por Thierry Meyssan
21 Septiembre 2009
del Sitio Web
VoltaireNet
Thierry Meyssan
Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire
y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español:
La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de
comunicación (Monte Ávila Editores, 2008). |
Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre,
Thierry Meyssan – el
periodista que dio inicio a las interrogantes que recorren el mundo sobre la
veracidad de la versión de los hechos de la administración Bush – pasa en
revista el debate sobre el tema en un artículo destinado a la revista rusa
Odnako.
El disidente francés denuncia la hermética «cortina de hierro» que separa
del resto del mundo a los pueblos de los países miembros de la OTAN.
Sometidos a un verdadero bombardeo mediático, estos últimos ignoran por
completo el contenido del debate que se desarrolla en Occidente y siguen
creyendo que las dudas sobre el 11 de septiembre se limitan únicamente a
unos pocos grupos de activistas.
Thierry Meyssan se interroga además sobre la ingenuidad de los occidentales
que siguen creyendo en una historieta infantil, digna de un “comic”
estadounidense, en la que una veintena de fanáticos logran golpear el
corazón del mayor imperio militar del mundo.
¿Crónica roja o hecho histórico?
El 7 de octubre de 2001, los embajadores de los Estados Unidos y del Reino
Unido anuncian por correo al Consejo de Seguridad de
la ONU que sus tropas
han penetrado en Afganistán en virtud de su legítimo derecho a defenderse
después de los atentados que habían enlutado Estados Unidos el mes anterior.
El embajador estadounidense John Negroponte precisa en su carta:
«Mi
gobierno ha obtenido información clara e indiscutible de que la organización
Al-Qaeda, que cuenta con el apoyo del régimen talibán en Afganistán, ha
desempeñado un papel protagónico en los ataques».
El 29 de junio de 2002, el presidente Bush revela, durante su «discurso
anual sobre el estado de la Unión», que Irak, Irán y Corea del Norte – «el
Eje del Mal» – apoyan en secreto a los terroristas ya que han establecido un
pacto secreto para destruir los Estados Unidos.
Esos tres «Estados renegados»
están siendo más prudentes desde que Washington aplastó a los talibanes,
pero no han renunciado a sus intenciones.
El 11 de febrero de 2003, el secretario de Estado
Colin Powell engaña a la «comunidad
internacional» para justificar la invasión contra Irak. Powell afirma
personalmente ante el Consejo de Seguridad de la ONU que Sadam Husein da
albergue a un jefe de Al-Qaeda, Abu al-Zarkaoui, y Irak posee una fábrica de
armas químicas.
Las acusaciones se precisan el 11 de febrero de 2003.
Ese día, el secretario
de Estado estadounidense Colin Powell expone personalmente, ante el Consejo
de Seguridad de la ONU, el apoyo que aporta Irak a los responsables de los
atentados. Después de mostrar un pequeño frasco que supuestamente contiene
un concentrado de ántrax en polvo capaz de acabar con todo un continente,
Powell muestra una foto satelital de la base que Al-Qaeda ha instalado en el
norte de Irak, y que incluye una fábrica de venenos.
Después, basándose en
un organigrama, explica detalladamente el dispositivo de los terroristas en
Bagdad, bajo el mando de Abu Al-Zarkaui.
Basándose en esas informaciones «claras
e indiscutibles», las tropas de los
Estados Unidos y del Reino Unido, con la
asistencia de las de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, penetran en Irak,
también en virtud de su legítimo derecho a la defensa después de los
atentados del 11 de septiembre.
El argumento del 11 de septiembre es tan cómodo que el 15 de octubre de
2003, mientras que los habitantes de Bagdad se encuentran bajo una lluvia de
bombas, el Congreso de los Estados Unidos acusa a Siria por su apoyo al «terrorismo
internacional» y autoriza al presidente Bush a entrar en guerra contra ese
país cuando lo crea necesario.
Pero Siria está destinada a no ser más que el
«entremés» del festín que se anuncia y en el que Irán será el plato fuerte.
En julio de 2004, la Comisión Presidencial sobre los atentados presenta su
informe final. En el último momento agrega al documento dos páginas de
revelaciones sobre los vínculos entre Irán y Al-Qaeda. El régimen chiíta
mantiene vínculos desde hace tiempo con los terroristas sunnitas, los deja
circular libremente por su territorio y les ha ofrecido infraestructuras en
Sudán.
Sobre la base de esas afirmaciones, una nueva guerra parece
inevitable. Este escenario mantendrá a la prensa internacional en vilo
durante dos años.
Ahora resulta que, 8 años después de los atentados del 11 de septiembre,
Estados Unidos sigue sin entregar las «pruebas claras y indiscutibles» de la
culpabilidad de Al-Qaeda al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que
por demás ha olvidado exigírselas.
Peor aún,
-
ya nadie considera a Al-Qaeda
como una organización estructurada sino que se habla de ella sobre todo como
de una vaga e impalpable «tendencia»
-
el ejército más grande del mundo sigue
sin encontrar a
Osama Ben Laden y la CIA ha disuelto el grupo encargado de
su búsqueda
-
el pacto secreto entre Irak, Irán y Corea del Norte parece
ahora un cuento irracional y ya nadie se atreve a hablar del Eje del Mal
-
el
ex secretario de Estado Colin Powell ha reconocido públicamente que las
informaciones que presentó al Consejo de Seguridad de la ONU eran un montón
de estupideces
-
el Estado Mayor estadounidense está
implorando constantemente el apoyo bilateral de Siria e Irán para que lo
ayuden a manejar el atolladero iraquí
Y a pesar de todo esto, lo «diplomáticamente
correcto» exige que todo el mundo siga actuando como si todo estuviera claro,
como si un loco barbudo desde en el fondo de una cueva en Afganistán hubiera
logrado herir en pleno corazón al Imperio más poderoso de la historia y
escapar después a su venganza.
¿Todo el mundo? No todo el mundo.
-
En primer lugar, los dirigentes de los
Estados interesados, en Afganistán, Irak, Siria, Irán y Corea del Norte, no
se han conformado con desmentir toda responsabilidad en los atentados sino
que han acusado explícitamente al complejo militar-industrial
estadounidense de haber organizado los atentados y de haber asesinado
deliberadamente a 3,000 de sus conciudadanos.
-
En segundo lugar, los
dirigentes de otros Estados que no tienen buenas relaciones con Washington –como
Venezuela y Cuba– han ridiculizado la versión bushista de esos sucesos.
