones, se muestra a Ea sosteniendo una sierra de roca de
minero.
(Fig. 146)
Aunque Enki estaba al cargo del primer grupo que aterrizó y del
desarrollo del Abzu, los méritos de lo conseguido -como en el caso
de cualquier general- no se le deben atribuir sólo a él. Los que
realmente hicieron el trabajo, día a día, fueron los miembros de
menor grado del grupo que aterrizó, los anunnaki.
Un texto sumerio describe' la construcción del centro de Enlil en
Nippur. «Los Annuna, dioses del cielo y la tierra, están trabajando.
En las manos sostienen la piqueta y la cesta porteadora, con las que
hacen los cimientos de las ciudades».
Los textos antiguos describían a los anunnaki como los dioses de
base que se habían involucrado en la colonización de la Tierra, los
dioses «que hacían los trabajos». En «La Epopeya de la Creación» se
dice que fue Marduk el que les asignó a los anunnaki sus tareas.
(Podemos suponer, sin riesgo a equivocarnos, que en el original
sumerio se cita a Enlil como al dios que comandó a estos
astronautas.)
Asignados a Anu, para seguir sus instrucciones, trescientos en los cielos estacionó como guardia; los caminos de la Tierra para definir desde el Cielo; y sobre la Tierra, a seiscientos hizo residir. Después de ordenarles a todos sus instrucciones, a los Anunnaki del Cielo y de la Tierra él les asignó sus tareas.
Los textos revelan que trescientos de ellos -de los «Anunnaki del
Cielo» o Igigi- eran, ciertamente, astronautas que permanecían a
bordo de las naves espaciales sin llegar a aterrizar en la Tierra.
En órbita alrededor de la Tierra, estas naves espaciales lanzaban y
recibían las lanzaderas hacia y desde la Tierra.
Como jefe de las «Águilas», Shamash era bienvenido como un invitado
heroico a bordo de la «poderosa gran cámara en el cielo» de los
igigi. En un «Himno a Shamash» se describe cómo veían los igigi a
Shamash mientras este se aproximaba en su lanzadera:
Con tu aparición, todos los príncipes se alegran;
todos los Igigi se regocijan contigo... Ante el brillo de tu luz, su sendero...
Ellos buscan constantemente tu resplandor Abierta de par en par está la puerta, enteramente...
Las ofrendas de pan de todos los Igigi [te esperan].
Al estar allí arriba, parece ser que la Humanidad nunca se encontró
con los igigi. En varios textos se dice que éstos estaban «demasiado
altos para la Humanidad» y, como consecuencia de ello, «no se
preocupaban por la gente». Por otra parte, los anunnaki, que
aterrizaron y se quedaron en la Tierra, fueron conocidos y
reverenciados por la Humanidad. Los textos que dicen que «los
Anunnaki del Cielo ... eran 300» afirman también que «los Anunnaki
de la Tierra ... eran 600».
No obstante, muchos textos insisten en hablar de los Anunnaki como
de los «cincuenta grandes príncipes». La ortografía normal de su
nombre en acadio, An-nun-na-ki, muestra claramente el significado de
«los cincuenta que vinieron del Cielo a la Tierra». ¿Existe algún
modo de conciliar esta aparente contradicción?
Recordemos el texto donde se cuenta que Marduk fue apresuradamente a
ver a su padre Ea para informarle de la pérdida de una nave que
llevaba «a los Anunnaki que eran cincuenta» cuando pasaban por las
cercanías de Saturno. El texto de un exorcismo que data de la
tercera dinastía de Ur nos habla de los anunna eridu ninnubi («los
cincuenta Anunnaki de la ciudad de Eridú»). Esto nos da a entender
que el grupo de nefilim que fundó Eridú bajo el mando de Enki
sumaban cincuenta. ¿No sería, pues, cincuenta el número de nefilim
que llegaba en cada grupo de aterrizaje?
