13 - EL FIN DE
TODA CARNE
La insistente creencia del Hombre de que hubo una Edad Dorada en su
prehistoria no se puede basar en recuerdos humanos, pues el
acontecimiento había tenido lugar hacía demasiado tiempo y el Hombre
era demasiado primitivo como para conservar cualquier información
para generaciones futuras.
Si la Humanidad retuvo de algún modo una
sensación subconsciente de haber vivido en aquellos tempranos días
en una era de tranquilidad y felicidad se debe, simplemente, a_ que
el Hombre no conocía nada mejor. También se debe a que los_ relatos
de esa era no se los contaron a la Humanidad los hombres que les
precedieron, sino los mismos nefilim.
El único relato completo de los acontecimientos que le acaecieron al
Hombre después de su traslado a la Morada de los Dioses en
Mesopotamia es el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del
Edén:
Y la Deidad Yahveh plantó un huerto
en Edén, en el este; y puso allí al Adán al cual había creado. Y la Deidad Yahveh
hizo crecer del suelo todo árbol que es agradable a la vista
y bueno para comer; Y el Árbol de la Vida estaba en el huerto y el Árbol del Conocimiento del bien y del mal... Y la Deidad Yahveh tomó a Adán
y lo puso en el Jardín del Edén para que lo trabajara y lo cuidara. Y la Deidad Yahveh
mandó al Adán, diciendo: «De cualquier árbol del huerto comerás; pero del Árbol del Conocimiento del bien y del mal no comerás de él; pues a partir del día en que comas sin duda morirás».
Aunque se podía disponer de dos frutos vitales, los terrestres
tenían prohibido tomar el fruto del Árbol del Conocimiento. Hasta
ese momento, a la Deidad no parecía preocuparle que el Hombre
pudiera probar el Fruto de la Vida. Sin embargo, el Hombre no pudo
respetar siquiera una prohibición tan sencilla, y devino la
tragedia.
La idílica imagen no tardó en dar paso a unos acontecimientos
dramáticos, que los eruditos bíblicos y los teólogos llaman la Caída
del Hombre. Es un relato de mandatos divinos desobedecidos, de
mentiras divinas, de una astuta (aunque veraz) Serpiente, del
castigo y el exilio.
Apareciendo no se sabe de dónde, la Serpiente desafió las solemnes
advertencias de Dios:
Y la Serpiente... dijo a la mujer:
«¿De verdad la Deidad os ha dicho 'No comáis de ningún árbol del huerto'?» Y la mujer le dijo a la Serpiente: «De los frutos de los árboles del huerto podemos comer; es del fruto del árbol que hay en mitad del huerto que la Deidad ha dicho: 'No comeréis de él, ni lo tocaréis, no sea que muráis». Y la Serpiente le dijo a la mujer: «De ningún modo, sin duda no moriréis;
es que la Deidad sabe bien que el día que comiereis
los ojos se os abrirán y seríais como la Deidad- conocedores del bien y el mal». Y la mujer vio que el árbol era bueno para comer
y que era apetecible de contemplar; y el árbol era deseable para lograr sabiduría; y tomó de su fruto y comió, y dio también a su pareja, y él comió. Y los ojos de ambos se abrieron,
y supieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera, y se hicieron taparrabos.
Leyendo y releyendo el conciso, aunque preciso, relato, uno no puede
evitar preguntarse de qué iba todo este asunto. A pesar de la
prohibición, bajo amenaza de muerte, de tocar siquiera el Fruto del
Conocimiento, los dos terrestres son persuadidos para dar el paso y
comerse aquello que les permitiría «conocer» como la Deidad. Y, sin
embargo, todo lo que sucedió fue que, repentinamente, se dieron
cuenta de que estaban desnudos.
De hecho, el estado de desnudez es un aspecto importante en todo
este incidente. El relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del
Edén se inicia con la afirmación: «Y ambos estaban desnudos, el Adán
y su compañera, y no estaban avergonzados». Tenemos que comprender
que ambos estaban en un estadio del desarrollo humano inferior al de
unos seres humanos plenamente desarrollados: no sólo estaban
desnudos, sino que no eran conscientes de las implicaciones de
tal desnudez.
Un examen ulterior del relato bíblico sugiere que el tema tratado
aquí es el de la adquisición del Hombre de alguna proeza sexual. El
«conocimiento» que se le impedía al Hombre no era algún tipo de
información científica, sino algo relacionado con el sexo masculino
y femenino; pues, tan pronto como el Hombre y su compañera
adquirieron el «conocimiento», «supieron que estaban desnudos» y se
cubrieron los órganos genitales.
Lo que aparece a continuación en la narración bíblica confirma la
conexión entre la desnudez y la falta de conocimiento, pues la
Deidad no se demora nada en asociar una cosa con otra:
Y ellos oyeron el sonido de la Deidad Yahveh
caminando en el huerto con la brisa del día, y el Adán y su compañera se escondieron de la Deidad Yahveh entre los árboles del huerto. Y la Deidad Yahveh llamó al Adán
y dijo: «¿Dónde estás?». Y él respondió: «Tu sonido oí en el huerto y tuve miedo, pues estoy desnudo; y me escondí». Y Él dijo: «¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te mandé que no comieras?».
Admitiendo la verdad, el Trabajador Primitivo echó la culpa a su
compañera, quien, a su vez, culpó a la Serpiente. Enormemente
enojado, la Deidad maldijo a la Serpiente y a los dos terrestres.
Después -sorprendentemente- «la Deidad Yahveh hizo para Adán y su
mujer prendas de pieles, y los vistió».
No se puede suponer, con un mínimo de seriedad, que el propósito de
todo el incidente -que llevó a la expulsión de los terrestres del
Jardín del Edén- fuera explicar de una forma dramática de qué forma
acabó por vestirse el Hombre. Ponerse ropa no era más que una
manifestación externa del nuevo «conocimiento». La adquisición de
tal «conocimiento», y los intentos de la Deidad por privar al Hombre
de él, son los temas centrales de los acontecimientos.