-
Y,
finalmente, los dirigentes de los Estados que pretenden conservar buenas
relaciones con Washington sin tragarse por ello estoicamente todas las
mentiras estadounidenses han afirmado que las invasiones de Afganistán y de
Irak carecen de bases jurídicas, absteniéndose sin embargo de pronunciarse
sobre los atentados. En ese caso se encuentran países tan diversos como los
Emiratos Árabes Unidos, Malasia, la Federación Rusa y, ahora, Japón.
Como
puede verse, la lista de Estados escépticos no tiene nada que ver con una
tendencia pro o anti-estadounidense, sino con la idea que tiene cada uno de
ellos de su propia soberanía y de los medios con los que cuentan para
reafirmarla.
El 11 de enero de 2008, la
Comisión de Relaciones Exteriores y de Defensa de
la Cámara Alta de Japón se niega a enviar nuevas tropas japonesas a
Afganistán después de haber escuchado al consejero Yukihisa Fujita denunciar
las mentiras estadounidenses sobre el 11 de septiembre.
Entonces, ¿qué pasó el 11 de septiembre?
Como los periodistas no estamos
obligados a observar la discreción obligatoria para los diplomáticos,
nosotros vamos a decirlo aquí.
Presupuesto astronómico, digno de Hollywood, para un guión chapucero
Según la versión oficial, un islamista diabólico – Osama Ben Laden – que
reprocha a los «infieles» estadounidenses el haber mancillado el sagrado
suelo de Arabia Saudita al instalar allí sus bases militares, organiza una
operación terrorista de enorme envergadura, con medios materiales
insignificantes, pero recurriendo para ello a un comando de 19 fanáticos.
Este hombre vive en una cueva equipada al estilo de las películas de James Bond. Infiltra a sus kamikazes en Estados Unidos, como en la película de
Chuck Norris cuya intriga y título parecen premonitorios: «Ground Zero».
Cuatro de estos kamikazes siguen un curso de pilotaje aéreo en un club de
aviación. No prestan atención a las lecciones sobre el despegue y el
aterrizaje para concentrarse exclusivamente en el pilotaje de los aviones en
pleno vuelo. Un día determinado, divididos en cuatro grupos, los fanáticos
secuestran cuatro aviones de pasajeros amenazando con degollar a las
aeromozas con cuchillas de cortar alfombras.
A las 8h29, American Airlines recibe una comunicación radiofónica,
supuestamente proveniente de la tripulación del vuelo 11 (Boston-Los
Angeles), en la que se informa que el avión ha sido desviado por un grupo de
secuestradores. El procedimiento oficial estipula la notificación inmediata
de la aviación civil al Departamento de Defensa y el despegue de los cazas
interceptores en un plazo máximo de 8 minutos.
En el momento del primer
impacto contra el WTC – 17 minutos más tarde –, los cazas siguen en tierra.
A las 8h47, se corta la transmisión del
transpondedor [dispositivo que
transmite una señal única para cada avión] del vuelo
175 de United Airlines (también Boston-Los Angeles). La señal [de este
dispositivo] que identifica el avión [con su número de vuelo] desaparece de
las pantallas de los radares civiles, que a partir de ese momento lo ven
solamente como un punto [no identificado].
Esto desencadena la alerta, sin
que la aviación civil pueda saber en ese momento si se trata de una avería o
de un secuestro. Sin embargo, al producirse el segundo impacto – a las 9h03 –
ningún interceptor ha sido enviado aún para establecer contacto visual con
el Boeing.
A las 8h46, un Boeing 757 se estrella contra la torre norte del WTC. El
avión impacta con precisión milimétrica el centro mismo de la fachada.
Sabiendo que la fachada tiene 63 metros de ancho y que la velocidad del
avión es superior a los 700 km/h resulta que la precisión de la maniobra se
determina en 3 décimas de segundo, hazaña que muy pocos pilotos de combate
son capaces de lograr pero que se atribuye en este caso a un aprendiz de
piloto. La misma hazaña se repite por segunda vez a las 9h03 cuando otro
Boeing 757 se estrella contra la torre sur, haciéndolo además –para más
dificultad– con el viento en contra.
En el preciso momento del segundo impacto, un misil atraviesa el campo
visual de la cámara de la cadena New York One. Proviene de una aeronave
situada detrás del humo del impacto y se dirige en diagonal hacia el suelo.
Nunca se hablará de esas extrañas imágenes.
Los primeros testigos declaran que los aviones que impactaron las torres son
aviones de carga desprovistos de ventanas, pero más tarde se afirma que se
trata de los vuelos regulares AA11 y UA175. Existe un solo video del primer
impacto, pero hay 6 del segundo impacto. Ninguna ampliación de esas imágenes
permite observar ventanas en ese aparato.
Lo que sí se ve en las ampliaciones es un objeto situado debajo de ambas
cabinas. En el análisis imagen por imagen de los videos se ven dos
relámpagos luminosos provenientes de los puntos de impacto justo antes del
impacto de las aeronaves contra los rascacielos. Los aviones no se estrellan
contra las fachadas sino que se meten dentro de los edificios donde
desaparecen totalmente, como si las fachadas y las columnas internas no
ejercieran resistencia alguna.
A las 8h54, el vuelo 77 de American Airlines (Washington DC-Los Angeles)
modifica su trayecto sin autorización mientras que su transpondedor deja de
transmitir. Los radares civiles pierden su rastro.
A las 9h25, conciente de que algo importante está pasando, el centro de
mando de Herndon prohíbe el despegue de cualquier avión civil en todo el
territorio de los Estados Unidos y ordena el aterrizaje de todos los aviones
civiles en vuelo. Los vuelos transatlánticos son desviados hacia Canadá. Por
su lado, el puerto de Nueva York cierra todos los puentes y túneles que
comunican con Manhattan.
En ese mismo momento comienza una videoconferencia de crisis presidida por
el consejero antiterrorista de la Casa Blanca, Richard Clarke. Participan en
ella la Casa Blanca, los departamentos de Estado, de Justicia y de Defensa,
a los que se unen después la aviación civil y la CIA.
La periodista estrella de Fox News, Barbara Olson, se encuentra a bordo del
vuelo AA77. A través de su teléfono celular logra hablar con su esposo,
Theodore Olson, quien fue abogado de
George W. Bush ante la Corte Suprema y
se ha convertido en fiscal general de los Estados Unidos. Barbara Olson dice
a su esposo que un grupo de secuestradores aéreos acaba de apoderarse del
avión, le explica cómo lo hicieron e intercambia con él sus últimas palabras
de amor.
A las 9h30, la aviación declara desaparecido el vuelo AA77. Este se habría
estrellado en una reserva natural de Virginia occidental, sin haberse
encontrado nunca con los cazas de la US Air Force.