Resulta, según creemos, bastante concebible que los nefilim llegaran
a la Tierra en grupos de cincuenta. A medida que las visitas a la
Tierra se hicieran regulares, coincidiendo con las oportunas épocas
de lanzamiento desde el Duodécimo Planeta, irían llegando más
nefilim. En cada ocasión, algunos de los que habían llegado primero
ascenderían en un módulo terrestre y se reunirían en la nave
espacial para un viaje a casa. Pero, con el tiempo, iría aumentando
el número de nefilim que permanecía en la Tierra, y el número de
astronautas del Duodécimo Planeta que se quedaba para colonizar la
Tierra iría creciendo desde el grupo inicial de cincuenta hasta los
«600 que en la Tierra se establecieron».
¿Cómo iban a llevar a cabo su misión los nefilim -es decir, extraer
los minerales deseados de la Tierra y enviar los lingotes al
Duodécimo Planeta- con tan pequeño número de manos?
Indudablemente, contaban con sus conocimientos científicos. Es ahí
donde todo el valor de Enki se pone de manifiesto, el motivo para
que fuera él, en vez de Enlil, el primero en aterrizar, y el motivo
para que se le asignara a él el Abzu.
Un famoso sello, que se exhibe ahora en el Museo del Louvre, muestra
a Ea con sus habituales aguas fluentes, pero, en este caso, las
aguas parecen manar, o filtrarse a través, de una serie de matraces
de laboratorio.
(Fig. 147)
Esta antigua interpretación de la asociación de Ea con las aguas
plantea la posibilidad de que los nefilim esperaran, en un primer
momento, obtener sus minerales del mar. Las aguas del océano
contienen enormes cantidades de oro y otros minerales vitales, pero
están tan diluidos que se necesitarían técnicas sumamente
sofisticadas y baratas para justificar esa «minería acuática». Se
sabe también que los fondos marinos contienen inmensas cantidades de
minerales en forma de nódulos del tamaño de ciruelas -sólo
disponibles si uno puede llegar hasta esas profundidades y
recogerlos.
Los textos antiguos hablan repetidamente de un tipo de barco que
utilizaban los dioses y al que llamaban elippu tebiti («barco
hundido» -lo que llamaríamos ahora un submarino). Ya hemos visto a
los «hombres-pez» que tenía asignados Ea. ¿Serán acaso evidencias de
los esfuerzos por sumergirse en las profundidades del océano con el
fin de extraer sus riquezas minerales? Al País de las Minas, ya lo
hemos dicho, se le llamó primero A.RA.LI -«lugar de las aguas de las
vetas brillantes». Quizás significara una tierra donde el oro se
pudiera cribar en los ríos; aunque también se podría referir a la
obtención del oro en los mares.
Si estos fueron los planes de los nefilim, parece ser que
fracasaron, pues, poco después de haber establecido sus primeros
asentamientos, a esos pocos cientos de anunnaki se les dio una tarea
inesperada y mucho más ardua: la de bajar a las profundidades de la
tierra de África y extraer los minerales necesarios de allí.
En muchos sellos cilíndricos se han encontrado representaciones en
las que se ve a los dioses en lo que parecen ser entradas a minas o
pozos mineros; en una de ellas, se ve a Ea en un lugar donde Gibil
está por encima del suelo y otro dios trabaja bajo el suelo
agachado.
(Fig.148)
En épocas posteriores, según nos desvelan los textos babilonios y
asidos, los hombres -jóvenes y viejos- eran condenados a trabajar en
las minas del Mundo Inferior. Trabajando en la oscuridad y comiendo
tierra, estaban condenados a no volver nunca más a su hogar. Éste es
el motivo por el cual el epíteto sumerio de aquel país -KUR.
UN.GI.A- adquirió la interpretación de «país sin retorno»; su
significado literal era «país donde los dioses-que-trabajan, en
profundos túneles amontonan [los minerales]». Todas las fuentes
antiguas atestiguan que el Hombre no estaba aún en la Tierra en la
época en la '' que los nefilim se establecieron en ella; y, al no
haber Humanidad, los pocos anunnaki que había en el planeta tenían
que trabajar en las minas. Ishtar, cuando bajó al Mundo Inferior,
comentó que los atareados anunnaki comían sus alimentos mezclados
con barro y bebían agua enfangada.
Con esta panorámica, no nos costará comprender un texto épico
titulado (por el versículo con el que comienza, como era la
costumbre), «Cuando los dioses, al igual, que los hombres, tenían
que trabajar».