Aunque no se ha encontrado todavía ningún homólogo mesopotámico del
relato bíblico, poca duda puede haber de que el relato, como todo el
material bíblico relativo a la Creación y a la prehistoria del
Hombre, tenía un origen sumerio. Tenemos el emplazamiento: la Morada
de los Dioses en Mesopotamia. Tenemos el revelador juego de palabras
en el nombre de va (<<ella de vida», «ella de costilla»). Y tenemos
dos árboles importantes, el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la
Vida, como en la morada de Anu.
Incluso las palabras de la Deidad reflejan un origen sumerio, pues
la Deidad hebrea única se vuelve a deslizar en el plural,
dirigiéndose a colegas divinos que no aparecen en la Biblia, sino en
los textos sumerios:
Entonces dijo la Deidad Yahveh: «He aquí, el Adán ha venido a ser como uno de nosotros,
a conocer el bien y el mal. Y ahora, ¿no podría alargar la mano y tomar parte también del Árbol de la Vida,
y comer, y vivir para siempre?». Y la Deidad Yahveh expulsó al Adán
del huerto del Edén.
Como se puede ver en
muchas representaciones sumerias primitivas, hubo un tiempo en que
el Hombre, como Trabajador Primitivo, servía a sus dioses en cueros.
Estaba desnudo, tanto si servía a los dioses su comida y su bebida,
como si trabajaba en los campos o en labores de construcción.
(Fig. 154,155)
La implicación clara es que el estatus del Hombre con relación a los
dioses no era muy diferente del de los animales domésticos. Los
dioses no habían hecho más que mejorar un animal existente para
satisfacer sus necesidades. ¿Acaso la falta de «conocimiento» no
significaría que, desnudo como un animal, el recién creado ser se
dedicaba al sexo como, o con, los animales? Algunas representaciones
primitivas indican que éste pudo ser el caso.
(Fig. 156)
Textos sumerios como «La Epopeya de Gilgamesh» sugieren que el
comportamiento en la relación sexual era lo que marcaba la
distinción entre el Hombre-salvaje y el Hombre-humano. Cuando el
pueblo de Uruk quiso civilizar al salvaje Enkidu -«el bárbaro de las
profundidades de las estepas»- se hicieron con los servicios de una
«chica de placer» y la enviaron para que se encontrara con Enkidu en
el hoyo de agua en el que solía entablar amistad con otros animales,
para ofrecerle allí su «madurez».
El texto da a entender que el punto crucial del proceso de
«civilización» de Enkidu fue el que los animales con los que había
entablado amistad le rechazaran a él. El pueblo de Uruk le dijo a la
chica que lo importante era que no dejara de invitarlo a aquel
«trabajo de mujer» hasta que «las bestias salvajes que crecían en su
estepa lo rechazaran». El prerrequisito para considerar que Enkidu
se había hecho humano era que dejara la sodomía.
La muchacha liberó sus bestias, se desnudó el busto, y él tomó posesión de la madurez de ella...
Ella invitó al salvaje a un trabajo de mujer.
Aparentemente, la estratagema funcionó. Después de seis días y siete
noches, «después de que él se llenara de los encantos de ella», se
acordó de sus antiguos compañeros de juegos.
Se volvió hacia sus bestias salvajes; pero,
al verlo, las gacelas huyeron. Las bestias salvajes de la estepa
se alejaron de su cuerpo.
La afirmación es explícita. La relación sexual humana provocó un
cambio tan profundo en Enkidu que los animales con los que tenía
amistad «se alejaron de su cuerpo». No sólo huyeron, sino que
también rehuyeron el contacto físico con él.
Asombrado, Enkidu se quedó inmóvil durante un rato, «pues sus
animales salvajes se habían ido». Pero no lamentó el cambio, pues,
como explica el antiguo texto:
Ahora tenía visión, una comprensión más amplia...
La prostituta le dice a él, a Enkidu: «Tienes conocimiento, Enkidu;
¡te has hecho como un dios!».
Las palabras en este texto mesopotámico son casi idénticas a las del
relato bíblico de Adán y Eva. Tal como había predicho la Serpiente,
al comer del Árbol del Conocimiento, se habían hecho -en materia
sexual- «como la Deidad -conocedores del bien y el mal».
Si esto tan sólo significa que el Hombre había llegado a reconocer
que tener relaciones sexuales con animales era incivilizado o malo,
¿por qué Adán y Eva fueron castigados por abandonar la sodomía? El
Antiguo Testamento está repleto de admoniciones contra la sodomía, y
es inconcebible que el aprendizaje de una virtud pudiera provocar la
cólera divina.
El «conocimiento» que el Hombre obtuvo en contra de los deseos de la
Deidad -o de una de las deidades- debe haber sido de una naturaleza
más profunda. Era algo bueno para el Hombre, pero algo que sus
creadores no deseaban que tuviera.
Hemos leído detenidamente entre líneas la maldición contra Eva para
captar el significado del acontecimiento:
Y a la mujer le dijo: «Multiplicaré enormemente tus sufrimientos por tu embarazo. Sufriendo tendrás los hijos, pero para tu compañero será tu deseo»... Y el Adán llamó a su mujer «Eva», pues ella fue la madre de todos los vivientes.
Éste es, ciertamente, el acontecimiento trascendental que se nos.
transmite en el relato bíblico; mientras Adán y Eva carecieron de
«conocimiento», vivieron en el Jardín del Edén sin descendencia. Al
obtener el «conocimiento», Eva consiguió la capacidad (y el dolor
de quedarse embarazada y tener hijos. Solo después de que la pareja
hubiera adquirido este «conocimiento», «Adán conoció a Eva, su
mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín».
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, el término «conocer» se
utiliza para significar la relación sexual, normalmente entre un
hombre y su esposa, con el propósito de tener hijos. El relato de
Adán y Eva en el Jardín del Edén es la historia de un paso crucial
en el desarrollo del Hombre: la adquisición de la capacidad de
procrear.