Pero en ese mismo momento, los radares civiles del aeropuerto Dulles, en
Washington, observan un aparato no identificado que presenta las mismas
características de velocidad y maniobrabilidad que un avión militar. Este
aparato penetra en el espacio aéreo protegido del Pentágono. Las baterías
automáticas antimisiles no reaccionan.
Luego de realizar un viraje en ángulo
recto para evitar una sección elevada de autopista, el aparato penetra en el
Pentágono, perfora el blindaje de seis paredes del recinto y explota matando
a 125 personas.
Los testigos describen un misil. Los relojes del edificio se
paran indicando las 9h31.
Un cuarto de hora más tarde, la parte afectada del edificio se derrumba.
Presente en el lugar de los hechos, el corresponsal de la CNN atestigua que
no se ve allí ningún rastro de avión. Posteriormente, la CNN muestra al
secretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando ayuda personalmente a los
socorristas a evacuar un herido llevando una camilla.
Poco después, Rumsfeld
dirá a sus colaboradores que él mismo penetró en el edificio en llamas y vio
los restos de un Boeing. El misil será por lo tanto identificado como el
vuelo AA77 que había sido reportado como desaparecido.
La Casa Blanca recibe una llamada anónima en la que se utilizan los códigos
de transmisión ultrasecretos de la presidencia de los Estados Unidos. La
persona que realiza la llamada dice hablar en nombre de los atacantes.
Indica que el próximo blanco será la Casa Blanca.
A las 9h35, Richard Clarke pone en marcha el programa de continuidad del
gobierno. El presidente Bush, que estaba realizando una visita política en
una escuela elemental de la Florida, interrumpe su agenda y es llevado al
avión presidencial Air Force One. Por su lado, el vicepresidente Cheney es
llevado al bunker antiatómico de la Casa Blanca. Todos los parlamentarios y
ministros son contactados para ser puestos a salvo en búnkeres previstos a
tal efecto.
A las 9h42, la cadena ABC transmite en vivo imágenes del incendio que devora
dos pisos del anexo de la Casa Blanca que alberga las oficinas de los
colaboradores del presidente Bush y del vicepresidente Cheney. Las
autoridades no ofrecerán nunca la menor explicación sobre este incendio, que
ha desaparecido desde entonces de la memoria colectiva. Equipos armados de
lanzacohetes se despliegan alrededor de los edificios de la presidencia en
previsión de un posible desembarco de tropas aerotransportadas. Las medidas
adoptadas parecen indicar que se teme un golpe de Estado militar.
A las 9h24, la aviación civil recibe un mensaje de la tripulación del vuelo
93 de United Airlines (Newark-San Francisco) en el que se informa que
intrusos han penetrado en la cabina de pilotaje. La comunicación se
interrumpe rápidamente y el transpondedor del aparato deja de transmitir,
por lo cual el vuelo es considerado como secuestrado. A las 10h03, el Boeing
desaparece de las pantallas de los radares civiles. Se considera que explotó
en vuelo o que se estrelló en Pensilvania. En el lugar se encuentra un gran
cráter vacío y restos esparcidos sobre varios kilómetros.
En una conferencia de prensa ofrecida mientras camina por las calles de
Manhattan, el alcalde de Nueva York Rudy Giuliani menciona un posible
derrumbe de las torres gemelas y pide que éstas sean evacuadas.
A las 9h58 se produce una explosión en la base de la torre sur del WTC, lo
cual levanta una inmensa nube de polvo. Después, explosiones más pequeñas
sacuden el edificio de arriba a abajo, proyectando lateralmente pequeñas
nubes de polvo. El edificio se derrumba sobre sí mismo en 10 segundos
ahogando todo Manhattan bajo el polvo.
Los edificios de
las Naciones Unidas en Nueva York y las sedes de los
ministerios en Washington son evacuados. Se teme que sean los próximos
blancos.
A las 10h28, la torre norte del WTC se derrumba de la misma manera que la
anterior.
El Estado de Israel ordena el cierre de sus misiones diplomáticas en todo el
mundo (10h54).
Hacia las 11h00, se ordena la evacuación de otro edificio del WTC, el
Edificio 7. Este rascacielos no ha sido impactado por los aviones y pasará
mucho tiempo sin que las autoridades vinculen su derrumbe a los atentados,
al extremo que ni siquiera será mencionado en el informe final de la
Comisión Presidencial.
A las 13h04, las cadenas de televisión transmiten un corto mensaje grabado
del presidente Bush. Este asegura a sus conciudadanos que la continuidad del
gobierno está garantizada y que el país será defendido.
A las 13h30, se proclama el estado de urgencia en Washington DC mientras que
el Pentágono pone dos portaviones y sus flotas en estado de alerta máxima en
previsión de un desembarco naval enemigo ante Washington. Estados Unidos se
ve a sí mismo en situación de guerra.
A las 16h00, la CNN confirma que las autoridades estadounidenses han
identificado al Saudita Osama Ben Laden como la persona que ordenó los
atentados. No se trata, por lo tanto, de un golpe de Estado ni de la Tercera
Guerra Mundial.
A las 17h21, el Edificio n° 7 del WTC se derrumba de la misma manera que las
torres gemelas, pero en sólo 6 segundos y medio, por ser menos alto.
A las 18h42, Donald Rumsfeld da una conferencia de prensa en el Pentágono,
rodeado de los líderes republicanos y demócratas de la Comisión senatorial
de Defensa. Todos los presentes reafirman la unidad nacional en este trágico
momento.
En la noche del 11 de septiembre se hace muy difícil evaluar los daños. Se
habla de 40,000 muertos. A las 20h30, el presidente Bush se dirige a la
nación desde la Casa Blanca. Asegura que la amenaza ha sido neutralizada y
que «América» enfrentará a sus enemigos.
Comienzan a sonar los tambores de
guerra.
La destrucción controlada del World Trade Center
Todos estos hechos suscitan una fuerte angustia y se suceden tan rápidamente
que se hace difícil analizar su coherencia a medida que van teniendo lugar.
Volvamos entonces a los principales aspectos turbios.
Para empezar, ¿por qué
se derrumbaron las torres gemelas y el Edificio 7 del WTC?
Más que el impacto de los aviones contra las torres gemelas, son los
incendios provocados por el combustible que éstos contenían lo que fragilizó
las columnas metálicas de las torres gemelas y provocó su derrumbe, afirman
los expertos del NIST (Instituto Nacional de Normas y Técnicas).
Y fue la
transmisión del incendio al Edificio 7 lo que provocó este tercer derrumbe,
según agregan.
