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			14 - CUANDO 
			LOS DIOSES HUYERON DE LA TIERRA
 
 ¿Qué fue aquel Diluvio, cuyas furiosas aguas barrieron la Tierra?
 
			Algunos lo explican en términos de las inundaciones anuales de la 
			llanura Tigris-Eufrates. Conjeturan que una de tales inundaciones 
			pudo ser especialmente severa. Campos y ciudades, hombres y animales 
			fueron barridos por la crecida de las aguas, y los pueblos 
			primitivos, viendo el acontecimiento como un castigo de los dioses, 
			propagaron la leyenda del Diluvio.
 
 
			En uno de sus libros, Excavations at Ur, 
			Sir Leonard Woolley relata que, en 1929, cuando los trabajos en el Cementerio Real de Ur 
			estaban tocando a su fin, los trabajadores hicieron un pequeño pozo 
			en un montículo cercano, cavando a través de una masa de cerámica 
			rota y de cascotes de ladrillo. Casi un metro más abajo, llegaron a 
			un nivel de barro endurecido, algo que, habitualmente, marca el 
			punto donde una civilización ha comenzado. Pero, ¿es que milenios de 
			vida urbana sólo habían dejado un metro de estratos arqueológicos? 
			 
			  
			Sir Leonard les pidió a los trabajadores que cavaran todavía más. 
			Entonces profundizaron otro metro y, luego, metro y medio más. 
			Seguían sacando «suelo virgen» -barro sin rastros de habitación 
			humana. Pero, después de cavar a través de casi tres metros y medio 
			de cieno y barro seco, los trabajadores llegaron a un estrato en el 
			que empezaron ya a encontrarse trozos de cerámica verde e 
			instrumentos de sílex. ¡Una civilización más antigua había sido 
			enterrada bajo tres metros y medio de bario! 
			Sir Leonard se metió en el hoyo de un salto y examinó la excavación. 
			Llamó a sus ayudantes, en busca de opiniones. Nadie tenía una teoría 
			plausible. Después, la esposa de Sir Leonard dijo casi por 
			casualidad: «¡Pero, si está claro, es el Diluvio!».
 
			Sin embargo, otras delegaciones arqueológicas en Mesopotamia dudaron 
			de esta maravillosa intuición. El estrato de barro donde no había 
			rastros de habitación indicaba, efectivamente, una inundación. Pero, 
			mientras los depósitos de Ur y al-'Ubaid sugerían la inundación 
			entre el 3500 y el 4000 a.C, un depósito similar descubierto 
			posteriormente en Kis se estimó que se había formado en los 
			alrededores del 2800 a.C. La misma fecha (2800 a.C.) se estimó para 
			unos estratos de barro encontrados en Erek y en Shuruppak, la ciudad 
			del Noé sumerio. En Nínive, los excavadores encontraron, a una 
			profundidad de 18 metros, nada menos que trece estratos alternos de 
			barro y arena ribereña, datados entre el 4000 y el 3000 a.C.
 
 
			Por tanto, la mayoría de los estudiosos creen que lo que Woolley 
			encontró fueron los rastros de varias inundaciones locales, algo 
			frecuente en Mesopotamia, donde las ocasionales lluvias torrenciales 
			y las crecidas de los dos grandes ríos y sus frecuentes cambios de 
			curso causan tales estragos. En cuanto a los diferentes estratos de 
			barro, los expertos han llegado a la conclusión de que no pertenecen 
			a una gran calamidad, como debió ser el monumental acontecimiento 
			prehistórico que conocemos como el Diluvio. 
			El Antiguo Testamento es una obra maestra de brevedad y precisión. 
			Las palabras siempre están muy bien elegidas para expresar los 
			significados precisos; los versículos, relevantes; su orden, 
			intencionado; su longitud, la necesaria. La totalidad de la historia 
			de la Creación hasta la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén 
			se cuenta en 80 versículos. La relación completa de Adán y su 
			linaje, aun con el relato diferenciado de Caín y su linaje, y Set, 
			Enós y su linaje, se trata en 58 versículos. Pero el relato de la 
			Gran Inundación mereció nada menos que 87 versículos. Era, bajo 
			cualquier criterio editorial, la «historia principal». No era un 
			mero acontecimiento local, fue una catástrofe que afectó a toda la 
			Tierra, a toda la Humanidad. Los textos mesopotámicos afirman con 
			claridad que «los cuatro rincones de la Tierra» se vieron afectados.
 
			Como tal, fue un punto crucial en la prehistoria de Mesopotamia. 
			Estaban los acontecimientos, las ciudades y la gente de antes del 
			Diluvio, y los acontecimientos, las ciudades y la gente de después 
			del Diluvio. Estaban todos los hechos de los dioses y el Reino que 
			habían hecho descender del Cielo antes de la Gran Inundación, y el 
			curso de los acontecimientos humanos y divinos cuando el Reino fue 
			bajado de nuevo a la Tierra después de la Gran Inundación. Era la 
			gran divisoria del tiempo.
 
			No sólo las largas listas de reyes, sino también los textos 
			relativos a reyes individuales y a su ascendencia hacían mención al 
			Diluvio. En uno, por ejemplo, perteneciente a Ur-Ninurta, se 
			recordaba el Diluvio como un acontecimiento remoto en el tiempo:
 
				
					
						
						En aquel día, en aquel remoto día, 
						en aquella noche, en aquella remota noche,
 en aquel año, en aquel remoto año
 cuando el Diluvio tuvo lugar.
 
			El rey asirio Assurbanipal, un mecenas de las ciencias que amasó una 
			inmensa biblioteca de tablillas de arcilla en Nínive, declaró en una 
			de sus inscripciones conmemorativas que él había encontrado y había 
			sido capaz de leer «inscripciones en piedra de antes del Diluvio». 
			En un texto acadio, en el que se habla de los nombres y su origen, 
			se explica que hay una lista de nombres «de reyes de después del 
			Diluvio». Un rey era ensalzado por ser «de simiente preservada desde 
			antes del Diluvio». Y diversos textos científicos citan como fuente 
			«los sabios de antaño, de antes del Diluvio». 
			No, el Diluvio no fue un acontecimiento local o una inundación 
			periódica. Fue, según todos los relatos, un acontecimiento de una 
			magnitud sin precedentes que sacudió la Tierra, una catástrofe que 
			ni el Hombre ni los dioses habían experimentado hasta entonces, ni 
			han experimentado después.
 
 Los textos bíblicos y mesopotámicos que hemos examinado hasta ahora 
			dejan unos cuantos misterios por resolver. ¿Qué terrible experiencia 
			sufrió la Humanidad, que hizo que a Noé se le llamará «Respiro», con 
			la esperanza de que su nacimiento señalara el fin de las penurias? 
			¿Cuál era el «secreto» que los dioses juraron guardar, y del que se 
			acusó a Enki de haberlo desvelado? ¿Por qué el lanzamiento de un 
			vehículo espacial desde Sippar fue la señal para que Utnapistim 
			entrara y sellara el arca? ¿Dónde estuvieron los dioses mientras las 
			aguas cubrían hasta la más alta de las montañas? ¿Y por qué 
			valoraron tanto el sacrificio de carne asada que hizo Noé/Utnapistim?
 