No debería de sorprendernos que los primeros representantes del Homo
sapiens no fueran capaces de reproducirse. Fuera cual fuera el
método que utilizaran los nefilim para infundir su material genético
en la estructura biológica de los homínidos que seleccionaran para
este objetivo, el nuevo ser no dejaría de ser un híbrido, un cruce
entre dos especies que, aunque emparentadas, eran diferentes. Al
igual que la muía (un cruce de yegua y asno), los mamíferos híbridos
son estériles. A través de la inseminación artificial e, incluso, de
métodos más sofisticados de ingeniería biológica, podemos producir
antas mulas como deseemos, incluso sin la relación sexual entre asno
y yegua; pero ninguna mula puede procrear y engendrar otra mula.
¿No será que, al principio, los nefilim se dedicaban simplemente a
producir «mulas humanas» para satisfacer sus requerimientos?
En las montañas del sur de Elam, se encontró una roca tallada en la
que hay una escena que nos despierta la curiosidad. En ella, hay una
deidad sentada que sostiene un matraz «de laboratorio» del cual
fluye un líquido -una representación familiar de Enki. Junto a él,
hay una Gran Diosa también sentada, postura que indica que se trata
de una colaboradora más que de una esposa; no podía ser otra que
Ninti, la Diosa Madre o Diosa del Nacimiento. Ambos están
flanqueados por diosas menores -una reminiscencia de las diosas del
nacimiento de los relatos de la Creación. Delante de estos creadores
del Hombre hay filas y filas de seres humanos, cuyo rasgo más
notable es que todos ellos parecen iguales -como hechos en un mismo
molde.
(Fig. 157)
Un relato sumerio atrae, una vez más, nuestra atención. Es el relato
de los machos y las hembras imperfectos que engendraron en sus
inicios Enki y la Diosa Madre, seres que o bien no tenían sexo o
eran sexualmente incompletos. ¿Estará recordando este texto la
primera fase de la existencia del híbrido Hombre, un ser a imagen y
semejanza de los dioses, pero sexualmente incompleto, carente de
«conocimiento»?
Después de que Enki se las ingeniara para hacer un «modelo perfecto»
-Adapa/Adán-, en los textos sumerios se describen técnicas de
«producción en masa»: la implantación de óvulos genéticamente
tratados en una «producción en línea» de diosas del nacimiento,
sabiendo de antemano que la mitad engendrarían varones y la otra
mitad hembras. Esto no sólo está hablando de la técnica por la cual
el híbrido Hombre fue «manufacturado»; también implica que el Hombre
quizás no procreara por sí mismo.
Se ha descubierto recientemente que la incapacidad de los híbridos
para procrear proviene de un déficit en las células reproductoras.
Aunque todas las células contienen sólo una serie de cromosomas
hereditarios, el Hombre y otros mamíferos pueden reproducirse porque
tienen dos series de cromosomas en sus células sexuales (el esperma
masculino y el óvulo femenino). Pero los híbridos carecen de este
rasgo único. En la actualidad, se están haciendo pruebas en
ingeniería genética para proporcionar a los híbridos una doble serie
de cromosomas en sus células reproductoras, con el fin de hacerlos
sexualmente «normales».
¿Fue eso lo que el dios cuyo epíteto era «La Serpiente» hizo con la
Humanidad?
La Serpiente bíblica no era, claro está, una humilde y literal
serpiente, pues pudo conversar con Eva, sabía la verdad acerca del
tema del «conocimiento» y debía tener la suficiente categoría como
para no vacilar en dejar por mentiroso a la deidad. Recordemos que,
en todas las tradiciones de la antigüedad, la deidad jefe combatía
con un adversario Serpiente -un cuento cuyas raíces se remontan,
indudablemente, a los dioses sumerios.
El relato bíblico revela muchas pistas de su origen sumerio, incluía
la presencia de otras deidades: «El Adán se ha hecho como uno de
nosotros». La posibilidad de que los antagonistas bíblicos -la
Deidad y la Serpiente- sean Enlil y Enki se nos antoja del todo
posible.
Como hemos descubierto, su antagonismo se origina en el momento de
la transferencia del mando de la Tierra a Enlil, aunque Enki había
sido el verdadero pionero. Mientras Enlil estaba en el confortable Centro de Control de la Misión de Nippur, Enki fue enviado a
organizar las operaciones mineras del Mundo Inferior. El motín de
los anunnaki fue dirigido contra Enlil y contra su hijo, Ninurta; el
dios que habló a favor de los amotinados fue Enki. También fue Enki
el que sugirió, y llevó a cabo, la creación de los Trabajadores
Primitivos; Enlil tuvo que usar la fuerza para obtener algunas de
estas maravillosas criaturas. A medida que los textos sumerios van
tomando nota del curso de los acontecimientos humanos, Enki emerge,
por regla general, como el protagonista de la Humanidad, mientras
que Enlil es el que le impone disciplina a los nuevos seres, cuando
no se convierte en su claro antagonista. El papel de una deidad que
desea mantener a los nuevos seres humanos sexualmente reprimidos, y
el de una deidad que desea y es capaz de ofrecerle a la Humanidad el
fruto del «conocimiento», les encajan a la perfección a Enlil y a
Enki respectivamente.
Una vez más, los juegos de palabras sumerios y bíblicos vienen en
nuestra ayuda. La palabra bíblica para «Serpiente» es nahash. Pero
esta palabra proviene de la raíz NHSH, que significa «descifrar,
descubrir»; de manera que nahash también podría significar «el que
puede descifrar, el que descubre cosas», un epíteto correspondiente
a Enki, el científico jefe, el Dios del Conocimiento de los nefilim.
Trazando paralelismos entre el relato mesopotámico de Adapa (que
obtuvo el «conocimiento», pero fracasó en conseguir la vida eterna)
y el destino de Adán, S. Langdon (Semitic Mythology)
reprodujo una imagen descubierta en Mesopotamia que trasluce
fuertemente el relato bíblico: una serpiente enroscada en un árbol,
señalando su fruto. Los símbolos celestes son significativos: en lo
alto está el Planeta del Cruce, que simboliza a Anu; cerca de la
serpiente esta el creciente de la Luna, que simboliza a Enki.