Pero los profesionales se ríen de esa teoría.
-
las torres gemelas se
diseñaron para resistir el impacto de un avión de pasajeros
-
el fuego del
combustible sólo alcanzó una temperatura entre los 700 y los 900° Celsius,
mientras que el acero se funde a 1538° Celsius
-
los incendios han devastado
muchos rascacielos a través del mundo, pero ninguno se ha derrumbado
-
los
tres edificios no se cayeron lateralmente, sino exactamente en sentido
vertical
-
finalmente, lo más importante es que se
derrumbaron a la velocidad de una caída libre, o sea el piso
superior no encontró resistencia alguna al caer ya que cada piso
inferior se derrumbó antes de que el piso superior llegara a ejercer
presión sobre él
Los bomberos de Nueva York aseguran que oyeron y vieron una serie de
explosiones que destruían los edificios de arriba abajo. Los videos y las
bandas sonoras corroboran esos testimonios.
Además, Niels Harrit, profesor de química y física en la universidad de
Copenhague, publicó en el Open Chemical Physics Journal, publicación de
reconocida seriedad, un estudio que muestra la presencia en Ground Zero de
partículas de nanotermita, un explosivo militar.
Equipos de profesionales pusieron los explosivos de forma tal que estos
cercenaron primeramente la base de las columnas metálicas, ya que las
destruyeron piso por piso, de arriba a abajo. En las fotos que se hicieron
durante los días posteriores se puede ver que las columnas metálicas fueron
cercenadas limpiamente y que el calor no las deformó en lo más mínimo.
Contrariamente a lo que estipula el procedimiento de investigación judicial,
los pedazos de columnas metálicas no fueron conservados para su análisis.
Fueron rápidamente sacados del lugar de los hechos por la empresa de Carmino
Agnello, el padrino del clan mafioso de los Gambino, y vendidos
posteriormente en el mercado chino.
En cuanto al Edificio 7, el promotor inmobiliario que tenía el contrato de
arrendamiento del WTC, Larry Silverstein, declaró en una entrevista de
televisión que le habían avisado que aquel edificio podía caerse y que él
mismo había autorizado su demolición. Silverstein se retractó posteriormente,
pero ahí está el video de su declaración.
El edificio 7 albergaba varios servicios administrativos, entre ellos el
puesto de mando de crisis de la alcaldía de Nueva York y la principal base
de la CIA fuera de su sede de Langley. Esa base, creada inicialmente para
espiar a las misiones extranjeras en la ONU, se especializo – durante la
presidencia de Clinton – en el espionaje económico dirigido hacia las grandes
empresas de Manhattan.
Si se supone que la operación del 11 de septiembre
fue dirigida desde ese lugar, su destrucción eliminó definitivamente toda
prueba material de la conspiración.
Un mes y medio antes de los atentados, Larry Silverstein, tesorero de las
campañas electorales de Benjamín Netanyahu, había hecho un mal negocio al
alquilar el WTC en momentos en que los edificios con aislamiento de amianto
habían quedado fuera de las normas legales. Silverstein tuvo sin embargo un
excelente presentimiento al sacar una original póliza de seguro que incluía
una prima en caso de atentado terrorista, prima calculada no en función de
los daños sino en base a la cantidad de ataques. Así que, al considerar que
[el 11 de Septiembre] hubo dos ataques con dos aviones diferentes,
Silverstein reclamó y finalmente obtuvo una compensación doble, o sea 4,500
millones de dólares.
En todo caso, poner la nanotermita en las torres gemelas y en el Edificio 7
supone la realización de complejos cálculos y varios días de trabajo para su
instalación, por supuesto, antes del 11 de septiembre, algo que resulta
imposible de hacer a espaldas del personal de protección del WTC.
El
promotor Larry Silverstein había puesto la seguridad del WTC en manos de
Securacom, firma que dirige Marvin Bush, hermano del presidente.
3,000 víctimas
En la noche del 11 de septiembre, la alcaldía de Nueva York mencionaba un
posible balance de 40,000 muertos y, en función de ese cálculo, pedía los
medios necesarios para sus morgues.
Al cabo de numerosas revisiones el
balance felizmente se redujo a menos de 2,200 víctimas civiles y 400
víctimas entre el personal de auxilio. No había entre los muertos ni uno
solo de los grandes empresarios que tenían sus oficinas en las prestigiosas
torres. Pero sí había mucho más personal de mantenimiento que empleados de
oficinas. ¿Cómo se explica este milagro?
Hacia las 7 de la mañana del 11 de septiembre, los empleados de
la firma
Odigo recibieron un SMS previniéndoles que un atentado iba a tener lugar ese
mismo día en el WTC y que, por lo tanto, no debían presentarse en su oficina,
situada frente al WTC.
Odigo es una pequeña firma israelí, líder en el
sector de la mensajería electrónica, estrechamente vinculada a la familia
Netanyahu y al Aman, el servicio israelí de inteligencia militar.
El secretario de Defensa de los Estados Unidos,
Donald Runsfeld, abandona su
oficina para prestar ayuda a las víctimas (en esta imagen de la CNN, Rumsfeld aparece en traje, al centro de la imagen, mientras ayuda a cargar
una camilla).
Hacia las 8h, el financiero Warren Buffett ofrecía su desayuno anual de
caridad en su feudo de Nebraska.
Y, por vez primera, invitó sistemáticamente
a todos los grandes empresarios que tenían oficinas en las torres gemelas.
También fue la primera vez que no recibió a sus invitados en un gran hotel
sino en la base aérea de Offutt, sede del puesto de mando de la fuerza de
disuasión nuclear. Los filántropos habían llegado por avión el día anterior
y habían dormido dentro de la base.
Durante el desayuno se les informó que
un avión había chocado por accidente contra la torre norte del WTC y, más
tarde, que un segundo aparato había impactado la torre sur. Comprendieron
entonces que no se trataba de simples accidentes sino de atentados, sobre
todo porque el comandante de la base, el general Gregory Power, los abandonó
de inmediato para presentarse en su puesto de mando de crisis.
Al decretarse
rápidamente el cierre del espacio aéreo estadounidense, los invitados no
pudieron regresar a Nueva York y se quedaron en la base. Después del 11 de
septiembre, el financiero Warren Buffett se convirtió en el hombre de
negocios más rico del mundo, categoría que comparte con su amigo Bill Gates.
Recientemente, hizo campaña a favor de Barack Obama pero se negó a
convertirse en su secretario del Tesoro.