Recomponiendo gran cantidad de fragmentos de versiones babilonias y
asirías, W. G. Lambert y A. R. Millard (Atra-Hasis: The Babylonian
Story of the Flood) pudieron ofrecer un texto continuo. Estos
investigadores llegaron a la conclusión de que el relato se basaba
en versiones sumerias más antiguas y, posiblemente, en una tradición
oral aún más primitiva sobre la llegada de los dioses a la Tierra,
la creación del Hombre y su destrucción con el Diluvio.
Muchos de los versículos sólo tienen valor literario para sus
traductores, pero para nosotros resultan altamente significativos,
pues corroboran los descubrimientos y conclusiones que hemos
expuesto en los capítulos precedentes. Por otra parte, explican
también las circunstancias que llevaron al motín de
los anunnaki.
La historia comienza cuando sólo los dioses vivían en la Tierra:
Cuando los dioses, al igual que los hombres,
tenían que trabajar y sufrir la labor-la labor de los dioses era grande,
el trabajo era pesado, la aflicción era mucha.
En aquel tiempo, relata la epopeya, las divinidades principales se
habían repartido ya los mandos entre ellos.
Anu, padre de los Anunnaki, era su Rey Celestial; su Lord Canciller era el guerrero Enlil. Su Oficial Jefe era Ninurta, y su Alguacil era Ennugi. Los dioses habían unido sus manos, habían echado suertes y habían dividido. Anu se había vuelto al cielo, [dejó] la tierra a sus subditos. Los mares, encerrados como con un lazo, se los habían dado a Enki, el príncipe.
Se establecieron siete ciudades, y el texto hace referencia a siete
anunnaki que fueron comandantes de ciudad. La disciplina debió ser
estricta, pues el texto nos cuenta que «Los siete Grandes Anunnaki.
fueron los que hicieron que los dioses menores sufrieran el
trabajo».
De todas las tareas que se les encomendaron, parece ser que la más
común, la más ardua y la más aborrecida fue la de cavar. Los dioses
menores cavaron los lechos de los ríos para hacerlos navegables,
cavaron canales para la irrigación y cavaron en el Apsu para sacar
minerales de la Tierra. Aunque disponían, indudablemente, de algunas
herramientas sofisticadas -los textos hablan del «hacha de plata que
brilla como el día», incluso bajo tierra- el trabajo era demasiado
exigente. Durante mucho tiempo -durante cuarenta «períodos», para
ser exactos- los anunnaki «sufrieron la labor»; y, después,
gritaron: ¡Basta!
Ellos se quejaban, murmuraban,
refunfuñaban en las excavaciones.
La oportunidad para el motín se les presentó, según parece, durante
una visita de Enlil a la zona minera. No desperdiciaron la ocasión,
y los anunnaki se dijeron unos a otros:
Hagamos frente a nuestro... el Oficial Jefe,
que nos libere de nuestro pesado trabajo. Al rey de los dioses, al héroe Enlil,
¡vamos a enervarle en su morada!
No tardaron en encontrar a un líder u organizador del motín. Era el
«oficial jefe antiguo», que guardaba rencor contra el actual oficial
jefe. Su nombre, por desgracia, está roto; pero su arenga está
bastante clara:
«Así pues, proclamad la guerra; vamos a combinar las hostilidades y la batalla».
La descripción del motín es tan vivida que le recuerda a uno las
(escenas de la toma de la Bastilla:
Los dioses siguieron sus palabras. Prendieron fuego a sus herramientas; fuego a sus hachas prendieron; llevaron a mal traer al dios de la minería en los túneles; lo atraparon mientras iban a la puerta del héroe Enlil.
El drama y la tensión de los acontecimientos que se exponen recobran
la vida en las palabras del antiguo poeta:
Era de noche, en mitad de la guardia.
Su casa estaba rodeada-pero el dios Enlil, no lo sabía. Kalkal [entonces] observó algo, estaba inquieto.
Pasó el cerrojo y vigiló...
Kalkal despertó a Nusku; escucharon el ruido de... Nusku despertó a su señor- le hizo salir de la cama, [diciendo]: «Mi señor, la casa está rodeada, la batalla ha llegado hasta la puerta».