(Fig. 158)
Más relevante para nuestros descubrimientos es el hecho de que, en
los textos mesopotámicos, el dios que finalmente concedía el
«conocimiento» a Adapa no era otro más que Enki:
Una considerable comprensión perfeccionó para él...
La sabiduría [le había dado]... A él le había dado Conocimiento;
La Vida Eterna no se la había dado.
Existe una historia ilustrada, grabada en un sello
cilíndrico
encontrado en Mari, que es muy posible que represente una antigua
versión mesopotámica del relato del Génesis. El grabado muestra a un
gran dios sentado en un terreno elevado que emerge de las aguas -una
representación obvia de Enki. Unas serpientes que echan chorros de
agua salen de ambos lados del «trono».
Flanqueando a esta figura central, hay dos dioses con aspecto de
árbol. El de la derecha, que tiene ramas que terminan con forma de
pene, sostiene un cuenco donde, presumiblemente, se encuentra el
Fruto de la Vida. El de la izquierda, cuyas ramas terminan en forma
de vagina, ofrece ramas cargadas de fruto, representando al Árbol
del «Conocimiento» -el don de la procreación dado por el dios.
Al lado de esta figura, de pie, hay otro Gran Dios; creemos que se
trata de Enlil. Su enfado con Enki es obvio.
(Fig. 159)
Nunca sabremos lo que provocó este «conflicto en el Jardín del
Edén». Pero, fueran cuales fueran los motivos de Enki, consiguió
perfeccionar al Trabajador Primitivo y crear al Homo sapiens, que, a
partir de entonces, tendría su propia descendencia.
Después de que el Hombre adquiriera el «conocimiento», el Antiguo
Testamento deja de referirse a él como «el Adán», y toma al sujeto,
Adán, una persona concreta, como el primer patriarca de la línea del
pueblo del que se ocupa la Biblia. Pero esta mayoría de edad de la
Humanidad marcó también un cisma entre Dios y el Hombre.
La separación de caminos, donde el Hombre ya no era un siervo mudo
de los dioses, sino una persona que se cuidaba de sí misma, no se
atribuye en el Libro del Génesis a una decisión del Hombre mismo,
sino a la imposición de un castigo por parte de la Deidad: para que
el terrestre no consiga escapar de la mortalidad, se le expulsará
del Jardín del Edén. Según estas fuentes, la existencia
independiente del Hombre no comenzó en el sur de Mesopotamia, donde
los nefilim habían establecido sus ciudades y huertos, sino en el
este, en los Montes Zagros: «Y expulsó al Adán y le hizo vivir al
este del Jardín del Edén».
Así pues, una vez más, la información bíblica se acopla a los
descubrimientos científicos: la cultura humana comenzó en las zonas
montañosas que bordean la llanura mesopotámica. ¡Qué lástima que la
narración bíblica sea tan breve, pues trata de lo que fue la primera
vida civilizada del Hombre en la Tierra!
Arrojado de la Morada de los Dioses, condenado a una vida mortal,
pero capaz de procrear, el Hombre se dedicó precisamente a eso. El
primer Adán de cuyas generaciones se ocupa el Antiguo Testamento
«conoció» a su mujer Eva, y tuvieron un hijo, Caín, que labraba la
tierra. Después, Eva tuvo a Abel, que era pastor. Insinuando a la
homosexualidad como causa, la Biblia dice que «Caín se levantó
contra su hermano Abel y lo mató».
Temiendo por su vida, la Deidad le dio una señal protectora a Caín y
le ordenó que se fuera más hacia el este. Al principio, llevó una
vida nómada hasta que, finalmente, se estableció en «el País de la
Emigración, bastante al este de Edén». Allí tuvo un hijo al que
llamó Henoc («inauguración»), «y construyó una ciudad, y le puso por
nombre a la ciudad el nombre de su hijo». Henoc, a su vez, tuvo
hijos, nietos y bisnietos. En la sexta generación después de Caín,
nació Lámek; a sus tres hijos se les considera en la Biblia como los
portadores de la civilización: Yabal «fue el padre de los que
habitan en tiendas y crían ganado»; Yubal «fue el padre de los que
tocan la lira y el arpa»; Túbal Caín fue el primer herrero.
Pero Lámek, al igual que su antepasado Caín, también se vio
involucrado en el asesinato -esta vez de un hombre y de un muchacho.
Se puede afirmar con seguridad que las víctimas no eran unos
humildes extraños, pues el Libro del Génesis le da vueltas al
incidente y lo considera un punto crucial en el linaje de Adán. La
Biblia dice que Lámek llamó a sus dos esposas, madres de sus tres
hijos, y les confesó el doble asesinato, diciendo: «Si Caín es siete
veces vengado, Lámek será setenta y siete veces». Habría que aceptar
que esta poco comprendida afirmación tenía que ver con la sucesión;
Lámek parece admitir ante sus esposas que la esperanza de que la
maldición de Caín quedará redimida con la séptima generación (la
generación de sus hijos) se ha quedado en nada. Ahora, una nueva
maldición, una maldición mucho más duradera, se le ha impuesto a la
casa de Lámek.
Para confirmar que el acontecimiento tenía que ver con la línea de
sucesión, los versículos siguientes nos informan del establecimiento
inmediato de un nuevo linaje, de un linaje puro:
Y Adán conoció a su mujer de nuevo y ella dio a luz un hijo y le puso por nombre Set [«fundación»], pues la Deidad ha fundado para mí otra semilla en lugar de Abel, al que mató Caín.