Poco después del mediodía, el Air Force One aterrizó en la base aérea de
Offutt. El presidente Bush fue conducido al puesto de mando de crisis, donde
participó en la videoconferencia con la Casa Blanca y con las diferentes
agencias implicadas. También grabó allí su primera intervención televisiva.
En los minutos siguientes después del primer impacto, los servicios de
urgencia de la
FEMA (Agencia para el Manejo de Situaciones de Catástrofe,
siglas en inglés) se desplegaron en el lugar de los hechos. Por una feliz
casualidad habían llegado a Nueva York el día anterior y se disponían a
realizar al día siguiente un simulacro de ataque biológico o químico en el
WTC.
Todos los servicios de urgencia se activaron por lo tanto
inmediatamente, salvando numerosas vidas.
La
FEMA estaba bajo la dirección
de
Joe Allbaugh, tesorero de la campaña electoral de
George W. Bush y futuro
responsable de los pedidos públicos de ofertas en el Irak ocupado.
El misil del Pentágono
Las baterías automáticas antimisiles del Pentágono no reaccionaron ante la
irrupción de una aeronave en el espacio aéreo prohibido.
Esto puede tener
dos explicaciones: estaban desconectadas dejando así el edificio sin defensa
o se les administró un código amigo. Existe, en efecto, un código de
reconocimiento que permite que los helicópteros del secretario de Defensa y
del Estado Mayor puedan ingresar sin peligro en el perímetro prohibido.
Al evitar un tramo de autopista elevado [próximo al Pentágono], la aeronave
tuvo que realizar un viraje casi en ángulo recto y después impactó el
Pentágono por el ala más alejada de las oficinas del secretario de Defensa.
La zona impactada tenía dos usos. Había en ella oficinas que se estaban
remodelando para acoger el Estado Mayor de la Marina y oficinas que estaban
siendo utilizadas por el personal del auditor financiero general.
Un equipo
que se componía principalmente de personal civil estaba trabajando allí en
una investigación sobre el más importante desvío de fondos del siglo en el
presupuesto de defensa. Esto explica al mismo tiempo la ausencia de
oficiales de alto rango entre las víctimas y por qué la investigación sobre
los desvíos de fondos tuvo que ser anulada, por falta de archivos que
permitieran continuarla.
El misil perforó las paredes blindadas de los anillos sucesivos y explotó
con extraordinaria violencia dentro del edificio. El calor era tan intenso
que los bomberos tuvieron que utilizar trajes de amianto. Combatieron las
llamas con agua, el fluido que absorbe la mayor cantidad de calor. No
recurrieron a las sustancias retardadoras que se utilizan para apagar los
incendios de combustible aéreo y afirmaron no haber visto absolutamente nada
que hiciera pensar en un avión o en combustible de avión.
En todo caso, y en
contradicción con lo que él mismo dijera en su testimonio, era imposible que
una persona vestida con un traje de cuello y corbata, como el secretario de
Defensa Rumsfeld, pudiera acercarse al incendio.
Posteriormente, las propias autoridades destruyeron toda el ala afectada y
la reconstruyeron. Los escombros fueron evacuados por una empresa
especializada que los vitrificó. Esa costosa técnica se usa cuando se trata
de estabilizar desechos que contienen partículas radioactivas. Todo parece
indicar que el misil estaba forrado de uranio empobrecido, para perforar el
hormigón y el kevlar, y que contenía una carga hueca para que provocara una
breve explosión a muy alta temperatura.
Como puede verse perfectamente en las
fotos tomadas inmediatamente después
del impacto, el misil penetró en el edificio sin dañar la fachada. Volaba a
ras del suelo y pasó por una puerta habitualmente utilizada por los
vehículos de entregas. Ni siquiera estropeó el marco [de esa puerta].
Los alrededores del Pentágono están bajo una constante vigilancia en la que
se usan cámaras. La aeronave tuvo que pasar por el campo de visión de más de
80 de ellas. Las autoridades se negaron a hacer públicos esos videos y se
limitaron a entregar algunas fotos en las que se ve la explosión, pero no la
aeronave.
El césped del Pentágono tampoco fue dañado. La explosión pulverizó los
automóviles estacionados en el parqueo y dos helicópteros que se encontraban
en el helipuerto. Se encontró gran cantidad de fragmentos metálicos, pero
ninguno que correspondiera a un Boeing, ni siquiera los reactores.
Las
autoridades utilizaron mucho una foto oficial en la que se ve un fragmento
de unos 90 cm. de largo que presentaba por un lado huellas de una pintura
especial utilizada en aeronáutica mientras que el otro lado estaba pintado
de rojo, blanco y azul. Ante estas características, los aficionados a los
rompecabezas comprueban que no corresponde a ninguna pieza de un Boeing
pintado con los colores que identifican a la compañía aérea American
Airlines.
Lo que sí es seguro es que se trata de una pieza proveniente de un
aparato aéreo, probablemente de uno de los dos helicópteros destruidos.
Para acreditar la teoría del vuelo 77, el médico general del Departamento de
Defensa autentificó los restos humanos de los pasajeros del Boeing entre los
escombros del Pentágono.
Las familias de las víctimas recibieron urnas
funerarias en las que se precisaba si aquellos restos humanos habían sido
identificados mediante las huellas digitales o por análisis del ADN. Sin
embargo, el Pentágono justificó más tarde la ausencia de restos del Boeing,
incluyendo la ausencia de los reactores, diciendo que el extremo calor había
gasificado el metal.
Es imposible imaginar que algún resto humano pudiera
sobrevivir a esas condiciones.
¿Aviones secuestrado o pilotos automáticos?
La teoría de los aviones secuestrados se basa en la asimilación de las
aeronaves implicadas con aviones de pasajeros y en la divulgación de las
comunicaciones telefónicas entre los pasajeros y [otras personas que se
hallaban en] tierra.
Muchas personas dijeron haber recibido esas llamadas de sus familiares que
se encontraban a bordo de los aviones. Fue así como se reconstituyó la toma
de las aeromozas como rehenes con la utilización de cuchillas y el motín de
pasajeros a bordo del vuelo UA93. Esto último incluso dio lugar a dos
películas de Hollywood.
Sin embargo, en 2006, durante el juicio contra Zacarias Moussaoui,
sospechoso de haber tratado de unirse a los secuestradores aéreos, el FBI
precisó que los contactos telefónicos entre aviones en vuelo a gran altitud
y personas en tierra no eran posibles con la tecnología existente en 2001.
Las verificaciones realizadas demostraron que todos aquellos testimonios son falsos, ya sea porque fueron inventados o porque las personas [que
recibieron las llamadas] fueron engañadas.