			A medida que vayamos descubriendo las respuestas a éstas y otras 
			preguntas, veremos que el Diluvio no fue un castigo premeditado, 
			producido por los dioses por voluntad propia. Descubriremos que, 
			aunque el Diluvio fue un acontecimiento previsible, también fue 
			inevitable, una calamidad natural en la cual los dioses no 
			representaron un papel activo, sino pasivo. También mostraremos que 
			el secreto que los dioses juraron no revelar era una conspiración 
			contra la Humanidad, consistente en reservarse la información que 
			tenían respecto a la próxima avalancha de agua, de modo que, 
			mientras los nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
 
			Gran parte de los conocimientos que tenemos ahora sobre el Diluvio y 
			los acontecimientos que lo precedieron provienen del texto «Cuando 
			los dioses». En él, 
			
			el héroe del Diluvio se llama Atra-Hasis. 
			En el fragmento sobre el Diluvio que hay en «La Epopeya de Gilgamesh», 
			Enki llama a Utnapistim «extremadamente sabio», que es lo que, en 
			acadio, significa atra-hasis.
 
 
			Los expertos tenían la teoría de que los textos en los que Atra-Hasis 
			es el héroe podían formar parte de una historia anterior del 
			Diluvio, concretamente sumeria. Con el tiempo, se descubrieron las 
			suficientes tablillas babilonias, asirías, cananeas e, incluso, 
			sumerias originales como para permitir un importante reensamblaje de 
			la epopeya de Atra-Hasis, un trabajo maestro cuyos principales 
			artífices fueron W. G. Lambert y A. R. Millard (Atra-Hasis: The 
			Babylonian Story of the Flood).
 
			Tras describir el duro trabajo de los anunnaki, su motín y la 
			subsiguiente creación del Trabajador Primitivo, la epopeya relata 
			cómo comenzó el Hombre a procrear y a multiplicarse (cosa que 
			también sabemos por la versión bíblica). Con el tiempo, la Humanidad 
			empezó a disgustar a Enlil. 
				
					
						
						La tierra se extendía, la gente se multiplicaba;en la tierra, como toros salvajes yacían.
 El dios se molestó con sus uniones;
 el dios Enlil oía sus declaraciones,
 y dijo a los grandes dioses:
 «Las declaraciones de la Humanidad se han hecho agobiantes;
 sus uniones no me dejan dormir».
 
			Entonces, Enlil -una vez más, en el papel de perseguidor de la 
			Humanidad- ordenó un castigo. Ahora, uno esperaría leer algo sobre 
			la llegada del Diluvio, pero no. Sorprendentemente, Enlil no llegaba 
			siquiera a mencionar un Diluvio ni ninguna ordalía acuática similar. 
			En vez de esto, pidió que se diezmara a la Humanidad con la peste y 
			otras enfermedades. 
			Las versiones acadia y asiria de la epopeya hablan de los «dolores, 
			mareos, resfriados, fiebre», así como de las «enfermedades, plagas y 
			peste» que afligieron a la Humanidad y a su ganado después de la 
			petición de Enlil de un castigo. Pero los planes de Enlil no 
			funcionaron. Resultó que «el que era extremadamente sabio» -Atra-Hasis-era 
			alguien especialmente cercano al dios Enki. Contando su propia 
			historia en algunas de las versiones, dice: «Yo soy Atra-Hasis; 
			vivía en el templo de Ea, mi señor». Con «su mente atenta a su Señor 
			Enki», Atra-Hasis apeló a él para que desmontara el plan de su 
			hermano Enlil:
 
				
					
						
						«Ea, Oh Señor, la Humanidad gime;la furia de los dioses consume la tierra.
 ¡Y, sin embargo, tú eres el que nos ha creado!
 ¡Que cesen los dolores, los mareos,
 los resfriados, la fiebre!».
 
			Hasta que no se encontraron más tablillas rotas, no supimos cuál 
			había sido el consejo de Enki. Éste dijo algo de «...que aparezca en 
			la tierra». Fuera lo que fuera, funcionó. Poco después, Enlil se 
			quejó amargamente a los dioses de que «la población no ha 
			disminuido; ¡son más numerosos que antes!». 
			Entonces, se puso a esbozar el exterminio de la Humanidad a través 
			del hambre. «¡Que se le corten los suministros a la gente; que sus 
			vientres carezcan de frutas y vegetales!» La hambruna tenía que 
			acaecer a través de las fuerzas de la naturaleza, por escasez de 
			lluvia y falta de irrigación.
 
				
					
						
						Que las lluvias del dios de la lluvia se retengan arriba;abajo, que las aguas no salgan de sus fuentes.
 Que el viento sople y reseque el suelo;
 que las nubes se espesen, pero que retengan su aguacero.
 
			Incluso las fuentes de alimentación marinas tenían que desaparecer. 
			A Enki se le ordenó que «pasara el cerrojo y atrancara el mar», y 
			que «guardara» sus alimentos lejos de la gente. 
			La sequía no tardó en difundir la devastación.
 
				
					
						
						Desde arriba, el calor no era...Abajo, las aguas no surgían de sus fuentes.
 La matriz de la Tierra no daba frutos;
 la vegetación no crecía...
 Los negros campos se hicieron blancos;
 la amplia llanura se asfixió con sal.
 
			La hambruna resultante causó estragos entre la gente, y la situación 
			fue empeorando con el paso del tiempo. Los textos mesopotámicos 
			hablan de una devastación creciente a lo largo de seis sha-at-tam's 
			-un término que algunos traducen como «años», pero que literalmente 
			significa «pasos»-, y, como la versión asiria aclara, «un año de Anu»: 
				
					
						
						Durante un sha-at-tam ellos comieron la hierba de la tierra.Durante el segundo sha-at-tam sufrieron la venganza.
 El tercer sha-at-tam llegó;
 sus rasgos se vieron alterados por el hambre,
 sus rostros estaban incrustados...
 estaban viviendo al borde de la muerte.
 Cuando el cuarto sha-at-tam llegó,
 sus rostros parecían verdes;
 caminaban encorvados por las calles;
 su ancho [¿hombros?] se hizo estrecho.
 
			Para el quinto «paso», la vida humana comenzó a deteriorarse. Las 
			madres cerraban las puertas a sus propias hijas hambrientas. Las 
			hijas espiaban a sus madres para ver si ocultaban comida. Para el 
			sexto «paso», había un canibalismo desenfrenado. 
				
					
						
						Cuando el sexto sha-at-tam llegó
						se preparaban a la hija para la comida;
 al hijo se preparaban como alimento...
 Una casa devoraba a la otra.
 
			Los textos hablan de la insistente intercesión de Atra-Hasis ante su 
			dios Enki. «En la casa de su dios... puso el pie;... todos los días 
			lloraba, trayendo oblaciones por la mañana... invocaba el nombre de 
			su dios», buscando la ayuda de Enki para detener la hambruna. 
			Sin embargo, Enki debía sentirse ligado a la decisión de las otras 
			deidades, pues, en un primer momento, no respondió. Es bastante 
			posible que, incluso, se ocultara de su fiel adorador, que dejara el 
			templo y saliera a navegar por sus amados pantanos. «Cuando el 
			pueblo estaba viviendo al filo de la muerte», Atra-Hasis «puso su 
			lecho de cara al río». Pero no hubo respuesta.
 