A partir de aquí, el Antiguo Testamento pierde todo el interés en Ja
corrompida línea de Caín y de Lámek. El relato en curso de los
acontecimientos humanos se fija, a partir de entonces, en el linaje
de Adán a través de su hijo Set y el primogénito de Set, Enós, cuyo
nombre ha adquirido en hebreo la connotación genérica de «ser
humano». «Fue entonces», nos dice el Génesis, «cuando se comenzó a
invocar el nombre de la Deidad».
Esta enigmática afirmación ha desconcertado a los eruditos bíblicos
y a los teólogos a lo largo de los siglos. Viene seguido por un
capítulo en que se da la genealogía de Adán a través de Set y Enós a
lo largo de diez generaciones y finalizando con Noé, el héroe del
Diluvio.
Los textos sumerios, que describen los tiempos primitivos, cuando
los dioses estaban solos en Sumer, describen con igual precisión la
vida de los humanos en Sumer en un tiempo posterior, pero antes del
Diluvio. El relato sumerio (el original) del Diluvio tiene por «Noé»
a un «Hombre de Shuruppak», la séptima ciudad fundada por los
nefilim cuando llegaron a la Tierra.
Así pues, en algún momento, a los seres humanos -desterrados del
Edén- se les permitió volver a Mesopotamia para vivir junto a los
dioses, para servirles y adorarles. Según interpretamos la
afirmación bíblica, esto debió suceder en tiempos de Enós. Debió de
ser entonces cuando los dioses permitieron a la Humanidad volver a
Mesopotamia, para servir a los dioses «e invocar el nombre de la
deidad».
Ansiando entrar en el siguiente acontecimiento épico de la saga
humana, el Diluvio, el Libro del Génesis nos da poca información,
aparte de los nombres, de los patriarcas que siguieron a Enós. Pero
el significado del nombre de cada patriarca puede darnos algún
atisbo de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el tiempo
que vivieron.
El hijo de Enós, a través del cual continuó el linaje puro, fue
Cainán («pequeño Caín»); algunos estudiosos traducen el nombre por
«herrero del metal». El hijo de Cainán fue Mahalalel («el que alaba
a dios»). Éste fue seguido por Jared («el que descendió»); su hijo
fue Henoc («el consagrado»), que a la edad de 365 años se lo llevó
la Deidad. Pero trescientos años antes, a la edad de 65 años, Henoc
tuvo un hijo llamado Methuselah; muchos expertos, siguiendo a Lettia
D. Jeffreys {Ancient Hebrew Names: Their Significance and Historica!
Value), traducen Methuselah como «hombre del proyectil», «del
misil».
El hijo de Methuselah se llamó Lámek, que significa «el que se
humilló». Y Lámek engendró a Noah («respiro»), diciendo:
«Que éste
nos consuele de nuestro trabajo y del sufrimiento de nuestras manos
por causa de la tierra que maldijo la deidad».
Parece ser que la Humanidad estaba pasando por grandes privaciones
cuando nació Noé. Los afanes y el duro trabajo no llevaban a ninguna
parte, pues la Tierra, que tenía que alimentarles, estaba maldita.
El escenario del Diluvio estaba montado -el trascendental
acontecimiento que iba a borrar de la faz de la Tierra no sólo a la
raza humana sino a toda la vida en la tierra y en los cielos.
Y la Deidad vio que la maldad del Hombre
era grande en la tierra, y que todo deseo que ideaba su corazón
era sólo mal, todos los días. Y la Deidad se arrepintió de haber hecho al Hombre
sobre la tierra, y Su corazón se apenó. Y la Deidad dijo: «Exterminaré al terrestre que he creado
de la faz de la tierra».
Son, éstas, graves acusaciones, presentadas como justificación para
unas drásticas medidas que tenían que llevar al «fin de toda carne».
Pero carecen de especificidad, y ni estudiosos ni teólogos
encuentran respuestas satisfactorias en lo referente a los pecados o
«violaciones» que pudieran haber disgustado tanto a la Deidad.
El uso insistente del término carne, tanto en los versículos
acusatorios como en las proclamaciones del juicio, sugiere, claro
está, que las corrupciones y las violaciones tenían que ver con la
carne. La Divinidad estaba apenada por el mal «deseo que ideaba el
Hombre». Parece ser que el Hombre había descubierto el sexo, y se
había convertido en un maníaco sexual.
Pero resulta difícil de aceptar que la Divinidad decidiera barrer a
la Humanidad de la faz de la Tierra, simplemente, porque los hombres
hacían demasiado el amor con sus esposas. Los textos mesopotámicos hablan libre y elocuentemente del sexo y del acto sexual
entre los dioses.
Hay textos en los que se describe el tierno amor entre los dioses y
sus consortes, el amor ilícito entre una doncella y su amante, o el
amor violento (como cuando Enlil violó a Ninlil). En muchísimos
textos se habla del acto sexual y de la relación sexual entre los
dioses, con sus consortes oficiales o con concubinas no oficiales,
con sus hermanas, con sus hijas e, incluso, con sus nietas (hacer el
amor con estas últimas era el pasatiempo favorito de Enki). Los
dioses difícilmente se habrían vuelto contra la Humanidad por
comportarse como ellos mismos se comportaban.
Nos da la impresión de que el móvil de la Deidad no era meramente
una cuestión de moral humana. La mayor parte del disgusto venía
provocada porque la corrupción se estaba difundiendo entre los
mismos dioses. Visto bajo esta luz, el significado de los
desconcertantes versículos iniciales del capítulo 6 del Génesis
quedaría claro:
Y sucedió, cuando los terrestres comenzaron a crecer en número sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas, que los hijos de los dioses vieron que las hijas de los terrestres eran compatibles; y tomaron para sí por esposas a las que eligieron.
Estos versículos dejan claro que, cuando los hijos de los dioses
empezaron a relacionarse sexualmente con la descendencia de los
terrestres, fue cuando la Deidad grito: «¡Basta!»
Y la Deidad dijo:
«Mi espíritu no protegerá al Hombre para siempre;
después de extraviarse, él no es más que carne».