El FBI no hizo ningún comentario sobre el caso de Theodore Olson, abogado de
George W. Bush durante la elección presidencial y posteriormente fiscal
general de los Estados Unidos, quien declaró en su testimonio haber recibido
dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista de Fox TV Barbara
Olson, desaparecida con el vuelo 77.
El fiscal general de los Estados Unidos,
Theodore B. Olson,
mintió al
asegurar haber recibido dos llamadas telefónicas de su esposa, la periodista
de Fox Barbara Olson, desde el vuelo 77. También afirmó que su esposa le
había dado detalles sobre la supuesta «toma de rehenes». El FBI reveló que
no existía ninguna comunicación proveniente del teléfono celular de Barbara
Olson.
Una hipótesis explicativa surge de la consulta de los archivos
desclasificados de Robert McNamara.
En 1962, el Estado Mayor conjunto de los
Estados Unidos propuso al presidente Kennedy el montaje de una operación
tendiente a justificar un ataque contra Cuba, la llamada
operación Northwoods. Se trataba de una serie de provocaciones, entre las que se
encontraba la destrucción en vuelo de un avión de pasajeros estadounidense
por falsos Mig cubanos.
Para ello, el ejército [estadounidense] había obtenido dos Mig soviéticos en
un país del Tercer Mundo y los había pintado con las insignias cubanas.
Varios actores habían sido contratados. Estos tenían que tomar un avión en
Miami, donde filmarían escenas de familia que se utilizarían posteriormente
en los noticieros de televisión.
Ya en vuelo, el avión de pasajeros tenía
que apagar su transpondedor para que los radares civiles no pudieran
identificarlo.
Este avión podía ser reemplazado entonces con un avión vacío
cuya tripulación saltaría en paracaídas. El aparato debía proseguir su vuelo
gracias al piloto automático antes de ser derribado por los falsos Mig sobre
la bahía de Miami, ante miles de testigos. Para dar más credibilidad al
asunto, el Estado Mayor había preparado una serie de conversaciones
telefónicas entre falsos espías cubanos, conversaciones que debían ser
interceptadas por el FBI.
Aplicado al 11 de septiembre, este escenario permite explicar:
-
el cese de las
transmisiones de los transpondedores
-
las falsas llamadas telefónicas
-
la
ausencia de ventanas en los aviones que impactaron el WTC
La novedad es que,
en el año 2001, el Pentágono no ya necesita una tripulación que garantice el
despegue de un Boeing 757. Este avión de pasajeros ofrece la posibilidad
técnica de poder despegar como un avión sin piloto. Esto simplifica la
operación.
En las líneas internas estadounidenses, con vuelos muy frecuentes, las
compañías aéreas acostumbran a vender más asientos de los que cuentan los
aviones. Los pasajeros esperan durante horas a que aparezca un asiento libre
en un avión. Sin embargo, los cuatro aviones supuestamente secuestrados [el
11 de septiembre de 2001] solamente tenían ocupados un tercio de sus
asientos.
El estudio detallado de las listas de pasajeros que realizó el diario iraní
Kheyan muestra que todos los desaparecidos eran,
-
familiares de empleados del
Departamento de Defensa
-
de firmas que tienen contratos con el Pentágono
-
personas cercanas a la Casa Blanca, como Barbara Olson
La posibilidad de que un avión de pasajeros pudiera estrellarse por
accidente contra el techo del Pentágono (no de que impactara la fachada) fue
objeto de estudio en los años 90.
El Departamento de Defensa incluso
organizó varios simulacros bajo la dirección del comandante
Charles Burlingam. Este oficial abandonó posteriormente el servicio activo y se
convirtió en piloto de American Airlines.
Era él quien se encontraba en la
cabina de pilotaje del vuelo 77 que supuestamente impactó el Pentágono.
Sin aviones secuestrados, no hay secuestradores aéreos
Durante los tres días posteriores a los atentados, el Departamento de
Justicia, basándose en las indicaciones que los pasajeros habían
proporcionado por teléfono, determinó el modus operandi de los
secuestradores, los identificó y reconstruyó enteramente sus vidas.
De esa
manera, fue la llamada telefónica de un sobrecargo del vuelo AA11 lo que
permitió saber que había cinco secuestradores en el avión y que el jefe era
el pasajero del asiento 8D, Mohammed Atta.
Pero hoy sabemos que aquellas llamadas telefónicas eran falsas y que los
aviones no fueron secuestrados sino reemplazados.
Más desagradable aún, las
listas de pasajeros que las compañías aéreas entregaron en las siguientes
horas de los atentados muestran que ninguno de los 19 presuntos
secuestradores abordó un avión.
El secretario de Justicia John Ashcroft
mintió al dar a conocer los nombres
de los 19 secuestradores aéreos. Ninguno de los sospechosos mencionados
figura en las listas de embarque de las compañías aéreas.
Existe sin embargo una «prueba» de que Mohammed Atta estaba en el avión que
impactó la torre norte. Varios días después, cuando el WTC no era más que un
montón de ruinas humeantes, un policía encontró allí el pasaporte intacto
del secuestrador. Todo había sido destruido, menos la prueba material
providencial.
Como aquello parecía poco creíble, la administración Bush difundió las
imágenes de una cámara de seguridad del aeropuerto en las que se podía ver a
Atta y a su compañero al-Omari en el momento del embarque. El problema es
que esas imágenes, aunque son realmente del 11 de septiembre, fueron
captadas en el aeropuerto de Portland, por donde Atta y al-Omari debieron
pasar en tránsito, no en el aeropuerto de Boston, de donde despegó el vuelo
AA11.
Siempre a la vanguardia cuando se trata de inventiva, el Sunday Times de
Rupert Murdoch publicó en 2006 un video amablemente proporcionado por el
Departamento de Defensa estadounidense y con fecha del año 2000 en el que se
ve a Atta en Afganistán, en un campamento de Osama Ben Laden.
El análisis de la lista oficial de secuestradores kamikazes está lleno de
sorpresas. Algunos de estos individuos aparecieron después de los atentados.
Por ejemplo, Walid al-Asheri, que supuestamente era uno de los hombres del
equipo de Atta en el vuelo AA11, es piloto en la compañía aérea Royal Air
Maroc, vive en Casablanca y dio allí varias conferencias de prensa hasta que
el palacio real le pidió que fuera más discreto.
También resulta interesante el hecho que 13 de los 19 supuestos
secuestradores son mercenarios que anteriormente participaron en operaciones
terroristas organizadas por el príncipe Bandar bin-Sultan por cuenta de la
CIA en Afganistán, en Bosnia Herzegovina y/o en Rusia.