			La visión de una Humanidad hambrienta y desintegrada, de padres que 
			se comían a sus propios hijos, trajo finalmente lo inevitable: otro 
			enfrentamiento entre Enki y Enlil. En el séptimo «paso», cuando los 
			hombres y las mujeres que quedaban eran «como fantasmas de los 
			muertos», recibieron un mensaje de Enki. «Haced un gran ruido en la 
			tierra», dijo. Enviad heraldos que ordenen a toda la gente: «No 
			veneréis a vuestros dioses, no recéis a vuestras diosas». ¡Que haya 
			desobediencia total!
 
			Bajo la tapadera de este alboroto, Enki planeaba una acción más 
			concreta. Los textos, bastante fragmentados en este punto, desvelan 
			que Enki convocó una asamblea secreta de «ancianos» en su templo. 
			«Ellos entraron... tomaron consejo en la Casa de Enki». En primer 
			lugar, Enki se exoneró contándoles lo mucho que se había opuesto a 
			los actos de los demás dioses. Después, esbozó un plan de acción 
			que, de algún modo, tenía que ver con su mando sobre los mares y el 
			Mundo Inferior.
 
			Podemos recoger los detalles clandestinos del plan a partir de unos 
			versículos fragmentarios: «Por la noche... después de que él...» 
			alguien tenía que estar «a la orilla del río» a determinada hora, 
			quizás para esperar el regreso de Enki desde el Mundo Inferior. De 
			allí, Enki «trajo a los guerreros del agua» -quizás también algunos 
			de los terrestres que eran Trabajadores Primitivos en las minas. En 
			el momento acordado, se cursaron las órdenes: «¡Vamos!... la 
			orden...»
 
			 A pesar de todas las líneas que se han perdido, podemos suponer lo 
			que sucedió a partir de la reacción de Enlil. «Estaba lleno de ira». 
			Convocó la Asamblea de Dioses y envió a su alguacil para que trajera 
			a Enki. Después, se levantó y acusó a su hermano de romper los 
			planes de vigilancia y contención:
 
				
					
						
						Todos nosotros, Grandes Anunnaki,llegamos juntos a una decisión...
 Ordené que, en el Pájaro del Cielo,
 Adad vigilaría las regiones superiores;
 que Sin y Nergal vigilarían
 las regiones medias de la Tierra;
 que el cerrojo, la barrera del mar,
 tú [Enki] vigilarías con tus cohetes.
 ¡Pero tú has dejado pasar provisiones para la gente!
 
			Enlil acusó a su hermano de romper el «cerrojo del mar». Pero Enki 
			negó que aquello hubiera ocurrido con su consentimiento: 
				
					
						
						El cerrojo, la barrera del mar,guardé con mis cohetes.
 [Pero] cuando... escapó de mí...
 una miríada de pescado... desapareció;
 ellos rompieron el cerrojo...
 ellos mataron a los guardianes del mar.
 
			Enki afirmó que había capturado a los culpables y que los había 
			castigado, pero Enlil no se dio por satisfecho. Pidió que Enki 
			«dejara de alimentar a su gente», que ya no suministrara «raciones 
			de cereales con las que la gente rebosa de salud». La reacción de 
			Enki fue asombrosa: 
				
					
						
						El dios se hartó de la sesión; 
						en la Asamblea de los Dioses,
 la risa le venció.
 
			Podemos imaginarnos el pandemónium que se organizó. Enlil estaba 
			furioso. Hubo acalorados intercambios con Enki y gritos. «¡No deja 
			de calumniar!» Cuando la Asamblea recuperó por fin el orden, Enlil 
			recuperó la palabra de nuevo. Les recordó a sus colegas y 
			subordinados que había sido una decisión unánime. Hizo un repaso de 
			los acontecimientos que habían llevado a la creación del Trabajador 
			Primitivo, y recordó las muchas veces que Enki había «roto la 
			norma». 
			Pero, dijo, aún había una posibilidad para condenar a la Humanidad. 
			Una «inundación exterminadora» estaba al caer. La catástrofe que se 
			avecinaba debía mantenerse en secreto, a resguardo del pueblo. Pidió 
			a los miembros de la Asamblea que se comprometieran a guardar el 
			secreto y, lo que es más importante, que «el príncipe Enki se 
			comprometa con un juramento».
 
				
					
						
						Enlil abrió la boca para hablary se dirigió a la Asamblea de todos los dioses:
 «¡Vamos, todos, y prestemos juramento
 sobre la Inundación Exterminadora!».
 Anu juró primero;
 Enlil juró; sus hijos juraron con él.
 
			Al principio, Enki se negó a prestar juramento. «¿Por qué me quieres 
			comprometer con un juramento?», preguntó. «¿Acaso voy a levantar mis 
			manos contra mis propios humanos?» Pero, al final, fue
			obligado a pronunciar el juramento. Uno de los textos dice, 
			específicamente, «Anu, Enlil, Enki y Ninhursag, los dioses del Cielo 
			y la Tierra, han prestado juramento». La suerte estaba echada.
 ¿Cuál fue el juramento al que se comprometió Enki? Tal como decidió 
			interpretarlo, Enki juró que no revelaría al pueblo el secreto del 
			Diluvio que se avecinaba; pero, ¿acaso no podía contárselo a una 
			pared? Hizo que Atra-Hasis fuera al templo, e hizo que se pusiera 
			detrás de un biombo. Después, Enki fingió que hablaba con el biombo, no con su devoto terrestre. «Biombo de junco», dijo:
 
				
					
						
						«Presta atención a mis instrucciones.En todos los lugares habitados, sobre las ciudades,
 una tormenta asolará.
 Ésa será la destrucción de la simiente de la Humanidad...
 Éste es el último fallo,
 la palabra de la Asamblea de los dioses,
 la palabra dicha por Anu, Enlil y Ninhursag».
 
			(Este subterfugio explica el argumento que expondría Enki más tarde, 
			cuando se descubrió que Noé/Utnapistim había sobrevivido, al decir 
			que él no había roto su juramento -al decir que aquel terrestre 
			«extremadamente sabio», (atra-hasis), había descubierto el secreto 
			del Diluvio por sí mismo, a través de la correcta interpretación de 
			los signos.) Existen sellos en los que se ve a un asistente 
			sosteniendo el biombo mientras Ea -como Dios Serpiente- revela el 
			secreto a Atra-Hasis.
			(Fig. 160) 
			 
			El consejo que le dio Enki a su fiel sirviente fue que construyera 
			una nave, pero éste le dijo: «Yo nunca he construido un barco... 
			hazme un plano en el suelo para que pueda verlo», y entonces Enki le 
			dio las instrucciones precisas sobre las medidas que debía tener y 
			sobre su construcción. Acostumbrados a las historias bíblicas, nos 
			imaginamos el «arca» como un barco muy grande, con cubiertas y 
			superestructuras. Pero el término bíblico teba proviene de la raíz 
			«hundido», por lo que hay que llegar a la conclusión de que Enki le 
			dio instrucciones a su Noe para que construyera un barco sumergible, 
			un submarino. 
			El texto acadio dice que Enki hablaba de un barco «techado por 
			encima y por debajo», herméticamente sellado con «brea dura». No 
			tenían que haber cubiertas ni aberturas, «de modo que el sol no 
			viera el interior». Tenía que ser un barco «como un barco del Apsu», 
			un Sulili; y éste es el término que se utiliza en la actualidad, en 
			hebreo, Soleleth, para identificar un submarino.
 