Esta frase ha sido un enigma durante milenios. Pero, leída a la luz
de nuestras conclusiones, referentes a la manipulación genética que
puso en marcha la creación del Hombre, estos versículos traen un
mensaje para nuestros propios científicos. El «espíritu» de los
dioses -su perfeccionamiento genético de la Humanidad- estaba
empezando a deteriorarse. La Humanidad se había «extraviado»,
volviendo a ser, de este modo, «nada más que carne» -más cerca de
sus orígenes animales, simios.
Ahora podemos comprender el énfasis que pone el Antiguo Testamento
en la distinción entre Noé, «un hombre justo... puro en sus
genealogías», y «toda la tierra que estaba corrupta». Al casarse con
hombres y mujeres de pureza genética decreciente, los dioses estaban
cayendo también en el deterioro. Al señalar que sólo Noé seguía
siendo genéticamente puro, el relato bíblico justifica la
contradicción de la Deidad: después de decidir borrar toda vida de
la faz de la Tierra, decidió salvar a Noé y a sus descendientes, y a
«todo animal puro», y otras bestias y aves, «para que sobreviva la
simiente de toda la faz de la tierra».
El plan de la Divinidad para frustrar su propio objetivo inicial
consistió en avisar a Noé de la llegada de la catástrofe, y
dirigirle en la construcción de un arca que portara a la gente y a
las criaturas que había que salvar. La noticia se le dio a Noé siete
días antes y, de algún modo, se las apañó para construir el arca e
impermeabilizarla, recoger a todas las criaturas y subirlas a bordo,
junto con su familia, y para aprovisionar el arca en el tiempo
previsto. «Y sucedió, después de siete días, que las aguas del
Diluvio vinieron sobre la tierra». Lo que sucedió lo describe mejor
la Biblia con sus propias palabras:
Aquel día,
reventaron todas las fuentes del gran abismo, y las compuertas de los cielos se abrieron... Y el Diluvio estuvo cuarenta días sobre la Tierra,
y las aguas crecieron y levantaron el arca, y se elevó por encima de la tierra. Y las aguas se hicieron más fuertes y crecieron enormemente sobre la tierra,
y el arca flotó sobre las aguas. Y las aguas se hicieron excesivamente fuertes sobre la tierra y todas las montañas altas fueron cubiertas,
aquellas que están bajo todos los cielos: quince codos por encima de ellas imperó el agua,
y las montañas fueron cubiertas. Y toda carne pereció... desde el hombre hasta los ganados y hasta las cosas reptantes y las aves del cielo fueron barridos de la Tierra; y sólo quedó Noé, y los que estaban con él en el arca.
Las aguas imperaron sobre la Tierra 150 días cuando la Divinidad…
hizo pasar un viento sobre la Tierra,
y las aguas se calmaron. Y las fuentes del abismo se cerraron, al igual que las compuertas de los cielos;
y la lluvia del cielo cesó. Y las aguas comenzaron a retroceder sobre la Tierra,
yendo y viniendo. Y después de ciento cincuenta días,
las aguas habían menguado; y el arca descansaba sobre los Montes de Ararat.
Según la versión bíblica, la ordalía de la Humanidad comenzó «en el
año seiscientos de la vida de Noé, en el segundo mes, en el
decimoséptimo día del mes». El arca descansó sobre los Montes de
Ararat «en el séptimo mes, en el decimoséptimo día del mes». El
aumento de las aguas y su gradual «retroceso» -lo suficiente como
para que el descenso de nivel permitiera que el arca se posara sobre
los picos de Ararat- llevó, por tanto, cinco meses enteros. Después,
«las aguas siguieron bajando, hasta que los picos de las montañas»
-y no sólo los altísimos Ararats- «pudieron verse en el undécimo día
del décimo mes», casi tres meses después.
Noé esperó otros cuarenta días. Después, soltó un cuervo y una
paloma «para ver si las aguas habían menguado de la superficie
terrestre». En el tercer intento, la paloma volvió con una rama de
olivo en la boca, indicando que las aguas habían retrocedido lo
suficiente como para que se pudieran ver las copas de los árboles.
Pocos días después, Noé soltó a la paloma una vez más, «pero ya no
volvió». El Diluvio había terminado.
Y Noé retiró la cubierta del Arca
y miró, y he aquí: la superficie del suelo estaba seca.
«En el segundo mes, en el vigésimo séptimo día del mes, quedó seca
la tierra». Noé tenía 601 años. La ordalía había durado un año y
diez días.
Después, Noé y todos los que estaban con él en el arca salieron. Y
Noé construyó un altar y ofreció holocaustos a la Deidad.
Y la Deidad aspiró el tentador aroma
y dijo en su corazón: «Nunca más maldeciré a la tierra seca por causa del terrestre; pues el deseo de su corazón es malo desde su juventud».
El «final feliz» es un cúmulo de contradicciones, al igual que la
misma historia del Diluvio. Comienza con una larga acusación a la
Humanidad por distintas abominaciones, entre las que habría que
incluir la corrupción de la pureza de los jóvenes dioses. Se llega a
la trascendente decisión de exterminar toda carne y parece
plenamente justificada. Después, la misma Deidad se apresura en no
más de siete días para asegurarse de que la semilla de la Humanidad
y otras criaturas no perecerán. Y, luego, cuando el trauma ha
terminado, la Deidad se apacigua con el aroma de la carne asada y,
olvidando su determinación original de poner fin a la Humanidad,
deja de lado todo el asunto con una excusa, culpando a los malos
deseos del Hombre en su juventud.
Estas fastidiosas dudas acerca de la veracidad de la historia se
disuelven, no obstante, cuando nos damos cuenta de que el relato
bíblico es una versión reducida del relato original sumerio. Como en
otros casos, la Biblia monoteísta ha comprimido en una sola Deidad
los papeles representados por varios dioses que no siempre estaban
de acuerdo.
La historia bíblica del Diluvio estuvo aislada hasta que se hicieron
los descubrimientos arqueológicos de la civilización mesopotámica y
se pudieron descifrar los textos de la literatura acadia y sumeria.