Se trata de:
Todos combatieron tanto por el Emirato
islámico de los talibanes como por el de Ichkeria.
Al llegar al trono, en 1982, luego del asesinato de su predecesor por un
príncipe toxicómano armado por la CIA, el rey Fadh nombró al príncipe Bandar
embajador de Arabia Saudita en Washington. El príncipe conservó esa función
hasta la agonía del monarca, en 2005.
Rápidamente considerado por George
Bush padre como un hijo adoptivo, el príncipe Bandar es conocido en el mundo
árabe por el sobrenombre de «Bandar Bush». Al disponer de múltiples
facilidades, el príncipe Bandar administró durante unos veinte años una
especie de fondo secreto de la CIA alimentado a través de sobornos pagados
al margen de contratos armamentistas, como el célebre contrato al-Yamamah,
en el que están implicadas las más altas personalidades británicas.
También
reclutó mercenarios en los medios islamistas para la realización de todo
tipo de operaciones secretas en el mundo musulmán, desde Marruecos hasta la
región china de Xinkiang.
Evitando las preguntas sobre los presuntos secuestradores aéreos, la
administración Bush prefirió focalizar los debates sobre la personalidad de
Osama Ben Laden. Este célebre golden boy Saudita era el hermano de Salem ben
Laden, socio en Houston de George W. Bush en el seno de la empresa petrolera
Harken Energy.
Fue reclutado en Beirut por el consejero estadounidense de
seguridad nacional
Zbigniew Brzezinski a fines de los años 70.
Se incorporó
entonces a la Liga Anticomunista Mundial y organizó el financiamiento de los muyahidines contra los soviéticos en Afganistán. Su «Legión Árabe» fue
posteriormente utilizada en otros teatros de operaciones, como Bosnia
Herzegovina. Después de haber sido una personalidad de la alta sociedad, la
CIA le forjó una imagen de fanático religioso para que sirviera de pantalla
a las acciones del príncipe «Bandar Bush».
Efectivamente, si bien ningún
islamista podía aceptar ponerse al servicio de la monarquía corrupta y
odiada del rey Fadh, muchos podían sentirse orgullosos de seguir al
personaje Osama Ben Laden, debido a su retórica integrista y anti-occidental.
El «jeque Osama» no era sin embargo otra cosa que una pieza importante de la
CIA en el tablero del Medio Oriente. Un jefe de Estado árabe contó en
detalle al autor de estas líneas que lo había visitado, durante el verano de
2001, en el hospital americano de Dubai, donde Osama Ben Laden seguía un
intensivo tratamiento renal.
Según este testigo excepcional, Ben Laden
recibía allí a los visitantes en su habitación y en presencia de sus
colaboradores de la CIA.
En 2001, Osama Ben Laden era un desconocido para el público estadounidense,
exceptuando a los fans de Chuck Norris que habían visto en el cine su
película «Ground Zero». Durante 8 años, la administración Bush destiló hacia
la prensa una serie de casetes de audio y de video del «jeque» Osama para
reactivar la novela de la guerra contra el terrorismo.
En uno de los casetes
más célebres, Osama Ben Laden afirma haber calculado que dos Boeing podían
provocar el derrumbe de las torres gemelas y haber ordenado también la
acción del avión contra el Pentágono. Dos hazañas que hoy sabemos
imaginarias.
En 2007, el Instituto suizo Dalle Molle de Inteligencia Artificial,
considerado la institución más capacitada a nivel mundial en materia de
reconocimiento de imagen y de reconocimiento vocal, estudió todas las
grabaciones disponibles de Osama Ben Laden.
Y concluyó, con la mayor certeza,
que todas las grabaciones posteriores al final de septiembre de 2001 son
falsas, entre ellas el casete de sus confesiones.
El director general de la CIA, George Tenet,
mintió al autentificar las
grabaciones de audio y video de Osama Ben Laden posteriores a finales de
septiembre de 2001. El instituto suizo de inteligencia artificial Dalle
Molle – reconocido por los tribunales internacionales como la mayor autoridad
mundial en la materia – concluyó que todas esas grabaciones son falsas.
¿Hay un ejército en Estados Unidos?
Toda esta acumulación de elementos que invalidan la teoría oficial de
la
administración Bush no debe hacernos pasar por alto el más increíble de
todos: durante todo aquel terrible día, «el ejército más poderoso del mundo»
pareció impotente, incluso ausente.
El procedimiento de intercepción aérea estipula que los cazas deben
establecer contacto visual con los aviones secuestrados en unos pocos
minutos.
Ni uno solo de ellos logró acercarse a ninguno de los aviones
secuestrados. Obligado a ofrecer alguna explicación sobre tamaña negligencia
y a rendir cuentas, el general Richard Myers, jefe adjunto de Estado Mayor
al mando durante un viaje de su superior a Europa, no hizo otra cosa que
tartamudear ante los parlamentarios.
Ni siquiera fue capaz de recordar lo
que había hecho aquel día y pasó todo el tiempo contradiciéndose.
En un evidente ataque de amnesia, el general
Richard Meyers, jefe interino
del Estado Mayor conjunto estadounidense, declaró ante el Congreso de los
Estados Unidos que no se acordaba de lo que había hecho el 11 de septiembre
de 2001.
Lo más interesante es que aquel día las fuerzas armadas estadounidense
estaban en estado de alerta.
Aquel día estaba planificada la realización del
ejercicio militar más importante del año en Estados Unidos: Global Vigilance. Se trataba de un simulacro de agresión por parte de bombarderos
nucleares rusos que supuestamente sobrevolarían Canadá. Toda la fuerza aérea
estadounidense estaba movilizada para participar en aquel ejercicio, así
como todos los medios de vigilancia satelital de los Estados Unidos.
Y el
puesto de mando de aquel ejercicio estaba en la base de Offutt, la misma en
la que se encontraban Warren Buffet y sus amigos empresarios del WTC y a la
que fue llevado el presidente Bush después del mediodía. Precisamente aquel
día más que cualquier otro, los aviones de guerra estadounidenses estaban en
el aire, los satélites estadounidenses estaban en posición y el Estado Mayor
estaba observando los aviones civiles, para evitar accidentes.
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos no eran las únicas que se hallaban
en pie de guerra. Los estados mayores de las grandes potencias también
estaban en alerta, observando y evaluando la demostración del poderío
estadounidense. En el instante en que se abatió el cataclismo sobre Estados
Unidos, cada uno de ellos trató de entender su origen y de seguir de cerca
todo lo que iba sucediendo.