			«Que el barco», dijo Enki, «sea un MA.GUR.GUR» -«un barco que pueda 
			darse la vuelta y caer». Lo cierto es que sólo un barco así podía 
			haber sobrevivido a una avalancha de aguas tan arrolladora.
 
			La versión de Atra-Hasis, al igual que las demás, reitera que, 
			aunque la calamidad estaba a siete días vista, la gente no era 
			consciente de lo que se avecinaba. Atra-Hasis utilizó la excusa de 
			que la «nave del Apsu» que estaba construyendo le iba a permitir ir 
			a la morada de Enki, evitando así la ira de Enlil. Y la excusa fue 
			aceptada sin más, pues las cosas estaban realmente mal. El padre de 
			Noé había tenido la esperanza de que su nacimiento señalara el fin 
			del largo tiempo de sufrimiento que habían padecido. El problema del 
			pueblo era la sequía -la ausencia de lluvia, la escasez de agua. 
			¿Quién, en su sano juicio, habría pensado que estaba a punto de 
			perecer en una avalancha de agua?
 
			No obstante, aunque los seres humanos no podían leer las señales, 
			los nefilim sí que podían. Para ellos, el Diluvio no era un 
			acontecimiento repentino; aunque era inevitable, ellos detectaron su 
			llegada. El plan de los dioses para destruir a la Humanidad ya no 
			descansaba en un papel activo, sino pasivo. Ellos no provocaron el 
			Diluvio; ellos, simplemente, se confabularon para que los terrestres 
			no se enteraran de su llegada.
 
			Sin embargo, conscientes de la inminente calamidad y de su impacto 
			global, los nefilim tomaron las medidas oportunas para poner a salvo 
			sus pellejos. Estando la Tierra a punto de ser engullida por las 
			aguas, no tenían más que una dirección de salida: hacia el cielo. 
			Cuando la tormenta que precedió al Diluvio comenzó a rugir, los 
			nefilim im se subieron a su lanzadera y permanecieron en órbita 
			terrestre hasta que las aguas comenzaron a descender.
 
			El día del Diluvio, como mostraremos ahora, fue el día en que los 
			dioses huyeron de la Tierra.
 
			La señal que tenía que esperar Utnapistim para reunirse con los 
			demás en el arca y sellarla era ésta:
 
				
					
						
						Cuando Shamash,que da la orden del temblor al anochecer,
 haga caer una lluvia de erupciones-
 ¡sube a bordo del barco
 y atranca la entrada!
 
			Como sabemos, Shamash tenía a su cargo el espaciopuerto de Sippar. 
			No nos cabe la menor duda de que Enki dio instrucciones a Utnapistim 
			para que vigilara la primera señal de lanzamientos espaciales en 
			Sippar. Shuruppak, que es donde vivía Utnapistim, estaba sólo a 18 
			beru (unos 180 kilómetros) al sur de Sippar. Dado que los 
			lanzamientos debían tener lugar al anochecer, no habría problemas 
			para ver la «lluvia de erupciones» que harían «caer» las naves 
			espaciales.
 
			Aunque los nefilim estaban preparados para el Diluvio, su llegada 
			fue una experiencia aterradora. «El ruido del Diluvio... hizo 
			temblar a los dioses». Pero, cuando llegó el momento de dejar la 
			Tierra, los dioses, «dando la vuelta, ascendieron a los cielos de 
			Anu». La versión asiría de Atra-Hasis dice que los dioses utilizaron 
			el rukub ilani («carro de los dioses») para escapar de la Tierra. 
			«Los Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas, 
			«iluminando la tierra con su resplandor». 
			En órbita alrededor de la Tierra, los nefilim vieron una escena de 
			la destrucción que les afectó profundamente. Los textos del 
			Gilgamesh nos cuentan que, cuando la tormenta creció en intensidad, 
			no sólo «uno no podía ver a su compañero», sino que «tampoco se 
			podía reconocer a la gente desde los cielos». Apiñados en su nave 
			espacial, los dioses se, esforzaban por ver lo que estaba sucediendo 
			en el planeta del cual acababan de despegar.
 
				
					
						
						Los dioses se encogieron como perros, 
						se agacharon contra la pared exterior.
 Ishtar gritó como una mujer de parto:
 «Los días de antaño se han convertido en barro»....
 Los dioses anunnaki lloraban con ella.
 Los dioses, abatidos todos, se sentaron y lloraron;
 tenían los labios apretados... uno y todos.
 
			Los textos de Atra-Hasis repiten el mismo tema. Los dioses, mientras 
			huían, pudieron ver la destrucción también. Pero la situación dentro 
			de sus propias naves tampoco era muy estimulante. Parece ser que 
			tuvieron que repartirse entre varias naves espaciales; la Tablilla 
			III de la epopeya de Atra-Hasis describe las condiciones a bordo de 
			una nave donde los anunnaki compartían alojamiento con la Diosa 
			Madre. 
				
					
						
						Los Anunnaki, grandes dioses,se fueron sentando sedientos, hambrientos...
 Ninti lloró y dejó salir sus emociones;
 lloraba y aliviaba sus sentimientos.
 Los dioses lloraban con ella por la tierra.
 Ella estaba abrumada por el dolor,
 tenía sed de cerveza.
 Donde ella se había sentado, se sentaron los dioses llorando;
 amontonándose como ovejas en un abrevadero.
 Tenían los labios febriles por la sed,
 y sufrían retortijones a causa del hambre.
 
			La misma Diosa Madre, Ninhursag, estaba conmocionada por tan 
			completa devastación, y se lamentaba por lo que estaba viendo: 
				
					
						
						La Diosa vio y lloró... 
						tenía los labios cubiertos de calenturas...
 «Mis criaturas se han convertido como en moscas-
 llenan los ríos como libélulas, el retumbante mar se ha llevado su 
			paternidad».
 
			Pero, ¿cómo podía salvar su propia vida mientras la Humanidad, la 
			que había ayudado a crear, estaba muriendo? ¿Cómo podía haber dejado 
			la Tierra?, se preguntaba. 
				
					
						
						«¿Debo ascender al Cielo,para residir en la Casa de las Ofrendas,
 donde Anu, el Señor, me ha ordenado ir?»
 
			Las órdenes de los nefilim eran claras: abandonad la Tierra, 
			«ascended al Cielo». Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta 
			estuvo más cerca de la Tierra, dentro del cinturón de asteroides (el 
			«Cielo»), como lo sugiere el hecho de que Anu fuera capaz de asistir 
			personalmente a las cruciales conversaciones que tuvieron lugar poco 
			antes del Diluvio. 
			Enlil y Ninurta -acompañados quizás por la élite de los anunnaki, 
			aquellos que habían ocupado Nippur- estaban en una nave espacial, 
			planeando, sin duda, volver a encontrarse con la nave principal. 
			Pero los demás dioses no estaban tan resueltos. Obligados a 
			abandonar la Tierra, se habían dado cuenta, de pronto, del apego que 
			habían llegado a sentir por el planeta y por sus habitantes. En una 
			nave, Ninhursag y su grupo de anunnaki debatían los méritos de las 
			órdenes que había dado Anu. En otra, Ishtar gritaba: «Los días de 
			antaño se han convertido en barro»; los anunnaki que estaban en su 
			nave «lloraban con ella».
 