Hasta ese momento, sólo se había visto refrendada por primitivas
leyendas dispersas por todo el mundo. El descubrimiento de «La
Epopeya de Gilgamesh» le dio al Diluvio del Génesis una compañía más
antigua y venerable, fortalecida más tarde con otros descubrimientos
de textos y fragmentos, aun más antiguos, pertenecientes a la
versión original sumeria.
El héroe del Diluvio mesopotámico era Ziusudra, en sumerio
(Utnapistim en acadio), que, después del Diluvio, fue llevado a la
Morada Celeste de los Dioses para vivir allí felizmente para
siempre. Cuando, en su búsqueda de la inmortalidad, Gilgamesh llegó
por fin al lugar, pidió consejo a Utnapistim sobre el tema de la
vida y la muerte. Y Utnapistim le desveló a Gilgamesh -y, a través
de él, a toda la Humanidad postdiluviana- el secreto de su
supervivencia, «una materia oculta, un secreto de los dioses» -la
verdadera historia (se podría decir) de la Gran Inundación.
El secreto revelado por Utnapistim fue que, antes de la acometida
del Diluvio, los dioses tuvieron una asamblea y votaron sobre la
destrucción de la Humanidad. El voto y la decisión se mantuvieron en
secreto, pero Enki buscó a Utnapistim, el soberano de Shuruppak,
para informarle de la inminente calamidad. De forma clandestina,
Enki le habló a Utnapistim desde detrás de un biombo de junco. Al
principio, sus revelaciones fueron crípticas. Después, su
advertencia y su consejo se especificaron con claridad:
Hombre de Shuruppak, hijo de Ubar-Tutu:
¡Echa abajo la casa, construye un barco! ¡Renuncia a las posesiones, salva tu vida!
¡Abjura de tus pertenencias, salva tu alma! Lleva a bordo la simiente de todas las cosas vivas; el barco que has de construir- sus dimensiones se habrán de medir.
El paralelismo con la historia bíblica es obvio: un Diluvio está a
punto de llegar; a un Hombre se le advierte; tiene que salvarse
construyendo un barco especial; ha de llevar con él y salvar «la
simiente de todas las cosas vivas». Sin embargo, la versión
babilónica es más plausible. La decisión de destruir y el esfuerzo
por salvar no son los actos contradictorios de una misma y única
Divinidad, sino los actos de diferentes deidades. Además, la
decisión de advertir y salvar la semilla del Hombre es el desafiante
acto de un dios (Enki), que actúa en secreto y en contra de la
decisión conjunta de los otros Grandes Dioses.
Por qué se arriesgó Enki a desafiar al resto de dioses? ¿Fue él el
único implicado en la conservación de sus «asombrosas obras de
arte», o habría que encuadrar su acto en el marco de la creciente
rivalidad y enemistad entre él y su hermano mayor Enlil?
La existencia de un conflicto de este tipo entre ambos hermanos
destaca en la historia del Diluvio.
Utnapistim le hizo a Enki la pregunta obvia: ¿Cómo iba él,
Utnapistim, a explicar al resto de ciudadanos de Shuruppak la
construcción de una embarcación tan extraña y el abandono de todas
sus posesiones? Enki le aconsejó:
Así les debes hablar a ellos: «He sabido que Enlil me es hostil, de manera que ya no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mis pies en territorio de Enlil. Por tanto, al Apsu bajaré, para morar con mi Señor Ea».
Así pues, la excusa fue que, como seguidor de Enki, Utnapistim no
podía seguir viviendo en Mesopotamia, y que estaba construyendo un
barco con el que pretendía ir hasta el Mundo Inferior (el sur de
África, según nuestros descubrimientos) para vivir allí con su
Señor, Ea/Enki. Los versos que vienen a continuación sugieren que la
zona estaba padeciendo una sequía o una hambruna; Utnapistim
(siguiendo el consejo de Enki) fue a asegurar a los residentes de la
ciudad que, si Enlil le veía partir, «la tierra se volverá a llenar
de ricas cosechas». Esta excusa tenía sentido para los otros
habitantes de la ciudad.
Así engañada, la gente de la ciudad no hizo preguntas, sino que
hasta llegó a echar una mano en la construcción del arca. Matando y
sirviéndoles bueyes y ovejas «todos los días», y prodigándose en
«mosto, vino tinto, aceite y vino blanco», Utnapistim los animó a
trabajar más rápido. Hasta los niños llevaban betunes para
impermeabilizar la nave.
«Al séptimo día, el barco estaba terminado. La botadura fue muy
dificultosa, de modo que tuvieron que mover los tablones del suelo
arriba y abajo, hasta dos tercios de la estructura tenía que entrar
en el agua» del Eufrates. Después, Utnapistim subió a bordo a toda
su familia y parientes, junto con «todo lo que yo tenía de todas las
criaturas vivas», así como «los animales del campo, las bestias
salvajes del campo».
La similitud con el relato bíblico -incluso en los siete días de la
construcción- es clara. No obstante, yendo un paso más allá que Noé,
Utnapistim también subió a escondidas a todos los artesanos que le
habían ayudado en la construcción del barco.
Él también tenía que subir a bordo, pero cuando se diera cierta
señal; una señal cuya naturaleza Enki le había revelado también: el
«momento indicado» lo marcaría Shamash, la deidad encargada de los
cohetes ígneos. Ésta fue la orden de Enki:
«¡Cuando Shamash, que da la orden del temblor al anochecer, haga caer una lluvia de erupciones, sube a bordo de tu barco y atranca la entrada!»
Y nos quedamos dándole vueltas a la conexión entre lo que parece el
encendido de un cohete espacial por parte de Shamash y la llegada
del momento en que Utnapistim se meta en el arca y selle la entrada.
Pero el momento llegó; el cohete provocó un «temblor al anochecer»,
hubo una lluvia de erupciones y Utnapistim «atrancó todo el barco» y
«entregó la estructura junto con su contenido» a «Puzur-Amurri, el
Barquero».