En Rusia, el presidente Vladimir Putin trató de ponerse urgentemente en
contacto con su homólogo estadounidense para hacerle saber que Moscú no
tenía absolutamente nada que ver con aquellos crímenes y prevenir así una
represalia injustificada. Pero el presidente Bush se negó a aceptar la
comunicación, como si aquella confirmación le pareciera inútil.
El jefe del
Estado Mayor inter-armas ruso de aquella época, el general Leonid Ivashov,
ordenó la realización de estudios sobre cada uno de los aspectos nebulosos a
medida que se identificaba cada uno de ellos.
Y fue el rápido derrumbe de
las torres gemelas en sentido vertical lo que convenció a sus expertos de
que la versión oficial era un engaño destinado a enmascarar un montaje de
gran envergadura. Tres días después de los atentados, el general Ivashov
había reconstruido los aspectos esenciales del drama y podía afirmar que se
trataba de un enfrentamiento interno entre dirigentes estadounidenses.
Según
él, la operación se realizó por encargo del complejo militar-industrial
estadounidense y la concretó una empresa militar privada.
La rebelión de la inteligencia
Sometida a un aplastante volumen de propaganda que incluyó la proclamación
de un duelo nacional en algunos países y varios minutos de silencio
obligatorio en la Unión Europea, la opinión pública occidental quedaba
aturdida, incapaz de reflexionar sobre los hechos.
Ya comenzaba a resonar el
ruido de botas con rumbo a Afganistán.
Pero el autor de estas líneas comenzó a publicar en Internet una serie de
artículos en los que cuestionaba la versión oficial. Publicados primeramente
en francés, aquellos artículos fueron rápidamente traducidos a diferentes
idiomas y fueron objeto de polémica.
Un libro recapitulativo, L’Effroyable
imposture [en español,
La Gran Impostura], publicado 6 meses después y
traducido a 28 idiomas, dio inicio a un movimiento de cuestionamiento de la
versión oficial.
-
en Alemania, el ex ministro Andreas von Bulow
-
en Portugal,
el ex director regional de la CIA Oswald Le Winter
-
en el Reino Unido, el
politólogo Nafeez Mosaddeq Ahmed
-
en Estados Unidos, el historiador Webster
Tarpley,
...publicaron todos ellos nuevos textos que aclaraban los atentados.
A
partir de entonces, el cuestionamiento de la versión oficial evolucionó
simultáneamente en dos direcciones.
El autor de estas líneas hizo campaña a través del mundo, reuniéndose con
los más altos responsables políticos, diplomáticos y militares y movilizando
instituciones internacionales. Esta acción permitió explicar el plan
neoconservador relativo al «choque de civilizaciones» y limitar su letal
efecto.
Por otro lado, en Estados Unidos, las familias de las víctimas, que al
principio condenaron el cuestionamiento, empezaron a interrogarse y a exigir
una investigación.
La administración Bush amenazó a los revoltosos como el
multimillonario
Jimmy Walter (click imagen derecha) – quien se vio empujado al exilio – bloqueó toda
intervención del Congreso y creó una Comisión Presidencial.
Esta última
presentó un informe que, por supuesto, proclamó la inocencia de la
administración y la culpabilidad de Al-Qaeda, pero no divulgó las tan
esperadas «informaciones claras e indiscutibles».
Aficionados realizaron
materiales audiovisuales ilustrativos sobre las incoherencias de la versión
oficial y los divulgaron a través de Internet, como sucedió con el célebre
Loose Change.
Se constituyeron asociaciones de profesionales por la verdad
sobre el 11 de septiembre, a las que se integraron arquitectos e ingenieros,
bomberos, juristas, médicos, religiosos, universitarios, artistas y
políticos. Estas asociaciones cuentan hoy con miles de miembros y han
convencido a la mayoría de sus conciudadanos de que Washington está
mintiendo. Y encontraron a su líder en el profesor de lógica y teología
David Ray Griffin.
La propaganda oficial anglosajona ha logrado limitar hasta ahora los efectos
de este cuestionamiento. Primeramente, se las arregló para que el público
occidental ignorara todo el debate que está teniendo lugar a escala mundial.
Ninguna de las declaraciones de los jefes de Estado o de gobierno
extranjeros que han expresado sus dudas se ha visto reflejada en la prensa
occidental, aislada del resto del mundo por una nueva cortina de hierro. Y
los contestatarios occidentales han sido presentados como lunáticos o
asimilados a lo que más miedo infunde, la extrema derecha antisemita.
La elección del presidente Obama no ha hecho avanzar el debate. El sitio de
la Casa Blanca en Internet, que invitaba a los ciudadanos estadounidenses a
dar a conocer sus preocupaciones, se vio inundado de correos electrónicos
que pedían la apertura de una investigación judicial sobre el 11 de
septiembre. La respuesta fue lacónica: la nueva administración desea mirar
hacia el futuro en vez de remover los dolores del pasado.
Durante su campaña
electoral,
Barack Obama hizo que todos sus discursos fuesen revisados de
antemano por Benjamín Rhodes, un joven escritor que había sido el redactor
del informe de la Comisión Presidencial Kean-Hamilton [sobre el 11 de
Septiembre].
Rhodes garantizó que no apareciera en ellos ninguna alusión al
11 de septiembre o a sus protagonistas que pudiera abrir la caja de Pandora.
Actualmente trabaja en la Casa Blanca y ocupa un puesto en el
Consejo de
Seguridad Nacional. A todos los miembros de la administración Obama se les
pidió que se retractaran de toda declaración anterior en la que hubiesen
podido expresar dudas sobre la versión oficial.
Un consejero principal, Van Jones, tuvo que dimitir luego de haberse
negado a retractarse.
A pesar de todo, hechos de la mayor importancia hacen posible actualmente
una clarificación sobre los atentados. El rey Fahd murió en agosto de 2005.
El rey Abdallah le sucedió en el trono y ha tratado de ir deshaciendo poco a
poco los asfixiantes vínculos del reino Saudita con Estados Unidos.
Al
principio, el príncipe Bandar se convirtió en consejero nacional de
seguridad, pero sus relaciones con el rey fueron deteriorándose. En
definitiva, a principios del verano de 2009, Bandar cometió al parecer la
imprudencia de tratar de liquidar al monarca y de poner en el trono al
Sultán, su propio padre.
Desde entonces, no se han tenido más noticias de
«Bandar Bush» ni de cerca de 200 miembros de su clan. Parece que algunos
están exilados con él en Marruecos y que otros se encuentran en prisión.
En
lo adelante, es posible que algunas lenguas empiecen a desatarse.