			Enki, obviamente, estaba también en otra nave o, de lo contrario, 
			habría descubierto a los demás que se las había ingeniado para 
			salvar la simiente de la Humanidad. Sin duda, tenía motivos para 
			sentirse menos pesimista, pues las evidencias sugieren que también 
			había planeado el encuentro en el Ararat.
 
			Las versiones antiguas parecen dar a entender que, simplemente, el 
			arca fue llevada hasta la región del Ararat por las aguas 
			torrenciales, que la «tormenta-sur» habría llevado al barco hacia el 
			norte. Pero los textos mesopotámicos reiteran que 
			Atra-Hasis/Utnapistim llevó consigo un «Barquero» llamado 
			Puzúr-Árnurri («occidental que conoce los secretos»). A él, el Noé 
			mesopotámico «le cedió la estructura, junto con su contenido» en 
			cuanto se desató la tormenta. ¿Para qué necesitaba a un 
			experimentado navegante, a menos que fuera " para llevar el arca 
			hasta un destino concreto?
 
			Como ya hemos visto, los nefilim utilizaban los picos de Ararat como 
			puntos de referencia desde el principio. Siendo las cumbres más 
			altas en esa parte del globo, esperarían que fuera lo primero en 
			reaparecer sobre el manto de agua. Y, dado que Enki, «El Sabio, el 
			Omnisciente», podía suponer esto, nos atrevemos a conjeturar que dio 
			instrucciones a su sirviente para llevar el arca hacia el Ararat, 
			planeando el encuentro desde un principio.
 
			La versión del Diluvio de Beroso, según la cuenta el griego Abideno, 
			dice: «Cronos le reveló a Sisithros que iba a haber un Diluvio en el 
			decimoquinto día de Daisios [el segundo mes], y le ordenó que 
			ocultase en Sippar, la ciudad de Shamash, todos los escritos que 
			pudiera. Sisithros llevó a cabo lo que se le dijo, inmediatamente 
			después salió navegando en dirección a Armenia y, acto seguido, 
			sucedió lo que el dios había anunciado».
 
			Beroso repite los detalles referentes a la liberación de las aves. 
			Cuando Sisithros (que es atra-asis al revés) iba a ser llevado por 
			los dioses a su morada, explicó al resto de la gente del arca que se 
			encontraban en ese momento «en Armenia» y que tenían que volver (a 
			pie) a Babilonia. En esta versión, no sólo nos encontramos con la 
			relación con Sippar, el espaciopuerto, sino también con la 
			confirmación de que Sisithros recibió instrucciones para «navegar 
			inmediatamente hasta Armenia» -al país del Ararat.
 
			Tan pronto como Atra-Hasis tocó tierra, sacrificó algunos animales y 
			los asó al fuego. No es de sorprender que los exhaustos y 
			hambrientos dioses «acudieron como moscas a la ofrenda». De pronto, 
			se dieron cuenta de que el Hombre, el alimento que éste cultivaba y 
			el ganado que criaba eran esenciales. «Cuando, por fin, Enlil llegó 
			y vio el arca, montó en cólera». Pero la lógica de la situación y la 
			persuasión de Enki prevalecieron; Enlil hizo las paces con los 
			restos de la Humanidad y se llevó a Atra-Hasis/Utnapistim en su nave 
			a la Morada Eterna de los Dioses.
 
			Otro factor que pudo pesar en la rápida decisión de hacer las paces 
			con la Humanidad pudo ser la progresiva retirada de las aguas del 
			Diluvio y la aparición de tierra seca y de vegetación sobre ella. Ya 
			hemos visto que los nefilim supieron con antelación que se 
			aproximaba una calamidad; pero aquello era tan singular en su 
			experiencia que temieron que la Tierra quedara inhabitable para 
			siempre. Cuando aterrizaron en el Ararat, vieron que éste no era el 
			caso. La Tierra seguía siendo habitable y, para vivir en ella, 
			necesitarían al hombre.
 
			¿Qué fue aquella catástrofe, previsible pero inevitable? Una clave 
			importante para desentrañar el misterio del Diluvio es darse cuenta 
			de que no fue un acontecimiento único y repentino, sino la 
			culminación de una cadena de acontecimientos.
 
 
			Unas atípicas plagas afectaron a hombres y animales, y una grave 
			sequía precedió a la ordalía de agua; un proceso que duró, según las 
			fuentes mesopotámicas, siete «pasos», o shar's. Estos fenómenos sólo 
			podrían estar justificados por importantes cambios climáticos. Estos 
			cambios habían estado relacionados con las periódicas glaciaciones y 
			épocas interglaciales que habían dominado el pasado inmediato del 
			planeta. La reducción de las precipitaciones, el descenso del nivel 
			del agua en mares y lagos, y la desecación de las fuentes de agua 
			subterránea eran las señales de identidad de una glaciación 
			inminente. Dado que el Diluvio, que terminó abruptamente con estos 
			trastornos, vino seguido por la civilización sumeria y el actual 
			período postglacial, la glaciación en cuestión sólo pudo ser la 
			última. 
			Nuestra conclusión es que los acontecimientos del Diluvio nos hablan 
			del último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final.
 
			Perforando las cubiertas de hielo del Ártico y el Antártico, los 
			científicos han podido medir el oxígeno atrapado en las distintas 
			capas y han podido valorar, a partir de ello, el clima que ha 
			imperado en los últimos milenios. Las muestras recogidas del fondo 
			de los mares, como, por ejemplo, las recogidas en el Golfo de 
			México, en las que se mide la proliferación o la disminución de vida 
			marina, les permite estimar también las temperaturas de las 
			distintas épocas del pasado. Basándose en estos descubrimientos, los 
			científicos aseguran ahora que el último período glacial comenzó 
			hace unos 75.000 años y experimentó un minicalentamiento hace unos 
			40.000 años. Hace alrededor de 38.000 años, sobrevino un período más 
			duro, más frío y seco. Y después, hace unos 13.000 años, el período 
			glacial terminó abruptamente, dando entrada a nuestro actual clima 
			suave.
 
			Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos encontramos 
			con que los momentos duros, la «maldición de la Tierra», comenzó en 
			la época del padre de Noé, Lámek. Su esperanza en que el nacimiento 
			de Noé («respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un 
			modo inesperado, a través del catastrófico Diluvio.
 