La primera reacción de Enlil fue la de tomar las armas contra los
amotinados. Pero Nusku, su canciller, le sugirió un Consejo de los
Dioses:
«Transmite un mensaje para que Anu baje; que traigan a Enki a tu presencia». Él transmitió y Anu bajó; Enki también fue traído a su presencia. Con el gran Anunnaki presente, Enlil apareció ... abrió su boca y se dirigió a los grandes dioses.
Haciéndose cargo personalmente del motín, Enlil exigió saber:
«¿Es contra mí contra quien se hace? ¿Debo entablar hostilidades...? ¿Qué han visto mis propios ojos? ¡La batalla ha llegado hasta mi propia puerta!»
Anu sugirió que se llevara a cabo una investigación. Revestido con
la autoridad de Anu y de otros comandantes, Nusku fue hasta los
amotinados, que estaban acampados. «¿Quién es el instigador de la
batalla?», preguntó. «¿Quién es el provocador de las hostilidades?»
Los anunnaki se pronunciaron a una:
«¡Cada uno de nosotros ha declarado la guerra! Tenemos nuestro ... en las excavaciones; el exceso de fatigas nos ha matado, nuestro trabajo era pesado, la aflicción mucha».
Cuando Enlil escuchó de Nusku la relación de quejas, «le corrieron
las lágrimas». Enlil presentó un ultimátum: o se ejecutaba al líder
de los amotinados o él dimitía. «Coge el cargo, recupera tu poder»,
le dijo a Anu, «te seguiré al cielo». Pero Anu, que había bajado del
Cielo, se puso del lado de los anunnaki:
«¿De qué los estamos acusando? ¡Su trabajo era pesado, su aflicción era mucha! Cada día... El lamento era pesado, podríamos escuchar la queja.»
Animado por las palabras de su padre, Ea también «abrió la boca» y
repitió el resumen de Anu. Pero tenía una solución que ofrecer: ¡que
se cree un lulu, un «Trabajador Primitivo»!
«Mientras la Diosa del Nacimiento esté presente que cree un Trabajador Primitivo; que lleve él el yugo. ¡Que cargue él con el duro trabajo de los dioses!»
La sugerencia de que se creara un «Trabajador Primitivo» para que
asumiera la carga del trabajo de los anunnaki se aceptó con rapidez.
Los dioses votaron, unánimemente, crear «El Trabajador». «'Hombre'
será su nombre», dijeron:
Convocaron a la diosa y le preguntaron, la comadrona de los dioses, la sabia Mami, [y le dijeron:] «Tú eres la Diosa del Nacimiento, ¡crea Trabajadores! ¡Crea un Trabajador Primitivo, que pueda llevar el yugo! Que lleve el yugo encomendado por Enlil, ¡Que El Trabajador cargue con el trabajo duro de los dioses!»
Mami, la Madre de los Dioses, dijo que necesitaría la ayuda de Ea,
«con el cual se halla la habilidad». En la Casa de Shimti, algo
parecido a un hospital, los dioses esperaban. Ea ayudó a preparar la
mezcla de la que la Diosa Madre procedería a forjar al «Hombre». Las
diosas del nacimiento estaban presentes. La Diosa Madre siguió
trabajando mientras se recitaban ensalmos incesantemente. Al final,
gritó triunfante:
«¡He creado! ¡Mis manos lo han hecho!»
Ella «convocó a los anunnaki, a los Grandes Dioses... abrió su boca,
se dirigió a los Grandes Dioses»:
«Me mandasteis una tarea- La he terminado...
Os he quitado el duro trabajo he impuesto vuestra labor a El Trabajador, 'Hombre'. Levantasteis un grito por un Trabajador:
He soltado el yugo, os he dado la libertad.»
Los anunnaki recibieron su anuncio con entusiasmo.
«Ellos corrieron
y le besaron los pies».
A partir de entonces sería el Trabajador
Primitivo -el Hombre- «el que llevaría el yugo».
Los nefilim, después de llegar a la Tierra para establecer sus
colonias, crearon su propio estilo de esclavitud, no con esclavos
importados de otro continente, sino con Trabajadores Primitivos
forjados por ellos mismos.
Un motín de los dioses había llevado a la creación del Hombre.
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