Llegó la tormenta «con las primeras luces del alba». Hubo
estremecedores truenos. Una nube negra se levantó desde el
horizonte. La tormenta arrancó los postes de las construcciones y
los muelles; después, los diques cedieron. A continuación, llegó la
oscuridad, «convirtiendo en negrura todo lo que había sido
luminoso»; y «la ancha tierra se hizo añicos como una olla».
Durante seis días y seis noches sopló la «tormenta-sur».
Ganando velocidad mientras soplaba, sumergiendo las montañas, sorprendiendo a la gente como en una batalla... Cuando llegó el séptimo día, la tormenta-sur que llevaba la inundación amainó en la batalla que había entablado como un ejército. El mar calló, la tempestad se sosegó, la inundación cesó. Tantee el tiempo. Se había instalado la tranquilidad. Y toda la Humanidad había vuelto al barro.
Se había hecho la voluntad de Enlil y de la Asamblea de los Dioses.
Pero, sin saberlo ellos, el plan de Enki había funcionado. Flotando
en las turbulentas aguas, había una embarcación que llevaba hombres,
mujeres, niños y otras criaturas vivas.
Finalizada la tormenta, Utnapistim dice: «Abrí una ventanilla; la
luz cayó sobre mi rostro». Miró alrededor; «El paisaje era tan liso
como un tejado plano». Y, agachándose, se sentó y sollozó, «las
lágrimas corrían por mi cara». Buscó una costa en la inmensidad del
mar, pero no vio nada. Después...
Emergió una región montañosa; sobre el Monte de la Salvación se detuvo el barco; el Monte Nisir [«salvación»] sujetó al barco con firmeza, sin dejar que se moviera.
Durante seis días, Utnapistim estuvo vigilando desde el arca
inmóvil, cautiva en los picos del Monte de la Salvación -los picos
bíblicos de Ararat.
Después, al igual que Noé, soltó una paloma para que buscara un
lugar de descanso, pero volvió. Una golondrina también salió, y
volvió. Después, soltó a un cuervo -y huyó, encontrando un lugar de
descanso. Entonces, Utnapistim soltó a todas las aves y animales que
estaban con él, y salió él también. Construyó un altar «y ofrendó un
sacrificio» -lo mismo que hizo Noé.
Pero aquí, una vez más, la diferencia entre Deidad-única y
Deidad-múltiple vuelve a aparecer. Cuando Noé ofreció el holocausto,
«Yahveh aspiró el tentador aroma»; pero cuando Utnapistim ofreció el
sacrificio, «los dioses aspiraron el perfume, los dioses aspiraron
el dulce perfume. Los dioses acudieron como moscas hasta el que
había hecho el sacrificio».
En la versión del Génesis, fue Yahveh el que prometió que nunca más
destruiría a la Humanidad. En la versión babilónica fue la Gran
Diosa la que prometió: «No olvidaré... Seré consciente de estos
días, nunca los olvidaré».
Sin embargo, ése no era el problema inmediato. Pues, cuando Enlil
llegó finalmente al lugar de la escena, no pensaba demasiado en la
comida. Estaba echando chispas de ver que alguien había sobrevivido.
«¿Acaso alguna alma viviente ha escapado? ¡Ningún hombre tenía que
sobrevivir a la destrucción!»
Ninurta, su hijo y heredero, apuntó inmediatamente su dedo acusador
hacia Enki. «¿Quién, sino Ea, puede diseñar un plan así? Sólo Ea
sabe de qué va todo». Lejos de negar la acusación, Enki lanzó uno de
los discursos de la defensa más elocuentes del mundo. Elogiando a
Enlil por su sabiduría, y sugiriendo que, posiblemente, Enlil no
podía ser «poco razonable» -realista-, Enki mezcló una negación con
una confesión. «No fui yo el que descubrió el secreto de los
dioses»; simplemente dejé que un Hombre, uno «extremadamente sabio»,
percibiera por su propio saber el secreto de los dioses. Y si, como
parece, este terrestre es tan sabio, Enki le sugirió a Enlil, no
vayamos a ignorar sus capacidades. «Así pues, ¡déjate aconsejar en
cuanto a él!»
Todo esto, nos relata «La Epopeya de Gilgamesh», era el «secreto de
los dioses» que Utnapistim le contó a Gilgamesh. Y, después, le
contó el acontecimiento final. Dejándose influir por el argumento de
Enki,
Acto seguido, Enlil subió a bordo del barco. Me cogió de la mano y me llevó a bordo. Llevó a mi mujer a bordo, la hizo arrodillarse a mi lado. Y él, de pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos: «Hasta ahora, Utnapistim no has sido más que humano; en lo sucesivo, Utnapistim y su esposa serán para nosotros como dioses. ¡Utnapistim residirá en la Lejanía, en la Boca de las Aguas!».
Y Utnapistim terminó de contar su historia a Gilgamesh. Después de
ser llevado a vivir en la Lejanía, Anu y Enlil...
Le dieron vida, como a un dios,
lo elevaron a la vida eterna, como a un dios.
Pero, ¿qué sucedió con la Humanidad en general? El relato bíblico
termina diciendo que la Deidad permitió y bendijo a la Humanidad con
un «sed fecundos y multiplicaos». Las versiones mesopotámicas de la
historia del Diluvio también terminan con unos versículos que tratan
de la procreación de la Humanidad. Los textos, en parte mutilados,
hablan del establecimiento de «categorías» humanas:
... Que haya una tercera categoría entre los Humanos: que haya entre los Humanos mujeres que den a luz y mujeres que no den a luz.
Parece ser que se establecieron nuevas directrices para la relación
sexual:
Normas para la raza humana: Que el varón... a la joven doncella... Que la joven doncella... El hombre joven a la joven doncella... Cuando el lecho esté puesto, que la esposa y su marido yazgan juntos.
Enlil fue estratégicamente superado. La Humanidad se salvó y se le
permitió procrear. Los dioses abrieron la Tierra al Hombre.
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