			Muchos estudiosos creen que los diez patriarcas bíblicos 
			antediluvianos (desde Adán hasta Noé) son, de algún modo, homólogos 
			de /los diez soberanos antediluvianos de las listas de reyes 
			sumerios. Estas listas no le aplican los títulos divinos de DIN.GIR 
			o EN a los dos últimos de esos diez, y tratan a Ziusundra/Utnapistim 
			y a su padre, Ubar-Tutu, como hombres. Los dos últimos son los 
			homólogos de Noé y de su padre, Lámek; y, según las listas sumerias, 
			entre los dos reinaron un total de 64.800 años, hasta que tuvo lugar 
			el Diluvio. El último período glacial, desde hace 75.000 hasta hace 
			13.000 años, duró 62.000 años. Dado que las penurias comenzaron 
			cuando Ubar-tutu/Lámek ya estaba reinando, esos 62.000 encajan 
			perfectamente con los 64.800.
 
			Además, las condiciones más duras se prolongaron, según la epopeya 
			de Atra-Hasis, durante siete shar's, es decir, 25.200 años. Los 
			científicos han descubierto evidencias de un período extremadamente 
			duro entre hace 38.000 y 13.000 años, es decir, un lapso de 25.000 
			años. Una vez más, las evidencias mesopotámicas y los 
			descubrimientos de los científicos actuales se corroboran entre sí.
 
			Nuestro esfuerzo por desentrañar el misterio del Diluvio, por tanto, 
			se concentra en los cambios climáticos de la Tierra y, en 
			particular, en el colapso abrupto del período glacial que tuvo lugar 
			hace unos 13.000 años.
 
			¿Qué pudo causar un repentino cambio climático de tal magnitud?
 
			 De las muchas teorías que han avanzado los científicos, nos intriga 
			la sugerida por el Dr. John T. Hollín, de la Universidad de Maine. 
			El Dr. Hollin sostiene que la capa de hielo de la Antártida se rompe 
			periódicamente y se desliza en el mar, ¡creando una repentina y 
			gigantesca marea!
 
			Esta hipótesis -aceptada y ampliada por otros- sugiere que, a medida 
			que la capa de hielo se va haciendo más y más gruesa, no sólo atrapa 
			más calor de la Tierra debajo de la capa de hielo, sino que también 
			crea en su fondo (debido a la presión y a la fricción) una capa 
			medio derretida y, de ahí, resbaladiza, que actúa como un lubricante 
			entre la gruesa capa de hielo de arriba y la tierra sólida de abajo, 
			provocando que la primera se deslice, más pronto o más tarde, en el 
			océano circundante.
 
			Hollin calculó que, sólo con que la mitad de la actual capa de hielo 
			de la Antártida (que, en promedio, tiene más de kilómetro y medio de 
			grosor) se deslizara en los mares del sur, la inmensa marea que 
			provocaría elevaría el nivel de todos los mares del globo en unos 18 
			metros, inundando ciudades costeras y tierras bajas.
 
			En 1964, A. T. Wilson, de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda, 
			ofreció la teoría de que los períodos glaciales terminaron 
			abruptamente con deslizamientos como éstos sucedidos no sólo en el 
			Antártico, sino también en el Ártico. Creemos que los distintos 
			textos y los hechos reunidos justifican la conclusión de que el 
			Diluvio fue el resultado del deslizamiento en las aguas del 
			Antartico de miles de millones de toneladas de hielo, trayendo con 
			ello el fin repentino de la última gradación.
 
			El súbito acontecimiento desencadenó una inmensa marea. Comenzando 
			con las aguas del Antártico, se extendió hacia el norte por los 
			océanos Atlántico, Pacífico e índico. El abrupto cambio de 
			temperatura debió crear unas violentas tormentas acompañadas por 
			torrentes de lluvia. Moviéndose más rápido que las aguas, las 
			tormentas, las nubes y el oscurecimiento de los cielos debieron 
			anunciar la avalancha de agua que se aproximaba.
 
			Ése es exactamente el fenómeno que se describe en los textos 
			antiguos.
 
			Tal como le había ordenado Enki, Atra-Hasis hizo subir a todos al 
			arca mientras él se quedaba fuera para esperar la señal para subir a 
			bordo y sellar la nave. Dándonos un detalle de «interés humano», el 
			antiguo texto nos cuenta que Atra-Hasis, a pesar de habérsele 
			ordenado quedarse fuera de la nave, «entraba y salía; no podía estar 
			sentado, no podía agacharse... su corazón estaba roto; estuvo 
			vomitando bilis». Pero, entonces,
 
				
					
						
						... la Luna desapareció...El aspecto del tiempo cambió;
 las lluvias rugieron en las nubes...
 Los vientos se hicieron salvajes...
 ... el Diluvio estaba en camino,
 su fuerza cayó sobre la gente como una batalla;
 Una persona no veía a otra,
 no eran reconocibles en la destrucción.
 El Diluvio bramó como un toro;
 los vientos gimieron como un asno salvaje.
 La oscuridad era densa;
 no se podía ver el Sol.
 
			«La Epopeya de Gilgamesh» es muy específica en lo relativo a la 
			dirección de la cual vino la tormenta: vino del sur. Nubes, vientos, 
			lluvia y oscuridad precedieron, sin duda, a la marea que echó abajo, 
			en primer lugar, «los puestos de Nergal» en el Mundo Inferior: 
				
					
						
						Con el fulgor de la aurora 
						una nube negra se elevó en el horizonte;
 en su interior, el dios de las tormentas tronaba-
 Todo lo que había sido luminoso
 se tornó oscuridad-
 Durante un día sopló la tormenta del sur,
 ganando velocidad mientras soplaba, sumergiendo las montañas...
 Seis días y seis noches sopló el viento
 mientras la Tormenta del Sur barría la tierra.
 Cuando llegó el séptimo día,
 el Diluvio de la Tormenta del Sur amainó.
 
			Las referencias a la «tormenta del sur», al «viento del sur», 
			indican con claridad la dirección desde la cual llegó el Diluvio, 
			sus nubes y vientos, los «heraldos de la tormenta», moviéndose 
			«sobre colinas y llanuras» hasta alcanzar Mesopotamia. Ciertamente, 
			una tormenta y una avalancha de agua originadas en el Antartico 
			alcanzarían Mesopotamia a través del Océano índico después de 
			engullir las colinas de Arabia, inundando más tarde la llanura del 
			Tigris y el Eufrates. «La Epopeya de Gilgamesh» nos dice también 
			que, antes de que la gente y la tierra quedaran sumergidos, las 
			«represas de la tierra seca» y sus diques fueron «destrozados»: el 
			litoral continental resultó arrollado y barrido. 
			La versión bíblica del Diluvio dice que saltaron «las fuentes del 
			Gran Abismo» antes de que se abrieran «las compuertas del cielo». En 
			primer lugar, las aguas del «Gran Abismo» (qué nombre más 
			descriptivo para los mares más meridionales, los mares helados del 
			Antartico) se liberaron de su gélida reclusión; sólo entonces 
			comenzaron las lluvias a caer del cielo.
 Esta confirmación de nuestra manera de entender el Diluvio se 
			repite, al revés, cuando el Diluvio amaina. En primer lugar, las 
			«Fuentes del Abismo [se] cerraron»; después, la lluvia «fue 
			arrestada de los cielos».
 
			Tras la primera y gigantesca marea, las aguas aún «iban y venían» en 
			inmensas olas. Después, las aguas comenzaron a «retroceder», y 
			«fueron menos» después de 150 días, cuando el arca se posó entre los 
			picos del Ararat. La avalancha de agua, viniendo desde los mares del 
			sur, volvió a los mares del sur.
 
 ¿Cómo pudieron predecir los nefilim cuándo se iba a desencadenar el 
			Diluvio en la Antártida?
 
			Sabemos que los textos mesopotámicos relacionan el Diluvio y los 
			cambios climáticos que lo precedieron con siete «pasos», algo que, 
			indudablemente, tiene que ver con el tránsito periódico del 
			Duodécimo Planeta por las inmediaciones de la Tierra. Sabemos que, 
			incluso la Luna, el pequeño satélite de la Tierra, ejerce la 
			suficiente atracción gravitatoria como para provocar las mareas. 
			Tanto los textos mesopotámicos como los bíblicos describían de qué 
			forma se sacudía la Tierra cada vez que el Señor Celestial pasaba 
			por sus inmediaciones. ¿Pudo suceder que los nefilim, al observar 
			los cambios climáticos y la inestabilidad de la capa de hielo 
			antartica, se dieran cuenta de que, con el siguiente «paso» del 
			Duodécimo Planeta, se desencadenaría la inevitable catástrofe?
 
			Los antiguos textos demuestran que así fue como sucedió.
 
			El más extraordinario de esos textos es uno que tiene unas treinta 
			líneas inscritas, con una escritura cuneiforme en miniatura, en 
			ambos lados de una tablilla de arcilla de poco más de dos 
			centímetros de larga. Fue desenterrada en Assur, pero la profusión 
			de palabras su-merias en el texto acadio no deja lugar a dudas sobre 
			su origen sumerio. El Dr. Erich Ebeling determinó que era un himno 
			que se recitaba en la Casa de los Muertos, de ahí que incluyera este 
			texto en su obra maestra (Tod und Leben) sobre la muerte y la 
			resurrección en la antigua Mesopotamia.
 
			Sin embargo, un minucioso examen nos demuestra que la composición 
			«invocaba los nombres» del Señor Celestial, el Duodécimo Planeta. En 
			él, se elabora el significado de los distintos epítetos, 
			relacionándolos con el paso del planeta por el lugar de la batalla 
			con Tiamat -¡un tránsito que provoca el Diluvio!
 
			El texto comienza anunciando que, a pesar de todo su poder y tamaño, 
			el planeta («el héroe»), no obstante, orbita al Sol. El Diluvio era 
			el «arma» de este planeta.
 
				
					
						
						Su arma es el Diluvio;Dios cuya Arma trae la muerte a los malvados.
 Supremo, Supremo, Ungido...
 Quien, como el Sol, cruza las tierras;
 el Sol, su dios, él teme.
 
			Pronunciando el «primer nombre» del planeta -que, desgraciadamente, 
			es ilegible- el texto describe su paso cerca de Júpiter, hacia el 
			lugar de la batalla con Tiamat: 
				
					
						
						Primer Nombre:...el que repujó la banda circular;
 el que partió en dos a la Ocupadora, echándola.
 Señor, que en el tiempo de Akiti
 dentro del lugar de la batalla de Tiamat reposa...
 Cuya simiente son los hijos de Babilonia;
 que no puede ser perturbado por el planeta Júpiter;
 que por su fulgor creará.
 
			Al acercarse, al Duodécimo Planeta se le llama SHILIG.LU.DIG («líder 
			poderoso de los jubilosos planetas»). Se encuentra ahora muy cerca 
			de Marte: «Con el brillo del dios [planeta] Anu dios [planeta] Lahmu 
			se viste». Entonces, soltó el Diluvio sobre la Tierra: 
				
					
						
						Éste es el nombre del Señorque desde el segundo mes hasta el mes de Addar
 las aguas ha espoleado.
 
			La elaboración de los dos nombres del texto ofrece una importante 
			información en cuanto al calendario. El Duodécimo Planeta pasó por 
			Júpiter y se acercó a la Tierra «en el tiempo de Akiti», cuando 
			comenzaba el Año Nuevo mesopotámico. Durante el segundo mes estuvo 
			muy cerca de Marte. Después, «desde el segundo mes hasta el mes de 
			Addar» (el duodécimo mes), soltó el Diluvio sobre la Tierra. 
			Esto está perfectamente de acuerdo con el relato bíblico, que dice 
			que «las fuentes del gran abismo saltaron» en el decimoséptimo día 
			del segundo mes. El arca descansó en el Ararat en el séptimo mes; 
			otra tierra seca era visible en el décimo mes; y el Diluvio terminó 
			en el duodécimo mes -pues fue en «el primer día del primer mes» del 
			siguiente año cuando Noé abrió la ventanilla del arca.
 
			Al pasar a la segunda fase del Diluvio, cuando las aguas comenzaron 
			a descender, el texto llama al planeta SHUL.PA.KUN.E.
 
				
					
						
						Héroe, Señor Vigilante,que reúnes las aguas;
 que manando aguas
 purificas al justo y al malvado;
 que en la montaña de los picos gemelos
 detuviste el...
 ... pez, río, río; la inundación se detuvo.
 En la tierra montañosa, sobre un árbol, el ave descansó.
 Día que... dijo.
 
			A pesar de que algunas líneas son ilegibles por estar deteriorada la 
			tablilla, los paralelismos con los relatos del Diluvio bíblico y los 
			mesopotámicos son evidentes: la inundación había cesado, el arca se 
			había «detenido» en la montaña de los picos gemelos; los ríos 
			comenzaron a fluir de nuevo desde las cimas de las montañas y a 
			llevar agua hacia el océano; se veían peces; se soltó un ave del 
			arca. La ordalía había pasado. 
			El Duodécimo Planeta había pasado su «cruce». Se había acercado a la 
			Tierra y se alejaba, acompañado por sus satélites:
 
				
					
					Cuando el sabio grite: «¡Inundación! »-es el dios Nibiru [«Planeta del Cruce»];
 es el Héroe, el planeta de cuatro cabezas.
 El dios, cuya arma es la Tormenta de la Inundación,
 volverá;
 a su lugar de descanso bajará él mismo.
 
			(El planeta, alejándose, afirma el texto, volvió a cruzar el sendero 
			de Saturno en el mes de Ululu, el sexto mes del año.) 
			El Antiguo Testamento se refiere con frecuencia al momento en que el 
			Señor hizo que la Tierra se cubriera con las aguas del abismo. El 
			Salmo 29 describe la «visita» así como el «retorno» de las «grandes 
			aguas» por el Señor:
 
				
					
						
						Al Señor, vosotros hijos de los dioses, 
						dad la gloria, reconoced el poder...
 El sonido del Señor está sobre las aguas;
 el Dios de gloria, el Señor,
 tronó sobre las grandes aguas...
 El sonido del Señor es poderoso,
 el sonido del Señor es majestuoso;
 el sonido del Señor partió los cedros...
 Hace bailar como un novillo al [Monte del] Líbano,
 y hace brincar al [Monte] Sirión como un toro joven.
 El sonido del Señor enciende llamaradas;
 el sonido del Señor sacudió el desierto...
 El Señor al Diluvio [dijo]: «¡Vuelve!».
 El Señor, como rey, está en el trono para siempre.
 
			En el grandioso Salmo 77 -«Mi voz hacia Dios yo clamo»-, el salmista 
			recuerda la aparición y la desaparición del Señor en tiempos 
			primitivos: 
				
					
						
						He calculado los Días de Antaño,los años de Olam...
 Recordaré las gestas del Señor,
 recuerdo tus maravillas en la antigüedad...
 Tu curso, Oh Señor, está determinado;
 ningún dios es tan grande como el Señor...
 Las aguas te vieron, Oh Señor, y se estremecieron;
 tus raudas chispas salieron.
 El sonido de tu trueno retumbaba;
 los relámpagos iluminaron el mundo;
 la Tierra se agitaba y temblaba.
 [Entonces] en las aguas iba tu camino,
 tus senderos en las aguas profundas;
 y tus huellas desaparecieron, desconocidas.
 
			El Salmo 104, que ensalza las gestas del Señor Celestial, recordaba 
			el momento en que los océanos arrasaron los continentes y se les 
			hizo retroceder: 
				
					
						
						Fijaste la Tierra en constancia,inconmovible para siempre jamás.
 Con los océanos, como vestido, la cubriste;
 sobre los montes persistía el agua.
 Al reprenderlas tú, las aguas huyeron;
 con el sonido de tu trueno, se alejaron raudas.
 Saltaron las montañas, bajaron a los valles
 hasta el lugar que tú les habías asignado.
 Les pusiste un límite, para que no lo pasaran;
 para que no vuelvan a cubrir la Tierra.
 
			Las palabras del profeta Amós son aun más explícitas: 
				
					
						
						Ay de los que ansian el Día del Señor;¿qué creéis que es?
 Pues el Día del Señor es oscuridad y no luz...
 La mañana se convirtió en la sombra de la muerte,
 el día se hizo oscuro como la noche;
 las aguas del mar se salieron
 y se derramaron sobre la faz de la Tierra.
 
			Éstos, por tanto, fueron los acontecimientos que tuvieron lugar «en 
			los días de antaño». El «Día del Señor» fue el día del Diluvio.
 Ya hemos visto que, después de aterrizar en la Tierra, los nefilim 
			asociaron los primeros reinados en las primeras ciudades con los 
			signos del Zodiaco -dando a los signos los epítetos de los distintos 
			dioses con los que estaban relacionados. Ahora, veremos que el texto 
			descubierto por Ebeling no sólo proporcionaba información a los 
			hombres, sino también a los nefilim. El Diluvio, nos dice, ocurrió 
			en la «Era de la constelación del León»:
 
				
					
						
						Supremo, Supremo, Ungido;Señor cuya corona radiante con terror se carga.
 Planeta supremo: un asiento él ha erigido
 de cara a la limitada órbita del rojo planeta [Marte].
 A diario, dentro del León él está ardiendo;
 su luz, su brillo declara reinos sobre las tierras.
 
			También podemos comprender ahora un enigmático versículo de los 
			rituales de Año Nuevo, que dice que fue «la constelación del León la 
			que midió las aguas del abismo». Estas afirmaciones sitúan el tiempo 
			del Diluvio dentro de un marco definido, pues, aunque los astrónomos 
			de hoy en día no pueden determinar con precisión dónde establecían 
			los súmenos el inicio de una casa zodiacal, la siguiente tabla de la 
			eras se considera exacta. 
				
					
						
						60 a.C. a 2100 d.C.2220 a.C. a 60 a.C.
 4380 a.C. a 2220 a.C.
 6540 a.C. a 4380 a.C.
 8700 a.C. a 6540 a.C.
 10.860 a.C. a 8700 a.C.
 
			Era de Piscis Era de Aries Era de Tauro Era de Géminis Era de Cáncer 
			Era de Leo 
			
			Si el Diluvio acaeció en la Era de Leo o, lo que es lo mismo, en 
			algún momento entre el 10860 a.C. y el 8700 a.C, la fecha del 
			Diluvio coincide con nuestra tabla temporal: según la ciencia 
			moderna, la última glaciación terminó abruptamente en el hemisferio 
			sur hace doce o trece mil años, y en el hemisferio norte uno o dos 
			mil años
 después.
 
			El fenómeno zodiacal de la precesión nos ofrece una corroboración 
			aun más amplia de nuestras conclusiones. Habíamos concluido antes 
			que los nefilim llegaron a la Tierra 432.000 años (120 shar's) antes 
			del Diluvio, en la Era de Piscis. En los términos del ciclo 
			precesional, 432.000 años comprenden 16 ciclos completos, o Grandes 
			Años, y más de medio de otro Gran Año, dentro de la «era» de la 
			constelación de Leo.
 
			Podemos reconstruir ahora la tabla temporal completa para los 
			acontecimientos de los que se ocupan nuestros descubrimientos.
 
 
			
			Hace años ACONTECIMIENTO
 
				
					
					
					445.000 Los nefilim, liderados por Enki, llegan a la Tierra desde el 
			Duodécimo Planeta. Se funda Eridú -Estación Tierra I- en el sur de 
			Mesopotamia.
					
					430.000 Las grandes placas de hielo comienzan a retroceder. El clima 
			se hace benigno en Oriente Próximo.
					
					415.000 Enki se traslada tierra adentro y funda Larsa.
					
					400.000 El gran período interglacial se expande por todo el globo. 
			Enlil llega a la Tierra, funda Nippur como Centro de Control de la 
			Misión.
			Enki establece rutas marítimas hacia el sur de África y organiza 
			operaciones mineras de extracción de oro.
					
					360.000 Los nefilim fundan Bad-Tibira como centro metalúrgico de 
			fundición y refinado. Se construye Sippar, el espaciopuerto, así como otras ciudades de 
			los dioses.
					
					300.000 El motín de los anunnaki. Enki y Ninhursag crean al Hombre 
			-el «Trabajador Primitivo».
					
					250.000 El «Homo sapiens primitivo» se multiplica y se propaga por 
			otros continentes.
					
					200.000 La vida en la Tierra se retrae durante un nuevo período 
			glacial.
					
					100.000 El clima se caldea de nuevo.
			Los hijos de los dioses toman a las hijas del Hombre por esposas.
					
					77.000 Ubartutu/Lámek, un humano de parentesco divino, asume la 
			corona en Shuruppak bajo el patrocinio de Ninhursag.
					
					75.000 Comienza la «maldición de la Tierra» -una nueva glaciación. 
			Tipos regresivos de Hombre vagan por la Tierra.
					
					49.000 Comienza el reinado de Ziusudra («Noé»), «fiel servidor» de 
			Enki.
					
					38.000 El duro período climático de los «siete pasos» empieza a 
			diezmar a la Humanidad. El Hombre de Neanderthal desaparece en 
			Europa; sólo sobrevive el Hombre de CroMagnon (establecido en 
			Oriente Próximo).Enlil, desencantado con la Humanidad, busca su exterminio.
 
					
					13.000 Los nefilim, al tanto de la inminente inundación que se 
			desencadenará con la aproximación del Duodécimo Planeta, se conjuran 
			para dejar perecer a la Humanidad. El Diluvio arrasa la Tierra, 
			dando fin súbitamente a la glaciación. 
			
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